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35 - Misión

La interacción con Momo resultó ser una tarea mucho más desafiante de lo que el niño inicialmente se anticipaba. Obtener los rumores que Arturo buscaba se convirtió en un proceso laborioso y frustrante, especialmente porque el niño había olvidado la técnica precisa para lidiar con el libro de forma tal de provocar que este último diera las respuestas que buscaba. Esto llevó al niño a pasar más de una semana antes de recibir las respuestas que quería.

A pesar de que el tiempo no era una preocupación, ya que las contrataciones aún estaban lejos en el horizonte, Arturo se sintió crecientemente frustrado al enfrentarse a la dificultad del libro. Maldijo la pérdida de la hoja que le permitía comunicarse de manera más directa con Momo, puesto que la interacción con el libro carecía del mismo nivel de conexión personal que esa hoja brindaba. El libro proporcionaba respuestas extensas y a menudo poco útiles en comparación con la hoja, donde Arturo sentía que realmente estaba conversando con alguien.

Pompón desempeñó un papel crucial en esta misión, entregando rumores a Arturo y transmitiendo la paciencia necesaria para que no se desanimara. La llamativa apariencia del conejo, junto con el hecho de que tuvieran que revelar cientos de rumores para obtener la información deseada, atrajo la atención de una multitud de estudiantes que se congregaron en el santuario para escuchar a escondidas.

Inicialmente, intentaron espiar discretamente, pero con el tiempo, al darse cuenta de que a Arturo no le molestaba su presencia, dejaron de disimular y se agruparon a su alrededor, ávidos de escuchar los intrigantes rumores que Pompón estaba revelando.

La noticia de los eventos en el santuario se extendió rápidamente entre los estudiantes, y pronto se formó una especie de culto alrededor de Arturo y Pompón. El santuario, que antes estaba relativamente tranquilo, se llenó de murmullos y expectación cada vez que Arturo se aproximaba, listo para revelar nuevos rumores.

La escena adoptó un tono surrealista con estudiantes de todas las edades congregando alrededor de Arturo, algunos llevando juguetes o distracciones para pasar el rato, mientras que otros se entregaban a las historias que el conejo tenía para contar. Pompón, disfrutando plenamente de ser el epicentro de la atención, paseaba con orgullo exhibiendo su pelaje pomposo, sumergiéndose en el deleite de la admiración que recibía. Aunque Arturo se sentía ligeramente incómodo por tener que lidiar con tantas miradas, la realidad era que en el santuario solo existía un libro de rumores, y tener una multitud a su alrededor facilitaba la rápida obtención del preciado libro apenas ingresaba al lugar.

De vez en cuando, Arturo se veía obligado a detenerse cuando algún estudiante más joven le solicitaba el libro, y la mirada expectante de la multitud parecía decirle: “¿No vas a hacer esperar a ese pobre niño, verdad?”. Con la presión de las expectativas, Arturo se veía empujado a ceder el libro al estudiante ansioso, quien, tras desbloquearlo en su biblioteca personal, lo devolvía casi de inmediato, permitiendo que la misión continuará sin grandes interrupciones.

Con el paso del tiempo, la confianza de Pompón en su habilidad para la oratoria se fortaleció, y al finalizar la gran misión, se había convertido en un maestro de la narración de rumores. Compartía relatos intrigantes sobre profesores de tiempos remotos, pasillos secretos y criaturas mágicas que poblaban los rincones de la academia. La audiencia estaba completamente cautivada por las historias, y el nombre de Arturo se volvía cada vez más reconocido como el estudiante que poseía un conejo mágico con acceso a los secretos más oscuros de la escuela.

No obstante, todo aquel recuerdo quedaba atrás, pues en el presente, Arturo se encontraba de pie frente a su espejo, observando su inventario con una sonrisa juguetona en el rostro. Con los rumores de los antiguos estudiantes de su lado, el niño se sentía completamente preparado para dar el toque final a la organización de los objetos que había adquirido en las últimas “semanas”.

El primero de los objetos que extrajo de su inventario fue una caja dorada, repleta de rubíes incrustados. Con una mezcla de anticipación y prisa, el niño se dirigió hacia el subsuelo de su casa y colocó la caja en una de las esquinas de la amplia habitación. Retrocedió unos cuantos pasos y, con asombro, observó cómo la caja comenzaba a vibrar, dando lugar a la materialización de una criatura extraña en la habitación de Arturo.

La criatura que estaba teletransportandose parecía el resultado de un cruce entre un pájaro y un enano. Sus plumas tenían destellos rojos mezclados con tonos dorados, y su pequeño cuerpo estaba adornado con joyas diminutas incrustadas en su plumaje. Mientras que las alas de la criatura eran una fusión de plumas y pequeñas piedras preciosas.

El ser miró la caja en el suelo con deleite, como si cada encuentro con una de estas cajas fuera un momento especial en su existencia. Sus ojos, brillantes como gemas, se encontraron con los de Arturo con una expresión de pura alegría. Se acercó a él, sosteniendo la caja con delicadeza, mientras movía su cabeza en un gesto que parecía una especie de saludo.

— ¡Oh, se ve que hallaste una caja musical muy llamativa! ¡Qué placer encontrarte, niño! —Exclamó la criatura con una voz melódica, como el tintineo de campanillas de cristal. Su tono era amistoso y lleno de curiosidad.

Arturo sonrió y respondió: — Hola, ¿quién eres? ¿Cómo te llamas?

La criatura, aún sosteniendo la caja, realizó una especie de reverencia y respondió:

— Soy Zahira, artífice de los sueños y creadora de instrumentos. ¿Cómo puedo ayudarte, niño? ¿Qué instrumento deseas que forje para ti?

Arturo, intrigado y emocionado por la perspectiva de obtener un instrumento creado por esta criatura mágica, pensó por un momento antes de responder:

— Me encantaría tener un tocadiscos, pero que sea único, algo que nadie más tenga. Algo que suene mágico y que llene de alegría mi hogar.

Zahira asintió con entusiasmo y extendió sus alas, rodeando la caja dorada con una especie de resplandor mágico, provocando que en la habitación apareciera un taller flotante, con herramientas etéreas y materiales brillantes suspendidos en el aire.

— ¡Perfecto!—Exclamó Zahira—Déjame trabajar en ello, niño. Este será un proyecto fascinante.

La criatura comenzó a moverse con una agilidad increíble, manipulando las herramientas y los materiales con destreza. A medida que trabajaba, entonaba canciones místicas que llenaban la habitación con una melodía encantadora. Arturo, fascinado, observaba cada movimiento de Zahira, maravillándose de la magia que fluía en su creación.

— ¿Qué estilo prefieres para tu tocadiscos, niño? —Preguntó Zahira mientras continuaba su labor.

—Debe ser como un tin y ton… del tiquitiqui… madruguero —Respondió Arturo con complejidad, como si hubiera practicado esa respuesta de antemano; aparentemente, estaba siguiendo un rumor que había aprendido recientemente.

— ¡Oh! ¿Así que buscas un tocadiscos al estilo del famoso tin y ton? Parece que tienes un gusto muy refinado…—Comentó Zahira con cierta preocupación, tras lo cual murmuró en voz baja— Demasiado refinado…

Aunque se la notaba algo nerviosa, continuó con la tarea como si lo solicitado fuera más exigente de lo que estaba acostumbrada a manejar. La habitación se llenó con la armonía de la creación mágica, y el tocadiscos comenzó a tomar forma. Los detalles de la obra eran bastante toscos, hechos de madera y piedra; no era muy llamativo, pero tenía cierto aire antiguo que le daba un toque especial, un toque mágico.

En poco tiempo, un tocadiscos tosco y poco llamativo se materializó en el suelo de la habitación. A simple vista, parecía un objeto ordinario, pero Zahira se apresuró a explicar sus características con un entusiasmo que buscaba ocultar sus preocupaciones:

— Aquí está tu tocadiscos, niño. Como pediste, tiene el diseño simple y clásico que siguen los chamanes de la isla tiquitiqui, con madera avejentada sacada de las palmeras derrumbadas por el viento y detalles únicos, hechos con las piedras recolectadas de los guerreros que se aventuraron a la cueva del hombre muerto, dándole su característico toque rústico. Además, he incorporado algunos encantamientos para mejorar la calidad del sonido; estoy segura de que con este tocadiscos podrás reproducir las palabras de los dioses que habitan en el volcán de la isla tiquitiqui.

Zahira señaló los detalles sin mucho orgullo, tratando de rescatar la calidad de su obra. Arturo, sin embargo, no pudo ocultar su decepción. Frunció el ceño y cruzó los brazos, mirando el tocadiscos con desdén.

— ¿Esto es lo mejor que puedes hacer? Es tan... común. Esperaba algo más, no sé, auténtico y tradicional. ¿No puedes hacerlo más realista? —Dijo Arturo con evidente insatisfacción en su tono de voz— Esto no me transmite el bum bum… del tocatin, digo del toca..ton. ¡Mi punto es que esta porquería, no parece un verdadero tocadiscos que pueda reproducir las palabras de los dioses!

Zahira, sorprendida y un tanto herida por la reacción, trató de explicarse:

— Niño, la belleza de un instrumento radica en su simplicidad y elegancia. Este tocadiscos puede no ser ostentoso, pero tiene encantamientos que mejoran la calidad del sonido. La magia no siempre necesita ser vistosa para ser efectiva.

Sin embargo, Arturo no parecía convencido y mantuvo su expresión de decepción. La criatura, aunque inicialmente entusiasmada, ahora miraba con tristeza su creación.

—Le falta el taca taca, el pimpolin, el daco dico…el daco daco, por lo que ni de cerca sigue el estilo del tin y ton del tiquitiqui madruguero —Criticó Arturo fingiendo desdén.

—¡Me estás pidiendo una locura! Estoy segura de que ni de cerca tienes las monedas de oro para convocar una criatura que pueda crear la barbaridad que me estás pidiendo que haga —Se defendió Zahira mientras unas pequeñas lágrimas salían de sus encantadores ojos y se ocultaban en su plumaje; al parecer, su orgullo había quedado tocado.

—Si quieres mi caja musical, entonces compensa tu falta de talento de alguna forma. Yo pedí un tocadiscos con el estilo del tin y ton del tiquitiqui madruguero, y me creaste una imitación barata que no le llega ni a los talones a las obras creadas por los grandes chamanes de la isla tiquitacos—Negoció Arturo, mostrándose inflexible en la cuestión.

Zahira miró con cariño la pequeña caja dorada que estaba colocada arriba de la mesa de trabajo, casi como si la misma fuera la fuente de energía que la impulsaba a tratar de lograr el pedido imposible que Arturo le había hecho. Tras meditar unos segundos, Zahira tomó una decisión y metió su mano en una caja oxidada llena de tuercas que tenía en su mesa de trabajo, de la misma extrajo una tuerca muy pequeña y se la entregó a Arturo.

—¿Qué es esto? —Preguntó el niño mientras inspeccionaba la tuerca.

—Es un disco de música, aunque hace tiempo me olvidé de qué canción toca. ¿Te parecería bien el tocadiscos que creé y el disco misterioso a cambio de la caja de música? —Propuso Zahira.

—Me parece justo, acepto tu trato, Zahira —Dijo Arturo con una sonrisa alegre. Tras lo cual, una explosión de humo llenó la habitación y Zahira desapareció con la caja y sus instrumentos de trabajo, dejando a Arturo mirando con felicidad el tocadiscos que había adquirido y la tuerca extraña que tenía en su mano.

Arturo se acercó al tocadiscos y colocó la tuerca en una pequeña ranura que parecía destinada para ella. De repente, la tuerca comenzó a girar y el tocadiscos comenzó a emitir un sonido suave y misterioso, como si estuviera tocando una melodía ancestral que provenía de un planeta muy, pero muy lejano. Arturo, fascinado, se dejó llevar por la música, notando cómo la habitación se llenaba de una energía misteriosa.

La tuerca parecía contar una historia alegre, pero las notas usaban palabras de un lenguaje antiguo que sólo aquellos con un conocimiento especial podían comprender. Lógicamente, Arturo no comprendía el idioma en que se cantaba la canción guardada en la tuerca, pero se sintió envuelto en la épica atmósfera que emanaba la canción, apreciando el trabajo de Zahira de una manera que antes no había podido.

¡Fue entonces cuando la verdadera magia comenzó a ocurrir!

Dejándose llevar por el ritmo de la música, Arturo dio un salto en el aire y su cuerpo salió disparado como un cohete. Extrañamente, al alcanzar el techo, Arturo no descendió inmediatamente, sino que comenzó a caer lentamente, como si estuviera flotando en el agua. Esta era la magia escondida en la canción, la cual tenía el poder de cambiar radicalmente el sentido de la gravedad para aquel que escuchara sus notas.

Jugando con la habilidad recién descubierta, Arturo siguió saltando tontamente por la habitación, disfrutando de la sensación de libertad que le brindaba la música

El niño siguió saltando con alegría hasta que el deseo de descubrir más sobre el disco de música que había guardado en su inventario durante “años” superó su entusiasmo por seguir jugando en la habitación.

Tratando de controlar su cuerpo en la extraña gravedad alterada, Arturo siguió saltando hasta llegar a las escaleras. Con un fuerte salto, logró ascender por ellas hasta llegar a la parte superior. Curiosamente, en esta habitación aún se oía la canción del subsuelo, lo que indicaba que la habilidad seguía activa.

Desde la altura, Arturo observó cómo la mayoría de sus mascotas también disfrutaban de esta extraña habilidad. Pompón se destacaba, saltando de una pared a otra mientras movía su pomposa cola con felicidad.

—¡Parece que el rumor era cierto! Al pedirle un trabajo imposible a la artesana, ella termina regalándote un premio de consuelo por no lograr completar el pedido —Dijo Pompón mientras saltaba alegremente.

—Sí, ojalá el resto de rumores también resulten ser ciertos —Comentó Arturo mientras se aproximaba dando brincos hacia su espejo y retiraba el disco de música que había permanecido olvidado en su inventario hacía eones. La melodía continuaba, y Arturo, con una sonrisa en el rostro, se preparó para descubrir qué otros secretos y sorpresas le deparaban el disco en sus manos.

El niño fue dando saltos largos hasta regresar nuevamente al tocadiscos. El disco que sostenía entre sus manos era más descriptivo que la tuerca, con una forma sencilla y circular que encajaba perfectamente en su tocadiscos multifuncional, el cual era capaz de albergar diferentes formatos de discos sin problemas. Sobre su superficie presentaba dos imágenes opuestas: el hombre ganador y afortunado en la portada, y el dibujo del hombre perdedor y desafortunado en la contracara. Arturo intuía que estas imágenes debían tener alguna relación con las habilidades y canciones que se podían escuchar reproduciendo cada una de las caras.

Decidió comenzar explorando la serie del hombre ganador. Al colocar el disco en el tocadiscos, una melodía envolvente comenzó a llenar la habitación, inundándola con una energía vibrante. Arturo experimentó una oleada de confianza y optimismo que lo envolvía, una sensación de empoderamiento que le recordaba a momentos de victoria en el pasado.

Al explorar las distintas canciones de esta serie, notó que cada una desencadenaba la misma habilidad, aunque las notas musicales y la energía que recorría su cuerpo variaban. Sin importar la canción que eligiera, todas compartían la peculiar capacidad de infundir confianza.

Después de pasar horas disfrutando de las canciones alegres, Arturo decidió aventurarse en la serie opuesta. Al dar vuelta el disco, una melodía melancólica y sombría llenó la habitación. Aunque Arturo se sintió ligeramente abrumado por una sensación de desdicha tras escuchar las primeras notas musicales, estaba decidido a descubrir las habilidades asociadas con esta serie de canciones.

Tras unos segundos reproduciéndose la triste canción, las cosas alrededor del niño perdieron su vitalidad, tornándose más monótonas y aburridas. Ante lo cual, Arturo comenzó a sentir como si su casa se estuviera volviendo inusualmente pequeña. De hecho, eso mismo estaba ocurriendo: ¡Las paredes se comprimían, y si no detenía la canción pronto, sería aplastado por las paredes de la habitación!

Preocupado por el poder de la canción, Arturo retiró rápidamente el disco, devolviendo la habitación a su estado normal como si nada hubiera sucedido. Reflexionó sobre la dualidad de las habilidades mágicas que las canciones proporcionaban y se cuestionó cómo podría aprovecharlas. Sin embargo, llegó a la conclusión de que el verdadero valor de estas canciones residía en la colección de los discos de música más que en las habilidades que otorgaban. Tener confianza estando dentro su hogar y carecer de ella fuera de su hogar no parecía ser la fórmula para convertirse en un verdadero “ganador”. Y morir aplastado por las paredes de tu propia casa claramente no te convertían en un ganador.

Después de disfrutar de la experiencia vivida con las habilidades de los discos, Arturo regresó a su cuarto junto a Pompón, contemplando los misteriosos artefactos en su inventario. El tocadiscos permanecía en la habitación del subsuelo, esperando nuevas exploraciones. Pompón, con su característica curiosidad, observaba con atención mientras el niño decidía cuál sería el siguiente objeto que extraería de su inventario para explorar.

— ¿Qué opinas de las últimas dos habilidades, Pompón? —Preguntó Arturo, sosteniendo en sus manos la bola de cañón que había adquirido en el mercado.

— Fueron bastante interesantes, aunque las canciones de la serie del perdedor parecían un poco aterradoras. ¿Vas a probar más objetos? —Respondió Pompón, moviendo sus orejas con anticipación.

— Por supuesto, quiero descubrir todas las posibilidades que estos objetos pueden ofrecer. Vamos a poner a prueba los rumores sobre esta bola de cañón —Decidió Arturo, llevando la bola al subsuelo.

Preocupado por los rumores que rodeaban al siguiente objeto, Pompón decidió seguir a Arturo hacia el subsuelo. Durante el descenso, le recordó con seriedad:

— No te olvides de que el próximo objeto es algo peligroso, así que debes salir corriendo del hogar tan pronto lo coloques en el suelo o podrías terminar muerto.

— Sí, sí —Asintió Arturo. Al llegar al subsuelo, dejó el objeto en el suelo y salió corriendo hacia el espejo de la habitación. Pronunció rápidamente las palabras mágicas más cortas que recordaba y se lanzó hacia el espejo, atravesándolo y desapareciendo en el aire.

Mientras todo esto ocurría, la bala en el suelo comenzó a vibrar intensamente, adquiriendo un tono rojizo como si estuviera sobrecalentándose. Fue entonces cuando la bala de cañón salió disparada a una velocidad sorprendente. Impactó de lleno contra una de las paredes del subsuelo, pero en lugar de romperla, la atravesó como si fuera una simple ilusión.

La habitación permaneció en silencio hasta que un agujero, tan grande como una piscina inflable, apareció en el centro. El agujero no tenía un fondo aparente, y sólo la negrura del vacío se podía ver. De la negrura emergió agua azulada y transparente, llenando el interminable agujero.

Cuando Arturo regresó a su hogar, se encontró con este misterioso cráter lleno de agua. Los bordes estaban cubiertos de musgos y caracoles. Algunos peces nadaban en las aguas, y extrañas luces azuladas flotaban como bolas en las profundidades del cráter. Estas bolas fluorescentes parecían indicar una dirección, pero sumergirse en las aguas sin fondo sería necesario para descubrir el destino al cual apuntaban.

Preocupado por las implicaciones del misterioso cráter lleno de agua en su hogar, Pompón se acercó a Arturo mientras observaban la escena.

—Esperemos que los rumores no sean falsos, Arturo —Comentó Pompón mientras sus ojitos reflejaban una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Sería raro que tantos estudiantes cayeran en la misma trampa. Había muchos chicos buscando el cofre, y todos eran lo bastante inteligentes para seguir buscando rumores en una época donde los mismos no eran tan necesarios... —Mencionó Arturo, acercándose al borde del cráter—Ahora solo nos queda averiguar a dónde apuntan esas luces.

—Ten cuidado de confiarte de más en lo que dicen los rumores del libro; algunos son falsos. Realmente no sabemos qué hay ahí abajo —Dijo Pompón, dando un salto hacia atrás—¿Qué tal si hay criaturas marinas horripilantes o algo peor nadando por estas aguas?

—Tranquilo, Pompón, no creo que sea tan malo. Además, estamos aquí para descubrir los secretos de estos objetos mágicos. Ya no hay vuelta atrás; tenemos que ver hacia dónde nos dirigen estas luces —Respondió Arturo con calma.

—Sí, sí, secretos que podrían matarnos... —Replicó Pompón con miedo—Recuerda, yo no sé nadar, y no planeo aprender hoy. ¡Estás solo en esto, Arturo!

—No te preocupes, Pompón. Yo sé nadar, y no creo que el agua nos vaya a hacer daño. Además, sería aburrido quedarnos aquí sin explorar —Arturo miró las luces que flotaban en el fondo del cráter y se preguntó qué secretos podrían revelar.

—¿Aburrido? ¿No puedes encontrar algo menos peligroso para entretenerte? —Pompón dijo con preocupación, claramente se sentía inseguro sobre la idea de dejar que Arturo se aventurara solo dentro del cráter.

—No seas un conejo miedoso. La aventura es lo que hace la vida emocionante —Arturo sonrió y se quitó los zapatos, comenzando a despojarse de su harapienta túnica, preparándose para zambullirse en las profundidades del cráter.

—Aventurero, eso es lo que eres. Pero, ¿y si te atacan tiburones mágicos o algo así? —Pompón seguía mostrándose reticente.

—¿Tiburones mágicos? Eso sería asombroso. Pero no creo que haya peligro, Pompón. Ven conmigo; será divertido —Insistió Arturo, caminando hacia el agua.

—Soy un conejo; ni de cerca puedo aguantar la respiración como lo hacen los humanos —Mencionó Pompón mostrando cierta desconfianza—De todas formas, según el Capitán Marinoso, ahora eres un tritón. Espero que realmente saques a relucir tu nuevo cuerpo y no hagas nada estúpido mientras nadas ahí abajo.

Tras escuchar el recordatorio de su curador, Arturo dio un salto y se sumergió en las aguas del cráter. La sensación era extraña y mágica. Las luces en el fondo guiaban su camino, y Arturo no podía evitar maravillarse por la belleza del misterioso mundo submarino que se revelaba ante sus ojos.

Luego de sumergirse completamente, Arturo se sintió maravillado por la energía que recorría su cuerpo; era extraño, pero a la vez fantástica. Como una corriente eléctrica que iba desde su cabeza hasta sus pies, Arturo experimentó la sensación de que el agua era su hogar. Los dedos de sus manos y pies se volvieron ligeramente más largos, y una fina capa de piel comenzó a cubrirlos. Sin embargo, al dar el primer manotazo, Arturo se dio cuenta de que nadar de esta forma era un tanto torpe. Con un simple pensamiento, un remolino de agua lo envolvió y comenzó a dirigirlo a una velocidad increíble hacia la primera luz que flotaba en la distancia.

Su visión bajo el agua era tan nítida que Arturo ya podía divisar el final hacia donde lo llevaban las luces sumergidas. Era una especie de cueva submarina que se hallaba en el fondo del cráter, un fondo que antes le era imposible ver, pero que ahora parecía estar más cercano de lo que realmente estaba. Investigando con su súper visión submarina, Arturo se dio cuenta de que, en realidad, el espacio no era tan grande, o al menos se le hacía pequeño gracias a la velocidad inhumana con la que las corrientes de agua lo impulsaban.

El lugar parecía ser una gran pecera rodeada de piedra irregular. El fondo, rocoso y carente de vida, mostraba un barco de madera antiguo, hundido hace décadas y reclamado hace tiempo por las criaturas marinas. Además del barco, la cueva hacia donde lo dirigían las luces y una formación de corales en una de las esquinas del recinto eran lo que conformaban los misterios en las profundidades del cráter. Por lo demás, no había tiburones mágicos ni gigantescos krakens nadando en esta gran piscina de agua, pero sí había peces que nadaban con felicidad de un lugar a otro.

Sin embargo, el espacio no era del todo seguro. Tan pronto como el niño se cruzó con el primer pez, este pareció susurrarle sus temores, no con palabras humanas, sino con emociones guiadas hacia un lugar. Transmitían un profundo temor hacia las paredes del recinto, y tras observarlas detenidamente, Arturo notó varios agujeros en ellas, como si estuvieran completamente agujereadas y fueran una superficie porosa. El pez estaba aterrorizado de estos agujeros, indicando que el peligro más importante del paraje se encontraba en las paredes y no era sensato acercarse a ellas más de la cuenta.

Arturo intentó agradecer al pez por la información dada de manera amistosa, pero sus palabras, que resonaban como un burbujeo bajo el agua, provocaron que el pez lo ignorara por completo, y continuara nadando sin rumbo fijo, como si Arturo fuera un NPC y su misión hubiera sido completada sin el mayor de los problemas.

Arturo, desconcertado por la aparente falta de respuesta del pez a sus palabras, llegó a la conclusión de que el lenguaje humano no era la manera adecuada de comunicarse con las criaturas submarinas.

A medida que continuaba su exploración, notó varias criaturas marinas que, aunque amigables, no mostraban disposición para acompañarlo. Y en su lugar, optaban por seguir su propio rumbo, deslizándose con gracia en las aguas cristalinas del cráter.

Mientras el niño se sumergía más en este mundo acuático, quedó maravillado por la diversidad y la exuberancia de vida que se desplegaban a su alrededor. El espacio se extendía en una sinfonía de colores, con plantas acuáticas que brotaban desde el techo del cráter y se mecían suavemente con la corriente. Algunas de ellas se extendían desde lo alto del cráter hasta las profundidades, creando un paisaje submarino surrealista y lleno de vida.

Peces de todas las formas y tamaños surcaban las aguas, algunos con aletas que reflejaban destellos de luz provenientes de las luces flotantes, mientras que otros exhibían patrones de colores hipnotizantes que danzaban en la transparencia del agua. Arturo se sintió como si estuviera inmerso en un cuadro vivo, donde cada movimiento y color contribuían a la magia del lugar.

La corriente lo guiaba hacia su destino y Arturo se deleitó con la sensación de flotar en este mundo completamente diferente pero extrañamente familiar. A medida que avanzaba, notó la presencia de pequeñas cuevas y grietas en el fondo del cráter, actuando como refugio para diversas criaturas. Algunas de ellas asomaban sus curiosas cabezas, observando a Arturo antes de retirarse a sus escondites al darse cuenta de que no representaba una amenaza inminente.

Este santuario submarino continuaba revelando sus secretos mientras Arturo exploraba, y la sinfonía de vida que llenaba cada rincón del cráter lo dejaba cada vez más fascinado. En menos de cinco minutos, Arturo descendió hasta el fondo del recinto submarino. Fue al llegar allí que se percató de la verdadera naturaleza de las misteriosas luces: enormes lámparas flotantes que iluminaban el agua con su resplandor. Estas lámparas eran tan grandes que uno podía entrar en ellas desde la parte inferior, descubriendo un espacio de descanso donde el aire era accesible y un banco circular rodeaba todo el interior. Bajo el banco, se encontraban cajones repletos de suministros, incluyendo grandes cantidades de alimentos enlatados. Además, equipos y objetos curiosos que parecían destinados a facilitar la exploración bajo el agua. Entre ellos, un extraño tubo con un ventilador y una máscara conectada a otro tubo llamaron la atención de Arturo. Estos objetos estaban presentes en todos los refugios, sugiriendo su importancia, aunque Arturo, más emocionado por descubrir lo escondido en la cueva subterránea, optó por no indagar demasiado en estas extrañas máquinas.

La realidad era que, según los rumores, una persona común requería casi una semana para nadar de refugio en refugio antes de llegar finalmente a la cueva subterránea. Sin embargo, para Arturo, el viaje fue tan rápido que ni siquiera se dio cuenta de que, por instinto, estaba respirando bajo el agua. Lo que antes parecía una monstruosidad sobrenatural ahora se había convertido en la cosa más natural del mundo. La transformación en tritón resultó ser ventajosa, evitándole el largo viaje de un refugio a otro, donde el único riesgo radicaba en aventurarse demasiado y alejarse de la seguridad proporcionada por los refugios y el camino que trazaban.

Viendo el objetivo de viaje a unos pocos metros de él, Arturo avanzó hacia la oscura cueva subterránea. La entrada estaba rodeada de formaciones rocosas irregulares que parecían talladas por la misma naturaleza. La iluminación provenía de corales bioluminiscentes que crecían en las paredes, emitiendo una luz tenue y verdosa que daba al lugar un ambiente misterioso. Las huellas de criaturas acuáticas dejaban rastros húmedos en el suelo, revelando que otros seres habían explorado este lugar antes que él.

A medida que Arturo avanzaba, la temperatura descendía gradualmente, sumiendo la cueva en un frío persistente. Los grabados antiguos en las paredes narraban historias que él no podía descifrar, símbolos y figuras desconocidas que hablaban de un pasado oculto por el paso de las eras. La interrogante de la civilización sumergida bajo las aguas se imponía, mientras los hombres que una vez admiraron al dios del sol quedaban representados en los murales. ¿Qué había sucedido con aquellos que dibujaron esos símbolos? ¿Poseían un significado profundo o eran simples adornos?

Sin respuestas inmediatas, Arturo decidió abandonar la tarea de descifrar los enigmas grabados y continuó explorando las profundidades de la cueva submarina. A medida que nadaba en la penumbra, la monotonía se rompió al toparse con algo inesperado: al final de un estrecho pasaje, una imponente puerta metálica y abovedada se erigía ante él. El metal mostraba los estragos del tiempo, cubierto de óxido y algas que indicaban siglos bajo el agua.

Intrigado, examinó la puerta, buscando pistas sobre cómo abrirla. Una rueda oxidada, similar al timón de un barco, actuaba como picaporte, pero se resistía a sus intentos de girarla. La desesperación lo llevó a observar detenidamente, y descubrió pequeños orificios en la pared junto a la puerta. La puerta estaba entreabierta, camuflada hábilmente por las algas circundantes.

Con precaución, Arturo empujó débilmente la puerta, y para su sorpresa, cedió ligeramente. Excitado, empujó la puerta con brusquedad, y esta se abrió lentamente, revelando un pasillo aún más oscuro y desconocido. Las paredes metálicas y oxidadas se extendían a su alrededor, y al adentrarse un poco más, descubrió una escalera. Arturo nadó hacia ella y subió por la misma hasta asomar finalmente la cabeza fuera del agua. Aparentemente, el interior de esta misteriosa estructura no estaba inundado y se podía respirar con normalidad.

Al adentrarse en la estructura, Arturo notó un cambio drástico en el entorno. Las brillantes luces de los corales fluorescentes fueron reemplazadas por lámparas circulares que colgaban en el techo metálico. Estas parpadeaban débilmente, como si estuvieran al borde de la inutilidad, pero aún iluminaban lo suficiente como para permitirle a Arturo vislumbrar su entorno. El suelo estaba cubierto por una amalgama de musgo y óxido, creando una alfombra incómoda de sentir por sus pies descalzos. En las paredes que enmarcaban el pasillo, extrañas criaturas marinas se movían dentro de pequeños acuarios. Estos acuarios, de alguna manera, mantenían un microcosmos oceánico, pese al inexorable paso del tiempo.

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Arturo avanzó por el pasillo, sintiendo una creciente inquietud en el ambiente. Al llegar a la primera bifurcación que se encontró, decidió seguir los rumores y se adentró en el único camino iluminado por las lámparas que aún funcionaban, evitando la oscuridad que envolvía la otra ruta. A medida que caminaba, las peceras seguían maravillándolo, sumiéndolo cada vez más en la soledad y tranquilidad del lugar. Por más que avanzara, Arturo se perdía en la fascinación de esos pequeños mundos acuáticos que lo rodeaban, absorbiendo la peculiar calma que emanaba de ellos.

Tras cada paso que Arturo se adentraba en la estructura, el sonido del agua en el exterior se desvanecía gradualmente, dejando un silencio inquietante que resonaba en las paredes metálicas. Las lámparas titilaban más intensamente, proyectando sombras retorcidas que distorsionaban la realidad. El musgo y el óxido en el suelo se volvían más densos, creando una superficie resbaladiza bajo los pasos de Arturo.

El pasillo que Arturo recorría se estrechaba y torcía con cada paso, desafiando su determinación mientras exploraba el inhóspito laberinto subterráneo. Bifurcaciones desconocidas se presentaban ocasionalmente, invitándolo a perderse en direcciones misteriosas. Sin embargo, el niño persistía en seguir los rumores de los antiguos estudiantes, optando por seguir los pasillos iluminados, resistiéndose a la tentación de descubrir qué horrores aguardaban en las sombras de esta estructura desolada.

Otro cambio, sutil al principio, pero cada vez más evidente con el avance del niño, se revelaba en los acuarios a lo largo de las paredes. Donde antes se albergaban fascinantes criaturas marinas, ahora se exhibía una macabra metamorfosis. En lugar de la vida marina que solía habitarlos, grotescas figuras deformes flotaban en el agua estancada. Sus formas desfiguradas parecían más el resultado de un experimento fallido que el meticuloso trabajo de la naturaleza.

Abominaciones de la naturaleza se desplegaban ante los ojos de Arturo. Peces con una cantidad infinita de aletas y extremidades, o aquellos que grotescamente intentaban emular formas humanas, fallando miserablemente en el intento. Algunos eran amalgamas de brazos humanos, mientras otros presentaban cabezas flotantes que simulaban ser peces, mantenían una extraña vida propia. Todos compartían una extraña dualidad: eran humanos y, al mismo tiempo, carecían de la integridad que definía a un ser completo.

La atmósfera, ya cargada de inquietud, se intensificó con la presencia de estas aberraciones deformadas. Los ojos vacíos de las figuras desfiguradas que flotaban en las peceras parecían seguir a Arturo mientras avanzaba, inyectando una sensación de malestar y horror en su ya perturbado corazón. Cada paso lo sumergía más profundamente en un mundo donde la realidad y la pesadilla se entrelazaban de manera indistinguible.

El aire dentro del bunker se volvía denso y cargado. Un olor metálico se mezclaba con un rastro sutil de putrefacción. Al doblar una esquina, Arturo se topó con una sala más grande, donde la penumbra era más densa. Allí, cuerpos humanos flotaban en un líquido oscuro. Sus extremidades retorcidas y rostros desfigurados miraban fijamente, con una expresión llena de dudas. Las lámparas parpadeaban intermitentemente, arrojando sombras siniestras sobre los cadáveres suspendidos.

A medida que Arturo se aventuraba más profundamente en la habitación, las inscripciones en las paredes le revelaban una narrativa aún más oscura. Desesperados grabados contaban historias de experimentos fallidos, intentos de manipular la esencia misma de la vida y la muerte. Los cuerpos flotantes en las cámaras parecían ser los trágicos resultados de estos macabros experimentos, sus formas distorsionadas y deformes contaban una historia de sufrimiento inimaginable. Sin embargo, más allá de estas inscripciones desgarradoras, no se encontraba nada más de valor para el curioso niño.

Con valentía, Arturo decidió abandonar la habitación, buscando algo más, aquello que los rumores insinuaban. A su paso, las puertas meticulosamente cerradas intentaban abrirse, como si las criaturas atrapadas en su interior buscaran capturarlo. Sin embargo, las puertas no cedían, y las criaturas fracasaban en su intento de alcanzar al niño. Aunque Arturo esperaba esto, el resonar metálico asustaba e inquietaba al pequeño explorador. Ignorar los golpes en las puertas por parte de las criaturas atrapadas era un desafío, y la lucha por mantener la calma se intensificaba a cada paso.

Casi sin darse cuenta, Arturo llegó al final del camino iluminado por las luces, en donde se encontraba una puerta cerrada diferente a todas las demás. Esta irradiaba un aura ominosa, como si estuviera sellando algo indescriptiblemente horripilante en su interior. Con cautela, el niño giró la rueda oxidada de la puerta, revelando una oscuridad impenetrable más allá. Un fuerte olor a muerte mezclado con putrefacción llegó a su nariz, desafiando su resistencia. Luchando contra el aroma nauseabundo, Arturo ingresó en la habitación, sumergiéndose en las profundidades del horror que yacía oculto en las entrañas del búnker submarino.

A medida que Arturo avanzaba en la oscuridad, los murmullos se intensificaban, adquiriendo tonos guturales y susurros incomprensibles. La temperatura descendía aún más, y el óxido en las paredes parecía adquirir vida propia, retorciéndose como si estuviera poseído por alguna entidad indescriptible. El sonido de pasos húmedos resonaba detrás de él, pero cada vez que Arturo se giraba para atrapar al intruso, no veía a nadie más a su alrededor.

Al final de este corto pasillo se encontraba la última sala que Arturo necesita visitar, en donde el horror alcanzaba su punto máximo. Cadáveres colgaban del techo en grotescas poses, despojados de sus entrañas y deformados por experimentos macabros. La sangre goteaba desde el techo, formando charcos oscuros en el suelo resbaladizo. Los susurros se volvían más audibles, como si las almas atormentadas de los difuntos estuvieran intentando comunicarse con Arturo.

El niño avanzó con precaución, tropezando con figuras retorcidas y vísceras esparcidas por el suelo. La atmósfera se volvía cada vez más asfixiante, y la sensación de ser observado por ojos invisibles lo perseguía. En un rincón, descubrió una escena particularmente macabra: un cuerpo decapitado sostenía su propia cabeza entre sus manos, su expresión de agonía había quedado congelada al momento de sufrir su trágico destino.

Al llegar al centro de la sala, Arturo se encontró con un altar grotesco. Un cuerpo crucificado de manera brutal era el foco de esta escena infernal. Sus extremidades estaban extendidas en una parodia grotesca de la crucifixión, y sus órganos internos colgaban como grotescas decoraciones. La cabeza decapitada estaba ausente, añadiendo un nivel adicional de horror a la escena.

A ambos lados del cadáver crucificado, se encontraban dos objetos misteriosos. Uno era una lámpara antigua con un fulgor débil, pero lo que emitía no era luz, sino sombras que danzaban y se retorcían en la penumbra. El otro objeto era un candelabro con velas que ardían con una llama intensamente azul, lanzando sombras distorsionadas que eran mejor olvidar.

A los pies del cadáver, Arturo notó tres pequeños pedestales con ranuras sobre sus superficies. Parecían destinadas a albergar objetos específicos. Las sombras que se proyectaban desde los pedestales y la atmósfera opresiva creaban una sensación de urgencia, como si hubiera un propósito más profundo detrás de esta macabra escenificación. El aire estaba cargado de energía pesada, y Arturo se sentía como si estuviera a punto de descubrir un secreto aterrador que estaba más allá de su comprensión.

El cadáver crucificado pertenecía a un hombre corpulento, con la piel pálida que resaltaba en la penumbra de la sala. Su cuerpo estaba despojado de toda vestimenta, revelando la desnudez de una figura voluminosa y sin vello. En el interior del cadáver, entre las costillas desgarradas, se encontraba una botella incrustada. La botella estaba ennegrecida por la descomposición, pero aún conservaba su forma. La etiqueta había desaparecido, y el contenido líquido se filtraba en el interior del cuerpo, creando un rastro macabro y pegajoso que descendía por el torso del difunto.

Arturo, aunque asqueado, se sintió alegre al ver la botella. Con manos temblorosas, la extrajo cuidadosamente del interior del cadáver, sintiendo la textura viscosa del líquido sobre sus dedos. Al sostener la botella en la tenue luz del candelabro, notó un mensaje enrollado dentro de ella.

Desenroscó con cuidado el tapón de la botella y extrajo el mensaje. El papel estaba empapado y desgarrado en algunos lugares, pero aún era legible. Con una mezcla de morbosidad y curiosidad, Arturo desplegó el mensaje y leyó las palabras escritas en tinta desvanecida:

> "El que busca respuestas en el abismo, ha de enfrentar su propio vacío. Aquí yace el eco de una verdad olvidada. Que la luz de los perdidos ilumine el camino escondido en la oscuridad"

La frase, en su simplicidad, resonaba con una extraña profundidad y misterio. La luz azul de las velas intensificaba la atmósfera en la sala, arrojando sombras que danzaban sobre las paredes, y Arturo se sintió envuelto en una sensación de revelación y peligro inminente.

Siguiendo la senda de los rumores, Arturo tomó la vela central del candelabro con una mano, mientras con la otra formaba un bollo de papel con el mensaje extraído de la botella. Con determinación, el niño se dirigió hacia el cadáver que sostenía su propia cabeza, ubicado en una de las esquinas de la habitación.

La cabeza decapitada mostraba rasgos faciales deformados por la agonía y la desesperación. Su piel paliducha estaba marcada por cicatrices grotescas, líneas irregulares que contaban la historia de la brutalidad a la que fue sometida. Unos ojos vidriosos de color azulado miraban fijamente al vacío, revelando la condena eterna que atormentaba a este pobre alma. Su cabello era negro, como una noche sin luna, estaba desaliñado, manchado con su propia sangre y caía en mechones desprolijos hasta llegar a las rodillas del cuerpo que lo sostenía.

El rostro expresaba una mezcla de dolor y horror, con la boca abierta, como si hubiera emitido un grito eterno antes de ser decapitado sin piedad alguna. De un vistazo, se observaba que el corte no había sido limpio, y que este pobre hombre había soportado un dolor indescriptible antes de finalmente sucumbir ante la muerte.

En cuanto al cuerpo decapitado que sostenía la cabeza, pertenecía a un hombre flaco y malnutrido. Su piel estaba marcada por bultos y verrugas de aspecto repulsivo, como si la enfermedad y el sufrimiento hubieran dejado su huella en cada centímetro de su ser. Desnudo y expuesto, su figura delataba la penuria y la desesperación que caracterizaban su existencia antes de que el destino lo condujera a este cruel final. Cada rasgo de su anatomía gritaba una historia de sufrimiento incesante, ahora perpetuado en el rincón más oscuro de esta estructura escondida bajo las aguas.

Después de observar el cadáver por un buen rato, Arturo reunió el coraje suficiente para acercarse lo necesario como para insertar el papel enrollado en la boca del difunto.

De inmediato, los ojos del cadáver se desplazaron erráticamente antes de clavarse intensamente en el niño. Recorrió con su mirada a Arturo de pies a cabeza, como si estuviera escudriñando el alma del muchacho. Luego, la cabeza pronunció las siguientes palabras con un tono agonizante y desgarrador.

—Escucha, intruso, y comprende la tragedia que nos atormenta.

Sus siguientes palabras resonaron en la habitación, revelando los horrores que habían acontecido en este sombrío recinto:

"Hace eones, cuando las estrellas aún eran jóvenes, los investigadores que trabajamos en este laboratorio sucumbimos a la tentación. Buscábamos la gracia eterna, el poder de los dioses mismos, y en nuestra arrogancia, desencadenamos una oscura serie de experimentos para alcanzar ese deseo impío.

Creímos que tras investigar lo suficiente podríamos elevarnos por encima de nuestra naturaleza mortal, pero lo que liberamos fue un horror indescriptible. Nuestros cuerpos se retorcieron y deformaron en formas grotescas, mientras que la locura nos llevó a un estado escondido entre la vida y la muerte. El poder que anhelábamos nos consumió, llevándonos a la tortura eterna.

Las paredes de este laboratorio se convirtieron en nuestra prisión, siendo testigos silenciosos de nuestras atrocidades. Aquí, en esta sala maldita, hicimos el experimento final, intentamos imitar la divinidad y desencadenamos un infierno en vida. Cuerpos destrozados, almas atormentadas... Nos convertimos en una blasfemia contra la naturaleza."

Mientras escuchaba estas revelaciones espantosas, Arturo sintió el peso de la tristeza y el remordimiento en cada palabra pronunciada por el cadáver. La habitación resonaba con la agonía de aquellos que, en su búsqueda de poder, se habían convertido en sus propias pesadillas.

—Detén este ciclo de sufrimiento, rompe nuestras cadenas y libera nuestras almas de esta prisión eterna —Murmuró la cabeza decapitada con un toque de desesperación en su tono.

En medio de la habitación, la atmósfera se volvía más densa, como si el dolor y la maldición del lugar se aferraran a cada rincón. Arturo, abrumado por la oscura revelación, se quedó allí, contemplando el horror de un pasado que buscaba redención en el eco perpetuo de sus lamentaciones.

El cadáver, con su voz susurrante y lúgubre, reveló a Arturo la clave para romper la maldición que atormentaba este lugar abandonado por los dioses:

—Escucha, niño, para liberarnos y redimirnos de esta condena eterna, debes buscar los tres objetos malditos que fueron creados en el nombre de nuestra locura. Aquellos objetos que custodiaban nuestras alegrías, recuerdos y esperanzas, pero que fueron corrompidos por nuestra codicia.

Con paciencia, el espectro trató de convencer a Arturo, contándole más en detalle la trágica historia de los científicos que, en su desesperado intento por emular a los dioses, sellaron su destino con un oscuro ritual:

“Solo éramos unos científicos insensatos, sedientos de cambiar el mundo oscuro y tortuoso en el que vivíamos; para ello teníamos que aprender a controlar un conocimiento que hace mucho tiempo había sido prohibido. Seducidos por los engañosos rumores, buscábamos el favor de un dios olvidado, pero lo que encontramos fue una malevolencia indescriptible que se escondía entre las sombras del océano.

Realizamos los rituales oscuros que las sombras nos pedían y, tal como nos prometieron, logramos invocar la presencia de la entidad desconocida. Creíamos que podríamos ganarnos su favor y desbloquear los secretos de la divinidad para cambiar el mundo en el que vivíamos. Sin embargo, el dios, lejos de concedernos gracia alguna, jugó con nuestras mentes y sembró las semillas de locura entre nosotros.

Las olas del océano se convirtieron en susurros sibilantes que resonaron en nuestras cabezas. La enloquecedora cacofonía nos llevó al borde de la demencia, y sumidos en la paranoia y el miedo, comenzamos a volvernos los unos contra los otros. Idiotas e ignorantes, perdimos lo más valioso que teníamos: nuestras mentes. Creímos que los sacrificios y rituales sanguinarios eran la única manera de apaciguar al dios que nos atormentaba, pero esos rituales nos convirtieron en monstruos, esclavos de su voluntad.

En un intento final para escapar de todo este tormento, nos sumergimos en un ritual macabro para honrar al dios del océano. En el frenesí desgarrador de la desesperación, nos sacrificamos y nos quitamos la vida los unos a los otros, creyendo que así encontraríamos la gracia eterna. Sin embargo, nuestras almas quedaron atrapadas en un limbo tortuoso, y nuestros cuerpos, mutilados y desfigurados, se convirtieron en las criaturas grotescas que ahora vagan por el laboratorio escondido entre las aguas. Nadie logró escapar; yo fui el último sacrificado, y como no había nadie quien pudiera sacrificarme, yo mismo me decapité con mis propias manos.

¡Qué Idiota fui! De solo saber lo que me esperaba tras la muerte, hubiera decidido salir del laboratorio para que las bestias escondidas en las aguas del océano me devoraran.”

El niño, atónito ante la narrativa terrorífica, se enfrentaba ahora a la tarea de desentrañar el destino de aquellos científicos desquiciados y liberarlos de la oscuridad que los consumía.

—Si quieres librarnos de nuestra condena, debes buscar los objetos que representaron nuestra caída a las profundidades de la locura: el cofre donde se guardó nuestro primer pago por las investigaciones que realizamos, la botella de nuestra primera cena en el laboratorio y el cadáver de la mascota que nos acompañó desde el puerto donde abandonamos a nuestros seres queridos —Advirtió el cadáver con un tono cargado por la urgencia— Devuelve esos objetos a sus lugares originales y rompe la maldición que nos ata a este tormento sin fin.

Después de escuchar la misión dada por el cadáver, Arturo se dispuso a abandonar el laboratorio sumergido y regresar a la superficie. Este proceso le llevó sólo unos pocos minutos, gracias a su increíble habilidad para desplazarse ágilmente a través del agua. Al emerger, se encontró con Pompón, quien se encontraba organizando los tres objetos necesarios para romper la maldición: el cofre lleno de corales, la botella con el mensaje y la gaviota muerta. Estos elementos, que compraron junto a la bala de cañón en el mercado, constituían los elementos esenciales para completar la misión que el cadáver les encomendó.

—¿Cómo sabías que todo había salido bien allá abajo? —Preguntó Arturo

—Oh, eso es simplemente mi intuición de conejo... —Mintió Pompón, no dispuesto a admitir que había estado observando cada movimiento de Arturo debajo del agua.

—Pero hace poco estabas completamente asustado y temeroso de que los rumores fueran falsos —Señaló Arturo, detectando la inconsistencia en las palabras de Pompón.

—Otra gran característica de la intuición de los conejos es que es tan cambiante como el viento —Mintió nuevamente Pompón— No le des tantas vueltas al asunto, toma estos tres objetos y colócalos en sus respectivos lugares. Si todo sale bien, ganarás la recompensa por haber ayudado a esos pobres diablos. Recuerda irte de la cueva antes de que se autodestruya, o me temo que nunca podrás ver cuál fue la recompensa de esta misión.

—¿Tu intuición de conejo te dice que lograré salir a tiempo? —Preguntó Arturo, dejando entrever cierto temor.

—Usa tu punto de control, así podrás escapar; actívalo a tiempo, tal y como estuvimos practicando —Recordó Pompón mientras empujaba los objetos hacia Arturo.

Arturo agarró los objetos que Pompón le entregó y se sumergió nuevamente en el agua. Su cuerpo, acostumbrado a los misterios del océano, se deslizó con elegancia a través de las corrientes. Mientras avanzaba, la oscuridad del agua se cerraba a su alrededor, pero su determinación seguía siendo tan firme como el agarre de un pulpo.

Navegó hasta llegar al laboratorio sumergido, donde se adentró al laberinto de pasadizos con una mezcla de cautela y confianza. Aunque el camino estaba lleno de giros y vueltas, Arturo seguía las luces parpadeantes para no perder el rumbo.

Finalmente, después de atravesar el tortuoso laberinto, Arturo llegó a la sala donde el macabro ritual se había llevado a cabo. El lugar estaba impregnado de una atmósfera sombría, y los ecos de antiguos cánticos resonaban en las paredes. El cadáver crucificado yacía en silencio en el centro de la habitación, rodeado por los vestigios del oscuro ceremonial.

Con determinación, Arturo comenzó a organizar los objetos necesarios para deshacer la maldición. Colocó el cofre lleno de corales en un pedestal, depositó la botella con el mensaje en otro. Cada movimiento estaba cuidadosamente calculado, como si estuviera siguiendo un antiguo ritual por sí mismo.

En medio de la tarea, su mente se llenó de preguntas sobre la naturaleza de la maldición y cómo estas extrañas piezas se combinaban para desentrañarla. Arturo reflexionó sobre la responsabilidad que había asumido y la magnitud de las consecuencias de su éxito o fracaso.

De repente, un murmullo inquietante llenó la sala, como si las sombras que acechaban en las profundidades de este laboratorio le estuvieran susurrando sus secretos. Arturo se estremeció, pero no permitió que el miedo lo paralizara. Continuó con su tarea, centrándose en el objetivo de liberar al cadáver y poner fin a la maldición que lo ataba.

La habitación vibró con energía, y las corrientes marinas parecieron intensificarse a las afueras del laboratorio a medida que el ritual avanzaba. Arturo podía sentir la tensión en el aire, como si estuviera en el epicentro de fuerzas, más allá de su comprensión. Mientras manipulaba los objetos, su mente se sumió en un estado de concentración profunda, conectándose con la esencia misma del ritual ancestral.

Finalmente, Arturo reunió el coraje necesario para colocar la gaviota muerta en el último de los pedestales que se encontraban a los pies del hombre crucificado. Al hacerlo, la lámpara donde danzaban las inquietantes sombras se apagó bruscamente.

*Puff*...Un ruido fuerte resonó desde una de las esquinas de la habitación, provocando que Arturo se diera la vuelta para investigar lo ocurrido. Descubrió que el cadáver decapitado, que le había encomendado la misión, se había desplomado en el suelo, aparentemente encontrando el eterno descanso que tanto ansiaba.

Arturo, exhausto, pero triunfante, contempló el resultado de su labor. El cadáver yacía en paz, y la oscuridad que envolvía la sala se disipó. Reconocía que había desempeñado un papel crucial en la resolución de esta maldición, pero también era consciente de que no tenía mucho tiempo para apreciar su obra.

Con la misión cumplida, el laboratorio comenzó a vibrar con intensidad y partes del techo comenzaron a desmoronarse. Comprendiendo que era una carrera contra el tiempo antes de que todo se derrumbara y quedará oculto entre las aguas, Arturo activó su punto de control y se teletransportó de regreso a la habitación de Copito. Allí, Pompón y sus mascotas lo miraban con felicidad, como si hubieran estado esperando ansiosos su regreso.

—¡Lo lograste, Arturo! —Exclamó Pompón con un entusiasmo contagioso—. Rompiste la maldición y le diste paz a esos pobres científicos locos.

La sensación de alivio y logro se apoderó de Arturo. Emocionado, preguntó con expectación:

—Eso es lo de menos, hay cientos de estudiantes que lograron lo mismo en el pasado, vayamos a lo importante: ¿Nos dieron la recompensa prometida?

—¡Por supuesto, ya la acomodamos! Está en el subsuelo, ¡ve a ver qué ganaste! —Indicó el conejo, señalando con sus patitas hacia las escaleras en la habitación contigua.

Anticipando una recompensa intrigante, Arturo se apresuró al subsuelo, donde se encontró con un cofre de madera en una de las esquinas de la amplia habitación. El cofre emanaba un aura de misterio que aumentaba la expectación de Arturo.

Con manos temblorosas de emoción, Arturo abrió el cofre. Las bisagras chirriaron ligeramente mientras la tapa se elevaba, revelando un tesoro de objetos curiosos en su interior.

Entre los tesoros hallados, Arturo descubrió una tarjeta cuyo diseño emulaba a un mapa ancestral, con líneas que delineaban rutas hacia los lugares más misteriosos en el océano. A su lado, reposaba una botella sellada con cera, exhalando un aroma marino, resguardando en su interior un pergamino antiguo. Mientras que en lo más profundo del cofre yacía una botella de ron incrustada entre unos corales.

—¡Pompón, mira esto! —Exclamó Arturo, fascinado, sosteniendo la tarjeta que simulaba un antiguo mapa—Los rumores son ciertos, están los tres objetos que los estudiantes buscaban.

Pompón, contagiado por la emoción de Arturo, se aproximó para examinar los tesoros recién descubiertos.

—Me alegra que estés tan emocionado, Arturo. ¿La tarjeta de aventuras hacia dónde apunta? —Preguntó el conejo con curiosidad.

—En aguas amplias y océanos de esplendor, donde el sol abraza al mar con intenso ardor. Bajo cielos azules, nubes danzan ligeras, se esconde mi misterio, entre olas sinceras. Entre palmas altas, testigos de albor, guardianas en silencio, llenas de color. En el eco de las olas, mi secreto susurra, melodía misteriosa, al viento murmura. ¿Dónde estoy?

—¿Una playa?, ¿una isla? —Preguntó Pompón, comprendiendo las palabras mágicas.

—Viendo el dibujo parece una playa con una cueva, se parece mucho a la cueva que exploré hace no mucho, donde estaba escondido el laboratorio. Aunque la cueva que exploré estaba debajo del agua y esta está en una playa aparentemente desierta —Mencionó Arturo mientras inspeccionaba el dibujo sobre las palabras mágicas. El dorso de la tarjeta se asemejaba a un mapa, indicando que pertenecía a la serie de mapas.

—Dirija a donde dirija, es una tarjeta de aventuras aleatoria de la serie de cartógrafos, por lo que puede valer más de lo que pensamos —Mencionó Pompón con alegría, aunque el valor real de estas tarjetas era un misterio debido a la ausencia de un comprador claro—¿El pergamino es lo que dicen los rumores?

Siguiendo la pregunta del conejo, Arturo retiró la cera que tapaba la botella y con cierto esfuerzo extrajo el pergamino en su interior. Este parecía hecho de un papel antiguo y amarillento, tan viejo que daba la impresión de no soportar abrirse. Al desplegarlo, Arturo se topó con el retrato de una persona, un hombre regordete con un clavo en el ojo izquierdo y un gracioso bigote. Su papada resultaba incómoda de contemplar, y llevaba un arete de diamante en una de sus orejas. Sin embargo, lo más llamativo no era el dibujo, sino el número rechoncho que estaba debajo del mismo, indicando claramente un 100, seguido de las palabras:

> “Se busca su cabeza”

—Sí, es un cartel de recompensa —Mencionó Arturo mientras le entregaba el cartel a Pompón para que examinara al hombre retratado en el mismo.

—Cien monedas de oro, vale la pena. Si nos cruzamos con este sujeto podríamos intentar juntar esa recompensa. Dudo que en estos tiempos haya muchos cazadores de recompensas, así que tal vez sea una presa fácil —Comentó Pompón.

—Es un adulto. Si fuera un estudiante, tendríamos un objetivo para todo el año. Según los rumores, el cartel se va actualizando según la cabeza que los dioses pidan, así como la recompensa por el sujeto cambia con el tiempo. Puede ser que esta persona sea cazada antes de que firmemos un contrato —Añadió Arturo con pocas expectativas. Desde su perspectiva, este cartel de búsqueda parecía bastante inútil, pero todo indicaba que este era el motivo por el cual los otros estudiantes se esforzaron tanto en conseguir los objetos del mercado del comerciante misterioso. Aparentemente, la forma de desbloquear el pasatiempo de “cazarrecompensas” era teniendo uno de estos carteles, así como también era un requisito para ingresar al gremio que llevaba adelante las actividades oficiales de este pasatiempo. No obstante, los rumores eran de hace milenios atrás, y hoy en día el famoso gremio de cazarrecompensas probablemente no existiera.

—De todas formas, siempre es bueno tener este cartel. Así, siempre sabrás si hay un cazarrecompensas corriendo detrás de tu cabeza —Mencionó Pompón con alegría— Después pondremos el cartel de recompensa al lado del espejo, así podremos ver si la cabeza que piden los dioses cambia repentinamente.

Arturo asintió y extrajo la botella de ron que se escondía en el fondo del cofre. Esta botella resultaba ser el objeto más singular de todo el cofre, por lo que el niño no perdió tiempo para comprobar si los rumores acerca del objeto eran ciertos.

Sosteniendo la botella con cuidado, Arturo subió las escaleras y se dirigió a la esquina donde se encontraba su exótica barra de tragos. Acto seguido, tocó la campanilla para invocar al espíritu que alegremente le preparaba una malteada para el desayuno de todos los días.

Maku apareció tras la barra, manteniendo su característica alegría innata, y comentó:

—Hola, hola, Arturo. Si no me equivoco, ya te di un trago esta mañana. Según las reglas, no puedo concederte otro. Al menos no uno mágico, pero si quieres algo para beber podría hacerlo. Total, las reglas están para romperse, ¿no crees?

Arturo sonrió ante la sugerencia traviesa de Maku y decidió aprovechar la oferta.

—¡Bueno, Maku, en ese caso, sorpréndeme! —Exclamó Arturo con entusiasmo.

Maku, con un destello travieso en sus ojos etéreos, comenzó a preparar una mezcla de ingredientes coloridos y humeantes. Una vez que la bebida estuvo lista, la deslizó por la barra hacia Arturo, quien la recibió con curiosidad.

—Aquí tienes algo especial. No es mágico, pero te aseguro que será un espectáculo para tus sentidos —Anunció Maku con una sonrisa.

Arturo dio un sorbo y quedó maravillado por la explosión de sabores y aromas que inundaron su paladar. La bebida era una amalgama de frutas exóticas y hierbas aromáticas, creando una experiencia sensorial única.

—¡Increíble, Maku! Esto es asombroso. ¿Cómo logras crear algo tan delicioso? —Preguntó Arturo, saboreando cada sorbo.

Maku rió suavemente y respondió:

—La magia está en la creatividad y en saber mezclar ingredientes. A veces, las cosas más simples pueden ser las más extraordinarias.

En ese momento, Pompón se acercó curioso, olisqueando el aire lleno de aromas intrigantes.

—¿Qué es eso tan delicioso que estás bebiendo, Arturo? —Preguntó el conejo.

—Una creación especial de Maku. Pruébala, Pompón, ¡te encantará! —Animó Arturo, ofreciéndole la bebida.

Pompón dio un sorbo con precaución y, al instante, su expresión cambió a una de sorpresa y deleite.

—¡Vaya! Esto es realmente bueno. Maku, ¿me haces uno igual? —Pidió Pompón, emocionado.

—¡Por supuesto! Para ti también, Pompón. Y tal vez, para ti, Arturo, mañana pueda prepararte algo más mágico. ¿Qué opinas? —Propuso Maku con una complicidad fingida.

Arturo asintió, agradecido por la nueva y deliciosa sorpresa que le deparaba este día lleno de descubrimientos. La encantadora barra de tragos de Maku se convirtió en el lugar perfecto para compartir lo vivido en su aventura exótica hacia las profundidades, por lo que el niño aprovechó la oportunidad para relatar todas sus anécdotas.

—Vaya, Arturo, sí que tuviste un día muy estresante —Mencionó Maku mientras limpiaba la copa que el niño había estado tomando mientras contaba su historia.

—Sí, pero valió la pena. Mira, gané esta botella de ron; supuestamente, la tengo que entregar a alguien con tus habilidades —Dijo Arturo mientras acercaba la botella de ron al espíritu.

Maku recibió la botella de ron con una mirada curiosa y un destello de intriga en sus ojos etéreos. Sostuvo el envase y comenzó a examinarlo con la meticulosidad de alguien versado en el mundo de las bebidas.

La botella en sí era una obra maestra tallada en cristal, con patrones de flores que parecían danzar cuando la luz se filtraba a través de ella. Mientras que en la parte superior, un magnífico corcho sellaba el contenido, el mismo contaba con un diagrama antiguo adornado con un símbolo que representaba un ojo misterioso y lleno de encanto.

—Esta botella no es ordinaria, Arturo. Su creación lleva la marca de un artesano excepcional y un hechicero diestro. Puedo sentir la antigüedad en su diseño y la magia que la envuelve —Comentó Maku, centrando su atención en el símbolo en el corcho—Este símbolo es más que una simple decoración; contiene un encantamiento antiguo que resguarda el contenido. Permíteme sintonizar con él.

Maku cerró los ojos, sumiéndose en una conexión con la magia que envolvía la botella. Las palabras comenzaron a fluir de sus labios como susurros de un pasado lejano:

—Esta botella fue creada en un mar lejano. Se dice que su creador combinó sus conocimientos en el arte de destilar ron con las artes arcanas, infundiendo la bebida con poderes mágicos.

Maku continuó la inspección, dejando que sus dedos etéreos trazaran los patrones de la botella. Cada línea parecía contar una historia, cada talla era una obra de arte grabada en cristal.

—La botella está imbuida con la esencia de los océanos, capturada durante una luna llena de color rojo sangré, en un periodo en donde las entidades marinas se alinearon a los deseos de su dios —Declaró Maku con reverencia.

El espíritu llevó la botella a su nariz incorpórea, inhalando profundamente como si pudiera percibir los matices mágicos que emanaban de su interior.

—Pero hay algo más, Arturo. Una energía latente que parece estar esperando ser liberada. Este ron tiene el potencial de desatar un poder que yace oculto en su núcleo. ¿Estás seguro de que quieres desatar ese poder? —Preguntó Maku con expectación.

Arturo, asombrado por la revelación de la historia de la botella, reflexionó sobre la información que tenía, antes de decidirse:

—Sí, Maku, estoy dispuesto a descubrir qué secretos guarda esta botella. Confió en tu capacidad para revelar esos secretos.

Maku asintió con aprobación, y con un gesto ceremonial, abrió cuidadosamente la botella. Un aroma embriagador se liberó, llenando la habitación con una fragancia única que parecía llevar consigo una mezcla entre el aroma salado del mar y la aventura a tierras desconocidas.

El espíritu extendió la botella hacia Arturo, invitándolo a ser el primero en probar el contenido ahora liberado. Con cautela, Arturo tomó la botella y dio un pequeño sorbo. Instantáneamente, una sensación cálida y reconfortante se extendió por todo su ser, como si la magia misma fluyera a través de sus venas.

—Interesante, ¿verdad? Pero ten en cuenta, Arturo, que con cada sorbo, te adentrarás más en la magia que envuelve esta botella. ¿Estás preparado para lo que pueda surgir? —Advirtió Maku con sabiduría.

—Estoy listo, Maku. Que esta botella nos guíe hacia nuevos horizontes y descubrimientos —Declaró Arturo, levantando la botella en un brindis simbólico. Tras lo cual, el niño le dio un trago hondo a la bebida, sintiendo cómo el alcohol le quemaba la garganta mientras descendía hacia su estómago.

Después de consumir buena parte de la botella, Arturo experimentó los efectos del alcohol, sintiéndose un tanto mareado y percibiendo como todo a su alrededor daba vueltas, pero lo más extraordinario de este viaje hacia la intoxicación fue la energía que recorría su cuerpo. Sus dedos parecían cargados de un poder incalculable.

Llevándose por la emoción del momento, Arturo apuntó sus dedos hacia una de las paredes de piedra y soltó un grito histérico:

—¡Aja, aja, aja! ¡Admiren, insensatos, sientan el poder de Arturo!

En ese instante, una oleada de energía mágica se liberó de sus dedos, materializándose en un chorro de burbujas que flotaron en el aire con entusiasmo. Las burbujas, con colores brillantes y refulgentes, comenzaron a contar chistes poco graciosos y tontos. Voces agudas y risas contenidas se mezclaron en una cacofonía cómica que llenó la habitación. Algunas burbujas hicieron imitaciones desopilantes de personajes de libros infantiles, mientras otras simplemente soltaron ocurrencias absurdas.

Entre risas contagiosas, Arturo, con una expresión ligeramente mareada por el efecto del alcohol, observó cómo las burbujas parlantes llenaban la habitación con su absurdo humor.

—¿Por qué el libro de matemáticas está tan estresado? ¡Porque tiene demasiados problemas! —Comentó una burbuja que flotaba alegremente.

Una risa aguda se mezcló con la voz de la burbuja mientras flotaba en el aire, seguida de una serie de risas contenidas entre las demás burbujas. Arturo, con una sonrisa torcida, se rió tontamente ante el mal chiste.

—¿Qué hace una burbuja en la escuela? ¡Aprende a flotar! —Dijo alegremente una burbujita.

Más risas y chispeantes destellos de color acompañaron el chiste. Arturo, en su estado ligeramente borracho, soltó una carcajada desmesurada, encontrando hilaridad en la absurda ocurrencia.

—¿Qué hace una abeja en el gimnasio? ¡Zumba! —Mencionó con histeria un grupo de burbujas.

Arturo, entre risas y con una expresión divertida, no pudo evitar aplaudir torpemente la creatividad de la burbuja. La atmósfera en la habitación se llenó con la mezcla de chistes y risas, creando una fiesta de humor absurdo.

—Oigan, chicos, ¿por qué los libros no pueden tener amigos? Porque siempre están encerrados entre sus portadas.

Las burbujas se agitaron, liberando risas y explotando en el aire. Arturo, con su mirada brillante y un deje de embriaguez, soltó una risa estruendosa ante la simplicidad del chiste.

—¿Por qué el libro de historia está siempre nervioso? Porque siempre tiene un pasado que lo persigue—La burbuja flotó con gracia, desplegando su chiste con un encanto efervescente. Arturo, entre risas contagiosas, se rascó la cabeza, confundido por la alegría que le proporcionaban esos chistes tan simples y tontos.

—Entre los millones de hechizos que podríamos desbloquear, ¿cómo es posible que haya salido uno tan idiota? —Se quejó Pompón, interrumpiendo el alegre clima que las burbujas habían creado.

Maku, intentando preservar el ambiente festivo, respondió con serenidad: —Hey, no estés tan triste. No es un hechizo de un solo uso. Esa es la magia de la botella. Ahora puedo otorgar ese poder mágico combinado con mis bebidas cuando lo desees, pero solo una bebida mágica al día.

—¡Eso ya lo sabíamos! —Chilló Pompón con molestia, observando como Arturo continuaba riéndose como un “tarado” por los chistes tontos de las burbujas.

A pesar de la queja de Pompón, la habitación seguía llena de risas y la atmósfera festiva persistía. Arturo, entre risueñas carcajadas, levantó la botella de ron con gratitud hacia Maku.

—¡Gracias, Maku! Esta botella realmente sabe cómo animar una fiesta —Exclamó Arturo, sintiendo la magia en cada una de sus palabras mientras las risas a su alrededor continuaban.

La risa se desvaneció gradualmente, y Arturo, con una sonrisa persistente en el rostro, se dirigió hacia Pompón.

Pompón, a regañadientes, esbozó una sonrisa y aceptó la felicidad del niño con resignación. Aunque inicialmente molesto, se dejó llevar por la magia única de la situación.

La botella de ron encantada había agregado un capítulo inolvidable a sus vidas, llenándolas de risas y chistes tontos. Maku, con una mirada satisfecha, observó cómo la camaradería se fortalecía entre los amigos, y la magia de su barra de tragos dejó una huella en sus corazones. Con una última risa compartida, la habitación quedó envuelta en la calidez de la amistad y la magia, marcando el final de este peculiar y divertido capítulo en la vida de Arturo y sus compañeros.