Las apariciones del Héroe me daban un hambre atroz, pero me contuve por devorar lo que había en la mesa. Mis padres me conocían tanto como para intuir que había ocurrido algo y no tenía ganas de dar más explicaciones de la cuenta y no quería darles alguna pista que pudiera preocuparles. En su lugar, recurrí a los clásicos tópicos de la conversación de mesa.
―El mes que viene estrenamos la nueva web de la revista ―solté casualmente―. Al final lo que me han pedido es bastante simple, pero servirá para justificar mi sueldo, supongo. Al menos he podido meter un par de huevos de pascua bien chulos.
―Déjame adivinar: ¿el código Konami? ―Elías me lanzó una mirada cómplice―. Escuché hablar del tema a Kat.
―Uno de ellos. ―Paré un instante. Qué bien sentaba la comida casera―. He de admitir que no ha sido completamente mi idea... Uno de ellos es especialmente rebuscado. Igual hacemos un concurso con premio para el primero que lo encuentre.
―¡Suena genial! ―Mi madre sirvió más comida al ya sobrecargado plato. Se olía algo―. ¿Y tú, Eli? ¿Qué tal la experiencia en la revista? Imagino que toda una sorpresa.
―Eh... esto... ―Me buscó con la mirada para ver qué clase de respuesta podía dar. Yo simplemente le asentí suavemente con la cabeza―. Estoy aprendiendo un montón con Norma y los demás. En el próximo número saldrá el primer artículo firmado con mi nombre. Hablaré sobre los bootlegs y un juego poco conocido que se llama Keitai Denjū Telefang.
―¡Ah, sí! ―ratificó Norma tras bajar media berenjena con un vaso de refresco―. Muy buena caza la de vuestra niña. Una buena prueba de que está lista para la gran ciudad.
Así era mi hermana. Podía haberme echado una bronca de tres pares al enterarse de lo que había hecho, pero nunca iba a perder la oportunidad de dejarme bien delante de mis padres, especialmente cuando a lo espiritual se refería. Aunque a estas alturas, ese incidente me resultó incluso lejano.
―Aunque un pajarito me dice que ahora tenéis objetivos más grandes en mente. ―Mi madre añadió otro trozo de tortilla más a mi plato―. Anda, Vero, come. Sé que tienes hambre, sé por qué y tú deberías tener claro a estas alturas que ocultarlo es una soberana tontería. No vamos a retenerte en casa solo porque haya pasado otra vez. No tendría sentido. Solo... Ten cuidado. Y cuenta con nosotros para lo que necesites.
―Eh, lo sabes mejor que yo. Es imposible ocultarles algo. ―Mi mentora se llenó el vaso, despreocupada del pequeño tirón de orejas―. Qué quieres que te diga, casi que lo prefiero así. Así, si desaparecemos de un día para otro, sabrán perfectamente de quién se tienen que vengar.
Escuché la patada por debajo de la mesa con claridad, pero la pelirroja la aguantó con entereza. O, conociéndola, la paró silenciosamente con sus poderes. El caso fue que todos nos dimos por avisados de que esa idea no hacía ningún tipo de gracia a los comensales.
―Por cierto, Norma. ―Mi padre terminó con su plato y alzó las manos en dirección a la estantería―. Creo que ya sé lo que me resultaba familiar en nuestra conversación de antes.
Intentó hacer volar uno de los libros, pero su control sobre la materia física no fue tan bueno como para que llegara hasta la mesa. En su lugar, se desplomó sobre el suelo levantando con violencia una nube de polvo. Al recogerlo, me percaté de que en realidad era un ómnibus de un manga. De un vistazo, y a pesar de que el título estaba en inglés, supe que la edición no había sido traducida. Aunque los materiales parecían nuevos, el estilo de dibujo lo databa, a ojo, de antes de que yo naciera. En la portada aparecía un robot gigante de color negro que blandía una espada llameante en mitad del espacio.
―Exponential Entropy: AREX ―leí en voz alta―. ¿De qué debería sonarme esto?
―Me lo trajo tu tío de uno de sus viajes ―me explicó―. Sabía que de crío era bastante fan de estos cómics, pero nunca nos llegó el final, así que me regaló la edición integral hace unos años. Y... bueno, aunque no entiendo ni papa de japonés, al menos pude cerrar un episodio de la adolescencia.
―Podrías haberme pedido que te lo tradujera, Juli. ―Norma le echó un vistazo rápido al tomo―. O al menos que te explicara el final, o algo. No me vengas con eso de no querer molestar, tío. Todo pago es poco por lo bien que me cocinas.
―Te tomo la palabra, joven. ―Inclinó la cabeza hacia delante―. De hecho, te voy a pedir que nos interpretes algo que puede ser de vuestro interés. ¿Podrías revisar la sección de personajes e indicar si hay algo que te sorprenda?
Recorrió las hojas finales con la mirada a toda velocidad. Yo me hubiera quedado embobada con todas las ilustraciones detalladas de los robots, pero ella se limitó a recorrer el texto en busca de la nueva que prometía mi padre. De vez en cuando, incluso recordaba lo profesional que era cuando dejaba de intentar maximizar el caos que la rodeaba.
―Suisei no Yōsei: Gazeresu. ―Paró sobre una armadura de combate plateada pilotada por una chica con gafas redondas―. O, en nuestro idioma... El Hada de Mercurio, Gazereth.
―Así que lo recordaba bien. ―Se alzó las gafas con una chulería que no le pegaba―. Hacía siglos que no leía este cómic en español, así que no estaba muy seguro de si me estaba inventando o no ese nombre. Por otro lado... pocas hadas de mercurio he visto en mi vida como para olvidarme de una.
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No cabía duda. Que coincidiera su nombre podía ser una casualidad, pero que también compartiera epíteto con el demonio del que Héroe nos había hablado no era algo que pudiéramos pasar por alto. Sin embargo, había algo inquietante en el descubrimiento que había hecho mi padre. Una de estas cosas que tienes en la punta de la lengua y no eres capaz de verbalizar. Por suerte, Elías era bastante avispado con esos detalles.
―¿Existe algún juego de Exponential Entropy: AREX? Soy bastante aficionado a los videojuegos de mechas y es la primera vez que oigo hablar de la franquicia. Si no hay juego, no hay error. Y sin error, no debería haber glitch.
―No que yo sepa ―dijo la periodista, ahora sí, hojeando el tomo―. Pero parece un buen hilo del que empezar a tirar. ¡Gracias, Juli! ¡Te debo otra más!
―Bueno, y ahora la pregunta importante. ―Dio una palmada al aire con energía―. ¿Quién quiere tarta? ¡Hay unas velas que soplar, aunque sea con retraso!
***
―Bueno, yo estoy molida. ―Norma estiró la espalda―. Me voy al sobre. ¿Está lista la cama de la habitación de invitados?
¿Por qué sentía que esas palabras estaban cargadas de malicia sin que su inflexión indicara nada raro? Conocía a Norma Guarnido lo suficientemente bien como para preocuparme.
―¡Ah! ¡Claro! ―Mi madre parecía contenta de tener la casa llena―. Y las dos camas de tu cuarto también están recién hechas y limpitas, Vero.
Ahí estaba. El brillo malévolo en los ojos de mi mentora. Le leí las intenciones como si fuera un libro abierto. Pero, por si no me hubiera quedado claro, me susurró al oído.
―Zack duerme en el santuario y tú compartes cuarto con Elías ―definitivamente, se estaba divirtiendo mucho con la situación―. Si no lo logras con esto, chica, no sé cómo más ayudarte.
―Idiota ―Chasqueé la lengua, pero mis mejillas se encendieron con una clara señal de mi derrota―. Que sepas que te la voy a devolver. No sé cómo, no sé cuándo, pero te la voy a devolver.
―¿Todo bien, hija mía?
―No te preocupes, Maite. ―La editora le pasó el brazo por encima―. Solo está con sus cosas de adolescente en la cabeza. Será mejor que no nos metamos y dejemos a los chicos dormir, que han tenido un día demasiado largo.
No me atreví a justificar por qué no acababa de ser buena idea que precisamente ese día compartiéramos cuarto si lo habíamos hecho cientos de veces antes. Cualquier explicación me avergonzaría a mí, a Elías... o a todos los presentes. Mi hermana me tenía contra las cuerdas y parecía especialmente satisfecha de ello.
Elías se duchó primero, lo que me dio tiempo a reflexionar sobre el que había sido uno de los días más raros de mi vida. Yo fui después, nerviosa, repitiendo mil veces en mi cabeza un escenario en el que el muchacho ya habría sucumbido al sueño antes de que llegara con él y me haría perder mi última oportunidad. Pero no fue así. En realidad, me lo encontré echando un vistazo curioso a las estanterías.
―Eh, nada de juzgar. ―Le advertí en un tono jocoso―. Que he visto la tuya y las comparaciones son odiosas.
―Así que la Dark Vero se vuelve suave y la Cinnamoroll Vero viene combativa, ¿eh? ―Decidió provocarme―. Luego dices que soy yo el que te confunde.
―No eres precisamente tú quien me confunde. ―Bajé la guardia por unos instantes, acusada por unos ojos irisados que me miraban cuando cerraba los míos―. ¿Qué? ¿Ves algo que te guste?
―Había olvidado estas fotos. Cómo ha pasado el tiempo, ¿eh?
Señaló una polaroid del día en el que cumplí siete años. Con una boca mellada, un flequillo mal cortado tras un incidente con las tijeras y un pijama que probablemente ya fuera hortera hasta en la época. Menudo cuadro de niña. Pero a mi lado estaba Eli, arrancándome una sonrisa como siempre, con sus pecas inocentes y sus tontorrones ojos de color caramelo. Ahora estaba más crecido, más guapo y, si cabía, aún más payaso. Pero seguía siendo él. En cambio, a mí me costaba reconocerme en ella. En el fondo, quería volver a ser así. Ese terremoto alegre y despreocupado que no tenía que ocultarse detrás de una capa de sombras por miedo a perder el control de sus demonios. La chica relajada y enérgica que no necesitaba fingir frialdad para construir su fachada.
Zack tenía razón: quería volver a vestir esa sonrisa, a pesar de todo. Me lo merecía. Solo tenía que alcanzarlo.
―¿Sabes? ―Di un par de saltos hacia él―. Al final se ha cumplido mi deseo. Vuelve a ser mi cumpleaños.
―Eso es... técnicamente cierto. ―Recorrió mi mejilla con cariño. Solo esperé que no se notara ese estremecimiento tan tonto que me había dado de repente―. Supongo que eso significa que nos han dado una segunda oportunidad. Esta vez, he silenciado el móvil y todo.
Aunque nuestras palabras fueran distintas, nuestros cuerpos empezaron a imitar ese momento que desperdiciamos. Él se inclinó, yo me puse de puntillas... Volvíamos estar a escasos centímetros, sintiendo la respiración del otro.
―¿Y qué hacemos con...?
No terminó la frase, pero ambos sabíamos cuál era la palabra que faltaba en ella. Ninguno se atrevía a decir ese nombre en voz alta, pero quizá fuera la mejor idea.
―¿Sabes qué? Dejemos ese problema para mañana. ―Pasé la mano por detrás de su pelo y tiré ligeramente de su cabeza hacia mí―. Ahora lo único que quiero es besarte de una maldita vez y acabar con esta tortura.
―Guau. Qué atrevida.
―Queremos algo, ¿no? ―¿Cómo estaba logrando ser tan confiada mientras sentía hasta mi última fibra arder?―. Pues a por ello.
Eso fue lo que hice. Recortar lo poco que nos separaba y dejar que nuestros labios se juntaran. Quizá de una forma mucho más torpe que la que había idealizado en mi cabeza, sí, pero no podía siquiera fingir que eso me importara un ápice. En mi defensa, la primera vez solo había tenido que dejarme llevar y ahora la iniciativa era mía. No tenía claro del todo qué era lo que se esperaba de mí, si la diferencia de nuestras alturas me estaba jugando una mala pasada o era cosa mía o si estaba haciendo las cosas estrepitosamente mal.
Por suerte, Elías solo necesitó de dos palabras para quitarme cualquier preocupación que pudiera tener encima en ese momento.
―Te quiero ―susurró sobre mis labios antes de lanzarse a por más, casi con ansias―. Ya lo sabes, pero tenía que decírtelo.
Entre besos, caricias y risas, perdí la noción del tiempo. Pero no me culpé. Llevaba tanto esperando este momento que todo lo que invirtiera en él iba a parecer poco. Sentía que el mañana amenazaba con llamar a mi cabeza con sus pensamientos intrusivos, así que solo buscaba la forma de alargar este momento hasta el infinito. Aun así, mi cuerpo tenía demasiado claro que ese día había sido largo y empezaba a apagarse contra mi voluntad. La cama empezaba a parecer cada vez más mullida y yo solo me resbalaba hacia ella sin darme cuenta.
―Eli ―pregunté en uno de estos tontos suspiros, insegura de si seguía o no en vigilia―, ¿puedes abrazarme esta noche? Necesito... descansar. Que esta vez seas tú quien me proteja.
―Y todas las que quieras ―me rodeó con sus brazos y dejó sus labios sobre mi frente.
―¿Qué pasará mañana? ―balbuceé. Ya me costaba incluso juntar las sílabas.
―Que te seguiré queriendo ―aseguró con un gesto tierno―. Ya tendremos tiempo para resolver lo que se nos venga encima.