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Respira Tranquilo

La noche había llegado y todos los marineros se encontraban en sus posiciones, preparados para que los incidentes comenzaran a ocurrir.

Pero nada ocurría y los nervios comenzaron a jugarles una mala pasada.

Paulo, se encontraba sentado sobre una caja en la puerta del camarote varias algas y plantas exóticas podían encontrarse en tarros dispersos junto a él.

De vez en cuando cogía uno de los tarros y metía un alga en su boca. Luego la escupía y ponía otra, parecería que así planeaba pasar toda la noche.

Por su parte Lucas estaba intentando dormirse, ya hace tiempo descubrió a qué tipo de bestia marina se enfrentaban, por lo que sabía que no serviría de nada todo lo que había preparado el capitán. Todo el día de hoy lo había utilizado para procesar la muerte de sus nuevos compañeros de viaje.

Y tampoco planeaba contarle a nadie lo que sabía, porque de hacerlo, las preguntas aparecerían inevitablemente.

El temor de Lucas nunca estuvo en la bestia marina que estaba atacando el barco, sino en que la verdad se viera descubierta por estos marineros.

Él sabía que mientras finge ser un simple naufragó, su vida no correría peligro, pero si ayudaba a estos marineros, estaría llamando a la muerte por sí mismo.

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Finalmente, la dulce voz volvió a asechar el oído de Lucas y ayudó a que Lucas se durmiera, pero antes de hacerlo observó al Timonel por última vez, como si esa fuera su manera de despedirse de un compañero de viaje.

El timonel seguía probando sus algas, como si no pudiera escuchar la dulce voz todavía.

Tampoco tenía ganas de hablar con Lucas, para él esta era su despedida del mundo terrenal y el comienzo del nuevo viaje al mundo espiritual, no confiaba en que el capitán pudiera salvarlos a todos, en donde cientos habían fracasado.

Esta era su última noche y la vivió como tal, en silencio disfrutando de los pocos placeres que todavía le quedaban en esta vida.

Pero la noche siguió avanzando. Las olas del mar se iban haciendo más y más cómodas en sus oídos.

Ya hace tiempo las algas y hierba que tenía enfrente dejaron de interesarles, como si fueran intrascendentes ante lo que se avecinaba.

Durante estas pocas horas que quedaban de noche, no decidió pensar en su familia, ni en sus amigos, ni en sí mismo.

No reflexionaba sobre nada, solo respiraba y disfrutaba del respirar

No había paz, no había odio, no había tristeza, no había felicidad, no había arrepentimiento alguno.

Solo había un cuerpo viejo y marchito que miraba a la nada misma mientras respiraba.

Así era como la muerte se sentía, este era su llamado, un llamado que todos los humanos pueden reconocer cuando les toca la hora de morir.

Era la nada misma, era el simple respirar de este hombre viejo.

Pero su paz no duró mucho, dado que una voz juguetona pudo escucharse desde la cubierta.

"No temáis a esas bestias marinas, mi príncipe encantador, la princesa está al rescate!" Gritó una voz infantil en la cubierta.