“Sujétela bien, cuidado con el escalón.”
“No se preocupe, la tengo.” dijo Nora. “Vamos, Lilian. Abajo.”
Lilian dejó caer todo su peso sobre ella, haciendo que se tambalease hacia atrás. Con un leve resoplido, Nora la bajó del camión.
Una densa neblina blanca inundaba las calles, ocultando casi por completo cualquier cosa que estuviese a más de tres metros de distancia; era el mismo tipo de humo blanco que había visto en el hospital. Más allá de la cortina de niebla, la gigantesca silueta negra de la Torre Kurtis se resaltaba en el cielo.
“¡Vamos, no tenemos tiempo que perder! ¡Ya no hay vuelta atrás!” dijo el capitán, saliendo del vehículo. “¡Mucho ojo con dónde pisa, señorita! Nuestros compañeros han colocado explosivos en las calles que conducen a la torre. Siga nuestros pasos, y aléjese de cualquier objeto sospechoso que vea en el suelo.”
“E-Entendido…”
Mientras hacía señas a su compañero, el capitán cogió la radio. “¡Aquí Charlie! ¡Hemos llegado al límite del campo de explosivos! ¡Nos acercamos al punto de evacuación a pie! ¡Cambio!”
Nora avanzaba casi a ciegas, dependiente de los soldados que le indicaban el camino. Su mano izquierda no dejaba ir a Lilian en ningún momento, tirando de ella con suave determinación, instándola a seguirla de cerca. Si la perdía de vista, podría resultar imposible volver a encontrarla en la niebla.
En ocasiones pasaban entre pequeños objetos de forma cuadrada fijados al asfalto de la carretera. Envoltorios marcados con códigos numéricos, de los cuales salían varios cables, que se extendían por el suelo y se perdían en dirección a la torre.
Aunque Nora desconocía la naturaleza exacta de aquellos objetos, sabía que cualquier chispa podría causar un desastre allí abajo. Los militares no habían escatimado en recursos.
Unos pasos sonaron en las cercanías. Suaves, tímidos. Ambos soldados alzaron sus armas y registraron los alrededores, avistando una sombra solitaria que se les acercaba.
“¿¡H-Hola…!? ¿¡Hay alguien!?” dijo una voz femenina desde la niebla.
“¡¡Alto!! ¡¡Identifíquese o abriremos fuego!!” gritó el capitán.
“¡N-No…! ¡¡Un momento, no disparen!! ¡Oí algo sobre una e-evacuación…!”
“¡Quédese donde está!” el capitán volvió a coger la radio. “¡Aquí Charlie! ¡Hemos encontrado una superviviente en la zona, atraída por la transmisión de evacuación! ¡Cambio!”
“Aquí Alpha. Déjenla pasar, Charlie.” dijo una voz al otro lado de la radio. “No es la única, han llegado más. Les estamos agrupando en uno de los pisos intermedios, realizaremos una inspección rápida antes de dejarles subir a la azotea.”
“¿¡Podemos sacarles a todos de aquí!?”
“Órdenes del coronel.”
“Entendido, Alpha.” devolvió su atención a la silueta. “Venga, vamos. ¡Manténgase cerca!”
A paso ligero, la figura de una mujer se unió al grupo. “¡G-Gracias!”
Cuanto más se acercaban al edificio, más visible se volvía su fachada acristalada, pero Nora no podía pararse a admirarla. Tenía otras cosas en mente, como los ruidos extraños que percibía en la lejanía. Muchas voces al unísono, como si toda la ciudad se lamentase por la marcha de un ser querido.
‘¿Cuánto tiempo tenemos realmente…?’
******
“¡Contacto! ¡Un grupo en el pasillo a nuestras nueve!” dijo Isaac, abriendo fuego sobre los stingers.
“¡Recargando!”
“¡Más por el frente, cuidado!”
“¡Aquí Echo, piso cuarenta despejado! ¡Lo sellaremos y ascenderemos hasta su posición, Alpha!” dijo otro soldado por la radio.
“¡Recibido!”
El ruido de los disparos retumbaba por los corredores, acompañado del traqueteo de las armas, el rechinar de los casquillos en el suelo, y el farfullar de los stingers.
No había tiempo para limpiar el edificio entero. Habían dejado a los civiles en una zona segura en la planta treinta y cuatro, y se habían centrado en despejar exclusivamente los pisos superiores. Por desgracia, era donde se concentraban la mayoría de los stingers. La conmoción agitaría al nido, pero sería un proceso gradual. Debían aprovechar el factor sorpresa y barrerlo de un plumazo.
Apretó el gatillo, y neutralizó a los últimos objetivos que quedaban en el pasillo. Se hizo el silencio. Con el cañón del arma todavía humeante, agudizó el oído. Ni se oían pasos, ni detectaba movimiento.
Bajó el arma y regresó con el resto del equipo.
“Ese parecía ser el último. ¡Jameson, selle la puerta del hueco de la escalera, bloquéela con lo que sea que encuentre! ¡Erik, conmigo! ¡Seguiremos ascendiendo!”
“¡Sí, señor!” respondieron.
El equipo volvió sobre sus pasos hasta las escaleras.
“¡Aquí Alpha! ¡Ascendemos al piso cuarenta y uno! ¡Echo, continúen hacia el cuarenta y dos!”
“¡Recibido, Alpha!”
Todavía quedaban diez plantas más. Iban a buen ritmo, pero cualquier imprevisto podría ponerles contra las cuerdas. Apenas faltaba una hora para la llegada de los helicópteros de transporte. Debían darse prisa.
Isaac escuchó una voz en la radio. “¡Aquí el Capitán Ray, del equipo Foxtrot, transmitiendo a todas las unidades! ¡Stingers aproximándose a la Torre Kurtis desde múltiples flancos! ¡Repito, stingers aproximándose a la Torre Kurtis desde múltiples flancos!”
‘¡Mierda…! ¿¡Ya!?’
******
Ya podía verlos. Más allá de la nube de gas inhibidor, multitud de siluetas se acercaban a la torre arrastrando los pies. Contarlos era una tarea imposible. Docenas, cientos quizá. Diez minutos más tarde serían innumerables.
“Aquí el Coronel Rowan. Foxtrot, inicien los protocolos de defensa.”
“¡Recibido, señor!” respondió Ray, antes de cambiar de frecuencia. “¡Atención, Foxtrot! ¡Todo el mundo a sus posiciones! ¡Prepárense para entablar combate!”
Se dirigió a su puesto en el ventanal. Había un total de tres calles que convergían en la Torre Kurtis. Tres flancos a proteger, y cientos de objetivos acercándose por cada uno. Quizá hubiesen podido mantener la posición si tuviesen más personal y recursos a su disposición. Sin embargo, con tan solo tres soldados por flanco, lo único que podían hacer era comprar tiempo, retrasar lo inevitable.
Fijó la mirada en la carretera. La marea de sombras comenzaba a llenarla, sin dejar ni un solo hueco libre.
“Listos para la detonación… Esperen… ¡Esperen…! ¡¡Primera línea, ahora!!” dijo, mientras se agachaba para ponerse a cubierto.
Un segundo después de dar la orden, una secuencia de ensordecedores estallidos le sacudieron los tímpanos. La onda expansiva resultante empujó una gran bocanada de gas inhibidor al interior del edificio, haciendo que todos los ventanales traqueteasen violentamente.
Ray se levantó y observó el resultado. La explosión había disipado parcialmente la niebla de la carretera. El asfalto se había desintegrado de lado a lado de la calle, creando un notable socavón, y esparciendo cadáveres por las cercanías. Los explosivos contenían material inflamable y, en consecuencia, feroces llamas devoraban el punto de la detonación y emitían un espeso humo negro. Ray no tardó en captar su acre olor.
Las primeras filas de stingers se negaban a penetrar las llamas, pero la horda que los precedía empujaba sin descanso, haciéndolos tropezar en el socavón, cubriéndolo con sus cuerpos y mitigando las llamas. En cuestión de un par de minutos, los stingers reanudaron su avance.
“¡Atención…! ¡¡Segunda línea, ahora!!”
Se agachó, y hubo otra tanda de explosiones, más cercana que la anterior, seguida del sonido de cristales estallando en los pisos de abajo.
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Volvió a reincorporarse. Había aparecido un nuevo socavón de lado a lado, pero Ray notó cómo este se cubría de cuerpos más deprisa que el primero.
‘¡Han acelerado el ritmo!’
Alarmados por la muerte en masa de sus congéneres, los stingers comenzaban a irritarse, y sus gemidos letárgicos se reemplazaban por una plétora de gruñidos y gorgoteos. Algunos de los que tropezaban reaccionaban a tiempo de evitar ser enterrados por los demás, y volvían a alzarse para reanudar su marcha.
“¡¡A todas las unidades, fuego a discreción!!”
Con gotas de sudor frío corriéndole por la frente, Ray se colocó en su posición en el muro exterior, junto a los otros dos soldados. Ametralladoras de gran calibre habían sido emplazadas en las ventanas. Disponían de varias cajas de munición, y dudaba que tuviesen suficiente tiempo para gastarlas todas. Apuntó, y apretó el gatillo.
Las ametralladoras rugieron a un tiempo, y su estrepitoso pero rítmico martilleo suprimió todos los demás sonidos.
No era necesario apuntar a los stingers del frente. Cualquier baja ralentizaría a la horda. Ráfaga tras ráfaga, una lluvia de fuego calló sobre la multitud. Extremidades se desprendían de sus cuerpos, cabezas estallaban, grupos enteros trastabillaban por la fuerza de los impactos y derribaban a otros en el proceso.
“¡¡Capitán, se acercan al sector tres por el flanco sur!!” dijo uno de sus hombres por la radio.
“¡¡Atención, prepárense para detonación de la tercera línea…!!” ordenó Ray.
Localizó en la carretera la última línea de explosivos, a apenas unos metros de las rampas que subían hacia el edificio. La horda la alcanzaría en segundos.
“¡Esperen…! ¡¡Esperen…!!”
“¡S-Señor!” gritó el soldado a su derecha. “¿¡¡Eso es… un camión!!?”
‘¿¡Qué dice!? ¿¡Un camión!? ¿¡De qué habla!?’
Alzó la vista. A toda velocidad por la calle, arrollando a los stingers a su paso, un gran vehículo se dirigía hacia la torre. Era un enorme camión cisterna. ¿Qué hacía un camión cisterna allí? ¿De dónde había salido? A Ray le tomó un segundo reaccionar, y su estómago dio un vuelco en cuanto agudizó la vista entre el humo y la niebla.
No había conductor en la cabina.
“¡¡D-Detengan ese camión!!”
El camión chocó contra la maraña de cuerpos que tapizaban los socavones, zarandeándose de lado a lado y perdiendo el control.
“¡¡S-Señor, no podemos—!!”
Arrolló los muretes de piedra que bordeaban la Torre Kurtis, derrapando sobre la sangre y las vísceras, rampa arriba. Se ladeó peligrosamente hacia un costado, volcando en dirección al edificio, pero sin perder velocidad.
“¡¡¡Retirada!!! ¡¡¡Todo el mundo atrás, retir—!!!”
******
Se le escapaba la risa, estaba que no cabía en sí de júbilo.
Jacobs aceleró, siguiendo de cerca el rastro de destrucción que había dejado atrás el camión de gas. Los caminantes estaban agitados, alzando los brazos en su dirección, tratando de agarrarle. Sin embargo, la moto era lo suficientemente pequeña y rápida como para maniobrar entre ellos. Muchos habían caído debido a la onda expansiva de la explosión, y los que habían quedado en pie parecían haberse quedado confusos, puede que incluso amedrentados.
La bola de fuego todavía perduraba, iluminando la ciudad con una intensa luz amarilla. La fachada de aquel lado de la torre se caía a pedazos, enormes cascotes se desprendían desde las alturas, derramándose sobre la carretera como un corrimiento de tierra. Todos los cristales de la mitad inferior de la torre y de los edificios circundantes habían estallado en pedazos.
El espectáculo era dantesco, sobrecogedor. No podría haber pedido un resultado mejor. Una pena que no pudiese disfrutarlo en condiciones.
Zigzagueó entre cadáveres y escombros, hacia la nube de combustible en llamas. El plan había salido a pedir de boca, pero aún quedaban cosas por hacer. Aún no estaba satisfecho.
******
El edificio se había sacudido de arriba abajo, haciendo que el caos se apoderase de la sala en un abrir y cerrar de ojos. William cayó de rodillas, rodeado de gritos y llantos ininteligibles. Los dos soldados que les custodiaban se veían desbordados.
“¡¡Foxtrot, adelante!! ¿¡¡Me recibís!!? ¿¡¡Qué coño ha pasado ahí abajo!!? ¡¡¡Foxtrot!!!” gritó uno de ellos en la radio, sin recibir respuesta.
“¡¡Vamos, tenemos que bajar!! ¡¡Charlie aún está ahí abajo!! ¡¡La reina venía con ellos!!”
‘¡Nora…! ¡Lilian…!’
“¡¡P-Pero, los civiles—!!”
Cesaron su discusión y prestaron atención a la radio. Debían de estar recibiendo una transmisión, pero William no fue capaz de oírla.
“¡¡Atención, calma!! ¡¡¡Calma!!!” dijo el soldado, haciendo aspavientos para tratar de llamar la atención de la asustada multitud. “¡¡Todo el mundo arriba!! ¡¡Tenemos que subir, ya!! ¡¡¡Vamos, vamos, vamos!!!”
La gente se arremolinó alrededor de la puerta de salida que daba al hueco de las escaleras, casi luchando unos con otros por abrirse paso. Los temblores que continuaban sacudiendo la estructura no hacían sino agravar más la situación. Parecía que toda la torre estuviese a punto de venirse abajo.
‘¿¡Qué demonios ha sido esa explosión!?’
Mientras se erguía, Claire se le acercó a trompicones, boquiabierta y con los ojos abiertos como platos.
“¡W-William! ¡¡Nora está… a-ahí abajo!!” dijo.
“¡Lo sé! ¡¡Ven!!”
Se apresuraron hacia la puerta. La gente había formado una enorme aglomeración, discutiendo entre ellos mientras los soldados trataban inútilmente de mantener el orden. William y Claire se unieron al grupo, se abrieron paso a empujones, y salieron a las escaleras. Se disponían a descender, cuando una sombra emergió del piso inferior y se precipitó escaleras arriba. Durante un instante, estableció contacto visual con ellos, antes de continuar su acalorado ascenso con una agilidad admirable.
Eran aquellos inconfundibles ojos. Pequeños, oscuros, y poseídos por un brillo inhumano.
“¿¡¡L-Lilian!!? ¡¡Espera!! ¡¡¡Lilian!!!” gritó Claire. Trató de agarrar el brazo de Lilian, pero la chica se escabulló antes de que pudiese hacerlo.
‘¡Mierda! ¿¡Qué hace aquí arriba, y sola!?’
“¡No, no, no, no…! ¡¡N-Nora nunca dejaría a Lilian ir sola!! ¡¡Tenemos que bajar!! ¡¡P-Pero… no podemos dejar a Lilian así!!” los ojos de Claire empezaban a inundarse de lágrimas otra vez, y se frotaba la cabeza con una mano, a punto de tirarse de los pelos con los nervios.
“¡¡Cálmate!!”
“¿¡Cómo quieres que me calme!?”
“¡Ve tras Lilian, y llévate a Eleanor contigo!” ordenó William. La niña seguía aferrada a él. Ni siquiera parecía haberle importado la explosión. “¡Yo bajaré y buscaré a Nora!”
“¡P-Pero…!”
“¡¡Escúchame!! ¿¡Qué te he dicho antes!? ¡Si algo sale mal, tenemos que cooperar para salir del apuro! ¡Deja que yo busque a Nora! ¡Además, tú puedes lidiar con Lilian mejor que yo!” Claire le miraba, hecha un flan. “¡Te prometo que la traeré sana y salva…! ¿¡Me oyes!?”
Tras unos segundos de duda, Claire asintió.
“¡Coge a Eleanor y sube! ¡Cuento contigo!”
Claire se agachó junto a la niña y la cogió de la mano.
“¡V-Vamos, cielo! ¡Ahora no puedes ir con él, ven! ¡Estaremos mucho mejor arriba! ¡Vamos!”
Eleanor no se resistió, y soltó la chaqueta de William. En cuanto lo hizo, William corrió escaleras abajo. Por suerte, ninguno de los soldados le vio bajar. Estarían demasiado ocupados tratando de mantener el pánico bajo control.
Para su sorpresa, no había dudado a la hora de entrar en acción. Creía no poder encontrar motivos para seguir adelante, pero su lado impulsivo no opinaba lo mismo. Sinceramente, se alegraba por ello. Aquel impulso era todo lo que necesitaba.
Sacudió la cabeza, se aclaró la mente, y se precipitó hacia los pisos inferiores, adentrándose en la columna de humo que ascendía por el hueco de la escalera.
******
Nada conseguía apartar a Claire de su conflicto interno. Ni los temblores que recorrían el edificio, ni el peso de Eleanor en sus brazos, ni el aire seco y amargo que venía desde abajo más rápido de lo que ella podía ascender. No quería detenerse; sabía que, si lo hacía, quizá no tuviese el valor para moverse otra vez.
Tras cada escalón, se le venía un nuevo recuerdo a la cabeza. Recordó cómo colocó las alarmas en los pisos inferiores para atraer a los caminantes. Recordó el momento en que Liam se dio cuenta de lo que había hecho. Recordó cómo le empujó escaleras abajo para que la dejase ir. Recordó los gritos de fondo mientras intentaba convencer a una muy confundida Nora.
Eleanor la miraba a la cara de forma inexpresiva, pero Claire era incapaz de devolverle la mirada. A pesar de que William había confiado en ella para poner a la pequeña a salvo, Claire carecía del más mínimo ápice de autoconfianza. ¿Cómo habían acabado Eleanor y Lilian en sus manos? ¿No había alguien mejor?
Con aquellas preguntas rondándole la cabeza, se vio frente a una puerta que daba al exterior. Estaba abierta de par en par, y la luz del sol creaba una cortina deslumbrante que impedía ver con claridad lo que había fuera. Sin apenas haberse dado cuenta, había llegado a la azotea. Un repentino dolor le recorrió las piernas, casi haciéndole perder el equilibrio, y todo el cansancio le vino del tirón.
Jadeando, sudorosa, y luchando por recuperar el aliento, salió a la azotea.
“¡Vamos, todo el mundo por aquí!” uno de los soldados vociferaba desde las escaleras metálicas que subían al helipuerto, un gran espacio elevado que ocupaba casi todo el tejado del edificio. “¡Aléjense de los huecos de las escaleras y mantengan la calma!”
Claire registró la zona con la mirada. Avistó a la persona que buscaba, relativamente oculta tras una de las unidades de aire acondicionado del tejado.
“¡¡L-Lilian!!” dijo, acercándosele a toda prisa. “¡Lilian! Lilian, ¿¡qué ha pasado!? ¿¡Por qué estás aquí!?”
Lilian miraba al suelo, temblando, con ojos llorosos. Estaba aterrorizada. Claire bajó a Eleanor de sus brazos y, con precaución, se agachó al lado de Lilian.
“Lilian, cielo… ¿Todo bien? ¿¡Y Nora!?”
En respuesta, Lilian pellizcó la manga de su camisa.
‘Mierda, creo que Nora es la única que puede hablar con ella a estas alturas…’
Se levantó y la abrazó. Lilian se acurrucó contra ella y enterró la cara en su pecho.
‘Dios, está asustadísima… ¿Es por la explosión de antes?’
Mientras le acariciaba el pelo, respiró hondo y ojeó de nuevo la azotea. Los soldados no parecían haberse dado cuenta de su presencia, estaban demasiado ocupados gestionando a los civiles que se arremolinaban alrededor del helipuerto, gritando cosas por la radio, y corriendo de un lado para otro.
“Venga, Lilian, vamos para allá. Deben saber que estás aquí.” dijo, dándole empujoncitos para instarla a caminar. “Eleanor, ven también, no puedes qued—”
Vio algo por el rabillo del ojo que la desconcertó. Un nuevo grupo de personas había subido a la azotea. La mayoría corrían hacia el grupo del helipuerto, pero un hombre desconocido se había quedado quieto. Las estaba mirando. Había levantado el brazo en su dirección. Sujetaba algo. Un objeto pequeño, oscuro, y rebosante de malas vibraciones. Por una fracción de segundo, la percepción de Claire pareció ralentizarse, y sintió los latidos de su corazón martilleando dentro de su cabeza.
Era una pistola. Aquel hombre les apuntaba con una pistola.
‘¿Eh? ¿Qué pasa? ¿P-Por qué está…?’
Su cuerpo actuó por puro instinto. Sujetando a Lilian con todas sus fuerzas, se lanzó a un lado, con la esperanza de ponerse a cubierto tras la maquinaria.
*¡Bang!*
Hacía tiempo que no oía la voz de Lilian.
Aquella no era la forma en la que esperaba oírla de nuevo.