“¡Aquí Hawk-01 transmitiendo a todas las unidades! ¡Tenemos visual de la ola principal de Convergencia! ¡Contacto estimado con el punto de evacuación en quince minutos! ¡Cambio!”
“Aquí Central. Recibido, Hawk. A todos los escuadrones aéreos, tomen posiciones en el perímetro de la celda según lo acordado, e inicien la operación de supresión. Caballeros, ¡hagan todo lo posible por frenar esa ola!”
“¡Sí, señor!”
Línea tras línea de edificios pasaban como una imagen borrosa bajo el helicóptero, y el ensordecedor ruido de las hélices amortiguaba el tumulto que provenía de las calles. Los demás vehículos del escuadrón se separaron de la formación, extendiéndose en múltiples direcciones.
Sintió las gotas de sudor goteando desde su cara y ensuciando su uniforme. Ningún ser humano en su sano juicio podría presenciar aquel dantesco espectáculo y mantener la calma.
Atraídos por la reina desde las celdas colindantes, los stingers se habían aglomerado en una masa orgánica homogénea, en una carrera frenética hacia el epicentro de la señal. Más de dos metros de altura, piernas con múltiples articulaciones, un exoesqueleto óseo que cubría sus cuerpos, mandíbulas en lugar de boca… Aquellas criaturas eran abominaciones, que habían abandonado todo vestigio de humanidad.
El muro de monstruos, cuyos cuerpos emitían una luz azul brillante, avanzaba a una velocidad aterradora, atravesando edificios y arrollando cualquier obstáculo en su camino. Todo aquello que no estuviese hecho de hormigón armado o acero colapsaba bajo la fuerza de la horda, dejando solo devastación a su paso.
Mirase a donde mirase, el horizonte relucía en un color azulado. Y un simple puñado de aquellos monstruos sería una sentencia de muerte para sus compañeros en la Torre Kurtis.
‘Esto es una locura.’
“¡Iniciando supresión!” gritó el piloto por la radio. “¡Fuego a discreción!”
Las armas del helicóptero comenzaron a rugir al unísono, junto a las del resto de helicópteros de combate que se posicionaban a lo largo del perímetro. Una lluvia de misiles cayó sobre el muro de stingers, mientras los artilleros neutralizaban a aquellos que lograban sobrevivir a las explosiones. El piloto se veía obligado a retroceder constantemente, siguiendo al frente de stingers que continuaba avanzando a través de la ofensiva.
Algo pasó como una exhalación por encima del escuadrón de helicópteros, dejando tras de sí una estela de condensación. Apenas unos segundos después, el sonido de una explosión lejana llegó a oídos del piloto, y una densa y alargada nube de humo negro se materializó en el horizonte.
“Aquí Silvergull, cordón de fuego desplegado en sector 3, volviendo a base. Cambio.” dijo una voz en la radio.
Después, una segunda aeronave sobrevoló la zona. Luego otra. Y otra. Tal y como les habían informado, la flota de bombarderos se había puesto manos a la obra para cubrir el acceso por tierra a la Torre Kurtis con un cordón de napalm.
Una nueva andanada de misiles cayó sobre el muro de stingers. ¿Servirían de algo todos aquellos esfuerzos? Quizá podrían comprar un minuto o dos de tiempo para sus compañeros. Quizá no serían más que unos segundos.
“¡Aquí Hawk-01, la ola ha cubierto casi todo el sector 5, retrocedemos al 12! ¡Cambio!”
Quizá era una batalla perdida. Pero daba igual, el futuro de la humanidad estaba sobre la mesa. Enfrentarse a aquel destino no era ninguna locura. Rendirse ante él sí lo era.
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Los brazos de Isaac estaban entumecidos a causa de la constante vibración del fusil. A cada segundo que pasaba, la montaña de cadáveres al fondo de la escalera se multiplicaba en tamaño, y más stingers desenfrenados trepaban y se arrastraban sobre los caídos, con los ojos puestos en el grupo de soldados.
“¿¡Cómo coño es que siguen subiendo!? ¡Ahí abajo no hay más que fuego y humo!” gritó Erik.
“¡Déjate de cháchara!” respondió Isaac. “¡Céntrate!”
El fuego no funcionaría esta vez. Muchos de los stingers que emergían de las escaleras estaban en llamas, o mostraban serias quemaduras por todo el cuerpo. La pila de cadáveres humeaba, y tenía pinta de estar a punto de estallar en una bola de fuego.
Normalmente, la presencia de humo les instaría a evacuar el lugar. Sin embargo, la llamada de la reina era formidable, imposible de resistir. Aquellos cabrones solo tenían ojos para ella.
“¡Aquí Isaac!” dijo, sujetando su arma con una sola mano mientras se llevaba la otra a la radio. “¿¡¡Dónde cojones está la evacuación!!?”
“¡Aquí Lucky-02! ¡Hemos encontrado resistencia enemiga en el espacio aéreo de la torre, nos hemos visto obligados a realizar maniobras de evasión! ¡Vamos de camino! ¡¡Les sacaremos de ahí!!”
‘¿¡Resistencia enemiga!? ¿¡Qué demonios está pasando!?’
La montaña de cadáveres ya cubría la mitad del tramo de escaleras. La horda empujaba los cuerpos sin descanso, acercándose peligrosamente al descansillo.
“¡No podemos aguantar aquí mucho más! ¡Erik!” dijo Isaac.
“¡Está listo, capitán!”
“¡Venga, todo el mundo arriba! ¡¡Vamos, vamos, vamos!!”
Los soldados echaron a correr escaleras arriba, con los stingers pisándoles los talones.
“¡Ahora!” ordenó Isaac, tan pronto el último de ellos alcanzó la relativa seguridad del descansillo superior.
La carga explosiva detonó, liberando un ensordecedor estallido que les sacudió los tímpanos, incluso a través de los protectores auditivos. Sin detenerse a comprobar si el explosivo había sido efectivo, continuaron ascendiendo, hasta tomar posiciones en el descansillo de la siguiente planta.
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“¡Preparaos!” dijo Isaac, segundos antes de que nuevos grupos de stingers surgiesen de la escalera. “¡¡Fuego!!”
Las armas rugieron de nuevo, abatiendo a aquellos monstruos por docenas, y creando una nueva pila de cadáveres que, igual que la anterior, avanzaba hacia arriba escalón tras escalón.
“¡Atención, contacto a nuestras nueve! ¡¡Stingers por el pasillo!!” dijo uno de los soldados.
Isaac ojeó la puerta de las escaleras y avistó un pequeño grupo de stingers que corrían en su dirección.
‘¿¡De dónde vienen!? ¡Deben de haber subido por el otro hueco de escaleras! ¿¡Han trepado hasta allí!?’
“¡Kenneth, Alan, cubrid el pasillo! ¡El resto, mantened el fuego sobre la horda en este flanco!” ordenó.
Los soldados se reposicionaron siguiendo sus órdenes y siguieron luchando.
La mente de Isaac se encontraba dividida. Una parte de él estaba concentrada exclusivamente en la batalla. En el traqueteo de las armas, en contar los cargadores que le quedaban, en el sonido de los cuerpos cayendo inertes, en los salpicones de sangre que pintaban las paredes, en los escandalosos gritos y gruñidos que parecían venir de todas las direcciones a un tiempo, en el sudor que le caía por la frente.
Su otra mitad se hallaba pensativa. Ya había pasado por esto antes. Dicen que, cuando la mente percibe que está a punto de morir, la vida entera pasa por delante de los ojos. En su caso, lo único que se le pasaba por la cabeza era un recuerdo en concreto.
Uno que no quería volver a revivir bajo ningún concepto.
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Hacía frío, y una densa niebla cubría la ciudad hasta donde alcanzaba la vista. Con el olor azufrado del gas inhibidor subiéndole por las fosas nasales, Isaac continuó oteando el panorama con los prismáticos.
Entre los edificios se erigían las ruinas de una fábrica de coches. La mayor parte de la gran extensión de naves había colapsado, revelando un escenario alienígena en el interior. Lo que una vez fueron líneas de producción estaban ahora cubiertas por algún tipo de sustancia sólida, de apariencia similar a la cera, formando una jungla de arcos, túneles y cúpulas que se ramificaba hacia el exterior del edificio y cubría todo el polígono industrial. Era como una furiosa y turbulenta corriente de agua embarrada que se había congelado en el tiempo.
El nivel de actividad era extremo. Correteando entre los pasillos y recovecos de aquel laberinto, los stingers se contaban por miles, sino decenas de miles. Entre ellos se podían distinguir unas pocas, pero enormes criaturas. Los pretorianos, del tamaño de un elefante africano adulto, patrullaban los pasillos más grandes de la colmena, convergiendo por turnos en el núcleo para luego volver a alejarse hasta los perímetros exteriores.
Había al menos uno de ellos en el corazón de la estructura en todo momento, vigilando a una entidad muy especial. Casi todo el tejado se había derrumbado, dejando expuesta a simple vista a la cabeza de la jerarquía de la colmena.
No podía verla bien a través de la niebla, pero Isaac sabía qué era lo que estaba viendo. Brazos alargados de apariencia frágil, un cuerpo casi esquelético en comparación con el resto de stingers, y con dos protuberancias articuladas que sobresalían de su cabeza.
‘Ahí está… La reina.’
“Nelson, informe de situación.” dijo.
“Casi todos los equipos están en posición, capitán.” respondió una voz a su izquierda. “Tenemos contacto visual con el objetivo desde múltiples flancos. Seguimos esperando la confirmación de Delta.”
“Bien…” dijo, con tono apagado.
Nelson hizo una breve pausa. “¿Todo bien, capitán?”
“Sí, céntrese en la misión.”
“Sí, señor.”
No estaba bien. Aquella misión no podía implicar nada bueno, y era probable que todos sus hombres fuesen conscientes de ello. ¿Eliminar a la reina y observar la reacción de la colmena? ¿En serio? ¿En qué demonios estaban pensando?
Había sido una operación larga y exhaustiva, con infinidad de recursos a su disposición. Los de arriba estaban deseosos de conocer mejor al enemigo, de saber a qué se estaban enfrentando; y era evidente que los resultados eran lo único que les importaba. Todo lo demás era un puñado de herramientas. Vidas humanas incluidas.
El trayecto a través de la urbe había sido lento, tedioso, y peligroso. Aún así, a pesar de todo lo que habían puesto en juego para llegar hasta allí, le aterrorizaba el momento de dar la orden. Ojalá no llegase nunca.
“Aquí Delta, estamos en posición y tenemos visual del objetivo. Cambio.” dijo una voz por la radio.
“Todos los tiradores están listos, capitán.” dijo Nelson. “¿Sus órdenes?”
Isaac apartó la vista de los prismáticos, y dejó que su mirada se perdiese en la nublada bóveda celeste por unos largos segundos.
“¿Capitán?”
“…aquí el Capitán Isaac...” dijo, antes de devolver su atención a los prismáticos. “A todos los tiradores, prepárense para disparar. En tres… dos… uno…”
‘Que Dios nos coja confesados.’
“¡Fuego!”
*¡Bang!*
…
Nelson Brown. Aiden Lee. Carter Tremblay. Addison Clark. Samuel Stewart. James Mitchell…
Maldito sea el momento en que decidió acatar las órdenes. El peso de aquella lista se lo recordaría por el resto de sus días. ¿Cuántos? ¿Cuántos más tendría que añadir?
######
‘Ni uno más. Y una mierda voy a permitir que mis hombres mueran aquí. Otra vez no.’
“¡Capitán, están ganando terreno otra vez!” dijo uno de los soldados.
“¿¡Erik!?”
“¡Cargas preparadas, capitán!”
“¡Venga, arriba! ¡¡Vamos, deprisa!!”
Repitieron el proceso una vez más. La descarga retumbó por todo el hueco de la escalera e hizo reventar los ventanales cercanos, mientras el pelotón se apresuraba en su ascenso hasta la siguiente planta.
“¡No quedan más explosivos, capitán!” exclamó Erik.
“¡¡Tendremos que contenerles con la munición que nos queda!! ¡¡Tomad posiciones y preparaos para—!!”
Un nuevo estallido hizo temblar las paredes, y una nube de polvo se propagó desde lo alto de las escaleras, haciendo que Isaac y compañía se detuviesen a medio ascenso. Una lluvia de escombros y gravilla se derramó por los escalones, mientras algo grande y corpulento se movía entre el polvo.
“¡¡¡Cuidado!!!”
“¡Contacto al frente! ¿¡¡Qué coño es!!?”
Isaac se petrificó por un instante. Sus instintos de supervivencia entraron en acción y tomaron el relevo en cuanto aquella silueta dio un paso al frente.
“¡¡T-Todo el mundo a un lado!! ¡¡¡A cubierto!!!”
El pelotón se pegó a las paredes, segundos antes de que la mole cargase escaleras abajo, estrellándose contra el descansillo y agrietando el suelo en el proceso. La imagen del pretoriano irguiéndose sobre sus patas traseras hasta casi rozar el techo con la cabeza hizo que todas las terminaciones nerviosas de Isaac enviasen señales de peligro.
La horda de stingers alcanzó la posición del pretoriano y comenzó a forcejear contra su imponente cuerpo, que bloqueaba el camino. Uno de ellos se escurrió entre las piernas del monstruo, y aulló mientras subía a saltos hacia los desconcertados soldados.
La enorme garra del pretoriano se hundió en la espalda del stinger. La criatura entró en cólera y, entre estridentes rugidos, cargó contra la multitud que se apelotonaba a su alrededor.
‘¿¡Q-Qué demonios!?’
Isaac miró al resto de sus hombres. Algunos tenían la mirada clavada en él. Otros no podían apartar la vista de la enloquecida criatura. Necesitaban órdenes. Órdenes que no los llevasen a la ruina.
“¡¡Nos vamos!!”
“¿¡C-Capitán!?”
Las paredes, el suelo, y el techo de las escaleras se cubrían a velocidad vertiginosa con sangre y entrañas. Con un demoledor impacto, el pretoriano abrió un agujero en la fachada exterior, expulsando a una docena de stingers al vacío. Sin parar de rugir, se precipitó escaleras abajo, arrastrando a la horda con él.
“¡¡Esa cosa los entretendrá!! ¡¡Reunamos al resto y dirijámonos a la azotea!! ¡¡Deprisa!!”
‘¡Tan solo espero que nos compre el tiempo suficiente! ¡Lo suficiente como para reagruparnos y asegurar la azotea! ¡Vamos, Lucky…! ¿¡Dónde puñetas estáis!?’