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57 - Fin

Con las asignaciones terminadas, el aire en la habitación de Arturo se llenó de una mezcla de anticipación y desilusión. El famoso intercambio de estudiantes estaba a punto de comenzar, pero este año, sólo siete lastimeros alumnos habían llegado a esta etapa, y la verdad era que había muy poco que ganar. La mayoría de los alumnos solo hacían una oferta simbólica a Arturo, tratando de obtener el primer puesto, el cual evidentemente era el único que en estas épocas tenía un valor predominante.

Ya no era como antes, cuando había miles de alumnos entre los cuales elegir, y destacarse tenía su mérito. Ahora, exceptuando el famoso y siempre respetado puesto número uno, ser un alumno destacado en otras pociones tenía muy poco valor.

Arturo observaba las ofertas con indiferencia, su mirada perdida en el horizonte de posibilidades que aproximaban. Las ofertas hechas por los otros estudiantes eran tan pobres que ni siquiera las mascotas se molestaron en tratar de negociar algo mejor.

Ante tal escenario, Arturo decidió conservar el primer puesto para usarlo durante las contrataciones, un acto que no solo hablaba de su estrategia sino también de su resignación ante la realidad actual de la academia.

Las mascotas estaban de acuerdo con esta postura. Especialmente Sir Reginald, cuya mentalidad noble le impedía siquiera pensar en intercambiar prestigio y honor por riqueza efímera.

Ignorando el intercambio de objetos que llevaban adelante los otros estudiantes, el día siguió transcurriendo con una increíble lentitud en el hogar de Arturo. El ambiente era pesado, cargado de la emoción por lo que estaba por suceder en unas horas. Las dudas y nervios se veían reflejados en el rostro de todas las mascotas, que iban de un lugar a otro, confirmando que todo estuviera en su sitio para cuando las contrataciones comenzarán.

Por su parte, Arturo luchó con los nervios hasta que finalmente se vio superado por ellos. Decidió irse a dormir temprano, deseando despertar cuando el gran momento llegará.

Mientras Arturo se sumía en el mundo de los sueños, la luna y las estrellas comenzaban a brillar en el cielo nocturno, como si fueran testigos silenciosos de las ansiedades y esperanzas de los estudiantes.

En las horas previas al amanecer, cuando el mundo aún dormía, Sir Reginald se movía con gracia por las habitaciones de la casa. Su presencia era casi etérea, pero sus objetivos eran demasiados obvios para no ser notados por las demás mascotas.

El gusano gigante observó con enojo como el cerdo comenzaba a devorar los libros de galletitas; comía con tanta ferocidad que resultaba imposible no notar que estaba buscando ahogar sus nervios con un atracón nocturno.

La noche antes de las contrataciones era siempre la más larga. Los alumnos que habían llegado hasta aquí, aunque pocos, sentían el peso de sus decisiones. Cada uno tenía su propia historia, sus propias luchas y victorias. Y aunque el prestigio del primer puesto era tentador, muchos sabían que el verdadero valor residía en haber aprobado el gran examen, no en el resultado que habían obtenido.

Incluso en sueños, Arturo no podía escapar de la realidad de su situación. Soñaba con aulas llenas de estudiantes, con debates intensos con los profesores y con descubrimientos de rumores que cambiaban su vida para siempre. Pero al despertar, la verdad era mucho más sombría. La academia había terminado, había perdido su magia, y con ella, su manto protector que siempre lo había envuelto.

Al amanecer, Arturo se despertó con una sensación de determinación. Hoy no sería un día de lamentos, sino de acción. Se levantó de la cápsula, se vistió con sus mejores ropas y se dirigió a la habitación del santuario, donde las mascotas ya comenzaban a reunirse.

Arturo se paró frente a la multitud, su figura imponente y su mirada firme, mientras hablaba con fervor:

—Solo falta una hora para que comience el gran evento, es momento de que comamos nuestro último desayuno como estudiantes de la academia.

Las mascotas se miraron entre sí, sus miradas entrelazadas en un silencio cargado de presagios. Comprendían, con una claridad que dolía en el pecho, que el futuro de su pequeña comunidad pendía de un hilo tan frágil como la decisión que tomarían este día. Si permitían que Arturo firmará un contrato de mierda, no les quedaría más que lamentarse, sumidos en la desdicha de una existencia miserable. Pero si, por el contrario, lograban orquestar la más astuta de las artimañas, haciendo que Arturo ascendiera a los ojos de los jefes hasta alcanzar la mismísima divinidad, entonces los días serían luminosos, libres de preocupaciones, y su porvenir se elevaría tanto como la benevolencia de los dioses lo permitiera.

El último gran desayuno dio comienzo cuando Sir Reginald levantó su noble pezuña, provocando que una innumerable cantidad de manjares aparecieran frente a los presentes. Cada plato había sido cuidadosamente seleccionado, siendo los favoritos de cada una de las mascotas. Ofrendas divinas para Copito, una bandeja rebosante de manzanas para Sir Reginald, una sopa de almas atormentadas para Anteojitos, un brebaje oscuro y espeso para el gusano gigante, y para Tentaculín, algo tan indescriptible que mejor quedaba en el misterio. Y, como broche de oro, una torta de cumpleaños con dieciocho velas esperaba a Shily.

Hoy, Juampi recibiría finalmente la torta de cumpleaños que nunca antes había tenido. Era una sorpresa que nadie más conocía, excepto Sir Reginald quien había orquestado este plan.

Con un guiño cómplice, el cerdo buscó la complicidad de Shily, permitiendo al parásito descifrar el juego político que se estaba tejiendo. Solo por hoy, la verdadera carta de triunfo de las mascotas pendía de las manos del esclavo. Ninguna de las mascotas podía permitir que el único habitante de esta casa que había firmado un contrato los traicionara este día, pues Juampi, con su experiencia y sabiduría, era quien los guiaría en las decisiones cruciales que estaban por venir. ¡Su conocimiento era vital!

En un silencio mortuorio, Shily entendió que este día no disfrutaría de su manjar favorito. Hoy debía sacrificarse por el bien del grupo y permitir que el humilde esclavo que parasitaba tuviera uno de los días más felices de su vida. Ese pensamiento le causó un dolor profundo, pero al ver las miradas expectantes de las demás mascotas, que ya habían comprendido la situación, se sintió obligado a aceptar ese sacrificio. Juampi tenía la experiencia y sabiduría de haber firmado un contrato para pagar su condena, y Shily comprendió que el resto de mascotas no abandonarían tal experiencia por sus meros caprichos. Con un pesar inmenso, devolvió temporalmente la vista a Juampi.

Al principio, Juampi no comprendió por qué Shily le había devuelto los ojos de repente, pero al ver la torta de cumpleaños frente a él, un sollozo de alegría y gratitud brotó de su ser. Finalmente, podía celebrar el cumpleaños que le había sido negado por reprobar el gran examen. Finalmente, podía enfrentar su condena en paz.

La celebración continuó, y las emociones se desbordaban como un río en primavera. Las mascotas se reunieron alrededor de los platos donde los manjares se desplegaban como un tapiz de colores y aromas. Juampi contemplaba la torta de cumpleaños que simbolizaba mucho más que un año más de vida; era el reconocimiento de las mascotas, una promesa de días mejores.

Anteojitos, con su aguda astucia, permanecía en su rincón, siendo un observador silencioso de la dinámica que se desarrollaba ante su gran ojo. Absorbía la sopa de almas con una satisfacción que iba más allá del sabor dulce o amargo, era una recompensa para su ser calculador y estratégico. Con pocas intervenciones, pero precisas y determinantes, había guiado a las mascotas por el sendero correcto, y ahora, estaba a punto de cosechar los frutos de su labor.

La voz imperiosa de Pompón había sido una carga molesta, pero Anteojitos no solo se había liberado de ella, sino que también había asegurado un lugar privilegiado desde donde observar cómo los demás resolvían los enredos de la vida de Arturo. En su mente, todo era muy simple: el conejo debía conservarse mientras fuera útil, las mascotas debían conservarse mientras fueran útiles, pero Arturo debía mantenerse.

Bajo esta doctrina simple y efectiva, Ateojitos entendió a la perfección que no había motivos para prolongar la estancia de Pompón en este hogar, especialmente cuando dos nuevas mascotas con la capacidad de hablar habían aparecido. Su mandona voz era una tortura, su falta de diplomacia era repulsiva, y la idiotez de transformar a Arturo en un niño incapaz de protegerse a sí mismo fue la gota que derramo el vaso.

Pero el astuto Anteojitos no mostró sus verdaderos colores; sabía que Pompón estaba al mando y mientras este fuera el tirano de la casa, no podía hacer nada para derrocarlo. Sin embargo, la paciencia dio sus frutos y llegó Sir Reginald a la casa. El cerdo le mostró a Anteojitos el arma para deshacerse de Pompón, pero una vez más, el ojo volador decidió jugar sus cartas en silencio. Consciente de que tarde o temprano el egoísmo de Pompón volvería a manifestarse, tal como lo hizo cuando transformó a Arturo en un niño para recuperar su juventud.

Y así ocurrió: Pompón se convirtió en historia. Ahora solo quedaban las mascotas y un trono vacío, gobernado por un niño ingenuo e inocente, incapaz de manejar el poder. Tal como había predicho Anteojitos, la anarquía se apoderó del hogar hasta que inevitablemente la situación de Arturo obligó a las mascotas a buscar un reemplazo para la tiranía de Pompón, una nueva forma de gobierno donde todos fueran escuchados y nadie viera cómo sus propios placeres se esfumaban por los caprichos de otra criatura.

Arturo debía ser el rey; su vínculo especial lo colocaba en ese lugar. Si el niño moría, ellos morirían. No podían seguir arriesgando sus vidas con disputas constantes por el poder. Finalmente, la paz se hizo presente, de forma ridícula, espontánea y con la intervención del gusano gigante, que aunque siempre había permanecido en silencio, se dio cuenta de que la lucha entre las mascotas ponía en peligro su propia existencia.

Anteojitos no hizo nada para evitar esta tregua entre las mascotas que proyectaban su poder en la capacidad de comunicarse con palabras, prefería la molesta y burocrática lucha entre el cerdo y el parásito. Siempre lenta, siempre buscando favores de los demás, siempre cuidadosa de lo que pensarían los demás si hicieran tal movimiento, o por el contrario, no lo hicieran en absoluto. Esta democracia lenta y pedante le era útil, lo favorecía y le daba la importancia que merecía. Cuando la misma flaqueaba, bastaba con imponer su voluntad con un gesto delicado, sin necesidad de destacar que lo dicho por él debía hacerse obligatoriamente. Al fin y al cabo, cuando tu presencia e información eran superiores a los demás, solo bastaba un ligero golpe, un movimiento o una mirada para que el resto de personajes secundarios comprendiera tus intenciones.

Las mascotas trabajaban, cuidaban al niño, lo mimaban y de vez en cuando escuchaban sus caprichos. Mientras tanto, él se dedicaba a sus propios juegos, saboreando la exquisita comida y contemplando el espléndido paisaje que se extendía más allá de la ventana de su habitación, obteniendo recompensas acordes a la evolución de Arturo en la sociedad. Mientras tanto, el niño era manipulable, era feliz; las mascotas eran manipulables y eran felices. Y, sobre todo, él era más feliz desde que la mandona voz del conejo blanco se había extinguido para siempre y nadie siquiera pensaba en imponer sus caprichos ante la voluntad dé los demás.

Mientras Anteojitos disfrutaba su comida divagando en sus propios pensamientos, Arturo, el menos consciente de las complejidades políticas que se tejían a su alrededor, simplemente disfrutaba del espectáculo. Su mente estaba ocupada con pensamientos más simples, principalmente relacionados con la comida que tenía delante, la sensación de camaradería que llenaba la habitación y lo que ocurriría durante las contrataciones.

Sir Reginald paseaba entre las mascotas masticando una manzana con una satisfacción que iba más allá del sabor dulce y crujiente. Caminaba con pomposidad, asegurándose de que cada mascota estuviera disfrutando de su plato favorito. Su pezuña ocasionalmente golpeaba el suelo, un recordatorio silencioso de su autoridad y de la importancia de este día.

Mientras tanto, Tentaculín se las arreglaba para domar la comida que buscaba escapar a toda costa para no ser devorada, su curiosidad gastronómica tan vasta como su forma física. Por otro lado, el gusano gigante se deleitaba con su maltrecho brebaje, ajeno a las sutilezas de la situación, contento en su pequeño mundo de oscuridad y sabor.

Y así, entre el desayuno y susurros nerviosos, la mañana se deslizaba hacia el inicio de las contrataciones. Las mascotas, alertadas por las advertencias de las diminutas criaturas que adoraban a Copito, comenzaron a hacer los preparativos finales para el gran espectáculo que estaba a punto de comenzar en tan solo cinco minutos.

—Solo faltan cinco minutos... —Murmuró Arturo, mirando con impaciencia el cronómetro en el espejo.

—Tranquilo, niño —Susurró Shily— Según lo que nos contó Anteojitos, tendremos que esperar a que lleguen todos los estudiantes antes de que aparezcan los jefes con sus contratos. Por lo tanto, no tendremos que sorprender a nadie, al menos no hasta que empiecen las contrataciones.

—¡Ya, dejen de hablar en voz baja! ¡Arturo, tomate las pociones que guardamos para la ocasión! La de Risas Infinitas y la que te permite cambiar de forma, la otra guárdala en tu bolsillo y espera que te digamos cuándo usarla—Exclamó Sir Reginald mientras su cola de cerdo temblaba histéricamente, mostrando lo nervioso que se encontraba.

Arturo obedeció y tomó la poción de Risas Infinitas, aunque al ingerirla no sintió absolutamente nada. La poción parecía no haber hecho efecto debido a que se superponía con el efecto de su habilidad pasiva. Sin embargo, la poción sí tuvo un efecto placebo y Arturo se sintió un poco más afortunado, como si el día estuviera obligado a sonreírle y nada malo pudiera pasar durante las contrataciones.

—¿Crees que al niño se le otorgara un trabajo digno de la nobleza, Shily? —Preguntó Sir Reginald en voz baja.

Shily suspiró con enfado, tratando de mantener la calma al notar la preocupación en los ojos del cerdo: —No lo sé, Sir Reginald. Solo puedo esperar lo mejor para nosotros.

Arturo, por otro lado, estaba ocupado revisando el inventario en busca de la poción que guardaron para la ocasión. Su expresión se volvió preocupada cuando no pudo encontrarla de inmediato.

—¡Maldición! ¿Dónde demonios está la poción de Transformación Ilusoria? —Exclamó Arturo, frunciendo el ceño.

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—¿La has perdido, Arturo? ¡Te la dimos anoche para que no lo olvidaras, carajo! —Preguntó Sir Reginald, alarmado.

—¡No puede ser que seas tan idiota, niño! —Agregó Shily, mirando a su alrededor con nerviosismo— Necesitamos encontrarla antes de que comiencen las contrataciones.

La ansiedad se apoderaba lentamente del grupo mientras buscaban frenéticamente la poción extraviada. Cada minuto que pasaba aumentaba la sensación de urgencia, y Arturo sentía que el tiempo se estaba agotando.

—¡Esperen! —Exclamó Arturo, con los ojos brillantes de repente— Creo que recuerdo haberla dejado en el subsuelo ¡Voy a buscarla, no se preocupen!

Con un rápido movimiento, Arturo desapareció de la habitación, dejando a Shily y Sir Reginald con la esperanza de que encontrara la poción a tiempo.

—Espero que Arturo regrese pronto —Susurró Sir Reginald, mirando hacia las escaleras con preocupación.

—Lo sé. No podemos permitirnos empezar las contrataciones de esta manera —Respondió Shily, apretando los dientes con enfado.

El tiempo parecía detenerse mientras las mascotas esperaban la vuelta de Arturo. Cada segundo que pasaba era como una eternidad, y Sir Reginald sentía que su corazón latía con fuerza en su pecho. Finalmente, después de lo que pareció una década, los ruidos de pasos subiendo las escaleras pudieron escucharse y Arturo apareció jadeando, con una sonrisa triunfante en el rostro.

—¡La encontré! —Exclamó, sosteniendo la poción de Transformación Ilusoria— Estaba justo donde la dejé ¡Ahora estamos listos para lo que sea que nos depare el destino!

Shily y Sir Reginald dejaron escapar un suspiro de alivio mientras Arturo se unía a ellos nuevamente. Con la poción asegurada, se sentían más preparados para enfrentar lo que fuera que estuviera por venir.

Con el aumento de moral que le proporcionaba la sensación de que nada podía salir mal en ese día, Arturo se preparó para tomar la poción de Transformación Ilusoria. Sin embargo, antes de que pudiera darle un sorbo, Shily lo interrumpió bruscamente, recordándole:

—Ten cuidado con esa poción, Arturo. Debes transformarte en algo poderoso, algo que llame la atención y sea particularmente impresionante tanto para los hombres como para las mujeres.

—Además, debe ser noble y poderoso, como un general de guerra. No te vayas a transformar en un animal que parezca idiota o incapaz de seguir órdenes —Advirtió Sir Reginald, consciente de que en manos de Arturo, la poción era más una apuesta a la buena fortuna que una ayuda segura— Ya tienes muchas mascotas, por lo que es importante que te transformes en una imagen similar a ti mismo, pero más llamativa, más impresionante.

Arturo se quedó meditando durante bastante tiempo. No estaba demasiado preocupado por el fracaso de la transformación y no temía que lo convirtiera en un ser repulsivo. El niño tenía confianza en que todo saldría bien; la poción de risas infinitas le había dado esa confianza. Ahora, sus dudas residían en cómo podría transformar su cuerpo para hacerlo lucir más impresionante. Mientras Arturo pensaba, el tiempo no se detenía; el universo no esperaba por él como si esperaba por los héroes de una gran historia. Los cinco minutos pasaron y las contrataciones habían comenzado.

—¡Arturo, deja de hacer tonterías y usa la maldita poción! —Gritó Sir Reginald, pero ya era demasiado tarde.

—¿Por qué me gritas? Todo va a salir bien… Hoy los dioses nos están mirando y quieren que armemos un buen espectáculo… —Tranquilizó Arturo a su mascota, utilizando el gran poder que le otorgaba la confianza en sí mismo—¿Ves? Solo nos enviaron una carta; aún tenemos tiempo para prepararnos.

Sir Reginald miró con preocupación a Arturo, pero pronto se dio cuenta de que, por fortuna, el niño tenía razón. Solo habían recibido una carta y aún tenían que leerla si querían asistir a las contrataciones.

Con un suspiro de alivio, Sir Reginald se acercó al espejo y seleccionó la carta. Juntos la leyeron con atención, absorbiendo cada palabra y cada instrucción detallada. La carta, escrita con elegancia en pergamino dorado, les informaba sobre los protocolos y las expectativas para el evento de contratación:

> Querido Arturo,

>

> Me dirijo a ti con gran honor y entusiasmo en esta ocasión especial. Con gran placer te invitó personalmente al tan esperado día de las contrataciones, que comenzará exactamente en 5 minutos.

>

> Tu destacada excelencia académica y habilidades sobresalientes te han hecho destacar entre todos los demás estudiantes de tu camada, y sería un honor para todos contar con tu presencia en este evento trascendental.

>

> Te pido que te presentes en la gran plaza, donde se han dispuesto los puestos respectivos para cada uno de los estudiantes. Es importante que asistas con una vestimenta acorde a la solemnidad que merece esta ocasión, demostrando el respeto y la importancia que le otorgas a este evento.

>

> Es probable que ya hayas escuchado rumores acerca de este importante día, pero quiero recordarte que durante el desarrollo del evento será necesario que firmes un contrato con alguno de los jefes. Este contrato marcará el inicio de tu trayectoria profesional y el comienzo de una nueva etapa llena de oportunidades y desafíos.

>

> Por último, te recomiendo encarecidamente que seas puntual y te presentes al evento dentro de los próximos 5 minutos, ya que de lo contrario podría haber serias consecuencias.

>

> Tu presencia es fundamental para el éxito de este evento, y espero con ansias poder darte la bienvenida y celebrar tu futuro brillante. Cuando estés listo, solo di las siguientes palabras: “Soy el mejor estudiante de mi camada”

>

> Con todo mi respeto y admiración, Juan, el Gran Anciano”

—¡Vaya! —Exclamó Arturo, con los ojos brillantes de emoción—Parece que incluso diseñaron unas palabras mágicas especiales para nosotros.

Shily asintió con entusiasmo, compartiendo el sentimiento de optimismo del niño.

—Entonces, ¿estamos listos para mostrarles a todos de qué estamos hechos? —Preguntó Arturo, con una sonrisa determinada en el rostro.

—¡Por supuesto que sí! —Respondió Sir Reginald, con un brillo de determinación en sus ojos— ¡Es hora de brillar!

Con un gesto decidido, Arturo tomó la poción de Transformación Ilusoria y la ingirió de un solo trago. Un estallido de luz intensa envolvió su figura, mientras la poción desataba su magia, moldeando su apariencia en algo verdaderamente imponente y majestuoso. Mientras el resplandor lo envolvía, Arturo no necesitó ni siquiera mirarse en el espejo para confirmar su transformación; su confianza rebosaba de tal manera que no necesitaba validación externa. Con un orgullo imponente y una determinación que desafiaba cualquier duda, pronunció las palabras mágicas con una voz que resonarían por cada habitación en la academia hasta el fin de los días:

—¡Soy el mejor estudiante de mi camada!

Un destello de luz plateada envolvió a todos los presentes, dejando el hogar completamente vacío.

Lo que ocurrió a continuación podría describirse como un mito, una leyenda que quedaría grabada en el corazón de todos los presentes, pero que sería cuestionada hasta el hartazgo por los desafortunados que no pudieron participar en las contrataciones de este año.

Pero más allá del mito, este año marcaría un punto de inflexión en la historia y daría comienzo a lo que los hombres de esta época conocerían como la llegada de “Él”.

Según los rumores que se fueron cultivando con los años, sólo hubo siete aprobados en esta camada repleta de leyendas, cada uno ocupando con orgullo los puestos que les habían asignado.

Se suponía que sus puestos serían simples cajones de madera, como siempre había ocurrido desde la caída de los gremios. Pero la leyenda no se hubiera creado si estas contrataciones hubieran sido como todas las demás.

Sin embargo, no solo eran los puestos; toda la plaza se había transformado en algo que los jefes nunca habían visto en sus vidas. Los rumores dicen que fue un arreglo hecho por el gran anciano, quien casualmente sabía que sería ascendido tras estas contrataciones y quería despedirse de este evento con un espectáculo nunca antes visto en estos tiempos. Un evento tan glorioso y grande que incluso el espectáculo que él mismo había presenciado durante sus propias contrataciones antes de la caída de los gremios quedaría reducido a la ridiculez.

La gran plaza donde se llevarían adelante las contrataciones era un escenario mágico y colosal que se extendía como un lienzo infinito bajo el cielo estrellado que era simulado por unas coloridas lámparas dispersas por el techo de mármol negro. Por casualidad en este cielo artificial no había luna, o tal vez la casualidad no tenía nada que ver, y en su lugar el fenómeno era un recuerdo del gran anciano del día en que cayeron los gremios.

El suelo de la plaza estaba hecho de láminas de ébano, pulidas hasta alcanzar un brillo espejado. Al caminar sobre ellas, los jefes sentían que flotaban sobre un abismo de constelaciones. Unos gigantescos pilares nacían de las láminas de ébano y se imponían como estatuas colosales. Estas estructuras de cristal iridiscente se alzaban hacia el firmamento, sus puntas fundiéndose con las lozas de mármol negro. Cada pilar era un homenaje a los elementos: el fuego, el agua, la tierra y el aire. Sus superficies reflejaban destellos de luz, como si los propios elementos bailaran en su interior.

En el centro, un obelisco de cristal se alzaba majestuoso. Su superficie parecía estar en constante movimiento, como si contuviera las memorias de todos los estudiantes que habían pisado la plaza. Unos pintorescos jardines rodeaban el obelisco. Cada sección estaba dedicada a una estación del año, y las flores y árboles florecían en un eterno ciclo. En primavera, los cerezos derramaban sus pétalos rosados como lluvia de confeti. En verano, las rosas ardían en tonos carmesí y naranja. En otoño, los álamos temblaban con hojas doradas. Y en invierno, los abetos se vestían de blanco, como si llevaran mantos de nieve.

En medio de cada uno de los jardines se encontraban unas fuentes que eran un espectáculo en sí mismas. Agua cristalina brotaba de esculturas que representaban a los 5 dioses principales: Aldor, Kaira, Lysor y Selva. Curiosamente, no había ninguna estatua de Felix a la vista, una posible venganza del gran anciano por no recibir ningún favor divino de su parte.

Unos arcos de luz cruzaban el gran obelisco en un arco iris interminable. Cada arco representaba una emoción: el rojo era la pasión, el azul la serenidad, el verde la esperanza y el violeta la nostalgia. Finalmente, a los pies del obelisco se encontraba el trono donde se sentaba el gran anciano. Tallado en madera de árbol antiguo, el trono estaba incrustado con gemas de todos los colores. Según la leyenda, se decía que quien se sentara en él podía ver el pasado y el futuro, y que el gran anciano compartía su sabiduría con aquellos dignos de escucharla.

El gran anciano se alzaba en su trono con una presencia imponente. Vestido con una túnica de terciopelo oscuro que parecía absorber la luz de las estrellas que iluminaban la plaza, su figura destacaba entre los colores vibrantes del entorno. Su túnica estaba adornada con bordados dorados que relucían sutilmente, reflejando la riqueza de su posición y diferenciando sus prendas de las túnicas harapientas que usaban los estudiantes.

Su cuerpo, aunque en apariencia frágil por la edad, irradiaba una energía que trascendía lo físico. Con cada gesto y movimiento, emanaba una sabiduría ancestral que envolvía a quienes lo rodeaban. Sus ojos negros, profundos y penetrantes, parecían contener los secretos del universo, mientras que su mirada tranquila y compasiva inspiraba confianza y respeto en igual medida.

La actitud del gran anciano era una mezcla de calma y autoridad. Si bien su presencia imponía respeto, su expresión facial y su voz eran cálidas y acogedoras. Se sentaba en su trono con la dignidad de quien ha visto pasar los siglos, pero también con la humildad de quien reconoce que los verdaderos protagonistas de esta fiesta eran los estudiantes que habían aprobado el gran examen.

Los seis estudiantes seleccionados para ocupar los puestos de honor en los jardines que rodeaban al imponente obelisco se destacaban entre la multitud con sus coloridas prendas, cada uno emulando la majestuosidad y la gracia de un pavo real en pleno esplendor. Vestidos con prendas exóticas y adornadas con bordados brillantes y detalles exquisitos. Cada estudiante había elegido las mejores prendas que había obtenido durante su infancia, por lo cual la estética era llamativa, pero evidentemente no seguía un orden estricto y a los ojos de alguien perfeccionista sería inquietante mirar mucho a estos jóvenes llenos de sueños y esperanzas.

En el jardín de primavera se encontraba el primer estudiante. Su puesto estaba decorado con flores frescas y delicadas, creando un ambiente de belleza y renovación. Su atuendo estaba completo con una corona de flores rosadas que resaltaba su cabello oscuro como la noche. Dado que la corona era la única prenda que quedaba a juego con el paisaje del jardín, uno podía suponer que el gran anciano había sacado a relucir sus riquezas regalándole una prenda a este estudiante.

En el jardín de verano se encontraba el segundo estudiante. Su puesto estaba rodeado de arbustos floridos y enredaderas exuberantes, creando un escenario de pasión y vitalidad. Sus cabellos dorados caían en cascada sobre sus hombros, resplandeciendo bajo los rayos del sol de su corona de fuego.

En el jardín de otoño, donde los álamos temblaban con hojas doradas, se encontraba el tercer y el cuarto estudiante. Sus puestos estaban decorados con guirnaldas de hojas secas y ramas entrelazadas, creando un ambiente de melancolía y nostalgia. Sus ojos oscuros brillaban con la sabiduría de los antiguos, mientras que sus cabellos estaban trenzados con hojas doradas y amarillas que relucían bajo la luz de las estrellas.

En el jardín de invierno se encontraban el quinto y el sexto estudiante. Sus puestos estaban decorados con copos de nieve brillantes y cristales de hielo, creando un ambiente de pureza y serenidad. Sobre sus cabezas, una corona de cristal que remarcaba sus cabellos plateados, los cuales caían en mechones ondulados sobre sus hombros, brillando como la luz de las estrellas en una noche clara.

Después de atravesar los jardines de invierno y otoño, saludar al Gran Anciano que se sentaba con dignidad en su trono a los pies del obelisco, y cruzar los jardines de verano y primavera, los jefes finalmente llegaban al último y más magnífico de todos los escenarios: el puesto de “Él”. Este puesto era el más imponente y majestuoso de todos, diseñado para dejar una impresión duradera en la mente de aquellos que lo presenciaban.

El puesto de “Él” se alzaba como una torre de poder y grandeza, con una estructura de cristal reluciente que parecía tocar el cielo mismo. Su forma elegante y aerodinámica se destacaba contra el fondo de los exuberantes jardines y el brillo del obelisco. Cada detalle del puesto estaba cuidadosamente elaborado para transmitir una sensación de dominio y autoridad, desde los intrincados grabados en el cristal hasta los pilares tallados con símbolos divinos.

A medida que los jefes se acercaban al puesto de “Él”, eran recibidos por una pasarela de mármol blanco que conducía directamente hacia la entrada principal. A lo largo de la pasarela, un ejército de hombres de galletitas sostenían antorchas encendidas iluminando el camino, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de cristal y creando un ambiente de misterio y anticipación.

Tras subir las escaleras de caracol, los marcos que daban entrada al puesto estaban custodiados por 5 robustos hombres lagartos en cada uno de los extremos, revelando un interior lleno de maravillas y sorpresas. El suelo de obsidiana brillaba bajo la luz de las estrellas, mientras que las paredes de cristal reflejaban destellos de colores brillantes. En el centro del espacio, un trono de oro macizo se alzaba sobre un pedestal de mármol, coronado por un malévolo ojo volador que flotaba en el aire. Pero para llegar al trono, los jefes debían caminar por una alfombra de color rojo bordada de detalles de oro. Custodiando esta noble caminata se encontraban miles de criaturas en miniaturas y otras criaturas de lo más curiosas que recibían a los visitantes con ojos inquisidores.

El trono estaba adornado con joyas resplandecientes y representaciones de las hazañas que había logrado el joven que lo ocupaba. Alrededor del trono, una serie de altares y pedestales sostenían a las mascotas de este joven. Un cerdo noble rodeado de otros cerdos guardianes, un esclavo corrompido por una entidad maligna, un tentáculo gigante que se enrollaba sobre su pedestal, un gusano gigante que miraba nerviosamente a su alrededor en busca de algo que no encontraba y un puffin que saltaba alegremente a la presencia de cada nuevo jefe que entrara en el salón del trono.

El estudiante que ocupaba este puesto, conocido simplemente como “Él”, estaba vestido con una túnica de seda negra adornada con bordados de oro y plata. Su presencia era tan imponente como la de un rey, con una mirada que penetraba hasta lo más profundo del alma y una voz que resonaba con autoridad y respeto. Cada gesto suyo estaba lleno de gracia y poder, como si estuviera destinado a gobernar sobre todos los presentes.

A medida que los jefes se acercaban al trono de “Él”, podían sentir la energía que emanaba de su presencia, una mezcla de magnetismo y misterio que los envolvía y los dejaba sin aliento. Era como si estuvieran frente a una fuerza de la naturaleza, una entidad divina que había venido a reclamar su lugar en el mundo.

El puesto de “Él” era el culmen de la celebración, el punto focal alrededor del cual giraba toda la atención y el asombro de los presentes. Era un recordatorio de que, aunque los otros estudiantes fueran talentosos y dignos de admiración, sólo “Él” estaba destinado a ocupar el lugar más alto en la jerarquía de poder y conocimiento. Y mientras los jefes contemplaban su magnificencia, sabían que estaban presenciando el comienzo de una nueva era, una era gobernada por la presencia indomable y la sabiduría suprema de “Él”.

--------------------------------------------------- Colorín colorado este cuento se ha acabado ---------------------------------------------------

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