Los días transcurrieron y poco a poco la fecha límite del periodo de reflexión se acercaba. Durante estos días Arturo se sumergió en diversas actividades para entretenerse y enfrentar los desafíos que tenía por delante. Su primera prioridad fue buscar información sobre cómo obtener comida. El libro de rumores en el santuario se convirtió en su principal fuente de pistas, y Arturo pasaba horas explorando sus páginas en busca de indicios sobre mercaderes que pudieran vender alimentos o posibles métodos para obtener comida fuera del comedor. Además, aprovechó la oportunidad de estar en el santuario para eventualmente intercambiar rumores con los estudiantes que visitaban el lugar en busca de conocimiento. Sin embargo, el jorobado se dio cuenta de que la mayoría de los estudiantes no compartían su problema, ya que podían acceder al comedor sin restricciones. Como resultado, los rumores sobre cómo obtener comida sin recurrir al comedor eran escasos y, en su mayoría, no resultaban útiles. Provocando que la búsqueda se volviera cada vez más desafiante.
Como segunda tarea, Arturo se esforzó por advertir a los estudiantes mayores sobre la importancia de estar preparados para lo que vendría. Sin embargo, su tarea resultó ser un desafío imposible de completar. Muchos estudiantes lo veían como un demente que solo hablaba tonteras acerca del famoso día del “gran sacrificio” que nunca llegaba. A pesar de sus esfuerzos, sus advertencias se encontraban con escepticismo y burlas. Incluso el dado de Momo que había conseguido como prueba no era suficiente, ya que aún se podía obtener apostando otras cosas como reto. Con el paso de los días, Arturo se convirtió en una especie de “heraldo”, cuyas advertencias parecían infundadas y motivo de broma para la mayoría de los estudiantes. Sin embargo, él se negó a rendirse y continuó tratando de advertir a quien quisiera escuchar, con la esperanza de que al menos algunos se tomaran en serio su consejo y buscaran formas de prepararse para el gran sacrificio que ocurriría dentro de poco.
La tercera tarea de Arturo consistía en buscar misiones con recompensas jugosas. Dado que había pocos fieles en el santuario, el jorobado asumió que habría una abundancia de misiones disponibles. Sin embargo, sus encuentros con el sacerdote no resultó tan fructífero como esperaba. El sacerdote no parecía dispuesto a compartir las misiones con facilidad, o tal vez Arturo no cumplía con ciertos requisitos para acceder a ellas. La frustración comenzó a cernirse sobre él, ya que sus esfuerzos por obtener misiones que pudieran ayudarlo a mejorar su calidad de vida en este mundo parecían chocar contra un muro de indiferencia.
Arturo se enfrentaba a un desafío cada vez mayor en su búsqueda de conocimiento, comida y oportunidades para prepararse para lo que pudiera venir. No obstante, el tiempo invertido y el trabajo duro recompensó a Arturo y le dio la información que necesitaba para encarar la gran mayoría de problemas con buen pie.
Volviendo al día de hoy, Arturo se encontraba mirando el cronómetro en el espejo con impaciencia, listo para ir al mercado nomas el cronómetro marcará que el periodo de reflexión había terminado.
Resultado 6:00 minutos
—Seis minutos de espera parecen una eternidad…—Se quejó Arturo mientras miraba a sus mascotas jugando por la habitación.
Copito se encontraba inmerso en su juego con los minihumanos, disfrutando de la diversión y el alboroto que esto conllevaba. Sus saltos y travesuras llenaban la habitación mientras perseguía a los diminutos seres, quienes corrían alegremente a su alrededor.
Por otro lado, Anteojitos tenía un “juego” diferente: observar el cronómetro. Aunque en realidad, esta acción no parecía un juego en absoluto. El ojo flotante estaba visiblemente impaciente, y sus movimientos inquietos reflejaban su agitación.
—Falta poco, mira, ya solo faltan cuatro minutos, aunque es posible que tengamos que esperar a que los mercaderes lleguen al mercado, dado que los otros estudiantes deberían estar recibiendo sus reliquias y sus notas…—Dijo Arturo acariciando la bolsa negra que siempre guardaba con cariño en el interior de su túnica.
A pesar de las palabras de Arturo, Anteojitos hizo caso omiso y continuó observando con atención cómo el cronómetro marcaba un regordete número 3.
—Tenemos que mentalizarnos para lo peor. Si los rumores que descubrimos son falsos y no encontramos nada en el mercado, no nos quedará otra opción que recurrir a las alcantarillas. Pero si encontramos algo, de todas formas deberemos dirigirnos hacia las alcantarillas para obtener más, siempre es bueno tener más fuentes de comida... —Murmuró Arturo, mientras sus ojos seguían el implacable descenso del cronómetro, el cual ya marcaba un serpenteante número 2.
Por su parte, Anteojitos, ajeno a las palabras de Arturo, siguió observando el cronómetro con una expresión que rayaba en la satisfacción. Parecía estar disfrutando de la cuenta regresiva, como si el mero acto de ver los números disminuir le brindara un sentido de logro.
Fue en ese momento que el gran número 1 apareció en el cronómetro, señalando el inicio de la carrera por la compra de los bienes en el mercado. Arturo se mentalizó para la tarea que tenía por delante y observó con atención cómo los segundos iban disminuyendo rápidamente. Sabía que el último número que vería sería el tan esperado cero, marcando el final del periodo de reflexión y el inicio de su incursión en el mercado.
Sin embargo, justo cuando Anteojitos esperaba ver el último número aparecer en la pantalla del cronómetro, este cambió de manera inesperada. En lugar del 0 que los inexpertos podrían aguardar, el cronómetro mostró unas palabras que Arturo ya conocía demasiado bien, palabras que habían marcado su experiencia previa con este cronómetro:
Resultado Disponible
—¡Conquistemos el mundo, chicos! —Exclamó Arturo con entusiasmo, animando a Copito y Anteojitos mientras se preparaba para pronunciar las palabras mágicas que los llevarían al mercado. Sin embargo, antes de que pudiera abrir la boca para decirlas, un extraño giro de los acontecimientos sorprendió a todos.
En un parpadeo, Arturo, Copito y Anteojitos desaparecieron en el aire, como si hubieran sido arrastrados por una fuerza invisible hacia un destino desconocido, y el mundo que habían conocido hasta ese momento se desvaneció ante sus ojos.
Cuando Arturo volvió a abrir los ojos, se encontraba en una habitación desconocida, con un desconocido que lo miraba con confusión. La transición había sido abrupta y desconcertante, dejando a Arturo preguntándose dónde se encontraba y cómo había llegado allí.
Todo parecía indicar que el lugar donde había sido teletransportado Arturo era un aula, aunque la misma le era desconocida al jorobado.
El suelo de la habitación estaba revestido con robustas tablas de madera gastadas por el tiempo y el uso. Mientras que las paredes estaban construidas con gruesas piedras de aspecto antiguo, algunas de las cuales mostraban señales de desgaste y erosión, como si hubieran estado allí durante siglos. No había entradas ni salidas como en prácticamente todas las habitaciones de este mundo, siendo la única conexión con el “exterior” una única ventana grande, ubicada en una de las paredes de piedra. A través de esta ventana, Arturo podía ver el cielo nocturno iluminado por la gran luna de sangre.
La iluminación en el aula provenía de una serie de lámparas de aceite suspendidas del techo con cadenas oxidadas. Las llamas titilaban y lanzaban sombras danzantes por toda la habitación. Lo más llamativo del cuarto estaba en el centro de la habitación, donde había un maniquí muy especial y desconcertante. Este maniquí tenía una apariencia humana cuasi realista, con características faciales y una postura erguida. Estaba vestido con una túnica violeta muy llamativa y por el momento parecía que no tenía intenciones de ponerse a hablar.
Actualmente, Arturo se encontraba en uno de los pupitres en este salón, los cuales, en lugar de estar dispuestos en filas ordenadas, estaban distribuidos en un círculo alrededor del maniquí en el centro del aula. Eran antiguos y desgastados, hechos de madera oscura y con superficies de escritura gastadas por el tiempo y el uso. Algunos de los pupitres tenían tinteros secos y plumas rotas, lo que sugería que habían sido utilizados para aprender a escribir y leer, entre otras cosas.
Arturo también notó que había una pizarra antigua en una de las paredes de piedra. La pizarra estaba cubierta de polvo y apenas se podían distinguir los restos de antiguas notas y diagramas que habían sido escritos y borrados innumerables veces a lo largo del tiempo. Las tizas rotas yacían en el estante del borde de la pizarra, indicando que en algún momento esta habitación había sido un lugar de aprendizaje y enseñanza.
—¿Sabes en qué aula estamos? ¿Tienes idea del número y la clase a la que pertenece?—Preguntó Arturo con una voz cargada de curiosidad y un atisbo de preocupación. Mientras formulaba la pregunta, su mente aún luchaba por comprender la extraña realidad que lo rodeaba. Tenía una sospecha vaga de lo que podría estar sucediendo, pero hasta en este momento, no había pistas claras que confirmaran si estaba viviendo una alucinación o si esta situación era real.
El estudiante que se encontraba frente a Arturo era un joven de aspecto pálido y frágil. Su rostro estaba marcado por una expresión de desconcierto, como si hubiera sido arrojado inesperadamente a esta extraña situación. Tenía cabello oscuro y desordenado que caía sobre su frente, y sus ojos estaban detrás de unas gafas que le daban un aire intelectual. Su postura era encorvada, como si llevara consigo el peso de un conocimiento que lo superaba, y su mirada estaba fija en Arturo, como si esperara ansiosamente respuestas a las mismas preguntas que rondaban en la mente de Arturo.
El joven se presentó con calma y lentitud, rompiendo el silencio que había reinado en el aula:
—Mucho gusto, me llamo Lucas. No tengo una razón concreta para estar aquí, solo sé que Lysor lo quiso así, y al igual que tú, tampoco pertenezco a esta clase. Es probable que nuestro destino haya encontrado una forma extraña de entrelazarse …
—Soy Arturo, el restaurador de estatuas. Si me cuentas cómo conseguiste esas gafas, te diré por qué viniste a esta aula... —Comentó Arturo, tratando de obtener información a cambio de lo que él sabía.
Lucas compartió su experiencia:
—Las encontré tiradas en el suelo después de limpiar la estatua del dios, que me aprobó: Lysor.
Arturo se sentía bastante aturdido, realmente era algo extraño ver a un estudiante con tanta confianza en un solo dios; en definitiva era evidente que este chico con gafas no conocía sus notas, y pese a ello su voz no mostró duda alguna al afirmar que Lysor lo había hecho.
—Al menos lo intenté, dudo que Lysor me regale algo a mí, pero como mencioné, te diré lo que quizás te interesa saber: ¿Conoces los rumores sobre la camada milenaria? —Preguntó Arturo, enfatizando el misterio de la situación y distorsionando un poco su historia para ser más digerible.
Lucas reflexionó por un momento y luego respondió con un tono sincero:
—Sí, parece que crees que estamos relacionados con esa camada. Puede que te parezca que estás loco, pero, créeme, yo también lo estoy. No es por nada que no me uní al séquito del Rey Negro...
—Me alegro de que seas desconfiado, busca una forma de salvarte, 7 días es más que suficiente—Contesto Arturo con alegría, sintiendo que un alma menos pesaba sobre sus hombros.
Ante lo cual, Lucas planteó una pregunta perspicaz:
—Supongo que habrás tomado las medidas necesarias para salvarte, ¿verdad?
Arturo respondió con confianza, sacando de entre sus túnicas el dado de Momo. Lucas, al ver el objeto, mostró escepticismo.
—¿Un dado? ¿Con eso pretendes escapar? —Preguntó Lucas con un dejo de incredulidad en su voz.
El dado de madera en la mano de Arturo era una creación rústica y sencilla, claramente tallado con cuidado pero con un toque de ingenuidad. Sus lados, desiguales en tamaño, mostraban signos de que había sido esculpido a mano con amor y entusiasmo, y no por la mano de un artesano experimentado. Las esquinas no eran perfectamente rectas, y las caras estaban decoradas con números garabateados irregularmente.
Arturo, con un brillo de emoción en los ojos, respondió: —No es un dado común. ¿Has oído hablar de la leyenda del dado de Momo?
Lucas frunció el ceño y admitió con curiosidad: —No, pero si tiene algo que ver con Momo, debe ser una historia más que interesante.
Arturo se acomodó en su pupitre y comenzó a narrar la leyenda del dado de Momo:
—La historia trata sobre una estudiante sin nombre que fue una verdadera leyenda en sí misma. Ni los dioses del juego ni el mismísimo diablo podían igualarla cuando se trataba de apuestas y juegos de azar. A pesar de ser solo una estudiante, tenía a toda la academia corriendo detrás de ella, buscando el secreto de sus éxitos. Pero esta chica no tenía ningún secreto. Su habilidad era pura intuición y astucia. Ella decía que no necesitaba cartas marcadas ni dados trucados para ganar. Pero siempre sostenía en su mano un dado de madera, un dado que había tallado ella misma. Nadie sabía cómo lo hacía, pero cada vez que arrojaba ese dado, las probabilidades estaban de su lado. La leyenda del dado de Momo se fue propagando por toda la academia como un incendio incontrolable. La gente decía que aquel que poseyera ese dado podía controlar el destino. Por supuesto, todos querían poner sus manos en él, pero la chica nunca lo soltaba. Era su tesoro más preciado. Un día, la avaricia de la academia llegó a su punto máximo. Un grupo de estudiantes conspiró para robar el dado de Momo mientras ella dormía. Pero la chica era más astuta de lo que nadie podía imaginar. Cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde. Habían sido víctimas de su propia codicia. El dado de Momo desapareció de la academia esa noche. Algunos decían que la chica lo había escondido en algún lugar secreto, mientras que otros creían que había decidido llevarse su valioso tesoro a la tumba. Pero nadie volvió a verlo. Desde entonces, se dice que el dado de Momo, otorga a su poseedor la habilidad de controlar el destino, pero solo si eres lo suficientemente astuto para desafiar las probabilidades.
Arturo concluyó su relato con un gesto de misterio y satisfacción, dejando que la leyenda del dado de Momo flotara en el aire, como un secreto esperando ser descubierto.
Tras escuchar la historia, Lucas preguntó con cautela, buscando comprender mejor el funcionamiento del dado de Momo:
—Entonces, con el dado cambiarás tu destino y evitarás ser condenado, ¿es así?
Arturo asintió con serenidad mientras sostenía el dado en su mano:
—Esa es la idea. Cuando mi destino sea la muerte, arrojaré el dado y podré escapar de la gran plaza
Lucas parecía aún escéptico y cuestionó:
—¿Y cómo es que ese dado sabe que debes escapar? Cambiar tu destino no necesariamente significa huir de la gran plaza, ¿verdad?
Arturo reflexionó durante un momento y luego respondió con una mezcla de duda y curiosidad:
—Me parece que el dado en sí es simplemente un dado de madera. Lo que realmente importa es la palabra de la criatura que me lo dio. Ese debe ser el verdadero truco. Aún no sé cómo funciona exactamente, pero hice un trato para obtener mi salvación, y estoy seguro de que la criatura cumplirá su parte. ¿Tú qué método elegirías , Lucas?
Ante lo cual el joven compartió su propia estrategia, con algo de duda en la voz:
—Por ahora, optaré por lo más caro: gastaré mis cinco reliquias en comprar los regalos necesarios para que el sirviente me ayude a evitar la condena en la gran plaza. De todos modos, tengo siete días para considerar una opción más arriesgada y menos costosa.
Arturo reflexionó sobre las palabras de Lucas y murmuró con interés:
—De todas formas, puedes negociar tu posición en el examen y obtener un poco más de reliquias, así que no es un mal método, ¿verdad?
Lucas hizo un gesto de más o menos, y con algo de dudas afirmó:
—Los rumores sugieren que es relativamente fácil obtener una reliquia en el examen de moralidad y luego puedes buscar el regalo de despedida de la niñera. Con eso, ya tendría al menos dos reliquias para gastar en el mercado. Así que gastar las 5 reliquias que nos regalan los profesores no me parece tan mala opción, pero siguen siendo 5 reliquias, es mucho…
El rostro de Arturo se iluminó al escuchar la mención del regalo de despedida de la niñera; una pieza importante de información que aparentemente se le había pasado por alto.
—¿La niñera da un regalo? ¿Una reliquia de regalo?—Preguntó Arturo, mostrando un dejo de impaciencia. Era evidente que este rumor había escapado a su conocimiento hasta ese momento.
Lucas asintió con alegría y compartió la información:
—Sí, solo tienes que visitarla y te dará la opción de elegir entre una torta o un regalo de despedida. El regalo se puede vender a un comerciante en el mercado por una reliquia, o puedes abrirlo, según lo que prefieras.
Arturo consideró la nueva información y luego planteó una pregunta importante:
—Pero no es mala idea tomar la torta. ¿Tienes idea de cómo lidiar con el problema de la comida, o planeas optar por la opción de cazar niños?
Lucas respondió con tranquilidad, revelando su solución para el problema de la comida:
—No, la comida no es un problema. Puedo completar la misión en el almacén y eso lo soluciona. Aunque, dado que tienes dos mascotas, sospecho que podrías necesitar completarla varias veces en un día.
Arturo expresó su molestia al no estar al tanto de un rumor tan crucial después de haber investigado tanto. La sensación de estar un paso atrás le incomodaba, pero estaba dispuesto a escuchar a Lucas.
Lucas notó que aparentemente Arturo no comprendía sus palabras por lo que terminó explicando: —Algunos conocen el almacén como la tienda de dulces, ¿te suena ese nombre?
Arturo asintió con reconocimiento, mientras una mueca incómoda se forma en su rostro:
—Sí, sé a lo que te refieres. Pero no puedo realizar esa misión debido a mi joroba. Nunca he logrado conseguir dulces en ese almacén. Es una lástima; tenía la esperanza de encontrar un método que no me hiciera gastar mis reliquias.
Aunque el jorobado expresó su incomodidad, luego recordó que si los eventos se desarrollaban como esperaba, los profesores podrían regalarle cinco reliquias nuevas que le estaban cayendo prácticamente del cielo, por lo que la vida parecía sonreírle en medio de la desgracia.
—Ah, eso es un gran problema. Supongo que ya sabes que los chefs intentarán cocinarte si vas al comedor después de realizar el examen—Comentó Lucas tratando de advertir sobre el gran problema.
Arturo estaba a punto de responder cuando su boca se quedó entreabierta, sin poder emitir palabra. Un nuevo estudiante había aparecido de repente en uno de los pupitres, interrumpiendo la conversación.
El nuevo estudiante que apareció en uno de los pupitres tenía una apariencia notablemente peculiar. Su rostro mostraba una expresión perpetuamente aturdida, y su cabeza parecía hundida hacia un lado, dando la impresión de que la mitad de su cabeza estaba notoriamente más baja que la otra. Sus ojos eran grandes y desiguales, uno de ellos miraba hacia adelante mientras que el otro parecía divagar en una dirección diferente. Su pelo desordenado, de un tono castaño oscuro, enmarcaba su rostro en una aparente melena descuidada. En general, su aspecto físico y su expresión facial revelaban la presencia de algún tipo de retraso mental que afectaba su desarrollo y apariencia.
Lucas, con su característica franqueza, preguntó con curiosidad:
—Supongo que eres un incapaz, ¿me equivoco?
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El nuevo estudiante, con su peculiar apariencia, miró a Lucas con una expresión perdida en su rostro. Sus ojos desiguales se movían sin rumbo fijo, lo que aumentaba la impresión de que tenía dificultades cognitivas.
Arturo, quien ya había pasado por una situación similar con Lucas, se dio cuenta de la necesidad de advertir al nuevo estudiante sobre los peligros que acechaban en este mundo. Se aclaró la garganta y se dirigió al recién llegado con un tono amable:
—Hola, soy Arturo. Te advierto, todos seremos sacrificados en siete días. Es importante que tengas cuidado y busques alternativas para mantenerte a salvo—Su voz reflejaba una preocupación genuina por el bienestar de este estudiante desconocido.
—Gracias. Entiendo... ten cuidado, sí, sí…¿Qué... qué hacemos aquí? ¿Maniquí, profesor? —Preguntó el estudiante con un tono de confusión mientras señalaba al maniquí que parecía ser el profesor de la clase.
Como si fuera una señal, las palabras del estudiante parecieron activar al maniquí, que comenzó a moverse lentamente, llenando la habitación con el sonido metálico de sus articulaciones en movimiento. Finalmente, el maniquí alzó la cabeza y dirigió su mirada hacia Timoteo, el estudiante con retraso mental. Sin embargo, su tono sonaba algo frío cuando comentó:
—Veamos, 1 de 60, nada mal, lo has hecho bien, Timoteo...
Timoteo miró al maniquí con dudas y preguntó: —¿Qué... qué estamos haciendo aquí?
Lucas intervino con una observación provocadora: —Perdiendo el tiempo, esperando a que el profesor se canse y nos dé la torta y los regalos.
El maniquí giró bruscamente hacia Lucas, aparentemente sorprendido, y preguntó con una voz igualmente fría: —¿Acaso tú eras uno de mis alumnos?
Arturo, sin inmutarse por la extraña situación, respondió con descaro mientras acariciaba a Copito:
—Sí, por supuesto, no recuerda a Lucas. Si no fuera su estudiante, ¿por qué estaría aquí? —Luego, con un tono burlón, agregó—Parece que no prestaba mucha atención a sus 60 estudiantes, profesor...
El maniquí acarició su barbilla de madera con una expresión de sospecha y preguntó:
—¿Teníamos un jorobado con un ojo volador y un puffin como mascota?
Arturo, replicando el gesto del profesor con una sonrisa, respondió con un toque de burla en su tono:
—¿Teníamos un profesor que hacía tantas preguntas, Timoteo?
Timoteo, con evidente alegría por ser incluido en la conversación, asintió y respondió:
—Sí, sí, muchas pre-preguntas.
El maniquí, con una sonrisa en su rostro inmutable, comentó:
—Qué alegría, así que entonces fueron 3 de 60. Parece que finalmente ser tan buen profesor rinde sus frutos... Déjenme felicitarlos, chicos. Aprobar el gran examen es un gran logro, y estoy seguro de que su futuro será prometedor.
El maniquí, que ahora parecía asumir su papel de profesor, se acomodó en su escritorio de madera y cruzó sus brazos de madera sobre el pecho. Observó a los tres estudiantes con su mirada inmutable antes de continuar la conversación:
—Habiéndolos felicitado, me retiro, espero que disfruten la fiesta que están por armarles.
—Encantado, nunca lo olvidaremos, profesor. ¡Fue el mejor que tuvimos!—Respondió Arturo descaradamente mientras Copito saltaba alegremente y Anteojitos miraba al maniquí con sospecha.
—No hay de que, siempre supe que lo lograrías aprobar el examen, eras mi mejor estudiante…—Contestó el maniquí con una sonrisa muy alegre, mientras procedía a bajar los brazos de forma brusca indicando que el cambio de turno había ocurrido.
—Qué descarado… uno menos, quedan tres…—Murmuró Arturo con aburrimiento mientras jugaba con sus mascotas.
—¡No puedo creer que de verdad nos haya confundido con uno de sus estudiantes!—Exclamó Lucas, con una mezcla de incredulidad y emoción—Pensaba que nos iban a enviar de vuelta a nuestras verdaderas aulas.
Arturo asintió con comprensión mientras observaba al maniquí:
—Supongo que se dio cuenta del error, pero le dio pereza tener que lidiar con sus superiores debido al evidente problema que ocurrió. Por lo que optó por hacerse el idiota y dejarnos aquí.
Timoteo, que había estado observando en silencio, asintió con una expresión de asombro en su rostro.
*Cruiik*... Con el crujido de los mecanismos, la llegada del siguiente profesor quedó anunciada. El maniquí alzó la cabeza y con una pizca de ironía en su voz, les dio la bienvenida:
—Hola, mi querido Timoteo… y hola queridos fantasmas de estudiantes pasados...
—Hola, profesor. Hace mucho que no lo vemos, ¿lo festejamos con torta y regalos?—Preguntó Arturo con impaciencia.
El maniquí, en su papel de profesor, respondió con solemnidad:
—¡Como dicta la tradición, tendrán sus tortas y regalos! Pero, ¿cómo llegaron a esta aula, queridos fantasmas?
Lucas se apresuró a explicar:
—Nos cruzamos con un mono que habla en el santuario de estudiantes, y nos trajo aquí. Aparentemente, estaba preocupado de que perdiéramos nuestras tortas y regalos...
El maniquí, aceptando la explicación, asintió con comprensión:
—Veo… Así que un mono que habla, parece lógico. Bueno, no tengo intenciones de hacerles las cosas más complicadas. Disfruten de la celebración.
Tras expresar su voluntad, el maniquí comenzó a aplaudir alegremente, y la atmósfera en la habitación se volvió un poco más relajada. Con cada aplauso del maniquí, el ambiente en el aula de repente cambió de ser aburrido y monótono a una auténtica atmósfera de celebración.
El primer aplauso resonó en la habitación, y de inmediato, las paredes de piedra se iluminaron con un destello dorado. Las viejas lámparas de aceite que colgaban del techo comenzaron a parpadear, y sus llamas se volvieron más brillantes y vivaces. Los pisos de madera crujieron levemente mientras adquirían un brillo dorado. La luz de la luna de sangre que entraba por la ventana se volvió más cálida y festiva, iluminando la habitación con un resplandor suave.
Con el segundo aplauso, las sillas y pupitres de madera, que antes parecían insoportables, se transformaron en cómodos asientos tapizados y mesas decorativas. Las paredes de piedra se llenaron de pinturas vibrantes y obras de arte coloridas que representaban celebraciones y festivales. La atmósfera se llenó de música alegre y risas, como si estuvieran en medio de una fiesta animada.
El tercer aplauso hizo que las mesas se llenaran de deliciosos manjares y platos exquisitos. Tortas de todos los sabores, colores y tamaños aparecieron mágicamente sobre los pupitres, invitando a los estudiantes a disfrutar de una fiesta de dulces y pasteles. El aroma tentador de comida recién horneada llenó la habitación, haciéndoles agua la boca de Arturo, Lucas y Timoteo.
Los jóvenes miraron asombrados mientras la habitación se transformaba ante sus ojos. La atmósfera festiva era contagiosa, y pronto se encontraron sonriendo y riendo, sumergidos en la celebración. Los estudiantes comenzaron a charlar y compartir historias mientras probaban las delicias que aparecieron mágicamente.
—Esto es increíble —Dijo Arturo mientras se servía una porción de pastel de chocolate—Nunca esperé que dieran tanta comida. ¡Anteojitos, Copito, coman hasta reventar, no dejen sobra alguna!
Lucas asintió con entusiasmo mientras probaba una rebanada de pastel de fresa:
—Los rumores son otros, pero parece que el profesor está dispuesto a hacer de esta una celebración memorable. No sé cómo lo hace, pero le estoy muy agradecido.
Timoteo, que había estado observando todo con asombro, finalmente habló:
—¿Fiesta... buena?
Arturo sonrió y asintió hacia las tortas y manjares en los pupitres del salón:
—¡Sí, Timoteo! Fiesta muy buena.
Los tres estudiantes continuaron disfrutando de la celebración, compartiendo historias y riendo mientras el maniquí-profesor los miraba con satisfacción. Era un momento inesperado de alegría en medio de sus preocupaciones, y estaban decididos a aprovechar al máximo esta oportunidad única.
Tras unas cuantas horas de diversión, los estudiantes disfrutaron de una verdadera orgía gastronómica, devorando todos los manjares que habían aparecido mágicamente en la habitación. Las tortas desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, y las risas y conversaciones llenaron el aire mientras compartían anécdotas y chistes.
Anteojitos sorprendió a todos al chupar con su mirada todo lo que se encontraba frente a él. Parecía no tener fondo en su apetito, y su ojo brillaba con codicia mientras devoraba las delicias que tenía a su alcance. Por otro lado, Copito exploró los diferentes manjares con curiosidad, probando un bocado de cada uno.
Finalmente, la fiesta llegó a su fin, y el maniquí volvió a aplaudir para llamar la atención de los estudiantes. Con un tono de voz solemne, anunció que las celebraciones por su cumpleaños número dieciocho habían concluido. Les informó que el gran regalo ya se encontraba en sus inventarios, y les recordó la importancia de usar sabiamente sus primeras reliquias. Luego, inclinó su cabeza bruscamente, dando por terminado el evento y dejando a los estudiantes sumidos en el silencio. Mientras esto ocurría el aula volvió a la normalidad y el ambiente festivo concluyó.
El empacho de comida y el regalo misterioso en sus inventarios dejaron a Arturo, Lucas y Timoteo con una mezcla de flojera y alegría interna. Ahora, solo les quedaba esperar a que el siguiente profesor apareciera y continuara con esta interesante tradición.
Tras unos cuantos minutos, el maniquí alzó la cabeza una vez más, tosiendo ligeramente para llamar la atención de los estudiantes, quienes lo miraron con atención mientras se presentaba. Con una voz serena, comenzó a hablar:
—Mucho gusto, queridos estudiantes. Ha llegado la hora de honrar las tan famosas explicaciones. Lamentablemente, uno de sus profesores no pudo asistir a trabajar el día de hoy, por lo que esta también será la conclusión de este evento. Y tras terminarlo, tendrán que ir a recibir sus calificaciones. No obstante, no teman, ya que como seguramente les han informado, el gran regalo se encuentra en sus inventarios. Recuerden que cada uno de ustedes tiene una pregunta, y como dicta la tradición, yo se las responderé con sinceridad.
Lucas fue el primero en levantar la mano, deseoso de obtener respuestas a sus preguntas. Se acomodó la gafa que llevaba puestas con una expresión segura en su rostro, y luego, con calma, formuló su pregunta:
—Si estuvieras en mi lugar, ¿qué decisiones tomarías, a qué lugares irías y qué secretos me compartirías?
El maniquí reflexionó durante unos minutos, sopesando la pregunta antes de responder.
—¡Qué pregunta tan interesante!—Murmuró Arturo, observando al maniquí con atención.
Finalmente, el maniquí comenzó a hablar con serenidad:
—Si yo estuviera en tu lugar... sin lugar a dudas, buscaría conseguir los trofeos que solo los estudiantes pueden obtener, dado que la caza de trofeos es mi pasatiempo favorito. Conozco muchos de ellos, pero si estuviera en tu lugar y solo tuviera 7 días, buscaría todas las oportunidades posibles para obtener los más interesantes.
Mientras el maniquí respondía, el aula parecía cobrar vida. Las antiguas lámparas de aceite parpadearon de manera intermitente, arrojando destellos de luz titilante sobre los rostros expectantes de los estudiantes. El maniquí se convirtió en el centro de atención, y los pupitres de madera crujieron ligeramente mientras los estudiantes se acomodaban en sus asientos, captando cada palabra con interés.
El maniquí, con su voz fría, pero precisa, compartió los detalles de cómo obtener algunos de estos trofeos. Los estudiantes escuchaban con atención, tomando nota mental de cada paso necesario para obtenerlos:
—En primer lugar, verificaría si tengo los cinco trofeos básicos. Son superfáciles de adquirir y puedes hacerlo en unas pocas horas.
El aula, como si estuviera respondiendo a la charla del maniquí, se iluminó con una luz dorada, y los pupitres comenzaron a brillar como si estuvieran hechos de oro. Los estudiantes se sentían inmersos en la conversación, como si estuvieran en una aventura en busca de estos trofeos.
—El primer trofeo básico lo obtienes bailando frente a alguna ventana grande.
Mientras el maniquí hablaba, una brisa suave comenzó a mover las cortinas de la única ventana de la habitación, y la música alegre llenó el aire. Los estudiantes se sintieron tentados a levantarse y comenzar a bailar, pero se contuvieron para seguir escuchando.
—El segundo lo obtienes usando las palabras mágicas para regresar a tu dormitorio. Estando en tu dormitorio, frente al espejo y pensando las palabras clave: “Alexander es mi amigo, es mi hermano y es mi primo, le encantan las tortas de chocolate”. Una vez que entres en su habitación, ve a su salón de trofeos y habla con su tesorero.
Mientras el maniquí explicaba el segundo trofeo, la habitación parecía transformarse en un dormitorio lleno de magia. Las palabras mágicas flotaban en el aire, y los estudiantes podían imaginarse a sí mismos en una búsqueda para encontrar el tesoro escondido en este cuarto.
—El tercer trofeo fácil lo obtienes regalando un regalo a algún estudiante. Recuerda que debes pactar que te lo regale de vuelta para que él obtenga también el trofeo.
La sala se llenó de risas y sonrisas mientras los estudiantes se imaginaban regalando y recibiendo regalos entre ellos. La atmósfera se volvió cálida y amigable, como una celebración de amistad.
—El cuarto trofeo de adquisición inmediata lo obtienes completando la serie de acertijos infantiles de la niñera. Las respuestas correctas son siempre: “primera, segunda, primera, segunda, tercera, primera, segunda, tercera, tercera, tercera, primera, primera, segunda, segunda, primera”. También puedes conseguir el regalo para conseguir el tercer trofeo de la niñera, pidiendo el nivel de dificultad para adultos solo debes invertir el orden de las respuestas correctas y lo ganarás.
Mientras el maniquí detallaba el cuarto trofeo, los estudiantes se sumergieron en un ambiente de juegos y desafíos. Las respuestas correctas parecían flotar en el aire.
—Por último, el quinto trofeo. Debes ir al santuario para estudiantes e inclinarte ante los 6 dioses, tres veces con cada uno, sin importar el orden.
La sala se llenó de una sensación de reverencia y espiritualidad mientras los estudiantes se imaginaban a sí mismos en el santuario, inclinándose ante los dioses y buscando su bendición.
—Tras completar los trofeos básicos…—Murmuró el maniquí, su voz ligeramente emocionada—Supongo que lucharía por obtener otros cinco trofeos y conseguir así un título honorífico, tenerlo suma muchos puntos a la hora de conseguir un buen trabajo. Ah, y recuerda usar ese título en la adquisición de número de puesto. No son los trofeos más interesantes, pero sin lugar a dudas los puedes hacer en 7 días.
La atmósfera en el aula se llenó de una sensación de desafío y determinación mientras los estudiantes asumían mentalmente el reto de ganar estos trofeos honoríficos.
—El primero es algo arriesgado, pero es rápido—Continuó el maniquí—Tienes que colarte en el comedor luego de que las contrataciones hayan comenzado, a partir de ese momento los comedores habrán cambiado, por lo que los chefs buscaran cocinarte; sin embargo, debes robar un plato de comida y comértelo en el lugar. La clave para hacerlo es comprar un cerdo como mascota y liberarlo en los comedores para que lo atrapen en tu lugar. También puedes utilizar un esclavo, pero lo mejor es el cerdo, ya que es más escurridizo.
La imaginación de los estudiantes se disparó mientras visualizaban la audaz estrategia de liberar un cerdo en los comedores y escapar con un plato de comida robado.
—Luego, el segundo trofeo es completar la serie de misiones del estudiante fantasma que aparece en el aula de alumnos prometedores clase 4. La misión se hace por inercia en unos días y no cuesta reliquias, lo único es algo molesta.
Mientras el profesor hablaba, Anteojitos miraba con preocupación a Arturo. La mascota comprendía lo importante que eran estas experiencias de vida y el conocimiento que los jóvenes estaban adquiriendo. Sin embargo, Anteojitos notó que Arturo parecía distraído, con su mente divagando en pensamientos aleatorios en lugar de prestar atención al valioso consejo del maniquí. En un intento desesperado por recordarle la importancia de la situación, Anteojitos decidió tomar medidas drásticas y, con una determinación, le propinó un fuerte golpe a Arturo, como si quisiera decirle: «¡Hey, mantente despierto y presta atención!».
La sorpresa y el leve dolor que sintió Arturo por el golpe lo sacaron de su ensimismamiento. Miró a Anteojitos con molestia, sin comprender completamente la razón detrás de la acción de su mascota.
—¡Oye, ¿qué te pasa, Anteojitos?!—Exclamó Arturo, frunciendo el ceño, mirando a su entorno asustado, temiendo que algo raro estuviera pasando en la habitación—¿Por qué me golpeaste?
Anteojitos flotó frente a Arturo con una expresión de seriedad en su gran ojo. Era como si estuviera tratando de comunicar la importancia de la información que estaban recibiendo y la necesidad de prestar atención.
—La información que diga el maniquí queda registrada en mi libro de vida, da igual si pienso en lo que comimos hace un rato ahora mismo—Dijo Arturo comprendiendo débilmente la mirada de su mascota—Ahora quédate donde estás y no vuelvas a golpearme, si quieres que esta información se registre tengo que escucharla al menos.
Mientras esto ocurría, el profesor continuó con su detallada respuesta:
—El tercer trofeo lo puedes obtener en el gimnasio de la escuela. Para ganarlo, debes sobornar al entrenador que tiene una gorra y pedirle que cambie los resultados de las pruebas. Para sobornarlo, debes comprar en el mercado un vino exótico.
Cuando el profesor mencionó el tercer trofeo relacionado con el gimnasio, la habitación adquirió un aire deportivo. Los pupitres se convirtieron en máquinas de ejercicio, y pesas invisibles parecían flotar en el aire. Un aroma a sudor y motivación llenó la sala, mientras los estudiantes se imaginaban a sí mismos sobornando al entrenador con una botella de vino exótico.
—El cuarto trofeo lo obtienes en el concurso de ciencias que se hace todas las semanas en el laboratorio secreto—Continuó el maniquí—Solo tienes que ir al mercado, comprar una poción y participar en la competencia con esa poción. Sirve cualquier poción, pero la mejor es la que se llama “Luna de Sangre” y la vende el comerciante que vende los objetos relacionados con los astros.
Cuando se abordó el cuarto trofeo relacionado con el concurso de ciencias, la habitación se llenó de la energía de la ciencia y la investigación. Pizarras invisibles se desplegaron en las paredes, mostrando ecuaciones y fórmulas. Tubos de ensayo flotaban en el aire, mientras los estudiantes visualizaban su participación en el concurso, ansiosos por demostrar su inteligencia, o mejor dicho, su poder económico.
—Por último, el quinto trofeo es el más divertido—Concluyó el maniquí—Se completa en unos días al cumplir las misiones de la sala de profesores. La clave para saltarte casi todos los problemas y completarlo en unos días es comprar un soborno. Para ello, compra un cofre lleno de monedas de oro de uno de los comerciantes y dáselo al fantasma del director cuando tengas que hablar con él.
Finalmente, cuando el profesor mencionó el quinto trofeo relacionado con las misiones de la sala de profesores, la habitación se transformó en un espacio enigmático. Libros flotantes y pergaminos ilusorios llenaron la sala, mientras los estudiantes se sumergían en la idea de completar misiones secretas.
El maniquí, satisfecho con haber compartido estos secretos, se tomó un momento para observar a los estudiantes, quienes estaban llenos de entusiasmo y motivación por la posibilidad de completar estos trofeos.
Después de eso, el maniquí miró a los estudiantes que todavía esperaban responder sus preguntas. Ante lo cual, Timoteo, con una sonrisa ancha y llena de anticipación, levantó la mano y agitó su mano tratando de llamar la atención del profesor.
—Profesor, profesor, profesor—Exclamó Timoteo, ansioso por hacer su pregunta.
El profesor, con calma y paciencia, le preguntó al joven qué pregunta tenía en mente. En consecuencia, Timoteo observó a Arturo con complicidad; su sonrisa indicaba que había descubierto algo y estaba listo para probarlo. Años de experiencia jugando con compañeros con retraso mental y dos mascotas incapaces de hablar, provocaron que Arturo se sintiera incómodo al recibir esa mirada, con lo que apresuró su turno para formular su propia pregunta antes de que Timoteo pudiera hacerlo:
—Profesor, mi pregunta es similar a la de mi compañero anterior, pero quiero que suponga que tengo un año completo, una gran cantidad de reliquias, una mascota que puede hacer levitar objetos, otra adorable y una mascota misteriosa.
El profesor reflexionó sobre la pregunta de Arturo, reconociendo que esta vez la situación era muy diferente. Con un año completo y abundantes reliquias, las posibilidades eran mucho más amplias.
—Uh, eso cambia muchas cosas, muchísimas en realidad—Respondió el profesor mientras pensaba detenidamente—Para hacer justa la respuesta, después les enviaré diez trofeos que pueden adquirir con más tiempo en la escuela. Sinceramente, no sé cómo lograste aumentar tu tiempo en la escuela ni por qué ustedes dos están en esta clase, pero con reliquias y un año completo, ciertamente mis recomendaciones serían otras...
Timoteo, quien había estado esperando pacientemente su turno, finalmente logró atraer la atención del profesor. Su sonrisa seguía siendo jocosa, y su mirada estaba fija en el maniquí.
—Profesor, yo... yo... yo tengo una pregunta —Balbuceó Timoteo con dificultad, su voz temblorosa y su expresión mostrando una mezcla de emoción y ansiedad.
El maniquí asintió, alentándolo a continuar.
—Si tuviera... tuviera... tuviera 7 días... ¿qué haría? —Preguntó Timoteo, luchando por articular sus palabras correctamente.
La habitación se llenó de un silencio incómodo mientras todos los presentes procesaban la extraña pregunta de Timoteo. El maniquí pareció perplejo por un momento antes de responder con comprensión.
—Si tuviera solo una semana, me aseguraría de aprovecharla al máximo—Respondió el profesor, y la habitación se llenó de un resplandor efímero que simbolizaba la fugacidad del tiempo—Pondría todos mis esfuerzos en completar misiones y ganar trofeos, haría muchas cosas, como por ejemplo…
A medida que la respuesta del profesor avanzaba y la extraña sonrisa en el rostro de Timoteo persistía, Arturo comenzó a sentir que algo no cuadraba del todo. Durante los breves momentos en los que sus miradas se cruzaron, Arturo notó algo diferente en los ojos de Timoteo, un destello de astucia que no encajaba con la imagen de un estudiante con discapacidad mental. Sus ojos, que hace unos pocos segundos reflejaban una expresión distante y perdida, ahora brillaban con un brillo inusual mientras miraba fijamente a Arturo. Fue entonces, cuando finalmente el jorobado noto que la sonrisa de Timoteo lejos de estar llena de inocencia parecía ser cruel, como si estuviera burlándose de algo que solo él y Arturo comprendían.
Arturo se sintió completamente aturdido por la idea que se le estaba cruzando en la cabeza. Durante un breve instante, pareció que el joven con la cabeza hundida era mucho más astuto de lo que aparentaba, como si su discapacidad mental fuera una fachada cuidadosamente diseñada durante años para ocultar su verdadera inteligencia y estuviera jugando con todos los presentes. Arturo comenzó a tartamudear, tratando de expresar sus pensamientos sobre la extraña pregunta de Timoteo y su sonrisa inquietante, pero no encontraba el valor para creer en la historia que se estaba inventando en su cabeza. Arturo sabía que había sido cuidadoso al advertir a los estudiantes, de forma de no mencionar la historia del juicio final y el inminente sacrificio de todos los aprobados por el rey negro en siete días. Dado que eso solo le traería la fama de un lunático, por lo que su fama de “heraldo” provenía de aventurarse a decir que se encontraban en la famosa camada milenaria. Sin embargo, la pregunta de Timoteo parecía tener un propósito oculto, y Arturo no pudo evitar pensar que este joven estaba burlándose del profesor con su pregunta aparentemente simple y estúpida.
—Profesor…—A medida que Arturo se disponía a hablar para revelar su preocupación al profesor, sintió un golpe en la espalda por parte de Anteojitos. Era como si le advirtiera a Arturo que no arruinara la oportunidad de obtener la información sobre los diez trofeos que el profesor aún tenía que compartir. El mensaje era claro: «No hagas nada estúpido que pueda alterar al profesor y evitar que nos proporcione esa información.»
Con una sonrisa amable, el profesor dirigió su atención a Arturo y le preguntó qué quería decir. Arturo, bajo la presión de la mirada de Anteojitos y la creciente sonrisa maliciosa de Timoteo, decidió no revelar la verdadera intención detrás de su comentario.
—Nada... —Arturo murmuró en voz baja tratando de simular normalidad, pese a que su voz revelaba su confusión y preocupación—Solo quería decirle que espero con ansias su respuesta. Realmente apreciamos que haya respondido nuestras preguntas con tanta sinceridad. Le estamos agradecidos desde el fondo de nuestros corazones.
Timoteo continuó sonriéndole a Arturo, como si estuviera disfrutando del hecho de que Arturo había elegido no revelar su secreto. Por su parte, el profesor asintió con agradecimiento ante las palabras de Arturo y luego miró a Timoteo, quien aún mantenía su sonrisa. Era evidente que el profesor no tenía idea de la dinámica subyacente entre estos dos estudiantes y no comprendía el significado de la sonrisa de este joven.
—Bien, si no hay más preguntas, supongo que esta es nuestra despedida—Anunció el profesor.
Timoteo levantó su brazo con un gesto torpe, mientras la agitaba para llamar la atención del profesor.
—Q-que el r-rey n-negro l-lo p-prot-p-r...oteja, p-profesor...—Balbuceó Timoteo con esfuerzo, como si cada palabra fuera un desafío para él.
Su voz temblorosa y su aparente dificultad para hablar eran convincentes. Parecía como si Timoteo realmente tuviera un retraso mental que afectaba su habla. Sin embargo, para Arturo sus ojos todavía brillaban con ese brillo irónico y su sonrisa era un poco exagerada.
El profesor respondió amablemente a la despedida de Timoteo, deseándoles suerte con sus calificaciones. Ante lo cual los tres estudiantes en el aula comenzaron a volverse cada vez más transparentes, hasta finalmente desaparecer, dejando al profesor mirando los pupitres vacíos con una sonrisa amarga y llena de melancolía.