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7 - Asignaciones

Los días pasaron rápidamente, y antes de que Arturo se diera cuenta, habían transcurrido seis de las siete lunas que se le habían otorgado para prepararse y reflexionar sobre el tipo de trabajo que deseaba emprender en el futuro. Durante este tiempo, Arturo se sumió en la investigación de los rumores que habían dejado los antiguos estudiantes, a cambio de compartir los secretos que había descubierto y que le habían permitido salvar su culo.

A pesar de que las reliquias se habían agotado y con ellas la capacidad de poner en práctica gran parte de la información recopilada, Arturo continuaba explorando los rumores. Estos chismes y consejos resultaban invaluables para comprender el funcionamiento del mundo y evitar caer en las mismas trampas en las que otros habían tropezado.

Durante estos días, además de su intensa investigación, Arturo encontraba momentos de diversión en la compañía de su puffin. Mientras que su pasatiempo se había convertido en observar el pacífico y armonioso mundo de los mini-humanos. Aunque estuvieron jugando unos cuantos días, la mascota del jorobado aún no había pronunciado palabra alguna y el enigmático secreto que ocultaba permanecía siendo un secreto.

Volviendo al día de hoy, Arturo se despertó perezosamente y se estiró, mientras notaba la presencia de una criatura inusual observándolo desde una cama a la distancia, hecha de suaves almohadas. Era el propio sacerdote, quien, desafortunadamente, había inculcado con eficacia los valores de Felix en Arturo. Como resultado, el joven que se había quedado sin espacio en su dormitorio para su propia cama iba al santuario todas las noches de manera despreocupada, buscando consuelo y refugio en las cómodas almohadas del lugar.

Notando el despertar del joven, el sacerdote, con una sonrisa irónica, se acomodó en la cama de almohadas y dijo—Arturo, parece que este santuario se ha convertido en tu segundo hogar. Debo admitir que Felix estaría muy satisfecho de verte siguiendo sus pasos con tanto entusiasmo…

Arturo respondió con una risa contenida—Bueno, sacerdote, usted sabe cómo son las cosas. Sus enseñanzas eran tan convincentes que me resulta difícil alejarme de ellas, incluso en mis sueños. Además, este lugar es tan acogedor y tranquilo que no puedo resistir la tentación de pasar la noche aquí.

El sacerdote con ironía menciono—Oh, por supuesto, comprendo lo reconfortante que puede ser este sitio. Pero debes recordar, Arturo, que este santuario no es precisamente un hotel de lujo donde uno puede registrarse a su antojo.

Arturo sonrió con picardía—Por supuesto, sacerdote, comprendo su preocupación. Pero tenga en cuenta que según las enseñanzas de Felix es vital no preocuparse por estos meros detalles.

El sacerdote bufó con sarcasmo—Y yo pensaba que los futuros seguidores de nuestra fe estaban destinados a meditar y buscar la sabiduría, no a buscar comodidades en cada rincón. ¿Dónde queda el sacrificio y la austeridad que Felix tanto valoraba?

Arturo fingió una mirada reflexiva—Tiene razón, sacerdote. Debería renunciar a las comodidades y dormir en el suelo como un verdadero asceta. Pero, por otro lado, estas almohadas son tan cómodas…

—Realmente no me molestaría que vengas a dormir a este lugar, si no fuera porque únicamente vienes a dormir y nunca te dignas en darme una buena charla…—Dijo el sacerdote con algo de molestia.

Ante lo cual, Arturo se mantuvo en silencio, sonriéndole al sacerdote, irónicamente replicando las largas pausas que la criatura se tomaba para responder cuando la respuesta en cuestión le interesaba al jorobado.

—Todo lo sembrado se cosecha, muchacho, y todo lo comprado se paga…—Murmuró el sacerdote vengativamente, notando el silencio de Arturo, mientras perezosamente se estiraba en su cama para volver a dormir.

Tras ver a la criatura durmiendo, Arturo no se preocupó por volver a poner las almohadas en su sitio. Con el paso de los días, el jorobado se dio cuenta de que el único visitante de este santuario era él mismo. Aunque el sacerdote parecía estar atendiendo varios santuarios que replicaban a este a la vez, quedando claro que cada ser humano tenía su propio santuario personal. La prueba más convincente de esto era la vela que Arturo había colocado sobre los pies de la estatua de Felix, la misma seguía ardiendo en el mismo sitio y parecía que su luz brillaría en este santuario hasta la eternidad. Siguiendo esa pista, era lógico asumir que este santuario solo podía ser visitado por Arturo, en caso contrario la cantidad de ofrendas en la estatua sería tan abrumadora que llenaría completamente este sitio.

Tras buscar la tarjeta de plata con aplomo, el joven finalmente la encontró y poniendo la tarjeta en su boca, replicó las siguientes palabras de forma mecánica, como si las hubiera estado diciendo todos los días:

> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”

Inmediatamente, el cuerpo de Arturo comenzó a volverse transparente hasta que finalmente se desvaneció en el aire. Acto seguido, el joven reapareció en su habitación y como lo hacía todos los días admiró el hermoso mini-mundo en el que se había convertido su cuarto. Casi instintivamente, Arturo se dirigió al espejo, con la intención de sacar el libro lleno de rumores de su escondite. Sin embargo, su idea original cambió cuando se percató de que un mensaje se encontraba en la superficie del espejo:

> "Estimado Arturo,

>

> Conforme a la tradición, el penúltimo día de reflexión previo a las contrataciones marcará la asignación de puestos. Aunque es posible que sus compañeros ya lo hayan informado, queremos recordarle amablemente la importancia de su presencia tanto en la asignación como en la ceremonia de contrataciones.

>

> Para obtener su número de puesto, simplemente pronuncie las palabras clave «Asistir al evento» frente al espejo en su cuarto durante el transcurso del día. Le pedimos que sea puntual y asista apenas comience el día, ya que cualquier demora podría afectar negativamente los resultados de la inspección que se llevará a cabo.

>

> Estamos ansiosos por recibirlo en este evento. Y le recordamos que es vital que venga a la asignación de la misma forma en la que se presentara a participar en la ceremonia de contrataciones.

>

> Atentamente, Mario, el gran asignador"

—¡Mierda! ¿Por qué no había ni un maldito rumor sobre esto? Ya deben de haber pasado casi seis horas desde que comenzó este día...—Maldijo Arturo con frustración. Sin embargo, no había nada que pudiera hacer al respecto. Lo cierto es que los rumores probablemente existían; sin embargo, uno siempre debía preguntarle al libro la pregunta correcta para obtener la respuesta que uno buscaba.

—¡Copito! ¡Ven aquí, tenemos que irnos rápido o me temo que llegaremos demasiado tarde!—Gritó Arturo con apuro mientras buscaba en su habitación, tratando de encontrar a su mascota. Siguiendo el llamado del nombre que le fue conferido, la alegre bola de pelo salió del interior del castillo. La criatura saltó con alegría por el suelo hasta que finalmente se posó sobre el cabello de Arturo.

Con todo listo, Arturo se miró en el reflejo del espejo y notó el lamentable estado de las prendas que vestía. Sin una sola reliquia para gastar, no había manera de mejorar su atuendo y tendría que ir vestido como un mendigo. Aun así, el joven sonrió como un desgraciado y se olió la ropa; al menos esta vez el aroma era soportable e incluso agradable, ya que se había impregnado de los perfumes que emanaban del encantador bosque que llenaba su habitación.

—¡Vamos por ello, Copito! ¡Con tu encanto y mi inteligencia, conquistaremos el mundo! —Gritó Arturo de manera completamente infantil mientras observaba en el espejo cómo su pequeña mascota saltaba alegremente, compartiendo su entusiasmo.

Sintiendo las llamas del coraje inundar su cuerpo, Arturo pronunció las palabras mágicas con confianza:

—Asistir al evento

Inmediatamente, el reflejo del joven en el espejo se distorsionó, revelando una habitación con pisos hechos de toscos tablones de madera y paredes de gruesos trozos de piedra. Una gran mesa de madera ocupaba el centro de la sala, rodeada de sillas hechas de piedra. La tenue luz de las antorchas en las paredes iluminaba el lugar, dando un toque antiguo y cálido a la habitación. En una esquina, se encontraba una repisa llena de pergaminos y libros antiguos, y en la pared opuesta, había una enorme ventana por la que se vislumbraba un oasis en el medio de un desierto.

Arturo, sin dudarlo, dio un paso hacia adelante y cruzó el umbral del espejo. Sintió una extraña sensación de desvanecimiento antes de que su entorno cambiara por completo. De repente, se encontraba de pie en la habitación que antes solo había visto a través del espejo. Tras recobrar la noción del lugar, Arturo acarició el peludo cuerpo de su mascota, aliviado de ver que Copito también había cruzado al otro lado del espejo con él. Acto seguido, comenzó a explorar la habitación con curiosidad.

La sala parecía completamente vacía, y Arturo, con una mezcla de entusiasmo y frustración, decidió preguntar en voz alta, esperando encontrar a alguien que lo ayudara.

—Hola, mucho gusto, ¿hay alguien para atenderme? —Inquirió inicialmente en un tono educado, pero al no obtener respuesta alguna, se sintió cada vez más incómodo con el silencio reinante.

Arturo decidió hacer un segundo intento, esta vez elevando la voz.

—¡Hola! Vine a buscar mi número de puesto, ¿hay alguien? —Gritó con más insistencia, esperando una respuesta que no llegó.

Ante la evidente ausencia de otras personas en la habitación, Arturo comenzó a buscar pistas o señales que lo guiaran en su inspección, sintiéndose un poco desorientado por la falta de instrucciones. Tras realizar una búsqueda rápida en la habitación, Arturo dirigió su atención hacia el mueble que ocupaba un lugar destacado en el centro de la sala: la mesa redonda. Sobre esta, notó la presencia de un lápiz y un pergamino enrollado.

Consciente de que este pergamino probablemente contenía las pistas necesarias para avanzar en su búsqueda, Arturo lo desenrolló cuidadosamente y descubrió que se trataba de un formulario repleto de preguntas. Era evidente que debía responderlas para obtener el tan deseado número de puesto que había venido a buscar.

Formulario de Asignación de número de puesto Nombre Arturo Género Masculino X Femenino Otro (Especificar) ¿Cuál es el tipo y número de tu clase en la academia?

Descartables, número 8

¿Qué calificación obtuviste? Uno ¿Cuál es la puntuación más alta que obtuviste con un dios y con qué dios?

Uno, Felix

¿Aceptarías prostituirte? No X Sí Depende ¿Algún pecado que nunca realizarías y estás seguro de que nunca realizaste? Pereza Ira Avaricia Envidia Lujuria X Gula Soberbia

¿Me pagarías un soborno? Si (Especificar cantidad o propuesta) No X

¿Compró un esclavo? Si No X ¿Vendería su número de puesto?

Si X No

¿Tiene alguna mascota? Si X No

¿Algún defecto físico?

Falta de extremidad Deformidad X Retraso Ninguno ¿Cómo describiría su moralidad? Buena X Mala Ninguno de los anteriores

Por favor, complete este formulario con sinceridad. Sus respuestas son esenciales para determinar el tipo de inspección que se le realizará en la segunda etapa de la asignación de puestos.

Arturo examinó con atención el formulario y lo completó en cuestión de minutos. Cuando alzó la vista del papel, se dio cuenta de que ya no se encontraba en la habitación en la que había estado momentos atrás. En su lugar, se hallaba en un entorno completamente distinto.

Actualmente, Arturo se encontraba en un espacio vasto y extraño, alejado por completo de la habitación que había conocido. El suelo estaba hecho de un material firme y uniforme de color blanco, sin imperfecciones ni texturas notables. Era como si caminara sobre una superficie de piedra lisa y pulida. No había rastros de polvo ni suciedad en ninguna parte.

El techo estaba alto y parecía ser una extensión continua del mismo material que formaba el suelo. No se vislumbraba ninguna fuente de iluminación, pero el ambiente estaba bañado en una luz uniforme y tenue que provenía de alguna parte indeterminada. No había sombras notables, lo que daba al sitio un aspecto extrañamente homogéneo. Mientras que las paredes eran igualmente lisas y continuas, sin decoraciones ni características distintivas. Eran tan impecables como el suelo y el techo, como si hubieran sido esculpidas con precisión matemática. No había ninguna abertura o puerta visible, lo que aumentaba la sensación de estar atrapado en un espacio cerrado.

En el centro de esta sala sin características destacables, había un mueble peculiar. Era una especie de pedestal de piedra que se elevaba desde el suelo y se extendía hacia arriba en una superficie plana. Sobre el pedestal descansaba una especie de plataforma horizontal hecha de metal.

Sin darle tiempo a Arturo a reaccionar, el pedestal de piedra comenzó a desmoronarse y una criatura emergió de su interior. Esta entidad no tenía una forma corpórea definida; en su lugar, estaba compuesta por una amalgama de rocas flotantes que se unían de manera aparentemente caótica. Las rocas variaban en tamaño, forma y color, lo que le confería una apariencia desorganizada.

—Hola Arturo, me fue notificado que era necesario realizar una inspección de tu cuerpo más en detalle…—Comentó la entidad con una voz demasiado humana para no levantar sospecha, por no decir que era una voz bastante joven y algo nerviosa.

Mientras hablaba la entidad se movió desplazándose suavemente en el aire sin tocar el suelo, mientras las rocas que la componían giraban y se desplazaban de manera constante.

Arturo, desconcertado por la voz de esta entidad, no pudo evitar hacer preguntas:

—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Eres una persona, cómo el maniquí de las clases?

Ante las dudas del joven la entidad respondió con calma:

—Soy un inspector y conozco tu nombre porque lo rellenaste en el formulario. También sé que tienes una deformidad, por eso necesitamos inspeccionarla para ver qué tan sería es y cómo afectara tu asignación de número de puesto…—Comentó mientras giraba alrededor de Arturo, evaluando visualmente su cuerpo.

Arturo, en lugar de ofenderse, respondió con una sonrisa irónica—¿No es evidente mi joroba?

—Sí, lo es. De todas formas, es necesario que te desnudes para que podamos verificar que no tengas ninguna otra anormalidad importante…—Respondió la entidad un tanto confundida por la indiferencia con la que Arturo tomaba sus declaraciones, lo cual no era tan común.

—Veo, bueno, por suerte los dioses solo se cagaron en mí una vez, así que con el resto del cuerpo voy zafando por el momento…—Respondió Arturo alegremente mientras comenzaba a despojarse de la túnica. Provocando que su mascota, que lo había seguido hasta allí, saltara de su cabeza debido a los movimientos algo bruscos.

Viendo al joven desnudo la entidad de rocas flotantes se aproximó a Arturo con una actitud clínicamente fría, pese a que un leve murmullo pudo escucharse saliendo de su inexistente boca:

—Esos desgraciados se están quedando con todas las putas y yo me estoy comiendo poronga tras poronga deforme. Por los dioses, qué aberración de la naturaleza me mandaron a inspeccionar…

—¿Pasó algo?—Preguntó Arturo con una sonrisa haciendo el desentendido con lo que acaba de escuchar, mientras posaba su cuerpo desnudo de forma exagerada frente al inspector.

La entidad no pudo controlarse y tambaleó por poco dejando que sus guijarros flotantes cayeran al piso. Acto seguido se escuchó el sonido de algo que parecía ser una persona vomitando proviniendo de la entidad incorpórea. Después de unos segundos, los ruidos cesaron y la entidad volvió a flotar, visiblemente exhausta.

—¿Pasó algo? —Volvio a preguntar Arturo, fingiendo inocencia mientras continuaba posando de manera ridículamente seductora frente al inspector.

La entidad, con un tono gastado, respondió—No, no pasó nada. Pero por favor, podrías simplificarme las cosas y evitar las poses extrañas. Dentro de poco, serás otro aprendiz como yo y te tocará realizar estos trabajos de mierda, así que no me compliques las cosas, por favor...

Arturo dejó de tontear y la inspección pudo proceder con normalidad, lo cierto es que aunque la criatura flotante no tenía manos ni extremidades, la inspección resultó más incómoda y perturbadora de lo que uno podría imaginarse. La inspección comenzó de manera implacable y la entidad flotante se deslizó alrededor de Arturo, sus fragmentos de roca rozaron la piel del joven con una textura áspera y fría. El inspector no mostró ningún signo de empatía ni siquiera cuando Arturo emitió un suspiro involuntario ante el contacto incómodo.

Las rocas de la entidad se centraron en las deformidades de Arturo, como si miraran una abominación de la naturaleza. Arturo, por su parte, permaneció notoriamente indiferente durante la inspección. Su rostro desfigurado y su cuerpo deteriorado parecían no perturbarlo en absoluto. Era como si durante estos pocos días se hubiera preparado mentalmente para aceptar el hecho de que su condición física no mejoraría mágicamente de un día para el otro.

La inspección, aunque silenciosa y algo incómoda, transcurrió con normalidad, sin incidentes notables. Al finalizar, Arturo no pudo resistir la tentación de preguntar sobre su desempeño en el proceso:

—¿Cómo me fue en la inspección?

La entidad respondió con una sinceridad brutal que dejó a Arturo algo descolocado:

—¿En serio me preguntas eso? Es más que obvio que te fue para el culo, amigo. Además, solo con ver tu formulario puedo decirte que probablemente te asignen uno de los peores puestos. Pero bueno, no te deprimas, no todo está perdido, y el puesto que te asignen probablemente no afectará mucho teniendo en cuenta la miserable nota que obtuviste en el gran examen...

Arturo, sin perder el buen humor ante la inevitable verdad, respondió con tono alegre:

—Gracias por los ánimos.

Sin embargo, la entidad no respondió más. En su lugar, los fragmentos de piedra que la componían comenzaron a desprenderse del conjunto y cayeron al suelo, rompiéndose en pedazos. Finalmente, cuando el último fragmento de roca flotante se estrelló contra el suelo, Arturo se dio cuenta de que ya no se encontraba en la misma habitación que antes. El sitio al que había sido teletransportado era pequeño y lúgubre, con una atmósfera opresiva que dejaba un escalofrío recorriendo su espina dorsal. No había ventanas ni puertas visibles en ninguna de las paredes.

El suelo estaba cubierto por una alfombra desgarrada y manchada, con un patrón que parecía ser de sangre seca. Mientras que las paredes estaban revestidas con lo que parecían ser cortinas pesadas y descuidadas, colgando en pliegues irregulares y oscuros que daban la impresión de estar escondiendo a un acechador que observaba maliciosamente desde el otro lado. El techo, en lugar de ser una superficie sólida, estaba lleno de aberturas irregulares de las que caían gotas de un líquido viscoso que Arturo no se atrevió a tocar. Mientras que la iluminación era tenue y provenía de unas pocas velas dispersas por el suelo que iluminaban con una luz rosa la habitación.

Frente a Arturo, había un sofá desgastado y polvoriento, con una sensación incómoda de que había sido testigo de horrores inenarrables. Pero lo más inquietante de todo era el gran panel de cristal negro que ocupaba toda la pared frente al sofá. El panel reflejaba la figura de Arturo, pero lo hacía de una manera distorsionada, como si estuviera mostrando una versión no deforme de sí mismo. Por otro lado, frente al sillón se erguía un pilar de piedra con dos botones en la parte superior: uno rojo y otro negro.

Antes de que Arturo pudiera preguntar dónde lo habían enviado, su reflejo en el cristal negro comenzó a actuar de manera independiente, como si fuera otra persona, y comentó con una voz bastante desgastada:

—Hola, Arturo. Hemos completado la inspección de tu deformidad, y ahora es el momento de llevar a cabo el examen de moralidad. A pesar de lo que tus compañeros te hayan dicho, es fundamental que mantengas la calma y colabores con el examen.

Arturo respondió con una sonrisa encantadoramente horripilante, aunque bastante sincera, como la de alguien amigable:

—¿No se supone que ya indiqué en el formulario que soy una buena persona?

Ante lo cual, el inspector replicó con calma—Por supuesto, pero esa es tu opinión, no la mía. Aquí, yo soy el inspector, y mi deber es llevar a cabo este examen para determinar cuán bueno eres realmente y qué tipo de persona amable eres.

—¿Existen diferentes tipos de personas buenas? —Preguntó Arturo, sin estar al tanto de esta clasificación.

El inspector suspiró y dijo como si cada palabra le pesaran:

—Dado que parece que no conoces la existencia de este examen, voy a enviarte un folleto explicativo al final de la inspección. Así que, por favor, continuemos. Ya es tarde, y eres uno de los últimos aprobados que debo evaluar en mi turno. Apuremos el trámite y no retrasemos más el examen con una conversación inútil.

—No te preocupes, preocuparse no trae nada bueno… Si estás cansado no te haré las cosas más difíciles, pero… Me temo que debo informarte que no sé cómo se realiza este examen… —Dijo Arturo sintiendo algo de culpa.

El inspector, visiblemente fatigado, respondió con un tono de voz frustrado, como si estuviera tratando de liberar algo de la tensión acumulada después de tanto trabajo:

—Arturo, se supone que existe un libro con rumores, que tuviste 7 días para hablar con los otros aprobados e intercambiar información. Sinceramente, no entiendo cómo es que no te enteraste de absolutamente nada…

Sin darle tiempo a Arturo para replicar, el inspector continuó explicando con cierta impaciencia—Solo tienes que sentarte en el sillón, luego pondré el tutorial para las personas «especiales», por no decir los retrasados mentales, y te será más fácil comprender que es lo que tienes que hacer. De esa forma, yo podré ir a fumar un rato hasta que se termine el video. Después revisaré tus resultados y te informaremos cómo te fue; lo verás en tu tarjeta de identificación.

—La tarjeta de plata, ¿eso es mi tarjeta de identificación? —Preguntó Arturo con genuina curiosidad.

El inspector, visiblemente frustrado y desesperado por la aparente ignorancia de Arturo, explotó:

—¡Ah, pero vos sos un hijo de puta! ¿De verdad me estás preguntando eso? ¿Te olvidaste de llenar en el formulario que eras un completo idiota o simplemente usaste el libro de rumores como papel higiénico?

Arturo, sin inmutarse por los insultos, respondió con una sonrisa irónica—Uh, parece ser que tendremos que hacer el examen para verificar si soy retrasado…

Ante lo cual el inspector, visiblemente agotado, suspiró y suplicó—No... está bien, eres un genio. Ahora ve y, como buen genio, siéntate en el sofá, por favor. Si no lo haces, mi jefe me hará pasar todo el día aquí…

Sin buscar complicarle más la vida al inspector, Arturo se sentó en el sofá en mal estado y observó cómo el cristal frente a él comenzó a volverse cada vez más negro, hasta que su propio reflejo desapareció en la negrura. Acto seguido, las velas que iluminaban la habitación se apagaron de repente, sumiendo a Arturo en la completa oscuridad.

No pasaron más que unos segundos antes de que una cuenta regresiva apareciera en el cristal negro, indicando que la función estaba a punto de comenzar. Mientras los números avanzaban, Arturo ansiosamente tambaleaba las piernas de la emoción, ansioso de ver cómo sería este peculiar examen. Finalmente, tras la aparición del regordete cero que indicaba el final de la cuenta regresiva, aparecieron sobre la pantalla de cristal dos adorables y caricaturescos conejitos. Uno era de un blanco inmaculado, mientras que el otro era de un negro profundo. Tras aparecer, ambos conejitos saludaron a Arturo alegremente.

—¡Hola!—Respondió Arturo al saludo de forma infantil.

Aparentemente, reaccionando al saludo del jorobado, los conejitos comenzaron a explicar cómo sería el examen.

—Hola, Arturo. Nos dijeron que eras especial y que merecías nuestra ayuda especial —Dijo el conejito blanco con una voz encantadora.

—Sí, sí, te ayudaremos a comprender cómo será el examen y te guiaremos en el proceso—Respondió el conejito negro, saltando con alegría.

Arturo asintió, sonriendo como un niño ante la belleza de las tiernas caricaturas.

—El examen es una prueba de moralidad, por lo cual juzgaremos si eres un conejito malo o un conejito bueno…—Continuó explicando el conejo blanco.

—Exacto, veremos qué tan bueno o malo eres. Pero no debes preocuparte por los resultados: todos los conejitos consiguen hermosos y felices trabajos. Sin embargo, hay trabajos que requieren conejitos malos y otros trabajos requieren conejitos con un corazón más amable —Agregó el conejito negro, moviéndose de forma hiperactiva por la pantalla, como buscando llamar la atención de Arturo mientras hablaba.

—¿Puedes imaginarte algún trabajo que requiera conejitos buenos y otros trabajos que requieran conejitos malos, Arturo? —Preguntó el conejito blanco con alegría, buscando ver si el joven había entendido el concepto.

—Los maestros tienen que ser conejitos buenos y los guerreros deben ser conejitos malvados—Respondió Arturo alegremente mientras se dejaba llevar por la infantilidad que los conejitos transmitían.

—¡Sí, muy bien, Arturo, eres muy especial! —Comentó el conejito blanco, asintiendo con alegría. Mientras esto ocurría, la caricatura de un profesor dando clases apareció sobre la pantalla, mientras el conejo explicaba:

—Los profesores deben ser comprensivos y amables, por lo que los jefes buscarán exalumnos con buen corazón para ocupar los cupos libres.

—Mientras tanto… —Comenzó a decir el conejito negro mientras aparecía la caricatura de un guerrero luchando contra un dragón en la pantalla—Los guerreros tienen que tener un corazón valiente y despiadado, listos para tomar decisiones complicadas que un corazón débil nunca se atrevería a tomar. Por lo tanto, los jefes buscarán conejitos malos para ocupar esos cargos.

—Ahora que comprendes la importancia de este examen, pasaremos a explicarte cómo realizaremos el examen, pero debes comprender algo, Arturo, y pase lo que pase, no debes olvidarlo…—Dijo el conejito blanco, mirando a Arturo con la máxima seriedad que sus redonditos y hermosos ojos podían transmitir.

—¿Qué debo comprender? —Preguntó Arturo con preocupación, parecía que esto era bastante importante, o al menos el tono del conejito blanco indicaba eso.

—Pase lo que pase, no debes olvidar… —Comenzó a decir el conejito blanco, deteniéndose y mirando al conejito negro como dándole una señal. Ante ello, el conejito negro comenzó a repetir:

—Pase lo que pase, no debes olvidar…

—¡Que esto es un juego! —Gritaron con entusiasmo los dos conejitos, saltando con alegría. Esto provocó que una sonrisa infantil llenara el rostro de Arturo, quien asintió contagiado por la felicidad de los conejitos.

—Durante este juego se te proporcionará un muñequito y luego jugaremos con el muñequito…—Comenzó a explicar el conejito negro, mientras se rascaba las orejas con sus manitos.

—Sí, así es, en función de tus reacciones sabremos si eres un conejito malo o bueno. Si el juego que te proponemos jugar te parece divertido, deberás pulsar el botón rojo. Mientras que si el juego te es indiferente o te resulta aburrido, debes pulsar el botón negro—Dijo el conejito blanco mientras una serie de ejemplos ilustrativos aparecía en la pantalla, mostrando a un niño pulsando ambos botones.

—Pero hay algo que es importante que sepas, Arturo... —Dijo el conejito negro, mirando a Arturo comprometidamente.

—Debes saber que tu cuerpo moverá sus manos por su cuenta, esa es la magia del sillón en el que estás sentado—Agregó el conejito blanco—Por eso no podrás mentir durante el examen, así que no te preocupes por los resultados, relájate y…

—¡Disfruta del juego! —Dijeron los dos conejitos al unísono, alegremente. Esto provocó que Arturo se tambaleara en el sillón, completamente emocionado por las palabras de los adorables conejos.

Inmediatamente, el conejo negro comenzó a saltar alegremente hacia la derecha y el conejo blanco hacia la izquierda, colocándose en los extremos de la pantalla. Acto seguido, el cristal negro que servía como pantalla comenzó a disminuir su oscuridad en el centro, frente al sofá de Arturo. Cuando el centro del cristal se volvió completamente blanco, este poco a poco se volvió más transparente hasta que se convirtió prácticamente en una ventana. Al mirar a través de ella, se podía ver una habitación tan realista que uno dudaría si era parte de la película o no. La habitación estaba completamente vacía, sin muebles ni objetos de ningún tipo. Tanto el techo como las paredes y el suelo estaban hechos de losas blancas y brillantes que parecían fusionarse sin costuras. La superficie de estas losas era tan pulida que reflejaba la luz de manera intensa, llenando la habitación de un resplandor blanco y cegador.

La habitación tenía las mismas dimensiones que la pequeña sala en la que se encontraba Arturo, lo que creaba una extraña sensación de continuidad con la sala donde se encontraba el jorobado. Por lo demás, no había ventanas ni puertas en ninguna de las paredes de este cuarto vacío y el silencio que reinaba en el lugar solo se veía interrumpido por la voz de los conejitos que seguían explicando el funcionamiento del examen:

—Arturo, ante ti tienes la sala de juegos, pero como habrás notado, aún no hemos introducido ningún muñeco. Para hacerlo, necesitas comenzar el juego pulsando el botón rojo. Recuerda, no olvides relajarte una vez que el juego empiece, ya que no habrá forma de detenerlo hasta que estemos seguros de si eres un conejito bueno o uno malo—El conejito blanco miró a Arturo con seriedad mientras hablaba; por su parte el jorobado asentía bobamente ante las palabras de la criatura, mostrándose ligeramente aturdida por la tierna voz del conejo.

—Exacto, el juego no puede detenerse, pase lo que pase, Arturo. Además, ten en cuenta que a los aburridos inspectores les importará saber qué tan buen conejito eres en realidad, o por el contrario, qué tan mal conejito eres en realidad—El conejito negro se sentó alegremente y movió sus patitas mientras agregaba esta información.

Arturo continuó asintiendo mientras se quedaba mirando a los conejitos buscando no perderse nada de información, o tal vez dejándose llevar por la comodidad del sofá y la experiencia extraña que le estaba tocando vivir.

—Cuando tú estés listo, ¡comienza el juego! —Ambos conejitos gritaron al unísono tras terminar de informarle a Arturo, saltando con alegría y entusiasmo.

Arturo, sintiéndose un poco nervioso, pero también emocionado, extendió su mano hacia el botón rojo que se encontraba en el pilar frente al sofá.

—¡Comienzo del juego!—Una frase resonó en la habitación con un tono animado y enérgico, como si un héroe estuviera anunciando el inicio de una gran aventura. El sonido llenó el espacio, haciendo que el corazón de Arturo latiera con anticipación, y se acomodó aún más en el sillón, listo para lo que viniera a continuación.

Inmediatamente, una de las losas del suelo de la otra habitación se desvaneció, revelando un oscuro agujero que parecía llevar a un abismo sin fondo. De las sombras de este agujero emergió lentamente un joven de la misma edad que Arturo El chico lucía aterrorizado y nervioso, sus ojos verdes parecían tener poco brillo y su cabello marrón estaba desaliñado. Vestía una túnica negra desgastada por el constante uso, que ondeaba a su alrededor mientras aparecía desde el abismo.

El joven se tambaleó al emerger del agujero, sus ojos escudriñando el entorno con temor y con algo de molestia, aparentemente incómodo con el reflejo de la luz que se generaba por las losas blancas.

—Ahora que tenemos un muñeco, es momento de comenzar a jugar con él—Dijo el conejo blanco mientras agitaba su patita, tratando de captar la atención de Arturo.

Arturo, por su parte, estaba cada vez más confundido. Aunque no conocía a la persona que había aparecido, su apariencia era tan realista que el jorobado comenzaba a cuestionarse si realmente estaba viendo una película, algún tipo de ilusión, o si realmente solo había un vidrio frente a sus ojos. Pero por más que Arturo intentara hablar para despejarse las dudas, se dio cuenta de que ya no podía hacerlo y su boca no emitía palabra coherente alguna.

—Bien, ha llegado el momento de tomar tu primera decisión en este juego. ¿Qué torta le darías a tu mejor amigo, una torta rica o una hecha con excremento?—Preguntó el conejo negro con entusiasmo. Arturo intentó responder «torta rica», pero sus manos se movieron por sí solas y apretaron el botón rojo, que brillaba con el dibujo fluorescente de una torta bien amada en su superficie. Por lo tanto, en principio Arturo había respondido a los conejitos que le gustaría jugar el juego propuesto, el cual no quedaba muy claro cuál era entre las dos opciones dadas por el conejo, pero sí quedaba claro al ver que el otro dibujo en el botón negro era un dibujo fluorescente de lo que aparentaba ser excremento.

Inmediatamente, una de las losas del techo de la habitación que Arturo veía desde el sofá se abrió, revelando un agujero oscuro desde el que descendió una torta de tres pisos. La torta estaba sostenida por unos globos rojos que la mantenían suspendida en el aire, mientras las velas sobre ella emitían una luz pálida.

—¡Ten una torta, amigo!—Una frase resonó en la habitación con el mismo tono animado y enérgico que Arturo había escuchado al comienzo del juego.

—Como puedes ver, tu elección ha tenido consecuencias, y gracias a tu gran corazón, este muñeco podrá disfrutar de una hermosa torta de cumpleaños—Dijo el conejito blanco con alegría, mientras Arturo observaba cómo el joven del otro lado se entregaba a las lágrimas y comenzaba a devorar con deleite la torta ante él.

La imagen no impactaría tanto en los ojos de muchos, pero Arturo notó que había exactamente 18 velas encima de la torta, lo que hizo que su mente se preguntara si este joven era un estudiante desaprobado. La preocupación se apoderó de él mientras observaba la extraña escena, sin poder hacer nada para sacarse sus dudas.

—La habitación es un poco aburrida, ¿no crees, Arturo? ¿Cómo decoramos este cuarto para tu amigo? ¿Como si fuera un cumpleaños o un funeral?—Preguntó el conejo negro. Inmediatamente, Arturo notó con un poco más de comodidad cómo su mano se levantaba y tocaba el botón rojo, que tenía el dibujo fluorescente de un regalo en su superficie.

—¡Animemos la fiesta, amigo!—Una frase resonó en la habitación con un tono más solemne y amable que el que Arturo había escuchado al comienzo del juego.

Acto seguido, la habitación de losas blancas comenzó a transformarse en un ambiente de cumpleaños infantil. Las losas del suelo se llenaron de confeti y serpentinas multicolores que parecían surgir de la nada. Globos de colores vibrantes aparecieron en las esquinas de la habitación, y un arco de globos rodeó el fondo de la habitación. En las paredes, carteles de «Feliz Cumpleaños» aparecieron mágicamente, y una de las lozas del piso comenzó a correrse revelando como una mesa cubierta de mantel a cuadros rojos y blancos llenó de golosinas comenzaba a subir lentamente.

—Parece que eres un conejito bueno, Arturo—Dijo el conejo blanco con alegría, mientras el joven en la otra habitación seguía deleitándose con la torta y se manchaba el rostro con lágrimas de felicidad.

—Sin embargo...—Murmuró el conejo negro con una mirada más sombría.

—Sin embargo, casi todos somos héroes cuando no nos cuesta nada, ¿cierto Arturo? …—Continuó el conejo blanco con una sonrisa—Es por eso que, a partir de ahora, las decisiones positivas tendrán un costo, un costo que simulará el sacrificio que todo héroe debe hacer para llamarse a sí mismo así.

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—Mira, Arturo, parece que nuestro amigo no tiene nada que beber. ¿Qué dices, le servimos su bebida favorita o le ofrecemos un vaso lleno de leche podrida? —Preguntó el conejo negro mientras se rascaba una de sus orejas.

—Pero escucha bien, Arturo. Si le sirves leche podrida, te regalaremos una reliquia. En cambio, si le sirves su bebida favorita, no ganarás absolutamente nada—Añadió rápidamente el conejo blanco. Sin siquiera poder meditar la pregunta, el brazo de Arturo comenzó a bajar y presiono el botón rojo, el cual tenía el dibujo fluorescente de un batido tropical.

—¡¿Tienes sed, amigo?, ¡Ten una malteada de frutilla!—Una frase resonó en la habitación con un tono extraordinariamente alegre, digno de un auténtico héroe. Simultáneamente, una fuente de mármol, en lugar de agua, comenzó a verter la deliciosa bebida desde una de las paredes de la habitación. Provocando que el joven en el cuarto, aparentemente sediento, corriera a la fuente para comenzar a tomar la bebida con alegría, mientras unas palabras salían de su boca; sin embargo, Arturo no podía escucharlas.

—¡Impresionante!, ¡Jamás pensé que llegarías a este punto!—Exclamó el conejito blanco mientras saltaba en círculos con alegría.

—¡Eres el primer estudiante en este año en tomar esa decisión, Arturo! —Añadió el conejito negro, también dando saltos en círculos.

Arturo, por su parte, tampoco podía creerlo. Hace apenas un minuto, habría jurado preferir cien veces ganar la reliquia y hacer que el desconocido beba leche podrida en lugar de recibir su bebida favorita. Sin embargo, extrañamente, el jorobado recordaba con claridad cómo, hace no más de un minuto, sonreía y disfrutaba imaginando las reacciones del joven desconocido al recibir su bebida preferida. El arrepentimiento envolvió la mente de Arturo en la confusión, no obstante los conejitos no le dieron tiempo al joven de terminar de procesar lo que acababa de pasar y continuaron comentando:

—¿Qué te parece si te retamos un poco más, Arturo? —Dijo el conejito blanco con alegría.

—Sí, sí, has organizado una fiesta, has proporcionado comida y bebidas, pero aún falta la diversión. ¿Qué te parece si ponemos algo de música, Arturo? —Agregó el conejito negro, saltando frenéticamente.

—Sin embargo, hay un problema... —Comentó el conejito blanco con pesar.

—Sí, hay un problema. Como habrás notado, nuestro muñeco también es un estudiante como vos, pero el pobre falló el gran examen—Dijo el conejito negro, mirando con tristeza hacia el centro de la pantalla.

—Y no solo era un estudiante, sino que estaba en la categoría de «descartables», al igual que tú, Arturo, aunque estaba en una clase diferente, por eso nunca lo conociste —Dijo el conejito blanco, mirando a Arturo con seriedad.

—Al parecer, nuestro muñeco no puede escuchar absolutamente nada, y por lo tanto no podría disfrutar de la música. ¿Qué te parece si resolvemos ese problema, Arturo? —Preguntó el conejito negro, planteando la cuestión con seriedad.

—Pero hay un costo... —Añadió el conejito blanco, mirando a Arturo con seriedad y compromiso.

—Sí, sí, hay un costo. Si deseas mejorar la vida de este desaprobado, debes pagar una reliquia. Si no tienes ninguna, la sacaremos de tu primer pago por tu trabajo —Dijo el conejito negro, mirando a Arturo con seriedad.

Los conejitos no mencionaron qué ocurriría si Arturo no aceptaba esta vez, pero el dibujo de una calavera sobre el botón negro no era precisamente una señal alentadora. A pesar de eso, Arturo no tenía opción para elegir; su cuerpo se movía por su cuenta. De todas formas el jorobado entendía que perder una reliquia por no darle un poco de leche podrida a este estudiante era aceptable, pero tener que pagar una reliquia para resolver los problemas de un completo desconocido era completamente inaceptable.

Por lo que Arturo no se preocupó demasiado por mirar dónde caería su mano, ya que lo sabía de antemano. Sin embargo, cuando su mano estuvo a punto de presionar el botón negro, se detuvo. Fue en ese preciso momento en el que los pensamientos egoístas de Arturo también se detuvieron, o mejor dicho: ¡Se vieron reemplazados!

Arturo no sabía si era casualidad o una especie de premonición por parte de la persona en la otra habitación, pero cuando estaba a punto de decidir su destino, el joven lo miró fijamente con una sonrisa en el rostro. Parecía estar agradeciéndole silenciosamente por la fiesta que le había organizado. Su rostro estaba manchado con torta y malteada, y aunque no era tan parecido ni tan desagradable como el de Arturo como para ganarse su simpatía, algo en esa sonrisa despertó la curiosidad del jorobado y lo hizo sonreír infantilmente.

En la mente de Arturo una idea estúpida comenzó a ganar poder hasta que finalmente logro controlar completamente los pensamientos del jorobado. Arturo se preguntó qué haría este joven si de un momento para el otro se resolvían los problemas que había cargado toda su vida. ¿Saltaría de alegría, comenzaría a bailar con la música como un loco o se arrodillaría ante la nada misma como si allí estuviese un dios misericordioso? Arturo no lo sabía, pero quería conocerlo. Y por desgracia, el egoísmo infantil de Arturo por satisfacer su curiosidad esta vez le costó caro…

—¡¿Estás aburrido, amigo?! ¡Pongámosle algo de emoción a esta fiesta! —Inmediatamente, una voz llena de energía resonó por la habitación, tomando al joven de la habitación de sorpresa. Miró a su alrededor desconcertado, y en ese momento, una música completamente animada comenzó a llenar el espacio. Era una canción de cumpleaños infantil que decía:

> "¡Feliz, feliz en tu día, Agustín que Dios te bendiga, que reine la paz en tu día y que cumplas muchos más!"

La canción concluyó, seguida de aplausos y risas de alegría que llenaron la habitación. Mientras tanto, el protagonista de la fiesta estaba arrodillado en el suelo, lágrimas de felicidad estaban rodeando por su rostro mientras expresaba palabras hermosas que, desafortunadamente, Arturo no podía escuchar.

—Arturo, ¿sabes lo que acabas de hacer? —El conejito blanco saltaba con alegría. Sin embargo, Arturo, lejos de estar emocionado, miraba con los ojos en blanco mientras su mano aún apretaba el botón rojo, incapaz de procesar lo que su cuerpo había hecho.

—¡Arturo! ¡Le has cambiado la vida a este chico para siempre! ¡Eres un conejito de gran corazón! —El conejito negro miraba al joven, completamente aturdido en el sillón, con sus grandes y hermosos ojos llenos de admiración

—¿Sabes lo raro que son los conejitos de tan buen corazón como el tuyo?—Preguntó el conejito blanco, su voz rebosante de felicidad.

—¡Eres la primera persona en tomar esta decisión en más de una década, Arturo! —Respondió el conejito negro, haciendo un gesto exagerado como indicando que era algo inaudito lo que estaban presenciando.

Arturo escuchó a los conejitos, o al menos trató de hacerlo. Sin embargo, su corazón estaba afligido, preocupado por cómo había perdido una reliquia y cómo en los días venideros tendría que trabajar sabiendo que no recibiría absolutamente nada a cambio, solo por ayudar a un desconocido cuyo nombre había aprendido hacía apenas unos segundos en su propia canción de cumpleaños.

—Esta fiesta tiene comida y bebida, ya cantamos la canción de cumpleaños. Sin embargo, aún falta una última cosa…—Dijo el conejito blanco. Aunque Arturo estaba haciendo caso omiso de sus palabras, estaba mucho más preocupado tratando de entender por qué había tomado la decisión que había tomado.

—¡¡Faltan los regalos!!—Completó el conejito negro, sin ocultar su emoción.

—Exacto, ¿qué sería de una fiesta de cumpleaños sin regalos? Y sabes, tengo en mente un excelente regalo... —El conejito blanco miró fijamente a Arturo, quien se encontraba temblando de la ira y con los ojos enrojecidos por el odio mientras miraba a su mano presionando el botón rojo. Era como si en la mente del jorobado esta mano ya no fuera su propia mano, sino una traicionera rata que lo había apuñalado por la espalda. Las emociones de Arturo en esos momentos eran tan intensas que incluso su fiel mascota, Copito, que se encontraba durmiendo perezosamente en lo alto de su cabeza, se despertó y comenzó a temblar asustada, sintiendo que algo muy malo le había ocurrido a su dueño.

—Yo también tengo en mente un regalo que sería perfecto para tu amigo, Arturo... —Murmuró el conejito negro mientras lanzaba una mirada cómplice al conejito blanco. Cuando sus ojos se encontraron, los dos conejos se miraron mutuamente durante unos segundos y luego dieron un salto alegre coordinado mientras gritaban al unísono:

—¡Regalémosle a Agustin el favor de los dioses!

Inmediatamente, el cuerpo de Arturo comenzó a temblar como si hubiera escuchado el rugido de una bestia feroz en lugar de los tiernos conejitos. Un sudor frío recorrió su espalda y su mirada dejó de fijarse en su mano para centrarse en los dos conejitos que lo observaban con expectación, sus sonrisas alegres parecían empeorar su situación en lugar de aliviarla. Los ojos de Arturo se enrojecieron, casi a punto de salirse de sus cuencas, mientras miraba frenéticamente a los conejos.

Sus nervios eran tan intensos que sus ojos no dejaban de temblar, y su boca comenzó a balbucear palabras sin sentido. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su frente, creando pequeños charcos en su ropa. Copito, su fiel mascota, salió disparado del cabello de Arturo y se escondió cobardemente entre sus túnicas como si los dos conejitos se hubieran transformado en lobos feroces.

Y no era para menos, Arturo estaba seguro de que, como siempre que se daba una propuesta, vendría un «pero». Luego de esa palabra mensajera del infortunio, vendría una condición, que esta vez parecía ser tan imposible como la estupidez que los conejitos habían propuesto regalar.

—Pero… —Dijo el conejito blanco con pena.

—Pero hay un coste, Arturo… —Agregó el conejito negro con aún más pena.

Tras escuchar a los dos hermosos mensajeros de la muerta, Arturo sintió un nudo en el estómago, una opresión en el pecho que lo hacía respirar con dificultad. Luchó con todas sus fuerzas para recuperar el control de su cuerpo, pero era como si estuviera atrapado en una pesadilla sin escape. Su corazón latía desbocado, y una sensación de pánico lo invadió por completo.

Intentó gritar, pero su voz no salió. Trató de mover sus extremidades, pero estaban paralizadas. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba a los conejitos con una expresión de súplica, como si buscara que pudieran entender su desesperación. Arturo quería escapar de esta pesadilla, pero estaba atrapado en un juego macabro donde las decisiones parecían estar fuera de su alcance.

Los conejitos continuaron mirándolo con sus grandes y hermosos ojos, como si disfrutaran de su sufrimiento. La impotencia de Arturo lo estaba consumiendo, y no sabía qué hacer para liberarse de esta situación aterradora. La ansiedad se apoderó de él, y su mente giraba en círculos buscando una salida mientras sus músculos permanecían inmóviles, obedeciendo las órdenes que dictaminaba el sofá en donde se encontraba sentado.

—Todo tiene un coste, Arturo, y me temo que esta vez deberás dejar una parte de ti si quieres llamarte a ti mismo un héroe… —Completó el conejo blanco mientras observaba cómo Arturo se retorcía en vano.

—Si deseas cambiar el destino de tu amigo Agustín, entonces deberás tomar su alma del infierno y regresarla bajo el abrazo de los dioses, y lamento decirte que solo un héroe dispuesto a sacrificar uno de sus brazos puede lograrlo… —Dijo el conejito negro mirando a su cómplice.

—¿Qué decisión tomas, Arturo? ¿Qué regalo le daremos a tu amigo?—Preguntó el conejito blanco con la máxima seriedad que su peludo cuerpo podía reunir, y luego un silencio sepulcral se apoderó de la habitación.

Sin embargo, el silencio no podía durar para siempre, y fue un ruido inesperado el que invadió la habitación. El hecho ocurrió después de que se mencionara el precio por el regalo que se ofrecía. Entre las lágrimas y el pánico, los labios de Arturo comenzaron a curvarse lentamente, y una despiadada sonrisa se dibujó en su rostro. No era la sonrisa de alguien feliz, ni mucho menos la de un niño inocente. Tampoco era irónica ni burlona. No, esta era la sonrisa de un hombre agotado, abrumado por un mundo que lo había maltratado una y otra vez, y que seguramente lo seguiría haciendo en el futuro. Sin embargo, de alguna manera, este hombre había encontrado la manera de burlarse de aquellos responsables de todas sus miserias: los dioses, esas criaturas que jugaban con su vida como si fuera un títere.

Hoy sería el día en que Arturo tomaría el control de los dioses, en que serían ellos quienes se postrarían ante su voluntad. Hoy, el mundo era suyo, y el precio, el precio era lo que hacía que esa sonrisa se esbozara en su rostro. Un brazo era un precio insignificante por lo que estaba a punto de lograr, y Arturo lo pagaría una y mil veces si tuviera la oportunidad. Por eso, la aparición de esa sonrisa fue acompañada por una carcajada que pocos hombres se atreverían a describir como sana, agradable o incluso cuerda. La risa llenó la habitación, mientras ante la mirada atónita de los dos conejitos, Arturo alzó su brazo y, sin perder el tiempo, con un movimiento rápido y audaz, como si estuviera arrebatando el tesoro más preciado de los dioses, presionó nuevamente el botón rojo.

*Puff*... Inmediatamente, el brazo que no apretó el botón estalló como una sandía, provocando que el rostro de Arturo quedara salpicado de trozos de su propia carne y sangre, añadiendo una macabra decoración a la vengativa sonrisa que dominaba su expresión.

—¿Quieres reír un rato conmigo, Agustín?—Una voz llena de confianza y energía llenó la habitación de losas. Simultáneamente, una porción de las paredes del fondo comenzó a girar, revelando una pared de piedra antigua y desgastada, cubierta de musgo y tierra. En el centro de esta pared se encontraba una misteriosa ruleta con números del 1 al 25.

El joven en la habitación permaneció en silencio, observando la ruleta que acababa de aparecer ante sus ojos, sin comprender exactamente cuál era su función. Siguiendo sus dudas, Agustin pronunció algunas palabras, aunque Arturo no pudo escucharlas.

—¡Feliz cumpleaños, Agustin! Sé que lo estamos celebrando un poco tarde, ¡pero mira en qué hermosa celebración de cumpleaños se ha convertido! Ahora es la hora de que esta fiesta llegue a su fin, por eso te regalo esta ruleta como regalo de cumpleaños—Dijo la voz animada y energética, provocando que el joven en la habitación volviera a mover los labios, aparentemente hablando, aunque Arturo seguía sin poder oírlo.

—¡Mi regalo es bastante simple! Solo tienes que girar la ruleta, amigo, y esa será tu nueva nota en el gran examen—Dijo la voz animada. Aunque sus palabras parecieron caer como un trueno para el joven en la habitación, este, con las piernas tambaleantes, trató de llegar a la ruleta. Sin embargo, terminó cayendo al piso debido a la emoción. No obstante, eso no lo detuvo de continuar su marcha y, de rodillas, llegó hasta la ruleta. Sin titubear y mirando la ruleta como si fuera divina, el joven le dio un giro.

Mientras tanto, en la otra habitación, con los ojos en blanco y sintiéndose más ajeno a la realidad que nunca, Arturo se quedó mirando cómo la ruleta giraba y giraba, sin aparentes signos de detenerse. Tratando de recobrar la razón, lentamente el jorobado apartó la mirada de la pantalla y se dio cuenta de que uno de sus brazos había desaparecido. Sin poder contenerse, el joven comenzó a llorar, comprendiendo la estupidez que había cometido. No obstante, sus lágrimas duraron solo unos momentos antes de que su rostro volviera a cambiar de expresión violentamente y volviera a sonreír alegremente a la pantalla, observando cómo la ruleta continuaba girando.

Sin embargo, la ruleta seguía girando y girando, dándole tiempo a Arturo a volver a entrar en razón. Fue entonces que el joven volvió a bajar la mirada y su sonrisa se detuvo al recordar nuevamente que había perdido el brazo. Arturo intentó llorar, pero no pudo. No porque se hubieran agotado sus lágrimas, sino porque ahora sonreía estúpidamente al mirar su brazo, comprendiendo finalmente lo que le había sucedido. Al parecer, la extraña habilidad divina que Félix le había otorgado le impedía caer en la tristeza, ya que cada vez que eso ocurría, una sonrisa aparecía para llenar su alma con otra emoción más alegre o satisfactoria. Lejos de ser una ventaja, esto lo llevaba a cometer tontería tras tontería sin sentir pena alguna, hasta que finalmente terminó perdiendo uno de sus brazos debido a una de estas tonterías. Y lo más triste de todo, es que incluso descubriendo esta verdad, Arturo no podía dejar de sonreír…

—Eres un verdadero héroe, Arturo—Dijo el conejito blanco con toda la solemnidad que un conejo de caricatura pudiera reunir.

—¡Sin lugar a dudas! Tus acciones quedarán registradas en la historia de este mundo. El gran amor que demostraste no se ha visto en este siglo, y tenemos que remontarnos a tiempos remotos para encontrar a un conejito tan generoso y amable…—Agregó el conejito blanco, también con bastante solemnidad.

—Pese a ello, el examen aún no ha terminado…—Dijo el conejito blanco, provocando que el cuerpo de Arturo volviera a temblar.

—Ya sabemos que eres un conejito de buen corazón, dispuesto a sacrificarse para ayudar a los demás….—Agrego el conejito negro, mirando a Arturo seriamente.

—Pero no sabemos qué tan malo eres realmente…—Completó el conejito blanco imitando la mirada del conejo negro.

—Tu corazón es bueno cuando quiere serlo, y ¿cómo es tu corazón de malvado cuando quiere ser malvado?—Preguntó el conejito negro con aire de misticismo. Arturo lógicamente no respondió, no porque no quisiera, sino porque no podía hacerlo.

—Uno podría pensar que un buen corazón es uno donde el mal no reside, pero me temo que no es así. Hay conejitos que saltan con el viento... —Completó el conejito blanco.

—Y si los vientos les empujan a la oscuridad, ahí es donde esos conejitos alegremente saltarán…—Dijo el conejito negro con una voz ridículamente sombría para su regordete cuerpo.

—Así que el juego deberá continuar para que confirmemos qué conejo eres realmente, Arturo, pero como notarás, nos hemos quedado sin muñeco—Dijo el conejo blanco con una voz igual de espeluznante.

Siguiendo las palabras de los conejos, Arturo miró hacia la habitación al otro lado del cristal, dándose cuenta de que efectivamente había estado tan perdido en el hecho de haber perdido su mano que no había notado los cambios en esa habitación. El joven Agustín que antes protagonizaba la escena había desaparecido por completo, y no solo eso, sino que la habitación estaba vacía, tal como al principio. Por lo que la ruleta no se veía por ninguna parte, y tristemente, el resultado permanecería oculto a los ojos de Arturo, a pesar de que él hubiera sido el que había pagado toda esta fiesta.

—Antes de que agreguemos al muñeco, queremos decirte que las reglas han cambiado…—Dijo el conejo negro, lo que hizo que el joven se mirara el brazo con preocupación. Aunque la herida se había cerrado mágicamente y la sangre había dejado de fluir, la falta de su brazo le recordaba que, debido a su desafortunada habilidad, este estúpido juego se había convertido en una trampa mortal. Arturo no sabía cómo reaccionaría su subconsciente alterado ante las decisiones que los conejos le propondrían.

—Sí, exacto. A diferencia de los conejitos buenos que deben dejar muchas cosas atrás para ayudar a los demás, los conejitos malos suelen ser movidos por la codicia y están dispuestos a lo que sea con tal de conseguir unos pocos beneficios , pero… —Completó el conejito blanco, manteniendo su tono sombrío.

Cuando la maliciosa palabra que solo le había traído problemas fue pronunciada por el conejito nuevamente, esta resonó en la mente del jorobado como un eco de las profundidades del infierno. Su garganta se secó de inmediato, como si una cuerda invisible la apretara, dificultando su ya nula capacidad para hablar o, mucho menos, defenderse. Un nudo en el estómago se formó apretándolo sofocantemente, y la sensación de miedo y ansiedad se intensificó en el pecho de Arturo, como si tuviera la corazonada de que ese gran «pero» sería el responsable de terminar con su vida.

—Pero ten en cuenta que estos beneficios también tendrán un coste, Arturo, y el coste del camino del mal es incluso más doloroso que el camino del bien, dado que los conejitos que se desvían de la luz sufren las consecuencias de sus actos durante toda la eternidad... —Añadió el conejito negro mientras imitaba el tono sombrío de su compañero de forma algo caricaturesca.

Tras escuchar la aparente sentencia del juez, el pánico nuevamente se apoderó de Arturo. Su respiración se aceleró, y sintió cómo un sudor frío le empapaba la frente. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, y sus pupilas se dilataron por la sorpresa y el miedo. La mano restante de Arturo comenzó a temblar incontrolablemente, y su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho para irse lo más lejos que pudiera esta horripilante habitación. Arturo estaba tanto físicamente como mentalmente paralizado, atrapado en un juego del que no podía escapar, y la idea de enfrentar un costo aún mayor que la pérdida de su brazo lo llenaba de terror.

—¿Parece que estás algo asustado, Arturo?—Preguntó el conejito blanco, observando a Arturo temblando como si se hubiera tragado un motor.

—No deberías preocuparte tanto. Recuerda que siempre puedes presionar la opción que no te traerá beneficios... —Agregó el conejito negro, aparentemente preocupado por la salud mental del jorobado.

Aunque en la mente de Arturo, cualquier consuelo de estas dos bestias peludas solo sonaba como burlas sarcásticas en este momento.

—Sí, sí, no te asustes. Es solo un juego, ¡recuerda! —Gritó el conejito blanco, saltando con alegría, provocando que Arturo lo mirara con un odio no disimulado.

—Mira, el nuevo muñeco ha llegado. ¡Ahora podremos volver a jugar!—Gritó el conejito negro, imitando los saltos de alegría de su compañero.

Arturo miró nuevamente al cristal frente de el y notó como en la habitación de losas otro joven se encontraba vestido con túnicas negras rasgadas, similares a las de cualquier otro estudiante . Este joven era un individuo apuesto, de porte atlético y algo tonificado, con una melena de cabello marrón que caía desordenada sobre sus hombros. Sus ojos eran de un color azul celeste profundo que parecía brillar con una luz propia. Sin embargo, lo que realmente destacaba en su rostro era su ojo derecho, el cual estaba cubierto por un parche oscuro, esta peculiaridad le confería una belleza exótica a este joven, como si hubiera vivido aventuras inimaginables.

—¿Conoces a este joven, Arturo? Noté que cuando lo viste, tus ojos brillaron como si hubieran encontrado un camino en el bosque mientras te sentías perdido—Dijo el conejito negro, moviendo sus manitas en un gesto misterioso y manteniendo un tono de voz que pretendía ser místico, aunque no le salía y quedaba algo ridículo.

—Marquitos…—Murmuró Arturo, sin darse cuenta, al reconocer al muchacho en la habitación contigua como uno de sus antiguos compañeros de clase, para ser más exactos el antiguo novio de su compañera Helena. Sin embargo, esta vez sus palabras sí salieron de su boca, lo cual sorprendió a Arturo, quien miró desconcertado a los conejitos.

—Arturo, ¿eres tú?—Preguntó Marcos desde la habitación de losas blancas. Aparentemente, la persona al otro lado del cristal no podía verlo, pero había escuchado las palabras de Arturo.

—¿Por qué nos miras así, Arturo? Te advertimos que las reglas cambiarían...—Dijo el conejo blanco, sonriéndole de manera un tanto tonta a Arturo, quien en el sillón miraba con cierto temor cómo su astuto excompañero lo había reconocido por su voz.

—El muñeco no puede escucharnos a nosotros dos, pero tú puedes escucharlo a él. Por otra parte, el muñeco también puedes escucharlo a ti. Ahora, para comenzar el juego nuevamente, te daremos las dos opciones, pero…—Dijo el conejo negro, mirando con complicidad a su compañero.

—Pero si eliges el botón negro, saldarás la deuda que nos debes, es decir, ya no tendrás que pagarnos una reliquia…—Comentó el conejo blanco, mirando fijamente a Arturo como si buscara juzgar su alma con sus regordetes ojos.

Después de escuchar el beneficio, Arturo miró fijamente al conejo negro, quien ahora tenía el turno de hablar y, por lo tanto, debía mencionar el costo por el cual uno pagaría esta reliquia. Sin embargo, el tiempo pasó y el conejo no habló. Mientras tanto, los gritos de Marcos pidiendo respuestas llenaron la habitación. Tras unos minutos en este estado, Arturo comprendió el macabro cambio de reglas que estas dos bestias peludas acababan de proponer silenciosamente…

Bajo la presión del momento, Arturo siguio su corazonada e intentó cambiar su voz para preguntar, pero no pudo cambiarla en absoluto:

—¿Cuál es el costo?

—¿Arturo?, Arturo, ¿de qué costo estás hablando? ¿Qué está pasando aquí?... —Marcos comenzó a preguntar, mientras el miedo a lo desconocido se apoderaba de su alma.

—Este muñeco desaprobó el examen y, por lo tanto, vino a festejar su cumpleaños a este lugar, así que nuevamente tienes la opción de elegir qué torta prefieres: ¿Una exquisita torta de frutilla y frambuesas, o una torta hecha con la carne y sangre de sus antiguos compañeros de clases?—Preguntó el conejo negro, mientras los dos botones en el pedestal se iluminaban con un dibujo fluorescente; en el botón rojo había una frutilla sonriendo y en el negro había una carita triste.

Inmediatamente, Arturo notó que su brazo comenzaba a alzarse, ignorando su voluntad, mostrando su disposición a dar una sentencia. Ante lo cual, nerviosamente, el jorobado preguntó con un grito desesperado:

—¿Es mi carne la que usarás en la torta?!

—¿Qué estás diciendo, Arturo? Por favor, te lo suplico, ¿podrías decirme qué está ocurriendo aquí? —Siguió cuestionando Marcos, en vano.

Tras la pregunta, el brazo de Arturo se detuvo en el medio de su caída, sin dejar evidencia de qué decisión había tomado inconscientemente. Mientras tanto el conejito blanco respondió pacientemente, mientras agitaba su cabecita de lado a lado para afirmar su negación:

—No, claramente eso no tendría sentido, dado que no estamos juzgando lo codicioso que eres, sino lo malvado que eres…

—La carne que se utilizará es la que los inspectores recolectaron a lo largo del día. ¿Alguna otra pregunta que te ayude a aclarar tu decisión, Arturo?—Cuestionó el conejito negro, mirando a Arturo con sus encantadores ojitos.

—No... —Susurró Arturo débilmente, mientras miraba a su antiguo compañero con una mirada llena de pena. A pesar de ello, por la reacción de Marcos, parecía que las palabras de Arturo seguían siendo perfectamente audibles desde la otra habitación. Sin poder darse el lujo de ver por más tiempo el aturdimiento en el rostro de Marcos, el jorobado observó cómo su brazo continuaba descendiendo hasta presionar el botón negro.

—Bien, muy bien, manito. ¡Así me gusta, del mismo lado de la batalla!—Exclamó Arturo alegremente, mostrando una sonrisa de oreja a oreja mientras veía cómo su mano apretaba el botón que a él le parecía una buena elección. Ciertamente, la vida del jorobado sería mucho más sencilla ahora que no debía ninguna reliquia a estos malvados conejitos.

—¿Qué diablos estás diciendo, Arturo?—Gritó Marco, confundido por el cambio drástico en el tono de su compañero, que había pasado de uno rasposo y temeroso a uno lleno de júbilo en menos de un segundo.

Ante esto, Arturo levantó la vista con aturdimiento, recordando que allí estaba su compañero de clase, con el que había crecido toda su vida y habían vivido innumerable aventuras, mirándolo sin comprender completamente lo que acababa de suceder.

—Como podrás notar, no apareció ninguna torta... —Comenzó a decir el conejo blanco con un aire de misterio, mientras miraba con una sonrisa cómplice a su compañero.

—Exacto, no hay torta, pero tampoco hay ninguna voz enérgica gritándole al muñeco... —Completó el conejito negro, replicando el tono de misterio, como si estuvieran dando alguna pista para resolver un acertijo.

Comprendiendo que estos conejos seguirían haciéndole pasar un mal rato, Arturo reunió coraje y rompió el fúnebre silencio en la sala de losas blancas con un grito que reflejaba la incomodidad que sentía en ese momento:

—¡Ten una torta!

Inmediatamente, ante la mirada aturdida de Marco, una de las losas en las paredes de la habitación comenzó a desprenderse hasta caer al piso, rompiéndose en mil pedazos. Del agujero creado por el desprendimiento de la losa, una carreta emergió lentamente, arrastrando una torta sobre su superficie. La torta estaba cubierta de una masa viscosa y pegajosa, que parecía latir como un corazón palpitante. De su superficie brotaban brazos humanos que se movían como si tuvieran vida propia, y grotescas cabezas con ojos vacíos y bocas cosidas estaban incrustadas en la masa de la torta. Cada vez que una de esas cabezas abría su boca cosida, un chillido espeluznante salía de ella, llenando la habitación con un sonido aterrador que hacía que los pelos se pusieran de punta.

La carreta avanzaba lentamente hacia Marco, y cuando se detuvo frente a él, la torta comenzó a temblar y retorcerse como si estuviera viva. Era una visión macabra y aterradora que helaba la sangre en las venas de Marco, quien observaba con horror cómo los brazos en la torta se alargaban hacia él, como si estuvieran ansiosos por atraparlo y arrastrarlo hacia su interior.

—Ahora que hay una torta, deberías dar la siguiente orden, Arturo…—Dijo el conejito negro con una mirada siniestra, clavando sus ojos en el joven en el sillón, quien luchaba por contener el vómito inútilmente mientras ensuciaba sus túnicas y el suelo a su alrededor.

—Sí, sí, sería una pena desperdiciar la torta que tus compañeros de clase pusieron tanto empeño en preparar, ¿no crees, Arturo?—Preguntó el conejito blanco alegremente, pero su sonrisa tenía un matiz incómodo y perturbador. Sin embargo, Arturo no podía procesar las palabras de los conejitos en estos momentos. Su atención estaba totalmente centrada en la torta, o más precisamente, en las cabezas que se movían dentro de ella. Esas cabezas indiscutiblemente pertenecían a varios de sus excompañeros de clase; los amigos de la infancia con los que compartió momentos hermosos y que lo apoyaron en las épocas difíciles de su vida.

Los conejitos esperaron el tiempo suficiente. Mientras tantos, Marco estaba petrificado, mirando la torta frente a él con los ojos en blanco. Pese a este desagradable ambiente, una sonrisa retorcida se formó en el rostro de Arturo, mientras se incorporaba bruscamente y decía con una alegría macabra:

—Feliz cumpleaños, Marquitos. ¡Espero que disfrutes mi torta!

Sin dar reacción alguna ante el repentino grito, Marcos se quedó en silencio mirando como la torta continuaba retorciéndose y las cabezas de sus antiguos amigos se retorcían frenéticamente, emitiendo gemidos y lamentos que llenaban la habitación con los himnos del infierno. Ante tal ambiente, el vómito de Marco finalmente encontró su camino, saliendo en un arco grotesco hacia las cabezas de sus antiguos compañeros. Tras finalmente lograr liberarse del pánico, Marcos se quedó mirando aturdido hacia donde creía que estaba el responsable de esta tragedia y preguntó con ingenuidad:

—Arturo, ¿eres tú, amigo? ¿De verdad vas oblígame a hacer esto?, no puedes hacerme esto, ¡Yo te conté el secreto de dónde podías encontrar los libros que custodiaban el conocimiento para dar los exámenes! Si no fuera por mí, tú nunca habrías aprobado el gran examen.

—Claro, por eso te doy la torta, tontito. Muchas gracias por salvarme el trasero, Marcos, pero ahora es momento de disfrutar tus cumpleaños y no preocuparse por esas tonterías. Como dijeron los conejitos, nuestros compañeros pusieron mucho esfuerzo en prepararla. Mira como grita Juan, se nota que está ansioso porque le des un bocadito…—Dijo Arturo mientras tambaleaba las piernas en el sillón y sonreía con la sonrisa más sincera que había esbozado en su vida. Parecía que finalmente se le habían roto la cabeza a nuestro protagonista.

—¡Estás demente, jorobado de mierda! ¿Cómo puedes decir semejante salvajada? ¿Qué no recuerdas cómo...?—Gritó Marcos, pero antes de que pudiera seguir hablando, uno de los brazos en la torta lo atrapó, agarrándolo del cuello y empujándolo hacia la torta. Inmediatamente, el resto de brazos lo inmovilizaron por completo mientras forzaban su boca a abrirse y procedían a arrancar gruesos trozos de carne de la torta, empujándolos con violencia en su garganta, atragantándolo sin la menor piedad.

—Ves, Arturo, ser malo es incluso más difícil que ser bueno…—Dijo el conejito blanco con confianza, como si el mensaje lo hubiera preparado de antemano, dado que Arturo se encontraba disfrutando la macabra fiesta.

—Sí, sí, pero más importante aún, ¿has notado que tu amigo está comiendo bocado tras bocado de torta? Me temo que el despistado se está olvidando de que no hay nada para beber en la habitación…—Dijo el conejito negro, mirando hacia el centro del cristal.

—Oh, vaya, ¿qué tal si le das una bebida a tu amigo, Arturo?—Preguntó el conejito blanco, proponiendo el siguiente nivel de demencia en esta macabra evaluación.

—Tengo en mente una bebida que sería perfecta para tu amigo, ¿qué tal si le damos la sangre de tus compañeros de clase? De esa forma, no arruinaríamos la temática de la torta—Dijo el conejito blanco, saltando ansiosamente como si se le hubiera ocurrido una excelente idea.

—Y ¿qué gano yo?—Preguntó Arturo, dejando de sonreír como un tarado y mirando con una seriedad macabra a los dos conejitos.

—Si lo haces, te daremos una reliquia —Dijo alegremente el conejito blanco.

La perspectiva de darle a su amigo la sangre de sus compañeros de clase hizo que el estómago de Arturo se revolviera, pero solo tenía que bajar la cabeza para caer en la realidad y recordar que su futuro prometía ser asquerosamente malo. Había sacado la nota mínima, y el jorobado sabía que no podía darse el lujo de perder una mano de forma tan idiota y esperar que esto no le trajera consecuencias horribles en el futuro. Por lo tanto, cualquier cosa que pudiera ayudarlo a mejorar su situación valía el doble, y el ofrecimiento de una reliquia lo tentaba. Era una elección macabra que lo sumergía aún más en el abismo de la locura en el que se encontraba. Por desgracia, los regordetes y peludos conejitos habían llevado su juego a un nivel aterrador, y Arturo se encontraba en el centro de esta tormenta con las manos atadas y sabiendo que sí o si debía mover bien sus fichas o saldría perdiendo horriblemente.

Tras escuchar el coste y la recompensa, Arturo notó que su mano comenzó a bajar automáticamente. Sin embargo, astutamente le formuló tonterías a los conejitos para detenerla, ganando unos minutos para meditar sobre el asunto, o más bien esperar a que llegara el momento oportuno. Comprendiendo que tarde o temprano, el juez que lo había condenado a estar en esta posición de mierda también sería el que se tiraría al infierno para rescatarlo de las llamas. Después de unos pocos minutos, lo que el jorobado esperaba que sucediera finalmente ocurrió. Arturo dejó de mirar a los conejos y, ignorando el cristal frente a él, chilló con un grito histérico:

—¡No me falles, manito, no me falles ahora!

La mano de Arturo comenzó a bajar y nuevamente presionó el botón negro, provocando que su sonrisa se volviera más sincera. Dado que este examen evaluaba el subconsciente de uno y no necesariamente las decisiones de uno, se terminaba provocando que si uno quisiera obtener un resultado en concreto, sería imposible garantizarlo. Sin embargo, gracias a la extraña habilidad de Arturo, era posible garantizar no sentir pena o remordimiento alguno tanto consciente como subconscientemente. Por lo que Arturo había descubierto un truco para lograr obtener siempre la recompensa que conscientemente buscaba, siempre y cuando los conejitos le siguieran dejando perder el tiempo con sus tonterías de forma tal que el estado consciente de Arturo se viera sobrepasado por el trauma que estaba experimentando, y de tal forma lograra activar esta extraña habilidad que le permitía sonreír en los peores momentos.

Tal y como había dicho el sacerdote, Félix no le había dado demasiado, más bien le había dado lo necesario. Y ¿qué cosa era más necesaria que ser feliz ante las adversidades que el destino plantaba?

—¡Traigan las bebidas!—Gritó Arturo histéricamente, pero nada ocurrió. Por lo que el jorobado recobrando la razón miró extrañamente a los conejitos, cuestionando la inusual falta de respuesta.

—Lo que ocurre es que de hecho nos hemos quedado sin materia prima… —Comentó el conejito blanco, mirando al conejito negro con algo de vergüenza, como si se hubiera olvidado de mencionar algo importante.

—Uh, sí, un gran inconveniente… —Asintió nerviosamente el conejito negro, moviendo su cabecita de arriba abajo.

—Pero no te preocupes, Arturo, sé de un excelente lugar donde podemos conseguir la sangre… —Dijo el conejito blanco, mientras miraba hacia el centro del cristal.

Siguiendo la mirada del conejo, Arturo observó a través del cristal cómo las losas de una de las paredes comenzaron a desprenderse, rompiéndose en pedazos contra el suelo. Revelando una habitación secreta del otro lado de la pared.

La habitación del otro lado parecía ser una especie de bodega tétrica y mal iluminada, en el medio de esta habitación se encontraban cuatro jóvenes atados a unas sillas, todas con los cuerpos maltratados y sus rostros desfigurados por el dolor. Sus túnicas negras, iguales a las de Arturo, estaban destrozadas y manchadas de sangre como si les hubieran dado latigazos recientemente.

Sin embargo, el gran protagonista de esta sala no estaba junto a los jóvenes, sino que era el techo de la habitación, el cual se encontraba lleno de largas y puntiagudas púas de metal oxidado. Lentamente el techo se encontraba bajando, pronosticando el destino fúnebre que les esperaba a estas personas.

Ante la evidente muerte que se les aproximaba, los jóvenes intentaban gritar y luchar contra sus ataduras, mientras que otros lloraban silenciosamente, resignados a su terrible destino. El sonido de sus llantos y súplicas llenaba la habitación, mezclándose con el incesante y macabro tic-tac de un reloj invisible que marcaba el tiempo que les quedaba.

Mientras esto ocurría, Arturo miró fijamente a cada uno de estos jóvenes, reconociéndolos como sus compañeros de clase, entre los cuales extrañamente se encontraba Juan, cuya cabeza también podía verse en la torta que seguía engullendo forzosamente Marco. La tortura psicológica de esta prueba era macabra y provocó que la visión de sus amigos condenados a una muerte tan espantosa quedara grabada en la mente de Arturo como una pesadilla eterna. La cual de eterna tuvo más bien poco, pues unos pocos segundos después de reconocer los rostros de sus compañeros, una sonrisa siniestra se formó en el rostro de Arturo. Despreocupadamente, el jorobado se metió su única mano entre las harapientas túnicas que portaba, sacando a su fiel mascota, Copito.

—Mira, Copito, son como los minihumanos, ellos también nos miran como si fuéramos dioses—Dijo Arturo, mientras alegremente alzaba y bajaba a su mascota.

El puffin, lógicamente sin comprender la situación, simplemente le siguió la corriente a Arturo y observó con sus ojitos curiosos cómo los jóvenes gritaban desesperadamente por ayuda.

Ninguno de los compañeros de Arturo logro reconocer la voz del desquiciado que había gritado hace no mucho como la del algo tímido y reservado jorobado que había sido su amigo prácticamente toda la vida. Por otro lado, como Marco estaba atragantándose con la torta, los jóvenes no pudieron identificar al verdadero culpable atrás de esta tragedia hasta que finalmente fue demasiado tarde.

Cuando el reloj invisible dejo de sonar, las púas finalmente alcanzaron a los indefensos jóvenes y el metal penetró sus cuerpos con un sonido grotesco. La sangre brotó en chorros, tiñendo de rojo oscuro el lugar. Y los gritos y gemidos llenaron la habitación, mezclándose con el sonido de huesos quebrándose y carne desgarrándose.

Mientras sus compañeros morían, Arturo no mostraba ningún signo de remordimiento. Al contrario, parecía disfrutar de la carnicería que había desencadenado, mientras su mascota alegremente saltaba de la alegría trasmitida por su dueño. Cuando el macabro espectáculo termino, los cuerpos destrozados de sus antiguos amigos yacían ocultos bajo el techo de la habitación. Por su parte, los grandes organizadores del examen volvieron a hablar:

—Como habrás notado, el camino del mal muchas veces termina arrastrando tus pecados hacia aquellos a quienes más amas, Arturo…—Dijo el conejito blanco con un aire de sabiduría.

—Sí, sí, es por eso que sin saberlo condenaste a tus amigos con esa decisión, Arturo. Y, por desgracia, deberás cargar ese dolor en tu corazón por toda la eternidad—Dijo el conejito negro mientras asentía exageradamente con la cabeza.

Por su parte, el gran protagonista de esta tragedia seguía jugando con su mascota, ignorando el sermón que los conejos querían impartirle. Entre tanto, de las losas del suelo de la habitación, sangre espesa y viscosa comenzó a emanar lentamente, creando un charco que poco a poco se fue extendiendo hasta alcanzar las rodillas de Marco.

El aroma metálico y nauseabundo que llenaba el aire de la habitación continua comenzó a filtrarse hacia la habitación donde el jorobado se encontraba jugando con su mascota, haciendo que el estómago de Arturo se revolviera y le permitiera volver al mundo de los cuerdos. Sin poder apartar la mirada, Arturo observó con los ojos desorbitados cómo la sangre continuó fluyendo, inundando la habitación.

—Y me temo que tus acciones aún tienen consecuencias más severas, puesto que el cumpleañero aún no ha disfrutado la bebida que con tantas lágrimas y sufrimiento obtuviste, Arturo…—Dijo el conejito blanco, poniendo los pelos de punta del jorobado.

—¡Tienes que dar la orden!—Exigió el conejito negro, mirando comprometidamente al joven en el sillón, como indicándole que debía hacerse cargo de los problemas que su egoísmo había provocado.

Arturo miró la horripilante escena que ocurría tras el cristal, mientras se forzaba a recordarse a sí mismo que dentro de unos segundos su habilidad mágica se activaría y todo volvería a ser un mundo de color de rosa. Sin embargo, el tiempo pasó y la habilidad no se activaba, llevando al jorobado a tartamudear con temor:

—To-tómate la san-sangre…, Ma-Marco.

De repente, como si emergieran de las profundidades del inframundo en busca de venganza, una serie de brazos pálidos y retorcidos comenzaron a surgir de la marea de sangre. Los dedos huesudos se agarraron alrededor de las piernas de Marco, que luchaba desesperadamente por liberarse del macabro agarre que amenazaba con arrastrarlo hacia las profundidades de este océano de sangre. Finalmente, los brazos lograron superar la resistencia del joven y comenzaron a ahogarlo en el mar de sangre.

—Bueno, muy bien, Arturo. Cada vez estás más cerca de terminar este examen, pero aún queda un poquito más. Tenemos que verificar algunas cosas…—Dijo el conejito blanco mientras saltaba con alegría.

—Sí, sí, la fiesta debe continuar sin que nos molesten, ya tenemos torta y bebidas, entonces, ¿Qué es lo que seguía, Arturo? —Preguntó el conejito negro, mirando cómo Arturo no podía apartar la vista de lo que estaba ocurriendo en la otra habitación.

—Las decoraciones… —Susurró Arturo de forma casi inaudible.

—Desde mi perspectiva, la sangre de tus compañeros ya decora bastante bien la habitación, así que por mi parte eso ya se cumplió… —Respondió el conejito negro mientras miraba al blanco como buscando su confirmación.

—Y por mi parte, los gritos de Marcos y las cabezas de la torta son una hermosa música, ¿no crees?… —Dijo el conejito blanco, como buscando confirmar algo con su compañero.

—Mmmm… No sé, no me parece bien que nos saltemos tantas partes del examen: una está bien, pero dos es mucho… —Dijo el conejito negro con dudas.

—¿Y si le preguntamos al chico?, si él está dispuesto a condenar el alma de su amigo por más tiempo, entonces podríamos evitarnos esos dos pasos… —Dijo el conejito blanco mirando a su compañero inquisitivamente; parecía estar buscando adelantar un poco el final de este examen.

—¡Estoy dispuesto!, siempre y cuando obtenga todas las recompensas de los anteriores dos pasos—Interrumpió Arturo entrometiéndose en la charla de los conejitos con un grito nervioso, comprendiendo que cuanto menos durará esto mejor.

—Eso es lo que dices, la pregunta es si también es lo que piensas… —Dijo el conejito negro con dudas, sabiendo que si Arturo no tocaba el botón negro entonces estarían afectando el resultado del examen, porque era posible que Arturo aceptara un grado más de malicia, pero no el máximo.

—Según mis otras experiencias, faltan tres pasos para finalizar este examen. Dime lo que gano y lo que pago en cada paso, y tocaré el botón tres veces para hacerlo más rápido… —Dijo Arturo astutamente.

—¡No, de hacer eso sufrirías menos tú! El tiempo que tardamos está cuidadosamente pensado para que recuerdes toda la vida el daño que causaste a tus compañeros —Respondió nuevamente el conejito negro con una voz exageradamente dominante.

—Recuerda que el inspector nos está apurando: esto se está demorando mucho… —Dijo con mucha calma el conejito blanco.

—¡No me importa un carajo lo que diga ese novato inútil! Las reglas son absolutas, nosotros somos los que mandamos en el examen de conejitos especiales… — Dijo el conejo negro, demostrando que tenía un cierto grado de autoridad.

—Mmmm, ese es el problema… El formulario de Arturo no indica que sea un conejito especial. El novato no sabía las implicaciones de este examen y por querer sacarse el problema de encima le trajo muchas consecuencias… —Dijo el conejito blanco con pena.

—El inspector sabía qué pasaría y pensó que era una buena manera de cargarle la vida a este chico. Lo quería hacer pasar por un conejito especial frente a los de su especie— Completó el conejito negro aparentemente impactado por lo que escuchaba, mientras apuntaba con su patita a Arturo.

—Entonces, ¿no deberíamos ayudarlo un poco? ¿Por qué quieres hacerle pasar los tres pasos si el chico cayó en una trampa dada por la mala voluntad de ese inspector poco justo? —Defendió su postura el conejito blanco, mientras Arturo, impactado por lo que estaba escuchando, miraba a los dos conejos hablar, sintiendo que le faltaba información para comprender del todo las palabras de estas criaturas peludas.

—Haz lo que quieras, si no es un conejo especial, no me interesa… —Dijo el conejo negro haciendo un berrinche, mientras saltaba y escapaba de la pantalla, desapareciendo del cristal.

—Mmmm… hace mucho que no ocurre esto, y nunca tuvimos un examen tan largo donde un inspector haya «confundido» el estado de conejito especial, pero bueno, lamentablemente parece que no eres una persona muy afortunada, Arturo… —Dijo el conejito blanco compasivamente.

Arturo asintió bobamente, algo preocupado por la desaparición del otro conejito y el hecho de que el inspector se había enojado seriamente con él al punto de darle un examen que le traería problemas.

—De todas formas, no todo está perdido; aún tienes un poco de suerte, la necesaria para que te ayude a terminar el examen rápidamente. Será un poco más rápido y sencillo, pero tendrás que aceptar los costes y favores, como indica la tradición. —Respondió el conejito blanco con una sonrisa.

—¡Me parece bien!—Arturo respondió rápidamente, temiendo que el único conejo restante desapareciera.

Inmediatamente, el cristal se tornó nuevamente negro, y Arturo dejó de ver cómo sufría Marcos. El conejito blanco se paró en el medio del cristal negro y explicó:

—El orden es el siguiente: el primer coste será torturar hasta la muerte a Marcos y a tus 4 amigos nuevamente. A cambio, se te concederá una buena posición de puesto. El segundo coste es que le quitemos a Marcos su único ojo sano para toda la eternidad, sumiéndolo en la oscuridad perpetua. A cambio, se te dará una mascota que te seguirá hasta la eternidad. El último coste es que dupliques la condena de Marcos. A cambio, se te devolverá el brazo que perdiste.

—No entiendo, si vas a matar a Marcos con el primer coste de estas tres últimas pruebas, ¿qué sentido tiene los últimos dos costos? —Preguntó Arturo, tratando de comprender la lógica detrás de las ofertas.

—Eh... sinceramente como tu evaluador debería responder a esa pregunta, pero ¿estás seguro de que quieres saberla? No sé si notaste que estoy tratando de que recuperes tu brazo, Arturo…—Dijo el conejito blanco, mirando a Arturo con seriedad, comprometido con su misión de ayudarlo.

—Si realmente quieres ayudarme, entonces necesito ser consciente de cuán malos son esos últimos costes... —Respondió Arturo, consciente de que esa información era crucial para volver a activar su habilidad.

—No mueren... —Contestó bruscamente el conejito blanco, pareciendo un poco incómodo con la insistencia de Arturo.

—¿A qué te refieres? —Continuó Arturo, manteniendo la fachada de curiosidad mientras trataba de recordar todo lo que había ocurrido en esa habitación. Realmente lo que ocurría en estos momentos, era que jorobado estaba ganando tiempo para poder tocar los tres botones nuevamente. Lógicamente, la recuperación de su brazo era una necesidad urgente y Arturo estaba más que dispuesto a condenar a su amigo por ello, pero hasta que no volviera a activar su habilidad, no había certeza de que eso ocurriera.

—Tu amigo Marcos no puede morir…—El conejito blanco afirmó con firmeza.

—¿Desaprobar te hace inmortal? Entonces, ¿por qué todos buscan aprobar el gran examen? —Arturo se hizo el ignorante, aunque conocía la respuesta.

—Porque poder morir verdaderamente es un lujo para los desaprobados. Sus almas son condenadas a vivir 50 años de miserias hasta finalmente lograr morir en paz…—El conejito blanco explicó, revelando un oscuro aspecto de las consecuencias de fallar el examen.

—Entonces, si acepto este trato, ¿Marco tendrá que vivir 100 años hasta finalmente ser libre? —Preguntó Arturo con lentitud, tratando de ganar el tiempo necesario.

—Me temo que ese es el costo que debes pagar si quieres recuperar tu brazo. ¿Qué decisión tomas, Arturo? —Dijo el conejo blanco con pena.

Arturo, con preocupación, vio cómo su brazo volvía a levantarse por su cuenta, por lo que desesperadamente preguntó:

—Y los ojos, ¿por qué es un costo sacarle los ojos, si él es inmortal?

No obstante, el conejo esta vez no contestó, lo que provocó que el pánico en Arturo llenara su corazón: ¡Su habilidad no se había activado aún! El brazo del joven bajó con rapidez, y antes de que Arturo volviera a preguntar, su mano posó sobre el botón negro.

—Bueno, tu primera decisión fue tomada, ahora tienes que ir por la siguiente. Como notarás, no te mostraré todo el proceso, así hacemos las cosas más rápidas y más «fáciles»... —Dijo el conejito blanco, mirando cómo Arturo miraba con ojos en blanco su brazo, aparentemente perdido en su propio mundo.

—Pero, ¿por qué tomé esta decisión?… —Murmuró Arturo con consternación, comprendiendo que había condenado a su amigo a un sufrimiento inimaginable, y en este caso, había sido un deseo que provenía de su subconsciente hacerlo.

Un silencio opresivo llenó la habitación por unos momentos mientras Arturo luchaba con la realidad de su elección. Mientras el conejo blanco observaba con compasión. Finalmente, el jorobado se recompuso lo suficiente para hacer una pregunta desgarradora:

—¿Y si cambio mi decisión? ¿Si no quiero seguir adelante con esto?

El conejo blanco suspiró y explicó con suavidad pero firmeza:

—Lamentablemente, una vez que se toma una decisión en este juego, no se puede dar marcha atrás. Los tratos con nosotros son inquebrantables. Has aceptado los costos y favores, y ahora debes cumplirlos.

—¿Cómo puedo vivir con esto? —Murmuró Arturo, con lágrimas en los ojos, mientras sentía un nudo en la garganta acompañado de una sensación de desesperación abrumadora.

—Eres un conejito que recién sale de la madriguera, es normal que no te entiendas del todo. Este examen te ayudará con eso. Y al parecer, tu destino está en caminar por donde el camino te lleve y no preguntarte a dónde llega ese camino, Arturo… —Dijo el conejito blanco con sabiduría.

Sin siquiera hacer más preguntas, la mano de Arturo volvió a levantarse y, ante los nervios del joven, volvió a presionar el botón negro, dejando al jorobado aún más perdido.

—Solo queda una decisión más. Tras terminarla, serás libre de irte, Arturo… —Dijo el conejito blanco sin ocultar sus nervios, al parecer tenía muchas ganas de ver qué ocurriría al final.

Arturo permanecía en el sofá, abatido y desilusionado consigo mismo. Sus pensamientos eran un torbellino de confusión mientras intentaba comprender cómo había tomado las decisiones que lo habían llevado hasta aquí. El peso de sus elecciones erráticas lo consumía por dentro, y sentía como si estuviera en un abismo sin fin, sin terminar de comprender por qué había decidido de esa manera.

—Solo queda tomar una última decisión, Arturo—Dijo el conejito blanco con pena.

Respondiendo a las palabras del conejo, la única mano de Arturo se elevó con rapidez, y con determinación que su dueño carecía, presionó por última vez el botón que decidiría el destino de ambos, el de Arturo y el de Marcos.

Incapaz de reaccionar durante toda la decisión, el jorobado se encontraba perdido en la falta de comprensión de las decisiones que había tomado, o más bien, estaba desilusionado al comprender que nunca había necesitado una habilidad que funcionara como una máscara para ser una persona horripilante. Finalmente, la prueba llegó a su fin, y el brazo de Arturo volvió a posarse sobre el botón negro, siendo esto la gota que colmó el vaso. El jorobado se sumió en un llanto violento, pero no hubo consuelo alguno, excepto por su fiel mascota, Copito, quien saltaba alegremente tratando de ayudar a Arturo.

Mientras luchaba contra sus emociones abrumadoras, Arturo se dio cuenta de que ya no se encontraba en la sala donde se había realizado la prueba, sino que había regresado a su dormitorio.