El joven agarró la visera de la gorra y la inclinó hacia delante, esperando que ocultase su cara todo lo posible. Mantuvo los ojos sobre la doble puerta abierta al otro lado de la habitación. El pasillo estaba vacío, a excepción de alguna que otra persona que pasaba de vez en cuando. Y sabía que, tarde o temprano, la persona que quería ver aparecería por allí.
A nadie parecía importarle su presencia. Con la cara medio escondida en las sombras, vestido de negro y apoyado de forma sospechosa contra un pilar, se esperaba atraer a más de un par de ojos curiosos. En solitario o en grupos pequeños, algunos merodeando por el lugar y otros sentados en sus rincones personales; el hospital estaba ajetreado. Había mucha actividad; actividad que aquel sitio llevaba un montón de tiempo sin ver. Aun así, ni una sola alma se preocupaba por él.
Siendo sinceros, era probable que estuviesen agradecidos de estar donde estaban. Demasiado agradecidos como para cuestionarse nada. La mayoría de aquella gente había pasado meses viviendo bajo condiciones horribles o llevando a cabo atrocidades inhumanas para sobrevivir. Y, de repente y sin venir a cuento, el hospital abría sus puertas a todos los necesitados.
Comida. Agua. Refugio. Seguridad. La ayuda humanitaria que todos necesitaban. Incluso si llegaba más de seis meses tarde, se había convertido en un nuevo rayo de esperanza para todos aquellos que se encontraban ya rascando el fondo del barril. Y él no era una excepción.
Pensó con detenimiento sobre lo que estaba a punto de hacer. Hacía tan solo unos días, habría sido inconcebible para él hacer algo que no implicase una cucharada de alubias o un sorbo de agua. Era casi gracioso, cómo habían cambiado las tornas.
‘¿Qué diablos estoy haciendo…?’
…
Un hombre pasó por delante de la puerta.
‘¡¡…!!’
Aquel era el que estaba esperando. Al fin. Manteniendo la calma como podía, caminó hacia la puerta.
Se asomó hacia la derecha. El hombre se alejó más y más, hasta que finalmente desapareció tras una esquina. Todos tienen que orinar en algún momento. Miró al lado izquierdo, centrando su atención en una puerta concreta en el pasillo. Ahora no la vigilaba nadie.
Caminó todo lo rápido que le permitieron las piernas, pero haciendo un esfuerzo consciente por atenuar sus pasos en la medida de lo posible. Sería problemático que le pillasen, o incluso peligroso.
En cuanto el pomo estuvo a su alcance, lo giró, abrió la puerta y se escurrió al interior. Se aseguró de cerrarla a su espalda. No quería que ningún potencial transeúnte metiese las narices en aquella habitación.
Tras revolver en los bolsillos de su abrigo en total oscuridad, sacó una linterna y la encendió. Los latidos de su corazón se volvieron más fuertes y rápidos, y sus nervios se subieron por las nubes mientras sus ojos reptaban sobre la multitud de cajas y estantes repletos de suministros.
‘¡Vamos, Ethan…! ¡Tienes que hacerlo rápido…!’
No le llevó mucho rato identificar una caja de comida enlatada a medio vaciar. Un par de latas faltantes en una caja a estrenar serían muy evidentes, pero podrían pasar desapercibidas en aquella, lo cual la convertía en un objetivo ideal.
Sus bolsillos no eran muy grandes, pero eran lo bastante profundos como para ocultar las latas más pequeñas.
‘¡Bien…! ¡Ahora, a salir de aquí…!’
Mientras se giraba de vuelta hacia la entrada, varios pasos se acercaron a la puerta desde el otro lado, junto a murmullos vagos e ininteligibles.
‘¡Ah, mierda…! ¿¡Ha vuelto ya…!?’
…
“—diablos está Carson!? ¿No se suponía que debía estar de guardia aquí? ¿Ha ido a echar una meada, o qué…?” una voz masculina hizo eco en la sala tan pronto se abrió la puerta, seguida de un par de figuras que entraban al interior. “Ah, da igual. Ya le comentaré esto luego.”
“De verdad que lo siento…”
“Vaya, hombre… ¡Tenéis que ser puntuales cuando repartimos las raciones para el día! ¡Ya bastante difícil es llevar la cuenta de todo! Dios, sí que han pasado cosas rápido últimamente…” el hombre siguió hablando, al tiempo que abría cajas y sacaba objetos de su interior. “Ten.”
“¡Gracias…!”
“No pasa nada. Venga, todos tenemos cosas que hacer.”
“¡Sí, claro…! ¡De nuevo, gracias…!”
“Vale, ahora a ver si puedo encontrar a Carson. ¿Por qué tarda tanto…? ¿Ha ido a—?” el diálogo se cortó y se convirtió de vuelta en ruido indescifrable tan pronto la puerta se cerró.
Ethan paró de aguantar la respiración y jadeó, falto de aire. Se asomó despacio tras las cajas al fondo de la habitación, antes de volver a encender la linterna. Todos parecían haberse ido. Respiró profundamente.
‘¡Maldita sea, eso estuvo demasiado cerca…! ¡Tengo que irme, ya! Pero, ¿qué es esto de aquí…?’
Apuntó la linterna hacia abajo. Al ocultarse tras la pila de cajas, había tropezado con algo metálico y pequeño, algo no que fue capaz de identificar con el tacto.
A sus pies había un pequeño maletín. Le pareció raro. Era como si la persona que lo había colocado allí lo hubiese hecho con la intención de mantenerlo escondido a propósito. Lo abrió. Había varios huecos para jeringas. Faltaban tres.
‘¡Hostia…! ¿¡Esto son… drogas!? ¡U-Un momento, me voy a meter en problemas de verdad si alguien me pilla con esto en las manos…! ¡Suficiente, me voy…!’
…
Ethan alcanzó la parte de arriba de las escaleras, y se acercó a la puerta. Había un pequeño cartel en ella, que decía “SOLO PERSONAL AUTORIZADO”; palabras que habían perdido su significado hacía mucho tiempo. Dentro, la oscuridad era casi absoluta. Encendió la linterna. La luz parpadeó durante algunos segundos, pero al final se estabilizó.
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‘Me pregunto cuánto más durarán estas pilas… Supongo que tendré que pedirles que las recarguen otra vez. Qué pereza.’
Frente a él, el piso superior del hospital se extendería hasta donde le llegase la vista, si no fuese por las filas de maquinaria que le obstruían la visión. Moles de metal con forma de caja, plagadas de tuberías, rejas, paneles con botones y otros dispositivos eléctricos. No estaba muy seguro de qué eran aquellas máquinas, pero parecían aires acondicionados gigantes.
No tuvo que adentrarse mucho en aquel lugar. Siguió un pasadizo cercano entre las máquinas, se agachó bajo algunas tuberías, giró una esquina y avanzó un poco más hasta que llegó a una zona bien escondida, pequeña y confinada desde casi todas las direcciones.
Colocó la linterna en el suelo y se sentó. A pesar de lo oscuro que estaba, le gustaba estar allí. Estaba tranquilo, en silencio. No había nadie que le molestase, tenía toda la planta para él solo.
Bueno, casi.
“¿…estás ahí…?” preguntó, sin alzar mucho la voz. “¿Hola…?”
Leves crujidos salieron de las sombras. A su derecha, bajo un grupo de tuberías, algo se movía lentamente en la negrura. Ethan sacó las latas de comida robadas de sus bolsillos y las colocó en el suelo, cerca de donde provenía el ruido. Luego, cogió la linterna y la apuntó hacia la oscuridad.
Un par de ojos le miraban, llenos de miedo e inseguridad. La chica apenas se había movido desde la última vez que la había visto aquella mañana. Cogió un abrelatas, abrió las latas de comida, y las empujó en su dirección.
“…venga, tienes que comer.” dijo.
La chica tardó mucho en reaccionar, pero finalmente se decidió y cogió las latas, tras lo cual se desenfrenó, comenzando a devorar sus contenidos con un vigor agresivo.
‘Madre mía… Aún tiene mucha hambre, ¿eh…?’
La escena le recordó al momento en que la vio por primera vez, hacía tres días. Pensó en ello, mientras abría su propia lata de comida.
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A simple vista, casi la confundió con una caminante. Algo en su subconsciente debió ser capaz de ver más allá de aquella primera impresión, impidiéndole gritar por el shock.
Tras una inspección más cuidadosa, sus rasgos humanos, aunque demacrados, se volvieron más evidentes. No tendría más de ocho o nueve años. Su pelo marrón claro estaba sucio y desordenado, enrollándose en nudos que no parecían intencionados. Llevaba un vestido azul, harapiento pero todavía bonito; un triste intento de embellecer su debilitado cuerpo. La pequeña estaba en los huesos, y sus labios parecían resecos, como si llevase días hambrienta y sedienta.
Lo que más le chocaba a Ethan eran sus ojos. Abiertos de par en par, vigilando todos sus movimientos, sumidos en lo que solo podía describirse como un horror apabullante.
“¿¡Q-Q-Qué…!? ¿¡Q-Quién eres…!?” retrocedió y se escurrió hacia la pared del fondo. No se esperaba cruzarse con nadie en un rincón tan remoto del hospital, y mucho menos una niña pequeña.
La chica no dijo nada, simplemente siguió mirándole. Ethan no estaba seguro de qué hacer. Ya había empezado a comer, sin darse cuenta de que le que estaban observando. Los ojos de la niña se arrastraron desde su cara hasta la lata que sujetaba.
“¿¡Quieres… quieres comida…!? ¡E-Esto es mío…!”
El estómago de la pequeña procedió a emitir el gruñido más cavernoso que Ethan había oído en toda su vida.
“¡H-He dicho que no…! ¡Yo también tengo hambre…!”
Ella siguió mirando fijamente a la comida.
…
“¿…p-por qué no vas abajo a por comida…? Te la darán…” preguntó.
“……” ella apartó los ojos de la lata y le miró a él. Ni siquiera pestañeaba, a pesar de que la linterna le estaba dando justo en la cara. “…no quiero.” Ethan se sorprendió al oír su voz. En verdad, no esperaba una respuesta. Era una voz ronca, que no había sido usada desde hacía bastante, pero toda aquella rugosidad enmascaraba un tono dulce y suave.
“¿…por qué estás sola…? ¿Tienes padres…?”
“…no tengo… mami se fue a algún sitio…”
“…”
Se negaba a parpadear, su cuerpo se negaba a moverse, y su estómago se negaba a parar de hacer ruidos, arrancado de su letargo por la presencia de deliciosa, preciada comida.
“¡…ugh…! ¡Ya vale…! ¡D-De acuerdo…! ¡Para de mirarme así…!” Ethan colocó su lata en suelo al alcance de la chica, ofreciéndosela.
Como un animal salvaje, ella la cogió y empezó a consumirla a toda prisa.
‘¿¡Q-Qué le ha pasado a esta niña…!?’
“¿Cómo te llamas…?”
“……” al principio no le respondió, centrada por completo en los contenidos de la lata. Tras varios segundos masticando, masculló una sola palabra entre dientes. “…Eleanor…”
######
“Escucha, intentaré ver si puedo conseguirte algo más para comer, ¿vale?” Ethan terminó su ración y se levantó, listo para volver abajo. “Puedes seguir escondiéndote ahí, volveré.”
“¿…volverá también mami?”
“U-Uh… N-No lo sé…”
“…echo de menos a mami.”
******
Logan se sentó frente al escritorio, totalmente ocupado con un montón de equipo de radio antiguo, el cual encendió. Cogió unos auriculares cercanos. Eran un tanto pequeños para su cabeza, pero le servían de todas formas.
La rueda giraba con facilidad, paseándose por las distintas frecuencias. En su mayoría, era todo silencio de radio. Había conseguido ponerse en contacto con algunas personas a lo largo de los últimos días, pero no era exactamente una ocurrencia frecuente. Suficiente para atraer pequeños grupos de supervivientes al hospital, pero no lo suficiente para juntar la multitud que Julien buscaba.
Al fin, se asentó en una frecuencia en particular, y se preparó para emitir su mensaje.
“Esto es el Hospital Saint Marie. Tenemos comida, agua, refugio y armas. Tenemos una comunidad estable, y estamos a salvo de las hordas de muertos vivientes. Ayúdanos, y te ayudaremos. Podemos superar esto juntos. Repito…”
A medida que recitaba el mensaje una y otra vez, a Logan lo carcomía la ansiedad. Algo lo urgía a abandonar aquel lugar lo antes posible, y no mirar atrás. Estaban todos jodidos, hiciesen lo que hiciesen.
Quedarse cerca de aquella chica solo aceleraría lo inevitable. Tenía pinta de que Jacobs se había dado cuenta, y por eso se había ido. Ahora, Logan empezaba a verlo también. Aquella enorme criatura iba tras ella, y mataría a todo lo que se cruzase en su camino. Al Ejército le importaban una mierda sus vidas, y los matarían tan pronto la asegurasen. Si era malo, venía a por Lilian, y todos los demás estaban en medio.
¿Y sus benefactores misteriosos? Si tuviese que adivinar, diría que no eran más que titiriteros, aprovechándose de su situación para conseguir sus propósitos, fuesen cuales fuesen.
Julien estaba cegado por su propio dogmatismo, y había empezado a aferrarse a falacias delirantes. A aquellas alturas, parecía que cualquier esperanza, por muy sospechosa que fuese, era suficiente para alterar las creencias de aquel hombre.
‘Creo que tengo que empezar a buscar mis propios interesas, a fin de cuentas… Lo mires como lo mires, nada de esto merece la pena… Todo este montón de mierda se nos va venir encima, tarde o temprano.’
******
El sonido de la lluvia rugía sin cesar a lo largo de la ciudad. Tras días sin una sola gota de agua, aquel repentino chaparrón era una ocurrencia muy bienvenida. Además, el ruido incesante y la falta de visibilidad creaban las condiciones perfectas para moverse sin llamar la atención.
Dos figuras humanoides siguieron la acera, pegados a los edificios bajo la cobertura de la lluvia. Ambos vestían chubasqueros negros, con capuchas. Uno de los individuos era notablemente más alto que el otro.
Al llegar a una intersección, avistaron la parte de atrás del Hospital Saint Marie. El más alto de los dos alzó la mano derecha. Unos cincuenta metros a su espalda, el camión militar reconoció la señal, y apagó el motor.
“Vale… ¿Recuerdas todo lo que hemos hablado?” preguntó William. “Esto probablemente vaya a ser peligroso. No hagas ninguna tontería, y cíñete al plan.”
“Lo sé. Estoy lista.” respondió Claire.
“Bien… No veo a nadie vigilando por aquí. En marcha.”