“Ha pasado un tiempo desde la última visita, ¿no?”
…
“Esta vez he traído conmigo a alguien más, espero que no te molesten.”
…
“¿Has estado bien? Lo sé, lo sé, tienes hambre… Ojalá pudiera darte algo, pero no sería muy seguro para mí, ¿verdad?”
…
“Todos hemos estado pasando por momentos difíciles últimamente, pero vamos saliendo adelante, no tienes que preocuparte por nada.”
…
“Ojalá pudiese hablar contigo de nuevo, cariño…”
…
El sótano estaba en completo silencio, interrumpido solo por el monólogo intermitente de William. Su voz salía en hilos. No esperaba una respuesta. Sabía que no había respuesta posible. En cierto modo, lo único que estaba haciendo era engañarse a sí mismo. Aferrándose desesperadamente a un fantasma del pasado, fingiendo conversar con los restos de algo que ya no estaba ahí. Sabía que no tenía sentido. Pero, ¿de qué otro modo se suponía que iba a mantener su cordura bajo control?
Los ojos vidriosos de Amanda sufrían contracciones nerviosas en la relativa oscuridad de la habitación, mirándolo fijamente y penetrándole el alma. ¿Quedaba algo de su identidad original tras aquella mirada sin vida? ¿Podía seguir llamando Amanda a aquella cosa?
Su mandíbula hacía débiles intentos de abrirse, emitiendo leves resuellos en el proceso, casi imposibles de percibir. William miró la prenda de ropa deshilachada que le colgaba del cuello. Inicialmente, había planeado amordazarla como medida adicional de seguridad, pero se rindió a medio camino. No podía soportar la idea de silenciarla. No a ella.
Una única lágrima se desprendió de los ojos de William. Vaya sorpresa. Pensaba que ya no le quedaban de esas. Aunque, sinceramente, no debería sorprenderse. A pesar de que era un hombre frío y sereno, siempre guardándose sus emociones para sí mismo, Amanda era capaz de ver más allá de sus muros interiores; siempre había tenido una forma especial de abrirle como un libro, leyendo sus contenidos página tras página, y apreciando todas y cada una de las palabras que contenía.
Incluso en la ultratumba, parecía no haber cambiado en absoluto.
Tras observarla por un periodo prolongado de tiempo, recuerdos del pasado reciente comenzaron a hacer ruido dentro de su cabeza. Recuerdos dolorosos que preferiría haber mantenido enterrados.
######
La bengala emitía una luz cegadora, envuelta en humo rojo. La sirena en la lejanía resonaba sin cesar, cargando con una premonitoria sensación de perdición. Desmond lloraba a gritos, derrumbado en el suelo. Los sentidos de William se veían abrumados, sobrecargados por aquel repentino afluente de información.
Sin darle una oportunidad para poner sus pensamientos en orden, una serie de disparos sonaron desde los pisos de abajo, seguidos de multitud de gritos. Ni siquiera trató de aplicar pensamiento racional. Sus piernas se movieron por cuenta propia, precipitándolo escaleras abajo, a medida que asimilaba lo que probablemente estaba ocurriendo.
‘¡Mierda…! ¡¡Mierda…!!’
Sus compañeros, Richard y Elijah, igualmente alterados, corrieron tras él.
“¿¡Qué está pasando!? ¿¡¡De dónde han venido esos tiros!!?” preguntó Elijah.
“¡¡Preparad las armas!! ¡¡La sala de reuniones…!!” dijo William, desenfundando su pistola.
El acalorado trío bajó al quinto piso, luego al cuarto piso, luego salieron al pasillo. Más y más gritos y chillidos llenaban el edificio, provenientes de la dirección en la que estaba el salón de reuniones.
Los tres giraron la esquina. Se paralizaron in situ, con las armas listas. El pasillo estaba lleno de gente. Caras desconocidas. La mayoría armados con pistolas o armas blancas, frente la puerta que daba al salón. A juzgar por el ruido que provenía del interior, también estaban dentro.
William estaba seguro de que muchos de sus compañeros en el salón estaban armados, igual que él. ¿Por qué no se habían defendido? Se calmó los nervios y se preparó para abrir fuego. Fue entonces cuando se percató de que uno de los invasores sujetaba a alguien a punta de pistola. En aquel instante de duda, su grupo fue avistado.
“¡¡Allí!! ¡¡Hay más allí!!”
Los forasteros se giraron en su dirección. William pudo ver con claridad al rehén.
‘¿¡Ese es… Benjamin…!?’
Benjamin, un cincuentón fuerte y trabajador, presentaba una severa fiebre desde hacía algunos días, y estaba encamado desde entonces. El hombre que lo sujetaba era inusual, y eso era quedarse corto. Bastante corpulento, medio calvo, con barba desordenada y ropa sucia que lo hacía parecer un vagabundo. Su cara no exudaba nada más que malas intenciones.
¿Cómo? ¿Cómo lo habían logrado? Parecía que supiesen exactamente qué hacer, cuándo hacerlo, a por quién ir, a dónde ir.
[¿A-Alguna vez has hecho algo de lo que te has arrepentido profundamente…?]
‘¡Desmond…! ¿¡Has hecho tú esto…!? ¿¡Qué coño está pasando!?’
“Soltad las armas, chicos; o le vuelo la tapa de los sesos. Vosotros elegís.” ordenó el hombre que retenía a Benjamin.
La cara de Benjamin era de un color rojo intenso, y no era por la fiebre. Parecía que trataba de resistirse, pero su captor ejercía demasiada presión sobre su cuello, casi la suficiente para asfixiarlo.
“¡Mierda…! ¿¡W-William…!? ¿¡Qué hacemos…!?” Richard empezaba a entrar en pánico.
“¡Maldita sea…! Vale… ¡Suelto el arma…!” Elijah se agachó lentamente, y colocó su pistola en el suelo.
‘Vamos, piensa, piensa… ¿Cómo diablos salimos de esta…?’
La mente de William lo estaba pasando mal para analizar la situación. Abrir fuego no era una opción, no con las vidas de sus compañeros en juego. Los llantos que salían del salón de reuniones lo desconcertaban. Había una alta probabilidad de que alguien estuviese ya herido, pero prefería no pensar en ello todavía. ¿Era rendirse su única alternativa?
“Muy lentos, joder. Acabad ya con esto.” dijo el matón que agarraba a Benjamin.
En cuanto terminó de hablar, una lluvia de balas cayó sobre William y sus compañeros. Una sensación punzante le recorrió el brazo, como una descarga eléctrica que le subía hasta la cabeza y le sacudía el cerebro. Sus manos sufrieron un espasmo, haciéndole soltar el arma. Gritó de dolor.
Richard aulló también, sujetándose la pierna derecha y perdiendo el equilibrio. Su ropa empezó a teñirse de un color rojo oscuro en la zona abdominal, y tosió un chorro de sangre. Su pierna no era lo único que habían alcanzado. Elijah ni siquiera gritó; simplemente cayó, flácido, como un muñeco de trapo.
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“¡¡Han caído!! ¡¡A por ellos!!”
“¡¡Aargh…!!” la mano de Richard se aferró con torpeza a su arma, devolviendo el fuego con pésima precisión. “¡¡William…!! ¡¡Corre…!!”
Y corrió. No porque estuviese asustado, no porque fuese un cobarde, sino porque incluso sus instintos más primitivos eran conscientes de que quedarse solo llevaría a una muerte inútil. A aquella gente no les preocupaban los supervivientes, no les preocupaban los rehenes. Era la guerra, y solo tenían ojos para el botín.
En el infinitésimo periodo de tiempo que tuvo antes de que el enemigo le acorralase de forma inevitable en su propio hogar, asesoró la situación. El cuarto piso estaba comprometido, incluyendo la salida de incendios. Las salidas del quinto piso estaban cubiertas por grandes trampillas de metal que probablemente no tendría tiempo de abrir; e incluso si lo tuviese, sería un blanco fácil mientras bajaba por las escalerillas. La azotea era un callejón sin salida.
Lo único que podía hacer era bajar.
…
Apoyó la espalda contra la pesada puerta de metal. El sonido de los disparos todavía resonaba en sus oídos, exponencialmente más ensordecedor debido al eco confinado en el aparcamiento. No tenía más opción que refugiarse en la armería. Al menos la puerta era lo bastante resistente y gruesa como para detener una bala.
No podía ver lo que ocurría fuera, pero podía oírlo. Muchos pasos, acercándose a la puerta y merodeando por el aparcamiento. Varias voces se hablaban entre sí. Alguien empezó a dar golpes en la puerta desde el otro lado.
“¡Abre la puerta, capullo! ¡Tus amigos van a sufrir si no lo haces!”
William observó las estanterías y armarios en la habitación. Todos llenos de armas y munición. No era de extrañar que quisieran entrar. Era probable que aquel lugar fuese su objetivo más prioritario desde un principio.
La verdad es que daba igual cuánta potencia de fuego hubiese en aquella sala. No sería capaz de enfrentarse a todos ellos por sí solo, y menos aún sin herir a sus compañeros en el proceso. Mantuvo sus manos lejos de la cerradura.
“No pasa nada. Démosle lo que quiere.” otra voz que venía del exterior, una voz que ya había oído antes. Era el hombre de aspecto desquiciado que había retenido a Benjamin como rehén momentos atrás. “Veamos… Sí, tú me vales. Traedlo aquí.” más pasos se acercaron a la puerta. “Vale, ¿tienes algo que decir?”
“¡¡Que te follen, eso te digo!! ¡¡William, no abras la puerta!! ¡¡Te matarán si lo haces!! ¡¡Quédate ahí y—!! ¡Agh…! ¡Guuh—!” Daniels le habló desde el exterior, pero no por mucho tiempo. El silbido de un cuchillo cortó su diálogo, seguido del sonido de algo siendo rebanado, y luego gorgoteos.
“Vaya, qué poco ha tardado en ponerse a dar malos consejos, ¿eh? Da igual, aún quedan unos cuantos.”
William apretó los puños, los dientes, el corazón, el alma. Estaban asesinando a sus amigos a sangre fría, pero, ¿qué se suponía que debía hacer? Si no hacía nada, morirían todos. Si abría la puerta, igualmente morirían todos, pero incluyéndole a él. La agonizante impotencia le mantuvo congelado contra la puerta, escuchando.
“Oye, Jacobs. ¿Por qué no pruebas con uno de los críos? ¿No crees que eso le afectará un poco más?” otro hombre dio una retorcida sugerencia.
“Ja, puto enfermo… De acuerdo, acércame al mocoso.”
‘No te atrevas… ¡No te atrevas…! ¡¡Pedazos de mierda…!!’
William siempre había creído que hacerse ilusiones y esperar que las cosas saliesen bien era una pérdida de tiempo. Irónicamente, aquella situación le estaba haciendo quedar como un imbécil bajo sus propios ideales.
“¡¡Parad!! ¡¡¡Monstruos…!!! ¡¡¡Ya basta…!!!” Emma se puso a gritar. Sonaba bastante distante, como si la estuvieran sujetando a una distancia prudencial. “¡¡Es solo un niño!! ¡¡¡¡Al menos dejad en paz a los niños…!!!! ¡¡N-Noo…!!”
Una voz llorosa, balbuceando de forma ininteligible entre ataques de hipo, se acercó a la puerta. Era un chico, tenía que ser el pequeño Alex.
‘¿Por qué…? ¿Por qué…? ¿¡Por qué llegar a esto…!?’
“¿Aún no la abres? Mira, me encantaría pasar la noche entera jugando al escondite contigo, pero andamos un tanto apurados.” dijo Jacobs.
Pasaron algunos segundos de silencio.
“Vale… No sé si me estás entendiendo bien. Joder, voy a matar a este crío, ¿sabes?”
…
“Como quieras.”
Para cuando escuchó el cuchillo pasando limpiamente a través de la carne, William estaba llorando en silencio. Se sentía incapaz de hacer nada. Impulsos salvajes abrumaban su cuerpo, el impulso de coger el arma más grande de la habitación y embarcarse en un desenfreno suicida, con la esperanza de llevarse al menos a uno de aquellos psicópatas homicidas al infierno con él.
“¡¡¡¡Nooooo!!!! ¡¡¡Dejadme!!! ¡¡¡Alex necesita ayuda!!! ¡¡¡Oh, dios mío…!!! ¿¡¡¡Cómo podéis hacer esto!!!? ¡¡¡Aaaaah!!!! ¡¡¡Aaaaaaahhh!!!” Emma siguió gritando, sobrecogida por un dolor enloquecedor. Más gente en la habitación se unió a ella, llorando y rogando a sus captores.
“Vale, trae aquí a la gritona.”
“¡¡¡N-No…!!! ¡¡¡¡Noooooo!!!! ¡¡Aaaah!! ¡¡¡Yo no…!!! ¡¡¡A-Ayuda…!!! ¡¡¡Soltadme!!! ¡¡¡Que alguien me ayude…!!!”
“William, ¿no? A ver, te voy a contar exactamente lo que está pasando. Estoy abriendo una botella de plástico que contiene un pringue rojo asqueroso. ¿Te apetece adivinar qué es?”
Jacobs esperó un rato antes de continuar. William no dijo ni una palabra. Se negó a que aquel lunático le coaccionara a hablar, no estaba dispuesto a darle aquel placer.
“Sí, sí, lo has adivinado, enhorabuena. Es sangre de caminante. Y ahora, estoy empapando el cuchillo con ella. ¿Sabes lo que inevitablemente pasará cuando esta porquería penetre su preciosa piel?”
Se oyó una puñalada ahogada, y un desesperado grito de dolor inundó el sótano del edificio. La imagen que William se hacía en su cabeza contenía nada más que agonía insoportable.
“¡¡¡Aaaa-aaaghhhh…!!! ¡¡¡N-Nooo…!!!”
“Llevadla arriba y tiradla fuera.”
Los lamentos de Emma se alejaron más y más, a medida que la arrastraban a su macabro destino. Jacobs dejó salir un suspiro.
“Vaya hijo de puta, sí que tienes sangre fía, te lo concedo. Pero, ¿sabes qué? Yo también. Siguiente, esa tía de ahí.”
William había tenido suficiente. Ya no podía contener la rabia. Se giró, con su mano echándose en frenesí sobre el mecanismo de cierre.
“¿Cariño…?” una voz muy familiar le habló desde fuera, deteniéndolo en seco.
Su corazón dio un vuelco.
“¿Amanda…?” finalmente, habló. “Amanda, ¿¡eres tú…!? No… ¡No, tú no…!”
“Ooh… ¿Esta es tu mujer? Joder, esta va a ser buena.” dijo Jacobs, casi cacareando.
“¡Amanda…!”
“Shhh… Estás haciendo lo que tienes que hacer, cariño. Como siempre lo has hecho.”
‘¡Detente…! ¡Por favor…!’
“Vas a sobrevivir, ¿verdad? ¡Vas a s-seguir adelante! ¡Tal y como habías p-prometido!” las palabras de Amanda se entrecortaban de forma irregular con sus sollozos.
‘¡Nunca prometí que yo sobreviviría! ¡Prometí que “nosotros” sobreviviríamos! Que superaríamos esto juntos… Los dos… ¡Los dos…!’
“¿C-Cariño…? Te quiero. Por favor… no abras la puerta.”
…
Después de aquello, la memoria de William estaba borrosa. Recordaba el sonido del cuchillo hundiéndose en la carne de su amada. Recordaba sus quejidos de dolor. Se recordaba a sí mismo gritando, con la mano puesta en el cierre de la puerta, pero incapaz de ir más allá.
Y luego hubo más gritos. Y más lloros. Y más gritos. Hasta que los gritos desaparecieron. Hasta que todo lo que quedó fue silencio, junto al olor de la sangre y la muerte.
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“Estuve a punto de tirar la toalla, ¿sabéis? Estuve cerca. Muy cerca.” William ya había tenido suficiente, no quería seguir mortificándose con sus recuerdos. En vez de eso, se puso a hablar. “Cada día, me dirigía a esa habitación… nuestra habitación. Todavía conservaba su olor… Todavía podía oír su voz… Todavía podía ver su cara en el espejo… Me preguntaba a mí mismo: ¿de qué sirve continuar? Reflexionaba con la escopeta en las manos, más veces de las que podía contar. Me ponía el cañón bajo la barbilla, pero nunca conseguía apretar el gatillo… Supongo que tan solo quería cumplir su último deseo. Ella quería que sobreviviese, que siguiese adelante. Pero… ¿Quería yo sobrevivir? ¿Tenía acaso un propósito?”
William se levantó de la silla, y se giró hacia Nora y Claire. Estaban ambas mirándolos, tanto a él como a Amanda, con expresiones conmocionadas en sus rostros.
“Cuando aparecisteis de la nada, pensé en darle otra oportunidad a la vida. Quizá me llevaríais a algo por lo que mereciese la pena vivir. Pero nunca dejé de hacerme la misma pregunta, una y otra vez: ¿de qué sirve?”
Miró a Amanda por encima del hombro. Sus ojos se entrecerraron, casi cerrándose por completo.
“Esta cosa no es Amanda. Lo sé muy bien. Y sé que nunca volverá a ser Amanda. Me aferro a la posibilidad de una cura, incluso aunque soy consciente de que es una insensatez. Pero si hay algo ahí dentro, algún resto de lo que ella solía ser… Quiero luchar para recuperarlo. No me importa lo que cueste.”
Se acercó a Nora, la cual escuchaba sentada en el suelo. Se arrodilló frente a ella y la miró fijamente a los ojos. Ella abrió la boca, dudosa, como si quisiera decir algo, pero no le salieron las palabras.
“Escucha… Puede que ahora mismo Lilian sea Lilian, pero lo que te espera al final del camino no es Lilian. Dijiste que no quieres vivir en un mundo en el que ella no esté, ¿no es así? Permíteme que te diga algo, navegas en un barco de lo más precario… y lo que tienes delante es una cascada sin fondo.”