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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 26, por Elías Delfín (parte 3)

Capítulo 26, por Elías Delfín (parte 3)

Nuestro equipo fue el séptimo en pasar a la laberíntica zona de combate. Si tuviera que definirla de alguna forma, sería como en uno de esos juegos de mesa en los que el que dirige monta el mapa con las piezas que antes tenía, sin preocuparse de que un desierto abrasador lindara con una zona helada, solo que la forma de esas piezas también parecía irregular y correspondían más con distintas localizaciones del juego que homenajeábamos.

De repente, Mako reaccionó por su cuenta, conjurando una lanza de luz que clavó en el ojo de un poco original cíclope con porra. El pájaro de Zack no tardó en rematar a la criatura con una ola abrasadora.

―¡Vale, vale! ―Salió una chica de detrás de la esquina, recogiendo al monstruo con su látigo―. ¡Os prometo que venimos en son de paz! ¡Queríamos pedir una alianza!

Nuestro compañero no se tomó esa afirmación como cierta, pero extendió su brazo para que el ave se posara sobre él. Los compañeros de equipo de la domadora del cíclope se unieron a ella y agacharon la cabeza, avergonzados.

―¡No sabíamos que ibas a ser tú el próximo, Zack! ―dijo uno de los compañeros de la atacante―. ¡De verdad! ¿Qué te parece si nos aliamos? ¡Así tendremos más posibilidades!

―Os daré un consejo: estoy seguro de que no vais a ser los únicos con esa estrategia tan cutre de emboscar a la gente en la puerta ―ladró, prestándole más atención a su criatura que al otro grupo―. De todos modos, ya deberíais saber que no me alío con cobardes a estas alturas. ¡Adelante, Zaza!

Antes de que los domadores pudieran actuar, el pájaro de fuego acometió contra el trío. Aunque los tres invocaron al resto del equipo para defenderse, sus miradas dejaban claro que habían asumido la derrota. No obstante, estaba claro que querían hacer mella en el expediente del campeón.

―¡Concentrad vuestros ataques! ―clamó la líder, que nos atacaba con el segundo glitch de su equipo―. ¡Estoy hasta las narices de perder contra ese pollo una y otra vez!

―Lo siento, Irene ―Zack invocó a su segunda criatura, un gato ninja con una cola de demonio ambarina―. Añade esta también a tu lista de derrotas.

No estaba seguro de si los dos demonios del equipo de Zack habrían podido por sí mismos contra los cinco rivales, pero la presencia de Mako hizo que no tuviera que formularme esa pregunta. En cuestión de segundos, todos los glitches cayeron como moscas y sus ordenadores anunciaron su derrota.

Ni siquiera había tenido ocasión de dar una simple orden.

―Me gusta más estar en tu equipo ―le dijo el albino a la exorcista―. Estoy seguro de que con un demonio asistiéndote, no hubiera tenido oportunidad alguna en ese duelo.

―Así es. ―La muchacha echó a andar sin preocuparse por los tres caídos en combate―. Cuando quieras, te concedo la revancha.

―Me parece perfecto, pero concentrémonos ahora ―protesté, algo desanimado por jugar varias ligas por debajo―. Sabía que eras bueno en esto, pero no que tus amigos te la tuvieran jurada. Eso no se lleva especialmente bien con el espíritu de un Battle Royale.

―Es una rivalidad sana ―se justificó―. Seguro que le hubiera dicho exactamente lo mismo a cualquier otro que no dejara de ganarle.

Avanzamos por la ciudad y decidimos montar nuestra base en un parque infantil. Era el lugar perfecto: despejado, para que cualquiera que se acercara pudiera ser visto desde lejos, pero con una estructura central en la que el domador y la exorcista podían colarse sin que nadie se diera cuenta. Yo era demasiado alto como para esconderme y un objetivo tan atractivo como solitario.

A pesar de todo, no estaba precisamente desentrenado. Cuando la primera oleada de curiosos se acercó (y me reconocieron como «ese tío que va con Zack»), pude hacer algo por mí mismo. De entre los glitches que habíamos diseñado, me quedé con una pequeña diablilla capaz de lanzar hechizos elementales a su antojo. Nixie, por su parte, era tan buena erigiendo escudos como curando y mi entrenamiento como exorcista hacía que tomar control no verbal de ellos a través de mi aura fuera intuitivo para mí. Además, sabía que tenía mis propios poderes como última opción en un brete.

Aun así, no hizo falta. Cada monstruo que se acercaba a por mí acababa atravesado por el pico de Zaza y estallando en llamas o derribado por una jabalina luminosa que parecía salir de la nada. No obstante, los más duros aguantaban más de un asalto y me hacían difícil pensar que mi aportación al combate era de algo más que la de ser un señuelo de metro noventa.

El estar en primera línea de combate me hizo también percibir con mayor claridad el aura inquietante que emanaba de los atacantes, que se negaban a responder a mis chascarrillos. ¿Ignorar mis cuidados chistes? Eso sí que me cabreó. Para una cosa que estaba haciendo bien, tenían que ser valorados.

―De acuerdo ―avisé a mis aliados cuando hubieron pasado quince minutos sin que nadie se atreviese a atacar―. Parece que ya hemos desbrozado a los que son tan tontos como para caer en una trampa obvia por una oportunidad de marcarse una victoria contra ti. ¿Qué hacemos ahora?

―Tengo una lista de nombres en la cabeza ―respondió el albino―. Todavía no he tachado ni uno solo de ellos.

―Además, están Seven y esos dos tíos ―nos recordó Vero―. Dudo que estén participando sin intenciones de ganar.

―Iker y Marga ―completó el domador―. Los padres fundadores, los que dirigen el cotarro con Seven. Es raro que se apunten a algo así, pero si lo han hecho... Temed la que puedan liar.

―Especialmente con tanto presagio poco halagüeño que tenemos encima ―tercié, extendiendo el brazo a Zack para que saliera del tubo en el que estaba escondido―. Mi sentido arácnido me dice que están tramando algo.

―¿Cuál es el plan, entonces? ―Vero clavó sus ojos en mí, buscando respuestas. Una tonta sensación de ánimo me recorrió―. Adelante, estratega.

Me subí a la parte superior de la estructura. Ya ni siquiera me sorprendía cuánto distaba de lo que debería ser el techo. Solo quería ver si se podía avistar algo a lo lejos, pero estaba empezando a formarse una niebla cargada de una extraña energía espiritual en la lontananza. Si mi experiencia como jugón era buena profesora, no traía buenas noticias. Como en la historia en la que este evento se inspiraba, el terreno se iba reduciendo poco a poco para concentrar a los supervivientes en un lugar en el que no pudieran eludir la responsabilidad de la lucha.

―Tenemos dos opciones ―señalé, alzando primero el dedo índice, y luego puntualizando la segunda―: podemos seguir luchando contra los que nos crucemos mientras bordeamos el out of bounds... o podemos ir directos al centro, que algo me dice que es esa extraña torre que se extiende hasta el techo. Confío ciegamente en vuestra fuerza como para elegir la segunda. Si mi intuición está lo suficientemente afilada, será un lugar disputado. Imagino que solo los más fuertes sobrevivirán en él, pero justo eso es lo que nos mantendrá alejados de los que solo podrían vencernos con un ataque traicionero.

―Pretendes... ¿atacar de frente? ―Zack soltó una carcajada―. ¿Esa es tu estrategia maestra?

Asentí con la cabeza, sin necesitar más justificaciones.

―Me gustas, tío.

―Lo sé ―afirmé, intentando parecer chulo. Por desgracia, la voz se me distorsionó un poco en la última sílaba―. Pero no lo sugeriría si no confiara en vosotros... y en tus estúpidos rituales en busca de la buena suerte.

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Bajé de un torpe salto y echamos a caminar, a paso seguro, hacia la torre. Si estuviéramos en una película, sería una escena perfecta para poner a cámara lenta en su tráiler. El payaso del grupo cayendo de forma inelegante y luego el poderoso paseo hacia los villanos, una fórmula más que probada.

Aunque en la arena imperaba el silencio, podía escuchar en mi cabeza una banda sonora triunfal acompañándonos a los tres combatientes y sus cinco bestias. Se me hizo fácil entender por qué el albino había abrazado el lado divertido de lo que para muchos no podía haber sido más que un trauma en el que había demonios de por medio. Cómo la capacidad de traer tus conocimientos extrañamente específicos de los mandos de una consola a la vida real podía cambiarte la vida.

Le eché un vistazo mientras canturreaba moviendo los brazos con energía. Tenía claro que necesitaba proteger esa sonrisa tanto como la de Vero. Fuera lo que fuera lo que Seven estuviera tramando, tenía que esforzarme al máximo y no quedarme atrás. Di un acelerón hacia mis compañeros y los reuní pasándoles un brazo por encima del hombro a cada uno.

***

La base de la torre ya estaba siendo flanqueada por tres equipos que parecían estar confabulando. Zack reconoció alguna de las caras que tenía en su lista al mirarlos, pero se cuestionó rápidamente el porqué de esa alianza.

―¡Ey! ―Adiós al sigilo. Zack se había tomado de una forma muy literal eso de luchar de frente―. ¿Os hace un duelo? Venga, va. Yo os gano como de costumbre y vosotros me dejáis pasar a la torre.

La voz que le respondió me resultó inquietante. Ajada, reverberante y ciertamente incómoda en los oídos. Si no fuera porque los labios de esa tía se movían con ella, hubiera pensado que estaba reproduciendo una grabación con todos los filtros de sonido posible.

―El campeón ha llegado.

―Venga, va, agradezco que ya estéis llamándome campeón, pero ese tono me da mal rollo.

―El campeón ha llegado ―repitió.

―Dejad la bromita, anda ―resopló con fuerza, casi intentando hacer volar su pelo para llamar la atención.

―El campeón ha llegado ―repitió una segunda voz, tan extraña como la anterior.

―Que sí, que vengo a daros de hostias ―refunfuñó, sacando a pasear a su halcón―. Os dejo elegir si por las buenas o por las malas.

―El campeón... No está con nuestro señor.

Otro escalofrío me recorrió la espalda. Eché una mirada a Vero, esperando que esta vez mi mensaje llegase claro y conciso a través de la preocupación de mi rostro. Ella, en respuesta, se limitó a levantar la barbilla en dirección a los defensores, como dándome una instrucción.

No tardé en entenderla. Eh, ¿estábamos activando nuestros poderes de sitcom? Sabía que quería que activara mi Vista.

―Me cago en... ―farfullé, al darme cuenta de que los ojos irisados de nuestros enemigos habían pasado a brillar en un intenso y asfixiante carmesí.

Un montón de hilos nacían de sus muñecas, retorciéndose por sus alrededores y cayendo justo en sus cabezas. Solo había oído hablar de ellos en las historias, todo eso gritaba claramente el nombre de Algodaoth.

―No lo entiendo ―susurró casi en mi oído―. ¿Por qué los vuestros no...?

Tocó la parte de la carcasa que escondía los circuitos demónicos y, sin mediar una palabra más, se echó un vistazo a las yemas de sus dedos. Por su reacción, similar a la que haría alguien al tocar accidentalmente una llama, tenía claro que había algo fuera de lugar. Cuando entendió qué había ocurrido, suspiró con fuerza, llevó sus dedos al pin que llevaba sobre mi solapa y me abrazó con lo que parecía un sollozo incipiente en sus labios.

―Gracias, tito.

Cuando se recompuso, abandonó el susurro y se dirigió al albino. Su cuerpo aún temblaba, pero la determinación de su llameante aura era visible para todos los presentes: para Verónica Garza, esa misión ya no era un juego.

―Deja de intentar hablar con ellos. ¿Recuerdas eso que te dije de que te avisaría si las cosas se torcían? Aquí tienes la señal. ―Tomó algo de altura para dar las órdenes con claridad―. Mako, ya sabes lo que hacer. Eli, cúbrenos las espaldas. Nixie y tú tenéis que mantenernos a punto. No creas que lo hago por mandarte a un lugar seguro; tu rol es importante. Si no pones toda la carne en el asador, Zack no podrá combatir al máximo de sus capacidades. Sin tu apoyo, no podré luchar sin cuartel. Necesitamos también tu juicio: si me dices que dé una voltereta, lo haré. Si me dices que me lance con la espada al cuello de uno de esos tíos, lo haré.

―¿Y si te pido un beso antes? ―elegí un mal momento para hacer una broma, pero era lo que me pedía el cuerpo.

―Te llamaré imbécil, te diré que en menudo momento se te ocurre pedírmelo... ―Se apartó el pelo de la cara y desvió la mirada a otro lado―. Te diré que claro, que te lo daré.

No creía que fuera a honrar mi broma, pero ese beso trajo consigo un subidón que logró cargarme las pilas y poner a punto mis propios poderes. Aunque eso de usar habilidades ajenas al GLMP vulneraba el espíritu de este evento, ver que nuestros enemigos también habían roto la norma explícita de «solo dos glitches por participante» sacando un jodido ejército de demonios al que enfrentarnos de sus muñequeras, las objeciones morales saltaron por la ventana sin paracaídas.

Ahí estaba: con mi mano derecha sobre el pelo de Zack, descargando mis propias fuerzas espirituales y premiando sus esfuerzos en un solo gesto. La izquierda, controlando con su látigo espiritual a una Nixie que revoloteaba alrededor de Vero. Mi cabeza, analizando todo el campo de combate.

Zack, gracias a mi ayuda, pudo atreverse a poner toda la carne en el asador. Aunque la máquina chillaba con pitidos estridentes para recordarle que rompía las normas del evento, empezó a invocar su propio ejército. Según me había contado, ya controlar tres al mismo tiempo drenaba demasiado sus energías como para mantenerlo, pero con alguna que otra enseñanza espiritual de la sacerdotisa y el apoyo de mi propia fuerza, había conseguido superar esa barrera. Lo que no esperaba es que sacara un equipo de diez monstruos y manejase sus hilos combinando las órdenes a través de su voz, el control a través del aura y ese componente de «confío en tu buen hacer» de los espíritus que había capturado horas antes.

La exorcista hizo lo que mejor sabía: dejar ondear su pelo al viento etéreo, iluminar su ojo con el brillo de lo más profundo de su alma y sacar la espada y el escudo del Héroe. Se compenetraba a la perfección con su mascota virtual hasta el punto de no necesitar apoyo en el ataque, pero envié también a mi pequeña diablilla para que la asistiera con lo que buenamente podía hacer. Por desgracia, no tardé mucho en darme cuenta cuán agotador estaba resultando para mis energías, por lo que cuando la espada de Vero logró su tercera baja, me vi obligado a recuperar al segundo glitch para tener un mejor control de la situación y poder concentrar mi mente en proporcionar instrucciones más certeras.

El combate de Zack me exigía mucho. Me faltaba entrenamiento y, sin duda, no estaba acostumbrado a usar mis poderes de una forma tan continua. No podía hacer que el monstruo que había invocado se encargara de él, porque los enemigos a los que se enfrentaba Vero tampoco eran pocos y necesitaba hasta la última gota de energía que el diablillo pudiera proporcionarle para reparar los daños que sufría.

Solo podía estar con un brazo extendido en cada dirección y los ojos en el combate, viendo cómo mi energía se agotaba sin poder hacer nada. No. No era «nada». Era una batería glorificada. Algo que sonaba negativo en mi cabeza, sí, pero una piedra angular en la estrategia. Si me apagaba antes de tiempo, no solo su potencial de daño caería en picado, sino que estaríamos en verdadero peligro. De alguna forma retorcida, sentía que la victoria dependía de mí. No podía parar. No cuando nos estábamos acercando al final del combate.

De los nueve rivales, solo quedaban tres en pie. A pesar del control demoníaco, el trozo del Gólem de Pirita incrustado en sus almas no les dotaba de una habilidad espiritual excepcional. Sus reservas de energía no debían ser mucho mayores que las de mi compañero y el demonio que manejaba sus hilos no tenía preocupación alguna por ello.

Un pensamiento me sacudió la cabeza de repente. ¿Y si no fuese ese el caso para todos? No podía dar por hecho que todos los luchadores habían obtenido sus poderes del fragmento del demonio. Por ejemplo, la hermana de Zack fue víctima del Efecto, pero ya contaba con potencial antes de ello. Y, al fin y al cabo, para convocar a Algodaoth, un glitch... Había que atraerlo un cebo.

―Esos tres... ―jadeé. El corazón se me iba a salir por la boca―. No van a caer tan rápido por su propia cuenta. Tienen mucho más poder espiritual del que consume ese ordenador. Si tienen tantas criaturas en ese GLMP como tú... No van a acabarse nunca.

―¿Nueva táctica? ―Quiso saber el domador―. Tus deseos son órdenes, comandante.

―Como dirían en JoJo's, «si no puedes vencer al stand, vence a su usuario».

―¡Entendido! ―gritó con todas sus fuerzas, que no parecían ser demasiadas―. Vero, el estratega dice que nos liemos a hostias con los domadores. No quería tener que llegar a esto, pero... A veces lo mejor que puedes hacer por un amigo es darle un puñetazo en la cara.

No estaba seguro de poder presenciar con mis propios ojos la resolución del combate. Había oído hablar largo y tendido de la fuerza de la voluntad para mantenerme en pie en momentos así, tanto de Norma como de múltiples fuentes de ficción. Sin embargo, y aunque la tenacidad no era algo que me faltase, mi agotado cuerpo no quería responder a mis deseos.

Solo esperé que mi última descarga de energía fuera suficiente como para que el combate se saldara a nuestro favor. Después de dejar escapar lo poco que restaba de mi espíritu, sentí mi cuerpo desplomarse contra el suelo. Probablemente, con una sonrisa de satisfacción por haber hecho algo. No tuve tiempo de asegurarme. Mi mente se vio invadida por esa niebla que te hace incapaz de discernir qué está ocurriendo ahí fuera y mis párpados empezaron a bajar por sí mismos.

En el último momento, una figura se presentó frente a mí. Incapaz de distinguir la vigilia del sueño forzado, solo pude cuestionarme a quién podría pertenecer esa armadura de cuero llena de viales y esa larga trenza de color lavanda.

―¿Ra... Rapsodia? ―musité con mi último aliento.

Definitivamente, estaba delirando. Era imposible que la protagonista de Seldoria Chronicles hubiera venido a salvarme.