Arturo dedicó el resto del día a una exhaustiva investigación. Se sumergió en los rumores heredados de los antiguos estudiantes, leyendo atentamente los secretos y chismes que circularon de generación en generación. Cada oración que llenaba su vista podía ser una pista valiosa sobre los eventos que ocurrirían durante sus primeros días en el mundo de los adultos. .
A medida que avanzaba la tarde, Arturo recopiló unos pocos rumores que destacaban por su importancia, separando la información relevante de las anécdotas más triviales. Algunos de estos rumores hablaban sobre estrategias para negociar contratos de manera efectiva, mientras que otros revelaban los secretos para dejar una impresión imborrable en los jefes que vendrían a evaluar a los jóvenes aprobados.
Arturo no tardó en notar que la variedad de rumores acerca de como gastar inteligentemente sus primeras reliquias era abrumadora, y se dio cuenta de que debía elegir con sabiduría en qué invertir sus preciadas reliquias. Dado que todo indicaba que las reliquias eran muy escasas frente a la gran cantidad de estrategias con la que uno podía encarar con buen pie las famosas “contrataciones”.
Después de una larga tarde de investigación y una noche de descanso, Arturo se encontraba de nuevo frente al espejo, preparado para embarcarse en otra jornada de exploración en busca de obtener un mejor futuro. Con determinación en sus ojos, se miró en el reflejo del espejo y poniendo la tarjeta de plata sobre la superficie del mismo, murmuró en voz baja:
> “En una plaza bulliciosa y abierta, donde los secretos y bienes son la oferta. Buscas productos, frescos y variados, dime, buen viajero, ¿dónde has llegado?”
Inmediatamente sobre la superficie del espejo, comenzó a tomar forma una plaza llena de jóvenes que deambulaban de un lado a otro con determinación. Todos ellos vestían túnicas negras desgastadas, y sus rostros reflejaban la urgencia de quien busca un tesoro oculto entre la chatarra.
Sin perder un segundo, Arturo se aventuró en el espejo, y conforme su cuerpo atravesaba el umbral, desapareció en el aire en un pestañeo.
Arturo emergió en una bulliciosa plaza que parecía un animado mercado callejero. Los puestos de los comerciantes estaban dispuestos en manteles extendidos por todo el lugar, mostrando una variedad de productos que iban desde curiosidades exóticas hasta herramientas útiles.
Los jóvenes que llenaban la plaza eran estudiantes aprobados, y al igual que Arturo tenían todos 18 años. Lo cual explicaba las túnicas negras similares a la de nuestro protagonista, y el hecho que todos sus rostros reflejaran un aire entre la urgencia y la emoción. Algunos estudiantes examinaban los productos en los puestos con interés, mientras que otros se agrupaban en pequeños círculos, para discutir animadamente sus hallazgos y las estrategias que usarían durante las contrataciones.
El bullicio del mercado era constante, con vendedores ofreciendo sus mercancías con entusiasmo y estudiantes debatiendo sobre las diferentes opciones que tenían para gastar sus preciadas reliquias. El aire estaba impregnado de una mezcla de aromas, desde especias exóticas hasta alimentos recién cocinados, creando una atmósfera vibrante y llena de vida. Este era un lugar donde las decisiones importantes se tomarían y los futuros de todos estudiantes se forjarían, y Arturo se encontraba en medio de todo ello, listo para conquistar el mundo con su inteligente plan.
Tras recobrar el sentido de lugar, lo primero que atrajo la atención de Arturo fueron las miradas afiladas que lo acechaban desde todos los rincones de la concurrida plaza. A pesar de que el lugar no era particularmente grande y no albergaba más de cuarenta estudiantes, cada individuo que se cruzaba con el jorobado lo examinaba con una crueldad despiadada. Sus miradas no eran meramente despectivas; eran dagas afiladas de desprecio que lo perforaban como si fuera una bestia enjaulada y no un ser humano.
Arturo sintió el peso abrumador de esas miradas hostiles y la inseguridad se apoderó de él. Instintivamente, el joven se llevó la túnica que llevaba puesta a su nariz, y al olfatearla, por poco se desmalla. El olor que emanaba de su ropa era insoportable, por no decir repulsivo. Tras sentir el olor a mierda una sonrisa irónica se formó en el rostro de Arturo, recordando que había pasado semanas sin lavar sus prendas.
Sabiendo que no podía hacer nada para mejorar el olor, Arturo ignoro las miradas y murmullos despectivos de los otros estudiantes siguió adelante, adentrándose en el mercado y explorando sus alrededores. Si bien la plaza del mercado no era muy grande, no había dudas de que era un lugar encantador. El techo del mercado estaba pintado de negro, simulando un cielo nocturno estrellado. Las estrellas pintadas parpadeaban en lo alto, como si estuvieran vivas, y Arturo no podía evitar de vez en cuando mirar hacia arriba, para maravillarse por la ilusión que veía.
Mientras que en las paredes que rodeaban la plaza no había ventanas ni puertas, y en su lugar las mismas estaban adornadas con pinturas pintorescas que simulaban las casas de un encantador pueblo en los alrededores de la plaza. Los detalles de las pinturas eran asombrosos y parecían cobrar vida a medida que Arturo se acercaba para observarlos más de cerca: Cada casa estaba cuidadosamente representada, con tejados inclinados y chimeneas humeantes. Las ventanas mostraban cortinas ondeantes y las puertas de madera parecían verdaderamente haber sufrido el paso del tiempo. Algunas casas tenían jardines con flores de colores, mientras que otras tenían huertos repletos de frutas y árboles. A medida que Arturo paseaba por los bordes de la plaza, los detalles de las pinturas cobraban vida, como si las casas estuvieran realmente habitadas. Veía a figuras pintadas que se asomaban por las ventanas, saludaban desde los porches y caminaban por las calles empedradas del pueblo imaginario. El efecto era sorprendente y daba la sensación de que estas pinturas estaban inmersas en un verdadero mundo de fantasía.
Por otro lado, el suelo de la plaza estaba cubierto de piedras rectangulares cubiertas de musgo, lo que le confería un aire de antigüedad al lugar. Sobre estas piedras se erguían postes altos y retorcidos, en cuyos extremos se alojaban farolas de bronce oxidado, las cuales proporcionaban la única fuente de luz en la plaza.
Mientras Arturo exploraba el bullicioso mercado, sus ojos curioseaban los bienes dispuestos en las mantas de los comerciantes. Se detuvo junto a numerosos puestos, examinando con interés los variados productos que se ofrecían: había desde armaduras exóticas y espadas brillantes hasta libros gigantescos que ocupaban medio mantel.
No obstante, la atención del jorobado estaba enfocada en encontrar a un comerciante en particular, alguien que tenía algo que él había estado buscando desde que llego a esta plaza. Con cada paso que daba entre las coloridas mantas y las voces animadas de los vendedores, Arturo se acercaba un poco más a su objetivo.
Finalmente, entre la multitud y el bullicio, los ojos del jorobado se posaron en el comerciante que había venido a buscar: El comerciante en cuestión era una extraña criatura, como todos los comerciantes que poblaban este mercado. Su cuerpo estaba cubierto de una especie de caparazón rugoso y oscuro que parecía una amalgama de escamas y conchas. Sus extremidades eran largas y delgadas, y lejos de ser humanas, eran tentáculos viscosos que liberaban una aceitosa sustancia constantemente.
Lo más inquietante de estos comerciantes era su rostro. No tenían ojos en el sentido humano, pero unas aberturas oscuras se ubicaban en el centro de sus cabezas, y cuando miraban a alguien, esa oscuridad parecía absorber la luz a su alrededor. No tenían narices ni bocas visibles, solo una serie de protuberancias y pliegues que parecían un extraño rejunte de órganos sensoriales.
Dado que todos los comerciantes eran idénticos, la manera de diferenciarlos eran los objetos que comerciaban y en este caso la criatura adelante de Arturo tenía una seria de jaulas dispersas arriba de su mantel. Dentro de las jaulas se hallaban encerrados lo que parecería ser unas bolas de pelo de diferentes colores del tamaño de bolas de tenis.
El comerciante, notando la curiosidad del joven, no dudó en dirigirse a él con una voz que parecía surgir de las profundidades de los mares: era rasposa y ahogada, algo difícil de comprender.
—Mucho gusto, joven estudiante. ¿Estás interesado en comprar a uno de los legendarios puffins?
Arturo no respondió al comerciante y en su lugar se centró en observar detenidamente a las criaturas en las jaulas. Las criaturas en cuestión no tenían patas, ni dientes, ni una boca visible, y tampoco poseían brazos ni orejas. Eran, en esencia, bolas de pelo, pero lo que las hacía especiales eran los dos ojos encantadores que tenían, con los cuales observaban curiosamente a las personas que se acercaban al mantel.
El astuto comerciante, notando el interés de Arturo, habló con una voz seductora y misteriosa:
—Veo que estás intrigado, joven. Permíteme presentarte a los puffins. Aunque estas criaturas tienen un aspecto encantador, hay otro motivo por el cual los estudiantes suelen adquirirlos: un secreto, un secreto impresionante que podría cambiar tu vida para siempre. ¡Un grandioso secreto!
Arturo no pudo evitar encender su curiosidad ante las declaraciones del comerciante. Según los rumores de los antiguos estudiantes, efectivamente existía un secreto, y se decía que era tan grande e impactante que podía cambiar la vida de quien lo descubriera para siempre. Sin embargo, ninguno de los múltiples rumores acerca de estas criaturas y este comerciante mencionaban en detalle cuál era ese secreto.
—¿Cuál es ese secreto?—Preguntó Arturo ansiosamente, esperando obtener una respuesta concreta. Sabía que debía ser algo extraordinario dado que los rumores no eran precisamente pocos, pero los detalles seguían siendo un misterio.
El comerciante, con una sonrisa enigmática, respondió:
—Ah, joven, ¿acaso crees que es tan sencillo? No, me temo que no lo es. Cada puffin guarda un gran secreto en su interior, pero solo su dueño puede conocerlo.
Arturo frunció el ceño, un tanto confundido.
—Pero usted es el dueño de estos puffins—Replicó el jorobado, pensando que el comerciante podría compartir al menos un indicio del secreto—Usted debería conocer el secreto y podria decírmelo, ¿verdad?
El comerciante extendió sus tentáculos sobre una de las jaulas y acarició suavemente al puffin que estaba dentro, como si estuviera teniendo una conversación silenciosa con la criatura.
—Soy su dueño, es cierto…—Dijo con calma la criatura—, y por eso conozco el secreto. Pero tú no eres dueño de ninguno de estos puffins, y, por tanto, no puedes conocer el impactante secreto. Solo cuando uno de estos pequeños seres te elija como su dueño podrás acceder a su secreto.
Arturo comprendió las palabras del comerciante. Era evidente que ninguno de esos puffins le pertenecía, y, por lo tanto, no le revelarían el gran secreto que anhelaba descubrir. Con cautela, el jorobado examinó a cada uno de los puffins en la tienda. Inspeccionó sus ojos curiosos y sus adorables pelajes de diversos colores, buscando pistas que lo condujeran a encontrar al indicado.
Finalmente, sus ojos se posaron en uno de los puffins, uno que parecía particularmente misterioso. Era completamente blanco, con grandes ojos del mismo tono que miraban con curiosidad y parecían esconder los secretos de la inmortalidad. Arturo no pudo evitar sentirse atraído por ese enigmático puffin.
—Bueno, si es así, entonces quiero que me des ese puffin blanco de allí —Dijo Arturo señalando al adorable ser de pelaje blanco.
El comerciante asintió y sacó al puffin blanco de su jaula. La criatura saltó felizmente por los alrededores, mostrando una alegría contagiosa.
—Será una reliquia, joven…—Advirtió el comerciante mientras sostenía al puffin en sus tentáculos, listo para realizar el intercambio.
Arturo no perdió tiempo y extrajo apresuradamente de su bolsa negra un pequeño frasco con líquido plateado, el cual entregó al comerciante como pago por su nuevo compañero.
Como si un contrato místico se hubiera sellado al completar la transacción, el puffin blanco se teletransportó sobre la cabeza de Arturo y comenzó a saltar alegremente a su alrededor. El jorobado sintió que se había establecido un vínculo especial entre él y la criatura en ese momento. Sin embargo, no escuchaba ningún secreto susurrado en su mente, lo que lo llevó a mirar al comerciante con una expresión de confusión.
—No escucho nada, ¿a qué se debe? —Preguntó Arturo.
El comerciante respondió con calma—¿Acaso no es normal? Recién se conocen, y una relación toma tiempo en desarrollarse. Además, los puffins tienen muchas necesidades que debes satisfacer como su nuevo dueño.
Arturo, ansioso por aprender cómo cuidar de su nueva mascota, continuó cuestionando: —¿Cuáles son estas necesidades?
—La alimentación, un hogar adecuado y el juego son fundamentales para su bienestar. Si proporcionas estas tres cosas, el puffin te verá como su dueño de manera natural—Explicó el comerciante.
—Entiendo. ¿Pero cómo lo alimento? ¿Debo llevarlo a mi cuarto? ¿Y cómo le gusta jugar? —Preguntó Arturo con una mezcla de entusiasmo y preocupación.
El comerciante le tranquilizó—No te preocupes tanto, joven. Todas esas preguntas tienen respuestas sencillas, y la información que necesitas se encuentra en este pequeño libro negro que tengo aquí —Dijo mientras sostenía un libro delgado y oscuro en sus tentáculos, ofreciéndoselo a Arturo para que lo tomara y explorara.
Arturo tomó el libro negro que el comerciante le ofrecía. Este libro tenía una cubierta hecha de un material que parecía ser pelo, suave y esponjoso al tacto. Mientras que en la portada, en letras doradas y curvilíneas estaba el título del libro: "Secretos de los Puffins".
Las páginas del libro eran finas y translúcidas, y parecían susurrar los secretos olvidados por el paso de las décadas mientras Arturo hojeaba su contenido. Sin embargo, había una peculiaridad en este libro: contenía solo cuatro páginas, y aunque las palabras estaban escritas en un idioma incomprensible, los dibujos eran fácilmente distinguibles.
En la primera página se hallaba un dibujo que representaba el hogar de la criatura, una especie de castillo que servía como madriguera. La segunda página mostraba una estructura que parecía una torre de juegos diseñada específicamente para la criatura. La tercera página mostraba una caja compleja que parecía ser un dispensador de alimento, mientras que la última página representaba una estructura tan intrincada que Arturo no podía discernir su propósito.
Arturo, intrigado por esta información y consciente de que necesitaba proporcionar un hogar adecuado para su nuevo puffin, preguntó al comerciante cómo podría adquirir estos elementos:
—¿Cómo se supone que obtendré estas cosas?
El comerciante, con una sonrisa misteriosa, respondió—¿Cómo consigues cualquier cosa en este mundo, joven? ¡Con reliquias!
—Veo, entonces tengo que comprarlas… ¿Sabes dónde las venden y cuánto cuestan?—Respondió Arturo.
Unauthorized duplication: this tale has been taken without consent. Report sightings.
—Conozco al comerciante que las vende, y cada uno de los objetos que ves aquí cuesta una reliquia. Si estás interesado, puedo conseguirte lo que necesitas por cuatro reliquias en total.
—Me temo que solo tengo tres reliquias... —Admitió Arturo, preocupado por no poder obtener lo necesario para su nuevo compañero.
El comerciante, con un gesto comprensivo, dijo—Ah, no te preocupes. Resulta que tengo un dispensador de alimentos de segunda mano que puedo regalarte, ya que veo que eres un joven tan adorable y ansioso por descubrir los secretos de los puffins. Por lo que si compras los otros tres artefactos, será tuyo sin costo alguno.
—¡Claro, estaré encantado! ¡Gracias por tu ayuda! ¡De verdad lo aprecio! —Respondió Arturo con gratitud mientras sacaba todas las reliquias que le quedaban y las entregaba a la criatura.
Con prisa, la criatura tomó las tres reliquias y comentó:
—Nuestro trato está completo. Ve a tu hogar y encontrarás los bienes que has adquirido. Buena suerte con tu puffin, no olvides darle un nombre y recuerda que una buena relación se construye con el tiempo.
Sin reliquias que gastar, Arturo tomó a su recién adquirida mascota en una de sus manos y luego sacó la tarjeta de plata de su bolsillo. Mirando a la pequeña criatura con cariño, le murmuró a la tarjeta:
> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”
Tras recitar estas palabras, el joven desapareció en el aire ante la grata sonrisa del comerciante, que jugueteaba con las reliquias obtenidas. Tras unos pocos segundos, Arturo y su puffin se encontraban en el dormitorio.
Arturo dejó a su puffin en el suelo y lo observó mientras la pequeña criatura saltaba alegremente por la habitación, explorando el nuevo entorno. Sin embargo, el jorobado no tardo en notar que no había muebles a la vista en su cuarto.
Mientras su mascota continuaba jugando, Arturo se acercó al espejo. Se detuvo frente a él y, en un tono decidido, pronunció las palabras:
—Muéstrame mi almacén secreto.
Reaccionando a las palabras del jorobado, la superficie del espejo comenzó a cambiar: Primero, se tornó completamente negra como la noche, con estrellas brillantes parpadeando como si fueran pequeñas luces. Luego, las estrellas se alinearon formando un camino luminoso que se extendía hacia el horizonte.
Arturo se encontró a sí mismo mirando lo que parecía ser un sendero de estrellas. Y al rededor de este sendero flotaban objetos suspendidos en el vacío estelar, como si fueran islas flotantes en un mar celeste. Era su almacén secreto, un lugar donde podía almacenar y acceder a todos sus tesoros y reliquias. Aunque lo cierto es que la triste realidad es que estas reliquias consistían en unos trapos sucios que parecían las túnicas que había usado Arturo en su infancia y un colchón sucio, completamente roto.
Sobre la superficie del espejo apareció rápidamente una resumen de los objetos del almacén:
Inventario Colchón 1 Túnicas 3 Muebles recientemente adquiridos a nombrar 4
Arturo rápidamente arrastró la molesta notificación del inventario que había aparecido de golpe arruinando su inspección, mandándola a perderse fuera de su vista. Tras lo cual el joven observó como además de la chatarra sin valor que flotaba en su almacén secreto, los objetos que había adquirido estaban allí, esperándolo. Sin demorarse, el joven extendió su mano hacia el espejo y sumergiéndola en el mismo agarró uno de los objetos que había comprado. Al sacar la mano del espejo, Arturo sostenía lo que parecía ser un pequeño castillo del tamaño de un juguete en su palma.
Sin embargo, en lugar de desanimarse por su pequeño tamaño, Arturo se dirigió a una de las esquinas de su habitación, colocó el castillo en el suelo y observó cómo el objeto comenzó a crecer ante sus ojos.
Poco a poco, el castillo se agrandó sin mostrar intenciones de querer detenerse. Mientras tanto, Arturo observó con la boca abierta cómo el castillo de juguete crecía a simple vista hasta ocupar más de la mitad de su habitación. Lo que antes parecía un simple juguete ahora se había transformado en una estructura imponente y majestuosa: Sus torres puntiagudas se alzaban hasta el techo del cuarto, cubiertas de vidrieras que dejaban pasar una luz multicolor. Las murallas estaban adornadas con esculturas de dragones y criaturas míticas, todas meticulosamente talladas en miniatura. Pequeños estandartes ondeaban en las almenas, y el castillo estaba rodeado de un foso lleno de agua cristalina donde nadaban peces dorados. Mientras que el interior del castillo era igual de impresionante: Había salones majestuosos con techos altos y arcos decorativos, alfombras suntuosas y cuadros que parecían cobrar vida. Cada habitación estaba meticulosamente amueblada con muebles en miniatura, desde lujosos sofás hasta elegantes mesas de comedor.
Tras ver semejante esplendor, Arturo no pudo evitar ver a la mascota que había comprado saltando en su cama con alegría, si bien esta extraña criatura tenía el tamaño de una pelota de tenis, ahora su cama era la mitad de su pequeño cuarto.
Movido por la curiosidad, Arturo decidió continuar explorando los objetos que había comprado, extrayendo del espejo el siguiente artefacto. Este nuevo objeto tenía la apariencia de una torre de juguete cuando Arturo lo sacó del espejo.
Arturo colocó la torre en una de las esquinas disponibles de su cuarto y, por precaución, comenzó a arrastrar su cama hacia la esquina contraria, dejando espacio para que la torre pudiera crecer libremente. Mientras Arturo desplazaba su cama, observó con asombro cómo la torre comenzaba a extenderse rápidamente, alcanzando el techo en un abrir y cerrar de ojos. Era tan ancha que por poco rozaba la cama en la otra esquina, llenando casi por completo el poco espacio restante en su habitación.
Escupiendo sangre, Arturo admiro como la torre, imponente y majestuosa, se alzaba como un monumento de fantasía: Su exterior estaba cubierto de una enredadera de aspecto exótico, con hojas brillantes y flores de colores vibrantes que parecían latir con vida propia. Las paredes de la torre estaban adornadas con estatuas que representaban bosques frondosos, cascadas cristalinas y criaturas míticas que parecían moverse como si realmente estuvieran vivas.
Pequeñas luciérnagas danzaban en torno a la torre, creando un espectáculo de luces centelleantes que iluminaban cada rincón de la estructura. Mientras que en la base de la torre un arroyo de agua cristalina se había formado, y fluía serpenteante por el piso de la habitación de Arturo hasta conectarse con el poso de agua rodeando el castillo. Al acercarse al arroyo, Arturo por poco se desmalla al descubrir que estaba lleno de pequeños peces plateados, que parecían jugar alegremente con los peces dorados que habían encontrado su hogar en el foso del castillo.
La torre tenía ventanas en forma de arco con vidrieras de colores. En su interior, Arturo pudo vislumbrar un mundo en miniatura, con habitaciones llenas de encanto, muebles diminutos, tapices lujosos y cuadros.
Arturo, aún atónito por la magnificencia de la torre, murmuró en voz baja —No tiene sentido, ¿por qué demonios una criatura tan pequeña necesitaría un lugar tan grande para jugar? ¿Qué están jugando a ser reyes?
La lógica de la situación parecía escapar a su comprensión mientras contemplaba el majestuoso castillo y la torre que había aparecido en su habitación. No obstante, estos eran solo la mitad de los objetos y todavía quedaban colocar dos más.
Con una expresión de preocupación por la falta de espacio en su habitación, Arturo observó su cama durante unos minutos. Y una sonrisa tonta comenzó a formarse en el rostro del jorobado mientras meditaba sobre la situación. Finalmente, dejando de lado cualquier atisbo de lógica, optó por la decisión más tonta e infantil que podría tomar en ese momento. La curiosidad superó su inteligencia y, como resultado, Arturo se acercó al espejo y dijo en voz alta:
—Transporta mi cama a mi almacén secreto.
En un instante, la cama desapareció de su habitación, dejando espacio adicional, y reapareció en el almacén secreto de Arturo. Ignorando su cama, Arturo tomó lo que parecía ser el dispensador de comida que había comprado, aunque en el dibujo no estaba del todo claro qué era exactamente. Sin embargo, técnicamente debía ser algo que produjera la comida para su nueva mascota, además el comerciante lo había llamado también un dispensador de comida, por lo que lógicamente esta cajita generaba comida.
Arturo extrajo del espejo lo que parecía ser una cajita en miniatura. Con cuidado, aprovechando el espacio que su cama había dejado, colocó la cajita en el suelo y esperó que se expandiera como los objetos anteriores. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue completamente inesperado. En lugar de expandirse, la caja comenzó a hundirse en el suelo de manera gradual y constante hasta que desapareció por completo de la vista del joven.
—¿Qué ha sucedido? ¡Y mi dispensador de comida! No me digas que... —Comenzó a quejarse Arturo, pero su voz se extinguió de repente al quedar atónito por lo que estaba presenciando.
Inmediatamente, ante los secos ojos de Arturo, unos pocos brotes de tierra comenzaron a surgir del duro suelo de piedra. Pronto, estos brotes se transformaron en pequeños árboles de troncos esbeltos y hojas verdes y vibrantes. A medida que los minutos pasaban, más árboles surgían del suelo, creciendo de manera exuberante y variada. Algunos de estos árboles en miniatura eran altos y majestuosos, con copas que rozaban las rodillas de Arturo, mientras que otros permanecían bajos y frondosos, formando densas áreas de sombra. Sus hojas eran de diferentes tamaños y formas, creando un mosaico de tonos verdes que llenaba el espacio.
El suelo del bosque estaba cubierto de musgo suave y esponjoso, salpicado de pequeñas flores silvestres de colores brillantes. Los troncos de los árboles estaban entrelazados con enredaderas y lianas que se extendían. Pequeños riachuelos de agua cristalina serpenteaban entre las raíces de los árboles, llenando el aire con el suave murmullo del agua que fluía.
Arturo quedó perplejo ante la aparición de este bosque en miniatura. Cada detalle, desde las hojas hasta las piedras del camino, estaba cuidadosamente elaborado. Sin embargo, esto solo era el gran comienzo de un espectáculo que Arturo nunca podría olvidar, puestos que cuando el bosque llego a cubrir todos los alrededores de la torre y una buena parte de la habitación, en lo alto del bosque, unos pájaros en miniatura comenzaron a revolotear, llenando el bosque con sus cantos melodiosos. Acto seguido vivieron, las mariposas de colores comenzaron a danzar entre las flores del bosque, mientras que insectos zumbaban sobre las cortezas de los árboles.
La vida había llenado el bosque, sin embargo, la transformación más asombrosa aún estaba por suceder. Fue en ese momento cuando un arroyo serpenteante comenzó a expandirse desde las profundidades del bosque, y continuo su expansión por el suelo de la habitación hasta encontrarse con los otros dos arroyos, y entonces algo increíble ocurrió. Un lago en miniatura comenzó a formarse en el centro de la habitación, conectando los tres arroyos con sus aguas cristalinas.
Arturo, sin contener su curiosidad, se acercó al borde del lago, expectante ante la posibilidad de descubrir los peses inusuales que pudieran habitar en sus aguas. Sin embargo, su idea original se detuvo abruptamente cuando presenció algo emergiendo de las profundidades del bosque en miniatura.
Arturo no pudo mantener su compostura y se echó al suelo, riendo a carcajadas ante la visión que se desplegaba ante sus ojos. De las profundidades del bosque en miniatura emergieron seres diminutos, humanoides cuya única diferencia con un ser humano común y corriente era la tonalidad azulada de su piel. Cientos de estos diminutos seres corrieron hacia el lago recién formado y se dividieron en dos grupos notables. Un grupo se dirigió con entusiasmo hacia el majestuoso castillo, mientras que el otro grupo se apresuró hacia la imponente torre.
Arturo, aún riendo, observó con asombro cómo estos minúsculos seres comenzaron a apoderarse de las habitaciones de la torre y el castillo en miniatura, llenando las habitaciónes de vida. Un mundo había nacido en su propia habitación, un mundo en miniatura, pero tan vivo y real como cualquier otro.
En el castillo, los mini habitantes organizaban banquetes festivos en las salas de banquetes decoradas con banderas coloridas y se paseaban por los pasillos adornados con cuadros y estandartes. Mientras que en la otra esquina del cuarto, los minúsculos seres que se habían apoderado de la torre comenzaron a trepar por las múltiples plataformas y niveles que la componían. Algunos de ellos se aventuraron por los intrincados pasadizos, mientras que otros se asomaron desde los balcones que ofrecían vistas espectaculares del bosque en miniatura circundante.
Arturo observó entre risas cómo los pequeños seres humanoides interactuaban con su entorno, explorando cada rincón de la torre y el castillo. Los mini-humanos demostraron una notable organización y adaptabilidad mientras establecían sus pequeñas rutinas y actividades diarias en el castillo y la torre. Algunos se dedicaban a la agricultura en miniatura, cultivando diminutos campos y huertos en el interior de la torre, mientras que otros se reunían en asambleas improvisadas para tomar decisiones importantes para su comunidad.
Fue entonces cuando Arturo presenció la culminación de este asombroso espectáculo en miniatura. El gran evento ocurrió cuando el primer mini-humanos se topó con su mascota, que saltaba alegremente por el suelo del cuarto. Los ojos del pequeño ser se iluminaron de asombro, y con rapidez corrió a comunicar su descubrimiento a sus semejantes. La noticia se propagó entre los minúsculos habitantes como un reguero de pólvora, y Arturo pudo observar cómo estos seres comenzaron a apilar la comida que encontraban en pequeñas bandejas para llevarla a su mascota hambrienta.
Ante tal visión, Arturo tosió fuertemente, ya no tenía aliento para seguir riendo, y sus mejillas le dolían por la risa incontenible. El descubrimiento de la utilidad de estas criaturas había sido la gota que colmó el vaso de su cordura.
—No están jugando a ser reyes, ¡están jugando a ser dioses!—Exclamó Arturo, entre risas y jadeos. Miró a su mascota, que ahora era venerada como un ser divino por los mini-humanos— Y yo aquí, sin cama, pero ¿qué diablos está pasando? ¡Ja, ja!
Mientras el joven luchaba por contener su risa, los mini-humanos seguían ocupados, llevando ofrendas de comida al puffin. Algunos de ellos incluso habían erigido pequeños altares improvisados, adornados con flores y hojas, donde rendían homenaje.
Arturo, aún con lágrimas en los ojos por la risa, se acercó a uno de los altares improvisados y observó cómo los mini-humanos realizaban rituales en honor a su mascota. Algunos cantaban canciones en un idioma incomprensible, mientras que otros ofrecían pequeñas joyas y objetos brillantes como obsequios.
Arturo se quedó observando el extraño comportamiento de los mini-humanos durante un buen rato, absorto en la maravilla que había desencadenado. Sin embargo, finalmente reaccionó y recordó que aún le quedaba un último objeto en su almacén secreto por explorar.
Con cuidado, Arturo retiró el objeto del espejo. Era una pequeña máquina de cristal, una maravilla de la ingeniería que parecía demasiado compleja para que él pudiera comprenderla por completo. Sus piezas se entrelazaban de forma rebuscada, y extraños símbolos adornaban su superficie pulida. Por desgracia, no había indicaciones claras de la utilidad del objeto y a Arturo le despertaba una profunda intriga conocer porque esta máquina era necesaria para su mascota: En principio, su puffin ya tenía un hogar en el majestuoso castillo, disponía de la torre para divertirse y los mini-humanos se encargaban de alimentarlo y mantenerlo entretenido. Entonces, era natural preguntarse a sí mismo qué más podría aportar esta máquina a este fascinante mundo en miniatura.
Arturo, sin limitar su curiosidad, examinó su habitación en busca de un espacio disponible, pese a ello la habitación ya estaba completamente ocupada: En una de las esquinas se alzaba el gigantesco castillo, mientras que en la esquina opuesta se extendía el exuberante bosque junto a la majestuosa torre, por otro lado, en el centro de la habitación se encontraba el lago, y en una de las paredes del medio estaba el espejo. Por lo tanto, el único espacio restante era el rincón en la pared frente al espejo, pero era tan reducido que apenas cabría la mitad de su cama.
Sin dejar que las preocupaciones por la falta de espacio interrumpan sus planes, Arturo se acercó con cuidado de no pisar nada importante al único rincón disponible en el cuarto y colocó la extraña máquina en su lugar, observando con expectación lo que sucedería a continuación.
Una vez que la máquina tocó el suelo, no aumentó de tamaño ni se hundió en él. En cambio, comenzó a liberar un vapor azulado que se elevó lentamente hasta alcanzar el techo de la habitación. Como si se desencadenara una reacción en cadena, las piedras del techo comenzaron a transformarse en el mismo vapor azul, hasta que todo el techo quedó sumergido en una nube densa que emulaba el aspecto del cielo nocturno.
Los mini-humanos, asombrados por este fenómeno, no se quedaron inactivos. Algunos de ellos lanzaron flechas de fuego al cielo nocturno, y así nacieron las estrellas. Mientras tanto, los peces de plata y oro en el lago comenzaron a nadar en círculo, creando un remolino de agua que se elevó hasta alcanzar el cielo, y en su centro se formó una esfera de agua resplandeciente que se mantuvo suspendida en el aire. Pronto, esta esfera se transformó en la luna plateada, que iluminó la habitación con su suave luz.
En cuanto al castillo, el bosque y la torre, también se vieron afectados por el poder de la máquina. Las hojas de los árboles volaron con el viento, y donde cayeron, un suave pasto verde, similar al musgo, comenzó a crecer sobre las frías piedras del suelo. Las puertas del castillo se abrieron de par en par, y los mini-humanos subieron a bordo de un pequeño barco que navegó por el arroyo hasta llegar al lago. Allí, construyeron un pintoresco pueblo alrededor de la máquina que liberaba vapor, y sobre ella comenzó a alzarse un majestuoso templo. Mientras que desde la gran torre, los mini-humanos trabajaron incansablemente, elevándola aún más hacia el cielo, como si buscaran alcanzar las alturas más allá de la imaginación.
Arturo observaba con los ojos bien abiertos cómo, poco a poco, su habitación dejaba de ser un simple cuarto para convertirse en un pequeño mundo en miniatura. Su mascota no se quedaba atrás y también se maravilló ante los cambios del mundo: saltaba con alegría sobre el pasto verde que había brotado en el suelo, revoloteando alegremente alrededor de los mini-humanos que construían una aldea junto al lago. Parecía interactuar con ellos de alguna manera, quizás comunicándose en un nivel que Arturo no podía comprender del todo, dado que por desgracia el puffin todavía no le había hablado ninguna vez y mucho menos le había contado su secreto.
Sin embargo, Arturo no se desilusionó en absoluto. Sabía que forjar una verdadera relación llevaría tiempo, y probablemente tendría que pasar varios días interactuando con su mascota y explorando este mundo en miniatura antes de que el puffin lo reconociera como su dueño y comenzara a comunicarse con él. Mientras tanto, Arturo se quedó observando los cambios en el mundo en miniatura, la ajetreada vida de los humanitos y las alegres tonterías que hacía su mascota.