Nora tenía la mirada extraviada. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba sentada en aquella incómoda silla. Frente a ella, una puerta de corredera conducía a los laboratorios, al lado de la cual un soldado armado hacía guardia. En algún momento, aquella puerta se abriría, y con un poco de suerte no traería malas noticias. La espera se hacía eterna.
Ya había memorizado todas las características de aquella habitación. Una fila de sillas que bordeaba la pared, cuadros abstractos, una máquina de café que todavía funcionaba, un dispensador de agua… Todo limpio, impoluto. Las luces del techo se reflejaban en las baldosas del suelo como si fuesen espejos. Era evidente que el Ejército había cuidado y protegido aquel lugar.
Había oído que se trataba de un antiguo centro de investigación. Activo durante gran parte del transcurso de la pandemia, había sido fuertemente custodiado por los militares, quienes habían construido numerosas defensas y fortificaciones en la zona. Contaba con un suministro eléctrico independiente basado en energía solar, tenía su propia estación de potabilización de agua pluvial, y los soldados se encargaban de brindar seguridad y comida a los equipos de investigación. Todo para alcanzar una solución a la enfermedad.
Una solución para la cual Lilian era clave, algo que no habían tardado en dejar claro.
Tan pronto entraron al aparcamiento subterráneo, Nora y Lilian habían sido las primeras en ser conducidas al interior de las instalaciones. No les concedieron ni un momento de descanso.
Comenzaron realizando un examen físico y tomando una muestra de sangre. A continuación, todo se alejó de lo que podría ser considerado un chequeo médico ordinario. Colocaron un extraño aparato en la cabeza de Lilian, y comenzaron a hacerle preguntas. La expusieron a estímulos luminosos y sonoros, la pellizcaron, anularon sus sentidos de forma selectiva… Todo ello mientras sus máquinas emitían pitidos y tomaban datos sin descanso.
Durante el proceso, Nora podía sentir la ansiedad de Lilian creciendo de forma gradual. Sin embargo, no le permitieron reconfortarla.
Había pasado un día entero. A Nora le habían permitido salir, y le habían asignado un lugar para pasar la noche. Lilian se había quedado en el laboratorio.
Podía oír sus susurros. Estaba inquieta, nerviosa. No parecía asustada, pero tampoco estaba a gusto. ¿Estaría bien? No le habrían hecho daño, ¿verdad? La reticencia inicial de Nora a poner a Lilian en manos de los militares giraba alrededor de aquel temor en particular: que le hiciesen daño.
‘Venga, Nora, tranquilízate… Respira. Confía. Saldrá bien. Estará bien.’
Deseosa de apartar su mente de aquellos malos augurios, miró a su izquierda.
William tenía la mirada incluso más perdida que ella. Nora había acudido a la sala de espera hacía una hora, pero él llevaba más rato allí. Le había saludado al llegar, pero no le respondió. No parecía de buen humor.
…
La puerta de corredera del laboratorio vibró y se deslizó con un suave zumbido, revelando a una mujer rubia de gafas con una larga bata blanca. Con ojos inquisitivos, estudió a los presentes antes de atravesar la puerta. Sujetaba una carpeta llena de documentos.
Se quedó mirando a William durante algunos segundos. Parecía extrañada, como si no esperase su presencia.
“¿Puedo ayudarle en algo, caballero?” preguntó.
William le devolvió la mirada. “Ahora tenéis a la chica. ¿Podéis curar esta cosa o no?”
“Vaya… ¿A qué viene tanto interés? Esa no es precisamente una pregunta que se oiga a menudo últimamente.”
William no respondió. No parecía interesado en ponerse de cháchara con aquella mujer.
“¿Es eso lo que le ha dicho el Dr. Marcus? Le ha mentido. El Sting es incurable. Durante el proceso de infección, el organismo se transforma irreversiblemente. Este proceso es especialmente destructivo para el cerebro, dado que algunas de sus regiones quedan en un estado inutilizable. No sé por qué busca esta información, pero un stinger no puede revertirse de vuelta a un ser humano.”
Sin mediar palabra, William se levantó de la silla y se dirigió hacia la salida.
“¿Te encuentras bien…?” preguntó Nora.
Una pregunta estúpida. No debería ni haber pensado en pronunciar aquellas palabras.
“Quiero estar solo.” respondió William, momentos antes de desaparecer por una puerta.
Nora no tuvo tiempo para lamentarse por él. La mujer de la bata blanca se le acercó y se sentó en una silla a su lado.
“Dr. Elizabeth.” se presentó. “He solicitado personalmente que acudiese, señorita Nora. Dada su relación con la chica y su importancia para este proyecto, he considerado apropiado informarle de lo que hemos podido averiguar.”
‘¿Mi… importancia?’
“¿Cómo está Lilian…?”
“Está bien, no se preocupe. Podrá verla de nuevo pronto.” Elizabeth hojeó sus documentos e informes, en los cuales Nora pudo vislumbrar infinidad de números y diagramas extraños. “Veamos… La chica posee los órganos necesarios para producir y recibir feromonas, su piel es capaz de absorber parcialmente la luz solar, cuenta con indicios de comunicación por bioluminiscencia, mayormente presentes en los ojos… Quizá, el dato más importante es el hecho de que las feromonas que produce son feromonas de reina, lo cual confirma la teoría de que se trata, efectivamente, de una reina stinger.”
Nora tragó saliva. Aún no había asimilado del todo el hecho de que Lilian fuese una reina para aquellos monstruos.
“Sinceramente, ya teníamos evidencia empírica de casi todos estos datos. Sin embargo, lo que no sabíamos era que produce dos tipos distintos de feromonas. La infección del Sting no ha conseguido tomar el control completo de su cerebro, lo cual ha ocasionado… una doble identidad, por así decirlo. Y ahí es donde usted entra en juego, señorita Nora.”
“¿C-Cómo…? Creo que no entiendo…”
“Parte de la chica es humana, pero se ve influenciada por los instintos de insecto inducidos por el Sting. Esto ha provocado que su organismo sea capaz de producir y recibir un tipo especial de feromonas: feromonas humanas. ¿Ha sentido algo extraño últimamente? ¿Sensaciones que no sabría describir? ¿Voces, quizá?” Nora se estremeció. ¿De eso se trataba? ¿Eso eran las voces en su cabeza? ¿Así era como Lilian se comunicaba con ella? “Todavía no sabemos cómo lo hace, pero creemos que la mayoría de las feromonas humanas que produce la chica están dirigidas a usted.”
“B-Bueno, es cierto que puedo… ¿oír su voz? No sabría describirlo con palabras, ni siquiera son voces… Más bien parecen emociones.”
“Ya veo. ¿Siente algo ahora mismo?”
“…está… nerviosa. Apenada. Creo que mi presencia la tranquiliza, y la suya a mí.”
La Dr. Elizabeth se quedó pensativa un momento y escribió un largo párrafo en el informe que sostenía.
“Señorita Nora, sospechamos que, como stinger, la chica emite feromonas de reina; pero como ser humano, emite lo que sería equivalente a un zángano. Dentro de su percepción subconsciente, ella no es la reina. La reina es usted.” se reajustó las gafas y continuó hojeando los papeles. “Su influencia sobre la chica es mucho más potente de lo que cree. Es como un interruptor, su proximidad enciende o apaga sus instintos de forma selectiva.”
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“E-Entiendo, pero… ¿qué va a pasar ahora? ¿A dónde nos lleva todo esto?”
“Necesitamos sacarlas a las dos de este lugar. Usted podría ser tanto, o incluso más importante que la chica. El cuerpo de la joven es naturalmente resistente al Sting, su sistema inmunológico posee anticuerpos capaces de plantar cara al virus. Esto nos brinda un arma con la que luchar contra la enfermedad. Sin embargo, con usted en la ecuación, lo que tenemos no es un arma, sino una intérprete. Es complejo y largo de explicar, pero… entiéndalo de la siguiente manera: podríamos lograr comunicarnos con los stingers. Es por esto que vamos a necesitar su cooperación hasta el final. ¿Lo entiende?”
Nora asintió. No sabía qué pensar. La situación se le escapaba. Había pasado de mojarse un poco los pies a verse arrastrada por una corriente turbulenta. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado?
La Dr. Elizabeth se levantó y se encaminó de vuelta a la puerta del laboratorio, pero se detuvo antes de entrar.
“También debería informarle de que podríamos ser capaces de tratar la infección de la chica una vez salgamos de aquí. En este lugar no tenemos los recursos ni el tiempo para sintetizar los medicamentos necesarios.”
“¿¡Es grave su situación!?”
“Sin intervención, su cuerpo perderá la batalla tarde o temprano. La naturaleza mutagénica e inestable del Sting hace que una recuperación sea altamente improbable. Sus instintos se intensificarán, y su humanidad se desvanecerá más y más. Seguramente haya podido observar estos cambios en tiempo real durante los últimos meses, ¿no es así?”
El rostro de Nora se ensombreció.
“No se preocupe. Pronto prepararemos una evacuación aérea. Estará bien.”
“Gracias…”
La doctora acercó una tarjeta a un lector electrónico al lado de la puerta corredera. El dispositivo emitió un pitido y la puerta se deslizó. Elizabeth abandonó la habitación, dejando a Nora sola con sus pensamientos.
‘¿Lo has oído, Lilian? ¡Te vas a poner bien! Te vas a poner bien… Te vas a poner bien…’
La inquietud en la presencia de Lilian se desvaneció.
******
“¿Te importa si te hago compañía?” preguntó Marcus.
William no respondió. Tampoco se molestó en mirarle. Le daba igual.
Suspiró, y sus ojos continuaron perdiéndose en los descuidados jardines visibles desde el balcón, en las calles vacías que rodeaban el centro de investigación, en las filas de edificios que las delimitaban.
Marcus se le acercó y se apoyó sobre la barandilla a su lado, imitando su postura. Sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo y le ofreció un cigarro. William lo aceptó.
“Hace mucho que dejé de fumar… En fin, no pasa nada por hacerlo una última vez. No será el tabaco lo que me mate.”
Encendió el cigarrillo con un mechero y le ofreció fuego a William también. Durante un largo minuto de silencio, ninguno de ellos hizo otra cosa que dar caladas ocasionales.
“He hablado con uno de esos científicos.” dijo William.
“Ya veo…”
“He sido un iluso. Sabía exactamente lo que iba a oír. Supongo que por eso mantuve la compostura.” dio otra calada al pitillo. “Quería traer a mi mujer de vuelta, ¿sabes? Me aferraba a la esperanza de que fuese posible, aunque era consciente de que se trataba de una meta absurda…”
“…entiendo. ¿Debería haberte dicho la verdad en su momento?”
“No. Te habría pegado un tiro si lo hubieras hecho.”
Pasó otro minuto de silencio.
“No he hecho más que dar vueltas sin rumbo. ¿Para qué? ¿Con qué propósito? ¿Salvarme? ¿Ayudar a Nora y compañía? ¿De qué sirve todo eso, si lo que más me importa en este mundo se ha perdido? Ni siquiera tengo claro querer seguir viviendo. Me he metido de cabeza en este fregado esperando encontrar una respuesta, pero todo lo que encuentro son preguntas. Preguntas y más putas preguntas.”
“En cierto modo, comparto tu dolor, William. Yo también he perdido algo muy valioso desde que todo esto comenzó…” dijo Marcus, con un tono de voz apagado. “Se llamaba Evelyn. Era la niña más dulce y cariñosa que he conocido jamás. Y me admiraba. Mucho. A veces le contaba cosas sobre mi trabajo. Eran temas complejos, sobre patología y microbiología; pero en sus ojos, yo era como un héroe, que creaba pociones especiales para acabar con los monstruos.” se le escapó una leve carcajada antes de continuar. “Ya por aquel entonces andaba involucrado en asuntos turbios… Pero su sonrisa era lo único que necesitaba para olvidarlo todo y seguir adelante.”
“¿Qué ocurrió…?” preguntó William.
“Una picadura directa del insecto, el vector original de la enfermedad. Tras varios meses investigando el Sting, mi propia hija cayó en sus garras…”
“…entiendo. No necesito más detalles.”
“He decidido vivir lo que me queda de vida honrando su memoria. Era su héroe. Sin embargo, hasta hace muy poco, mis acciones no han sido precisamente heroicas… Lo mínimo que puedo hacer es redimirme. Ayudar a quien pueda, luchar para que esta locura llegue a su fin; ser el héroe que Evelyn siempre imaginó.”
Marcus dio otra calada más a su pitillo y se puso de espaldas a la barandilla, mirando a William de lado.
“¿No es acaso una filosofía similar a la que tú mismo has seguido? He oído que salvaste la vida de una niña en el hospital. Cuando te conocí, no parecías el tipo de persona que se jugaría la vida por algo así.”
“Supongo que tienes razón…” William suspiró. “A Amanda le encantaban los niños. Estaba deseosa de formar una familia, y yo estaba dispuesto a embarcarme en ese viaje a su lado. Ella era estéril, y nos habíamos decidido por la adopción, aunque nunca llegamos a tener la oportunidad de hacerlo…”
Mientras hablaba, William se preguntaba por qué le estaba contando todo aquello. No era típico de él hablar con nadie sobre su vida personal. Amanda había sido la única excepción a esa regla. Pero Amanda ya no estaba. Aquel recuerdo se había desgarrado de forma definitiva, dejando un vacío insondable en su corazón. Ya no quedaba nada a lo que aferrarse. Sus emociones seguían fluyendo sin control, pero ya no giraban alrededor de nada. Quizá tan solo buscaban un propósito. Quizá tan solo buscaban salir.
“Te seré sincero: no espero sobrevivir a esta mierda. Has visto todo lo que ha pasado, ¿no? Que siga vivo es un puto milagro. Volveremos a meternos en problemas, y volveremos a estar cara a cara con la muerte. Quizá no tenga tanta suerte la próxima vez. Es más, ya cuento con ello. Podría morirme ahora mismo, que me daría igual. Pero, pensándolo bien…”
William tardó un buen rato en acomodar sus pensamientos. Marcus no le interrumpió.
“Si voy a morir, no quiero morir siendo un capullo. Si voy a morir… me gustaría hacerlo siendo alguien de quien Amanda estaría orgullosa. Me gustaría morir siendo el mismo hombre del que ella se enamoró. Nunca he sido capaz de mentirle. Si voy a reunirme con ella allá arriba, lo último que querría sería decepcionarla.”
Marcus terminó su cigarrillo y se alejó algunos pasos de la barandilla, en dirección a la puerta del balcón.
“Eres un buen hombre. La pérdida cambia a la gente, retuerce nuestra forma de ver las cosas. Y acarrea muchas preguntas, sí… Espero que puedas encontrar tus respuestas, William. Creo que te las mereces.”
“Ya…” William se giró hacia la puerta, antes de que Marcus pudiese atravesarla. “¿Por qué has venido aquí a hablar conmigo?”
“¿Quién sabe? Ni yo mismo sabría decírtelo. Supongo que solo buscaba un poco de compañía. Puede que no tengamos otra oportunidad para tener una conversación de esta manera.”
“¿Sabes…? Sigues sin caerme bien, capullo.”
Marcus se rio por lo bajo. “Lo sé.”
William lo vio adentrarse en el edificio, cerrando la puerta de cristal tras de sí, y desapareciendo por un pasillo. En soledad, terminó su pitillo. No pudo evitar pensar que aquel encuentro era premonitorio.
‘Respuestas, ¿eh…?’
******
“¿Qué ocurre, Dr. Elizabeth?” preguntó el Coronel Rowan en cuanto la vio entrar en la sala de reuniones.
Tenía un mal presentimiento, y el Capitán Isaac también parecía tenerlo. Ambos observaron a la doctora mientras tomaba asiento. Rowan no recordaba haber visto jamás a Elizabeth con aquella expresión de preocupación en su rostro. Detrás de su apariencia despreocupada y sus malos modales se ocultaba una persona pragmática y metódica, que afrontaba su trabajo con excelente disciplina. Rara vez se había enfrentado a algo que se le hubiese ido de las manos. ¿Qué podría haber ocurrido para que solicitase una reunión de emergencia? ¿Qué había descubierto?
“Capitán Isaac, si no me equivoco, durante la operación en Saint Marie, barajaron la posibilidad de inyectar a la reina con una nueva dosis de suero inhibidor.” dijo Elizabeth.
“Así es.” respondió Isaac.
“La pseudo-reina, su propia hermana, acabó suprimiendo sus instintos y descartando la necesidad de la inyección. Tenemos mucha suerte de que haya sido así. Una nueva dosis la habría matado.”
“Explíquese, doctora… Tenía entendido que el suero inhibidor no era peligroso…” dijo Rowan.
“No es peligroso para un stinger puro. Pero la chica no es pura. Gran parte de su fisiología es humana. Aunque el suero puede suprimir también la producción de feromonas en los humanos, se convierte rápidamente en una toxina que el sistema inmunitario no es capaz de purgar. En resumen, el cuerpo de la reina no puede sobrevivir una exposición prolongada al suero. No podemos administrarle más dosis. Y, en cuanto se disipen los efectos de la última dosis que ha recibido, se convertirá en un imán para todos los stingers de esta celda… y para los de las fronteras con otras celdas.”
“Ha dicho que la pseudo-reina puede suprimir sus instintos, ¿no es así?”
“Me temo que ya no. He tratado de situar a la pseudo-reina en un estado emocional estable para fortalecer su vínculo con la chica, pero… ese vínculo tiene las horas contadas. El estado de la reina es crítico. El Sting progresa a pasos agigantados en su organismo. Cuando el efecto del suero desaparezca, es muy probable que la influencia de su hermana no sea suficiente para apaciguarla.”
“Dios…” Isaac mascullaba entre dientes.
“¿Qué sugiere? Confiaré en su juicio, doctora.”
“Tenemos que irnos de esta celda. Ya. No tenemos otra opción.”
“¿De cuánto tiempo disponemos?”
“Como mucho… dos días. Si para entonces no estamos en el aire, acabaremos sepultados bajo un océano de stingers.”