Un mes transcurrió antes de que Arturo pudiera escapar de la monotonía, pero durante este periodo, el hogar experimentó notables cambios, principalmente debido a que Pompón finalmente había perfeccionado la habilidad de obligar a las mascotas a realizar acciones en contra de su voluntad, dándole así la capacidad de castigarlas.
A pesar de haber adquirido este poder, solo dos de las mascotas habían sido castigadas hasta el momento, y curiosamente, estas eran las únicas capaces de hablar, convirtiéndolas en las únicas capaces de incitar a Arturo a realizar “tonterías” no deseadas.
Los castigos en sí eran bastante elaborados y, a primera vista, no parecían castigos en absoluto. Shily, por ejemplo, había recibido como castigo la tarea de acompañar a Juampi durante una hora diaria en el juego de la búsqueda de tesoros, además de concederle una hora libre para interactuar con cualquier comodidad del hogar. Para llevar a cabo esta tarea, el parásito debía devolverle los ojos al esclavo y ceder parte de sus extremidades para permitir que Juampi, con su cuerpo discapacitado, pudiera manipular las máquinas y disfrutar de las comodidades. Aunque a ojos externos parecía que Shily estaba disfrutando de su “castigo”, la felicidad del esclavo era precisamente lo que más afectaba al parásito. Pompón había sido maliciosamente ingenioso al crear esta lenta y constante tortura para la mascota que había olvidado quién poseía el poder.
En el caso de Sir Reginald, también enfrentaba dos horas de castigo diarias, y se le había impuesto una sanción adicional que le prohibía embarcarse en “aventuras” durante un mes. Durante las horas de castigo, el cerdo aristocrático se veía obligado a realizar labores domésticas sin sentido, pero que eran consideradas “impropias” para un noble. Dada la aversión de Reginald a recibir órdenes, cualquier tarea servía como castigo, y Pompón demostraba tener la suficiente creatividad para idear sanciones ridículas. Estas incluían desde organizar los libros en la estantería de chocolate, masajear al gusano gigante, hasta presenciar durante dos horas cómo Anteojitos disfrutaba en sus máquinas de feria. Sin embargo, el castigo más perturbador de todos consistía en tener que hacer compañía durante dos horas al silencioso Tentaculin.
Desde que Pompón aprendió a castigar a las mascotas, la calma había regresado a la casa y las discusiones acaloradas entre mascotas habían cesado. No obstante, toda esta armonía encubría como la vida en el hogar de Arturo había adquirido un matiz peculiar, donde las aparentemente divertidas actividades se transformaban en torturas emocionales cuidadosamente diseñadas por Pompón para mantener a las mascotas bajo su control y recordarles quién era el que mandaba. Con cada castigo, se tejía una red de intrincadas relaciones y emociones, creando un ambiente donde la aparente felicidad encubría sutilmente el sufrimiento y la manipulación.
Volviendo al día de hoy, Juampi se encontraba inmerso en la creación de un nuevo cuadro, utilizando dos manos negras y putrefactas que surgían de sus muñones, apoyándose en sus respectivas piernas de carne oscura. Mientras tanto, el cerdo, en un frenesí histérico, corría alrededor del cráter en el subsuelo, unas gruesas y olorosas gotas de sudor empapaban todo su cuerpo.
Fue entonces cuando una voz poderosa y contundente resonó desde el piso superior:
—¡La hora feliz ha terminado! ¡La hora feliz ha terminado! ¡La hora feliz ha terminado! ¡Y la prohibición al cerdo se ha acabado! ¡Y la prohibición al cerdo se ha acabado! ¡Y la prohibición al cerdo se ha acabado!
Inmediatamente, las extremidades que ayudaban a Juampi se retractaron en su cuerpo, dejando que el esclavo cayera al suelo. Sir Reginald dejó de correr alrededor del cráter y, con esfuerzo, subió la escalera de caracol para dirigirse hacia la habitación de Copito. Allí, volteó su mirada hacia un almanaque en el que tres ancianos estaban gritando a todo pulmón. Era el almanaque de los tres ancianos, que Arturo casi nunca usaba, a menos que quisiera escuchar el sonido de la lluvia y los truenos para conciliar el sueño.
—¿Ya puedo salir de aventuras nuevamente? —Preguntó Sir Reginald entre jadeos, buscando ajustar su respiración.
—Un mes ha pasado y de tu condena te has salvado —Respondió el despierto con ímpetu.
Con una sonrisa alegre en su rechoncho rostro, Sir Reginald buscó a Arturo, quien se encontraba pescando en la fuente del santuario mientras discutía con el capitán Marinoso sobre asuntos aparentemente irrelevantes.
—¡Capitán, no me venga con esas excusas! Sabes tan bien como yo que los cerdos nacen de los huevos —Exclamaba Arturo, agitando la caña de pescar con determinación.
—¡Pero joven grumete, te garantizo que son los pescados los que nacen de los huevos, no los cerdos! —Respondió el capitán, tratando de convencer al mocoso.
Mientras tanto, Sir Reginald se aproximó con paso decidido, interrumpiendo brevemente la discusión que se había prolongado durante unas horas.
—Y como te decía, Arturo, las gaviotas y peces sí ponen huevos y los cerdos, en cambio, no nacen de huevos. No sé quién te metió en la cabeza la idea de que los cerdos nacen de huevos, pero claramente era un idiota con mucho tiempo libre —Mencionó el Capitán Marinoso con cierto aire de frustración.
Arturo estaba a punto de responder que vio salir a Sir Reginald de un huevo. Sin embargo, antes de que pudiera expresar su perspectiva, el excéntrico cerdo lo interrumpió abruptamente, casi haciendo que Arturo soltara la caña de pescar:
—¡Arturo, finalmente vuelvo a ser libre! ¡Merezco que hoy lo celebremos con una aventura emocionante! ¿A dónde vamos? ¿A cazar dragones? ¿A encontrar el país de las hadas? ¿O a luchar contra esos malvados chefs para comernos unas deliciosas medialunas?
—En comparación a la comida refinada que invocas con tu habilidad, la comida de los chefs sabe a mierda. No te dejes engañar, por más que su comida luzca deliciosa siempre sabe a pan podrido, por algo es que las tortas de cumpleaños son tan apreciadas entre los estudiantes —Respondió Arturo con disgusto ante la idea de regresar al comedor.
—¿Y entonces a dónde vamos? —Insistió el cerdo.
—Hay un lugar que quiero comprobar si existe, ¿recuerdas el misterioso santuario que mencionó el corazón que cuenta chismes? Bueno, si quieres, podemos ver cómo es. Nunca fui, y tengo ganas de descubrir qué tesoros podemos encontrar en ese lugar —Respondió Arturo mientras comenzaba a recoger el sedal para finalizar su jornada de pesca.
La propuesta de Arturo desató una chispa de emoción en los ojos de Sir Reginald, quien asintió entusiasmado ante la perspectiva de una nueva aventura. Con la caña de pescar guardada y la promesa de un destino intrigante, Arturo y Sir Reginald se encaminaron hacia una nueva y emocionante experiencia en busca de respuestas y, tal vez, más preguntas.
Tras los preparativos, Arturo y todas las mascotas se hicieron presentes en el santuario de estudiantes, provocando miradas aturdidas entre los otros estudiantes que se encontraban en el lugar y la huida de algunos que se sintieron asustados al contemplar la horripilante apariencia de las mascotas del niño pelirrojo.
Sin permitir que las miradas asustadas y curiosas distrajeran al grupo, Pompón tomó la iniciativa y dio las instrucciones para iniciar la aventura:
—¡Ya estamos aquí! Según las instrucciones para encontrar el libro “Los dos fantasmas de Alubia”, tenemos que buscar debajo de una de las estanterías. Probablemente, el libro no sea visible a simple vista, así que tendrán que meter la mano y ver si encuentran algo o sienten algo que no debería estar en ese lugar ¡Vamos por ello!
Con la determinación marcada en sus rostros, cada miembro del grupo se aproximó a las estanterías, explorando cuidadosamente el espacio debajo de ellas en busca del preciado libro. Las extremidades de las mascotas se deslizaban entre los rincones, provocando murmullos entre los estudiantes que aún no se habían recuperado del impacto inicial.
Shily, con sus manos negras y putrefactas, inspeccionaba con cuidado, mientras Copito, a pesar de su aparente fragilidad, se aventuraba valientemente en la búsqueda, metiéndose debajo de las estanterías para ver si encontraba el dichoso libro. Sir Reginald, por su parte, con su noble porte, se agachaba para explorar con su vista los lugares más recónditos. La escena era una mezcla de extrañeza y determinación, con las mascotas, guiadas por la dirección de Pompón, sumergiéndose en la tarea encomendada.
De repente, un grito emocionado resonó en el santuario. Fue Sir Reginald quien, con gesto triunfante, mostró un viejo y polvoriento libro que sostenía en su hocico. El título “Los dos fantasmas de Alubia” estaba grabado en letras doradas en la cubierta.
—¡Lo encontré, lo encontré! —Exclamó Sir Reginald, emocionado por su hallazgo.
Los demás miembros del grupo se reunieron a su alrededor, compartiendo la emoción del descubrimiento. Arturo, con una sonrisa satisfecha, agradeció a Pompón por su guía y felicitó a todos por su colaboración en la búsqueda del libro.
Tras lo cual, el niño tomó el libro con sumo cuidado, sus manos sostenían con reverencia el tomo que contenía la fábula de “Los dos fantasmas de Alubia”. La portada, desgastada por el tiempo, mostraba la imagen de dos niños, uno elegantemente vestido con una varita mágica en mano, mientras que el otro llevaba ropas corroídas por el uso y sostenía un hueso en su mano. La dualidad de las imágenes reflejaba el contraste entre el mago y el otro niño con aspecto famélico.
Sin retener su curiosidad, Arturo abrió el libro. Sus páginas, amarillentas y algunas faltantes, resonaban con la antigüedad de la historia que encerraban. En la portada interior, una representación artística de la fábula se entretejía entre poemas y dibujos infantiles. La narrativa de los dos fantasmas de Alubia se desplegaba con encanto, a pesar del desgaste del tiempo. Las ilustraciones, aunque desvanecidas, mantenían la esencia de la historia, revelando la travesía de los dos niños y sus destinos entrelazados.
Arturo se sumergió en la lectura, dejándose llevar por las palabras impresas que lo llevaron a explorar un reino donde la realidad y la fantasía entrelazaban sus hilos de manera armoniosa. La historia de la fábula en sí era simple: narraba la vida de dos niños que, aunque aparentaban ser hermanos gemelos, en realidad eran la misma persona. Sin embargo, en una de las vidas, el niño que protagonizaba la historia había nacido con el don de la magia, mientras que en la otra vida, ese mismo niño no había sido tan afortunado y nunca conoció tal poder. La moraleja de la fábula se centraba en mostrar cómo los adultos trataban a este mismo niño en función de poseer o carecer de su poder mágico. La gracia de la historia residía en que los dos niños eran conscientes de la existencia del otro y se comunicaban a través de sus sueños, logrando percibir la falsedad e hipocresía del mundo en el que vivían.
En este relato, la dualidad de las vidas de un único individuo revelaba las complejidades de la percepción y la aceptación en la sociedad. La presencia o ausencia del don mágico marcaba una diferencia abismal en la forma en que los adultos interactuaban con el protagonista. Este elemento, aunque aparentemente simple, fungía como un espejo que reflejaba las profundidades de la naturaleza humana, evidenciando la tendencia de la sociedad a juzgar y valorar a las personas según sus habilidades excepcionales.
A medida que avanzaba, la historia terminó y Arturo salió del trance, notando que una transformación había ocurrido en las páginas del libro. La última página de la fábula de los dos fantasmas de Alubia cedía su lugar a una nueva imagen: una puerta trazada en la antigua página amarillenta.
La puerta se reveló ante Arturo como un dibujo en blanco y negro, sus líneas eran precisas y detalladas, dando la ilusión de una estructura tridimensional a pesar de su naturaleza plana. La madera dibujada emanaba una sensación de antigüedad, con vetas que simulaban el paso del tiempo. En los costados de la puerta, sosteniendo el marco con gracia y solemnidad, se encontraban los “dos fantasmas de Alubia”. Los niños, tal como Arturo los vio en la portada del libro, tomaban forma en blanco y negro, sus siluetas delineadas con precisión. Sus figuras parecían custodiar el acceso a un reino más allá de las palabras escritas en las páginas del libro.
Arturo, enfrentándose a la aparente inmovilidad de la puerta tras pronunciar la contraseña indicada en las instrucciones, sintió una creciente incertidumbre. La expectativa que envolvía la búsqueda del libro y la puerta mágica se tornó en desconcierto cuando nada pareció cambiar.
Sin saber qué más hacer, Arturo decidió probar algo impulsivo. Extendió su mano hacia el dibujo de la puerta y la tocó con su dedo índice. Fue en ese momento que los dos fantasmas en el dibujo le guiñaron el ojo de manera cómplice.
De repente, las bocas de los dos niños en el dibujo se movieron al unísono, y las palabras resonaron en todo el santuario de estudiantes:
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—Si la puerta quieres cruzar, nuestro desafío deberás completar. Ahora, escucha bien, puesto que solo te diremos la pista una vez: La puerta se abre con misterio, contemplando la caída del gran imperio. El emperador está oculto en la oscuridad, y en ella encontrarás la llave que te conducirá a la verdad.
La enigmática pista dejó a Arturo perplejo. Las palabras resonaron en su mente, y la gravedad de la tarea que se le encomendaba lo envolvió como un velo de misterio. Buscó en su mente las posibles interpretaciones de tan enigmática sentencia mientras los dos fantasmas seguían observando con paciencia y expectación.
Finalmente, tras una pausa reflexiva, Arturo formuló su respuesta de acuerdo con las instrucciones recibidas y dejó de meditar el asunto: “Noche sin luna, cielo estrellado”. Pronunció las palabras con determinación, esperando que fueran la clave para abrir la puerta. Sin embargo, un momento de silencio se prolongó, y la puerta permaneció cerrada.
La tensión se apoderó del ambiente, y Arturo comenzó a dudar de si seguir las instrucciones de un corazón delator era una buena idea. Fue entonces cuando los dos fantasmas, en un gesto sincronizado, movieron sus bocas nuevamente y pronunciaron:
—Correcto, pequeño aventurero. La puerta se abre al asesinar a la reina de la noche, dejando que la oscuridad guíe tu camino a la verdad.
Siguiendo las palabras de los fantasmas, la puerta del dibujo comenzó a abrirse lentamente, revelando un espacio secreto lleno de tesoros y reliquias del dios llamado Elio. El corazón de Arturo latía con anticipación mientras la entrada revelaba su contenido. Esculturas, pinturas que contaban historias pasadas, objetos curiosos se desplegaron ante sus ojos.
Solo bastó que Arturo tocara con sus dedos la entrada entreabierta para sumergirse en la fascinante habitación llena de tesoros, donde el secreto y la historia de Elio aguardaba ansioso ser descubierto.
— “Noche sin luna, cielo estrellado” —Repetía Shily, ingresando al santuario de Elio junto al resto de las mascotas — Después del último acontecimiento con la luna de sangre, se rumorea que hubo una noche sin luna y un cielo estrellado.
—No hace falta ser un genio para entender que los dos niños que hablaban desde el libro se referían a la luna como la reina de la noche. La caída de la luna simboliza la muerte del emperador, y como este es un santuario, esa caída debe representar la muerte de un dios —adivinó Sir Reginald, maravillado por el santuario que se revelaba ante sus ojos. Aunque no era muy extenso, se podría decir que era íntimo, casi personal. A lo sumo, diez personas podrían entrar en este lugar para contemplar la imponente estatua de mármol blanco y negro que ocupaba el centro del escenario bajo un techo abovedado de cristal, desde donde se apreciaba un hermoso cielo estrellado sin la presencia de la luna.
La estatua imponente de Elio, que acaparaba la atención en el santuario, se asemejaba a una serpiente devorándose la cola. Esta imagen, combinada con los dibujos dispersos por el santuario, sugería la idea del infinito, el renacimiento o la eternidad.
El piso del recinto también estaba revestido con mármol negro y blanco, formando un encantador patrón de ajedrez. Las pocas velas ofrendadas a los pies de la estatua iluminaban el lugar con una luz tenue y suave, lo suficiente para apreciar los detalles, pero no demasiado como para desvelar todos los misterios.
El aire en el santuario era sereno, y la escasa iluminación contribuía a crear una atmósfera mística. Las mascotas, junto con Arturo, se encontraban maravilladas por la majestuosidad de este espacio sagrado. Cada detalle, desde la estatua central hasta el suelo de mármol y los dibujos que adornaban las paredes, contaba una historia propia.
Mientras Arturo se adentraba más en el santuario en busca del libro mencionado en las instrucciones, Sir Reginald, con su naturaleza curiosa y exploradora, se dedicó a observar detenidamente las imágenes que adornaban el espacio sagrado. Cada dibujo y grabado parecía contar una historia única, revelando fragmentos del pasado vinculado con el dios Elio.
En una de las imágenes más prominentes, Sir Reginald observó el dibujo del nacimiento de Elio. La representación mostraba la serpiente divina emergiendo de la luz celestial, rodeada por el vacío mismo. La majestuosidad de la escena daban vida al momento trascendental en el que Elio cobraba existencia.
Una imagen detallada mostraba el santuario en sí, con todos sus elementos característicos, donde unos jóvenes estudiantes se postraban para adorar la estatua del Elio. Era como una representación visual de la eternidad, donde uno no sabía si en estos momentos se encontraba dentro de un cuadro, siendo visto por otros estudiantes.
Tras explorar el lugar, Sir Reginald descubrió en el rincón más oscuro del santuario una imagen que mostraba a Elio en un enfrentamiento épico con una figura oscura que apenas lograba distinguirse como una sombra. Todo parecía indicar que esta sombra estaba por derrotar a Elio, puesto lo tenía arrinconado y la serpiente enrollada parecería que sería tragada por la oscuridad en cualquier momento.
Otro grabado mostraba la caída de la luna, representando el evento que, según las pistas, simbolizaba la muerte de un dios, el cual podría simbolizar la caída de Elio frente a las sombras. La luna, desgarrada y despedazada, caía desde el cielo estrellado, dejando un rastro de oscuridad en su descenso. Este evento crucial parecía ser central en la historia de este ser divino.
La última imagen que llamó la atención de Sir Reginald representaba nuevamente el renacimiento de Elio. El dios reapareció entre la oscuridad de las sombras, rejuvenecido y lleno de vitalidad, listo para continuar el ciclo infinito que se describía en los cuadros dispersos por el santuario.
Emocionado por lo que había descubierto, Sir Reginald regresó al grupo y compartió su perspicacia. Con su innata habilidad para contar historias, se inventó una narrativa cautivadora sobre el dios Elio y su conexión con el santuario.
— ¡Amigos! —Exclamó Sir Reginald con entusiasmo— Mientras observaba estas imágenes, una historia intrigante se me reveló. Cuentan las leyendas que Elio, el dios de la perseverancia, nació en un momento de esplendor celestial. Su destino se entrelazó con la luna, símbolo de su poder y vida. Pero un día, la oscuridad intentó consumirlo, desatando una batalla épica en la que Elio fue derrotado, aunque paradójicamente esto lo llevó a renacer victorioso. Este lugar, este santuario, es testigo de su renacer constante, de su conexión con la eternidad. Cada imagen aquí nos cuenta un capítulo de su historia divina. ¡Es asombroso!
El relato de Sir Reginald dejó a las mascotas y a Arturo intrigados, y la sala resonó con la magia de la narrativa que se tejía en torno a la figura divina de Elio. En ese momento, mientras Sir Reginald culminaba su relato, Arturo, que había estado explorando detenidamente el santuario, levantó en alto el libro buscado. Era ni más ni menos que otra copia de la fábula de “Los dos fantasmas de Alubia”. En donde en la portada se representaba a dos niños, uno vestido con ropas elegantes y una varita, mientras que el otro portaba ropas corroídas por el tiempo y sostenía un hueso en la mano. La copia parecía idéntica, dado que estaba igual de avejentada que la original e incluso sus hojas parecían igual de arrugadas. Uno podría pensar que era el mismo libro, sin embargo, había una diferencia crucial y era que el título del libro había sido tachado bruscamente. Con letra caricaturesca y algo infantil, alguien había colocado el siguiente título en su lugar: “Príncipes y Mendigos”.
— ¡Lo encontré! —Exclamó Arturo con emoción, exhibiendo el libro ante las mascotas. Estas, sin entender la utilidad del libro, se congregaron alrededor de él, impacientes por sumergirse en las páginas del libro y descubrir nuevos capítulos de la historia que los rodeaba.
— ¿De qué trata el libro, Arturo? —Inquirió el cerdo, examinando la portada del libro.
— No sé, eso no importa. Lo crucial es que es un examen oculto y, por ende, podremos intercambiarlo por una recompensa en su debido momento —Respondió Arturo con entusiasmo mientras observaba el libro— ¿Ustedes encontraron algo más escondido en el santuario?
—No, pero tiene sentido que la copia del libro que da acceso a este santuario también sea el tesoro más preciado — Reflexiono el cerdo, encantado en sentir como sus deducciones parecían tomar sentido— Es un regalo de Elio para aquellos que comprenden su historia: El tesoro más buscado del santuario se encuentra justamente en la entrada del santuario, simbolizando que el tesoro ya estaba en tus manos siquiera antes de ingresar a este lugar, como si fuera un bucle ¡Un círculo cerrado!
Si bien la hipótesis de Sir Reginald parecía bastante coherente, aun las mascotas se dispersaron por la sala en busca de pistas adicionales que lo condujeran a algún secreto. Exploraron cada rincón, inspeccionaron cada grabado en las paredes, y observaron detenidamente cada detalle, pero el santuario mantenía sus misterios resguardados.
Después de un rato de búsqueda sin frutos, la excitación inicial dio paso a una sensación de desánimo. Copito saltaba alrededor de la estatua de Elio, pero no encontraba más que las imágenes que ya habían sido analizadas. Sir Reginald exploró cada esquina con su agudo sentido de aventurero nato, pero nada más captó su atención. Las demás mascotas también compartían la frustración de no descubrir nuevos secretos en este santuario enigmático.
Finalmente, ante la falta de hallazgos significativos y la creciente sensación de aburrimiento, las mascotas decidieron volver a casa. El santuario de Elio quedó atrás, envuelto en su misterio, como si guardara sus secretos más profundos para otra ocasión. Las mascotas, aunque un tanto desilusionadas, compartieron anécdotas y risas, intercambiando impresiones sobre las imágenes que habían visto y las historias inventadas por Sir Reginald.
Al llegar a casa, Arturo guardó el libro en su inventario con cuidado, consciente de que sería útil en algún momento futuro y que por algún motivo extraño sus otros libros importantes habían ido desapareciendo con el tiempo. Mientras tanto, las mascotas, aunque no encontraron nuevos tesoros en el santuario, llevaban consigo la experiencia única de haber explorado un lugar sagrado que muy pocos estudiantes conocían.
El sol se ponía en el horizonte cuando regresaron al hogar, y cada mascota se retiró a su lugar favorito para descansar, reflexionando sobre la jornada llena de expectativas y descubrimientos. Aunque el santuario no reveló todos sus secretos ese día, la promesa de futuras aventuras y revelaciones mantenía viva la chispa de la curiosidad en el corazón de Arturo y sus leales compañeros.
Reflexionando sobre las experiencias del día, Artur se acomodó en su fantástica cápsula para entregarse al sueño. Sin embargo, a diferencia de las noches comunes, el niño se despertó repentinamente en plena oscuridad. Había tenido un sueño peculiar, uno inusualmente perturbador, marcado por la extraña oveja que le susurraba una verdad atroz: ¡Los libros de chocolate se habían agotado! Incapaz de volver a dormir con tranquilidad después de esta revelación desconcertante, Arturo se despertó a media noche.
Con precaución, Arturo examinó su entorno, descubriendo a Sir Reginald roncando ruidosamente en una de las esquinas de la habitación, y a Juampi descansando en la esquina opuesta, donde Pompón había instalado su antigua cama mohosa.
Caminando con sigilo para no perturbar a sus queridas mascotas, el niño ascendió las escaleras de caracol. Se percató de que los pescadores no se encontraban en la fuente de pesca esta noche, y el capitán Marinoso seguía adormilado entre sus corales. Mientras tanto, el gusano gigante reposaba plácidamente en su montículo emitiendo unos poderosos pero relajantes ronquidos, y Pompón, acurrucado, dormitaba detrás de una de las estatuas del santuario.
Con un rápido vistazo, Arturo encontró alivio al constatar que el sueño solo había sido un sueño; los libros de chocolate seguían ocupando gran parte de la estantería de libros comestibles. Un suspiro de alivio escapó de los labios del niño mientras se aseguraba de que todo estuviera en su lugar.
Decidiendo no darle más importancia al extraño sueño, Arturo descendió las escaleras con la certeza de que la tranquilidad reinaba nuevamente en su hogar. Se acercó a su cápsula y, con la esperanza de que el resto de la noche transcurriera sin más interrupciones, se acomodó para sumergirse nuevamente en el sueño reparador.
Pero antes de acurrucarse por completo, el niño se acordó de algo que se había olvidado hace demasiado tiempo: ¡Los trofeos!
Arturo salió nuevamente de su cama, con la excitación palpable por descubrir qué había ganado. Aunque no estaba seguro de por qué había olvidado el asunto en primer lugar, la impaciencia por conocer sus recompensas superó cualquier otro pensamiento. Sin demora, se dirigió hacia la habitación del espejo, ansioso por desvelar las sorpresas que le aguardaban.
Sin embargo, al acercarse lo suficiente, Arturo detuvo sus pasos abruptamente a unos pocos centímetros de la puerta de la habitación de Copito. Había escuchado algo extraño proveniente de la siguiente estancia. Estaba desnudo, rodeado de la oscuridad de la noche, con las miradas frías y perturbadoras de las estatuas de los dioses acechándolo a sus espaldas, Arturo no se atrevió a comprobar quién estaba en la habitación del espejo. Con la misma lentitud con la que se había acercado, comenzó a retroceder hacia la escalera de caracol.
Fue a mitad del descenso cuando a Arturo se le ocurrió una idea asombrosa. Con cautela, se dirigió hacia su cápsula. En el suelo, al lado de la misma, se hallaba la túnica de estudiante que usaba todos los días. El niño rebuscó entre los bolsillos de la túnica y extrajo un fragmento de espejo escondido en su interior. Pronunció las siguientes palabras mágicas:
> "En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?"
El fragmento de espejo comenzó a distorsionarse y sobre su superficie, Arturo pudo observar la habitación del espejo de su propio hogar. Para su sorpresa, no se encontraba ninguna criatura malvada o extraña, sino que el ruido provenía de las diminutas criaturas que habitaban la sala. En el centro, justo frente al lago, Copito escuchaba acaloradas palabras de representantes de cada raza. Todas discutían con la bola de pelo, que las observaba fijamente, con una mirada que parecía ocultar más de lo que podía transmitir.
—¿Qué están planeando a estas horas de la noche…? —Murmuró Arturo en voz baja. Inicialmente, pensó que Copito estaba jugando, pero no le costó mucho observar desde su posición privilegiada que había pelotones de criaturas en miniatura estacionados en las puertas de la habitación. Apreció que, sea lo que fuera que estas criaturas estuvieran discutiendo con Copito, debía ser algo que querían que permaneciera en privado.
Las criaturas discutían en una suerte de consejo, donde se turnaban levantando la mano para emitir su juicio y opinión. Arturo, a pesar de su agudo ingenio, no lograba discernir el objetivo concreto de la reunión ni entender por qué la atmósfera estaba tan cargada de seriedad. Copito, por su parte, había adoptado una apariencia distinta. Toda muestra de ternura que solía irradiar había desaparecido de su mirada, reemplazada por una expresión grave y concentrada. Era como si la situación demandará toda su atención y habilidades estratégicas.
Decidiendo que, por el momento, no podía comprender la situación, Arturo optó por acostarse a dormir. Consideró que, a veces, dejar que las mascotas resolvieran los asuntos complicados era la mejor opción. Además, confiaba en que Copito encontraría la mejor manera de abordar la situación que preocupaba a las criaturas en miniatura.
Se deslizó nuevamente en su fantástica cápsula, dejando que la sensación reconfortante de la tela suave y las luces tenues lo envolvieran. Cerró los ojos, tratando de ignorar el murmullo lejano que provenía de la sala del espejo. En su mente, confió en que, al despertar, la calma habría regresado y las criaturas estarían de vuelta a sus actividades cotidianas.
Mientras Arturo se sumergía en el sueño, Copito y las criaturas continuaron con su misteriosa reunión. La oscura noche presenció la trama de eventos en el hogar del niño pelirrojo, donde los secretos y las intrigas se tejían entre los susurros de seres diminutos.