Las escaleras metálicas del helipuerto traqueteaban con violencia bajo el peso de múltiples personas. Con las armas de los militares rugiendo a sus espaldas, Claire voló escaleras arriba, siguiendo a Nora y a Lilian.
Todos los civiles se apelotonaron cerca del borde de la plataforma, de unos quince metros de diámetro y decorada con una gran letra H de color blanco.
Como dándoles la bienvenida, el helicóptero de rescate, ahora claramente visible en el cielo, se acercó a la torre. Era un vehículo gigantesco, mucho más grande que los helicópteros convencionales, propulsado por dos enormes rotores que emitían un ruido ensordecedor.
‘¿¡Va a caber esa cosa aquí arriba!?’
En la parte de atrás del helicóptero, la rampa de acceso estaba abierta, y dos soldados observaban la situación desde allá arriba. El vehículo se posicionó sobre el helipuerto, y uno de los soldados sacó un megáfono.
“¡¡Cuidado!! ¡¡Aléjense del centro de la plataforma!!” anunció.
Los fuertes vientos emitidos por los rotores hacían que el mero hecho de escuchar resultase difícil. Claire vio cómo empujaban entre varios lo que parecía ser un gran arcón, hasta precipitarlo al vacío, hacia el helipuerto.
La caja impactó contra el cemento con un ruido sordo, levantando una ligera neblina de polvo, y se deslizó unos metros en dirección a las escaleras. El Coronel Rowan corrió hacia el arcón y lo abrió, revelando un alijo de armas y munición.
“¡Atención! ¡El equipo de rescate necesita unos minutos para aterrizar el helicóptero! ¡¡Todos aquellos que puedan luchar, ármense!! ¡¡Deprisa!!”
Solo unos pocos se atrevieron a tomar las armas, pero los que lo hicieron no dudaron en tomar posiciones en el borde del helipuerto y abrir fuego contra los caminantes que emergían del hueco de las escaleras. Los soldados habían perdido terreno, y se alejaban cada vez más de las escaleras, mientras los cadáveres comenzaban a apilarse por docenas.
William se acercó a Claire a toda prisa, y estuvo a punto de sujetarla por los hombros, aunque no lo hizo, quizá al fijarse en sus heridas.
“¡Claire…! ¿¡Y Eleanor!?” preguntó.
El corazón de Claire se encogió. La había olvidado por completo. La había perdido de vista desde que se vieron obligadas a evacuar la azotea por el ataque de gas.
“¡A-Ah…! ¡¡No lo sé…!!”
“¿¡Cómo que no sabes!? ¿¡Estás de coña!? ¡Se suponía que—!”
“¡Allí abajo…!” dijo una voz femenina a su lado.
Stella, armada con un fusil, señalaba algo. Siguiendo su dedo, Claire la vio. Muy escondida entre las unidades de aire acondicionado de la azotea. Muy cerca del lugar de donde salían los caminantes.
“¡Mierda…!” masculló William, echando a correr hacia las escaleras del helipuerto.
‘¡N-No, era mi responsabilidad…! ¡Otra vez no!’
Claire se abalanzó sobre el arcón de armas. La mayoría eran fusiles de combate, los cuales no tenía ni idea de cómo usar. Revolvió entre los suministros, y sus ojos se posaron sobre una pistola.
‘¡Ah!’
De forma inconsciente, se encontró de vuelta en la parte inferior de la azotea, siguiendo los pasos de William. Daba igual que estuviese herida. Daba igual que estuviese cansada. Tenía que hacer aquel último esfuerzo.
“¿¡Qué hacen aquí!? ¡¡Vuelvan al helipuerto!!” gritó uno de los soldados en cuanto los vio.
Apenas podían contener la ola de caminantes. Los cuerpos se apilaban frente a la puerta de las escaleras, pero ello no les frenaba en absoluto. Salían en tromba, empujando y trepando sobre los cadáveres.
William se escurrió entre la maquinaria donde se ocultaba Eleanor, con los caminantes cayendo muertos a apenas unos metros de distancia. Claire se detuvo y alzó su pistola, pero ni siquiera sabía qué hacer con ella. Su mano derecha estaba inutilizada, y la izquierda mutilada. No podía apuntar con normalidad, ni podía sujetar el arma en condiciones.
‘Oh dios, oh dios… ¿¡Qué hago!?’
Al cabo de unos segundos que parecieron una eternidad, vio cómo William emergía de detrás de la maquinaria, con Eleanor en brazos. A unos pasos de ellos, un nuevo grupo de caminantes se alzó sobre la pila de cadáveres, en busca de presas.
Las balas llovieron sobre ellos desde el helipuerto, haciéndolos colapsar entre espasmos y chillidos, pero uno de ellos se mantuvo en pie y se lanzó hacia William con la boca abierta de par en par.
*¡Bang!*
El retroceso de la pistola hizo que se le escapase de la mano. El caminante cayó como un fardo sobre William y lo derribó, emitiendo un último gorjeo antes de quedarse inerte, con un agujero en la cabeza del que brotaba una sangre viscosa.
“¡¡Dios…!! ¡Claire!” William se revolvía bajo el cadáver del caminante mientras abrazaba a Eleanor, protegiéndola con su propio cuerpo.
Claire se les acercó a toda prisa, respirando pesadamente, y vio por el rabillo del ojo cómo se acercaban más caminantes a trompicones. No se detuvo, a pesar del miedo que le congelaba el alma, y les quitó el cadáver de encima a tirones.
“¡¡V-Vamos!!” gritó, con voz temblorosa.
‘¡No quiero volver a dejar a nadie atrás! ¡Saldremos de esta! ¡Todos…!’
Con William siguiéndola de cerca, regresó al helipuerto, mientras los soldados continuaban retrocediendo, paso a paso, agotando sus últimos cargadores.
******
“¡El helicóptero está listo! ¡¡Venga, todo el mundo arriba!!” gritó el Coronel Rowan desde el helipuerto.
Isaac miró atrás por un instante, y vio la enorme silueta del helicóptero de rescate posada sobre la plataforma.
“¡Vamos, atrás! ¡Retroceded! ¡¡Replegaos a las escaleras!!” dijo.
Algunos de sus hombres ya habían abandonado los fusiles por falta de munición, recurriendo en su lugar a pistolas. No podían esperar ni un segundo más.
“¡¡Aquí Jay-02!!” dijo una voz por la radio. “¡La ola de Convergencia está casi en la azotea! ¡¡Tenéis que salir de ahí ya!!”
Isaac defendió la parte baja de las escaleras hasta que el último de los soldados retrocedió hasta el helipuerto, desde donde varios de los civiles disparaban contra la horda. Su avance era imparable, los cuerpos cubrían gran parte de la azotea, y una escandalosa cacofonía de chillidos y cristales rotos se acercaba desde abajo, acompañada de temblores cada vez más violentos.
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Corrió escaleras arriba hasta el helipuerto. Los civiles desarmados habían subido ya a bordo del helicóptero.
El Coronel Rowan le recibió junto a las escaleras, abriendo fuego contra los stingers. “¡Deprisa, capitán! ¡¡Todos a bordo, vamos!!”
Los soldados se rearmaron y retrocedieron hasta la rampa del helicóptero. El repiqueteo de las botas sobre la superficie metálica era lo más reconfortante que Isaac había oído en mucho tiempo. Las armas humeaban, temblaban como si fueran a hacerse pedazos, escupiendo una constante lluvia de proyectiles sobre la enfurecida horda, que ahora trepaba las escaleras del helipuerto.
“¡Estamos todos!” gritó el coronel, hacia la parte frontal del helicóptero. “¡¡Vamos, arriba, arriba, arriba!!”
El estruendo de la multitud parecía venir ya de todas partes, y sus inhumanos chillidos se oían con caótica claridad.
“¡¡¡Salid de ahí cagando hostias!!!” dijo la voz de la radio.
La ola de Convergencia reptó sobre las barandillas de la azotea como si de un fluido se tratase. Isaac habría deseado no tener que volver a enfrentarse a aquellas criaturas nunca más. Qué iluso.
La barandilla metálica se comprimió bajo el peso de sus exoesqueletos, el cemento del suelo se quebró cuando sus garras se hundieron en él, sus múltiples ojos de insecto se clavaron en el helicóptero, sus mandíbulas se abrieron en anticipación.
“¡¡Cerrad la puta compuerta!! ¡¡Rápido, cerradla!!”
“¡¡Fuego, que no se acerquen!!”
El vehículo comenzó a levantar vuelo, y las criaturas parecieron darse cuenta de ello. Se abalanzaron hacia el helipuerto como una exhalación. Puñado tras puñado, docenas de aquellos monstruos treparon por las paredes de la torre e inundaron la azotea, aplastando a los stingers inferiores que se cruzaban en su camino. Las balas caían incesantemente sobre ellos, pero lo único que conseguían era cabrearlos más.
Desbordaron las escaleras del helipuerto, y luego el helipuerto en sí. Extendieron los brazos en dirección al helicóptero, pero ya estaba fuera de su alcance.
‘¡Joder, por los putos pelos…!’
Los monstruos treparon unos sobre los otros a una velocidad vertiginosa, ascendiendo rápidamente en altura y alcance, y formando una torre viviente que en cuestión de segundos se aferró a la rampa de carga del helicóptero, la cual todavía no había podido cerrarse.
Todo el vehículo se sacudió, y los civiles que se aglomeraban hacia la parte frontal comenzaron a gritar y entrar en pánico.
“¡¡Hostia puta…!! ¡¡Nos han alcanzado!!”
“¡¡A-Abrid fuego…!!”
“¡¡Moved este puto trasto, vamos!!”
Un enorme estruendo pareció inundar la atmósfera a su alrededor, eclipsando incluso el rugir de los rotores del helicóptero. Luchando por mantener el equilibrio, Isaac miró a través de una de las ventanas del compartimento.
La Torre Kurtis se desmoronaba.
La estructura se encontraba cubierta por un denso entramado de puntos azules brillantes, entre los cuales se colaba humo y polvo a borbotones. El imponente edificio se inclinó más y más a un lado, hasta que su integridad estructural se rindió por completo. La torre colapsó sobre los edificios adyacentes, levantando una colosal nube de polvo que se alzó muy por encima del helicóptero, y llevándose a aquellas criaturas con ella.
Sin embargo, uno de los monstruos continuaba aferrado a la rampa trasera del vehículo. No podía cerrarse por completo, el cuerpo de la criatura lo impedía, atascado contra la parte superior del habitáculo. Chillaba y gruñía, lanzando zarpazos en todas las direcciones, abollando el metal y creando múltiples grietas por las que se filtraban bocanadas de polvo.
El helicóptero daba vueltas, desestabilizado por las sacudidas de la criatura.
“¡¡Fuego…!! ¡¡¡Matad a ese cabrón!!!” exclamó Isaac.
Acribillado a tiros, el stinger se revolvió más, tratando de librarse de la rampa metálica que lo aprisionaba. Aquellas armas no estaban preparadas para combatir a un enemigo así. Su coraza ósea se astillaba, pero no se rompía. Algunas balas alcanzaban las junturas entre placas, causando heridas de las que salpicaba un líquido oscuro amarronado. La red de líneas luminosas que circulaba por todo su cuerpo parpadeaba frenéticamente, como si cada impacto, cada bala, agravase todavía más sus ansias de libertad.
Durante varios segundos, el pelotón mantuvo fuego automático ininterrumpido sobre el monstruo, deteniéndose solo para cambiar cargadores.
La fuerza de la criatura salió vencedora. El mecanismo de cierre de la rampa cedió ante las repetidas convulsiones, reventando, y provocando que la rampa se abriese de nuevo por completo, liberando al monstruo.
El helicóptero se tambaleó de arriba abajo, haciendo que muchos de los presentes perdiesen el equilibrio.
‘¡Mierda…!’
Isaac sintió que se quedaba sin respiración. Todo pareció transcurrir en cámara lenta frente a sus ojos.
Por un efímero instante, el stinger se detuvo. Sus ojos rastrearon el compartimento del helicóptero. Se detuvieron en algo situado al fondo, hacia el frente del vehículo. Allí estaba, a la vista, vulnerable. La joven reina. El origen de la Convergencia. La única cosa que les importaba a aquellos bastardos. La mujer pelirroja la abrazaba, con una expresión de puro terror en el rostro.
******
La reina sufría.
La reina necesitaba ayuda.
La reina les llamaba.
Aquellas endebles criaturas estaban en medio.
Las odiaba.
Odiaba sobre todo a una en concreto.
¿Por qué estaba tan cerca de la reina?
Blasfemia.
La reina les pertenecía.
Imperdonable.
Imperdonable.
Imperdonable.
******
No iba a añadir más nombres a la lista. Daba igual que se tratase de una reina stinger. O de una pseudo-reina. Daba igual que fuesen la única esperanza de salvación de la humanidad. A aquellas alturas, ya le daba igual.
Tenían un nombre. Una vida por delante. Unos sueños, unas expectativas, una existencia con un valor incalculable. Una existencia con cuyo peso cargaría para siempre si les dejaba morir allí.
La losa sobre sus hombros pesaba ya demasiado.
‘Ni uno más.’
No tenía un plan, no había tenido tiempo de formularlo, pero su cuerpo se movió por cuenta propia, interponiéndose en el camino de la criatura.
El stinger avanzó por el compartimento a gran velocidad, pasando por encima de los demás soldados, que apenas tenían por donde escapar en aquel claustrofóbico espacio. Isaac sabía que no podría frenarlo. La bestia lo embistió, sujetándolo con sus garras y empujándolo con facilidad.
Sintió algo punzante en el estómago. La adrenalina bloqueaba cualquier sensación de dolor, pero el repentino calor que le recorrió el abdomen era suficiente advertencia. No tenía mucho tiempo.
El stinger abrió las mandíbulas de par en par. Eran lo bastante grandes como para abarcar su cabeza entera. Isaac empuñó su rifle de asalto con ambas manos y se lo metió hasta la garganta.
‘¡Atragántate con esto, hijo de puta!’
Apretó el gatillo, y no lo soltó hasta que el arma dejó de disparar.
Lo que ocurrió a continuación se manifestó como una serie de imágenes borrosas frente a sus ojos. Miraba al techo del helicóptero. Se sentía pesado, algo grande yacía sobre su cuerpo. ¿Era el stinger? ¿Lo había conseguido?
Tenía frío. Seguía sin sentir dolor alguno, pero la sensación cálida en su abdomen se había reemplazado por constantes escalofríos.
‘Creo… que me he hago una idea… de lo que pasa…’
Una figura se arrodilló a su lado. Conocía aquella cara.
“C-Coronel…” masculló. El Coronel Rowan le observaba con una de las expresiones más serias e insondables que podía recordar. “L-La lista… coronel… ¿H-Hay más n-nombres que… añadir…?”
Rowan negó con la cabeza.
“A-Ah… B-Bien….”
“Descanse, soldado. Volvemos a casa.”
“S-Sí, casa… M-Me vendrá bien… un d-descanso… Una c-cerveza, bien fría… Una c-cama mullida… Y-Ya lo hecho en f-falta…”
“Shh… Ahora necesita ahorrar fuerzas.”
“Ya…”
‘V-Volver a casa, ¿eh…? Se le da mal m-mentir, coronel…’
Isaac cerró los ojos. Le costaba seguir pensando.
“Isaac Stone, es usted un héroe.”
******
Rowan se puso en pie. Sus ojos peinaron el lugar.
Las paredes estaban abolladas, agrietadas, y cubiertas de sangre. La mayor parte de aquella sangre era humana. Varios soldados yacían muertos cerca de la rampa, y los que quedaban con vida hacían esfuerzos por tenerse en pie. Era probable que muchos tuviesen huesos rotos, cortes profundos, y numerosas magulladuras.
Muchos héroes habían nacido, y muerto, aquel día.
‘Al menos los civiles están a salvo…’
Miro al cadáver del stinger, en mitad del compartimento.
“Que alguien me ayude a echar a esta cosa del helicóptero.” dijo.
Estaba furioso. A lo largo de los años, su corazón se había endurecido bajo una gruesa coraza, pero ningún escudo era indestructible.
“¡¡C-Coronel…!! ¡¡¡Tenemos problemas!!!” dijo uno de los pilotos, desde el frente del helicóptero.
No era el momento de lamentarse. Todavía no.
“¡¡¡El horizonte brilla!!!”