Los dedos de Claire hurgaron con delicadeza entre la maleza, revelando una seta rolliza de color amarronado.
‘Comestible.’
Con cuidado, sacó una navaja y cortó la base del tallo. Añadió el hongo a la bolsa que colgaba de su brazo izquierdo, con cuidado de no aplastar el resto de sus contenidos, mayormente frutas silvestres y algunas hierbas culinarias.
Se detuvo un momento, cerró los ojos, y escuchó. El canturreo de los pájaros desde los árboles, el sonido de las hojas en el viento, alguna clase de animal pequeño removiendo ramitas y hojarasca en la distancia…
Había llovido la noche anterior. Con cada aliento, sus fosas nasales se llenaban del fresco y húmedo aroma de la tierra mojada. Hacía un poco de frío, pero nada que no se pudiese soportar.
Todo parecía normal, rutinario, como si nada hubiera ocurrido. Era casi difícil de creer. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dos años? Aquella nueva realidad estaba tan centrada en la supervivencia del día a día, que llevar la cuenta del tiempo había perdido gran parte de su relevancia.
Tras la operación de rescate, las autoridades finalmente dejaron salir a la luz la verdadera magnitud del problema. La humanidad había dejado de ser la especie dominante del planeta; los “stingers”, como ellos los llamaban, les habían robado el sitio.
Los militares centraban todos sus esfuerzos en impedir la expansión de aquellos monstruos, pero era una guerra de desgaste que no podían ganar. La luz solar es, a fin de cuentas, un recurso inagotable. No podían competir contra algo así.
Claire continuó abriéndose paso entre la maleza, con los ojos puestos en el suelo. Tras algunos hallazgos silvestres más, alzó la mirada hacia el cielo y analizó la posición del sol.
‘Debería ir volviendo.’
…
Ojeó los prados mientras caminaba, así como las casas que decoraban el paisaje por aquí y por allá, a ambos lados de la carretera. Era una zona rural, alejada de los grandes centros de población. En comunidades aisladas como aquella, la gente que había sobrevivido a la pandemia había regresado a las viejas costumbres. Los militares les proporcionaban suministros de vez en cuando, pero gran parte de su sustento provenía de la propia naturaleza. Cultivo, ganadería, caza…
Una vida pacífica, para aquellos que podían olvidar los horrores del pasado, e ignorar el peligro que acechaba desde el horizonte.
Claire intercambió saludos con las pocas personas con las que se cruzó, pero no estaba de humor para hablar con nadie. Se mantuvo hundida en sus pensamientos durante todo el camino de vuelta.
En el centro del pueblo, giró una esquina y atisbó un gran edificio de aspecto rústico, frente a una plaza. Solía ser el ayuntamiento, y tras muchas reformas para reparar el daño causado por el abandono, había vuelto a sus funciones como centro comunitario.
Los ojos de Claire se abrieron de par en par en cuanto reparó en algo grande y oscuro en la carretera, frente a la entrada del edificio. Un camión militar. Su última visita con suministros había sido reciente, deberían haber tardado semanas en volver.
‘¿¡Quizá…!?’
Cruzó la carretera con grandes zancadas y corrió hacia la entrada. Un grupo de soldados discutían sobre algo frente a la puerta. Uno de ellos la vio llegar, y se le quedó mirando con cara de confusión.
Casi sin aliento, trató de decir algo, pero no le salieron las palabras. Entre los soldados, vio una cara conocida, que se le quedó mirando también.
“¡A-Ah…! ¡Stella!”
“¡Claire! ¿¡De dónde vienes con tanta prisa!?” dijo Stella, dándole unas palmaditas en la espalda. “Venga, respira.”
Stella había resultado ser toda una bendición para la comunidad. La forma en la que había tomado liderazgo y establecido roles entre los supervivientes resultaba admirable. Al menos había sacado algo positivo de sus experiencias durante el incidente.
“No digas nada, entra.” añadió. “Ha vuelto.”
Claire se abalanzó a través de la puerta. Había un hombre en mitad del vestíbulo del ayuntamiento, con varios pares de ojos curiosos y nerviosos posados sobre él.
“¿Todo bien?” dijo.
Tenía frente a él una niña de pelo marrón claro. Llevaba un vestido azul con dibujos de flores, que lo miraba cabizbaja. Él se había arrodillado para ponerse a su altura.
“Mhm…” Eleanor dejó salir un murmullo de afirmación, manteniendo una distancia prudencial con el hombre.
Claire se les acercó, hasta que estuvo a apenas unos pasos de distancia. El hombre se puso de pie y se giró hacia ella, permitiéndole ver con claridad su rostro. Ella abrió la boca con intención de decir algo, pero titubeó en el último segundo. ¿Tanto había cambiado durante aquellos meses? Sus rasgos faciales eran los mismos, pero algo no cuadraba.
Los ojos de William transmitían un mensaje muy diferente al que recordaba, y brillaban de forma inusual, irradiando una tenue luz azulada.
“Um… W-William… ¿Qué ha—?”
“Está hecho. Ha salido bien.”
“¿Seguro? ¿Y tú qué? ¿Tú estás bien?”
William asintió.
Sin pensarlo dos veces, Claire se le abrazó, gesto que él correspondió. Una sensación de alivio la recorrió de arriba abajo.
‘Menos mal… No tengo que perder a nadie más.’
“Venga, no creo que haya tiempo para reuniones. Supongo que habrán pasado bastantes cosas mientras no estaba. Ponme al día, ¿quieres?”
“Vale, vale…” respondió Claire. Soltó a William y se secó las lágrimas de los ojos, con una sonrisa en la cara. “A ver, ¿por dónde empiezo?”
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Mientras escuchaba a Claire, una parte de William se encontraba absorta en sus pensamientos. Miró de reojo a Eleanor, que le seguía siempre de cerca. Se percató de que ya no pellizcaba su ropa, sino que caminaba a unos centímetros detrás de él, sin quitarle ojo de encima. ¿Una señal de recuperación, quizá?
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A decir verdad, todos necesitaban recuperarse. Debían dejar sanar las heridas, mirar al frente, y tomar la nueva oportunidad que la vida les había ofrecido.
Lo hecho, hecho estaba. Ya no tenía sentido mirar atrás.
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La primera vez que uno de aquellos monstruos caminó a su lado, fue una experiencia aterradora. La segunda vez se le hizo raro. Un par de docenas de veces más tarde, empezó a acostumbrarse. Al cabo de una hora, dejó de darle importancia.
Los caminantes que antaño infestaban aquellas calles habían desaparecido. En su lugar solo quedaban aquellas criaturas. “Stingers”, como los llamaban. Por lo visto, algún tiempo después de que sacasen a Lilian de la ciudad, una nueva reina había surgido en su lugar, y los caminantes habían sido desechados, dejando sitio para una nueva colonia.
No paraban de moverse de un lado a otro, recorriendo las calles en todas las direcciones. La mayoría de los edificios habían sufrido daños catastróficos como resultado de la Convergencia, pero las carreteras estaban relativamente despejadas, pues el constante ajetreo había pulverizado los escombros y aplastado los vehículos. A decir verdad, ni siquiera parecían calles.
Los stingers pasaban a su lado, girando la cabeza en su dirección, mirándole a los ojos; pero le ignoraban.
Nora y Lilian lo habían logrado. Con su ayuda, habían encontrado una posible solución. Una nueva cepa del virus. William no entendía los detalles, pero la idea fundamental era que le permitiría camuflarse como un miembro más de la colonia, algo sobre feromonas. También se suponía que esta nueva cepa apenas tendría efectos secundarios sobre el cuerpo y la mente del huésped, evitando así el violento proceso de degradación que llevaba a la creación de los caminantes.
Los riesgos eran considerables, pero a William no le importó lo más mínimo. Se había ofrecido como sujeto de pruebas en cuanto tuvo la oportunidad. Tenía claro lo que debía hacer si quería seguir adelante. Estaba dispuesto a afrontar cualquier riesgo.
Tras horas de caminata, llegó a su destino. Cuando saliese de allí, tendría que agradecer personalmente al tal Coronel Rowan, por permitir que las pruebas de campo se llevasen a cabo en aquel lugar.
El antiguo de edificio de apartamentos se alzaba frente a él. O más bien, sus ruinas. La puerta de acceso al aparcamiento subterráneo había sido derribada, dejando ver el oscuro interior.
‘Bueno, esto lo facilita todo.’
Bajo la superficie, nada había cambiado demasiado. Sacó su linterna y se adentró en las alcantarillas, recorriendo aquel camino que tantas otras veces había recorrido, hasta que llegó a aquella puerta cerrada. A aquel sótano bajo un edificio derruido. A aquel cuarto oscuro.
Tomó asiento frente al umbral de la puerta abierta, y posó los ojos sobre la figura que se mantenía inmóvil en el otro lado.
“Hola, cariño.” dijo. “Han pasado muchas cosas. Quería volver a verte una última vez.”
…
“Hemos conseguido salir de este lugar, ¿sabes? Todos están ahora a salvo, lejos de aquí. Es un lugar muy bonito, rodeado de naturaleza, estoy seguro de que te habría gustado.”
…
“He adoptado a una niña. Se llama Eleanor. Lo ha… pasado mal, en parte por mi culpa. La he estado llevando a terapia, tenemos una psicóloga en la comunidad. También han montado una especie de colegio, donde ha estado aprendiendo cosas junto a un par de críos más. Poco a poco, confío en que sus heridas acaben por cicatrizar. No creo que pueda a llegar a ser la figura paterna que se merece, pero lo intentaré.”
…
Estaba fría. La carcasa que una vez fue Amanda tenía un tacto sobrecogedor, y su piel se caía a pedazos, como si se estuviese desintegrando en polvo. Sin embargo, todavía quedaba un ápice de vida allí dentro. Podía sentirlo. Podía oír un leve susurro ininteligible dentro de su cabeza, algo que nunca había oído antes.
Prefirió no tratar de descifrarlo.
“Cariño, espérame. Te prometo que me reuniré contigo, cuando llegue el momento. Te quiero…”
William abrazó a Amanda con fuerza, ahogando las lágrimas. Sabía lo que estaba a punto de pasar. No quería oírlo. Por última vez, dejó salir sus emociones acumuladas, permitiendo que sus propios llantos inundasen la habitación.
‘Perdóname.’
…
El cigarrillo sabía amargo, mucho más que de costumbre. Dio unas últimas caladas mientras se bañaba en los rayos de sol que alcanzaban el patio interior.
Los cultivos ya no existían, pero en su lugar había surgido un macizo de flores de intensos colores, que se entremezclaban con las zarzas y arbustos que habían comenzado a reclamar las ruinas.
Terminó el cigarrillo, arrojó la colilla al suelo, y observó el paquete. Todavía quedaban al menos una docena dentro. Suspiró y lo estrujó, dejándolo caer a sus pies junto al mechero.
“Adiós.”
******
Nora miró a la puerta de la habitación, y vio a un hombre con bata blanca asomarse al interior. Parecía dudoso a la hora de entrar, y la ojeaba con una mirada inquisitiva.
[No pasa nada, Norie, estoy bien. Puede entrar.]
Nora asintió al doctor, instándolo a acercarse. Eran muy cautelosos, no tomaban riesgos innecesarios. Era de esperar, teniendo en cuenta el tipo de tratamientos experimentales a los que estaban sometiendo a Lilian.
“Doctor…” dijo Nora, levantándose de su asiento para recibirlo.
“Buenos días, señorita Lamb. Traigo buenas noticias.” el rostro del hombre se iluminó con una sonrisa.
“¿¡S-Sí!?”
“Hemos confirmado que el Sting en su organismo se ha estabilizado, la nueva cepa es ahora dominante. Deberá seguir bajo observación periódica, pero todo apunta a que el proceso degenerativo se ha detenido.”
“¡¡Oh, gracias a dios…!! ¿¡Has oído, cielo!?” exclamó Nora.
Lilian estaba sentada junto a la ventana, mirándolos de forma inexpresiva. Su transformación física se había agravado más y más a lo largo de los últimos dos años, pero era un alivio saber que no iría a peor.
Su rostro había perdido todo ápice de emoción, era como una muñeca de porcelana; el único rastro de vida que le quedaba era la luz que irradiaban sus ojos. Aunque conservaba su apariencia suave y delicada, su piel se había tornado grisácea, y dos antenas duras y articuladas habían brotado de su cráneo. Además, había perdido la capacidad de hablar.
[¡Lo he oído! ¿Ves? Me habías dicho que todo saldría bien. ¡Sabía que no te equivocabas!]
Nora le dedicó una cálida sonrisa. Sabía que Lilian no podía devolvérsela físicamente, pero notó una sensación reconfortante en su interior.
“¿Y ahora qué, doctor?” preguntó Nora, centrando su atención de nuevo en el médico.
“De eso le iba a hablar. Vamos a reubicarlas.”
“¿Eh? ¿A dónde?”
“La nueva variante del Sting ha producido resultados satisfactorios, por lo que ya no necesitamos que se queden aquí en el hospital. Tenemos las muestras que necesitamos; nuestros esfuerzos se centrarán ahora en la aplicación de estos resultados. Las llevaremos a un puesto de control militar en una zona rural, lejos de las colonias de stingers, de cara a la integración en una comunidad de civiles, donde podrán reunirse con sus compañeros. En otras palabras, trataremos de que puedan hacer vida normal de nuevo, señorita Lamb.”
A Nora se le entrecortaba la respiración, y una amplia sonrisa se dibujó en su cara, acompañada de lágrimas de emoción.
“¿L-Lo dice en serio…? ¿Podremos, al fin…?”
“Tenga en cuenta que deberán estar en todo momento acompañadas por una escolta armada. Al fin y al cabo, Lilian sigue siendo una reina stinger. Tendremos que monitorizarla a ella, su influencia en el entorno, y su reacción hacia otras personas.”
“Ya, entiendo. ¡No importa, no sabe cómo me alegro de oír todo esto!”
“Le informaremos cuando esté todo listo para su reubicación. Ahora, si me disculpa…”
En cuanto el doctor abandonó la habitación, Nora corrió al lado de Lilian y la cogió de las manos.
‘¡Lilian, cielo…!’
[Hace tiempo que no salgo afuera. Ya tengo ganas.]
‘¡Haremos eso y más! ¡Ya verás!’
[Algo no está bien, Norie. ¿Qué pasa? Dime.]
Sus corazones eran un libro abierto, el uno para el otro.
‘…lo siento. Pude haberlo hecho mejor. Todas esas veces que puse en duda que fuésemos a salir de esta, todas esas veces que dudé de mí misma, o que dudé de los demás… Lo siento.’
[Da igual. Se acabó, ¿no? Ahora toca seguir caminando, pasito a pasito.]
Nora dejó escapar una risita.
‘Claro que sí. En su momento, me habría conformado con morir a tu lado, con que muriésemos juntas… Nunca más. El camino que tenemos por delante es muy largo aún. Así que, por favor… camina conmigo.’