Sus papilas gustativas se ahogaban en el sabor de la sangre. ¿Era suya? ¿Era de su oponente? ¿Importaba? No. Encajar otro golpe más era lo único que importaba.
William expulsó un escupitajo de saliva y sangre al suelo, y lanzó el puño derecho hacia la cara de Jacobs. Este logró cubrirse, pero el impacto fue lo bastante fuerte como para hacerle tambalear. Otra vez, ahora con la izquierda. Jacobs reaccionó antes, y su puñetazo sacudió la cabeza de William de arriba abajo.
No podía frenarse. Si se frenaba, sentía que podría desplomarse en cualquier momento.
Se agarraron el uno al otro, y la rodilla de Jacobs se hundió en su estómago, y su puño impactó contra el mentón de Jacobs, y chocaron contra los muebles de la oficina, y trataron de estrangularse mutuamente; como animales, enzarzados en una refriega salvaje, golpe tras golpe.
Un nuevo temblor recorrió la torre, más intenso que los anteriores, haciéndoles dar un traspié y perder el equilibrio. Cada uno rodó en una dirección diferente, interrumpiendo la pelea por un momento.
Aún en el suelo, William tuvo una sensación extraña. ¿Era una leve inclinación, o estaba su mente jugándole una mala pasada? Algunos pequeños objetos se deslizaron por las mesas y cayeron al suelo por toda la oficina. No era su imaginación. El edificio se estaba ladeando.
“Me encanta, joder…” farfulló Jacobs, a unos metros de distancia, apoyándose en una silla para volver a ponerse de pie.
No podía quedarse en el suelo. No podía darle ni la más mínima ventaja a aquel hijo de puta. William se puso de pie de un salto y observó a su oponente.
“¿Los oyes gritar allá abajo, tío? ¿Sientes cómo todo se desmorona? ¿Sientes el sudor de tu frente, tus huesos doloridos? ¿El sabor de la sangre en tu boca? ¡Pura adrenalina! ¡Sin ley, sin orden, sin ninguna soplapollez por el estilo!” a medida que hablaba, una sonrisa enfermiza se dibujaba en su rostro. “Echaba de menos esta mierda.”
¿De repente, le había dado por ponerse a dialogar? William continuó observando, y esperando. A pesar de su parloteo, Jacobs no estaba distraído en absoluto. Mantenía la postura, y sus ojos estaban clavados en William, y en cada movimiento que hacía. Casi se podría decir que su monólogo era hasta eficaz, pues le ponía de los nervios.
“¿Te vas a quedar calladito?” añadió. “Al menos creía que ladrarías un poco m—”
“Vete a tomar por culo. Estás loco.” ni las palabras ni el tono de William eran capaces de expresar el rencor que sentía hacia aquel hombre.
“¿Loco? ¿¡Loco!? ¡Pues claro que lo estoy, joder!” se le escapó una risita.
‘Cierra la puta boca.’
“¿Sabes, William…? Has sido un jodido grano en el culo desde que te cruzaste en mi camino. No tienes ni idea de la mala hostia que te tengo.”
‘¿Por qué no te callas…? ¡No quiero oírte!’
“Y ahora que te tengo delante, voy a—”
Otro temblor. Libros, carpetas, y otros objetos cayeron de las estanterías y las mesas, y Jacobs se tambaleó de nuevo. William se zambulló contra él sin pensarlo dos veces.
Entrelazados entre violentos agarres, continuaron dando trompicones y chocando contra los muebles de la habitación, intercambiando golpe tras golpe. Jadeaban, gruñían, gritaban. ¿Por qué parecía que Jacobs lo estaba disfrutando?
“¡Vamos…! ¡¡Vamos…!!” gritaba, antes de recibir un puñetazo en la mandíbula y devolvérselo a William en la cara. “¡¡Sigue…!! ¿¡No tienes nada más!?”
Una potente patada en el pecho de William lo hizo salir volando hacia atrás, por encima de unas mesas, hasta caer al suelo en el otro lado. Con la cabeza dando vueltas, vio luz a unos pasos de su cara. Había caído muy cerca del muro que daba al exterior, el cual se había desplomado por completo. Una columna de humo y ceniza ascendía hacia las alturas, tras la cual se intuía el panorama de la ciudad.
Jacobs se acercó apresuradamente a su posición y, antes de que pudiese levantarse, le propinó otra patada en el estómago. William perdió la respiración por un instante.
“Joder, mírate. ¿Sabes…? Ya me he cansado…” Jacobs se encaramó sobre él y sacó un pequeño cuchillo de bolsillo. “Y pensar que tú me diste problemas… Cabronazo, no tiene gracia si no te vas a defender.”
“¿No… tiene… gracia…?” masculló William. “¿¡Esto es… un puto juego… para ti…!?”
“¡Pues claro!” dijo, alzando el cuchillo y dejándolo caer sobre la cara de William. Con todas las fuerzas que podía reunir, este agarró los brazos de Jacobs y se resistió. “Mira, ya me da igual vivir, o morir. Me importa una mierda. Pero pase lo que pase, será bajo mis propias reglas. ¿Luchar por un futuro? ¿Salvar al mundo? ¿Proteger a los demás? ¡Tienes que estar de coña…! ¿¡A quién le importa una mierda nada de eso!?”
‘¿Qué sabrás tú? Tú eres el último a quien quiero oír hablar así. ¿¡Qué sabes tú sobre proteger a nadie!? Puto psicópata, ¿¡acaso tienes idea de lo que significa tener algo por lo que luchar!?’
Sobre la hoja del cuchillo, apenas a unos centímetros de su cara, se reflejaban las cenizas incandescentes del exterior, brindándole un resplandor carmesí. Mientras esta se acercaba milímetro a milímetro, la sonrisa de Jacobs se agrandaba más y más, como si estuviese gozando de cada segundo.
‘¡Por tu culpa…! ¡¡Por tu puta culpa…!!’
No lo iba a permitir. No iba a darle ese placer. No a él. Con cada vistazo al trastornado brillo de sus ojos, recordaba aquel fatídico momento. Recordaba aquellas últimas palabras.
[Vas a sobrevivir, ¿verdad? ¡Vas a seguir adelante!]
¿Aquel hijo de puta se reía? ¿Se lo estaba pasando bien? William había tenido suficiente.
Con su mano derecha, se palpó a toda prisa los bolsillos, dejando solo la izquierda para contener a su enemigo. El cuchillo casi rozaba su piel, justo entre los ojos. ¿Tenía algún arma? Un mechero. Un teléfono móvil. Basura. ¿No había nada? Buscó en otro bolsillo en su chaqueta y notó algo duro y circular.
El espejo de bolsillo. Lo extrajo, y lo estrelló contra el suelo a su lado, liberando multitud de esquirlas de cristal. Agarró una de ellas con fuerza, y el calor de la sangre corrió por sus dedos.
Apuntó directamente al cuello de Jacobs.
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‘¡¡Vete al infierno, cabrón!!’
El fragmento de espejo se hundió en la carne, haciendo que Jacobs dejase escapar un aullido. Con expresión atónita, dejó de ejercer fuerza con el cuchillo, y se llevó una mano al cuello, palpando la esquirla en incredulidad. William aprovechó la oportunidad y se lo quitó de encima de una patada.
“Joder… ¿En serio?” dijo Jacobs, entre risitas, sujetándose la herida.
William se puso en pie. Su oponente estaba ahora sentado en el suelo, con el ardiente abismo a sus espaldas, y la sangre caía a chorros desde su cuello.
“¿Y bien…? ¿Qué vas a hacer ahora, eh…? ¿Vas a echarle huevos, héroe…? ¿¡Eh…!? ¿¡Tienes pelotas para acabar lo que has—!?”
“Sí.”
La patada, potente y decisiva, directamente en el pecho, lanzó a Jacobs hacia atrás, de cabeza a la columna de humo que ascendía desde el vacío.
Tan solo había sido un segundo, y aquel hombre se había ido. Ni siquiera le había oído gritar. Ni siquiera había podido verle la cara mientras caía.
‘Amanda…’
¿Habría ella aprobado aquel acto de venganza? En absoluto. Por primera, y quizá última vez en la vida, le había llevado la contraria.
Ya tendría tiempo de pedirle disculpas.
‘Lo siento, cariño… Creo que vas a tener que esperar por mí un poco más.’
******
El aire quemaba. Cuanto más se acercaba al suelo, más quemaba, calcinaba su ropa, le arrancaba la piel. Pero no sentía dolor. Tan solo sentía vacío. Era la última espinilla clavada que le quedaba por arrancar, y tendría que morir con ella encima.
‘Será cabronazo.’
¿Estaba muy lejos la acera? Podía ver casi toda la torre, cubriendo los cielos. Se veía demasiado grande. ¿Por qué?
‘Ah, claro… Está inclinada. El incendio está haciendo daño. Me lo he currado, ¿eh?’
Un fuerte brillo azul relucía a través del humo y la conflagración. Los caminantes, seguramente. Numerosas columnas de ellos se aferraban a los laterales de la torre, trepando unos por encima de otros, envueltos en llamas. ¿Hasta dónde llegaban? ¿La mitad? ¿Un tercio?
‘¿Sabes qué…? Estoy satisfecho. Joder, ¿qué más puedo pedir? Estos tíos están jodidos. ¡Estáis jodidos! ¿¡Me oís!? ¡A tomar por culo todo! ¡William, la puta mocosa esa, los perros del Ejército, vuestra justicia de mierda, todo! ¡¡Me encanta, joder!! ¡¡Os saludaré en el infierno, hijos de puta!! ¡¡Y os prometo que—!!’
******
“¡¡Aquí hay alguien!!”
William oyó una serie de pasos acalorados a su espalda, seguidos de una voz. Se giró hacia la puerta de la oficina, y vio un soldado en el umbral.
“¿¡Qué hace aquí abajo!? ¡Tenemos que subir, venga!” dijo.
Como saliendo de un trance, William sacudió la cabeza y asintió. Quedarse quieto ensimismado en sus pensamientos en aquel momento no era la mejor de las ideas. Se aproximó al soldado, pero este tenía la mirada clavada en el agujero de la pared que daba al exterior. Sus ojos se entrecerraban, intentando adivinar algo a través del muro de humo.
“¡C-Capitán…!” gritó.
Más pasos se acercaron por el pasillo, y un pequeño grupo de soldados se aglomeraron alrededor de la puerta.
“¿¡Alan!? ¿¡Qué ocurre!?” William reconoció al Capitán Isaac entre los soldados. “¿¡Qué hace un civil aquí!? ¡Deprisa, no hay tiempo que—!”
“¡Capitán, allí! ¿¡No es eso…!?”
El soldado señaló al agujero. ¿Qué era lo que señalaba? A través de la columna de humo del exterior no se veía más que la extensión de la ciudad. El cielo sobre ella estaba despejado, no había ni una sola nube a la vista.
William agudizó más la vista. No, no estaba completamente despejado. Había algo, un inusual punto oscuro. No había caído en la cuenta antes, pero el ambiente estaba repleto de ruido de fondo. Los gritos de la multitud de caminantes allá abajo, los disparos de los soldados, y el crepitar de las llamas, pero había algo más. ¿Explosiones en la distancia? Quizá. Y, ¿qué era aquel desagradable zumbido? Se volvía más fuerte con el tiempo: se acercaba.
“¡¡Un helicóptero!!” los soldados llegaron a la conclusión antes que él.
‘¿¡El rescate!?’
“¡Aquí Alpha!” Isaac cogió la radio. “¡Lucky-02, tenemos contacto visual con vosotros! ¡¡Estamos de camino a la azotea, daos prisa!!”
El capitán recibió una respuesta por la radio, y su expresión rápidamente se retorció en desconcierto.
“¿¡Qué…!? ¿¡Qué significa eso…!? ¿¡Cómo que aún no os habéis podido acercar a la torre…!? Entonces, ¿quién…?”
Una secuencia de devastadores estallidos agitaron los tímpanos de William, seguidos de un nuevo temblor. No hubo previo aviso. Como si de un terremoto se tratase, polvo y grava se desprendió de las temblorosas paredes, el falso techo se cayó a pedazos, y todos los cristales de la zona reventaron.
Los soldados se echaron inmediatamente al suelo. El que tenía más cerca lo sujetó y lo derribó también.
“¿¡¡Qué coño está pasando!!?”
“¿¡Una explosión!?”
“¡¡Joder, el puto edificio se va a venir abajo!!”
‘¡Maldita sea…! ¿¡Ahora qué!?’
******
En apenas un instante, el soldado cayó como un fardo, con el cuello roto. Una distracción era todo lo que había hecho falta para que perdiese la concentración en la batalla. Aficionados hasta el final.
PT-01 se puso en guardia y respondió al inminente agarre del Coronel Rowan. El ataque de misiles no le había inmutado en absoluto. A pesar de ser el último hombre en pie, no mostraba signos de fatiga o indecisión. Con movimientos precisos y calculados, inició una frenética coreografía de golpes, bloqueos y agarres con PT-01. Iba específicamente a por los puntos más vulnerables del cuerpo. El cuello, el estómago, la entrepierna, las rodillas.
Quien cometiese el primer error sería el primero en caer. Y no volvería a levantarse.
El sonido de las hélices del helicóptero se acercaba más y más, y en cuestión de un minuto, la oscura figura se alzó en el cielo, por encima de la azotea de la Torre Kurtis. PT-01 y Rowan se patearon mutuamente y se separaron por un momento, con la mirada puesta en el vehículo.
Los misiles habían sido la innecesaria confirmación de algo que ya sabía. Desde el momento en que Nyx había sido expuesta, PT-01 sabía con total certeza que ZEUS iniciaría el protocolo de limpieza. No se arriesgarían a que la reina acabase en manos de los militares y que ello resultase en una cura. Harían borrón y cuenta nueva, esperarían a una nueva oportunidad.
¿Recogerle a él? Otro riesgo que de ninguna manera estarían dispuestos a tomar. Para eso estaba la limpieza: para deshacerse de toda la basura que habían dejado atrás. Prometheus había seguido órdenes como un puñado de perritos falderos, pero ZEUS no cumpliría su parte del trato. Y eso le tocaba las narices.
Cogió la radio. “¿Satisfechos, Hades?”
“No es personal, Prometheus, y lo sabes.” respondió una voz al otro lado. PT-01 mantenía la mirada fija en la oscura cabina del helicóptero. Intuía que el piloto le devolvía la mirada. “Solo hacemos nuestro trabajo, como hemos hecho siempre. Mala suerte, compañero.”
“Conspiración, terrorismo biológico, sin garantías, con la traición a la vuelta de la esquina…” dijo Rowan. “¿Qué coño hace un zorro viejo como tú metido en semejante pozo de mierda?”
El coronel, sin abandonar su firme posición de combate, le observaba con ojos inquisitivos.
“Ahórrese las palabras. Estoy demasiado podrido como para apreciarlas.”
‘Más importante aún… ¡Hades…!’
Sin mediar palabra, PT-01 se zambulló tras la maquinaria de la azotea y rodó hasta ponerse a cubierto. Un instante después, el helicóptero de Hades escupió una andanada de fuego de ametralladora sobre sus posiciones. Esquirlas de metal, grava, y polvo saltaron por todas partes, pasando a centímetros de su cuerpo.
El helicóptero se movió lateralmente; lo sabía por la dirección de la que provenía el rugir de las hélices. Era poco probable que sobreviviese a una segunda andanada. Necesitaba un momento de distracción, y lo necesitaba ya.
Oyó una nueva tanda de disparos, pero no impactaban contra la azotea.
‘¿…?’
Se incorporó y echó un vistazo rápido.
‘Ahí está. ¡La oportunidad que necesito!’
Un segundo helicóptero se acercaba a la torre y había abierto fuego contra Hades. Vio caer al vacío a uno de sus artilleros, mientras trataban de usar el edificio como cobertura.
No sabía a dónde había ido a parar Rowan, no le veía. Seguía vivo, eso seguro. Daba igual. El camino hacia el hueco de las escaleras estaba despejado. Sin pensarlo dos veces, PT-01 echó a correr.
Su trabajo aún no había terminado. Tenía una última cuenta que saldar.