Entre las colinas verdes que rodeaban a un pueblo remoto, donde el tiempo parecía detenerse en un suspiro de nostalgia y darle a uno toda la paz necesaria que en estos tiempos más modernos sería imposible no envidiar, se encontraba una pintoresca casa de campo que parecía brotar de las páginas de un cuento medieval. Esta encantadora morada de madera y piedra se alzaba majestuosa entre campos de trigo dorado y bosques misteriosos que susurraban historias ya olvidadas por los hombres. Era el refugio de una familia singular y extraordinaria, una familia que había florecido bajo el abrazo del pacífico cielo que cubría esta región.
La familia estaba compuesta por cinco hijos, cuatro hermosas doncellas y un joven que destacaba como el sol en un cielo nublado. Su nombre era Arturo, y era el único varón entre las cuatro hermanas. Con su cabello castaño, enmarcando su rostro en cascadas de tonos tierra, y unos ojos verdes que parecían reflejar los misterios del bosque cercano, Arturo era el orgullo de la familia y el heredero de la escasa fortuna que su padre había obtenido con el sudor de su espalda durante una larga vida de servicio a la comunidad como granjero de sus no tan extensas tierras. Aunque su familia se vestía de acuerdo a la moda campesina de la época medieval, Arturo destacaba entre todos con su apariencia única.
Arturo vestía ropas que eran un tributo a tiempos pasados. Su camisa de lino crudo, adornada con bordados rústicos que representaban flores primaverales, se ajustaba a su delgado cuerpo con una gracia natural. Un chaleco de cuero desgastado, con costuras a mano y un sinfín de bolsillos que contenían tesoros secretos, completaba su atuendo. Sus pantalones eran de un marrón profundo, hechos de lana gruesa, y llegaban hasta sus botas de cuero que habían visto innumerables aventuras por los senderos ocultos del bosque cercano.
Arturo se movía con la elegancia de un joven que había crecido en armonía con la naturaleza que lo rodeaba. Con cada paso, el eco de sus pisadas parecía resonar con la historia antigua de aquel lugar. Sus cabellos ondeaban al viento como los campos de trigo, y su mirada verde parecía comprender los secretos que susurraban los árboles. A pesar de su origen modesto, Arturo llevaba consigo el espíritu de una época heroica, un espíritu que prometía fundirse con la fantasía que se desplegaría en la historia que estaba por comenzar; o al menos ese era el gran anhelo del niño, puesto que la cruda realidad parecía llevarlo a una dirección completamente diferente a la que su corazón reclamaba.
Y por desgracia no se trataba de una simple corazonada alocada propia del espíritu revolucionario que cada joven llevaba adentro, puesto que a pesar de su espíritu aventurero y su apariencia que parecía sacada de las leyendas, Arturo cargaba con un gran conflicto en su interior. Su vida era diametralmente opuesta a sus sueños y deseos. Siendo el único hijo varón de un humilde campesino, las expectativas de su familia recaían sobre sus hombros como un pesado yugo. Mientras que sus hermanas habían tenido la fortuna de elegir sus destinos al casarse con hombres de su elección, Arturo estaba destinado a heredar las tierras que su familia había labrado durante generaciones.
Para su padre no había duda alguna: las tierras que habían sido testigos de las alegrías y penas de la familia desde tiempos inmemoriales se convertirían en las responsabilidades de su único hijo.
Por desgracia, Arturo aún no aceptaba que estos campos que una vez había explorado con admiración de niño se convertirían en su carga, y que las esperanzas y sueños de su padre lo atraparían como una ajustada cuerda de la cual no podía liberarse. Arturo sentía el peso de las generaciones que lo habían precedido, y aunque amaba la belleza de la naturaleza que lo rodeaba, anhelaba aventuras más allá de los confines de su hogar.
Las historias que su abuela le contaba junto al fuego en las noches de invierno, de héroes valientes y tierras desconocidas, habían encendido una chispa en su corazón. Soñaba con explorar lugares lejanos, descubrir tesoros ocultos y vivir la vida de un aventurero. Pero la realidad de su vida como campesino no dejaba espacio para tales anhelos. Las manos de Arturo estaban destinadas a trabajar la tierra, no a blandir una espada o a surcar los mares en busca de tesoros.
A pesar de esta lucha interna entre sus deseos y sus responsabilidades, Arturo era un joven respetuoso y dedicado. Amaba a su familia y a su tierra natal, y por tanto hacía todo lo posible para cada día mostrarle a su padre que estaba decidido a honrar la tradición familiar. Pero en las noches estrelladas, cuando el viento susurraba secretos y la luna iluminaba sus sueños, no podía evitar mirar hacia el horizonte y preguntarse si algún día tendría la oportunidad de forjar su propio destino y emprender la aventura que tanto ansiaba.
La vida de Arturo estaba sumida en un constante conflicto entre sus deseos de aventura y las responsabilidades que pesaban sobre sus hombros. Y a medida que el tiempo avanzaba, ese conflicto se intensificaba. Si bien sus hermanas habían encontrado la libertad y el control sobre sus destinos al emprender sus propios caminos lejos del hogar, el tiempo no le había otorgado la misma oportunidad de madurar y asumir su papel como heredero de la tierra familiar.
La situación se volvió aún más complicada cuando la salud de su padre se debilitó considerablemente. En medio de una época en la que los dioses y los ancestros parecían llamar a su padre a un nuevo viaje, Arturo se encontró en una encrucijada inesperada. Su madre, ya anciana y sin la capacidad de trabajar la tierra por sí misma, dependía de él para mantener el hogar que había sido el corazón de su familia durante generaciones. Además, su padre enfermo requería cuidados constantes, y Arturo se vio enfrentado a un dilema doloroso: ¿Realmente tenía el coraje como para abandonar sus sueños y deseos para cumplir con las obligaciones familiares, o cedería y se aventuraría hacia lo desconocido, dejando atrás a su familia en los tiempos de necesidad?
Cada día que pasaba, Arturo sentía la presión de las responsabilidades que lo ataban a su tierra natal, como cadenas que amenazaban con sofocar sus anhelos de aventura. Miraba hacia el horizonte, donde se extendían tierras desconocidas y posibilidades infinitas, y sentía el llamado de lo inexplorado. Pero también miraba a su madre, que aún tenía muchas lunas por delante, y a su padre, cuya salud se desvanecía con cada atardecer, y sabía que no podía abandonarlos en un momento tan delicado.
El destino, inescrutable y caprichoso, parecía tejer una historia en la que los hilos de la obligación familiar se enredaban con los deseos personales de Arturo. A medida que su padre y su madre dependían cada vez más de él, el joven se encontraba en un punto de inflexión que definiría su futuro y el de su familia. La decisión que tomaría determinaría no solo su destino personal, sino también el destino de la casa de campo que había sido su hogar desde su nacimiento.
Nadie podría negar que el destino tenía una forma misteriosa de manifestarse en los momentos más cruciales. Justo en ese momento en el que el corazón de Arturo oscilaba como un péndulo entre el amor profundo que sentía por sus padres y el anhelo inquebrantable de explorar el mundo más allá de su hogar, una caravana de tierras desconocidas y distantes hizo su entrada en el pueblo.
El rumor de la llegada de forasteros se extendió como el viento que acariciaba los campos de trigo dorado. Los habitantes del pueblo se agolpaban en las calles, ansiosos por ver a los recién llegados y descubrir qué extrañas historias traían consigo. Mientras que Arturo, que siempre había soñado con aventuras y nuevos horizontes, no pudo evitar sentirse seducido por la misteriosa caravana que había aparecido en su vida en ese momento crucial.
La luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas de la acogedora casa de campo mientras Arturo se acercaba a su madre, Helena, con una expresión inquieta en el rostro. El joven era un adolescente lleno de vida, de cabellos castaños y ojos verdes, una figura esbelta que contrastaba con la robustez del campo que lo rodeaba. Mientras que por otro lado, su madre, Helena, era una mujer de edad avanzada, con arrugas que contaban historias de décadas de trabajo duro en la tierra. A su lado, postrado en una cama cercana a la chimenea, yacía su padre, enfermo y debilitado por la cercanía del final de sus días, cuyos ojos, aunque llenos de cariño, apenas podían levantarse para mirar a su hijo.
Arturo, con un nudo en la garganta y el corazón latiendo con fuerza, se acercó a Helena y le tomó las manos con delicadeza. Sus manos, curtidas por el trabajo en el campo, eran cálidas y reconfortantes. La habitación estaba iluminada por el resplandor de la chimenea, y el crepitar del fuego proporcionaba un telón de fondo reconfortante para la conversación que estaba por venir.
—Madre…—Comenzó Arturo, buscando las palabras adecuadas para expresar sus deseos y temores—He estado pensando mucho en algo últimamente… Algo que me llena de inquietud y emoción al mismo tiempo.
Helena miró a su hijo con ternura, reconociendo la seriedad en su mirada. Sabía que este momento llegaría tarde o temprano —Háblame, querido—respondió con voz suave, como una brisa que acaricia las hojas de los árboles.
Arturo respiró profundamente antes de continuar:
—He escuchado rumores, madre. Rumores sobre una caravana que ha llegado al pueblo no tan lejano. Dicen que traen historias de tierras lejanas, de aventuras y tesoros. He estado soñando con estas historias desde que era niño, y siento que el momento de explorar el mundo ha llegado para mí.
Los ojos de Helena se llenaron de preocupación mientras escuchaba las palabras de su hijo. Sabía que Arturo había anhelado la aventura y que el mundo parecía ofrecerle oportunidades que el hogar familiar no podía proporcionar. Sin embargo, también sabía que su esposo, enfermo y necesitado de cuidados constantes, yacía cerca, como un recordatorio constante de la verdad que a su hijo le había tocado asumir.
Arturo se volvió hacia su padre, cuya mirada débil y apagada se encontró con la suya:
—Padre, sé que deseas lo mejor para mí, como lo has deseado siempre. Pero también sé que estás enfermo, y me duele verte sufrir. Quiero asumir mis responsabilidades, pero también quiero vivir mi vida y explorar el mundo mientras aún soy joven.
El padre de Arturo, con esfuerzo, levantó una mano débil en un gesto de apoyo silencioso. Era una expresión de amor incondicional y entendimiento por parte de un hombre que había trabajado toda su vida en la tierra y que entendía las preocupaciones de su hijo.
Helena suspiró profundamente y miró a su hijo con ojos llenos de amor y preocupación:
—Arturo, mi querido hijo, entiendo tus deseos y anhelos. Pero también somos una familia, y tu padre y yo hemos trabajado toda nuestra vida para cuidar de esta tierra y de ustedes, nuestros hijos. Tu padre está enfermo, y necesitamos tu ayuda más que nunca.
Arturo asintió con tristeza. Sabía que sus padres dependían de él, y sentía una profunda responsabilidad hacia ellos:
—Lo sé, madre. No quisiera abandonarlos en un momento tan difícil. Pero también siento que si no persigo mis sueños ahora, podrían desvanecerse y nunca tener la oportunidad de vivir la vida que deseo.
Helena bajó la mirada por un momento, perdida en sus pensamientos. Finalmente, levantó la mirada y dijo con ojos llorosos:
—Arturo, te amo más de lo que las palabras pueden expresar. Y quiero que seas feliz y cumplas tus sueños. Pero también quiero que comprendas que la vida es a menudo una balanza entre nuestros deseos personales y nuestras responsabilidades.
Arturo asintió, sintiendo un nudo en la garganta:
—Entiendo, madre. No quiero que te sientas atrapada entre mis caprichos y el amor que me tienes.
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Helena sonrió con ternura y acarició la mejilla de su hijo, tras lo cual, con una voz sacrificada que comprendía las implicaciones de lo que estaba por mencionar, dijo:
—Eres un buen chico, Arturo. Y aunque me preocupa dejarte partir, sé que necesitas seguir tu propio camino. Hablaré con tu padre y veremos cómo podemos cuidarlo mientras te tomas un tiempo para explorar el mundo.
Arturo sintió una oleada de gratitud y alivio. Abrazó a su madre con fuerza, sabiendo que esta conversación era un paso crucial hacia la realización de sus sueños. Mientras tanto, su padre, desde su cama cerca de la chimenea, sonrió débilmente y asintió, como si diera una bendición silenciosa a su hijo.
La conversación continuó durante horas, mientras madre e hijo discutían los detalles del viaje y cómo cuidarían de su padre enfermo en su ausencia. Había lágrimas, risas y momentos de profunda conexión entre ellos. A medida que avanzaba la noche y el invierno se acercaba, la familia se unía en torno a la chimenea, fortaleciendo los lazos que los unían y preparándose para los desafíos y las aventuras que el futuro les deparaba.
La noche había sido larga y angustiosa para Arturo. Despertó con la primera luz del alba, encontrando a su madre aún durmiendo pacíficamente en la habitación. Con la determinación ardiente que lo había impulsado durante toda la noche, el joven se movió con cuidado y silencio para no perturbar el sueño de su madre. Sabía que este era el momento en el que debía tomar una decisión crucial.
Arturo se vistió con ropas simples pero adecuadas para el viaje, asegurándose de no hacer ruido mientras se preparaba. Cada prenda que colocaba sobre su cuerpo era un paso más hacia la búsqueda de sus sueños, hacia el encuentro con la caravana de tierras desconocidas y las historias que ansiaba escuchar.
Sin embargo, mientras se preparaba, notó que su padre, que yacía postrado en la cama cerca de la chimenea, había permanecido despierto durante toda la noche. Sus ojos, aunque cansados, brillaban con una determinación que atrajo la atención de Arturo. Parecía estar esperando este momento, como si tuviera algo importante que compartir con su hijo antes de que partiera hacia lo desconocido.
Con pasos cuidadosos, Arturo se acercó a la cama de su padre. La habitación estaba sumida en un silencio solemne, solo interrumpido por el crepitar de la chimenea. El padre levantó una mano temblorosa, indicando a su hijo que se acercara. Arturo obedeció, sintiendo la emoción y la intriga burbujeando en su interior.
El padre, con esfuerzo, señaló hacia los tablones del suelo cerca de la chimenea con un gesto enérgico. Sus ojos se encontraron con los de su hijo, transmitiendo una intensidad de emociones que Arturo no pudo evitar comprender. Parecía estar indicando que bajo esos tablones había algo de gran importancia, algo que había esperado compartir con su hijo en este momento crucial de sus vidas.
Arturo se arrodilló y comenzó a retirar con cuidado los tablones del suelo, revelando un espacio oculto debajo de ellos. En ese espacio, encontró una caja de madera antigua, desgastada por el tiempo.
Cuando finalmente abrió la caja, se encontró con un tesoro de objetos que hablaban del pasado de su familia. Había mapas antiguos con rutas comerciales marcadas, libros con relatos de aventuras, monedas de épocas pasadas y una carta escrita por su abuelo. Era como si su padre hubiera preservado una parte de la historia familiar en ese cofre secreto.
La carta de su abuelo estaba escrita con caligrafía elegante y decía:
> "Querido Marco, llegará un momento en tu vida en el que sentirás la llamada de la aventura. No puedo estar aquí para acompañarte en ese viaje, pero quiero que sepas que nuestra familia siempre ha sido guardianes de historias y exploradores de lo desconocido. Dentro de ti, encontrarás la fuerza y la sabiduría para enfrentar los desafíos que el mundo te presente. Este tesoro es para ti, para recordarte de dónde vienes y para inspirarte en tu búsqueda. Que el viento siempre llene tus velas y que las estrellas guíen tu camino"
Arturo se quedó asombrado al darse cuenta de que la carta estaba dedicada a Marco, el nombre de su padre. Era una revelación sorprendente que llenó su corazón de una mezcla de emociones. Descubrir que su padre había experimentado los mismos deseos y anhelos que él, pero había elegido un camino diferente, dejó a Arturo con una sensación de asombro y dolor consigo mismo.
Las palabras de la carta escrita por su abuelo resonaron en su mente: "Dentro de ti, encontrarás la fuerza y la sabiduría para enfrentar los desafíos que el mundo te presente". Arturo comprendió que su padre, Marco, había enfrentado esos mismos desafíos y había elegido asumir la responsabilidad de su familia en lugar de emprender una aventura. Era una muestra de la fuerza de su padre y de su amor por la familia que había construido.
Arturo no pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos al pensar en las decisiones y sacrificios que su padre había hecho por el bienestar de la familia. Sin embargo, en medio de su llanto, notó que su padre, aunque débil, estaba tratando de comunicarse con él. Los movimientos de Marco, los gestos y las miradas significativas, eran un lenguaje silencioso pero poderoso que hablaba de un deseo profundo de conexión y comprensión.
Conmovido por la situación, Arturo se acercó a la cama de su padre y tomó la mano de Marco en la suya. La mano de su padre estaba arrugada por los años de trabajo en la tierra, pero también transmitía una fortaleza y una sabiduría que solo la vida podía otorgar. Los ojos de Marco, aunque cansados, mostraban un amor inquebrantable por su hijo y una profunda gratitud por el entendimiento que había encontrado en ese momento.
—Padre…—susurró Arturo con la voz entrecortada por la emoción—entiendo ahora… Comprendo las decisiones que tomaste y el amor que siempre has tenido por nuestra familia. Tu sacrificio y tu responsabilidad son un legado que valoro profundamente.
Marco, incapaz de hablar con palabras debido a su debilidad, asintió con gratitud y apretó la mano de su hijo con ternura. Era como si estuviera pasando el testigo de generación en generación, transmitiendo la historia y los valores de la familia a su hijo en ese momento de conexión profunda.
El momento era tan conmovedor como mágico. Arturo sostenía la mano de su padre, Marco, mientras este le pedía la carta escrita por su abuelo. La emoción llenaba la habitación mientras Marco tomaba la carta con manos temblorosas y comenzaba a leer las palabras escritas por generaciones pasadas.
Las lágrimas fluían por las mejillas de Marco, y Arturo, observando a su padre, sintió un torbellino de emociones en su interior. La carta de su abuelo había sido un vínculo entre las antiguas generaciones que vivieron en esta casa, y ahora estaba desencadenando una profunda conexión entre padre e hijo.
Pero algo asombroso sucedió mientras Marco leía la carta en voz baja. A medida que las débiles palabras fluyeron de sus labios, la atmósfera en la habitación cambió. La carta, que había sido escrita con caligrafía elegante por su abuelo, comenzó a brillar con un resplandor suave y dorado. La habitación se llenó de un brillo cálido y misterioso mientras las palabras de la carta cobraban vida.
El susurro de Marco se hizo más fuerte, aunque todavía era un susurro de un hombre debilitado por la enfermedad. Sus palabras resonaron con una mezcla de súplica y esperanza:
—Oh destino, muéstrame el mapa hacia mi más ansiada estrella.
Arturo miraba con asombro mientras la magia parecía danzar en el aire alrededor de la carta y su padre. La carta misma comenzó a transformarse, sus letras se retorcían y se reorganizaban como si estuvieran siendo guiadas por una fuerza invisible. Los trazos se movían como estrellas fugaces en la noche, formando un mapa celestial en el papel. Era un mapa que parecía trascender el tiempo y el espacio, una guía hacia los deseos más profundos de Marco.
El brillo dorado de la carta iluminaba el rostro de Marco, que ahora estaba lleno de una serenidad que parecía haber reemplazado la agonía de la enfermedad. Con una voz más firme, aunque aún débil, continuó susurrando las palabras que habían desencadenado esta asombrosa transformación.
Arturo estaba perplejo, pero fascinado por lo que estaba presenciando. Su padre, que siempre había sido un hombre de pocas palabras, estaba comunicando sus deseos más profundos a través de esta carta mágica. Era como si el destino mismo estuviera respondiendo a su súplica.
Finalmente, la carta dejó de brillar y el mapa celestial quedó impreso en ella de manera permanente. Marco, con una sonrisa serena en el rostro, extendió la carta hacia Arturo. Era como si estuviera entregando a su hijo un legado y una responsabilidad sagrada.
La sorpresa y la emoción se apoderaron de Arturo cuando miró detenidamente el mapa de estrellas que se había formado en la carta. Sus manos temblaban y las lágrimas llenaban sus ojos mientras veía la representación de la escena que acababa de ocurrir en la habitación: un joven sosteniendo la mano de un hombre moribundo postrado en la cama, justo como había sucedido segundos atrás. Era como si el mapa hubiera capturado ese momento de profunda conexión entre padre e hijo, era como si su padre hubiera vivido toda su vida esperando este hermoso momento.
El padre de Arturo, con una sonrisa llena de satisfacción y un brillo en los ojos, volvió a susurrar con devoción. Sus palabras eran un misterio envuelto en magia y significado:
—Hijo, las estrellas no me engañaron. Aunque durante mucho tiempo no pude comprender el mapa, finalmente las estrellas me dieron lo que me prometieron. Y también te lo darán a ti. Este mapa guía hacia tus más profundos anhelos, hacia la estrella que coronará tu imperio.
Arturo miró a su padre con asombro. Las palabras de Marco eran un enigma, pero también transmitían una profunda confianza en el destino y en las estrellas. ¿Qué significaba este mapa? ¿Qué estrella estaba destinada a coronar su imperio?
Arturo, lleno de dudas, pero también de esperanza, recordó las palabras que su padre había susurrado para desencadenar el cambio mágico en la carta. Con una voz suave y llena de emoción, repitió las mismas palabras:
—Oh destino, muéstrame el mapa hacia mi más ansiada estrella.
El ambiente en la habitación se llenó nuevamente de magia, como si las estrellas en el mapa dorado estuvieran esperando esas palabras para revelar su verdadero propósito. Arturo observó con asombro cómo las estrellas comenzaron a danzar en el papel, moviéndose en patrones y trayectorias que parecían formar un camino.
Era como si el mapa estuviera respondiendo a su llamado, guiándolo hacia la verdadera felicidad en su vida. Las estrellas se alineaban y creaban un sendero luminoso que parecía extenderse más allá de la carta, como una invitación hacia lo desconocido.
Finalmente, las estrellas terminaron de alinearse en la carta y formaron una imagen simple y sencilla: un hombre trabajando arduamente en medio de un campo de trigo dorado. Era la representación de un campesino, una vida de labor constante en la tierra que había conocido desde su infancia. No había aventuras exóticas, ni historias desconocidas en esta imagen, ni riquezas extraordinarias que descubrir. Era la vida normal y corriente que siempre había tenido al alcance de sus manos, la vida que había compartido con su familia durante décadas.
Arturo miró el dibujo con una mezcla de sorpresa y reflexión. Era como si las estrellas le estuvieran recordando la importancia de su hogar, de su familia y de la tierra que habían cuidado durante tanto tiempo. La imagen del campesino era un recordatorio de la responsabilidad y la conexión que tenía con su familia y su legado.
Arturo se encontraba sumido en sus pensamientos mientras miraba el dibujo de las estrellas en el cielo y reflexionaba sobre el significado de la imagen del campesino en el campo de trigo dorado. Las dudas y la consternación llenaban su mente, pero también una sensación de deber hacia su familia y su hogar.
Sin embargo, el joven fue sacado de sus pensamientos por el ruido que provenía de la cama donde su madre descansaba. Al parecer, ella se había despertado y lo miraba con seriedad. Con un tono enérgico, le dijo:
—¡Muchacho, ha llegado la hora de despertarse! ¡Tienes mucho trabajo por delante!
Arturo se encontraba en un estado de perplejidad total. Sus ojos se posaron primero en su madre, cuya mirada seria y enérgica lo había sacado de sus pensamientos. Parecía como si hubiera escuchado mal, como si las palabras que acababan de salir de los labios de su madre fueran una ilusión momentánea en medio de un sueño confuso.
Sin embargo, la sensación de incredulidad se intensificó cuando su padre, en contra de todas las expectativas, habló con una voz que resonó en la habitación con una firmeza y rotundidad que habrían sido inconcebibles si se consideraba que momentos antes había estado enfermo y debilitado:
—¡Hijo, debes despertar! ¡Tu destino ya ha sido marcado por las estrellas, ahora solo debes trabajar para llegar hacia donde tu corazón anhela!
Arturo parpadeó, confundido, tratando de procesar las palabras que acababa de escuchar. ¿Qué querían decir sus padres con eso?, ¿Trabajo por hacer?, ¿Despertar? Pero antes de poder articular una respuesta, la luz de la chimenea, que había estado arrojando destellos cálidos en la habitación, se extinguió abruptamente. La oscuridad lo envolvió por completo, sumiéndolo en un abismo temporal y sensorial.
El corazón de Arturo latía con fuerza en la negrura, y sus sentidos parecían agudizarse ante la falta de visión. Sus oídos captaron susurros indefinidos, como voces distantes que se acercaban y se alejaban. El tiempo y el espacio parecían desdibujarse, y una sensación de vértigo lo invadió.
Cuando finalmente la luz regresó, destellando con una intensidad deslumbrante, Arturo se encontraba en un lugar totalmente distinto. La casa de campo, su familia, todo había desaparecido. En su lugar, se encontraba en un entorno extraño y desconocido.
Las paredes de la habitación eran de piedra antigua, cubiertas de musgo y enredaderas que se retorcían como serpientes. Una ventana de cristal empañado dejaba entrar la tenue luz de la luna, revelando un paisaje sombrío y misterioso. Arturo se levantó de la cama en la que había aparecido y se dio cuenta de que su ropa había cambiado. Ya no vestía como un campesino medieval; ahora llevaba un atuendo que parecía sacado de las páginas de un cuento de fantasía.