Arturo continuó jugando con Anteojitos, disfrutando del momento de diversión con su peculiar compañero. Ambos compartían una conexión especial que iba más allá de las palabras, y Arturo sentía a su corazón bombeando alegría mientras desafiaba los desafíos que las máquinas tenían para ofrecerle. Sin embargo, el tiempo pasó volando mientras se sumergían en los juegos de feria, y Arturo pronto se dio cuenta de que ya era demasiado tarde para seguir ordenando las cosas en su hogar.
Fue entonces cuando Arturo se dio cuenta de que había estado ocupado durante todo el día tratando de poner en orden su hogar, por lo que había llegado la hora de descansar. Sin embargo, a medida que avanzaba la “noche”, Arturo se dio cuenta de que el caos en su casa parecía interminable. Los minihumanos corrían de un lado a otro, el gusano gigante seguía su incesante ciclo de alimentación y, por más que lo intentara, el joven no podía persuadir a Anteojitos para que dejara de jugar y lo dejara descansar.
Exhausto y frustrado, Arturo finalmente decidió que era hora de retirarse de su hogar e ir a descansar a un mejor lugar. Parecería broma, pero luego de todo lo que hizo para recuperar su propio dormitorio, Arturo se dio cuenta de que le era imposible dormir en ese lugar, por lo que optó por ir al santuario. Aunque tampoco se le podía culpar al jorobado por tomar esa decisión, en definitiva en el confortante santuario había un ambiente agradable, cuya atmósfera era tranquila y relajante, donde las suaves melodías de las fuentes de agua y las luces tenues te invitaban a quedarte descansando. Así que, sin pensarlo dos veces, Arturo se encaminó hacia allí con la intención de pasar la “noche”.
Al llegar al santuario, Arturo se sintió inmediatamente aliviado. La calma que se respiraba en el sitio era un bálsamo para su cansada mente. Se dejó llevar por el sonido relajante del agua que fluía suavemente en las fuentes y la tenue iluminación que envolvía el entorno. Era como si todo el estruendo y el caos de su hogar se disiparan en este santuario.
Arturo finalmente encontró la paz que tanto anhelaba, y sin dudarlo se dispuso a usar su habilidad para invocar una gran almohada y se desmayó sobre ella.
El joven se despertó después de una noche gratificante, sintiendo que la tranquilidad del santuario había hecho maravillas en su alma. Al levantar la mirada, notó que el sacerdote del santuario lo observaba fijamente desde el otro lado de la habitación. La mirada del sacerdote parecía buscar algo en él, algo que Arturo no podía comprender completamente en ese momento.
—Buenos días, sacerdote—Saludó Arturo, tratando de romper el silencio inquietante que había llenado la habitación.
El sacerdote respondió con una sonrisa amigable:
—Buenos días, Arturo. Espero que hayas tenido un buen descanso en el santuario.
—Sí, la verdad es que sí. Este lugar es realmente especial—Arturo se sentó en el borde de la gran almohada y estiró los brazos, sintiéndose rejuvenecido por la serenidad del lugar—¿Cómo ha estado, sacerdote?, ¿alguna nueva misión para este joven creyente?
El sacerdote se acercó lentamente y se sentó en una almohada cercana, mirando a Arturo con curiosidad.
—Ha sido una semana tranquila, como de costumbre. Pero algo me dice que tu visita ha traído un cambio en la atmósfera. ¿Qué te trae por aquí, Arturo?
Arturo reflexionó por un momento antes de responder:
—Necesitaba un respiro del trabajo, acomodar mi casa y ordenar mi inventario es realmente estresante. La vida puede ser tan agitada a veces, y este santuario es como un oasis de calma. Además, me siento más cómodo aquí, de alguna manera.
El sacerdote asintió con aprobación:
—Es curioso cómo un lugar puede tocar el corazón de alguien de una manera especial. Este santuario ha sido un faro de paz para muchos a lo largo de los años. Pero, dime, Arturo, ¿qué es lo que te preocupa en la vida? No todos los que vienen aquí buscan simplemente escapar de sus preocupaciones cotidianas.
Arturo se sintió sorprendido por la percepción del sacerdote y decidió abrirse un poco más:
—Bueno, sacerdote, últimamente he estado lidiando con un gran dilema. De cierta forma me siento culpable del gran evento que ocurrirá en unos pocos días. Además, siento que por mucho que lo intente nadie me toma en serio, por lo que podría decirse que acomodar mi hogar es una forma de escapar de este gran problema que tarde o temprano me terminará alcanzado. ¿Alguna vez has sentido que estás en una encrucijada, sin saber qué camino tomar?
El sacerdote asintió con comprensión:
—Arturo, la vida está llena de esas encrucijadas. A veces, el camino correcto no siempre es el más fácil de seguir. Pero recuerda, la verdadera sabiduría se encuentra en escuchar a tu corazón y en la búsqueda de la paz interior. A veces, eso puede requerir tomar decisiones difíciles, pero al final, te llevarán a donde necesitas estar. Solo recuerda llegar hasta ese lugar sin preocuparte y llegarás contento.
Arturo asintió, sintiendo que esas palabras resonaban profundamente en su interior.
—Gracias por tus palabras, Sacerdote. Realmente aprecio tus consejos. No siempre es fácil saber qué hacer en la vida. Pero creo que lo correcto en este caso es justamente no preocuparse tanto por este gran evento, y así llegaré contento a donde el destino me guíe.
El sacerdote sonrió con gentileza:
—No hay de qué, Arturo. Estoy aquí para escuchar y orientar a aquellos que lo necesiten. Recuerda, la vida es un viaje lleno de desafíos y alegrías. Lo importante es mantenerse fiel a ti mismo y a tus valores. Si los desafíos que te cruzas te obligan a preocuparte demasiado, entonces lo correcto es simplemente dejarlos al costado y continuar con el camino. Cuando avances lo suficiente por el camino de la vida te darás cuenta de que dejar esos desafíos atrás fue la decisión correcta.
Después de su conversación con el sacerdote, Arturo se sintió renovado y con una perspectiva más clara sobre su situación. Comprendiendo que a veces lo más saludable era bajar los brazos y no preocuparse por el fin de los tiempos.
El jorobado agradeció al sacerdote por su tiempo y sabiduría, luego se despidió del santuario y se encaminó de regreso a su casa, con la mente llena de pensamientos y reflexiones sobre su vida y su futuro.
Tras regresar a su casa lo primero que Arturo se encontró fue a Pompón, mirándolo de mala gana, mientras ordenaba:
—¡Hay que seguir ordenando el inventario! No puedes vivir acumulando cosas, solo para dejarlas en el olvido dentro de tu espejo. Mínimamente acomoda los objetos y así podremos ver si algo nos es útil, o siquiera nos sirve para hacer más bonito este hogar.
—Tienes razón, Pompón—Admitió Arturo, buscando tranquilizar al conejo que con cada grito terminaba respirando con esfuerzo—Deberíamos empezar a ordenar el inventario. No tiene sentido tener todas estas cosas acumuladas sin saber qué tenemos.
Arturo se puso manos a la obra, reconociendo que había llegado el momento de hacer algo con su creciente colección de objetos. Siguiendo el orden descendente con el que había estado trabajando, Arturo renombró a los dos objetos que había comprado para qué lo ayudarán a ganarse un trofeo, estos ítems eran el objeto de invocación del cerdo y la poción para ganar el primer lugar del certamen de ciencias.
Dado que esos objetos no se usarían hoy, no tenía sentido sacarlos del inventario, por lo que Arturo procedió a sacar el siguiente ítem que había obtenido durante sus aventuras. Dicho ítem no era ni más ni menos que el objeto de invocación de una nueva mascota que el joven había ganado cuando unos malvados estudiantes lo habían dejado atrapado en el aula abandonada debido a la “broma” de Anteojitos, la cual más que una broma era una forma de forzar a Arturo a completar el ritual.
El objeto de invocación en cuestión era una simple caja de madera, impecablemente lisa, en un estado inmaculado y que no dignaba a revelar la más mínima pista acerca del tipo de criatura que podría albergar en su interior.
Lentamente, Arturo abrió la caja que había estado oculta en lo profundo de su inventario durante unos buenos días. A medida que la tapa se deslizaba, un putrefacto olor escapó de su interior, provocando que el jorobado luchara por contener el vómito. Lo que encontró dentro de la caja era una corona, pero no era una corona cualquiera; esta corona estaba teñida de oscuridad y maldad.
La corona estaba compuesta por cinco flores, y espinas afiladas y puntiagudas que parecían tener vida propia. Cada una de estas espinas estaba manchada de sangre seca y coagulada, lo cual parecía haber sido la fuente de la incómoda fragancia que se había liberado.
El objeto exudaba una sensación de horror y opresión, y Arturo podía sentir un escalofrío recorriendo su espalda mientras lo miraba. Sabía que esta corona tenía una historia oscura y siniestra. Arturo recordaba claramente la noche en que había adquirido este objeto maldito. La había obtenido en un ritual macabro, un acto de sacrificio humano que había dejado una marca “imborrable” en su conciencia.
Múltiples estudiantes habían sido arrastrados por la influencia de los rumores malévolos que los habían convencido de que esta mascota le otorgaría poderes inimaginables. Sin embargo, el precio era horrendo. Cinco personas habían perdido sus vidas en un ritual sangriento para que finalmente Arturo obtuviera la corona de espinas y sellara el pacto oscuro.
Las cinco flores rojas dispersas en la corona era un recordatorio macabro de ese sacrificio. Cada flor roja como la sangre representaba una vida perdida, un acto de crueldad que Arturo cargaba ahora mismo en sus manos y, en última instancia, un acto despiadado en donde había participado.
Arturo sabía que no podía seguir sosteniendo este objeto por mucho tiempo. Era una manifestación del mal puro y una carga insoportable para su conciencia. Por lo que con apuro se dirigió a la habitación de la comida, la cual era la habitación con más espacio disponible actualmente.
Al llegar, Arturo llamó a sus mascotas y a Pompón con la esperanza de que todos saludaran a su nueva mascota nomas esta apareciera. Arturo dejó caer la corona de espinas al suelo, y un silencio sepulcral se apoderó de la habitación.
La habitación pareció exhalar un gemido agónico mientras el objeto maldito tocaba el frío suelo de piedra. En ese momento, el suelo comenzó a vibrar con una intensidad aterradora, como si la misma tierra estuviera respondiendo a la llegada de la corona.
El corazón de Arturo latía con violencia mientras retrocedía, incapaz de apartar la mirada de lo que estaba por ocurrir. Sus mascotas, alertas y temblorosas, observaban la escena con ojos llenos de horror.
Fue entonces, que el aire se llenó de un olor pútrido y nauseabundo, como el aliento de un cadáver en descomposición. La temperatura de la habitación descendió bruscamente, envolviendo a Arturo y a sus mascotas en un frío mortal.
Mientras esto ocurría, la corona de espinas comenzó a moverse como si tuviera voluntad propia. Las espinas afiladas se agitaron y se estremecieron, y Arturo pudo ver que estaban soltando hilos de sangre seca que se deslizaban sobre las piedras. El suelo comenzó a absorber la sangre, como si estuviera sediento de ella, y las piedras se tornaron más oscuras y frías a medida que el líquido oscuro las empapaba.
Arturo sentía que estaba atrapado en una pesadilla viviente mientras observaba el macabro espectáculo. No podía apartar la mirada, y un sudor frío cubría su frente. Sus mascotas y Pompón, que también estaban presenciando la escena, emitieron sus advertencias inquietantes, como si fueran conscientes del peligro que se avecinaba.
La sangre seca de las espinas comenzó a formar una mancha de tinta circular en el suelo, justo arriba de la corona. La tinta se expandía a un ritmo vertiginoso, como si estuviera cobrando vida propia. Formas grotescas comenzaron a surgir de la mancha de tinta, como sombras en movimiento. Eran figuras distorsionadas y horribles que parecían retorcerse y gemir en agonía mientras tomaban forma.
Arturo no logró distinguir a qué tipo de criatura le pertenecían las sombras, pero sintió que la adrenalina corría por sus venas mientras observaba el proceso de invocación. El olor rancio y putrefacto se intensifican con cada segundo que pasaba, y el frío en el cuarto se estaba volviendo insoportable.
El terror en la habitación estaba por alcanzar el punto crítico. Arturo podía sentir el pánico apoderándose de él mientras las sombras distorsionadas continuaban surgiendo de la tinta negra y le murmuraban palabras incomprensibles. Pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.
De repente, la corona de espinas se hundió con violencia en la mancha de tinta. Un grito espantoso resonó en la habitación, un grito desgarrador que parecía surgir de las cinco flores que se hundían en las profundidades del abismo. Arturo se tambaleó hacia atrás, cayendo al suelo, mientras escuchaba el lamento de las cinco flores.
—¡¿Por qué, por qué me has traicionado?! ¡Yo te amaba, yo confíe en tu palabra, me prometiste que juntos saldríamos adelante!—Gritó la primera flor con la voz de una joven con el corazón destrozado y lleno de desesperación.
Arturo, atónito y horrorizado, observó desde el suelo, sintiendo a su corazón latiendo con fuerza mientras escuchaba el lamento de las flores. La culpa se apoderó de él de inmediato, y un pánico paralizante tomó el poder de su mente.
La segunda flor habló con un tono más sombrío y lleno de sufrimiento:
—¡Traidores! ¡Me juraron que me ayudarían a conseguir lo que buscaba a cambio de mi conocimiento y es así como me pagan luego de haberles dado todo lo que tenía, sucios traidores!
La confusión en Arturo se intensificó, su mente luchaba por comprender la magnitud de lo que estaba ocurriendo.
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—No te comprendo... No te entiendo…—Murmuró Arturo en voz baja, pero sus palabras se sintieron vacías y carentes de valor.
Fue entonces cuando, la tercera flor emitió un grito lleno de cólera:
—¡Asesino! ¡Nos mataste sin piedad alguna! ¡Nos atacaste por la espalda y nos condenaste a esta miseria eterna!
Reconociendo la voz de esta flor, Arturo se aferró a su cabeza, sintiéndose consumido por el remordimiento que le recordaba esta alma en pena. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras el recuerdo de la sangre brotando por el cuello de este joven lo envolvía.
—¡Lo siento! ¡Lo siento tanto!—Gritó Arturo, con una voz llena de desesperación mientras se retorcía en el suelo, intentando escapar de la culpa que lo asfixiaba.
Sin darle tiempo a recuperarse, la cuarta flor emitió un grito lleno de rabia:
— ¡¿Lo sientes?! ¿Acaso crees que tus disculpas vacías nos salvaran de nuestra condena? ¡Eres un asesino miserable y lo serás por toda la eternidad! ¡Nuestras almas te condenan y te perseguirán para siempre!
Sin poder sacarse de la cabeza los dos cuerpos desmayados siendo pateados hasta la deformidad por sus pies, la culpa y el terror en Arturo alcanzaron su punto máximo. Su mente se deslizaba hacia la locura mientras las voces de las flores atormentadas se mezclaban en su cabeza.
—¡Deténganse! ¡Por favor, deténganse!—Suplicó Arturo, pero su súplica se ahogó en el eco retorcido de la habitación.
Fue en ese momento que la quinta y última flor habló, su voz apenas era un susurro, pero sus palabras resonaron con un dolor que perforó la mente de Arturo como el rugir del trueno.
—¿Por qué?—Susurró la quinta flor, su voz estaba cargada de un sufrimiento insondable—Solo quiero saber... ¿Por qué? Yo solo buscaba escapar del tormento de haber fallado en el gran examen, y mira cómo terminé... ¿Por qué me engañaste? ¿Cómo pudiste traicionarme de esta manera? ¡Tienes idea del sufrimiento que he soportado desde que tengo conciencia de que mi condena se extiende hasta la eternidad! ¡Eres un mentiroso, un cruel y despiadado mentiroso!
Las palabras de la quinta flor atravesaron a Arturo como cuchillos afilados. El peso de la culpa se volvió insoportable mientras enfrentaba la angustia que había infligido a este desafortunado joven.
Sin poder aguantar más el dolor dentro de él, Arturo se retorció en el suelo, mientras sus manos agarraban con fuerza a su cabeza, tratando inútilmente de taparse los oídos para dejar de escuchar las voces que lo atormentaban. Sus ojos, antes llenos de terror y remordimiento, ahora reflejaban una locura creciente. Un grito desgarrador escapó de sus labios y se unió al coro de lamentos de las flores. Su cuerpo se convulsionó en el suelo, como si estuviera poseído por fuerzas demoníacas. Había cruzado un umbral de horror del que una persona normal nunca podría regresar, condenado a vagar en el abismo de su propia creación.
Tras el pasar del eco del grito incomprensible del jorobado, la habitación se sumió en un silencio inquietante. Las flores observaban a Arturo retorciéndose en el suelo con miradas llenas de condena, y la tinta negra que las rodeaba pareció vibrar con una energía siniestra mientras la corona finalmente desaparecía de la faz de la tierra. Arturo, en medio de ese silencio opresivo, sintió que algo se rompía dentro de él, como si una parte de su ser se desgarrara irremediablemente.
El jorobado se tambaleó, tamborileando sus dedos sobre su cabeza de forma rítmica y obsesiva, como si estuviera tratando de contener una tormenta que rugía en su interior. Sus ojos mostraban una mirada vacía, como si hubiera perdido todo contacto con la realidad. Las flores continuaron sus lamentos desde el interior de la tinta negra, pero las palabras cada vez más distantes de los condenados se mezclaron con el murmullo incomprensible que no podía parar de balbucear Arturo.
El desgarrador lamento de estas cinco almas se convirtió en un eco distante mientras el jorobado se hundía más y más en las profundidades de su propia locura. Aparentemente no había vuelta atrás, había cruzado un umbral del cual uno nunca podría regresar, condenado a pagar por sus actos por toda la eternidad. Condenado a cargar el dolor que estas cinco almas pobres y desafortunadas estaban soportando.
Finalmente el llanto de las flores dejó de ser oíble, y la habitación quedó sumida en un silencio sepulcral, roto solo por el eco de la locura que se había apoderado de Arturo. Observando el estado desolador del joven, sus mascotas y Pompón se acercaron con profunda preocupación.
Pompón se acercó con cautela. Sus grandes ojos expresaban una preocupación genuina mientras extendía su pequeña patita para tocar las temblorosas manos del jorobado. La cercanía del conejo pareció traer a Arturo de vuelta al mundo consciente, al menos momentáneamente.
—¿Arturo? ¿Puedes escucharme?—Preguntó Pompón con voz suave, tratando de llegar al fragmento de cordura que quedaba en el joven.
Los ojos de Arturo se enfocaron en el conejo, pero la mirada que le devolvió estaba llena de una incomprensible mezcla de terror y desvarío. No había reconocimiento en sus ojos, solo una mirada vacía que trasmitía el dolor que sentía.
—¿Arturo? ¿Estás ahí?—Insistió Pompón con una voz cargada de preocupación.
Arturo emitió un gemido escondido en un tartamudeo incomprensible, como si estuviera tratando de comunicar algo que estaba más allá de las palabras. Sus dedos se aferraron con más fuerza a su cabeza, como si su propio cuerpo fuera su única conexión con la realidad. La tensión en la habitación aumentó, y las mascotas de Arturo observaron impotentes mientras su amigo luchaba contra sus demonios internos.
Copito, comprendiendo el dolor que sentía su dueño, se posó en el hombro de Arturo. La bola de pelo miró con ojos agudos la perturbadora escena y luego dirigió su mirada hacia Anteojitos como diciendo: «Necesitamos hacer algo.»
Las mascotas de Arturo compartían una profunda conexión con él, habían enfrentado peligros y aventuras juntos, pero nunca habían visto a su amigo en un estado tan aterrador. Se sentían impotentes, sin saber cómo ayudarlo en su tormento.
Pero entonces, una idea cruzó la mente de Pompón. Recordó las enseñanzas de un conejo ermitaño con el que se habían cruzado en su pacífica vida durante el largo milenio que espero el regreso de su protegido. El conejo cerró los ojos y comenzó a concentrarse en pensamientos positivos, extendiendo su pata hacia Arturo y tocando su frente con suavidad. Se sentía un poco ridículo al principio, como si estuviera actuando en el rol de un personaje de cuentos de hadas, pero su determinación era inquebrantable. Pompón parecía buscar conectarse con los más tiernos recuerdos de todas las aventuras que Arturo había vivido en su infancia, con los momentos de risa y camaradería, con la lealtad y el amor que el joven alguna vez había sentido.
Sorprendentemente, Arturo, que había estado sumido en la oscuridad de la locura, comenzó a mostrar signos de calma. Su tartamudeo maníaco se desvaneció, y sus manos dejaron de temblar erráticamente. Sus ojos, antes vacíos, comenzaron a recuperar algo de claridad.
Notando que su intento desesperado estaba funcionando, Pompón ganó determinación, y habló con una voz suave:
—Arturo, escúchame. Estamos aquí contigo, tus amigos. No estás solo en esto. Puedes superar este momento, regresa con nosotros.
El jorobado parpadeó, como si estuviera luchando por encontrar su camino de regreso a la cordura. La misteriosa energía que rodeaba a Pompón y Arturo, provocó que los ojos de las mascotas brillaran con más intensidad, como si vieran un faro en la oscuridad. Sin embargo, Arturo parecía aún sumergido en sus propios pensamientos, perdido en sus recuerdos más traumáticos.
Pompón, sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse. Movió sus patitas de manera inquieta, intentando llamar la atención de Arturo. Las orejas del conejo se inclinaron hacia adelante mientras hablaba nuevamente, su voz suave y preocupada resonó en la habitación:
—Amigo mío, recuerda quién eres. Recuerda todas las veces que hemos superado juntos los desafíos más difíciles. Tu fuerza interior es mayor que cualquier oscuridad que te rodee.
La mirada de Arturo se enfocó en Pompón, y esta vez había un destello de reconocimiento en sus ojos. Parecía estar luchando por volver a conectar con la realidad, como si estuviera emergiendo de las profundidades de su propia pesadilla.
Las otras mascotas, inspiradas por el acto de Pompón, comenzaron a rodear a Arturo, enviándole pensamientos de amor y apoyo. El jorobado respiró profundamente, como si estuviera inhalando la fuerza y el amor de sus fieles compañeros. La inexistente luz que los rodeaba creció aún más brillante, y Arturo comenzó a temblar visiblemente, como si se estuviera liberando de la oscuridad que lo había atormentado.
Con un esfuerzo titánico, Arturo se puso de pie. Aunque aún mostraba signos de agitación, había recuperado suficiente cordura como para entender que no estaba solo en su lucha. Sus mascotas lo rodeaban, emitiendo una sensación de unidad y apoyo inquebrantable.
Pompón, con lágrimas en los ojos, habló una vez más:
—Juntos superaremos esto, Arturo. Tu fuerza y tu valentía nos guiarán de nuevo hacia la luz.
Arturo asintió débilmente sin comprender exactamente por qué sus mascotas y el conejo lo miraban con los ojos llorosos, mientras preguntaba con aturdimiento:
—¿Por qué están llorando?
Pompón, con sus orejas todavía temblando por la angustia que había presenciado, dio un pequeño saltito de alegría al ver que Arturo parecía haber recobrado la compostura; sin embargo, ese saltito pareció consumir todas sus energías y con la voz temblorosa por la falta de aire exclamó con emoción:
—¡Arturo! ¡Estás de vuelta! Parecías haber perdido la conexión con la realidad por un momento, pero ahora estás aquí otra vez.
Copito saltó alegremente y Anteojitos se movió de forma rítmica en el aire, como si también celebraran el regreso de su amo al mundo de los cuerdos.
Arturo parpadeó confundido, tratando de comprender lo que había ocurrido. Su mente estaba llena de fragmentos alegres y torta de chocolate, como si hubiera experimentado un sueño fantástico del que no podía recordar los detalles.
—No entiendo... ¿Qué pasó? —Murmuró Arturo, buscando respuestas en los rostros preocupados de sus mascotas y Pompón.
Pompón, con sus patitas temblorosas y un nudo en la garganta, intentó explicar lo que había ocurrido:
—Arturo, algo extraño sucedió. Invocaste a una criatura aterradora con esa corona de espinas, y parecías perdido en la locura por un momento. Pero luego... volviste de entre la oscuridad.
Arturo frunció el ceño, tratando de procesar la información. La mención de una criatura aterradora y la locura lo inquietaban profundamente, pero no podía recordar nada de eso, y en su lugar recordaba estar pensando en un payasito bailando alegremente provocando que temblara de la emoción en el suelo.
—No recuerdo nada de eso…—Arturo frunció el ceño mientras su mente luchaba por encontrar respuestas—¿Invocamos a la nueva mascota? ¿Es un payaso? ¿Trajo tortas?...
Pompón y las mascotas intercambiaron miradas preocupadas. Parecía que Arturo había perdido por completo la memoria de los eventos recientes.
—Quizás sea mejor que no lo recuerdes—Pompón intentó tranquilizar a Arturo—Lo importante es que estás de vuelta sano y salvo.
—Pero, ¿el payaso trajo la torta o no? ¿Acaso se la comieron todos ustedes mientras yo estaba perdido en mi delirio?—Arturo exclamó con enojo, notando con frustración que no había rastro de ninguna torta en la habitación.
Pompón asintió con solemnidad, aunque su carita peluda y sus orejas largas revelaban su complicidad.
—Sí, Arturo, el payaso trajo una torta deliciosa, pero... —Pompón hizo una pausa dramática y bajó la cabeza con una expresión culpable—La verdad es que no pude resistir la tentación y me la comí toda yo solo. Fue un pastel tan delicioso que no pude evitarlo.
Arturo no pudo evitar esbozar una sonrisa ante la actuación de su leal conejo.
—Vaya, Pompón, siempre tan glotón…—Arturo bromeó, sintiendo un alivio momentáneo ante la respuesta cómica de su mascota—No importa, siempre puedo conseguir otra torta.
Con bastante curiosidad, Arturo se acercó a la mancha de tinta en el suelo, que aparentemente no desaparecía, y preguntó:
—Hola, ¿tú eres mi mascota?
Sus palabras resonaron en la habitación mientras esperaba una respuesta. Sin embargo, en lugar de obtener una respuesta vocal, la tinta negra en el suelo comenzó a moverse de manera extraña. Se escurrió lentamente por los bordes del suelo de piedra, desvaneciéndose en el olvido sin dejar rastro alguno. Arturo observó con asombro cómo la mancha de tinta desaparecía, pero algo extraño quedó atrás.
Lo que se ocultaba bajo la tinta negra era un pequeño círculo en el suelo que asemejaba ser una sombra. A pesar de su apariencia oscura y etérea, este círculo se movía por el suelo con absoluta libertad, como si tuviera vida propia. Lo más extraño de todo era que Arturo sentía una conexión inexplicable con esta sombra, como si estuvieran unidos de cierta manera.
—¿Tanto escándalo para terminar recibiendo una sombra del tamaño de una pelota como mascota? —Pompón preguntó con evidente decepción. Al parecer, el conejo también había sentido la conexión entre Arturo y esta sombra, por lo que no tenía duda de que era la nueva mascota.
—No sé qué eres, pero parece que ahora eres parte de nuestra familia, pequeña sombra—Arturo murmuró, sintiendo la conexión entre él y la misteriosa criatura—Y no importa cómo seas, siempre serás bienvenido aquí.
Arturo se agachó con cautela para observar más de cerca la sombra en el suelo. A pesar de su aspecto oscuro, la sombra parecía palpitar con una extraña energía, y si uno se acercaba lo suficiente, se podían escuchar susurros tenues, aunque incomprensibles.
—¡Acérquense!—Exclamó Arturo con entusiasmo—Parece que la sombra puede hablar. Creo que está diciendo algo como: "Yumi, yumi, qué rica estaba esa tortita de chocolate, yumi, yumi".
Arturo invitó a sus mascotas a escuchar los susurros de su nueva mascota. Extendió la mano hacia ella y notó cómo la sombra respondía a su toque, moviéndose como si estuviera viva.
Pompón, aunque inicialmente había estado incómodo con el comentario de Arturo, se acercó con curiosidad. Sus grandes orejas se inclinaron hacia adelante mientras escuchaba atentamente los susurros que provenían de la sombra. Sin embargo, lo que escuchó no fue en absoluto lo que Arturo había sugerido.
Dentro de esos susurros se mezclaban una serie de insultos feroces y súplicas desesperadas. Lo más perturbador era que las voces que emitían esos sonidos eran las mismas que las de las flores de la corona de espinas que habían hablado anteriormente. Parecía como si dentro de esa pequeña sombra se albergaran cinco almas atormentadas, siendo torturadas despiadadamente.
Pompón sintió un escalofrío recorrer lo poco que le quedaba de pelaje mientras miraba a Arturo con los ojos llenos de preocupación.
—Arturo, esto... Esto no suena nada bien—Pompón murmuró con voz temblorosa—Las voces en esa sombra... son las mismas de las flores. Parece que algo extraño está ocurriendo aquí.
—Sí, yo también noto que las voces son idénticas a las de las flores que llevaba el payasito. Parece que ese pequeño ser travieso vive adentro de la sombra—Comentó Arturo mientras trataba de meter su mano en la sombra. Sin embargo, al intentar tocarla, se encontró con que simplemente era una sombra en el suelo de piedras. Por lo que cada intento por agarrarla resultaba en un golpe contra el suelo duro. No obstante, por alguna razón, el suelo donde reposaba la sombra se sentía inusualmente frío, casi helado.
Notando que no podía meter la mano para sacar al payasito, el jorobado tuvo una idea brillante. Se apresuró a dirigirse a la biblioteca, donde guardaba libros comestibles, y arrancó una página hecha de lo que parecía ser una galletita de coco. Luego, regresó con una mirada llena de expectación y tentó a la sombra diciendo:
—¡Hey, mira el dulce que tengo aquí! ¿No quieres probarlo?
Con cuidado, Arturo extendió la galletita de coco hacia la sombra en el suelo, esperando que esta respondiera de alguna manera. Sus mascotas y Pompón observaban con atención, preocupados por la extraña interacción entre Arturo y la misteriosa sombra.
¡Fue entonces cuando la bestia emergió de las profundidades!
La tentación del dulce aroma del coco había provocado una respuesta en la sombra, y de ella comenzó a surgir un tentáculo viscoso, aparentemente hecho de una tinta espesa y negra que no paraba de chorrear y manchar el suelo. Cada gota de tinta que caía del tentáculo se evaporaba en el aire, creando una neblina de color rojo sangre que llenaba la habitación con un hedor nauseabundo, tan repugnante que podría hacer vomitar incluso al estómago más resistente.
Sobre este tentáculo, de apariencia líquida y oscura, yacía una amalgama de espinas afiladas y rosas rojas que nadaban incansablemente sobre su superficie. Cada espina parecía ansiosa por infligir dolor y sufrimiento, mientras que las flores susurraban palabras incomprensibles que parecía provenir del estudiante menos cuerdo de la academia.
Rápidamente, la bestia extendió su tentáculo hacia la página con olor a coco que Arturo sostenía en su mano y se la arrebató con violencia. El tentáculo retrocedió con la misma rapidez con la que había emergido, desapareciendo en la seguridad de la sombra que lo rodeaba. La acción fue tan abrupta y sorprendente que todos en la habitación se quedaron sin aliento durante un momento.
—Así que eres algo tímido, ¿eh? Bueno, a partir de ahora tu nombre será Tentaculin—Dijo Arturo con alegría mientras acariciaba las piedras donde se encontraba la sombra. Sus mascotas y Pompón observaron con asombro la nueva dinámica entre Arturo y la criatura, preguntándose qué aventuras y desafíos les depararía la incorporación de Tentaculin a su grupo de aventuras. Mientras que por su parte la sombra, que ahora respondía al nombre de Tentaculin, pareció vibrar con una especie de emoción ante el gesto cariñoso de Arturo.