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17 - Manjares

Arturo despertó después de un sueño restaurador, sintiéndose lleno de energía para enfrentar el desafío que tenía por delante: finalmente, organizar su inventario. Había estado acumulando paquetes y objetos en su inventario, y después de las recientes compras, era hora de poner fin a ese desorden.

Al teletransportarse de regreso a su dormitorio, Arturo encontró a Anteojitos mirándolo con expectación. El pequeño ojo volador había estado esperando ansiosamente para ver qué regalos le habían comprado, y su perezoso dueño se había ido a dormir sin entregárselos, dejándolo en vilo durante toda la noche para descubrir qué recibiría.

Arturo se sintió un poco culpable por haber dejado a su mascota en suspenso durante toda la noche. Sabía que Anteojitos era una parte importante de su vida y que merecía recibir sus regalos, al igual que los había tenido Copito. Con una sonrisa, se acercó a su leal compañero y comenzó a sacar los objetos que había comprado en el mercado de su inventario.

Arturo comenzó por sacar los objetos más importantes de su inventario, las tres piedras de hogar que servían para ampliar su dormitorio. Siguiendo las indicaciones que le había dado el comerciante en el mercado, el jorobado se paró frente a su espejo, sosteniendo las tres piedras de hogar en la mano. Con voz firme, pronunció las palabras mágicas:

> "Hogar, dulce hogar."

Inmediatamente, el reflejo en el espejo comenzó a distorsionarse, revelando lo que parecía ser un armario del mismo tamaño que el espejo. Este espacio era muy similar al salón de trofeos, pero estaba hecho completamente de gruesos trozos de piedra y musgo. A simple vista, parecía vacío, pero Arturo notó que el fondo del armario tenía un aspecto especial. Un gran círculo mágico adornado con inscripciones y runas estaba trazado en tiza blanca sobre la pared. Aunque el dibujo no era precisamente elegante y parecía haber sido trazado por manos temblorosas, era la característica más llamativa de este misterioso armario vacío.

El armario, además de sus gruesos trozos de piedra y musgo, tenía otras peculiaridades que lo hacían único. El piso dentro del armario estaba cubierto de tierra húmeda, y extrañamente, pequeños hongos de colores vibrantes brotaban de ella, creando un paisaje mágico y en miniatura. Cada hongo parecía tener vida propia, emitiendo destellos de luz y desprendiendo suaves melodías cuando se tocaban. Arturo notó que estos hongos brillaban y producían sonidos de manera armoniosa cuando los tocaba en diferentes combinaciones, lo que sugería que podían ser una especie de instrumento musical natural.

Las paredes del armario estaban cubiertas de enredaderas de un verde intenso que se retorcían y crecían en espiral hacia el techo. Pequeñas luciérnagas doradas revoloteaban por todo el interior, iluminando el espacio con una luz suave y cálida. A medida que Arturo exploraba más a fondo, se dio cuenta de que las luciérnagas parecían responder a sus movimientos y emitían destellos brillantes cuando se acercaba a ciertas áreas del armario.

En el centro del fondo del armario, justo dentro del círculo mágico, había un pedestal de piedra tallada con una superficie lisa y pulida. Sobre el pedestal descansaba una roca de color gris, la cual era muy similar a las piedras de hogar que Arturo tenía en las manos en este momento, dando a intuir que también era una piedra de hogar.

Tras haber explorado el armario y no encontrar algún indicio sobre cómo utilizar las piedras de hogar, Arturo se sintió un tanto frustrado. Decidió intentar hacer contacto verbalmente y se presentó en voz alta:

—Hola, soy Arturo, ¿hay alguna especie de guía que pueda ayudarme?

Sin embargo, para su sorpresa, no ocurrió absolutamente nada. Arturo se sintió un poco desorientado, y el conejo que observaba todo el proceso desde la distancia decidió intervenir:

—Siempre hay una guía, lo que ocurre es que no conoces el método para llamar su atención. Ve y pregúntaselo a Momo a cambio de algunos rumores.

Arturo frunció el ceño, mostrando su descontento:

—Eso no me parece muy intuitivo… —se quejó con incomodidad, pero sabía que no tenía otra opción más que ir a negociar con Momo.

Pompón, con calma, le recordó:

—El comerciante quería venderte las piedras, claramente buscaba cerrar el trato.

Consciente de que no había forma de evitarlo, Arturo se teletransportó a una de las aulas comunes, buscó un lápiz, negoció con Momo, lo cual resultó ser un proceso reacio y poco amigable, y finalmente volvió a su dormitorio. Todo este proceso le llevó fácilmente una hora, lo que destacaba lo engorroso que era vivir sin un libro de rumores en su dormitorio.

Tras regresar a su dormitorio, Arturo tuvo la necesidad de invocar al armario nuevamente. Siguiendo el rumor que había aprendido, el joven se agachó y comenzó a tocar los champiñones coloridos que adornaban el suelo del armario, generando una melodía rítmica que llenó la habitación. Los champiñones comenzaron a hundirse lentamente en el suelo a medida que avanzaba la canción, revelando así la presencia de quien debía ser el guía de este peculiar lugar.

La criatura que emergió de entre los hongos era un insecto singular: una oruga de un vibrante color azul intenso, con manchas blancas salpicando su exoesqueleto. La oruga estaba tumbada sobre uno de los hongos y fumaba de una pipa de vidrio que contenía una sustancia azulada de aspecto poco saludable. A medida que exhalaba el humo, la criatura generaba círculos de humo que se elevaban en espiral, como si fumar fuera su pasatiempo favorito.

Arturo quedó impresionado por la extraña visión que tenía frente a él. La oruga azul parecía bastante relajada y despreocupada, lo que lo hizo sentir un tanto incómodo. Sin embargo, sabía que debía obtener respuestas, así que se aclaró la garganta y se dirigió al inusual guía:

—Hola, mi nombre es Arturo, ¿puedes ayudarme? Estoy tratando de entender cómo funcionan estas piedras de hogar, y necesito orientación.

La oruga azul levantó lentamente la cabeza, revelando unos ojos pequeños pero curiosos. Dio una calada más a su pipa antes de responder en un tono tranquilo:

—¿Piedras de hogar, eh? No es algo que escuche todos los días. Pero estoy dispuesto a ayudarte, joven Arturo. Solo necesitas responder a una pregunta: ¿qué es lo que más deseas lograr con el poder de estas piedras?

Arturo se tomó un momento para reflexionar sobre su respuesta. Las posibilidades parecían infinitas, pero finalmente habló con sinceridad:

—Lo que más deseo es tener un lugar cómodo y espacioso para vivir, donde pueda cuidar a mis mascotas y sentirme seguro.

La oruga emitió un suave silbido de aprobación mientras dejaba escapar una bocanada de humo de su pipa.

—Bueno, ya veremos si estas piedras pueden hacer realidad tus deseos. Pero antes que nada, vamos a lo importante: las presentaciones. Soy Azaluz, el Constructor, y es un placer conocerte. Para utilizar las piedras de hogar, simplemente acércalas al círculo mágico, y este las absorberá. Sin embargo, ten en cuenta que no puedes introducir cualquier piedra de hogar en el círculo mágico.

Arturo escuchó atentamente las explicaciones de Azaluz sobre las piedras de hogar y asintió con comprensión mientras sostenía las tres piedras en sus manos. La información proporcionada por el guía era valiosa y le ayudaría a comprender lo que había adquirido.

—¿Cuáles piedras pueden ser absorbidas? —Preguntó Arturo, interesado en conocer las limitaciones del círculo mágico.

Azaluz respondió con calma:

—Las de series distintas. Es decir, no pueden haber dos piedras que se repitan con el mismo color en el panel de construcción. Si quieres intercambiar entre piedras de la misma serie, deberás destruir la que ya se encuentra en este armario antes de poner la otra.

El joven asintió, comprendiendo la importancia de mantener una variedad de colores en las piedras de hogar.

—¿Hay alguna forma de saber qué tan buenas o malas son las piedras que he comprado?—Preguntó Arturo mientras mostraba las tres piedras a la oruga.

Azaluz respondió:

—Cuanto más grande sea la piedra, mejor es. Puedes compararlas con la piedra gris que representa tu dormitorio. Así sabrás cuán buenas o malas son en relación con el espacio que brindan.

Siguiendo las indicaciones de Azaluz, Arturo examinó cuidadosamente las piedras que había adquirido. Comprobó que la piedra vibrante de color rojo tenía el mismo tamaño que la gris, la piedra azul profundo era la mitad de grande que la de su dormitorio y la piedra verde exuberante era solo un cuarto del tamaño de su dormitorio.

—Gracias por la información, ¿hay algo más que deba considerar?—Preguntó Arturo antes de decidir colocar las piedras en el círculo mágico.

Azaluz le dio un último consejo con una mirada expectante hacia las piedras en manos de Arturo:

—Sí, recuerda bien los colores de tus piedras. En más de una ocasión he visto a jóvenes confundirse entre un rojo fuerte y un rojo claro, pensando que son iguales y por eso no mejoran sus hogares. Los colores de una misma serie son idénticos. No lo olvides, y buena suerte recolectando más piedras de hogar u otros objetos interesantes.

Con las palabras de Azaluz en mente, Arturo se dispuso a colocar las piedras de hogar en el círculo mágico. La primera piedra fue empujada hacia la pared donde se encontraba el círculo mágico, y esta comenzó a hundirse. En un instante, en una de las paredes del dormitorio, apareció la misma piedra incrustada en un espacio aparentemente aleatorio.

Viendo que las indicaciones del guía habían funcionado, Arturo se apresuró a colocar las otras dos piedras restantes. Sin embargo, al terminar, notó que había un gran problema. Nada había cambiado en su habitación, y ni siquiera un ruido extraño había ocurrido que indicara alguna transformación.

—Para que puedas ver los cambios, deberás salir y volver a entrar en tu dormitorio..—Comentó Azaluz con calma mientras continuaba fumando su pipeta de vidrio, tras notarla mirada aturdida en el rostro del jorobado.

Arturo siguió el consejo y se teletransportó fuera de su hogar antes de volver a ingresar. Al hacerlo, descubrió la agradable sorpresa de que su dormitorio había cambiado. Tres umbrales hechos de toscos trozos de madera habían aparecido en la pared: uno detrás del castillo, otro detrás de la torre y otro en oposición al espejo en el centro de su habitación. Sin poder contener su curiosidad, Arturo se puso a investigar los cambios en su dormitorio.

El umbral detrás del castillo conducía a una pequeña habitación que parecía ser una continuación del dormitorio de Arturo. Al igual que su dormitorio, las paredes, techos y pisos estaban hechos de gruesos trozos de piedra. Sin embargo, una diferencia llamativa era la presencia de una miserable maceta en el medio del cuarto. A pesar de su pequeño tamaño, la maceta había aparecido en esta habitación vacía, lo que sugirió que ahora formaba parte de su dominio.

El umbral detrás de la torre llevaba también a otra extensión del dormitorio de Arturo. Esta habitación tenía un tamaño moderado, y en el centro, se encontraba un pequeño pozo del tamaño de un cubo de basura. Al acercarse al pozo, Arturo descubrió que aparentaba estar lleno de agua cristalina y parecía ser un recurso adicional proporcionado por la piedra de hogar.

El tercer umbral seguía la misma lógica y llevaba a una continuación del dormitorio. Sin embargo, esta habitación era notablemente espaciosa a los ojos de Arturo y tenía el mismo tamaño que su dormitorio original. Lo más llamativo de esta habitación era una tosca fogata encendida en una de las esquinas. La luz cálida y parpadeante de la fogata iluminaba la habitación de manera acogedora.

Lleno de curiosidad por los objetos que habían aparecido en estas habitaciones, Arturo invocó nuevamente al constructor. Tras completar la melodía de los hongos, se encontró con Azaluz mirándolo con curiosidad mientras fumaba su pipeta de vidrio.

—Acabo de notar que, además de las habitaciones vacías, han aparecido algunos objetos. ¿Son míos esos objetos? ¿Qué significan?—Preguntó Arturo, lleno de curiosidad.

La oruga exhaló una gran bocanada de humo antes de responder con calma:

—¿Recuerdas cuál fue el primer mueble que viste en tu vida?

—Mi cama, supongo... —Respondió Arturo, tratando de recordar lo que ocurrió en su habitación en su infancia, aunque no podía recordarlo con precisión.

—Sí, ese mueble apareció junto a tu dormitorio y nunca tuviste que adquirirlo. ¿Por qué crees que ocurrió eso?—Preguntó la oruga con calma.

—¿Por qué este es mi dormitorio? ¿Por eso apareció mi cama?—Preguntó Arturo, lleno de dudas.

—Exactamente, eso es correcto. Por lo tanto, las otras habitaciones que han aparecido en tu hogar también tienen una temática, y el objeto con el que aparecen indica esa temática—Respondió la oruga con calma.

Arturo frunció el ceño y preguntó con escepticismo:

—¿La temática tiene alguna importancia o algún secreto?—Recordaba que en realidad no había dormido en su dormitorio en mucho tiempo, lo que le hacía cuestionar la relevancia de estos objetos y temáticas en su vida.

—Por supuesto, hay secretos que son secretos precisamente porque se mantienen en secreto. Muchos de ellos los conoces, pero los has normalizado tanto que ni siquiera te has dado cuenta de su existencia... —Dijo la oruga mientras fumaba tranquilamente.

Arturo, lleno de dudas, preguntó:

—¿Las tortas de cumpleaños? ¿El espejo?

—Podrían serlo, o tal vez no. Quién sabe. Lo importante es que ahora eres consciente de la existencia de estas temáticas. No necesariamente debes guiarte completamente por ellas, pero en algún momento de tu vida, quizás puedas encontrarles utilidad—Respondió la oruga con calma mientras seguía fumando—Por otro lado, como tu guía, puedo decirte que las tres piedras de hogar que obtuviste pertenecen a la serie del invernadero, el pozo y la sala de aventureros. Y como regalo adicional, has obtenido una maceta, un pozo y una fogata. Puedes disponer de ellos como mejor te parezca.

—Bueno, gracias por el consejo... —Murmuró Arturo, consciente de que sería difícil obtener información a través de rumores. Dado que los estudiantes que habían adquirido estas piedras en el pasado únicamente tenían siete días para desvelar sus secretos antes de perder acceso al famoso libro de rumores. De hecho, el mismo problema surgía con los eventos que ocurrían después de las conocidas “contrataciones”. Desde la perspectiva de Arturo, el mundo parecía terminar después de esa fecha, y todo lo que seguía era un inmenso vacío existencial.

Tras haber terminado la ampliación de su hogar, Arturo cerró el panel de hogar y entró en su inventario con lo cual la usual notificación apareció frente a sus ojos.

Inventario Colchón 2 Túnica 3 Regalo 1 Objetos y Paquetes recientemente adquiridos a nombrar 41

—41 objetos... —Murmuró Arturo lentamente, consciente de que lo que vendría a continuación sería un proceso largo, molesto e incómodo—Tal vez no debería haber gastado todas las reliquias en el mercado.

El conejo anciano, mirando el inventario de Arturo con curiosidad, respondió:

—Claro que debías hacerlo. De todas formas, podemos conseguir más. Las reliquias por sí mismas no tienen ninguna utilidad.

—¿Por dónde debería empezar?—Murmuró Arturo, sintiéndose abrumado por la cantidad de objetos que ahora tenía.

Pompón ofreció una recomendación:

—Comencemos con lo esencial. Utilicemos la habitación grande para colocar los objetos que nos ayudarán a generar nuestra comida. La habitación mediana será para los objetos de Anteojitos, y luego decidiremos qué hacer con la habitación más pequeña.

Siguiendo el consejo del sabio conejo, Arturo tomó la decisión de clasificar los 41 objetos en subgrupos con el fin de tener una mejor visualización de su inventario. Como resultado de esta organización, solo cuatro objetos quedaron frente a los ojos de Arturo. Estos cuatro objetos, junto con la comida de los minihumanos, se erigían como la piedra angular de su supervivencia, ya que cada uno de ellos desempeñaba un papel crucial en la generación de alimento, aunque lo hicieran de formas diversas.

—Tras haber comprado las piedras de hogar solo tenía diez reliquias restantes,¿Crees que gastar cuatro de las diez reliquias en mí mismo, otras cuatro en Anteojitos y dos en mejorar mi futuro fue una buena inversión?—Preguntó Arturo con ciertas dudas.

Pompón respondió con calma:

—No morirte de hambre, Arturo, me parece que es una forma indudable de mejorar tu futuro. Cazar tesoros, lo consideraría como una manera de pasar el tiempo durante el año que tendrás que esperar en la academia. En cuanto a gastar cuatro reliquias en Anteojitos, eso puede ser discutible, pero ten en cuenta que las reliquias van y vienen con el viento, mientras que la felicidad que te brinda tu mascota es eterna.

Las palabras del conejo resonaron en la mente de Arturo, recordándole que, en este extraño mundo lleno de reliquias y secretos, la supervivencia y la felicidad no siempre se medían en términos convencionales.

Arturo tomó el primero de los cuatro objetos, un cristal de un intenso color rojo sangre, sorprendentemente similar al que había usado para invocar a Anteojitos, casi idéntico en realidad.

Con determinación y curiosidad en sus ojos, Arturo se dirigió hacia la habitación donde se encontraba la fogata, experimentando una extraña sensación de alegría al ver la habitación completamente vacía. Buscando ahorrar espacio, el joven se aproximó a una de las esquinas de la habitación y con cuidado colocó el pequeño cristal en el suelo.

Pasó el tiempo y el cristal reposaba en el suelo, mientras tanto Arturo se mantuvo en la distancia, observando con cautela. Inicialmente, no sucedió nada; el silencio llenó la habitación mientras el joven aguardaba con la respiración contenida. Pero entonces, de manera gradual y casi imperceptible, el cristal comenzó a emitir un resplandor rojo, como si estuviera cobrando vida propia. Las llamas de la fogata danzaban y arrojaban sombras en las paredes, aportando un aura inquietante a la escena. Mientras que la temperatura de la habitación comenzó a elevarse de manera gradual a medida que el cristal brillaba.

El cristal vibraba ligeramente en el suelo, como si respondiera a una frecuencia inaudible. Una tensión abrumadora llenó el aire, y Arturo sintió un hormigueo en la piel mientras el cristal se movía por sí solo, arrastrándose unos centímetros en la dirección del centro de la habitación. Un escalofrío recorrió su espalda mientras seguía observando, sin atreverse a acercarse demasiado al misterioso objeto.

Poco a poco, el cristal comenzó a cambiar de forma mientras se arrastraba en el suelo en círculos. La superficie lisa y fría se retorcía y se fundía, adquiriendo una textura viscosa y repugnante. Gotas de una sustancia negra y viscosa comenzaron a escapar del cristal, goteando en el suelo como sangre pútrida. Arturo observó con asombro mientras el cristal se transformaba en un enorme cascarón, como si estuviera gestando algo dentro de sí.

Cuando creció lo suficiente el cascarón se partió en dos con un estruendo atronador. A través de la fisura, emergió una masa viscosa y grotesca. Era un gusano inmenso del tamaño de un armario, con una piel rugosa y resbaladiza que parecía estar compuesta de un moco baboso. Su cuerpo estaba cubierto de pústulas y llagas que exudaban una pasta repugnante de un color amarillento.

El gusano demoníaco se deslizó torpemente hacia el centro de la habitación, moviéndose con poca o nula agilidad debido a su imponente tamaño. A medida que avanzaba, su cuerpo emanaba un hedor nauseabundo que llenaba la habitación y hacía que el aire se volviera irrespirable. La temperatura continuaba aumentando, y las llamas en la fogata ardían más intensamente, como si estuvieran respondiendo a la presencia de la criatura infernal.

La criatura se detuvo junto a un extraño montículo de piedras que se alzaba en el centro de la habitación a medida que la criatura se dirigía al lugar. Estas piedras estaban cubiertas de extraños glifos y símbolos que parecían estar vivos, pulsando y latiendo como si tuvieran una conciencia propia. Un charco de sangre oscura brotaba constantemente de las grietas de estas piedras, pero de la misma forma en que aparecían por las grietas también desaparecían, evitando que la habitación se indurara de esa sangre putrefacta y aspecto desagradable.

Tras llegar al montículo, el gusano se instaló en la parte superior del mismo como si se tratara de su nido. Sin dudarlo, el gusano demoníaco extendió su mandíbula grotesca y comenzó a alimentarse de la sangre que emanaba constantemente de entre las piedras donde estaba apoyado. Sus colmillos desgarradores mordieron las piedras con una ferocidad insaciable, y su cuerpo empezó a hincharse a medida que se llenaba de la sustancia carmesí. Era una escena grotesca y macabra, pero también fascinante en su terrorífica belleza.

A medida que el gusano se alimentaba, su cuerpo comenzó a cambiar. Las pústulas y llagas en su piel comenzaron a sanar, y su color se volvió más vibrante. Sus ojos, inicialmente opacos y sin vida, empezaron a brillar con una malicia maligna. La criatura parecía estar absorbiendo la esencia de la sangre que consumía, fortaleciéndose con cada gota.

Luego, algo aún más perturbador ocurrió. A medida que el gusano seguía alimentándose, comenzó a segregar una sustancia viscosa y pegajosa de su boca. Esta sustancia era una especie de saliva densa y gelatinosa que se esparció por el suelo de la habitación en los alrededores del montículo donde la criatura reposaba, creando una fina capa que brillaba de manera ominosa bajo la luz de las llamas de la fogata.

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Pero lo más sorprendente fue lo que sucedió después. De la saliva que había dejado atrás, comenzaron a emerger pequeños huevos de un color rojo profundo. Estos huevos eran del tamaño de pelotas de golf y parecían tener vida propia, palpitaron y se retorcieron mientras la criatura continuaba alimentándose. Eran los frutos de su grotesco festín, una nueva fuente de alimento que surgía de su propia existencia.

Los huevos se abrieron lentamente, revelando pequeñas criaturas que se asemejaban a larvas, pero con una apariencia aún más espantosa. Comenzaron a moverse con torpeza, arrastrándose hacia el gusano demoníaco y siendo devoradas por él sin piedad. Las larvas que lograban sobrevivir al festín de su madre se abrían paso con esfuerzo entre las grietas del montículo donde ella reposaba, desvaneciéndose en medio de la sangre negra que constantemente emitía. Parecía que habían superado con éxito la dura prueba de la selección natural y se encaminaban hacia una gran existencia.

Con una precaución notable, Arturo se aproximó lentamente a su nueva mascota, observando el extraño proceso de generación de alimentos que tenía lugar frente a sus ojos. Con un gesto decidido, tomó uno de los huevos que emergían de la baba de la criatura y lo masticó. El sabor resultó ser una experiencia repugnante, pero extrañamente, tenía un matiz a cereales y ofrecía un valor nutricional sorprendente. A pesar de la repulsión inicial, Arturo no pudo evitar sentir una sensación de satisfacción al saber que el primer objeto no resultaba ser una cruel estafa.

Con admiración y asombro, Arturo contempló a su nueva mascota. Según lo que el mercader le había revelado, esta criatura también pertenecía a la raza de criaturas abismales, al igual que Anteojitos. Sin embargo, a diferencia de su mascota voladora, esta era notablemente lenta y nunca se movería del montículo de piedras donde reposaba por voluntad propia, por lo que no se la podía sacar a pasear como a un perro. La verdadera función de esta mascota era proporcionar alimento a los esclavos y otras criaturas; aparentemente, eran muy populares entre los estudiantes debido a su eficiencia en la generación de alimentos con los que se podía cuidar a varias mascotas. Además, el gusano no solía causar molestias y no pedía cuidados especiales, ya que parecían contentos en su montículo. Por lo que eran mascotas perfectas si solo te gustaba admirar la grotesca y fascinante apariencia de esta no tan noble criatura.

Arturo, mientras observaba a la criatura con interés, comentó:

—Me sorprende que la leyenda de Colmillitos existiera, teniendo en cuenta que hay formas tan accesibles de conseguir alimentos...

Pompón respondió con sabiduría:

—Antes, el mercado no existía tal como lo conoces, y de hecho, ese lugar era la plaza donde se llevaban a cabo las contrataciones antes de que quedara pequeña. Si no me equivoco, en ese sitio se comerciaba únicamente entre estudiantes en aquel entonces. Con el tiempo, muchas cosas cambiaron en todos los rincones de la academia, y la aparición de los mercaderes fue uno de esos cambios...

Arturo, intrigado, formuló otra pregunta: —¿Tú estabas vivo en la época en la que vivió Colmillitos?

El conejo, con un toque de melancolía en su mirada, respondió:

—Probablemente, pero no lo recuerdo. Mi memoria se detiene en el momento en que rejuvenecí, y durante mi proceso de envejecimiento compartía mi tiempo con los conejos, viviendo una vida tranquila y alegre hasta que volviste a aparecer. Sin embargo, a partir de lo que he leído sobre lo que te ocurrió en la plaza y las cartas que recibiste el día del alzamiento de la luna de sangre, pude elaborar una historia coherente y hacer suposiciones sobre cómo eran las cosas en el pasado.

Tras sus palabras, el conejito extendió su patita hacia Arturo y, con calma, prosiguió:

—De todas formas, el pasado es cosa del pasado. Ahora, vayamos a ver si los otros tres objetos funcionan. Deberían funcionar igual de bien que esta mascota, y si lo hacen ya habremos solucionado el primer gran problema que tuvimos que afrontar juntos.

Arturo asintió con determinación y dejó a la criatura demoníaca continuar con su extraño ciclo de generación de alimentos en paz. El jorobado se dirigió hacia los tres objetos restantes que aguardaban en el espejo.

El siguiente objeto que Arturo sacó de su inventario era una galleta de chispas de chocolate, lo que indicaba claramente el tipo de comida que esta galleta tenía la capacidad de generar. Con una sonrisa traviesa en el rostro, Arturo sostuvo la galleta en su mano, sabiendo que estaba a punto de presenciar algo verdaderamente sorprendente. Con pasos decididos, se encaminó hacia la habitación donde se encontraba el gusano gigante, manteniendo la galleta firmemente en su mano mientras avanzaba. Al llegar a una de las esquinas de la habitación, Arturo colocó la galleta cuidadosamente en el suelo y aguardó con expectación para ver qué sucedería a continuación.

El ambiente era tenso mientras Arturo observaba la galleta en el suelo. No pasó mucho tiempo antes de que una pequeña piedra de la pared más cercana a la galletita comenzara a desprenderse, cayendo con un susurro sutil. La piedra dejó un agujero en la pared detrás de ella, y de ese agujero emergió un ratón. El ratón, con sus pequeñas patas y su nariz curiosa, se acercó con cautela a la galleta.

El ratón parecía hambriento, y sus ojitos brillaban con anticipación mientras se acercaba a la galleta de chispas de chocolate en el suelo. Con movimientos rápidos y precisos, comenzó a picotear la galleta, disfrutando cada bocado de su delicioso sabor. Después de un rato, el ratón había devorado completamente la galleta, dejando solo migajas esparcidas por el suelo. Satisfecho y lleno, el ratón se limpió las patitas y se dirigió nuevamente hacia el agujero en la pared por donde había salido. De tal forma la criatura desapareció en las sombras del agujero, regresando a su misterioso mundo subterráneo.

La historia aún no había terminado. Mientras el ratón se retiraba al agujero, las rocas alrededor de la apertura comenzaron a cambiar. Una transformación mágica comenzó a tomar forma ante los ojos asombrados de Arturo. Las rocas se movieron y se reorganizaron por sí mismas, formando estantes y estanterías. De repente, lo que antes era una simple apertura se convirtió en una estructura que ocupaba una buena porción de la pared: una biblioteca.

Las estanterías y los estantes estaban tallados con intrincados detalles, y la piedra, en lugar de parecer fría y dura, tenía un brillo suave y cálido. Mágicamente los estantes se llenaban de libros, pero estos no eran libros comunes. Cada uno de ellos estaba hecho de galletas, con tapas de caramelo y páginas de chocolate. Emitían un aroma dulce y tentador que llenaba la habitación.

Las estatuas de piedra, que adornaban la biblioteca, eran otra maravilla por derecho propio. Representaban ratones vestidos con imponentes armaduras y sosteniendo espadas con detalles meticulosos. Cada estatua capturaba la esencia de la valentía y la nobleza, como si los ratones estuvieran listos para proteger las galletitas que yacían en la biblioteca. Sus ojos de piedra parecían observar con atención cada rincón de la habitación, como guardianes silenciosos de la dulzura que la biblioteca contenía.

En el centro de la biblioteca, destacaba un reloj gigante, una obra maestra de la ingeniería cuyas manecillas giraban en sentido contrario, lo que daba a la habitación un toque de surrealismo. Según lo que le había dicho el comerciante que le vendió esta biblioteca a Arturo, cada vez que las manecillas se cruzaban en su marcha circular, ocurría algo asombroso. Los libros que habían sido consumidos por los lectores volvían a aparecer en sus lugares correspondientes en las estanterías. Sin embargo, había un giro peculiar: el proceso de reaparición de los libros consumidos era raro y misterioso, tardaba más de un año en completarse. Por lo que si bien la biblioteca generaba comida infinita, lo cierto es que tenía sus limitaciones.

Arturo, intrigado por la apariencia de los libros de galleta en la biblioteca mágica, se acercó con cautela a una de las estanterías. Extendió la mano y tomó uno de los libros cuidadosamente, sintiendo su textura crujiente y dulce en sus manos. Miró el título impreso en letras de caramelo y, con curiosidad, abrió el libro. Inmediatamente, el aroma de chocolate fresco llenó el aire, y las páginas revelaron historias vívidas y conocimientos antiguos acerca del maravilloso mundo de los ratones.

Arturo no pudo resistirse a probar una pequeña esquina de la página, y descubrió que el sabor era tan delicioso como el aroma. El libro parecía reaccionar a su lectura, desplegando imágenes en movimiento y proporcionando respuestas a sus preguntas mientras saboreaba las páginas, pese a que todos esos conocimientos eran acerca de ratones. Asombrado por esta experiencia única, el jorobado decidió llevar uno de los libros consigo.

Se volvió hacia el conejo anciano, que observaba con interés su interacción con el libro. Arturo le ofreció un libro de galletas, y Pompón, con una sonrisa de complicidad, aceptó el regalo. Sus ojos brillaron con anticipación mientras comenzaba a leer, saboreando tanto el conocimiento como el sabor dulce de las páginas.

Anteojitos no pudo resistirse a la tentación del aroma que llenaba la habitación. Con su ojo grande y curioso, se acercó a Arturo y al libro con un interés evidente. Sin embargo, en lugar de morder el libro, Anteojitos pareció absorber algunas de las páginas del libro con su ojo. Por último, Arturo se volvió hacia Copito, el cual hace tiempo había venido a curiosear las nuevas habitaciones. Tomando una de las páginas del libro, el jorobado se las entregó a su mascota y observó como este poco a poco comenzaba comérsela.

—Bueno, realmente no me pareció una mala idea esta biblioteca; no solo sus libros son una delicia, sino que también no ocupa espacio, tal vez podríamos considerar adquirir otra... —Dijo Arturo, admirando su nueva posesión con una sonrisa de satisfacción.

Pompón, con su habitual calma y sabiduría, respondió:

—Sí, es cierto que es una adición deliciosa a nuestro hogar, pero recuerda que si pasas un año entero consumiendo únicamente dulces, podrías terminar peor que los muertos. La idea es utilizarla de vez en cuando, para cambiar el sabor monótono y desagradable de la nutritiva comida que nos proporciona el gusano gigante.

Después de explorar su nueva biblioteca durante un tiempo, Arturo decidió volver a su habitación y sacó del inventario lo que parecía ser una botella de whisky. Sus movimientos estaban cargados de urgencia, ya que sabía que lo que sucedería a continuación podría ser emocionante. Con cuidado, llevó la botella de whisky hasta la habitación donde se encontraba su fuente inagotable de comida y la colocó en una de las esquinas del suelo. Luego, se alejó lentamente, con la expectativa de ver lo que ocurriría a continuación.

Sin previo aviso, la botella de whisky se abrió por sí sola y comenzó a levitar en el aire. El líquido dorado en su interior empezó a derramarse, pero en lugar de caer al suelo, parecía desvanecerse en el aire como si fuera consumido por un ente invisible. Era como si un espectro hambriento estuviera bebiendo el whisky en un acto de satisfacción incontrolada. Cuando no quedó la más mínima gota en la botella, ésta cayó al suelo con un sonido sordo y se rompió en mil pedazos. El vidrio roto se dispersó por el suelo y, en un giro sorprendente de los eventos, los trozos de vidrio comenzaron a hundirse en el suelo mismo.

Bajo el influjo de los cristales de vidrio desapareciendo, la esquina de la habitación comenzó a cambiar gradualmente. Lo que antes era una simple esquina se convirtió en una magnífica barra de tragos, pero en lugar de albergar botellas de alcohol, estaba adornada con una impresionante variedad de bebidas exóticas. Desde refrescantes cócteles tropicales hasta batidos malteados y una serie de otras bebidas deliciosamente inusuales, todo dispuesto de manera atractiva y lista para ser disfrutado.

La barra estaba construida con las propias piedras del suelo, que se habían fusionado y moldeado de manera asombrosa para crear esta maravillosa estructura. Mientras que los taburetes también eran de piedra, pero contaban con asientos acolchados de colores vibrantes que recordaban a los caramelos y las frutas tropicales. La superficie de la barra estaba cubierta con una capa de cristal transparente que parecía estar iluminada desde abajo dándole cierto aire exótico. En la parte trasera de la barra, en lugar de las típicas estanterías de bar, había una serie de compartimentos hechos de piedra tallada con frutas tropicales y caramelos. Cada uno de estos compartimentos albergaba una selección de bebidas, desde cócteles de colores brillantes hasta batidos espumosos y bebidas exóticas servidas en vasos extravagantes y adornados con sombrillas y frutas en miniatura.

Con cautela, Arturo se aproximó a la magnífica barra de tragos. Por desgracia, no estaba seguro de cómo obtener comida de su reciente adquisición y el comerciante solo le dijo que sería sencillo descubrirlo. ¡Y efectivamente fue fácil!, tras investigar unos segundos, Arturo observó como sobre la barra, en una de las esquinas, destacaba una campanita que parecía pedir a gritos que alguien la tocara. El pequeño adorno, adornado con detalles de frutas tropicales y colores vivos, brillaba con una energía que invitaba a ser utilizada. Siguiendo su corazonada y guiado por la sensación de que la respuesta estaba al alcance de su mano, Arturo decidió tocar la campanita con un dedo.

Lo que ocurrió a continuación fue absolutamente sorprendente. En el momento en que su dedo entró en contacto con la campanita, un sonido alegre y melodioso llenó el aire de su hogar.

Sintiendo la llamada de la melodía alegre, una criatura verdaderamente extraordinaria comenzó a materializarse detrás de la barra, emergiendo lentamente de un resplandor etéreo. Este ser era un ente completamente fantasmagórico, su forma era difusa y etérea, pero lo que más llamaba la atención era el color de su ectoplasma, que brillaba en tonos verdes iridiscentes como una mezcla de las hojas más exuberantes de la selva.

El espectro parecía ser la encarnación de la alegría personificada. Tomaba la forma de un hombre de aspecto gordo y risueño, con una actitud despreocupada que irradiaba felicidad. Su atuendo, sin duda alguna, era una celebración tropical en sí mismo. Vestía unas cómodas sandalias que parecían hechas de rayos de sol, una malla ligera y fresca que le permitía moverse con gracia, y una camisa hawaiana tan exuberante en sus colores y patrones que parecía ser tejida por las propias flores del paraíso.

El cabello del espíritu era una cascada de hojas verdes brillantes y en lugar de manos, sus extremidades parecían formarse a partir de enredaderas que ondeaban en el aire, como si estuviera en constante conexión con la naturaleza circundante. El espíritu exudaba un aura de paz y serenidad, como si llevara consigo la esencia misma de un día soleado en una playa paradisíaca. Era un ser que irradiaba buena energía y que parecía haber encontrado su lugar en esta encantadora barra de tragos.

—¡Hola, hola, amigo Arturo!—Exclamó el espíritu con un entusiasmo contagioso, su voz resonaba con una melodía jovial—¡Bienvenido a mi rincón de sabores y sorpresas! ¿Qué delicias te gustaría probar hoy? ¡Tengo una selección de exquisiteces que te harán sentir como si estuvieras en un paraíso tropical!

Arturo, aún asombrado por la aparición de la entidad, respondió con cautela: —Hola, ¿Quién eres?, ¿Cómo sabes mi nombre?

El espíritu sonrió ampliamente, mientras su luminosa figura titilaba como una luciérnaga:

—Me llaman Maku, el Espíritu de la Alegría. Soy el guardián de este rincón de delicias exóticas, un lugar donde los deseos se hacen realidad y los corazones se llenan de felicidad. ¿Qué te trae por aquí, mi amigo?

—Buscaba entender cómo funciona esta barra—Comentó Arturo mientras inspeccionaba cuidadosamente a la entidad.

—Tan simple como suena, tocas la campanita y te preparo tu bebida, pero recuerda que solo puedo hacer una bebida al día a cada uno de tus invitados—Maku continuó examinando la habitación de Arturo antes de volver su mirada a él—Pareces ser un estudiante con un fetiche particular por la comida, ciertamente tienes las prioridades bien claras. ¡No hay nada más importante que disfrutar de la buena vida!

Arturo se rió suavemente, sintiéndose cómodo con la presencia amigable del espíritu:

—Tienes razón, Maku. En este mundo de mierda, las maravillas como esta barra no dejan de sorprenderme. ¿Has estado atendiendo estas barras por mucho tiempo?

Maku titiló con un brillo de nostalgia en sus ojos verdes y etéreos:

—He sido el guardián de este rincón desde tiempos inmemoriales. Pero rara vez tengo la oportunidad de charlar con los estudiantes, pocos son los que comprenden que lo más relevante de la vida no es rapiñar reliquias, sino gastarlas en los grandes placeres de la vida. Me alegra tenerte aquí, Arturo. Aparentemente en cada década siempre aparece algún estudiante que prefiere gastar una reliquia en poder disfrutar de una deliciosa bebida en su habitación.

—Supongo que el problema por el cual todo el mundo te evita es que en los comedores también puedes obtener bebidas gratis—Mencionó Arturo con cierto aire de desilusión.

Ante lo cual, Maku respondió con una sonrisa juguetona que destilaba confianza:

—No te preocupes por eso, amigo. ¡Tu reliquia fue bien gastada! Mis bebidas tienen un toque especial que las hace invaluables, siempre ofrecen algo único que justifica su adquisición.

El comentario de Maku hizo que Arturo sonriera con alegría, satisfecho de haber hecho una elección acertada. Luego, miró inquisitivamente al conejo anciano, que parecía un tanto amargado.

—Tuviste suerte, Arturo. Probablemente el comerciante de dulces sea el único vendedor honesto en toda esa plaza—Murmuró Pompón con cierta amargura—De todas formas, lo más importante es la comida...

—¿Qué cosas únicas ofrecen tus bebidas?—Preguntó Arturo con emoción, mientras miraba curiosamente alrededor de la encantadora barra.

Maku, el Espíritu de la Alegría, dejó escapar una risa algo nerviosa y encogió sus hombros espectralmente:

—No mucho. Lamentablemente, no hay tanta gente en el gremio de taberneros y baristas, por lo que si quieres una gran taberna deberás trabajar por ella—Hizo una pausa y luego añadió—Pero no te preocupes, no todo está perdido. Siempre puedes visitar la casa de un amigo con una taberna más desarrollada, y las cosas que podrás hacer al beber como un cerdo te harán volar la cabeza de alegría.

El comentario de Maku hizo que Arturo sonriera y asintiera con complicidad. Luego, se inclinó hacia adelante, expresando su decepción con delicadeza:

—Entiendo. Pero, ¿qué cosa única hace la bebida que ofreces aquí, Maku? Además, ¿tienes alguna idea de cómo podría mejorar esta barra?

Maku, mientras jugueteaba con la barra de tragos, miró a Arturo con una expresión de alegría y expectación:

—Ah, mi bebida tiene un toque mágico especial. Al beberla, adquirirás una fantástica habilidad que podrás usar a lo largo del día. No puedo decirte más, ¡la sorpresa es parte de la diversión! Y en cuanto a mejorar mi taberna, estoy siempre abierto a sugerencias. ¿Qué tienes en mente?

—Bueno... digo... estaría bien tener más habilidades disponibles. Nunca sabes cuándo pueden ser útiles —Respondió Arturo, sintiéndose un poco abrumado por la pregunta del espectro. En su mente, lo más interesante eran las habilidades, pero tal vez desde la perspectiva del espectro también podría tratarse de mejorar el lugar o perfeccionar el sabor de las bebidas.

Maku asintió con comprensión ante la respuesta de Arturo: —Entiendo, amigo mío. Las habilidades son siempre valiosas en esta vida llena de desafíos.

Sin embargo, cuando Arturo preguntó más en detalle sobre cómo podría mejorar la taberna, la respuesta de Maku pareció complicar las cosas:

—Uh, eso es complicadísimo, Arturo. Por eso te dije que lo mejor que puedes hacer es ir a la taberna de un amigo. Básicamente, tendrías que proporcionarme una combinación de objetos, y actualmente requiero cinco de ellos—Explicó Maku, haciendo que Arturo se diera cuenta de que la solicitud del fantasma era bastante desafiante. Cinco objetos generalmente significaban cinco reliquias, y eso era un número considerable.

Arturo se sintió un tanto desilusionado por la dificultad de la tarea, pero Maku, con su sonrisa siempre radiante, trató de animarlo: —¡Eh, no te preocupes, amigo! ¿Qué tal si te preparo un trago?

La sugerencia de Maku levantó el ánimo de Arturo, quien asintió con entusiasmo:

—¡Claro, un trago suena genial! ¿Qué me recomiendas?

Maku comenzó a mezclar ingredientes con elegancia y experiencia, creando una bebida que brillaba con colores vibrantes. Mientras lo hacía, continuó hablando:

—Esta es una bebida especial, Arturo. Beberla te dará mi gran habilidad. Quién sabe, podría resultar útil en tu próxima aventura.

Arturo aceptó el vaso con gratitud y lo llevó a sus labios, disfrutando del sabor único de la bebida y anticipando las posibilidades que la nueva habilidad le ofrecería en su viaje por este mundo lleno de sorpresas.

Tras beber la habilidad, Arturo sintió una extraña energía envolviendo su cuerpo. Una sensación de poder se extendió por sus venas, y sus ojos se iluminaron con anticipación. Con el corazón latiendo con fuerza, activó la habilidad esperando algo asombroso.

Sin embargo, en lugar de un espectáculo grandioso, lo que ocurrió fue una explosión de confeti que envolvió el cuerpo de Arturo. Mientras el confeti multicolor llenaba el aire y descendía al suelo en una lluvia alegre y efímera, el jorobado miró a Maku con una expresión de desilusión que rozaba lo trágico, como si le hubieran arrebatado violentamente un juguete a un bebé.

—¿Solo crea una explosión de confeti?—Preguntó el conejo anciano con seriedad, mirando al fantasma con una mirada llena de desaprobación.

Maku, con una risa nerviosa, trató de disipar la desilusión de Arturo:

—¡Fantástica habilidad, ¿no crees?! Nunca sabes cuándo será necesario una explosión de confeti para celebrar a lo grande un evento.

Mientras hablaba, Maku comenzó a desvanecerse lentamente, aparentemente evitando lidiar con la desilusión de Arturo.

—De todas formas, tiene sentido. Si fuera una habilidad realmente poderosa, todo el mundo buscaría a este fantasma. Pero bueno, lo importante es la comida. ¿Estuvo buena la bebida? —Preguntó Pompón, notando que Arturo se había quedado momentáneamente paralizado por la decepción.

Arturo asintió débilmente, agradecido de que al menos no lo hubieran estafado en esa parte. Luego, se dirigió nuevamente hacia el espejo, decidido a retirar el último objeto que necesitaba para asegurar su supervivencia en este mundo.

El último objeto en la subcategoría de alimentos era un frasco aparentemente sencillo, pero su contenido era todo menos ordinario. El frasco estaba hecho de un cristal azulado que parecía capturar la esencia misma del mar en su tonalidad. La etiqueta, cuidadosamente adherida, detallaba que se trataba de un frasco de “Sangre de tritón”. A simple vista, parecía una poción misteriosa, pero por suerte el comerciante a quien Arturo se la había adquirido le había explicado minuciosamente cómo funcionaba.

Arturo se dirigió a la habitación donde se encontraba su comida, llevando el frasco en la mano con cuidado. Una vez en su lugar, se acercó a una de las esquinas de la habitación y descorchó la poción. El líquido azulado que fluía del frasco parecía tener una luminiscencia tenue, como si contuviera la luz de las estrellas. Con cuidado, Arturo vertió el contenido en el suelo de piedra, observando cómo el líquido azulado se filtraba por los gruesos trozos de roca.

Tras verter el contenido del frasco en el suelo de piedra, Arturo arrojó el frasco sobre el líquido que continuaba filtrándose. El cristal azulino se rompió en mil pedazos al impactar contra el suelo, y Arturo retrocedió apresuradamente unos pasos, expectante ante lo que sucedería a continuación.

Inmediatamente, un sonido de gaviotas chillando y el murmullo de las olas del mar envolvieron la habitación. Las piedras del suelo comenzaron a vibrar bajo sus pies, y las rocas que se habían manchado con el contenido del frasco comenzaron a desprenderse como si la habitación de Arturo estuviera suspendida en el espacio infinito, como si debajo de él se abriera un abismo sin fondo cuyos bordes no podían distinguirse.

No pasó mucho tiempo antes de que ese abismo sin fondo comenzara a llenarse de un líquido azulado similar al que Arturo había derramado. Los bordes del lago improvisado comenzaron a distorsionarse hasta crear una especie de fuente de agua en una de las esquinas de la habitación. El efecto era surrealista y fascinante, como si hubiera invocado un pequeño rincón del océano en medio de su propia habitación. Arturo observó con asombro cómo las gaviotas en miniatura volaban virtualmente por encima de la fuente, y las olas rompían contra las rocas en las paredes de esta inusual creación, que en estos momentos se asemejaban a la costa de una hermosa playa en miniatura.

Fue entonces cuando, desde las profundidades de esta fuente comenzó a emerger un gran pilar. En la superficie de este pilar, una estatua majestuosa se alzaba, cubierta de corales, algas y criaturas marinas que la habían colonizado con el tiempo. La estatua parecía representar a un dios olvidado por las eras, su cuerpo no mostraba la figura de un ser humano, sino más bien la de una entidad que dominaba las profundidades de los océanos.

El cuerpo de la estatua estaba cubierto de una especie de caparazón rugoso y oscuro que parecía una amalgama de escamas y conchas marinas. Esta superficie rugosa estaba salpicada de algas y corales que le daban una apariencia natural y viva. Sus extremidades eran largas y delgadas, pero en lugar de ser humanas, eran tentáculos viscosos que se retorcían en patrones sinuosos, liberando una sustancia acuosa y brillante de un azul profundo constantemente.

Lo más inquietante de la estatua era su rostro. No tenía ojos en el sentido humano, pero unas aberturas oscuras se ubicaban en el centro de su cabeza esculpida, y cuando mirabas hacia ellas, esa oscuridad parecía absorber la luz a su alrededor. No había rastro de narices ni bocas visibles, solo una serie de protuberancias y pliegues en su superficie facial, que recordaban a un extraño rejunte de órganos sensoriales que transmitían una sensación de misterio y sabiduría ancestral. La estatua parecía una representación perfecta de una criatura marina, un dios olvidado del océano, cuyo aspecto físico era idéntico al de los comerciantes del mercado.

Antes de que Arturo pudiera soltar un comentario, las rocas que rodeaban la fuente comenzaron a temblar y reposicionarse de manera sorprendente, formando un banco de piedra que parecía haber surgido de la nada. Era como si el propio entorno se adaptara para proporcionar un lugar desde el cual se pudiera admirar la estatua con comodidad.

Cuando los cambios finalmente se detuvieron y todo quedó en su lugar, Arturo decidió esperar un tiempo prudente. El comerciante que le vendió esta poción mágica le había advertido que debía tener precaución o las consecuencias podían ser fatales. A pesar de que el comerciante probablemente se refería al agujero que se había creado al comienzo de la transformación, Arturo entendió que esperar un poco más no podía hacerle daño.

El tiempo pasó, y finalmente, la impaciencia comenzó a ganarle a Arturo. Al notar que nada parecía estar sucediendo después de un largo periodo, se acercó cuidadosamente a la fuente y la inspeccionó minuciosamente. Luego, dirigió su atención hacia la estatua, cuyos detalles comenzó a explorar con curiosidad. La sorpresa llegó cuando notó una caja de metal oxidado incrustada en uno de los corales que habían colonizado el cuerpo de la estatua. Con decisión, Arturo retiró la caja del tamaño de una maleta y la colocó cuidadosamente en el banco de piedra que acababa de formarse en su habitación.

Arturo se sentó en el banco de piedra recién formado, con la caja del tamaño de una maleta frente a él. La caja en sí era un objeto intrigante. Estaba cubierta de óxido y desgaste, lo que sugería que había pasado mucho tiempo en algún rincón del océano antes de llegar a sus manos. Sus esquinas estaban desgastadas y redondeadas, y las bisagras chirriaban cuando Arturo levantó la tapa con cuidado. Dentro de la caja, Arturo se encontró con un conjunto de aparejos de pesca, todos ellos cubiertos de una fina capa de sal marina que se había acumulado con el tiempo. La colección de herramientas incluía una caña de pescar, un carrete oxidado y una serie de anzuelos y señuelos que brillaban con reflejos metálicos, a pesar del paso de los años.

La caña de pescar en particular llamó la atención de Arturo. A pesar de su aspecto oxidado y desgastado, era evidente que había sido una gran pieza de artesanía en su momento. El mango estaba envuelto en un cuero gastado y había sido tallado con patrones de peces y criaturas marinas. La vara en sí era larga y flexible, indicando que había sido diseñada para lidiar con peces de gran tamaño. El carrete, aunque oxidado, todavía tenía un aspecto funcional. Sus engranajes chirriaban cuando Arturo los giraba, pero parecían estar en buen estado de funcionamiento. Los anzuelos y señuelos eran de diversos tamaños y formas, algunos de ellos adornados con plumas y escamas para atraer la atención de los peces.

—Bueno, todo parece estar en orden…—Agregó el conejo mientras Arturo inspeccionaba con curiosidad los diferentes objetos de pesca que había encontrado—Aunque no me sorprende, este comerciante era el más visitado por todos.

—Supongo que sí, era el comerciante de objetos para pasar el tiempo, y en general, todos los alumnos quieren conseguir un trabajo que se relacione con sus pasatiempos. Por eso muchos utilizan sus reliquias para comprar objetos que les permitan desarrollar diferentes actividades—Contestó Arturo con calma mientras dejaba la caja en su lugar y se preparaba para dirigirse al espejo.

—Si puedes pescar un pez todos los días, tendrás una gran fuente de alimento y no tendrás que vivir a base de la comida generada por el gusano gigante—Respondió Pompón, observando con cierto orgullo cómo habían resuelto el primer gran problema al que se habían enfrentado.

—Pero pescar lleva mucho tiempo, el mismo comerciante que me vendió la posición me lo advirtió…—Comentó Arturo con impaciencia mientras examinaba el sitio de pesca que acababa de ganar.

—Mira el lado positivo, al menos ganamos una fogata bastante útil—Respondió el conejo—Sin eso, tendrías que buscar un sitio todos los días para preparar el pescado.

Arturo asintió en respuesta al comentario del conejo, reconociendo la utilidad de la fogata que habían adquirido. Era evidente que su pequeño equipo se estaba preparado de buena manera para lo que vendría y había encontrado soluciones ingeniosas para sobrevivir a los desafíos que la vida le estaba planteando.