Tras llegar a la habitación, Arturo descubrió al conejo escondiendo un libro misterioso en el espejo, por lo que preguntó con curiosidad:
—¿Qué estabas leyendo?
—¡Nada! —Respondió nerviosamente Pompón, pero rápidamente corrigió—Una historia infantil. Estaba algo aburrido, ahora tenemos mucho tiempo por delante y llevamos unas semanas bastante estresantes, así que siento que el tiempo nos sobra en estos momentos.
—Yo me siento igual —Compartió el niño, mientras pensaba en todas las cosas que habían ocurrido en estos pocos días— Surgió un problema. Al parecer, ya no puedo modificar la habitación donde están las estatuas, por lo que creo que no puedo continuar ordenando el inventario. No tenemos más espacio.
—Eso es un problema bastante grande, pero hay muchas formas de solucionarlo —Meditó el conejo mientras se rascaba la cabeza con su patita nerviosamente— Pasó mucho tiempo y puede ser que haya nuevas formas de adquirir piedras de hogar, es decir, esas piedritas que nos daban nuevas habitaciones. Otra opción es usar la fuente y pescar un rato; supuestamente, según lo que me comentaron las ranas en la otra habitación, una de las habilidades que obtuviste te daría “tierras”, y eso solo puede significar otra habitación o una carta de aventura. No hay muchas opciones. Y considerando el contexto, diría que se están refiriendo a una habitación, porque las cartas de aventura solo son una llave de acceso y no una propiedad o “tierras”.
—Bueno, probaré usar la fuente. Tú ordena los objetos que aparezcan en el inventario, así encontramos la piedrita que necesitamos de forma más fácil —Dijo Arturo, convencido del plan del conejo y algo emocionado por probar la fuente.
Con determinación, Arturo se encaminó de vuelta hacia la fuente de pesca, donde el Capitán Marinoso continuaba vigilando la habitación con su mirada imperturbable. Al llegar, Arturo saludó al Capitán con un gesto y se dispuso a compartir sus preocupaciones y planes:
—Capitán, necesito probar algo. La habitación donde están las estatuas ya no se puede modificar, y parece que estamos quedándonos sin espacio. Pompón sugirió que podría encontrar más piedras de hogar usando la fuente de pescar. ¿Qué opinas de la idea?
El Capitán Marinoso giró su mirada hacia Arturo y asintió con un gesto de aprobación:
—La fuente de pescar tiene sus misterios, joven grumete. Si Pompón sugiere esa ruta, valdrá la pena intentarlo. Las aguas esconden secretos profundos, y quién sabe qué tesoros podrías descubrir.
Arturo asintió, agradeciendo el apoyo del Capitán. Se acercó a la fuente de pescar, tomó la caña de pescar de la caja oxidada que se escondía entre los moluscos que rodeaban al capitán, y se preparó para sumergir el anzuelo en las aguas místicas. Respiró hondo y lanzó la línea, dejando que el cebo se sumergiera en el agua.
Los minutos transcurrieron con la calma que solo los marineros experimentados podían apreciar. La espera de Arturo fue recompensada por una fuerte sacudida que se extendió a través de la línea. Con destreza, el niño comenzó a recoger la línea, enfrentándose a la resistencia del misterioso ser que yacía en las profundidades.
La experiencia de Arturo en la pesca se hizo evidente al manejar la situación con habilidad. Había observado lo suficiente a los marineros del puerto de Alubia como para tener una idea clara de cómo lidiar con la captura. Cuando el anzuelo emergió, un destello llenó la habitación y el pescado atrapado desapareció misteriosamente.
El Capitán Marinoso, siempre atento, comentó el fruto de la pesca con una sonrisa:
—Has atrapado un caracol amarillo, una criatura peculiar que habita las costas de una isla inexplorada. Puedes observar tu captura en el lugar donde se guardaran tus pescados. Pero lo más importante es que has utilizado este sitio de pesca por primera vez, y como recompensa, encontrarás una gran cantidad de objetos en tu inventario relacionados con esta fuente. Explóralos, entiéndelos, aprende de ellos y úsalos para sacarle el máximo potencial a este punto de pesca.
Arturo, intrigado por lo que podría descubrir, se dirigió a su inventario, en donde Pompón se encontraba diligentemente lidiando con los nuevos objetos que habían aparecido.
Arturo se aproximó al primer objeto con curiosidad, y este resultó ser una tarjeta de aventuras. Su dorso era negro como la noche y ostentaba con elegancia el grabado en oro de un kraken, cuya imagen recordaba de manera asombrosa a la estatua que Arturo veneraba en su propio santuario. En el lado opuesto de la tarjeta, la parte frontal se revelaba como un portal visual hacia la escapada perfecta. Un idílico dibujo plasmaba una playa paradisíaca, donde una solitaria palmera se mecía suavemente bajo la caricia de la brisa marina. Un espléndido sol, con sus rayos dorados, iluminaba las aguas cristalinas del mar, invitando a sumergirse en la promesa de un paraíso terrenal.
En la parte inferior de la tarjeta, como la llave que abriría las puertas de este paraíso, se encontraban inscritas las siguientes palabras mágicas:
> “En mares lejanos y olas saladas, donde el sol besa tierras desconocidas y doradas. Un misterio se esconde en la vasta extensión, una joya perdida, sin exploración. Sus playas esperan huellas por descubrir, entre palmeras altas y aves a reír. No hay mapa que señale su posición, una tierra virgen, una isla sin razón. Sus secretos solo los vientos conocen, entre susurros de hojas, historias se entrelazan. Navegantes intrépidos sueñan con encontrar este enigma que se esconde entre las aguas, ¿Dónde se encuentra?”
Sin perder tiempo, Arturo volvió a guardar el objeto en el inventario, y Pompón le asignó un nombre que facilitaría su identificación en futuros usos. Acto seguido, Arturo intentó recuperar el siguiente objeto de su inventario, una caja de apariencia tan sosa que era difícil imaginar que pudiera ser algo distinto a una simple caja. No obstante, al tocar el objeto, ocurrió algo asombroso.
El inventario de Arturo se cerró de inmediato, y el reflejo en el espejo comenzó a cambiar por sí mismo. Lo que antes era un espacio donde se acumulaban numerosos objetos se transformó en un armario. Sus paredes estaban hechas de metal oxidado, cubiertas de moluscos y algas. El agua caía constantemente desde el techo agujereado del armario, inundando una bondadosa porción del fondo del mismo. En las paredes carcomidas del armario, una enorme variedad de anzuelos de diferentes tamaños y colores colgaban, algunos tan llamativos que resultaba difícil creer que fueran anzuelos. Desde monedas de oro resplandecientes hasta dedos humanos, e incluso se distinguía una botella que contenía a una hada luchando por escapar.
—¿Qué es esto? —Preguntó Arturo, visiblemente desconcertado.
—Estimó que es la “caja de anzuelos”, la cual experimentó una sinergia y se transformó en un “armario de anzuelos”. Al parecer, las habilidades y objetos descritos por el capitán no son del todo precisos, y aún tenemos mucho por descubrir… —Respondió Pompón mientras admiraba los anzuelos con un dejo de temor, y no era para menos, ya que algunos de estos artefactos de pesca resultaban verdaderamente inquietantes.
La transformación del armario de anzuelos no se detenía ahí. Mientras Arturo y Pompón observaban con desconcierto, algunas de las criaturas marinas representadas en los anzuelos comenzaron a moverse. Pequeños crustáceos salieron de sus lugares, arrastrándose por las paredes en una coreografía macabra.
—¿Qué está sucediendo aquí? —Preguntó Arturo, retrocediendo instintivamente.
Pompón, con una mirada más sombría de lo habitual, respondió con voz tensa:
—Parece que la sinergia desencadenó algo más que una simple transformación. El capitán no nos advirtió sobre estas complejidades.
De repente, los anzuelos comenzaron a vibrar, emitiendo un zumbido perturbador. Uno a uno, los objetos suspendidos en ellos cobraron vida. Las monedas de oro giraban en el aire como círculos hipnóticos, mientras los dedos humanos se retorcían de manera grotesca. La botella que contenía el hada temblaba violentamente, y el lamento de la pobre criatura se mezclaban con los extraños sonidos que llenaban el armario.
Fue entonces cuando el suelo inundado del armario comenzó a girar formando un remolino, del cual surgió una voz tenebrosa y profunda que parecía emerger desde las entrañas más abismales de los océanos:
—Oh, heraldo de la luz, oh, profeta de las grandes eras, finalmente has retornado tras tu larga aventura —Resonó la voz, envuelta en un eco oscuro que estremeció el aire cargado de misterio. Ambos, Arturo y Pompón, permanecían visiblemente conmocionados, sin comprender del todo a qué se refería la voz proveniente de las profundidades marinas.
—Debes estar agotado, no obstante, me temo que aún hay mucho trabajo que debes realizar —Continuó la voz con un tono solemne, como si hubiera presenciado el nacimiento del mismísimo tiempo. El armario vibraba con la intensidad de las palabras, y el entorno parecía reaccionar a cada sílaba pronunciada.
Arturo, titubeante, finalmente logró articular unas palabras: —¿Heraldo de la luz? ¿Profeta de las grandes eras? ¿A quién te refieres? ¿Y qué es este lugar?
Pompón, por su parte, observaba con una mezcla de fascinación y aprehensión. La voz continuó su discurso desde las profundidades del remolino acuático, sin dar respuesta directa a las preguntas de Arturo:
—El mundo se encuentra en desorden, tu raza lucha por su supervivencia y dependen de ti para poder encontrar nuevamente la luz y alejarse de los terrores que habitan en las profundidades del vacío.
Arturo frunció el ceño, tratando de descifrar el significado detrás de las palabras enigmáticas: —No entiendo, ¿cómo puedo ser un “heraldo de la luz”? ¿Cuál es el vacío del que hablas?
Pompón interrumpió, dirigiéndose a la voz, con una mezcla de respeto y escepticismo: —¿Y quién eres tú para encomendar tal tarea al muchacho? ¿Y por qué nosotros?
La voz, impenetrable y sin rostro, respondió con solemnidad: —Soy la esencia de los abismos, el eco de los tiempos del pasado. No es mi lugar cuestionar las decisiones de los dioses. Pero tú, Arturo, y tu amigo Pompón, están destinados a enfrentar lo que se avecina. Deben emprender un viaje que desentrañará los misterios entrelazados entre los mundos. En sus manos descansa el destino de su raza y la balanza entre la luz y las sombras.
La esencia de los abismos continuó su relato desde las profundidades del remolino, con una cadencia que sugería un conocimiento antiguo y vasto:
—Estos anzuelos que cuelgan en este armario no son simples herramientas de pesca. Son portadores de destinos, capturadores de sueños y esperanzas que yacen en el corazón de tu raza, Arturo. Cada uno de ellos tiene el poder de atrapar tesoros y riesgos que incluso tú desconoces.
Arturo y Pompón escuchaban con atención, aún aturdidos por la extraña situación en la que se encontraban.
—Son guías que abrirán tus ojos y te proporcionarán las respuestas que buscas —Continuó la esencia de los abismos—Cada anzuelo tiene un nombre, y cada nombre alberga una historia. Conocer esas historias, Arturo, es la clave para que el niño de la profecía capture su propio destino y ayude a quienes lo rodean a vivir en un lugar mejor.
Con estas palabras, el remolino acuático cobró vida con imágenes etéreas. Cada anzuelo brilló con una luz tenue, y sombras de figuras se proyectaron sobre las paredes oxidadas del armario. La esencia de los abismos empezó a relatar las historias entrelazadas de los anzuelos, revelando sus nombres y las narrativas detrás de ellos.
—Este anzuelo, llamado “Lágrima Estelar”, captura los sueños más efímeros y les otorga forma en la realidad. Su historia se remonta a las noches en que las estrellas lloraron por la tierra.
—Aquí, “Espejismo Marino”, atrapa las esperanzas sumergidas en las aguas más profundas, reflejando la luz incluso en las oscuridades aparentemente insuperables.
—Y este otro, “Eco del Olvido”, se alimenta de los recuerdos perdidos, recordándote quién eres y lo que alguna vez fuiste.
La sala se llenó de un resplandor etéreo mientras la esencia de los abismos desgranaba las historias de cada anzuelo. Arturo se sentía abrumado por la magnitud de la revelación, mientras Pompón observaba con una mezcla de fascinación y respeto.
—Al conocer estas historias, el niño de la profecía será capaz de desentrañar los hilos de su propio destino y entenderá que la verdadera pesca no es solo la de tesoros tangibles, sino la de las conexiones que tejen el tapiz de la existencia —Concluyó la esencia de los abismos, dejando en el aire una sensación de trascendencia y un desafío que se extendía más allá de los confines de este misterioso armario.
—Entonces, ¿tú eres el guía de este lugar? —Preguntó Arturo, con una mezcla de curiosidad y determinación— ¿Cuál es tu historia? ¿Qué es lo que debo capturar? ¿Hay una misión?
—Yo soy algo perdido entre los mares, algo que ya nadie recuerda, algo que todos decidieron olvidar —Respondió la esencia de los abismos mientras su eco resonaba en el ambiente, como las olas en una gruta oculta— Pero escondido entre las historias de cada uno de tus anzuelos, una porción de mi alma se encontraba. Al reunir la suficiente cantidad de fragmentos de mi alma, esta agua quedó impregnada con mi esencia, y logré tomar conciencia para reconocer tu magnificencia, Arturo. Tu misión ya la sabes, incluso si la has olvidado; muy en lo profundo de tu alma aún se encuentra. Solo debes recordar que nuestros caminos se han entrelazado, y cuando tu gran destino pida mi llamada, estaré aquí para ayudarte. Te ofreceré el anzuelo correcto para atrapar el destino correcto.
El remolino que envolvía el fondo del armario pareció calmarse por un momento, como si las palabras de la esencia de los abismos hubieran tejido un vínculo entre el mundo de Arturo y el misterioso ser que moraba en las profundidades del armario.
Lentamente, el remolino desapareció, y el agua en el fondo del armario volvió a su estado pacífico, donde solo las gotas que caían de los agujeros del techo interrumpían la apacible calma del lugar.
—¿De verdad crees que sea el gran heraldo destinado a salvar a nuestra raza, Pompón? —Preguntó Arturo con curiosidad.
—No, nuestra raza ya fue condenada y seguirá condenada por la eternidad —Respondió toscamente el conejo— Sin embargo, parece que las criaturas en la habitación te tratan de otra forma y te ven con otros ojos, como si realmente fueras alguien importante en este mundo.
—¡Pero soy alguien importante! ¡Soy un mago! —Exclamó Arturo con un toque de orgullo.
—Un mago con un gran destino, Arturo... —Siguió el juego Pompón, no tomándose demasiado en serio las palabras de la entidad desconocida con la que acababan de hablar.
Sintiéndose halagado por ser considerado el gran protagonista de una historia sin nombre, Arturo procedió a extraer el siguiente objeto de su inventario, revelando un almanaque de aspecto sencillo. Sus páginas, sin embargo, contaban historias de días pasados: estaban amarillentas, rotas y arrugadas, algunas pegadas y casi todas húmedas, al borde de deshacerse. Cada página estaba marcada con recuadros que representaban los días de la semana, del uno al siete. Sobre estos días, en la parte superior del almanaque, tres rostros distintos se plasmaban meticulosamente.
El primero mostraba a un anciano recostado, con los surcos de los años tallados en su rostro como líneas de sabiduría. Sus ojos, cerrados en un sueño apacible, evocaban un descanso bien merecido después de una vida llena de trabajo.
El segundo rostro capturaba al mismo anciano con los ojos abiertos, enfocados y llenos de curiosidad. La mirada penetrante reflejaba la atención plena del observador, como si cada día fuera una nueva oportunidad para aprender y apreciar el mundo que le rodeaba.
El tercer rostro mostraba al mismo anciano entre el sueño y la vigilia, luchando por mantener los ojos abiertos. Las arrugas en su frente atestiguaban los esfuerzos contra el cansancio, sugiriendo una jornada agotadora que le imponía el peso del tiempo.
Estos tres rostros, pertenecientes al mismo anciano y parecían encapsular las distintas facetas de una vida plena, manifestándose en función de las horas del día.
Arturo, al contemplar la representación detallada del anciano en el almanaque, sintió una conexión con la riqueza de experiencias que el tiempo confería. La sabiduría y la historia palpaban en cada arruga, dando vida a la esencia de aquel cuyos días quedaron plasmados en esas frágiles páginas.
—¿Cómo se supone que funcione este objeto? —Preguntó Arturo mientras admiraba su nueva adquisición.
—No tengo ni idea, pero podrías probar colocándolo en una de las paredes y así veremos si el objeto interactúa con la misma y se activa —Respondió el conejo tras notar que nada extraño había estado ocurriendo desde que sacaron el objeto del inventario.
Arturo, intrigado por el almanaque, decidió seguir la sugerencia de Pompón y lo colocó en una de las paredes de la habitación de Copito. Al hacerlo, un clavo apareció de la nada misma, sosteniendo el almanaque en su lugar. Inmediatamente, el rostro atento en el calendario cobró vida. Sus ojos se movieron con entusiasmo y se fijaron en Arturo.
—¡Ah, por fin! —Exclamó el anciano, animado—¡Un nuevo compañero para compartir las peripecias del tiempo! Me llamo “el despierto”, y soy el observador eterno de los días.
Arturo, maravillado y un tanto desconcertado, se presentó con entusiasmo: —Soy Arturo, un mago en busca de respuestas y con muchas preguntas.
El anciano, al que Arturo apodó mentalmente como “el despierto”, rió con jovialidad y respondió: —No hacen falta presentaciones, Arturo. ¡Todo el mundo conoce al muchacho que vino desde tiempos inmemorables para completar su gran misión!
La declaración resonó en la sala, y Arturo se sintió abrumado por la magnitud de la proclamación. El despierto presentó entonces a sus dos compañeros: el rostro dormido, que permanecía inmóvil con los ojos cerrados, y el rostro cansado, que luchaba por mantenerse despierto con un bostezo ocasional.
—Estos son mis hermanos: el soñador y el fatigado. Juntos, representamos los ciclos eternos del tiempo, los días que nacen en la ignorancia, los días que viven en la alegría y los días que fallecen ante la fatiga del esfuerzo —Explicó el despierto con solemnidad, señalando con sus ojos cada rostro mientras los presentaba.
Arturo, fascinado por la peculiaridad de la situación, decidió jugar el juego y asentir con respeto: —Es un honor conocerlos. ¿Cuál es la habilidad de este almanaque?
El despierto, con una actitud vibrante y enérgica, respondió a la pregunta de Arturo con entusiasmo palpable:
—¡Ah, el almanaque! Su habilidad es verdaderamente excepcional, Arturo. Este artefacto tiene el poder de influir en el tiempo dentro de la habitación del santuario. ¡Puedo cambiar los días, las noches y las estaciones a voluntad!
Arturo parpadeó, asimilando la información: —¿Cambiar el tiempo? ¿Dentro de la habitación del santuario?
—Exacto, querido niño. Imagina tener un amanecer eterno o una noche llena de estrellas en cualquier momento que desees. Puedo transformar el santuario en un rincón mágico donde el tiempo se doblega ante tu voluntad —Explicó el despierto con un brillo travieso en sus ojos.
Arturo, intrigado, preguntó: —¿Y cuál sería el propósito de cambiar el tiempo?
—Oh, las posibilidades son infinitas, Arturo. Podrías crear un ambiente único para concentrarte en tus hechizos, establecer el escenario perfecto para recibir visitantes, o incluso alterar las condiciones para mejorar tu habilidad en la pesca. El tiempo puede convertirse en tu aliado más poderoso, afectando todo lo que emprendas en el santuario —Respondió el despierto con un entusiasmo contagioso.
Arturo sonrió ante la idea de las posibilidades que se desplegaban ante él:
—Es increíble. ¿Cómo puedo controlar esta habilidad?
El despierto se inclinó hacia adelante, bajando la voz como si compartiera un secreto importante:
—Es simple, Arturo. Solo necesitas marcar el día deseado en el almanaque y concentrarte en tu intención. El almanaque responderá a tus deseos, transformándose con la danza del tiempo que tú diriges.
Arturo contempló el almanaque en la pared. Las palabras del despierto resonaban en su mente mientras observaba los rostros que representaban las distintas fases de la vida del anciano. Pero antes de que pudiera probar el poder del objeto, el despierto sugirió algo inesperado:
—Si quieres, puedes intentar un cambio radical. Hoy es un hermoso día soleado, ¿qué tal si hacemos que llueva y truene en el santuario?
Arturo sonrió ante la idea de desafiar la armonía del día soleado:—¡Vamos a hacerlo!
Siguiendo las indicaciones del despierto, Arturo marcó el día en el almanaque y concentró su energía en la idea de transformar el santuario en un escenario más dramático. De repente, una extraña sensación envolvió su hogar, y cuando Arturo dirigió su mirada hacia la ventana en la habitación contigua, su corazón latió con asombro.
El cielo despejado y azul que antes podía verse a través de la ventana había cedido paso a nubarrones oscuros y amenazadores. Relámpagos destellaban en el horizonte, y truenos retumbaban en la distancia. El santuario, antes bañado por la luz del sol, ahora estaba sumido en la penumbra, con destellos eléctricos iluminando esporádicamente la estancia.
—¡Impresionante! —Exclamó Arturo, maravillado por la manifestación de su recién descubierto objeto.
El despierto rió con regocijo: —¡Asombroso, Arturo! Ahora comprendes el verdadero poder de la danza del tiempo. Pero recuerda, cada cambio tiene su consecuencia, y hay días que es mejor dejar apartados en la sombra de la historia.
Arturo, sintiéndose vigorizado por tener el control sobre la atmósfera de su santuario, decidió experimentar más: —Quisiera volver al día soleado.
Con un simple gesto en el almanaque, el cielo tormentoso se disipó gradualmente. Los relámpagos se apagaron, y el sol volvió a iluminar el santuario con su resplandor cálido. Arturo, asombrado por la flexibilidad de este objeto, se preparó para descubrir qué secretos esconderían los últimos objetos que había obtenido.
Tras lo cual, Arturo extrajo el siguiente objeto de su inventario, revelando un libro que evocaba la esencia misma de la vida en el mar. El volumen, demasiado parecido a un legajo de secretos del océano, tenía una apariencia desgastada y antigua, como si hubiera surcado incontables mares y resistido los embates del tiempo. Las páginas amarillentas se doblaban en los bordes, y el cuero que una vez debió ser lustroso ahora mostraba cicatrices de salitre y las marcas de un uso intenso.
El título, “Crónicas de un Viaje sin Retorno”, estaba impreso en letras doradas desgastadas, reflejando la melancolía de un pescador que se aventuró más allá de los confines conocidos. El mismo resonaba con la promesa de historias desconocidas y peligros inexplorados que solo un intrépido navegante podría conocer. Arturo, al sostener este testimonio desgastado de experiencias pasadas, sintió que llevaba consigo la esencia del mar y sus misterios insondables.
El niño abrió el libro para ojear sus páginas, pero se percató de que las historias escritas en él carecían del más mínimo sentido. La narrativa parecía danzar entre líneas confusas y metáforas enigmáticas, como si las palabras hubieran decidido rebelarse contra la lógica convencional. Pompón notó la decepción en los ojos del joven y le recordó con un susurro socarrón:
—Deberías intentar hablarle. Los libros son seres caprichosos y malhumorados; dudo que te revelen algo por buena voluntad.
—Hola, señor libro, ¿me diría cómo pescar un pez apetitoso? —Preguntó Arturo con expectación, siguiendo el consejo de su amigo.
Love this novel? Read it on Royal Road to ensure the author gets credit.
Sorprendentemente, el libro respondió, pero su réplica no se alineó con las expectativas de Arturo:
> "Si mi conocimiento buscas, tu valía debes probar. Pesca una estrella de mar, sumérgela entre mis páginas. Ante ti, lo que buscas se revelará; la recompensa no te decepcionará."
La respuesta, lejos de proporcionar una guía clara, resonaba con la esencia misteriosa del mar y sus secretos. Arturo, desconcertado, pero intrigado, consideró la extraña tarea propuesta por el libro y comentó:
—Parece que tengo que completar una misión de pesca para obtener el conocimiento que busco.
—Bueno, tampoco es tan malo. La misión es perfectamente realizable, así que el libro es útil —Dijo Pompón, elevando los ánimos de Arturo—Ahora dame ese libro, Arturito. Yo lo guardaré con cuidado. Tú ve explorando el último objeto que ganaste al usar la fuente. Supongo que dentro de él está la “gran habilidad” que siempre buscaste y nuestras nuevas “tierras”.
Persuadido por las palabras de Pompón, el niño se dejó llevar por la codicia y le entregó el libro a su amigo, sin cuestionarse por qué el conejo guardaba este objeto en un lugar diferente a donde todos los demás se encontraban ocultos.
Mientras tanto, Pompón sostenía el libro con una expresión de anticipación y astucia, como si supiera que había evitado el problema de que Arturo se encontrara con el libro que describe su vida.
Solo quedaba revisar un objeto más de los recientemente adquiridos por usar la fuente. Si bien supuestamente debían ocurrir más cosas tras usar este fantástico sitio de pesca, Arturo comprendió que dichos sucesos se desvelarían a medida que usará la fuente con más frecuencia.
El objeto que Arturo extrajo de su inventario era un pergamino. Sin embargo, el color azulado de su superficie y la barra de bronce oxidado sobre la cual estaba enrollado daban a entender que este pergamino no servía para desbloquear paisajes. En cambio, sugerían que tenía otra función misteriosa.
Lleno de expectativas, Arturo abrió el pergamino y se encontró con un extenso texto lleno de símbolos ininteligibles, escritos en unos jeroglíficos que simulaban ser dibujos de exóticas criaturas marinas. La mirada de Arturo se centró en los enigmáticos glifos, preguntándose qué revelaría este pergamino y cómo estaría vinculado a las maravillas ocultas en las profundidades de la fuente.
No obstante, la lectura del joven se vio interrumpida cuando sus instintos le hicieron sentir que alguien observaba su espalda. Arturo giró bruscamente y se encontró con un intruso en su habitación.
Este ser simulaba ser una persona, pero resultaba difícil considerarlo un ser humano. Su piel estaba completamente arrugada, como si hubiera pasado milenios bajo las profundidades del mar. Además, su tono de piel era completamente pálido, y su cuerpo expulsaba constantemente una sustancia viscosa de las profundidades de sus poros. Una gran cantidad de criaturas marinas parasitaban a este pobre sujeto; desde corales pegados en sus piernas hasta moluscos que habían permanecido tanto tiempo adheridos a su cuerpo que se habían fusionado con su piel. El aspecto de este hombre era demacrado, lleno de heridas y parecía tan cadavérico que resultaba complicado no considerarlo un cadáver con vida. Sus ojos eran negros, y solo unos escasos mechones de pelo colgaban de su cabeza. De vez en cuando, algunas criaturas marinas emergían de entre los corales que lo parasitaban y caminaban por su cuerpo, aunque él parecía no prestarles la menor importancia, como si se hubiera acostumbrado a su presencia hace mucho tiempo.
El hombre estaba completamente desnudo y solo usaba un taparrabo para cubrirse la entrepierna. Sobre sus manos había dos grilletes rotos, que funcionaban como una especie de pulseras macabras y movían unas cadenas oxidadas que chocaban constantemente, creando un sonido molesto.
—Hola... —Saludó Arturo en voz baja, casi murmurando, notando el silencio moribundo con el que lo miraba este sujeto.
—Hola… —Respondió el hombre sin muchas palabras, con una falta de ganas que parecía indicar que hacía mucho tiempo había perdido la esperanza.
—¿Quién eres y qué se supone que haces en mi cuarto? —Preguntó Arturo, mientras se esforzaba por ocultar su temor.
—Soy un sirviente de la familia real. Al parecer, el rey se enteró de que uno de sus bastardos se encontraba en este lugar olvidado por los dioses y me envió para qué verificará de que vivas “bien” —Respondió con tristeza el sirviente. Aparentemente, su viaje había sido muy largo y estaba destruido por dentro, o tal vez es que ya no había alegría en su vida.
—¿Mi padre es un rey? ¿No era una criatura olvidada por los dioses? —Preguntó Arturo, visiblemente aturdido con la revelación.
—Tu padre es un rey, pero tu madre no es una reina, por lo que eres un bastardo y uno muy desafortunado. Al parecer, alguien te maldijo al nacer, provocando que fueras abandonado a vagar sin rumbo entre los diferentes dominios de los dioses en busca de su abrazo —Respondió el sirviente sin dudar, aunque por el desgano con el que hablaba sus palabras parecían costarle caro.
La habitación parecía cargada de una atmósfera opresiva mientras Arturo intentaba procesar la revelación que acababa de escuchar. El sirviente, con la apariencia desgarradora y la mirada melancólica, permanecía en un rincón, como si la penumbra de su existencia lo absorbiera. Las cadenas oxidadas que colgaban de sus grilletes producían un sonido constante, como el eco de un lamento contenido durante demasiado tiempo.
—¿Por qué te enviaron a mí? ¿Serás mi sirviente?—Preguntó Arturo— ¿Cómo es que mi padre, el rey, llegó a saber de mí después de tanto tiempo?
El sirviente, con mirada perdida y un atisbo de tristeza en sus ojos negros, respondió con voz apagada: — Los océanos hablan entre sí, y las corrientes de información llegan incluso a los lugares más remotos. Tu existencia no podía permanecer oculta para siempre.
El sirviente dejó escapar un suspiro profundo, como si cargar con el peso de su propia existencia le resultara agotador, y continuó comentando:
—Cuando la familia real descubrió tu existencia, el rey, tu padre, sintió que era hora de reclamar a su hijo perdido. Parece que estás destinado a un propósito más grande de lo que imaginas, Arturo. Por lo demás, no seré tu sirviente. No volverás a verme cuando abandones tu hogar y me dejes trabajar en el mismo. Cuando termine mi trabajo, me aseguraré de que puedas vivir como tu sangre real amerita. Tras lo cual, regresaré a las profundidades de los mares a continuar con mi eterno trabajo.
Sintiéndose más intrigado por las posibles ganancias que por la historia de este pobre diablo, Arturo no dudó en cortar la conversación de golpe. Sin molestarse en dar una despedida, el “inocente” niño se dirigió a otro lugar y, inmediatamente, volvió a teletransportarse a su hogar solo para encontrarse a Pompón saltando histéricamente con alegría:
—¡Arturo!, ¡has vuelto!
—¿Pasó mucho tiempo? —Preguntó Arturo, visiblemente impactado por la alegría del conejo.
—Supuestamente fueron unos años de arduo trabajo para el esclavo, pero lo cierto es que me fui de tu hogar al notar que el proceso se demoraría demasiado. Por lo que pasaron unos días desde que no nos vimos —Comentó el conejo con alegría— Ven, acompáñame, ¡te mostraré el nuevo cuarto!
—¿Ganamos un cuarto?! —Exclamó Arturo emocionado mientras miraba cómo el conejo saltaba alegremente y se dirigía a la habitación de las estatuas.
Curiosamente, la habitación había cambiado, y ahora la entrada a una escalera de caracol se encontraba en el piso. En el medio del pilar que servía de eje para los escalones, se encontraba la antigua fogata, transformada en una impresionante estatua de piedra que emitía constantemente fuego. La estatua estaba adornada con una exquisita representación de criaturas marinas, que parecían nadar con gracia alrededor del fuego, capturando la esencia de las profundidades del océano en cada detalle tallado en la piedra. Cada escama, cada aleta, se presentaba de manera realista, como si las criaturas hubieran cobrado vida en la fría superficie de la piedra. El resplandor del fuego iluminaba estas figuras, creando sombras danzantes que parecían contar historias milenarias con cada titileo de la llama.
Abajo de esta estatua se encontraba el gran pilar de piedra que descendía hacia las profundidades, mostrando que una planta baja se había creado debajo de esta habitación.
Siguiendo los brincos de Pompón, Arturo descendió las escaleras de caracol para encontrarse ante un cuarto maravilloso, notablemente más grande que la habitación del espejo, con dimensiones que fácilmente duplicaban el espacio disponible en dicho cuarto. Las paredes, el techo y el piso del cuarto mantenían la coherencia del estilo que caracterizaba todo el hogar, por lo que estaban hechos de gruesos bloques de piedra.
A pesar de su amplitud, el cuarto estaba asombrosamente vacío, a excepción de dos objetos que captaron la atención de Arturo. El primero, un mueble que parecía ser una estantería, ocupaba generosamente una porción significativa de la pared visible al entrar. A pesar de su tamaño, el mueble estaba vacío, y más allá de ser un lugar para colocar objetos, no parecía tener ninguna utilidad práctica.
El segundo objeto que atrajo la mirada de Arturo se encontraba en el centro de la habitación: un voluminoso paquete envuelto con esmero en un delicado forro violeta, adornado con un vistoso moño rojo en la parte superior. Este paquete era el regalo de despedida del sirviente que lo había visitado, y probablemente contenía la tan ansiada habilidad que el Capitán Marinoso le había prometido obtener con esta experiencia.
Lleno de curiosidad, Arturo se acercó al misterioso paquete y examinó detenidamente el elaborado envoltorio violeta. Con manos cuidadosas, deshizo el moño rojo y retiró el forro, revelando el contenido que yacía en el interior del paquete. Para su asombro, se encontró con un objeto bastante pequeño para el paquete que lo custodiaba; se trataba de un fósil marino, o al menos simulaba ser una roca en donde una serie de huesos se encontraba pegada.
Preguntándose sobre la utilidad de este misterioso objeto, el niño decidió colocarlo en el suelo para observar qué ocurría a continuación. Para su sorpresa, en el momento en que puso el objeto en el suelo, una serie de eventos que cambiarían su vida para siempre comenzaron a desencadenarse.
El primero de estos eventos fue que el fósil se partió a la mitad y, de inmediato, comenzó a ser succionado por el suelo. Mientras esto ocurría, Arturo sintió una extraña energía recorriendo su cuerpo, como si algo asombroso estuviera entrando en su ser. Acto seguido, una serie de objetos y criaturas empezaron a ascender desde el suelo, como si las frías piedras fueran una simple ilusión.
La criatura más llamativa del grupo era una tortuga gigante, cuyo tamaño rivalizaba con el de un armario. Sus proporciones recordaban a las del gusano gigante, pero con la majestuosidad característica de estos quelonios colosales. La tortuga tenía un caparazón imponente, ornamentado con patrones intrincados que parecían contar historias de antaño. Su caparazón tenía tonalidades de verde esmeralda y ámbar, creando un contraste encantador con las vetas doradas serpenteadas por su superficie.
Las extremidades de la tortuga eran robustas y estaban adornadas con placas córneas que parecían armaduras naturales. Sus garras, afiladas como dagas, sugerían una fuerza impresionante, a pesar de la apacible expresión que mostraba en su rostro. La cabeza de la tortuga, enmarcada por crestas de escamas que semejaban joyas, se asomaba con curiosidad, revelando unos ojos profundos y sabios que observaban con calma su entorno.
Arturo se acercó con cuidado a la tortuga, inicialmente pensando que podría ser una nueva mascota. Sin embargo, experimentó una extraña sensación de que esta tortuga no era una mascota. La sensación era rara, como si nunca se hubiera forjado el vínculo especial que compartía con sus otras criaturas.
Pese a ello, la verdad no tardó en revelarse, ya que cuando Arturo colocó su mano sobre el caparazón de la tortuga en un intento de comunicarse, la tortuga desapareció en una nube de humo, dejando en su lugar una pequeña ficha de mármol del tamaño de una ficha de ajedrez.
La ficha era una representación exacta de la tortuga, y sin necesidad de palabras, Arturo sintió que tenía un vínculo especial con esta ficha, aunque diferente al que compartía con sus otras mascotas y notablemente distinto al que mantenía con Pompón.
—¿Qué será esto? ¿Podría ser una especie de dios en miniatura? —Preguntó Arturo, sosteniendo la ficha de mármol en su mano.
—No, si me dejas la ficha, te mostraré qué es —Respondió Pompón, extendiendo sus patitas como si indicara que se la entregara.
Arturo le entregó la estatuilla a su conejo, y este la colocó en el suelo. Retrocedió con unos brincos, y tras una cortina de humo, la tortuga volvió a aparecer, observando su entorno con más preguntas que respuestas.
—Debe ser nuestra montura, aunque creo que es bastante lenta y poco conveniente —Comentó Pompón, y con solo pensar en ello, la tortuga desapareció nuevamente en una nube de humo, dejando la figurilla lista para ser recogida por Arturo.
Arturo, ilusionado, admiraba la estatuilla en su mano y exclamó con entusiasmo:
—¡Mejor que andar a pie! Imagina cuando nos presentemos a las contrataciones y nos vean llegar montados en semejante criatura. Sin lugar a dudas, llamará la atención y nos ayudará a conseguir un contrato mucho mejor.
Pompón se dejó llevar por la alegría de su protegido y se dirigió hacia la otra criatura en la habitación, un cangrejo del tamaño de una pelota de tenis. Este cangrejo emanaba un resplandor azulado que iluminaba la estancia. Sus pinzas estaban cubiertas de patrones intrincados que parecían destellos de luz de la luna. Su caparazón tenía un diseño en espiral que recordaba a una concha marina, mientras que sus ojos brillaban con una inteligencia peculiar.
—¡Vaya, vaya! ¿Otra mascota? —Comentó Pompón mientras se acercaba al cangrejo con entusiasmo—Pero no siento ningún vínculo, ¿Tú que eres, amiguito?
Arturo, con la misma dudas que el conejo, se aproximó al cangrejo para examinarlo de cerca. A diferencia de la tortuga, sentía una conexión diferente con esta criatura, pese a que no era la misma que tenía por ejemplo con Copito.
Sus ojos se encontraron con los del cangrejo, y en ese instante, algo mágico ocurrió. La habitación se llenó de destellos azules, y Arturo sintió que comprendía los pensamientos del cangrejo, como si compartieran un vínculo único.
—¿Cómo te llamas, pequeño? —Preguntó Arturo, asombrado por la sensación.
En respuesta, el cangrejo emitió un suave sonido con sus pinzas y caminó hacia Arturo. En su pinza derecha se formó una pequeña esfera de luz que parpadeaba con tonos azules y verdes.
Notando la insistencia del cangrejo, Arturo se agachó y tomó la esfera que sostenía en su pata derecha. En el momento en que sus manos tocaron la esfera, ésta se disipó en su cuerpo, desencadenando una corriente eléctrica que erizó los vellos de su piel. La sensación era similar a tener una descarga eléctrica, dolorosa pero, paradójicamente, también reconfortante. Era como si un torrente de energía revitalizante recorriera su ser, otorgándole una vitalidad renovada. Era como el efecto de un café extremadamente fuerte combinado con la sensación de haber despertado con todas las energías del mundo para enfrentar un nuevo día.
—Según la descripción del capitán, esta extraña criatura debería ser el sirviente que nos enviaron —Comentó Pompón, observando cómo Arturo miraba a su alrededor con ojos desorbitados, incapaz de contener la curiosidad ante los objetos restantes.
Por su parte, el cangrejito, sintiendo que su trabajo estaba hecho, se encaminó hacia una de las paredes. Chocó su pinza contra uno de los gruesos bloques de roca que conformaban la misma, y la roca se transformó de golpe en un hueco rodeado de lodo y barro. El cangrejo se introdujo por el agujero, desapareciendo en la oscuridad. Curiosamente, un pequeño poste en miniatura apareció en la entrada del agujero recién formado, y en él se leía: "Descansando, no molestar".
—Parece que es un sirviente al que no le gusta trabajar… —Se quejó Pompón al leer el cartel en la puerta. No obstante, su atención se volvió rápidamente hacia Arturo, quien corría por toda la habitación, explorando los objetos en el suelo. Iba de un lugar a otro, a veces saltando y haciendo expresiones algo exageradas, como si la indecisión acerca de cuál sería el siguiente objeto por explorar lo estuviera carcomiendo por dentro.
—Te noto un poquito alterado, deberías tranquilizarte... —Murmuró Pompón con preocupación, pero el niño ignoró completamente sus palabras y siguió yendo de un objeto a otro. Parecía como si la emoción y la anticipación lo hubieran sumido en un frenesí de curiosidad, incapaz de contenerse ante la maravilla de los misteriosos objetos que adornaban la habitación.
Entre los objetos en el suelo, Arturo divisó un anillo y una carta. Sus ojos brillaron con una mezcla de emoción y anticipación mientras se agachaba para recogerlos. El anillo parecía antiguo, con grabados detallados que contaban historias de tiempos lejanos. La carta, por otro lado, estaba sellada con un símbolo desconocido que añadía un toque de misterio, el cual se asemejaba a un tridente rodeado de algas.
—¡Mira, Pompón! ¡Un anillo y una carta! ¡Esto es genial! —Exclamó Arturo, sosteniendo los objetos en sus manos con un brillo enérgico en los ojos— ¿Qué crees que significa todo esto?
Pompón, que seguía observando con cierta incredulidad la efusividad de Arturo, respondió con su típica serenidad:
—Bueno, Arturito, parece que has encontrado un tesoro. Pero antes de emocionarte demasiado, deberías echar un vistazo a la carta. Quién sabe, tal vez revele algo sobre estos objetos.
Arturo asintió emocionado y rompió el sello de la carta con cuidado. Desplegó el pergamino y comenzó a leer en voz alta:
> “Querido Arturo,
>
> Si estas palabras alcanzan tus ojos, significa que has descubierto el legado que te pertenece. Como tu padre me complace informarte sobre tu verdadera identidad y el destino que te aguarda. Eres mi hijo, un heredero de sangre noble, aunque bajo el título de bastardo. Por lo que en el momento adecuado, cuando alcances la edad adulta, te será otorgado el título y el subsidio correspondientes a tu linaje.
>
> Para guiarte en tu camino y alejarte del resto de plebeyos, te envío algunos regalos especiales.
>
> El anillo que te he mandado tiene el poder de transformar el agua en vinos exóticos. Úsalo con sabiduría y generosidad, y verás cómo las aguas comunes se convierten en el néctar de los dioses. Que esta habilidad te recuerde siempre la nobleza que fluye en tus venas.
>
> El cangrejo mágico que te acompaña ha sido instruido en el noble arte de transmitir energía. Aprenderás a apreciar su presencia y a utilizar su energía para superar desafíos y alcanzar nuevas alturas. Trátalo con respeto, y te será leal en todas tus empresas.
>
> La tortuga que ahora es tuya es más que una simple criatura. Es un símbolo de sabiduría y poder que te alzará por encima de las demás criaturas de menor importancia. Aprende de su paciencia y reflexión, y encontrarás el camino hacia la grandeza.
>
> Recuerda, Arturo, tienes sangre noble, por lo que tu destino es más grande de lo que puedes imaginar. Avanza con valentía, y siempre encontrarás respaldo en la sombra de tu padre.
>
> Con esperanza y confianza, el rey de los mares”
Arturo recogió con cuidado el anillo del suelo, notando su peso y la textura rugosa que sugería años de estar sumergido en las profundidades del océano. El metal, a pesar de su antigüedad, conservaba un brillo sutil, como si las aguas salinas hubieran dejado una marca única en él. Se podían apreciar pequeñas criaturas marinas grabadas alrededor del aro, desde peces juguetones hasta delicadas algas marinas. En el centro del anillo, una piedra preciosa de un azul profundo destacaba con un resplandor tenue.
Sin saber cuáles eran las condiciones del anillo y su verdadera habilidad, Arturo decidió esperar a tener más información antes de probarlo. No obstante, ahora había una tarea más urgente: descubrir cuál era la habilidad que había ganado. Dado que Arturo no tenía la menor idea acerca de lo que esta habilidad hacía, decidió dirigirse hacia la única criatura que podría otorgarle pistas al respecto.
Arturo subió las escaleras y antes de que se acercara lo suficiente a su esquina, el Capitán Marinoso lo saludó con una sonrisa:
—¡Oh, Arturo! ¿Así que nuevamente buscas usar este sitio de pesca? —Preguntó el capitán de forma bastante eufórica, como si hubieran pasado varios años y no unos minutos desde la última vez que se encontraba con Arturo.
—No, quiero saber qué habilidad gané, si es que gané alguna habilidad, cosa de la cual no estoy tan seguro —Dijo Arturo— Hace no mucho, sentí una energía recorrer mi cuerpo, pero podría haber sido cualquier otra cosa, por lo que quiero saber más en detalle qué me fue otorgado por mi “padre”.
—¿Tu padre? Bueno, técnicamente ahora es tu padre, incluso se nota en tu cuerpo… —Murmuró el capitán mirando a Arturo con detalle.
Siguiendo la mirada del ser conformado por moluscos y algas, Pompón descubrió que el capitán estaba en lo cierto; el cuerpo de Arturo había cambiado. No obstante, el detalle era minúsculo y solo una persona atenta se daría cuenta del cambio.
—¿Tengo algo en la cara? —Preguntó Arturo, notando la mirada del conejo.
—¿No notas algo distinto entre tus dientes? —Preguntó Pompón, provocando que Arturo sintiera sus dientes con su lengua. Ante ello, metió los dedos en la boca y luego salió corriendo hacia el espejo de su habitación con urgencia.
Lo que Arturo vio en su reflejo lo sorprendió: sus dientes habían cambiado y ya no eran humanos. Ahora, tenía unas cuantas hileras de dientes puntiagudos, similares a colmillos, como la dentadura de un tiburón.
—Al parecer, realmente tu sangre se volvió noble; ahora eres una especie de criatura marina, aunque no noto más cambios además de tu dentadura… —Dijo el conejo mientras daba vueltas alrededor de Arturo. Incluso había sacado a Anteojitos de su cuarto de juegos para que lo mirara de forma atenta en busca de algún cambio.
—Siento mi piel un poco más brillante y blanca, pero tal vez sea una ilusión —Dijo Arturo mientras se metía la mano en la boca y trataba de ver sus nuevos dientes en el reflejo.
—¿No te molestan esos dientes? ¿Cómo pudiste tardar tanto tiempo en notarlos? —Preguntó Pompón con curiosidad—¿Notas algo raro además de los dientes?
—No, de hecho, los siento bastante normales. Es como si siempre hubieran sido así. No obstante, cuando los veo o los toco, me doy cuenta de que algo está mal —Dijo Arturo mientras seguía jugueteando con sus nuevos dientes.
Sintiéndose más confiado con su aspecto cambiado, Arturo decidió preguntar al Capitán Marinoso sobre la naturaleza exacta de la habilidad que había adquirido.
—Capitán Marinoso, ¿puedes decirme qué habilidad me fue otorgada? ¿Qué significa los cambios en mis dientes? —Preguntó Arturo, ansioso por comprender mejor su nueva condición.
Con una expresión juguetona en su rostro, el Capitán Marinoso se acercó a Arturo y le dijo:
—Bien, joven grumete, tus dientes afilados no son solo un adorno. Ahora eres un tritón, una especie bastante rara de criatura marina, lo cual te otorga muchos poderes sorprendentes, entre los cuales se encuentra poder respirar bajo el agua, comunicarte con otras criaturas marinas y un cambio radical en tu estatus entre estas criaturas. Dicha transformación también te otorga cierto grado de divinidad, no obstante, sólo lo notarás cuando seas un adulto. Lo más importante de todo es que la expectativa de vida de un tritón es de 250 años, por lo que ahora tienes mucho más tiempo para pescar; para ser exactos, tienes 50 años más de vida.
—Dios mío, ¡eso es sorprendente! ¡Entonces gané muchísimas habilidades! —Dijo Arturo superemocionado.
—No, solo ganaste una sola habilidad —Dijo Pompón, el cual observaba con curiosidad la tarjeta de plata que Anteojitos estaba haciendo levitar al frente de él. Dicha tarjeta era en realidad la ficha de identificación de Arturo, en donde se podía apreciar como uno de los dioses que había puntuado con 0 a Arturo había sido reemplazado por la imagen de una sirena y un punto había aparecido junto a la misma. Por lo que ahora Arturo contaba con una exótica puntuación 2 sobre 25.
—Si hablamos con propiedad, ganaste muchas habilidades, pero solo ganaste un favor divino —Corrigió el Capitán Marinoso mientras aprovechaba la oportunidad para ojear la tarjeta de plata de Arturo—Lo que te da una puntuación bastante baja para los seres que pertenecen a la elite de tu raza, solo tienes 2 favores divinos, Arturo. Ciertamente, pensé que a estas alturas serías alguien más apreciado por los dioses …
—¿Le debemos este favor divino a una sirena? —Preguntó Pompón con dudas, ya que siempre se habló de rey y no de reina.
—Un dios que me es desconocido fue el que te favoreció, pero quien actuó de intermediario fue tu “padre”, el rey de los mares, el cual te ayudó gracias a la influencia en tu destino por parte del dios de las profundidades. Pese a que quien verdaderamente pagó toda la fiesta fue el Kraken al que veneras en tu Santuario —Explicó el Capitán dando un trabalenguas— Como podrás notar, la divinidad es algo bastante complejo de entender. Y es por eso que la mayoría de miembros de tu raza se limita simplemente a darle regalos a los dioses y luego esperar obtener algo a cambio. Si lo que obtienen les gusta, no hacen muchas preguntas y siguen dando regalos en forma de ofrendas.
—Comprendo la lógica de los regalos. El regalo, en este caso, ¿es muy bueno? Digo, en referencia a mi nuevo favor, supuestamente toda mi raza, es decir, mi antigua raza, considera como la característica más valiosa de una persona la cantidad de favores que posee —Comentó Arturo con dificultad.
—Sigues siendo una criatura abandonada por los dioses, si es a eso a lo que te refieres como raza. Puedes verlo de esta forma, ahora eres un tritón, pero eres un tritón mágico, por lo que sigues siendo un… Mago. Mientras que tú… conejo, también es un Mago, por lo que él no es un simple conejo: ¡Es un conejo mágico! —Explicó el Capitán, aunque lo que Arturo escuchó fue otra cosa.
—Y ¿por qué los magos valoran tanto los puntos de favor de los dioses? —Cuestionó Arturo—A lo largo de mi vida fui ganando muchas cosas que me dieron habilidades extrañas, pero en las inspecciones la mayoría de esas cosas ni me las preguntaron.
—Porque las habilidades no aportan divinidad al “mago”. Tu divinidad actual vale dos puntos, es decir, si algún dios quisiera sacrificarte, cosecharía dos hermosos y regordetes puntos—Explicó el Capitán —Además, como tu raza no cuenta con la protección de ningún dios, los convierte en una excelente forma de reunir divinidad para los dioses necesitados de poder.
—¿Acaso somos cerdos en una granja? —Preguntó Pompón impactado con el descubrimiento.
—No, no, más bien son dinosaurios en exposición. Los cerdos son comunes e inofensivos, los magos son peligrosos y raros, por lo que no es tan fácil reclamar esa divinidad sin que los magos estén de acuerdo —Explicó el Capitán— No obstante, los magos sí valoran las habilidades que no tienen nada que ver con los puntos de favor. Por lo cual te equivocas al pensar que todo se mide en puntos de favor, pese a que un dinosaurio exótico y hermoso se expone mejor que un dinosaurio feo y peligroso. Por lo que es más fácil venderse como un mago bendecido por muchos dioses que venderse como un mago poderoso. Además de que si un dios te ayudó en el pasado, ¿por qué no buscaría ayudarte en el futuro? Las habilidades no tienen esta característica de ser incrementales con el tiempo, como sí ocurre con los favores divinos, pese a que con tu puntuación tan baja dudo que notes esto en toda tu vida.
—Creo que estoy comprendiendo esto de la divinidad, pero me dijiste que como tritón yo era un ser más “divino” y eso se vería cuando sea un adulto. ¿Eso quiere decir que cuando pasen los años obtendré algunos favores divinos solo por ser un tritón? —Cuestionó Arturo rebuscando mucho el cuento.
—Me refería a otra cosa, pero en el fondo apuntan a un concepto muy similar. De todas formas es una relatividad al dios que honras en este santuario. Déjame explicártelo mejor: una criatura marina, lógicamente, se gana más fácil el favor de un dios marino, como al cual veneras en este santuario, pero eso no quiere decir que el dios de las profundidades o el kraken vaya a bendecirte por solo ser una criatura marina. Significa que te escuchará con más atención... —Dijo el Capitán con paciencia.
—Es decir, ¿es un famoso “multiplicador”? —Concluyó Pompón.
—Exacto. Según mis experiencias previas, lograrías pasar de tu actual multiplicador x3 a x4. Pero a diferencia del cambio de estatua, este multiplicador no afecta tus ofrendas pasadas, pero sí afectará a tus ofrendas futuras. De la misma forma que al dejar de ser un humano obtienes una penalización para comunicarte con Felix, y tus ofrendas pasaran a valer la mitad —Respondió el capitán Marinoso mostrando que no todo era alegrías— De todas formas, todo esto ocurrirá cuando seas un adulto, lo cual no tiene absolutamente nada que ver con que pase el tiempo; solo debes firmar un contrato. Ya que los magos adultos son los que firmaron sus propios contratos. De la misma forma, a medida que reúnes más puntos de favor serás un ser más “divino”, por tanto, serás más escuchado, pero con un solo punto de favor no deberías ni pensar en preocuparte por ello.
—Y la habilidad que gané, ¿cuál es? —Recordó Arturo con impaciencia, al notar cómo el capitán seguía dando vueltas en asunto poco importante.
—La habilidad se llama “Mente de pez”, cuando la situación se vuelva realmente abrumadora, actuarás con la sabiduría de un pez —Explicó el Capitán.
—Y eso, ¿qué mierda significa? ¿Me estás diciendo que ahora, cuando las cosas vayan mal, Arturito comenzará a saltar desesperadamente mientras busca regresar al agua, abriendo y cerrando la boca de forma estúpida? —Cuestionó Pompón con suma preocupación, convencido de que esta habilidad traería más problemas a su tarea como curador.
—Por suerte, el enfoque de la habilidad es diferente. Cuando te encuentres con algo que no debería ser encontrado, simplemente olvidarás lo que acaba de encontrar y seguirás nadando sin rumbo fijo —Explicó más en detalle el Capitán.
—Parece una habilidad pasiva bastante útil, una de esas que te protege sin tener que hacer nada —Comentó Arturo con cierta alegría.
—A mí no me gusta, no me gustan las habilidades que juegan con la mente. Siempre suenan bonitas, y luego terminan desembocando en tragedias —Cuestionó Pompón con amargura.
—Tragedia que sabiamente ignorarás, esa es la grandeza de tu nueva habilidad —Afirmó el Capitán.
—Gracias por tu ayuda. Si no fuera por tus conocimientos como ocultista, me hubiera tomado mucho tiempo descubrir esta habilidad por mí mismo —Respondió Arturo.
—Dudo que la hubiéramos descubierto, su efecto es bastante similar al de tu anterior habilidad, lo cual dudo que sea una coincidencia. Tal vez este era el gran destino que la legendaria banana quería para tu vida —Cuestionó Pompón mientras meditaba el asunto con seriedad.
—No hay de qué, joven grumete. Recuerda que siempre puedes venir a consultarme cualquier duda que tengas con la divinidad que rodea las estatuas de tu santuario —Concluyó el Capitán Marinoso mientras volvía a incrustarse entre los moluscos de la pared.
—Vamos, Pompón, aún tenemos que descubrir qué hace este anillo y cuál fue el título honorífico que gané —Dijo Arturo con entusiasmo mientras se dirigía al espejo, recordando al maniquí que había visto mientras se cambiaba la ropa para ir a las contrataciones y asignaciones.
—En la carta decía que solo te darán el título honorífico cuando seas un adulto, y como el capitán aclaró, tienes que firmar un contrato para que eso ocurra —Dijo Pompón, con la intención de bajarle los ánimos al niño y evitar que se encontrará nuevamente con el salón de trofeos— Por lo demás, veamos cuáles son las condiciones del anillo.
El conejo y el niño se dirigieron hacia el espejo con la intención de descubrir cuáles eran los secretos que se escondían en el único objeto que le había sido entregado por el rey de los mares.