¿Cuántas horas habían pasado? Nora no llevaba encima un reloj o un teléfono que funcionase, así que no tenía forma de medir el tiempo de forma precisa. Pero en base a lo que podía ver desde las plataformas, ya había pasado el mediodía. Su ropa ya se había secado. Su estómago estaba haciendo ruido otra vez. El tiempo volaba. Y William seguía sin aparecer.
Su preocupación era innegable. Sin embargo, viendo el lado positivo, tuvo algo de tiempo para reflexionar sobre todo lo que había pasado el día anterior. Especialmente en relación con los caminantes. Que el mundo estuviese lleno de mala gente era algo que ya veía venir, pero los usualmente torpes zombis convirtiéndose en monstruos rabiosos sin previo aviso la superaba. No era de extrañar que todo el mundo temiese a la noche, ahora tenía sentido. En serio, ¿qué pasaba con ellos? Y pensar que ya la asustaban durante el día… No se esperaba aquel retorcido giro de los acontecimientos.
No obstante, William definitivamente los conocía en detalle. Conocía los peligros de la noche, sabía cómo reaccionar, sabía qué esperarse. Se preguntaba por qué no la había avisado con antelación. Quizá era una cuestión de confianza, como de costumbre. Después de todo, eran a todas luces desconocidos; desconocidos que se habían topado el uno con el otro bajo circunstancias muy sospechosas. Y ambos tenían secretos que ocultar y problemas personales, Nora no dudaba de ello ni por un instante.
Pero, para empezar, ¿qué es la confianza? ¿Poner tu vida en manos de otros? ¿Compartir tus secretos con ellos? ¿Compartir emociones, experiencias…? Una palabra tan simple, pero con un significado tan abstracto… ¿Y hasta qué punto era la confianza un concepto válido en aquel nuevo mundo? ¿Realmente podía uno permitirse el lujo de confiar en otros en un entorno tan duro?
Fuese como fuese, nada de aquello importaba si William nunca volvía. Y la espera estaba poniendo a Nora nerviosa. Estaba asustada. ¿Dependía tanto de él? Aparentemente, sí.
…
Nora se quedó mirando la puerta al otro lado de la habitación. La estantería metálica que habían arrastrado frente a ella seguía allí, bloqueándola. La pared entera estaba ligeramente hundida hacia dentro debido a la fuerza que la horda había aplicado sobre ella desde el exterior. Ya había pasado el mediodía con creces, al menos un par de horas a mayores. No podía esperar más. Era consciente de que si la noche caía sobre ella otra vez, sería su fin. De ninguna manera podría sobrevivir de nuevo por su cuenta. Tenía que moverse, incluso si caminaba hacia una muerte prematura.
Supuso que apartar arrastras la estantería entera haría ruido innecesario, por lo que pasó varios minutos descargando con cuidado las cajas y herramientas azarosas que llenaban los estantes, colocándolas en el suelo o en el mobiliario cercano, hasta que la estantería estaba casi vacía. Entonces, agarró una esquina, y tiró lentamente de ella. Se movió. Centímetro a centímetro, el mueble se había apartado del medio.
La puerta estaba libre. ¿Se abriría siquiera? Estaba literalmente doblada, pero el marco tenía buen aspecto. Tragó saliva. Por algún motivo, sintió un escalofrío que le bajó por la espalda. Echó la mano al pomo.
“Para.” una voz a su espalda la sobresaltó.
Nora se estremeció y dejó escapar un chillido. Se dio la vuelta de forma apresurada. Una figura sombría se encontraba de pie en el marco de la puerta de entrada, observándola. Era un hombre, eso era seguro. Le pareció familiar, pero el hecho de que estaba de espaldas a la luz hacía difícil el poder saber quién era. Antes de que pudiese decir o hacer nada, la figura se abalanzó sobre ella y le puso una mano en la boca. La emboscada repentina la tomó por sorpresa de tal manera que no pudo reaccionar a tiempo. Agarró su brazo y trató de resistirse.
“¡Calla…!” conocía esa voz. Sus ojos se abrieron de par en par, y cesó toda resistencia en cuanto pudo finalmente identificar a la persona que la sujetaba.
‘¡William…!’ lágrimas de alivio se acumularon en sus ojos.
Burlándose de su reencuentro, varios golpes suaves resonaron contra la puerta que Nora había estado a punto de abrir momentos antes. Insistieron durante varios segundos hasta que al rato se rindieron. Entonces, William le quitó la mano de la boca.
“Tienes agallas, lo admito. Bueno… o bien agallas, o bien estupidez. Si hubieras abierto esa puerta, estarías muerta.” susurró. Su voz sonaba áspera y enfermiza, como si hubiese cogido un catarro. “No deberíamos hablar aquí. Salgamos.”
Nora estaba ansiosa de oír lo que tenía que decir. Su cara mostraba una sonrisa tímida, aunque era imposible saber si él la había notado en la relativa oscuridad de la habitación. No le importaba, estaba aliviada. Inmensamente aliviada.
Le siguió al exterior, tras recoger su mochila del suelo.
“E-Entonces, ¿¡estás bien…!?”
“Eso parece. Nunca he oído de nadie que haya tardado tanto en convertirse, suele ocurrir en un periodo de algunas horas. Depende mucho del lugar de la mordedura. El tiempo puede variar, desde casi instantáneo hasta varias horas. Pero nunca lo he visto tardar medio día. Y no me siento mareado… así que yo diría que me he librado.” se detuvo por un momento, se apoyó en la barandilla de la pasarela y observó al río durante un rato largo. “Supongo que ya eres consciente de ello, pero es un puto milagro que estemos vivos ahora mismo.”
Nora asintió mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos.
“Um… Entonces… ¿A dónde fuiste…?” preguntó.
William la miró directo a la cara, luego cerró los ojos y suspiró profundamente. Se quitó la mochila, la abrió, y sacó algo de su interior.
“Toma. Es para ti.” dijo, ofreciéndole una pequeña caja.
“¿Eh…?”
Nora aceptó la caja, y al principio no sabía qué era lo que tenía en las manos. Hasta que se percató de las etiquetas y rótulos que la cubrían.
“¡Ah…! ¡¡Imposible…!! William, ¿¡es esto…!?” Nora no podía creer lo que estaba viendo.
Era una caja de una medicina muy concreta.
“Escucha… No importa la suerte que hayamos tenido, lo arriesgado que haya sido, o las malas decisiones que se hayan tomado… En el fondo, realmente no importa. Estamos ambos vivos, eso es lo que importa. Y si tú no hubieras salvado mi vida arriesgando la tuya propia, poniéndome a salvo, quedándote conmigo hasta el final…” se detuvo por un momento. Probablemente no quería pensar en todas las cosas que podrían haber salido mal, y Nora tampoco. “Creo que es justo que ahora te devuelva el favor salvando la vida de tu hermana.”
Nora abrazó la medicina entre lágrimas, y rápidamente procedió a ponerla a salvo dentro de su mochila.
“¡Gracias…! ¡¡Gracias…!! Busqué esto con tanto ahínco, ¿cómo has conseguido…?”
“No preguntes. Te dije que me buscaría la vida. Ahora pongámonos en marcha. Los caminantes parecen haberse quedado atascados en el otro lado de las pasarelas, pero la parte superior del puente está despejada. Los que estaban ahí arriba eran probablemente la horda que nos encontramos anoche. Deberíamos apresurarnos y tomar esta oportunidad.”
¿Cuánto tiempo había pasado desde que Nora había sonreído auténticamente, desde el fondo de su corazón? ¿Seis meses, quizá? De ninguna manera, ni de cerca.
Con total seguridad, habían pasado más de seis meses.
******
En comparación con las adversidades del día anterior, la suerte parecía haberse tornado en su favor. El puente y las calles que lo rodeaban estaban desiertas, con excepción de algún que otro caminante rezagado, y no habían tenido ningún problema notable a la hora de regresar a los tejados en su orilla original del río.
Que Dios bendiga las mochilas impermeables. William se había tomado la molestia de conseguirlas varios meses atrás, y funcionaban de maravilla. Incluso tras sumergirse durante periodos considerables de tiempo, su interior se mantenía seco e inafectado por la humedad. Su caída en el río había arruinado algunos de los objetos más vulnerables que llevaban en los bolsillos, pero los contenidos de las mochilas se habían mantenido en perfecta condición. Y aquello era particularmente positivo con respecto al panel solar que tanto les había costado conseguir.
Además, cuando volvió a la ciudad a buscar la medicina para Lilian en una farmacia cercana, no solo había recogido suministros médicos adicionales, sino que también había conseguido encontrar más alimentos por el camino.
Comida, medicinas, y una pieza crítica de equipamiento. Tanto Nora como él se habían llevado una paliza, pero estaban vivos. El camino de vuelta transcurría sin incidentes. ¿Estaba al fin mejorando su suerte después de una racha de infortunios?
No, al parecer.
“Joder, maldita sea… Ya me había olvidado de esto…” William observó, molesto, el paquete de cigarrillos que el río había arruinado la noche anterior. “Bah…” procedió a tirarlo y a enfurruñarse.
Nora le miraba mientras bebía a sorbos de la poca agua que le quedaba. William no tenía claro si su mirada era sentenciosa, burlona, o si simplemente le daba igual.
Se habían detenido a comer algo y a descansar antes de continuar el resto del camino hacia el refugio. Esta vez les sobraba el tiempo, William estaba seguro de que llegarían sin problemas, a menos que surgiese algún nuevo contratiempo.
Miró al horizonte. La ciudad se extendía hasta donde alcanzaba la vista, fila tras fila de edificios. Tiempo atrás, el cielo estaba oscurecido por la polución, casi se podían percibir las nubes de humo y de basura química que emanaban de la ciudad y se diluían en la atmósfera. Pero ahora, el cielo se mantenía brillante y despejado.
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‘……’ caviló por algunos segundos.
“Gracias.” dijo.
“¿Eh…?” Nora lo miró desconcertada, aquella palabra la había tomado por sorpresa.
“Todavía no te he dado las gracias de forma apropiada… Por salvarme el culo.”
“Ah, eso… Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho…?”
“Lo sé. Dependes de mí, ¿me equivoco?”
Podía percatarse de cómo aquellas palabras habían dado justo en el clavo. Los ojos Nora se abrieron mucho por un momento, y luego evitó el contacto visual por completo, decidió mirar al suelo en su lugar.
“Tal y como dije el otro día cuando nos conocimos, supe que no tenías ni idea desde el momento en que te vi por primera vez. Y no creas que no te he estado observando durante este viaje. Eres propensa a arrebatos emocionales, te apegaste y te volviste dependiente de un completo extraño como yo… Y yo me aproveché de eso.” explicó. Nora se limitó a escuchar. William no sabía si había decidido no decir nada, o si en realidad no tenía nada que decir. “Te dije lo que necesitabas saber, cuando necesitabas saberlo. Cuanto menos supieras, más dependerías de mí. Cuanto más dependieses de mí, menos probable sería que me clavaras un puñal en la espalda. Y seamos realistas, has tenido todos los motivos para hacerlo, teniendo en cuenta la forma en la que te traté cuando nos encontramos por primera vez.”
William se irguió del bordillo en el que estaba sentado, y caminó hacia la barandilla que rodeaba el tejado, justo frente a él.
“Y, aun así, elegiste salvarme la vida. Así que, dime… ¿Lo hiciste por buena voluntad, o porque de lo contrario morirías sin mí?” se giró y se apoyó de espaldas contra la barandilla, encarándose hacia Nora.
“Yo… U-Um…” Nora masculló, pero le costó articular palabras coherentes. “Ambas opciones son ciertas… Supongo que lo hice por ambos motivos.”
“Como imaginaba…”
“No quiero hacer daño a nadie. No tengo motivos para apuñalar a nadie a traición, a menos que me hagan daño a mí o a la gente que me importa… Y tampoco quiero que nadie muera, a menos que me den un motivo para odiarles. Pero también sé que no puedo sobrevivir a esto por mi cuenta. Y también están Lilian y Claire, yo…”
“Ya, ya… Entiendo.”
Indecisión. No querer ensuciarte las manos, esperando que todo salga bien, esperando que nadie tenga que morir. Esa ilusión apenas tenía cabida en aquel mundo, pero William comprendía que algunas personas eran así. No todo el mundo podía endurecerse y hacerse fuerte frente a la adversidad.
Miró arriba, hacia el cielo, y reflexionó durante un rato.
“Escucha, yo solía confiar mucho más en la gente, ¿sabes?”
“¿Mhm…?”
“Supongo que te habrás dado cuenta, pero ese refugio solía albergar a muchas más personas… Teníamos una comunidad entera ahí.”
“¿…Puedo preguntar qué ocurrió…?”
“Están todos o muertos o desaparecidos. Y todo por la traición de una única persona. Habíamos sobrevivido juntos casi desde el inicio de la pandemia, y todo se fue al infierno en una sola noche.”
“¿Fue… el día que vimos la señal de humo rojo…?”
“Exacto…”
Transcurrió un largo periodo de silencio.
“Lamento oír eso… Creo… Creo que ahora entiendo mejor la situación.” dijo Nora.
“Me dije a mi mismo que no volvería a confiar en los desconocidos. Si no puedo confiar en alguien que he considerado un compañero desde el principio, ¿cómo diablos se supone que debo confiar ciegamente en alguien que no conozco de nada?” William estaba prácticamente gritando en aquel momento. Nora simplemente asintió y escuchó. “Por mucho que me disguste, es la única forma en que puedo evitar que alguien vuelva a joderme. Pero aun así… quiero confiar en ti. Supongo que es una mera corazonada. Que me aspen si me sale el tiro por la culata, pero no quiero seguir manteniéndote a ciegas.”
Los ojos de Nora parecieron iluminarse al oír aquello. Levantó la cabeza y le miró directamente de nuevo.
“Ah… ¿E-En serio…?”
Siendo sinceros, realmente no era más que una corazonada. Nora tenía algo que la hacía parecer una persona honesta. En cualquier caso, el momento en el que le hizo entrega de la medicina para Lilian fue un punto de inflexión para él. Aquellas lágrimas eran difíciles de fingir. La condición médica de la chica parecía ser legítima, y una persona egoísta no llevaría arrastras a alguien así. Al menos, eso era lo que William quería creer.
‘O es de fiar, o es una puta psicópata…’
“Pero no me malinterpretes. Voy a seguir vigilándoos a las tres.”
“¡D-De acuerdo…! Está bien. ¡Haremos todo lo que podamos para ayudar si nos das la oportunidad!”
“No espero menos. Hasta Lilian tendrá que encontrar algo que pueda hacer, incluso si es algo simple. No nos podemos permitir el cuidar de nadie.”
William suspiró. El concepto de varias personas trabajando juntas para sobrevivir ya parecía nada más que un recuerdo lejano. Verdaderamente no había pasado mucho tiempo, alrededor de una semana, pero se le había hecho una eternidad.
Tenía que ser cuidadoso alrededor de Nora y las otras chicas. Por muy “buena gente” que pareciesen, no podía dejarlas hacer lo que les viniese en gana. No quería volver a pasar por algo como aquello nunca más.
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“¡Oye! ¡El grupo de Richard acaba de regresar! ¡Baja la escalera!”
El sonido de la escalera de la salida de incendios deslizándose hacia la acera era chirriante, pero por suerte no había caminantes por ninguna parte en las manzanas circundantes aquel día.
“Me voy a asegurar de lubricar esa cosa hoy mismo. No soporto ese maldito ruido, y lleva así desde siempre.” dijo William desde la parte de atrás del grupo, mientras veía a la gente enfrente suyo trepar y ponerse a salvo.
“¡Jaja, ya! De hecho, hemos encontrado una pequeña botella hoy, ¿no? Podríamos usarla.” sugirió uno de los hombres al frente del grupo.
“¡Venga, dejad la cháchara para luego, subid de una vez!” dijo el hombre en lo alto de la escalera.
La noche caería en apenas algunas horas más, las salidas de saqueo se volvían más y más peligrosas cuanto más lejos se veían forzados a desplazarse. Quién sabe, quizá pronto tendrían que ir y asegurar un nuevo refugio en un área diferente de la ciudad. William empezó a subir la escalera en cuanto le llegó su turno, aceptando con gusto la ayuda del hombre que le esperaba en la cima. La mochila a su espalda era pesada.
“¿Todo bien? No falta nadie, ¿no?”
“No te preocupes, todo correcto. Nos encontramos con un par de grupos de caminantes, pero no hubo enfrentamientos directos.” respondió William.
“Ah, perfecto. Venga, entrad, veamos qué habéis conseguido.”
Entre los cuatro, habían encontrado comida, herramientas, suministros de mantenimiento y reparaciones, uno de ellos hasta había cogido un pequeño juguete para uno de los niños. Un poco de todo. Un viaje similar al día era típicamente suficiente para mantener el refugio abastecido, aunque en casos de particular necesidad se enviaba a más gente.
Había diecisiete supervivientes en total, entre los cuales dos eran ancianos y dos eran niños. Un pequeño grupo de personas se elegía cada día para salir y saquear la zona en busca de suministros. Nunca menos de cuatro integrantes. Todos los demás, en los apartamentos, se encargaban de gestionar su stock actual de suministros, reparar las barricadas exteriores, hacer guardia, o cualquier otra tarea que surgiese. Aparte de eso, la gente pasaba el tiempo como podía. O, mejor dicho, de la mejor forma en que se lo podían permitir en un escenario apocalíptico. Se favorecían las actividades sedentarias, como leer, dado que moverse y malgastar energía era una muy mala idea. A veces se recogían libros interesantes o apetecibles durante las salidas de saqueo, por este preciso motivo. Los niños lo detestaban, pero no había otra opción.
William dejó su mochila con suministros en el apartamento que usaban como unidad de almacenamiento en la cuarta planta.
“¡Ah! ¿Eso es del botín de hoy? ¡Solo había visto tres bolsas, ya pensaba que se había extraviado una de ellas!” dijo Emma, la mujer encargada de pasar inventario de sus recursos aquel día.
“Ah, bueno, sí. Me detuve un rato a hacer un mantenimiento rápido en la escalera de salida, me estaba volviendo majara cada vez que pasaba por allí.” respondió.
“Ooh, ya veo. No hay problema, no voy con prisas. Déjalo todo ahí, ya me encargo de ello.”
“De acuerdo, gracias.”
…
El edificio de apartamentos tenía un espacioso patio interior. Originalmente estaba cubierto casi por completo con baldosas, pero la mayor parte habían sido extraídas para revelar la tierra de debajo, en la cual se había plantado un jardín de hortalizas de tamaño decente. A William no le llevó demasiado tiempo avistar a una mujer de pelo amarronado merodeando por el lugar.
“Cariño, estoy de vuelta.” dijo mientras se acercaba a ella.
La mujer se giró hacia él, sus ojos verdes llenándose de luz, una sonrisa dibujada en su cara tan ponto le vio.
“¡Cariño…!” no se demoró en recibirle con un fuerte abrazo, seguido de un beso en la mejilla. “Me alegro de verte a salvo.”
“¿Todo bien por aquí?”
“Mhm.”
En verdad, no necesitaba intercambiar demasiadas palabras con su esposa, Amanda. Su conexión era más profunda que eso. William sentía que ella le comprendía mejor que él a sí mismo. En la mayoría de los casos, sus acciones y la forma en la que interactuaban físicamente el uno con el otro tenían más significado de lo que las palabras podían llegar a tener jamás. Sentía seguridad emocional cuando estaba cerca de ella, y eso no era algo que pudiese encontrar con facilidad en ningún otro sitio.
Amanda era prácticamente la única persona en todo el edificio que sabía cómo trabajar un campo y sacar algo comestible de él. Aparte de los ancianos, eso sí, pero su condición física ya no estaba para aquellos trotes. En cierto modo, encontraba un cierto grado de paz espiritual en aquel lugar. La comida fresca era un completo lujo en aquellos tiempos, por lo que un lugar que la producía se sentía como un regalo de Dios, casi místico, en cierto sentido. Al menos, así era como ella lo describía.
“¿Estás libre ahora?” preguntó Amanda.
“Lo siento, hoy me toca turno de guardia hasta medianoche.”
“Ooh, de acuerdo. Ten cuidado, ¿vale?”
…
El viento soplaba extrañamente fuerte aquella tarde, y el cielo empezaba a tornarse oscuro. Era casi la hora de la reunión de racionamiento diaria, la cual solía llevarse a cabo todos los días justo antes de que el sol se pusiese. Bastante simple: todos los inquilinos del edificio se reunían en una misma habitación, la gente responsable de mantener el inventario del día les hacía entrega de sus provisiones de comida y agua para el día siguiente, y luego todos se iban a dormir, en silencio.
Pensó que podría darle a un cigarrillo antes de la reunión. Amanda probablemente le echaría la bronca por ello, pero en realidad no volvería a estar cerca de ella hasta el fin de su turno de guardia algunas horas más tarde, por lo que no debería acabar tan mal el asunto.
Desde el tejado del edificio tenía una vista clara de los alrededores. La ciudad parecía tranquila aquel día. Mientras daba calada tras calada, tratando de proteger el cigarro del viento lo mejor que podía, se percató de que alguien se le acercaba.
“Oh, hola Desmond. ¿Cómo va todo? ¿También de guardia?” preguntó, saludando al recién llegado.
“Hola Will… No, hoy no, solo estaba estirando las piernas…”
Pensó que era un tanto extraño, pero quizá le apetecía tomar algo de aire fresco desde el tejado, así que no le dio importancia. Conocía a Desmond desde hacía bastante tiempo, era uno de los primeros supervivientes que se unieron al grupo original de William en el edificio, apenas un mes tras el comienzo de la pandemia.
Era un buen tipo. Bastante pequeño en lo que a tamaño físico se refería, un tanto cobarde, y sin mucha tendencia a hablar demasiado. Sin embargo, el propio William tampoco era una persona muy sociable, por lo que un tipo callado y tímido como Desmond era un compañero perfecto para él. Dado que no había nada en lo que fuese particularmente bueno, a menudo acababa encargándose de hacer guardia, o de otras tareas domésticas, y terminaba de cháchara ocasional con William con relativa frecuencia.
Hubo un largo momento de silencio. En cualquier otra situación, aquello era bastante normal entre ellos. Pero William sentía que algo no iba bien, ¿por qué? Desmond parecía más nervioso y afligido de lo normal, no paraba de mover las manos con inquietud, y le temblaban los pies, como si estuviese ansioso por algo.
“Eh, tío, ¿te encuentras bien?” preguntó William.
“A-Ah… Bueno, verás…”
William se le quedó mirando, como animándolo a que continuase hablando. Claramente tenía algo que decir. ¿Por qué estaba tan nervioso?
“Um… ¿A-Alguna vez has hecho algo de lo que te has arrepentido profundamente…?”