Cuando Arturo pudo reaccionar se dio cuenta de que se encontraba en un lugar que desafiaba toda lógica y realidad conocida. La humedad envolvía el aire, pesada y asfixiante, como si estuviera cargada con la misma esencia del infierno. Cada inhalación era un acto desesperado por encontrar aire fresco, pero siempre se sentía insuficiente, como si sus pulmones nunca pudieran llenarse por completo.
Ante él se extendía una niebla espesa, una cortina interminable que ocultaba todo rastro de lo que podría yacer más allá. No había horizonte visible, solo la niebla que se alzaba como un muro impenetrable.
El suelo bajo los pies de Arturo, o lo que parecía serlo, era una superficie grotescamente irregular. En lugar de tierra o piedra, el piso estaba hecho de carne. La carne palpitaba y se retorcía bajo sus pies con cada paso que daba, como si estuviera viva y sintiera su presencia. Emitía un sonido desagradable, un susurro macabro que aumentaba aún más la sensación de terror que rodeaba este lugar.
Cada paso que daba Arturo hacía que la carne liberara un líquido viscoso y pestilente, que se mezclaba con charcos de sangre coagulada y excrementos putrefactos, dejando a su vez una huella que hundía en la carne como una herida fresca. Pese a que la fragancia no era precisamente del gusto del joven, tuvo que aguantarse las ganas de vomitar y seguir avanzando entre la niebla para descubrir cómo esta habitación se relacionaba con las tan ansiadas calificaciones que andaba buscando.
Sabiendo que no había otra opción, Arturo avanzó con pasos cautelosos por el lugar infernal, donde cada paso parecía adentrarlo más profundamente en esta pesadilla. A medida que el jorobado caminaba, sus ojos se encontraban con los horrores inimaginables que se escondían entre el denso manto de la neblina.
A su alrededor, viseras desgarradas y retorcidas se retorcían en formas grotescas, como si fueran las entrañas de algún ser abominable. Mientras que en el techo podía verse carne podrida colgando de unos ganchos, goteando un líquido nauseabundo que formaba charcos pegajosos en el suelo.
Cabezas decapitadas flotaban en estos charcos de sangre coagulada, sus ojos eran vidriosos y sus bocas estaban abiertas en un grito silencioso de agonía eterna. Para la desgarradora sorpresa del joven, algunas de estas cabezas aún mostraban señales de vida, sus bocas se movían y emitían gemidos inhumanos que llenaban el aire con una cacofonía de sufrimiento.
La pestilencia de este sitio se hacia cada ves mas abrumadora, un hedor a muerte y descomposición que se adhería a la piel de Arturo y se infiltraba en sus sentidos, haciéndolo sentir enfermo. Desde el rabillo de sus ojos, el jorobado podía distinguir lo que parecían ser insectos repulsivos arrastrándose por las paredes y el suelo, devorando los restos de carne y dejando un rastro de viscosidad en su camino.
Si bien hace tiempo había mojado sus propias ropas por el miedo que este lugar le imponía, Arturo sabía que debía seguir adelante, puesto que retroceder tampoco lo sacaría de esta pesadilla, pese a que cada paso era una lucha contra el horror que lo rodeaba. Este lugar era una pesadilla hecha realidad, un reino de sufrimiento y terror que desafiaba toda la comprensión del mundo que sus 18 años de vida le habían dotado. Cada paso hacia adelante era una lucha contra el hedor nauseabundo que impregnaba el ambiente y la viscosa textura de la carne bajo sus pies. En donde la mezcla entre el valor y la codicia por descubrir el resultado de su examen eran lo único que se erigía como una brújula.
Mientras Arturo caminaba, los minutos se estiraban como si el tiempo mismo se estuviera distorsionado en este sitio. Los susurros de los cadáveres se entrelazaban en su mente, creando una sinfonía que amenazaba con desgarrar su cordura. Pero entonces, como un faro en la oscuridad, Arturo percibió un llamado coherente entre los miles de murmullos incesantes que inundaban el claustrofóbico entorno.
El sonido, aunque frágil en medio de la pesadumbre que lo rodeaba, resonó en su interior con una intensidad que lo llenó de esperanza. Era como si una voz distante tratara de comunicarse a través de las sombras y la inmundicia. Arturo se esforzó por seguir el sonido, guiado por la certeza de que allí se encontraba lo que había venido a buscar.
Finalmente, Arturo se encontró cara a cara con la fuente de aquel sonido. Ante él se erguía una figura grotesca y retorcida, una criatura que parecía haber sido moldeada por el odio de la humanidad. Su piel, si se podía llamar así, era una amalgama de carne corrompida y sangre coagulada, que se deslizaba en pliegues nauseabundos sobre su cuerpo. Tripas colgantes y retorcidas se asomaban entre sus extremidades deformadas. Sin embargo, la criatura parecía incapaz de moverse, puesto que gran parte de su cuerpo se hallaba pegada a las paredes del lugar, como si lo ataran a sufrir este infierno hasta el final de los tiempos.
Los ojos amarillentos de la criatura brillaban con una malévola inteligencia, como dos órbitas vacías llenas de un conocimiento ancestral y perverso. Su boca, una abertura llena de dientes afilados y babas viscosas, se curvó en una sonrisa macabra al ver a Arturo. Emitía un sonido gutural y discordante, que se asemejaba al grito de una bestia y al lamento de un alma torturada al mismo tiempo. Pese a ello, Arturo logro distinguir las siguientes palabras entre el grito ahogado de la criatura:
— Arturo, oh, muchacho. ¿Acaso no te sientes afortunado de haber podido evitar el cruel destino de los desaprobados?
Las palabras de la criatura resonaron en el aire, cargadas de una malévola ironía que hizo que la piel de Arturo se erizara. La voz parecía emanar de las mismas entrañas de la pesadilla que lo rodeaba, como si fuera una parte integral de este abominable lugar.
—¿Tú vas a darme las calificaciones?—Preguntó el jorobado mientras ocultaba el extremo terror que sentía con una desagradable sonrisa; su mirada escudriñaba los alrededores en busca de alguna pista que pudiera arrojar luz sobre la naturaleza de este espeluznante sitio—¿Dónde estamos? ¿Acá viven los desaprobados?
—Piensa, muchacho, tómate tu tiempo, reflexiona y luego respóndeme: ¿cuál de esas tres preguntas es la que verdaderamente te importa?—Murmuró la criatura con una voz que hacía eco en la mente de Arturo, como si cada palabra fuera un susurro desde las profundidades. Mientras hablaba, una baba repulsiva brotó de su boca retorcida y manchó los pies de Arturo, dejando una huella viscosa que aumentaba la repugnancia que el joven sentía hacia esta entidad grotesca.
—Las tres preguntas, por eso las pregunté—Respondió Arturo de manera impulsiva, sin tomarse el tiempo para reflexionar. La urgencia de comprender su situación y el temor que lo envolvía lo impulsaron a buscar respuestas inmediatas.
La criatura emitió un suspiro, como si lamentara la precipitación de Arturo.
—Sí, eso me temo…—Continuó la criatura, mientras su voz adquiría un tono de sabiduría ancestral a medida que entonaba cada palabra, contrastando de manera inquietante con su grotesca apariencia—Muchacho, eres imprudente y poco sabio, puesto que un joven inteligente se hubiera percatado de que hay preguntas cuyas respuestas solo traen tristeza, mientras que los idiotas viven nadando en la agonía que ellos mismos siembran. Como tal, sabemos que el padre nunca te hubiera extendido la mano para salvarte del vacío.
Las palabras de la criatura resonaron en la mente de Arturo como una advertencia sombría. La sensación de que estaba en presencia de un conocimiento antiguo y retorcido lo invadió, mientras el misterio de la situación se profundizaba aún más.
—Lysor, ¿no me ayudó? —Preguntó Arturo, con una sensación de desesperación que se apoderaba de él. Comprendió que la respuesta de la criatura no carecía de valor, por lo contrario, era un claro indicio de que de los 5 puntos posibles que "el padre" otorgaba, él había obtenido un triste 0.
La criatura estalló en una furia incontrolable, grito haciendo que su voz retumbara como un trueno en el espacio:
—¡Si ya sabes la respuesta, ¿para qué me lo preguntas?!
Ante semejante grito, Arturo no pudo evitar temblar de miedo, y la sonrisa nerviosa en su rostro mostraba la tensión que lo invadía. Sus dientes chocaban entre sí con un sonido discordante, revelando cuán nervioso se encontraba en ese momento. Este desafortunado gesto de ansiedad lejos de ayudarlo, solo empeoraba la situación, y su expresión facial se transformaba en una caricatura del horror.
El miedo y la tensión lo hicieron perder el control de sus músculos, provocando que la prendas de Arturo se mancharan aún más con el líquido repulsivo que lo rodeaba, un fluido que era demasiado indigno de mencionar con detalle. El encuentro con la criatura lo había llevado al borde de su resistencia, y cada instante que pasaba en este lugar siniestro lo sumía más profundamente en una pesadilla de la que no podía escapar.
Pero la ira de la criatura no se detuvo ahí, sino que reaccionando ante el temor del jorobado se desató con un desprecio feroz:
— ¡Y no solo eres un idiota, sino que peor aún, eres un cobarde! Eres una vergüenza para las generaciones pasadas, indigno de cualquier gracia. Tú no tienes el alma de un guerrero, y por eso una parte de tu ser flotará en el vacío hasta la eternidad.
Lejos de lo que uno podría esperar, el grito de la bestia no asustó nuevamente a Arturo; en cambio, desencadenó en él una tormenta de emociones más intensas. Un profundo dolor, como si su corazón se retorciera en su pecho, reemplazó el temor inicial. Arturo comprendió de inmediato que la declaración de la bestia era un claro adelanto de otro rotundo 0 en su puntuación, y esta vez, el juez implacable había sido Aldor, "El abuelo", quien lo había desaprobado.
La realización de que sus expectativas de un puntaje perfecto se desvanecían ante sus ojos golpeó al joven como un mazo en el alma. Sus ojos se llenaron de lágrimas que brotaban de la desesperación y la vergüenza. Sin embargo, con un esfuerzo titánico, luchó por mantener la horripilante sonrisa que había forjado, tratando desesperadamente de que su máscara ocultara la profunda vergüenza que lo embarraba en este momento.
La criatura dirigió una mirada desdeñosamente asqueada a Arturo, recorriéndolo de arriba a abajo con una repulsión que no se molestó en ocultar. Las palabras de la bestia se deslizaron con un desprecio penetrante:
—Mírate ahí, débil para reaccionar, estúpido para defenderte, sumiso ante las adversidades que el destino te arroja. Lloras como un niñato, ¿y acaso pretendes llamarte a ti mismo un adulto? — Su voz estaba cargada de sarcasmo y desdén.
El asco de la criatura hacia Arturo se manifestó de manera aún más evidente cuando continuó:
—Y si realmente te llamas un adulto, ten un poco de amor propio y mírate bien en el espejo. Contempla esas ropas sucias, corroídas por el tiempo, admira esa sonrisa repulsiva que distorsiona tu rostro y observa cómo tus lágrimas solo acentúan la monstruosidad que eres. Con tales defectos, ni en tu próxima vida esperes recibir el amor de la madre. Ella te ha abandonado en el cielo para que, como un ave, vueles lejos y dejes de manchar su gracia eterna.
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—¡No! —Arturo gritó con desesperación, su voz quebrándose mientras caía de rodillas al suelo. Su rostro aún sostenía esa horripilante sonrisa, pero sus ojos se encontraban llenos de un pánico insondable. No podía soportar mirar más el rostro de la criatura, una entidad que le había entregado una noticia aberrante.
La declaración de la criatura solo podía significar una cosa: de ser posible Selva, «La madre», le hubiera puesto una puntuación negativa en el examen. Un escalofrío recorrió su espalda al comprender que la mayoría de sus puntos, 15 de los 25 posibles, se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos. Solo le quedaban unos escasos 10 puntos para decorar la nota que definiría toda su existencia.
El rostro de la criatura comenzó a materializarse en el suelo de carne de una manera que desafiaba toda lógica y comprensión. Sus contornos grotescos se hicieron más evidentes mientras emergía de entre las viscosas fibras que conformaban el piso.
Con desprecio en la mirada, la criatura observó al joven Arturo mientras sollozaba en el suelo. Su voz retumbó con un tono gélido de condena mientras comentaba:
—¿De rodillas ante el destino? ¿Incapaz siquiera de mirar el futuro que tienes por delante? —Cada pregunta era un látigo que golpeaba el alma arrinconada del jorobado.
La criatura continuó, sus movimientos retorcidos, mientras parecían hacer una pausa deliberada para remarcar su siguiente acusación:
—¿Y dónde quedó la gracia de aquellos que danzan con el viento? ¿Dónde quedó la destreza que te permitiría mantenerte erguido incluso en los tiempos más ásperos? Una vez más, has logrado demostrar, Arturo, que eres indigno del amor de los dioses. En este caso, es la hermana de todos los hombres quien, con desprecio, te ha dado la espalda, abandonándote en medio del camino. Para así, continúa con gracia su bello andar hacia el destino.
Tras escuchar las palabras que solo podían implicar el destierro de 5 de los 10 puntos restantes, el alma de Arturo finalmente se quebró. Su rostro, antes bañado en lágrimas, se transformó en una expresión de completa derrota. Ya no había nada más que perder, y el golpe de la realidad era devastador. Incluso si obtuviera la puntuación máxima con el último dios, seguía destinado a ocupar el escalón más bajo entre los afortunados aprobados de este examen.
La sensación de que el destino se burlaba cruelmente de él se apoderó de su ser. Sus metas y aspiraciones, aquello por lo que había luchado y soñado, se desvanecían ante sus ojos, enterradas en lo más profundo de una tumba sin nombre. La desesperación le apretó el pecho, como si el peso del mundo recayera sobre sus hombros.
Ante tal burla de los dioses, la reacción de Arturo fue sorprendente. En lugar de sumirse en la desesperación, una sonrisa estúpida se apoderó de su rostro. Era una sonrisa que lejos de ser falsa era sincera, que reflejaba la comprensión repentina de la trágica comedia en la que los dioses habían convertido su existencia. Era como si finalmente hubiera descubierto el chiste macabro que subyacía en su vida, y esta comprensión paradójica lo llenó de una extraña sensación de auto burla. Había llegado al punto en que ya no le importaba el juicio de los dioses, ni las puntuaciones que decidieran su destino. La ironía amarga de su situación se reflejaba en esa sonrisa, una sonrisa que expresaba su resignación ante un destino que ya no podía cambiar.
Notando la sonrisa en el rostro de Arturo, finalmente la bestia dio su aprobación. Su mirada, antes llena de desprecio y condena, se suavizó, y un destello de alegría cruzó sus ojos retorcidos. Con una voz que parecía provenir de tiempos lejanos, la criatura expresó su aprobación con un tono de júbilo que contrastaba drásticamente con su anterior desprecio:
— Pero mírate, incluso ante la desgracia, incluso en medio de la tempestad, incluso cuando los mismos dioses te arrebataron tus sueños y esperanzas, tú protegiste lo más preciado y no permitiste que nadie te arrebataran la sonrisa de tu rostro—La criatura habló con un tono jubiloso y cálido, como si estuviera reconociendo un valor raro y valioso en Arturo.
Sus palabras eran como una inyección de ánimo en medio de la desolación. La bestia continuó con un mensaje que era como un rayo de luz en la oscuridad:
—Levántate con orgullo, muchacho, y mira el cielo con alegría, pues fue el hermano quien te vio arrodillado en el suelo, con el corazón abatido. Compadeciéndose, él se detuvo y, con su característica despreocupación, sonrió infantilmente y te preguntó: "¿Quieres reír un rato conmigo, Arturo?"
—Sí... —Susurró Arturo débilmente, aunque su voz estaba completamente quebrada por las lágrimas del pasado, su sonrisa aún permanecía intacta como el faro que regresaba al barco perdido a buen puerto; recordando que aunque el futuro no fuera el mejor de los posibles, aún era bastante prometedor.
Ante la afirmación del joven, la criatura continuó:
—Sin decir una sola palabra, el hermano levantó lentamente uno de sus dedos y lo colocó frente a su propia sonrisa. Luego, riendo infantilmente, se dio la vuelta y continuó su marcha hacia lo desconocido. No había temor en él, ni miedo al futuro. Su actitud era simple, tonta e infantil, como si entendiera que nunca le ocurriría nada malo.
*¡Jajaja!*... Fue entonces cuando la risa más sincera y alegre que un hombre pueda emitir salió de la boca de Arturo y no era para menos, porque no existe júbilo más grande en este mundo que descubrir que uno mismo había zafado por los pelos de una condena horripilante.
Arturo comprendió de inmediato que el único dedo que el dios había levantado simbolizaba la nota más baja posible, un miserable 1 de 25. Sin embargo, lejos de derrumbarse por lo que el destino le había otorgado, Arturo no pudo evitar reír como nunca lo había hecho en su vida. Su risa era liberadora, como si hubiera alcanzado una comprensión profunda de que tanto aquel que obtenía la puntuación máxima como aquel que se quedaba con la mínima eran, de alguna manera, los hombres más afortunados en la Tierra.
La risa de Arturo llenó el aire con una energía contagiosa, como si estuviera celebrando una victoria personal en medio de la pesadilla que había enfrentado. Era un momento de revelación, donde la ironía de su situación se convertía en una fuente de dicha inesperada. Arturo había encontrado un nuevo significado en medio de la oscuridad, y su risa resonaba como un himno de resistencia hacia este mundo retorcido.
Cuando finalmente Arturo pudo recomponerse después de su estallido de risa, se encontraba exhausto, con un débil dolor en el rostro y un poco de dolor en sus pulmones.
Sin embargo, esa fatiga no empañaba en absoluto su felicidad. Pese a ello, la mente del joven ignoró el dolor, pues en estos momentos estaba dominada por la asombrosa realidad de que ya no se hallaba en el oscuro y terrorífico lugar donde había recibido la calificación, sino en la vieja y familiar habitación en la que había crecido.
Al parecer, la entrega de la nota había marcado el final de su estancia en ese lugar maldito. La criatura lo había teletransportado de regreso, como si hubiera cumplido su propósito.
Tras recobrar la noción del espacio, Arturo divisó que encima de su cama se encontraba la cajita de madera que contenía las recompensas por aprobar. Con un paso decidido, se acercó a la caja y, abriéndola con cuidado, extrajo el libro que contenía. Arturo no se detuvo a examinarlo en detalle; sabía que el título, "Memorias de los Adultos", indicaba que este libro albergaría los recuerdos de su adultez. Dado que su vida adulta apenas comenzaba, el libro prácticamente estaría en blanco.
Con el libro en la mano, Arturo se dirigió hacia el espejo con la intención de guardarlo en su biblioteca secreta, es decir su pequeña estantería. Sin embargo, sus planes se vieron abruptamente interrumpidos al notar un mensaje que aparecía en la superficie del espejo.
> "Estimado Arturo,
>
> Es un placer felicitarte por tu sobresaliente desempeño en el gran examen. Además, me complace informarte que, como dicta la tradición, tendrás a tu disposición un período de 7 lunas para reflexionar sobre el tipo de trabajo que deseas emprender de aquí en adelante.
>
> Cómo recomiendo a todos los estudiantes, te animo a aprovechar este tiempo para recopilar información. Por lo demás, cuando llegue el momento de aceptar un trabajo, recuerda prestar una atención minuciosa al contrato que firmarás. Y por último, te recomiendo que mantengas una administración prudente de las reliquias que has recibido como regalo y de las que ganarás en el futuro.
>
> Desde ya, me despido como tu siempre atento director, Oscar"
Arturo leyó la carta del director y, al bajar la vista, observó que debajo de la carta, en la superficie del espejo, se encontraban las notas expresadas en un resumen conciso. Al revisarlas, Arturo confirmó que sus suposiciones anteriores eran ciertas:
Aldor
«El abuelo»
0
Felix
«El hermano»
1
Kaira
«La hermana»
0
Lysor
«El padre»
0
Selva
«La madre»
0
Una leve sonrisa se formó en el rostro de Arturo tras contemplar el mísero punto que había cambiado radicalmente su vida. A pesar de su agotamiento mental, Arturo sabía que le debía mucho al dios que le había concedido ese gran favor, aunque reconocía que ya era tarde para ir al santuario a agradecer personalmente.
Agotado, Arturo se dirigió hacia su cama en busca de un merecido descanso. Necesitaba recargar energías para aprovechar al máximo los siete días de preparación que le habían otorgado. Sin embargo, al llegar a la cama, Arturo notó algo que lo hizo detenerse en seco: la caja de madera que guardaba los regalos. En su interior, descansaba la misteriosa tarjeta de plata, un objeto que su profesor le había entregado con la promesa de que al final de la clase comprendería su verdadero propósito, y pese a que eso ya había ocurrido, Arturo seguía sin tener la menor idea de su significado.
Con una expresión de desconcierto y curiosidad, Arturo recogió la tarjeta de plata y la examinó detenidamente. La incertidumbre se reflejaba en sus ojos mientras se preguntaba qué secreto o función podía albergar este misterioso objeto.
Inmediatamente, Arturo se percató de que la superficie de la tarjeta de plata había cambiado. Ya no era completamente lisa, sino que ahora estaba inscrita con un dibujo que representaba a los cinco dioses. Cada uno de estos dibujos venía acompañado de un número que Arturo reconoció al instante como las notas que había recibido en su examen. Era evidente que esta tarjeta de plata funcionaba como un comprobante de su aprobación y también como una verificación de la nota que había obtenido.
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Sin embargo, lo que más llamó la atención de Arturo fue que la tarjeta comenzó a vibrar suavemente y a emitir un misterioso susurro bajo su tacto, como si se hubiera establecido una especie de resonancia mística entre el objeto y su cuerpo. Intrigado por esta nueva revelación, Arturo levantó la tarjeta y la acercó a sus oídos, deseando escuchar las palabras que la tarjeta susurraba.
Fue en ese preciso instante cuando el joven escuchó una risa llena de alegría emanando de la tarjeta. Esta risa provocó que una irónica sonrisa se formara en el rostro de Arturo. Había reconocido de inmediato que esta no era una risa cualquiera; era la misma carcajada que él mismo había soltado al darse cuenta de cómo había "robado" el gran examen.
El eco de su risa pasada resonaba desde la tarjeta, como si el objeto hubiera capturado y guardado aquel momento de triunfo y alegria. Era como si su propio espíritu se reflejara en el artefacto místico. La sonrisa de Arturo se tornó aún más irónica mientras se sumía en la sorprendente realidad de que esa tarjeta no solo llevaba consigo su aprobación, sino también una parte de su historia.
Tras descubrir la utilidad de la tarjeta, Arturo la guardó con cuidado en la caja. Luego, sacando la caja de la cama, se acomodó en ella, tratando de evitar pensar en el inmenso trabajo que le esperaba durante los próximos siete largos días.
Lentamente, el joven se fue sumiendo en un profundo sueño, con una sonrisa que adornaba su rostro; inundado por la felicidad que solo unos pocos "afortunados" llegan a conocer en su vida.