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29 - Las Contrataciones

Tras regresar a su hogar, Arturo comenzó a prepararse para la próxima etapa de su aventura. No pasó mucho tiempo arreglándose, ya que todo lo que tenía que hacer era seleccionar el maniquí que llevaba la ropa del casino abandonado como sus prendas principales. Con este cambio, su atuendo pasó de ser la sencilla y harapienta túnica de estudiante a la extravagante y desaliñada ropa de vagabundo.

Una vez que estuvo vestido de acuerdo con su nueva apariencia como adulto, Arturo se aseguró de guardar el dado de Momo en uno de los bolsillos de su atuendo. Con todos los preparativos completados, habló con sus mascotas, asegurándose de que estuvieran listas para asistir a las contrataciones. Sin embargo, el gusano gigante no se uniría a la excursión, y Arturo solo demostraría la adquisición de Copito, Anteojitos y Tentaculin.

Cuando ya casi estaban por marcharse, Pompón, el más ansioso de todos, expresó sus preocupaciones:

—Esperemos que el Rey Negro realmente te salve. En caso contrario, confiemos en que el dado haga su magia. Y si nada de eso ocurre, espero tener tiempo para despedirme…

Arturo intentó calmar a su inquieto amigo:

—Todo saldrá bien. Además, tenemos uno de los últimos números de puesto, lo que significa que hagamos lo que hagamos estaremos al final de todo el evento, lejos de los problemas y con gente que no tiene muchas posibilidades de obtener buenos contratos. Esas personas podrían sobrevivir al sacrificio, ya que nunca fueron bendecidas por el Rey Negro.

Sin embargo, en el fondo de su mente, Arturo sabía que el futuro era incierto, y que solo los dioses sabían lo que sucedería en las próximas horas. La ansiedad y la emoción llenaban el aire mientras se preparaban para lo que estaba por venir.

—¿Llevas una moneda de oro encima, no, Arturo?—Preguntó Pompón inquisitivamente, mientras saltaba histéricamente alrededor del niño, como si buscara comprobar que todo estuviera en orden.

Arturo, desconcertado por la pregunta de Pompón, respondió: —¿Por qué?

Pompón explicó con urgencia:

—Por si acaso. Lo último que queremos es que las entidades que prometieron ayudarte se olviden de tu presencia y te dejen abandonado en medio de la plaza. Lleva una moneda de oro encima, así activarás el modo “Magnate” y saldrás del modo “Mendigo”.

Mientras decía eso, el conejo sacó la bolsa negra del inventario y extrajo una “moneda de oro”, que en realidad no era una moneda en absoluto. Era una rejilla para baño hecha de un metal oxidado y en mal estado.

Arturo, con una sonrisa nerviosa, aceptó la “moneda de oro” de Pompón y la guardó en su bolsillo. Al parecer el niño se había olvidado del pequeño detalle que por poco le costaba la vida.

—¡Si están todos listos, entonces ya podemos partir!—Dijo Arturo mientras su determinación brillaba en sus hermosos ojos rojos.

—¡Vamos por ello, conquistemos el mundo! —Exclamó Pompón con una emoción desbordante, buscando ocultar sus preocupaciones internas, saltando histéricamente y compartiendo la emoción del momento.

Con todos los preparativos listos, Arturo se miró en el espejo, sonrió y pronunció las palabras mágicas:

—¡Asistir al evento!

Inmediatamente, su cuerpo comenzó a desvanecerse, y cuando finalmente recuperó su sentido, se encontraba en una habitación completamente diferente. Sus mascotas estaban a su lado, saliendo del estado de aturdimiento, y Pompón miraba a su alrededor con preocupación, temeroso de encontrar algo que no debía ser encontrado.

Arturo también escudriñó el entorno, tratando de discernir si estaban en un lugar seguro—Todo parece normal por el momento... —Murmuró, mientras continuaba observando junto a Pompón, consciente de que este nuevo escenario podría ser el inicio de su final si no caminaba con cuidado.

Arturo se encontraba en el centro de una plaza que parecía extenderse hasta donde alcanzaba la vista. Sus dimensiones desafiaban cualquier lógica, convirtiendo el lugar en un misterio arquitectónico. La altura de la plaza era exagerada, como si hubiera sido diseñada por los sueños más atrevidos. Mientas que la anchura del paraje era abrumadora, al punto que Arturo no podía divisar sus límites con claridad, lo que le daba una sensación de infinitud.

El suelo de la plaza estaba hecho de piedra, pero no una piedra común y corriente. Era una piedra pulida que se extendía en un intrincado patrón de ajedrez. Los cuadrados blancos y negros se entrelazaban, creando una superficie que parecía un tablero gigante.

A medida que Arturo caminaba por la plaza, notó que de vez en cuando se alzaban estatuas que representaban figuras de ajedrez. Sin embargo, estas estatuas no estaban en su estado original. Los peones tenían cabezas faltantes, los caballos carecían de patas, y las torres estaban incompletas. Esta visión desconcertante planteaba la pregunta de qué habían estado haciendo en este lugar para que las figuras de ajedrez estuvieran tan dañadas.

La atmósfera en la plaza era extrañamente silenciosa. La ausencia de personas era notable, pero la vitalidad del lugar no se veía comprometida. En lugar de la presencia humana, farolas estaban colocadas de manera simétrica y consistente a lo largo de la plaza, iluminando el área con su luz suave. La iluminación resaltaba la belleza misteriosa del paraje, pero también parecía ocultar sus secretos, como si las sombras mismas estuvieran impregnadas de algo que no estuviera bien con este sitio.

Arturo observó con asombro el techo de la plaza, que se asemejaba a una pirámide vista desde adentro. Este diseño creaba una sensación de espacio infinito, como si estuviera dentro de una dimensión alternativa. El techo simulaba el cielo nocturno, con estrellas pintadas de forma colorida que se movían constantemente, y en el punto más alto del techo, donde las puntas del cono piramidal convergían, una gigantesca luna de color rojo resplandecía, su luz generaba un efecto hipnotizante que te invitaba a quedar viéndola.

Tras investigar un poco, el niño descubrió que la ausencia de personas en esta vasta plaza solo era interrumpida por la presencia de un conejo de pelaje rojo. El conejo saltaba frenéticamente a cierta distancia de Arturo, como si estuviera ansioso por guiarlo hacia algún destino desconocido. Su pelaje rojo contrastaba marcadamente con el entorno en blanco y negro, y sus ojos plateados brillaban con urgencia, como si estuviera tratando de comunicar algo importante.

Arturo, acompañado de sus mascotas, avanzó hacia el conejo, listo para descubrir cuáles eran los siguientes pasos en el evento de las contrataciones. La plaza, con su suelo de piedra ajedrezado y las estatuas rotas de ajedrez, era un enigma que despertaba su curiosidad.

Mientras el niño se acercaba, las piedras pulidas bajo sus pies resonaban con un eco suave y enigmático, como si la plaza estuviera susurrando secretos guardados por siglos. Cada paso que daba en el suelo ajedrezado era como un movimiento en un juego, y no sabía si estaba siendo conducido por un destino predeterminado o si era el jugador de este tablero gigante.

A medida que se acercaba al conejo, Arturo notó que las estatuas de ajedrez rotas se volvían más numerosas. Algunas de ellas estaban tan dañadas que apenas se podía reconocer la figura que alguna vez representaron. La escena recordaba a un campo de batalla donde las piezas habían caído en combate, pero aquí, no había rastro de un ganador claro. ¿Qué conflicto habría llevado a esta destrucción?

El conejo finalmente se encontraba a unos pocos pasos y miró a Arturo con ojos inquietos. Emitió un suave gemido, como si estuviera tratando de comunicarse en un lenguaje que solo él podía entender. Arturo se agachó y extendió la mano con cuidado, permitiendo que el conejo se acercara. Cuando su mano tocó la suave piel del conejo, sintió una corriente de energía que le recorrió el brazo. Era como si el conejo estuviera transfiriendo información directamente a su mente.

Las imágenes comenzaron a llenar la mente de Arturo. Vio una partida de ajedrez en un escenario similar al de la plaza, con figuras de ajedrez gigantes que cobraban vida y se enfrentaban en un conflicto épico. Las piezas se movían con gracia y estrategia, pero la batalla estaba lejos de ser pacífica. Las figuras se atacaban mutuamente con ferocidad, y la destrucción que dejaban a su paso era evidente en las estatuas rotas que ahora llenaban la plaza.

El conejo parecía ser un testigo silencioso de esta batalla, y Arturo sintió que tenía la responsabilidad de comprender su significado. ¿Qué representaba esta lucha? ¿Quiénes eran las figuras en conflicto? ¿Y por qué habían quedado en ruinas todas las estatuas? ¿No había un ganador?

Mientras reflexionaba sobre estas preguntas, Arturo notó que la luna roja en el techo de la plaza comenzaba a cambiar de color. Pasó de un rojo intenso a un tono dorado y luego a un plateado brillante. La transformación de la luna se reflejó en el suelo de ajedrez, creando un juego de luces y sombras que añadió un elemento adicional de misterio a la plaza.

El conejo de pelaje rojo parecía esperar una respuesta de Arturo, como si estuviera buscando su ayuda para resolver el enigma de la plaza y las figuras de ajedrez rotas. Arturo no tenía ni la menor idea de lo que estaba ocurriendo, pero estaba más que dispuesto a desentrañar los secretos que esta plaza tenía para ofrecer.

Con el conejo de pelaje rojo como su guía y las imágenes de la batalla de ajedrez grabadas en su mente, el niño decidió explorar más a fondo la enigmática plaza. Cada paso que daba sobre el suelo de piedra ajedrezado resonaba como una nota musical, un melancólico sonido que resonaba en la soledad del entorno.

A medida que avanzaba hacia la nada misma, las estatuas rotas de las figuras de ajedrez se volvían más numerosas, y Arturo notó que algunas de ellas aún mantenían un cierto grado de belleza en su destrucción. Las piezas rotas se habían convertido en obras de arte abstracto, con fragmentos dispersos que parecían desafiar las leyes de la física.

Había un rey con su corona partida, pero su expresión regia perduraba. Un caballo sin una de sus patas delanteras parecía estar en pleno galope, desafiando su limitación física. Estas estatuas dañadas, pero con cierto espíritu intacto, evocaban una sensación de elegancia en medio de la ruina.

A medida que avanzaba, Arturo notó que algunos de los cuadrados en el suelo de ajedrez parecían estar ligeramente elevados. Se acercó a uno de ellos y lo examinó de cerca. Para su sorpresa, el cuadro se abrió como una compuerta, revelando una escalera que descendía a la oscuridad. El conejo de pelaje rojo miró a Arturo y luego saltó valientemente por la abertura, como si estuviera invitándolo a seguir.

Por algún extraño motivo, Arturo no dudó en seguir al conejo por la escalera subterránea. A medida que descendía, la oscuridad lo envolvía, pero su instinto le decía que estaba en el camino correcto. Pronto, comenzó a ver destellos de luz en la distancia, y al final de la escalera, emergió en una cámara subterránea iluminada por una misteriosa luminiscencia azul.

La cámara estaba llena de estatuas de ajedrez, pero a diferencia de las que estaban en la superficie, estas estaban intactas y bellamente detalladas. Parecían representar una partida de ajedrez en su apogeo, con las figuras de ajedrez en posiciones estratégicas y desafiando al enemigo con elegancia y destreza. Era como si esta cámara subterránea fuera una cápsula del tiempo que preservaba la belleza y la intensidad de un juego que nunca pudiera terminarse.

El conejo de pelaje rojo saltó sobre una de las estatuas, una figura de la reina, y comenzó a mover sus patas delanteras como si estuviera jugando una partida de ajedrez invisible. Arturo observó asombrado mientras el conejo simulaba una partida en el tablero de ajedrez esculpido en el suelo de la cámara. Cada movimiento del conejo estaba lleno de gracia y estrategia, y provoca que una de las estatuas en la cámara se moviera como si tuvieran vida propia. Los peones avanzaban con valentía, los caballos saltaban con gracia, y las torres vigilaban las líneas defensivas con firmeza.

Arturo, inspirado por la actuación del conejo, decidió unirse a la partida. Se acercó al otro lado del tablero y comenzó a mover las figuras de ajedrez, siguiendo el ejemplo del conejo. A medida que avanzaban en el juego, las estatuas parecían cobrar vida, y el ambiente se llenó de una energía invisible.

Mientras Arturo y el conejo continuaban su partida, el niño se dio cuenta de que estaba en medio de una partida de ajedrez épica, un juego oscuro que había sido olvidado por el tiempo. Cada movimiento en el tablero tenía un significado profundo, y cada figura de ajedrez representaba una parte crucial de la narrativa de este lugar. La batalla de ajedrez que se libraba en este momento parecía estar relacionada con la destrucción de las estatuas en la superficie, dado que cada vez que perdía una de sus figuras, estas se partían, dejando solo una pequeña porción de su belleza para apreciar.

La cámara subterránea resonaba con el sonido de los movimientos de las figuras y la determinación de Arturo y el conejo de pelaje rojo. La partida continuaba, y con cada movimiento, se acercaban un paso más a la eventual victoria de uno de los dos competidores.

El juego de ajedrez en la cámara subterránea se volvía cada vez más intenso y complejo a medida que Arturo y el conejo de pelaje rojo continuaban perdiendo sus principales figuras. Mientras el juego continuaba, Arturo se dio cuenta de que la partida subterránea era una metáfora de la vida misma. Cada figura de ajedrez representaba una faceta de la experiencia humana: la reina era el símbolo del poder y la diplomacia, el rey representaba la fragilidad y la importancia de proteger lo que más valoramos, los caballos simbolizaban la libertad y la adaptabilidad, los peones eran la fuerza laboral que sostenía todo el tablero, las torres representaban la firmeza de proteger lo que amamos, y los ágiles alfiles eran una muestra de la destreza que uno debía tener para correr hacia nuestras ilusiones.

La partida de ajedrez parecía tener un propósito más grande, y Arturo se dio cuenta de que estaba en medio de un viaje de autodescubrimiento. A través de cada movimiento estratégico, reflexionaba sobre su propia vida y las elecciones que había hecho. La partida le recordaba que la vida a menudo se juega en un tablero complejo donde la estrategia, la adaptabilidad y el sacrificio eran esenciales.

Por su parte, el conejo de pelaje rojo parecía ser un mentor silencioso en esta lección de vida. Sus movimientos eran sabios y llenos de sabiduría, y Arturo le siguió el juego con confianza, sabiendo que el conejo estaba llevándolo hacia una comprensión más profunda de sí mismo y del mundo que lo rodeaba.

A medida que la partida de ajedrez llegaba a su clímax, la energía en la cámara subterránea se volvió más intensa. Las figuras de ajedrez cobraron vida de manera más espectacular, como si estuvieran a punto de liberar una fuerza antigua y poderosa. Los peones se volvieron más humanos y ahora hablaban y emitían gritos heroicos antes de realizar sus movimientos, siguiendo esta tendencia cada fugará parecía contar una historia única y cada historia se entrelazaba con las demás figuras del tablero. Arturo y el conejo se miraron con determinación, sabiendo que estaban a punto de terminar de conocer quién sería el ganador de la batalla de ajedrez.

Finalmente, fue el conejo quien astutamente arrinconó al rey de Arturo y con un movimiento final, la partida llegó a una conclusión, y las figuras de ajedrez se detuvieron en posiciones de equilibrio. Un resplandor mágico llenó la cámara subterránea, y las estatuas de ajedrez rotas comenzaron a restaurarse. Los fragmentos rotos se unieron de nuevo, y las figuras de ajedrez recuperaron su belleza y esplendor. Arturo miró asombrado mientras las estatuas se restauraban, como si la vida y la historia estuvieran retrocediendo a sus inicios.

El conejo de pelaje rojo se acercó a Arturo y asintió con aprobación, como si estuviera agradecido porque haya participado del juego. Tras lo cual el conejo saltó de una figura de ajedrez a otra, como si estuviera señalando a Arturo que debían continuar explorando. Mientras avanzaban, las figuras de ajedrez los rodeaban como testigos silenciosos de su viaje.

A medida que exploraban la cámara subterránea, Arturo notó que había una puerta al final de la sala. La puerta estaba decorada con intrincados diseños de ajedrez y parecía ser la siguiente etapa de su viaje. El conejo de pelaje rojo se detuvo frente a la puerta y miró a Arturo, como si estuviera esperando a que diera el siguiente paso.

Arturo, después de abrir la puerta con sumo cuidado, se adentró en el pasaje que se extendía hacia la oscuridad. A medida que avanzaba, la luminiscencia azul de la cámara subterránea se desvanecía gradualmente, sumiéndolo en una penumbra cada vez más densa. A pesar de la oscuridad, Arturo se sentía seguro, como si estuviera siendo guiado por una fuerza invisible que lo protegía y lo impulsaba a seguir explorando.

El pasillo se extendía ante él, era un camino misterioso y envolvente que parecía no tener fin. A medida que avanzaba, las sombras cobraban vida a su alrededor. Ilusiones y figuras fantasmales parecían bailar en las periferias de su visión. Susurros indistintos llenaban el aire, como si voces distantes estuvieran tratando de comunicarse con él. Arturo se dio cuenta de que este pasillo era más que un simple corredor subterráneo; era un portal a un mundo que había sido olvidado por el paso del tiempo.

Cada paso que daba parecía llevarlo a un lugar nuevo y desconocido. A su alrededor, las sombras se retorcían y se transformaban en formas incomprensibles. A veces, tenía la sensación de que las paredes mismas del pasillo estaban respirando, como si estuvieran vivas y conscientes de su presencia.

El aire que respiraba Arturo se volvía espeso y cargado de un misterioso aroma con cada paso que daba hacia el destino incierto. Cada bocanada parecía llevar consigo un mensaje oculto, una sensación de que algo importante estaba a punto de revelarse.

Sin embargo, lo único que era notorio entre tanta oscuridad era que a medida que avanzaba, el piso bajo sus pies comenzó a cambiar. Lo que una vez había sido una superficie firme se convirtió en algo más parecido a un terreno pantanoso. Cada paso se volvía más pesado, como si estuviera caminando a través del fangoso lecho de un río.

Tras lo que parecieron horas caminando hacia la nada misma, el niño sintió nuevamente como la distorsión de la realidad a su alrededor se intensificaba. Arturo sentía que estaba inmerso en un sueño lúcido, donde las leyes de la física y la lógica se desmoronaban. Algunas veces se encontraba caminando por el piso, luego sin darse cuenta terminaba caminando por las paredes y cuando podía reaccionar a este hecho se daba cuenta de que en realidad estaba caminando por el techo del pasillo, nada parecía tener sentido.

Arturo no tenía forma de medir cuánto tiempo había estado caminando en este lugar extraño. El tiempo mismo parecía haber perdido su significado, y Arturo se sentía como si estuviera atrapado en un bucle temporal, donde el pasado, el presente y el futuro se entrelazaban en un solo y confuso momento.

A pesar de la desorientación y la incertidumbre, Arturo no sentía miedo. En cambio, experimentaba una sensación de asombro y maravilla ante la vastedad de este pasillo. Arturo estaba decidido a seguir adelante, a explorar cada rincón de este reino de enigmas y a desentrañar los misterios que le aguardaban al final de esta travesía sin fin.

Cada paso que daba lo sumergía más profundamente en esta realidad distorsionada, donde el tiempo y el espacio se entrelazaban en un laberinto de percepciones en constante cambio. Aunque las sombras y las voces murmurantes seguían siendo una presencia constante, Arturo sentía que debía aprovechar esta oportunidad única para explorar su propio pensamiento y reflexionar sobre su vida y sus elecciones.

Mientras caminaba, sus pensamientos se volvían más profundos y reflexivos. Recordó momentos de su infancia, los consejos de su moribunda madre y las leyendas que había escuchado de los pescadores. Se preguntó si estaba siguiendo el camino que había imaginado para sí mismo cuando era un vagabundo que habitaba las frías calles de Alubia, o si se había desviado en el camino y sin saberlo había terminado convirtiéndose en un mago. La sensación de estar perdido en el tiempo y el espacio lo llevó a cuestionar su propia existencia y su propósito en el mundo donde había terminado.

A medida que continuaba su caminata, Arturo se encontró reflexionando sobre las relaciones en su vida. Pensó en los amigos de las calles de Alubia con los que había perdido el contacto tras abandonar la ciudad, en las personas que habían entrado y salido de su vida, y en las amistades con sus mascotas que habían perdurado a lo largo de los años. Sus pensamientos se volvieron aún más introspectivos cuando consideró su carrera como aprendiz de mago. Recordó los momentos de inspiración y creatividad, pero también los desafíos y obstáculos que había enfrentado en su búsqueda de lograr pasar el gran examen.

A medida que Arturo continuaba su travesía mental, los recuerdos y las reflexiones se entrelazaban en una maraña de pensamientos y emociones. Se encontró contemplando las decisiones que había tomado a lo largo de su vida, los caminos que había elegido y las oportunidades que había dejado atrás. Se dio cuenta de que la vida era una serie de elecciones, y cada elección tenía un impacto en su destino.

La oscuridad a su alrededor parecía darle espacio para explorar sus deseos más profundos y sus miedos más oscuros. Se enfrentó a sus inseguridades, sus arrepentimientos y sus anhelos. Se dio cuenta de que, a veces, las respuestas a las preguntas más importantes de la vida no se encontraban en el mundo exterior, sino en el interior de uno mismo.

El tiempo perdió su significado mientras Arturo se adentraba cada vez más en sus pensamientos y reflexiones. Nadie sabía cuánto tiempo había estado caminando el niño por este pasillo, pero por algún motivo Arturo siempre estaba dispuesto a seguir adelante, y nunca retrocedía.

Sin embargo, a medida que el niño continuaba su camino, comenzó a sentir un cambio en el entorno que lo rodeaba. La penumbra se tornó más densa, como si estuviera entrando en el corazón de la oscuridad. Las sombras y las voces murmurantes se hicieron más intensas, como si estuvieran tratando de arrastrarlo hacia el final de lo desconocido.

Arturo luchó por mantener su calma mientras avanzaba en medio de la oscuridad que lo rodeaba. Los susurros se convirtieron en gritos inquietantes, y las sombras parecían tomar formas reales y bien definidas, aunque aún incomprensibles. Se dio cuenta de que estaba en un punto de no retorno, donde el umbral entre la realidad y la ilusión se desdibujaba peligrosamente.

Fue entonces, en medio de esa oscuridad abrumadora, que Arturo se dio cuenta de que algo estaba mal. Sus pensamientos y reflexiones habían llegado a un punto crítico, y la realidad a su alrededor se estaba desmoronando. Sintió que estaba perdiendo el control y el suelo pantanoso lo succionaba por completo, dejándolo caer en un mar de oscuridad. Mientras se hundía hacia el infinito, el niño sintió que estaba cayendo en un abismo sin fondo, y por más que lo intentara no podía distinguir absolutamente nada del mismo.

En ese instante de confusión y desesperación, Arturo experimentó un quiebre en la ilusión que lo envolvía. En medio de la oscuridad, una tenue fogata parpadeaba en el suelo debajo de él, pero en lugar de ofrecerle consuelo, el joven se sintió invadido por la desesperación. Era como si estuviera cayendo en picada hacia la fogata, y cada segundo que pasaba lo acercaba peligrosamente a su calor abrasador.

Desesperado, Arturo trató de gritar palabras mágicas, de pedir auxilio a Pompón, pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta. Intentó activar su punto de control para lograr escapar, pero esto parecía estar fuera de su alcance en este momento crítico. En un intento desesperado, trató de convocar una almohada que amortiguara su caída, pero la almohada nunca apareció. El niño se precipitó hacia el suelo de piedra con un impacto devastador, que lo hizo explotar como una sandía estrellándose contra el suelo de piedra.

El dolor recorrió su cuerpo, y la sensación de impacto lo sacudió. Arturo abrió los ojos de golpe, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. Se encontraba con la mejilla en el suelo y el culo al aire, frente a Pompón, quien saltaba frenéticamente, como si tratara de sacarlo de su estado de ensoñación.

Pompón, con sus patitas delanteras en el aire y su pelaje blanco y esponjoso, parecía una chispa de luz en la oscuridad. Sus ojos brillaban con una preocupación que parecía casi humana mientras saltaba y hablaba con urgencia.

—¡Arturo!—Gritó Pompón con angustia—¡Despierta, por el amor de los dioses, despierta! Si sigues en tu trance, vas a terminar muerto o algo mucho peor. ¡Despierta de una vez!

Arturo finalmente se dio cuenta de que había estado atrapado en una pesadilla, un mar de ilusiones y sombras que lo habían sumido en una realidad distorsionada. La caída y la posterior presencia de Pompón lo había rescatado del sueño y lo había traído de vuelta al mundo real.

Arturo observó a su alrededor, confundido pero aliviado. Había regresado a la plaza misteriosa, donde el cielo estrellado y la gigantesca luna roja seguían brillando en lo alto. Sin embargo, las estatuas de ajedrez rotas habían desaparecido, y en su lugar se encontraba un grupo de estudiantes vestidos con ropas exóticas. Los jóvenes estaban acompañados por mascotas aún más inusuales y portaban armas coloridas y llamativas.

Los estudiantes se encontraban sobre tablones de madera, que los elevaban como estatuas en pedestales, separándolos unos centímetros del suelo. Cada uno de estos tablones estaba marcado con un número, evidente indicador del dichoso número de puesto. Al examinar el suyo, Arturo descubrió que efectivamente sobre los tablones de madera se hallaba inscripto su número de puesto, el cual era tan alto que tenía más de seis dígitos.

Los estudiantes a su alrededor, atraídos por la repentina caída del niño, lo observaban con sorpresa, mientras que las criaturas mágicas y exóticas que los acompañaban lo escudriñaban con curiosidad.

Arturo se puso de pie, aún aturdido por la experiencia que acababa de vivir. Observó el lugar que lo rodeaba, tratando de descifrar la situación en la que se encontraba:

—¿Dónde estamos, Pompón?—Preguntó Arturo, lleno de dudas y desorientación.

—Estamos en la plaza donde ocurre el evento de las contrataciones. ¿Qué te ha sucedido? Desde que llegamos aquí, no has parado de balbucear y te has comportado de manera extraña. Estaba realmente preocupado de que hubieras perdido completamente la cabeza... —El conejo expresó sus inquietudes.

Sin embargo, todo parecía indicar que finalmente la habilidad de Arturo se había activado, sacando al niño de la oscuridad en la que había estado sumido.

—¿En serio?—Dijo Arturo con una voz temblorosa—Solo recuerdo seguir a un conejo de pelaje rojo, junto a ustedes. Luego descendí por un túnel subterráneo con el conejo, pero sinceramente, no recuerdo si me acompañaron. Después de llegar a una cámara subterránea, jugué una partida de ajedrez y, al perder, crucé una puerta que me llevó a un camino interminable. Pasaron años y décadas en ese camino hasta que finalmente comencé a caer, y cuando morí, aparecí en este lugar.

Uno de los estudiantes que estaba al lado izquierdo de Arturo intervino, indicando:

—¿Una puerta?... Las puertas no existen, mocoso. Parece que los nervios del día de las contrataciones te jugaron una mala pasada—Curiosamente, este estudiante ocupaba el penúltimo puesto, mientras que Arturo tenía el último número posible. Por lo que el lado derecho de Arturo estaba vacío, limitado por la pared de la plaza.

Arturo observó detenidamente al joven estudiante que le había hablado, y aunque la falta de una pierna indicaba que era uno de los llamados “descartables” o “bufones”, su apariencia destacaba por su apuesto aspecto. Su cabello negro, extremadamente largo, casi le llegaba hasta la parte baja de la espalda, añadiendo un toque de misterio a su presencia. Sus ojos azules, tan intensos como el océano en un día despejado, brillaban con una belleza cautivadora. Vestía una camisa formal y pantalones elegantes que seguramente había adquirido en el mercado. A pesar de su condición como “descartable”, su ropa hablaba de un gusto refinado y un deseo de mantener una imagen sofisticada. Su cuerpo, a pesar de la pérdida de una pierna, mostraba una musculatura fuerte y bien definida, lo que revelaba una determinación y fuerza interior impresionantes. Cada músculo parecía haber sido esculpido a través de la perseverancia y la superación de numerosos obstáculos.

Arturo se dio cuenta de que este estudiante tenía un tatuaje en cada una de sus manos. Uno de ellos representaba un cangrejo, mientras que el otro mostraba una sirena. Los tatuajes eran intrincados y artísticos, y contrastaban con la pureza de su piel. Fue la primera vez que Arturo había visto un tatuaje en muchos años, y para colmo le recordaron demasiado a sus días sacándole tripas a los pescados en el puerto de Alubia. Por lo que el niño se quedó mirando los tatuajes durante varios segundos, fascinado por la historia que podrían contar.

—¡Las puertas existen!—Afirmó Arturo con firmeza, mientras continuaba observando al joven a su lado—Pero no aquí, en la academia. Las puertas son un mal augurio para los magos, y los magos les tienen mucho miedo…

El niño recordaba claramente que en su ciudad natal, las puertas eran comunes, y estaban en cada casa, pero en el mundo de los magos, eran un tabú, y sólo se utilizaban marcos vacíos para separar habitaciones conectadas.

El estudiante miró a Arturo con un cierto grado de perplejidad. Luego, notó cómo el conejo de pelaje pomposo lo miraba con una expresión que decía claramente: «Mejor cierra el orto y no digas nada». Esto llevó al estudiante a pensar que Arturo podría estar lidiando con algún tipo de retraso mental. Sin embargo, aún decidió preguntar amablemente:

—Por cierto, ¿cómo te llamas?

Arturo, con orgullo y determinación, respondió:

—Soy Arturo, el restaurador de estatuas.

—Oh, tienes un título honorífico. Eso es sorprendente... —Comentó el estudiante mientras miraba a Arturo de arriba a abajo—Mucho gusto, Arturo. Me llamo, Havo. ¿Por casualidad sabes cuánto tiempo debemos esperar para que comiencen las contrataciones?

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Arturo, al escuchar la pregunta de Havo, miró a Pompón en busca de orientación. Sus ojos se llenaron de inquietud y ansiedad, y su pregunta fue directa:

—¿Cuánto tiempo llevamos esperando?

Pompón respondió, comprensivo de las preocupaciones de Arturo:

—Faltan unos minutos para que el gran anciano encargado de este evento se dé cuenta de lo que realmente está sucediendo...

El niño era consciente de que cuando este anciano notará que el tiempo máximo se había agotado y aún no habían comenzado las contrataciones, intentaría escapar. Pero se daría cuenta de que estaba bloqueado y no podía hacerlo. Tras dicho evento, el pánico comenzaría a extenderse por la plaza, y la incertidumbre se apoderaría de todos los estudiantes presentes.

—¿A qué te refieres con “lo que realmente está sucediendo”?—Preguntó Havo, visiblemente perturbado por la enigmática declaración.

Arturo, sintiéndose presionado, decidido a mantener la incertidumbre, y respondió en voz baja:

—Es un secreto...

—¿Un secreto?—Pompón y Havo preguntaron al unísono. Si bien el estudiante tenía razones lógicas para cuestionar, el conejo tenía motivos diferentes. No entendía por qué Arturo quería ocultar la verdad, sobre todo después de haber pasado días gritando a los cuatro vientos que el Rey Negro los mataría a todos.

—Sí, Pompón, es un secreto…—Dijo Arturo, parpadeando intensamente mientras miraba al conejo. Intentaba hacerle entender que no era sensato hablar del tema, especialmente considerando lo que estaba a punto de suceder.

—Bueno, si no quieres compartir tu secreto, está bien. De todos modos, estamos todos en la misma situación… Esperando a que comiencen las contrataciones. —Respondió Havo, aunque visiblemente intrigado y frustrado por la respuesta de Arturo, decidió no presionar más y, en cambio, ignoró el tema.

Por otro lado, Pompón continuó observando a Arturo con preocupación en sus ojos brillantes. A pesar de su curiosidad, entendía que su protegido tenía razones para mantener en secreto lo que ocurriría en unos pocos minutos.

Mientras tanto, otros estudiantes se encontraban en sus puestos, charlando en voz baja o acariciando a sus mascotas. La plaza seguía siendo un lugar lleno de vida y alegría, pero la sensación de inquietud entre los estudiantes crecía a medida que el tiempo pasaba y las contrataciones no comenzaban.

Arturo estaba cada vez más ansioso por lo que estaba por venir. Observó a su alrededor, consciente de que el gran anciano pronto notaría el retraso en el inicio de las contrataciones. La tensión alrededor de él y en sus mascotas era notoria, y el murmullo de conversaciones llenaba el aire.

—¿Tan nervioso estás por las contrataciones?—Preguntó Havo, notando cómo Arturo miraba ansiosamente a su alrededor, como si esperara que un monstruo emergiera del suelo de la plaza en cualquier momento—Por más que nos asignen los peores trabajos, aún nos darán algo bastante decente. Nadie realiza trabajos de mierda una vez que ha ganado el favor de uno de los dioses

—¿Tú…? ¿Qué…? ¿Qué trabajo planeabas tomar?—Preguntó Arturo de forma entrecortada, al notar como los demás estudiantes lo miraban con extrañeza. Su actitud nerviosa lo había delatado, lo cual no era para nada bueno.

—Tenía la intención de ser un pescador. Con gran fortuna gané el favor de Aldor «El Abuelo», y ahora puedo respirar bajo el agua ¿Tú que trabajo planeas tomar?—Mencionó Havo con cierto orgullo, notando que las mascotas de Arturo lo ignoraban por completo y, en su lugar, miraban hacia los lados casi de manera coordinada, como si estuvieran esperando ser emboscadas en cualquier momento.

Arturo, sin prestar mucha atención a los planes de Havo, continuó nerviosamente mirando a su alrededor. Le importaban bastante poco los planes de los demás en este momento; lo importante era evitar cualquier ataque sorpresa y usar el dado de Momo a tiempo.

—Pescador... umm… Sí, pescador —Respondió Arturo, sin pensar demasiado en la pregunta, mientras sus ojos inquietos seguían escudriñando el entorno. Su mente estaba ocupada por la paranoia y la sensación de que algo acechaba en las sombras.

Havo, sin entender completamente la actitud de Arturo, continuó con confianza:

—Qué casualidad más grande que tú también quieras ser un pescador… No es un mal trabajo, ¿sabes? Creo que si puedo respirar bajo el agua, prácticamente no hay forma de que lo arruine.

Arturo, aún nervioso, asintió: —Sí, no es un mal trabajo.

—¿Por casualidad sabes de algún rumor interesante para los pescadores? Estuve buscando, pero no encontré mucho... —Preguntó Havo mientras observaba a su alrededor al igual que Arturo, contagiándose de la atmósfera de inquietud que parecía haberse apoderado de la plaza. Otros estudiantes también comenzaron a mirar a los lados con temor, replicando la actitud de Arturo. La paranoia se extendió como un reguero de pólvora a medida que más alumnos buscaban algo que evidentemente no existía, sintiéndose cada vez más inquietos.

Arturo observó cómo aparentemente todos a su alrededor estaban buscando monstruos en las sombras de los demás. Malinterpretó la situación y llegó a la conclusión de que el gran anciano, finalmente, había sucumbido al pánico, y la plaza se estaba llenando de miradas sospechosas. Lo que Arturo y sus mascotas no sabían era que este fenómeno se debía a que la actividad de “Magnate” estaba haciendo resplandecer su magia, y la fortuna de las personas a su alrededor comenzaba a cambiar.

—¿No sabes nada?—Preguntó Havo, preocupado por la creciente atmósfera de miedo que se cernía sobre la plaza—Digo, yo también he recolectado algunos rumores. Como seremos compañeros de trabajo en el futuro, ¿no sería una buena idea compartir estos secretitos?

Arturo, sin saber muy bien cómo continuar su engaño, murmuró—Eh... rumor... sí... podrías ir a la habitación de un tal Arturo... —Dudó en cómo seguir, pero intentaba disimular que estaba mintiendo.

—¿Cuál es la contraseña? —Preguntó Havo, genuinamente curioso.

Pompón, malinterpretando las intenciones de Arturo, respondió con sinceridad:

—“Salta, salta, pequeño Copito”.

Arturo, molesto y sorprendido de que Pompón hubiera revelado la contraseña, cuestionó en voz alta:

—¿Por qué mierda le contaste la contraseña real?

—¿Acaso no querías mostrarle la fuente?— Pregunto Pompón, un poco confundido.

Havo, captando la conversación, comprendió que Arturo había inconscientemente revelado que se trataba de su propia habitación al admitir que podía cambiar la contraseña.

—¿Tienes un secreto en tu habitación?—Preguntó Havo, curioso y ansioso por saber más.

Arturo, a regañadientes, respondió—Te dejaría verlo, si no fuera porque dependo de la comida en mi habitación para sobrevivir... —Dijo esto, aunque en realidad no había peligro de que los demás dañaran o robaran algo en su habitación, ya que ni siquiera podían dejar un rasguño en las paredes. Sin embargo, aún existía la posibilidad de que devoraran su comida casi infinita, es decir, sus deliciosos libros de chocolate.

Havo, con inteligencia, preguntó—Entonces, ¿crees que en las contrataciones ocurrirá el gran sacrificio?

El inteligente estudiante había atado los cabos sueltos, desde los nervios de Arturo y sus mascotas, hasta la evidente pista de que tendría que sobrevivir con la comida que se encontraba en su habitación.

—Mierda... ¡Espera! ¿Por qué me lo preguntas de forma tan calmada? ¿No tienes miedo de que el gran sacrificio se acerque?—Preguntó Arturo de inmediato.

—Bueno, niño, la realidad es que no tengo ni la menor duda de que todos estos idiotas morirán, solo soy un poco mejor que tú ocultando este hecho…—La respuesta de Havo reveló una oscura certeza. Sus palabras dejaron a Arturo y a sus mascotas atónitos.

—¡Hijo de...!—Arturo comenzó a gritar con enojo, pero Havo lo interrumpió.

—Tú tampoco me contaste este “secretito”, mocoso—Havo miró a Arturo con desdén—Aunque, francamente, era más que evidente que algo malo estaba ocurriendo. ¿Qué demonios hacía un niño de no más de 8 años en el último número de puesto, vestido con un traje que combina y rodeado de mascotas medianamente exóticas? Gritas a más no poder que algo malo está por pasar. Además, están los rumores que se han escuchado los últimos días acerca de un lunático que se pasa sus días en el santuario pronosticando que somos la camada maldita.

—Sí, yo también oí esos rumores. Si no me hubiera cruzado a ese tipo jorobado en el santuario, no sabría que el mundo está por terminar…—Dijo Arturo con total sinceridad.

Pompón, preocupado, preguntó: —¿No fuiste tú quien dijo esos rumores?

Arturo negó con vehemencia: —No, no, no. Yo los dije en una misión dada por un sacerdote loco, pero claramente no me pondría a gritar esas cosas para salvar a un montón de desconocidos que, a la menor ganancia posible, me clavarían un puñal por la espalda.

El niño miró a los estudiantes que observaban su conversación con desconfianza. Sin embargo, la mayoría de ellos se encontraba meditando en silencio sobre la demora en el inicio de las contrataciones y sus posibles implicaciones, ya fuera en solitario o con las personas más cercanas.

—¿En serio te vas a salvar el trasero por escuchar a un loco? ¡Por los dioses!... Debiste nacer con buena fortuna—Comentó Havo con cierta envidia.

—¿Y tú, cómo te enteraste de que todos van a morir?—Comentó Arturo con curiosidad.

Havo, con una sonrisa de oreja a oreja, relató: —Me lo dijo mi profesor durante las explicaciones.

—¿Y cómo se enteró tu profesor de este hecho? Dada su condición de no estudiante, le es complicado comprender las señales. Además, no hay señales claras en esta ocasión—Comentó Arturo; según su pasar por la academia había aprendido numerosas formas para distinguir si uno estaba o no estaba en la camada maldita, y la gran mayoría no servía correctamente, la razón era obvia: Esta no era la camada maldita, lo que ocurriría en unos minutos era el auténtico armagedón del fin de los tiempos.

Havo miró a Arturo con prepotencia y le explicó:

—Tonto, desaprovechaste las “explicaciones”... Durante ese evento, los profesores ganan una especie de sexto sentido que les ayuda a responder. Además, siempre están obligados a responder, aunque pueden hacerlo de forma más corta o larga según su voluntad.

Curioso de esta reveladora información, Pompón exclamó: —Pero a nosotros no nos respondieron una de nuestras preguntas, supuestamente el profesor debía mandarnos una lista de trofeos que nunca llegó.

—Si el profesor no responde una pregunta, es porque deliberadamente la alarga lo suficiente como para sacarle provecho. En definitiva, ellos no solo responden con sinceridad, sino que muchas veces responden cosas que ellos mismos desconocen y son verdaderas. Por lo tanto, debe estar “explotando” esta habilidad. Si tienes suerte, te la mandará a tiempo—Respondió Havo con cierto aire de misterio.

—¿A tiempo?...—Pregunto Arturo con dudas genuinas, puesto que las implicaciones de “el fin de los tiempos” en la mente del niño no eran tan racionales como para terminar de comprender sus verdaderas implicaciones.

—A tiempo…—Repitió Havo de manera enigmática. Parecía que no tenía intención de aclarar completamente esa expresión, dejando a Arturo con dudas sobre sus verdaderas implicaciones.

A medida que la conversación entre Arturo y Havo continuaba, un inquietante murmullo comenzó a extenderse por toda la plaza. Los estudiantes en los alrededores, que previamente habían estado sumidos en sus pensamientos o charlas en voz baja, empezaron a mirarse entre sí con expresiones de desconfianza y ansiedad.

La causa del pánico era desconocida, pero se había apoderado de la mayoría de los presentes. Las miradas inquisitivas se cruzaban mientras intentaban comprender la fuente de este creciente temor. La tensión en el aire se volvía insoportable, y los estudiantes parecían estar al borde de la histeria.

Las agudas mascotas de los estudiantes fueron las primeras en notar los cambios en el ambiente, aquellas que antes habían estado relativamente tranquilas durante la prolongada espera, ahora poco a poco comenzaron a inquietarse, como si sintieran que algo horrible estaba por ocurrir. Se agitaban, emitiendo gruñidos y ladridos nerviosos.

Arturo y Havo no podían evitar sentirse afectados por esta creciente ola de pánico que se extendía por la plaza. Pompón saltaba nerviosamente, mirando a su alrededor con sus ojos brillantes y sus orejas erguidas. Las mascotas seguían su ejemplo, como si pudieran percibir el peligro invisible que se cernía sobre la plaza.

En medio del murmullo constante y el ambiente cargado de ansiedad, era difícil discernir la causa exacta de este repentino cambio en el estado de ánimo de la multitud. Los estudiantes miraban a su alrededor, buscando señales de peligro o una explicación a su creciente inquietud.

El rumor de que algo horrible se acercaba había calado hondo en la mente de todos. Algunos murmuraban acerca de las palabras que habían escuchado secretamente de otros, mientras otros buscaban señales en el cielo estrellado y la gigantesca luna roja. Todos compartían una sensación de ansiedad y temor, como si estuvieran atrapados en una pesadilla colectiva.

Las conversaciones entre los estudiantes se volvían cada vez más aceleradas y frenéticas. Algunos intentaban usar las palabras mágicas para regresar a sus hogares, pero incluso si nada malo ocurriera, ningún estudiante podía irse de esta plaza sin un contrato firmado.

La paciencia finalmente se quebró, y los estudiantes comenzaron a abandonar sus puestos para agruparse en pequeños círculos, compartiendo sus teorías y temores. Algunos sugirieron que todo era un engaño, una prueba para poner a prueba su valentía. Otros hablaron de conspiraciones oscuras y del Rey Negro, mientras que algunos simplemente se lamentaban por no haber tomado en serio las advertencias del jorobado loco que gritaba en el santuario.

A medida que el caos se apoderaba de la plaza, la tensión llegó al punto de ser abrumadora. Los estudiantes se miraban con desconfianza, preguntándose si debían confiar en los demás o si estaban rodeados de enemigos. El miedo se había convertido en una entidad que carcomía el corazón de los más débiles, que se aferraba a cada rincón de la plaza.

En medio de toda esta confusión y caos, nadie sabía a quién recurrir ni en quién confiar. La plaza, una vez llena de maravilla y asombro, se había transformado en un escenario de paranoia y desesperación. Pese a ello, el tiempo continuaba su lento avance sin esperar a nadie, y nadie sabía qué les deparaba el futuro, ni por qué el pánico se había apoderado de ellos.

Mientras la tensión seguía en aumento en la plaza, un estudiante se acercó a Havo y Arturo. Se dirigió hacia el grupo donde estaba nuestro protagonista buscando respuestas en medio de la confusión reinante, al parecer este estudiante recordaba que este sujeto que simulaba ser un niño había estado presa del pánico antes que nadie, por lo que debía ser el que más entendía la situación actual.

—Mucho gusto, mi nombre es Juan, ¿Han escuchado algo sobre el rumor que está circulando? —Preguntó el estudiante con urgencia.

Havo y Arturo se miraron brevemente antes de responder. Juan era un joven de apariencia desgastada y demacrada. Su cabello amarillo formaba una gran melena que le daba un aspecto salvaje y desaliñado. Sus ojos, de un verde esmeralda intenso, parecían ser las únicas ventanas a un alma marcada por la preocupación y el sufrimiento. Su rostro marchito carecía de brillo y vitalidad, como si hubiera vivido demasiado para su corta edad. Vestía el característico juego de túnicas negras que usaban todos los estudiantes que no habían comprado o conseguido otra ropa a tiempo, no obstante estas túnicas estaban completamente rotas, revelando un cuerpo delgado y lleno de cicatrices. Cada marca contaba una historia de lucha y supervivencia en un mundo implacable. Su figura, casi famélica, sugería que había pasado por innumerables desafíos y penurias a lo largo de los años. Lo más llamativo del rostro de Juan era su barba abultada, que cubría la mayor parte de su rostro. Le confería un aspecto aún más desaliñado y daba la impresión de que había abandonado cualquier cuidado personal. Uno de sus ojos era completamente blanco, lo que implicaba que podría ser ciego o haber perdido la visión en ese ojo debido a alguna experiencia traumática. Por su parte, lo que más destacaba de este joven era su sombrero a rayas azules y amarillas. Era una elección sorprendente y un tanto ridícula que contrastaba fuertemente con su atuendo oscuro y desgarrado. El sombrero cubría gran parte de su rostro, por lo que era necesario prestar una atención especial para poder observar sus ojos, que brillaban con una mezcla de determinación y tristeza.

—¿Qué rumor estás mencionando?, Acaso es por la inusual demora…—Preguntó Havo, tratando de contener su sonrisa burlona.

El estudiante de pelo amarillo suspiró con alivio al ver que al menos no estaban completamente desinformados.

—Circula la noticia de que el “gran anciano” ha escapado de la Gran Plaza. Se supone que él era el encargado de las contrataciones, y su desaparición ha causado un caos tremendo. Nadie sabe qué va a pasar ahora—Explicó Juan.

Havo y Arturo intercambiaron miradas cómplices. Comprendiendo que esta nueva información solo añadió más incertidumbre a la situación. La idea de que el “gran anciano” se hubiera escapado aumentó el temor entre los estudiantes que no se habían preparado de antemano para enfrentar lo que vendría.

—¿Qué hacemos ahora?—Preguntó Arturo con un tono de voz tembloroso.

Juan miró a su alrededor, consciente de que estaban rodeados de miradas nerviosas y confusas:

—No lo sé, pero debemos mantener la calma y estar preparados para lo que pueda suceder. Tal vez los profesores encuentren una solución o alguien más se haga cargo de las contrataciones. Pero por ahora, parece que estamos en un territorio desconocido—Dijo Juan, mientras miraba al resto de estudiantes cada vez más asustados.

Fue entonces cuando el pánico de los estudiantes logró invocar el verdadero terror, puesto que la gran plaza había comenzado a experimentar cambios inusuales.

La gran plaza, una vez iluminada por las farolas que se alineaban en simetría, empezó a sumirse en la penumbra a medida que algunas de las farolas comenzaron a titilar y otras se apagaron por completo. Un murmullo constante de alarma se propagó entre los estudiantes que buscaban refugio en la luz de las farolas que aún estaban prendidas. La ansiedad y el miedo llenaron el aire mientras el caos se adueñaba del lugar.

Los desafortunados estudiantes que tuvieron la desdicha de que las farolas cercanas se apagaran, corrieron asustados por la creciente oscuridad y se apresuraron a alejarse de las farolas que parecían ser las siguientes en apagarse. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por escapar de la oscuridad, no todos lograron hacerlo a tiempo. Algunos quedaron atrapados en la penumbra repentina, y su ausencia silenciosa no hacía más que llenar de pánico a los supervivientes; estas pobres almas habían desaparecido de la faz de la tierra sin hacer ruido alguno.

No obstante, no había sitio seguro en esta plaza maldita, puesto que las farolas que aún no se habían apagado y “funcionaban” seguían titilando y nadie sabía cuándo es que estas se apagarían.

—¡Vamos! Debemos encontrar un sitio seguro…—Exclamó Arturo, sintiendo que la situación se volvía cada vez más caótica.

Juan asintió con vehemencia y siguió a Arturo, pero Havo en su lugar se quedó en silencio en su puesto.

—¿Por qué no vienes? —Arturo preguntó con dudas y un toque de enojo, preocupado de que Havo estuviera ocultando información importante.

Havo suspiró, mirando la farola a unos pocos metros que parpadeaba intensamente.

—Porque no cambiará nada... —Respondió Havo con resignación—¿Creen que nuestra farola sea la siguiente en apagarse, o acaso será la farola a la cual nos dirigimos? No hay forma de saberlo…

Arturo estaba a punto de responder cuando Tentaculin emergió de su sombra y lo envolvió con su tentáculo gigante. Sin previo aviso, empezó a arrastrarlo lejos de la farola en donde se encontraban.

—¡Este idiota está haciéndote perder el tiempo, nuestra farola es la siguiente en apagarse!—Gritó Pompón, mientras saltaba sobre la espalda de Anteojitos, y se alejaba de la farola con rapidez. La escena había llamado la atención de otros estudiantes que dependían de la misma farola, y comenzaron a seguir a Arturo, temerosos de que serían los siguientes en desaparecer si no lo hacían.

Sintiendo el pánico del momento, Juan también se unió a la huida, y pronto un grupo de estudiantes lo seguía, buscando la seguridad de la luz parpadeante de otra farola. Parecía que el misterio que rodeaba a Arturo, su apariencia infantil y la forma en que manejaba la situación, los inspiraba a confiar en él como un guía en medio de la oscuridad.

El único que se quedó bajo la farola parpadeante fue Havo, quien observó con una sonrisa de oreja a oreja cómo todos a su alrededor escapaban. Era como si estuviera esperando que la farola a unos pocos metros de él se apagara para poder escapar de la plaza sin ser visto.

Fue entonces, en medio de la caótica huida, que la farola en cuestión parpadeó una última vez y luego se apagó, sumiendo la zona circundante en una oscuridad profunda. Arturo y Juan lograron escapar por poco al refugiarse bajo la luz de la farola cercana, sintiendo un alivio momentáneo al estar a salvo.

Sin embargo, miraron hacia atrás y vieron cómo muchos de sus compañeros quedaban atrapados en la oscuridad. Solo unos pocos lograron liberarse del abrazo de la negrura, corriendo hacia las farolas más cercanas para encontrar refugio en la tenue y poco confiable luz que proporcionaban. Havo había desaparecido sin dejar rastro atrás y el murmullo de la confusión y el miedo llenaba el aire mientras los estudiantes luchaban por encontrar seguridad en medio de la oscuridad creciente.

Mientras las farolas restantes brillaban con una luz insegura, los estudiantes que habían logrado escapar de la oscuridad se agruparon en pequeñas congregaciones bajo estas luces, ansiosos por compartir sus experiencias y encontrar respuestas a lo que estaba ocurriendo en la gran plaza.

Arturo y Juan se miraron el uno al otro, con comprensión y temor en sus ojos. La situación en la gran plaza se había vuelto aún más aterradora, y ahora se enfrentaban a una nueva amenaza: la oscuridad que devoraba a aquellos que no podían encontrar refugio a tiempo.

—¿Cómo sabías que esa farola iba a apagarse? —Preguntó Arturo con dudas.

—Por supuesto que no lo sabía, fue Copito el que lo sabía, al parecer sigue traumado de cómo las farolas se apagaban en el mercado cuando no había mercaderes. Por lo que la bola de pelo pudo distinguir que nuestra farola era la siguiente en apagarse —Respondió Pompón mirando al puffin con alegría, sintiendo que finalmente esa mascota inservible estaba pagando la absurda cantidad de reliquias que Arturo había invertido en él.

—Vez, Copito, cada día estás más fuerte, dentro de poco recuperarás tus poderes divinos—Respondió Arturo mientras acariciaba al puffin que se encontraba temblando a más no poder mientras miraba para todos lados, ignorando completamente las palabras desquiciadas de Arturo.

—Ya deja de decir tonterías y usa el maldito dado, ¡imbécil!—Gritó Pompón, impaciente por escapar de esta situación.

Con apuro y bajo la mirada del resto de estudiantes, Arturo buscó en el bolsillo de su esmoquin parcheado, pero rápidamente se dio cuenta de algo importante que lo hizo caer en la desesperación: ¡El dado se le había caído de los bolsillos en la huida! ¡No estaba por ningún lado!

—El dado, ¿por qué no sacas el maldito dado? —Gritó Pompón con nerviosismo, mientras su patita se movía histéricamente como maldiciendo al niño.

—¡No está, el dado no está! —Gritó Arturo mientras buscaba desesperadamente en todos sus bolsillos.

—Pero, ¿cómo puedes ser tan...? —Maldijo Pompón, pero su insulto se interrumpió, ya que Arturo se había quedado palpando el bolsillo de uno de sus pantalones como si hubiera encontrado el preciado objeto.

No obstante, Arturo no había encontrado el dado y en su lugar había sentido que tocaba un objeto raro e inusual en su bolsillo. El niño creía saber lo que era, pero no entendía cómo ese objeto había terminado en su bolsillo. La confusión lo invadió mientras sacaba del bolsillo el objeto y lo observaba con incredulidad. Era una pequeña figura con la forma de una persona, para ser exactos era ni más ni menos que una ficha de ajedrez, siendo esta la ficha del rey de color blanco.

—¿Qué es eso? —Preguntó Pompón, desconcertado, mientras miraba el extraño objeto.

—No sé... —Murmuró Arturo mientras admiraba la belleza de la ficha de mármol en su mano, no obstante, no la admiró por mucho tiempo, ya que notó la mirada codiciosa de los demás estudiantes a su alrededor. Antes de que la situación se descontrolara, Arturo produjo una explosión de confeti a su alrededor, aturdiendo a todos los presentes, y sacó de uno de sus bolsillos la “moneda de oro” que llevaba encima, arrojándola al aire, y guardo la ficha de ajedrez en su bolsillo. Ante lo cual, Anteojitos hizo levitar la rejilla en el aire, evitando que se perdiera.

—¿Por qué hiciste eso? —Preguntó Pompón.

—Hay mucha gente, todos desesperados y ansiosos por escapar, lo mejor es no llamar la atención, puedo ver en sus ojos como están dispuestos a lo que sea por escapar de esta situación... —Respondió Arturo, notando con alegría como las miradas a su alrededor dejaron de enfocarse en el bolsillo que guardaba la ficha de ajedrez y se centraron en el confeti cayendo.

Sin decir ninguna palabra, Arturo comenzó a caminar con rapidez, alejándose de Juan y la multitud, los cuales parecían ignorarlo como si el futuro de su vida no tuviera nada que ver con el tesoro que él escondía.

—La oscuridad es peligrosa, pero estas personas son mucho más peligrosas... —Dijo Arturo, mientras buscaba otra farola iluminada donde nadie hubiera estado al tanto de la conversación que había tenido con Havo, o sus actitudes extrañas previas al desarrollo de los eventos.

—Sí, hiciste bien en alejarte de esos jóvenes, pero ¿No podrías escapar directamente? Incluso sin el dado, aún tenemos un punto de control en nuestra casa, ¿Aún puedes usarlo?—Respondió Pompón con alegría, recordando ese detalle, mientras sujetaba la reliquia con cuidado, temeroso de que por algún motivo el ojo volador la soltara—Yo estoy bloqueado. Pero si escapas de la gran plaza, puedes invocarme desde tu hogar, e incluso si muero, volveré a aparecer, al igual que tus mascotas. Todas estamos ligados a tu alma, no podemos morir realmente, así que deberías irte sólo, Arturo.

—Creo que puedo escapar de esa forma, pero el Rey Negro prometió ayudarme personalmente... —Dijo Arturo con muchas dudas, mientras sentía internamente como la conexión con su punto de control seguía inalterable.

—¿Piensas que la ayuda de ese Dios es mejor que salvarte de esta plaza ahora mismo...? —Preguntó Pompón, sintiéndose reconfortado al enterarse de que su protegido podía escapar.

—Tengo la corazonada de que incluso si escapo de esta plaza, mi futuro será horrible... —Respondió Arturo, mientras periódicamente comprobaba que la ficha de ajedrez estuviera en su lugar.

El niño notó el pánico de los demás estudiantes a medida que caminaba entre la multitud de estudiantes desesperados, los cuales iban de un sitio a otro buscando inútilmente una salida que jamás podrían hallar.

—Podría ser que tu corazonada sea cierta: Si la gran mayoría de tu raza muere, tu futuro será bastante duro... —Murmuró Pompón con dudas, sin saber si realmente era inteligente arriesgar la vida para evitar ese posible futuro, confiando en el Rey Negro, el cual, en definitiva, no era alguien a quien se le pudiera confiar la palabra—¿Crees que esa pieza de ajedrez puede sacarnos, no es así?

—Tengo completa confianza en que puede sacarnos ¿Pero realmente queremos salir de esta plaza, Pompón?... —Preguntó Arturo, mirando al resto de estudiantes con codicia.

—Sí, sí queremos... —Respondió el conejo, sin gustarle la mirada del niño.

—Ellos ya están muertos, probablemente muchos trajeron algún que otro soborno para pagarle a sus futuros jefes. Ante tal situación, no podemos irnos tan rápido de esta plaza... —Respondió Arturo, buscando entre el mar de estudiantes asustados como un lobo que caza a su futura presa—Es como los viejos tiempos, Pompón. Son ellos o nosotros, y yo no quiero vivir toda mi vida en un callejón sombrío, estos peces gordos son útiles.

—Ganamos mucho con el comercio del número de puesto, ¿para qué buscar más monedas de oro, Arturito? —Preguntó Pompón, tratando de convencer a Arturo de cambiar su idea—No podremos usar el mercado, e incluso si lo podemos usar después de un año entero trabajando duro, dudo que valga la pena el riesgo. Dentro de un año nuestras necesidades podrían ser otras. Piénsalo con calma, Arturito, ahora eres un gran mago, sería deshonroso andar robando, incluso si todas estas personas están por morir.

—Podemos ganar más y así podremos... —Dijo Arturo con codicia.

Sin embargo, Anteojitos le propinó un golpe que interrumpió los delirios del niño, haciendo que se agarrara la cabeza con dolor. El conejo no desaprovechó la oportunidad para saltar alegremente a los pies de Arturo y mirarlo con encanto, mientras le hablaba con dulzura:

—Piénsalo bien, jovencito. Oh, mi querido y dulce niño. Siempre tan despistado...—Tras lo cual, Pompón comenzó a gritar con enojo, pateando infantilmente la pierna de Arturo— ¡¿Cómo se supone que le robemos a estos estudiantes, mocosos de mierda?! ¡Hay idiotas que tienen más de cien favores recorriendo su cuerpo! Casi todos ganan sus favores en el fuego de la guerra, no como granjeros pelando patatas. ¡Son máquinas de matar, rata malcriada! ¡Piensa con la cabeza y vete de esta plaza!

—Uh, pero tenemos a Tentaculin y a Anteojitos, con ellos... —Intentó defenderse Arturo.

Sin embargo, sus palabras se vieron interrumpidas nuevamente, esta vez no hubo ningún golpe, sino que el niño notó que alguien se acercaba sospechosamente hacia donde él se encontraba. Aún peor, alguien seguía un dado que rodaba lentamente hacia su dirección, y esta persona era ni más ni menos que Juan. Y lo peor de todo es que no era cualquier dado el que rodaba por el suelo, sino que era el dado de Momo, que el niño había “perdido” hace unos pocos minutos.

—¡Vete urgentemente, Arturo! —Gritó Pompón al darse cuenta de la situación.

El niño, asustado por el grito y sus instintos, vio cómo Juan seguía ignorándolo, pese a estar a unos pocos metros de distancia. Sin embargo, el dado de Momo, que este estudiante seguramente le había robado hace no mucho, rodaba místicamente hacia su posición. ¡En cuestión de segundos, el dado chocaría contra su cuerpo!

Arturo tenía la corazonada de que cuando eso ocurriera este estudiante misterioso no dudaría en despojarlo de boleto de escape. Sin demorar un segundo, Arturo siguió sus instintos, como lo había hecho innumerables veces en las calles de Alubia, y colocó la pieza de ajedrez en el suelo.

Inmediatamente, el rey blanco comenzó a hundirse en el suelo, desapareciendo de la vista asustada del niño y proporcionándole cierta tranquilidad a su alma, sintiendo que la ficha ya no podía ser robada. Sin embargo, nada estaba ocurriendo, y Pompón comenzó a saltar histéricamente mientras le gritaba:

—¡Por qué no estás escapando! ¡Por qué sigues en esta plaza, mocoso!

Paralizado por el pánico, Arturo observó con creciente horror cómo el dado de Momo chocaba contra sus pies. En ese momento, Juan finalmente alzó la cabeza y dejó de ver el dado, para encontrarse con los ojos del niño. Un escalofrío recorrió la espalda de Arturo al encontrarse con esos ojos de este estudiante, los cuales brillaban con una maliciosa codicia. ¡El miedo lo paralizó por completo!

El joven barbudo extendió su mano hacia Arturo, como si estuviera a punto de atraparlo. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera tocarlo, algo incomprensible sucedió. El cuerpo de Juan comenzó a desvanecerse, a convertirse en polvo, desapareciendo en el aire como si hubiera sido una ilusión efímera.

El terror se apoderó de Arturo mientras observaba la desaparición de Juan. El mundo a su alrededor parecía oscurecerse, y un escalofrío recorrió su columna vertebral. La plaza estaba llena de murmullos y susurros inquietos entre los estudiantes, muchos de los cuales también habían sido testigos de la extraña desaparición.

Sin saber cómo reaccionar, Arturo buscó a Pompón, quien estaba tan aturdido y asustado como él. El conejo, sin decir una palabra, saltó a su hombro y se aferró a él, como buscando proteger a Arturo de alguna manera. La plaza se llenó de una atmósfera opresiva y misteriosa, mientras los estudiantes observaban con terror lo que acababan de presenciar.

Arturo sabía que había desencadenado algo extraño desde que usó la ficha de ajedrez, algo que iba mucho más allá de su comprensión. A medida que el pánico se extendía entre los estudiantes, se preguntó si realmente el objeto le daría alguna forma de escapar de este macabro destino que parecía acecharlos a todos.

Fue en ese momento cuando todas las personas en la plaza comenzaron a convertirse en polvo ante los ojos del niño, disipándose con el viento como si nunca hubieran estado allí. Las farolas se apagaron bruscamente, pero la oscuridad no logró adueñarse de la plaza, ya que un gigantesco sol estaba pintado en el techo, junto a una luz radiante que provenía del dibujo. Finalmente, la luna sangrienta desapareció, y con ella, todas las personas en la plaza también se desvanecieron, dejando el lugar sumamente desierto.

Solo Arturo y sus mascotas llenaban el silencioso paraje. El niño miró a su alrededor, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo. No podía comprender lo que acababa de presenciar, la misteriosa desaparición de todas las personas en la plaza lo había tomado por sorpresa. Estaba completamente solo, sin nadie a su lado, excepto por Pompón, Copito, Tentaculin y Anteojitos.

La plaza, que antes estaba llena de oscuridad y murmullos, ahora se encontraba en un estado de calma espeluznante. La ausencia de las personas y la extraña luz del sol pintado en el techo creaban una atmósfera surrealista. Arturo sintió un nudo en el estómago y una sensación de inquietud que no podía explicar.

—¿Qué ha pasado? ¿Logramos escapar?—Murmuró Arturo, dirigiéndose a sus mascotas, pero ninguna de ellas parecía tener una respuesta.

—Sí, logramos sobrevivir, ya estoy desbloqueado, pero de todas formas fuiste un completo idiota al demorarte tanto tiempo en usar esa ficha de ajedrez...—Regañó Pompón con incomodidad mientras se bajaba de Arturo—¿Por qué pensaste que podías robarle a los demás? ¿No recuerdas que los “magos” vinculan sus preciados objetos a sus almas? Estamos muy lejos de casa, Arturito, aquí no puedes robarle a alguien tan fácilmente.

—Pero ese malnacido me robó mi dado—Gritó Arturo, aunque tenía la corazonada de que el conejo no se equivocaba.

—Sí, sí, te lo robó. Pero tenía una habilidad para hacerlo, y tú no tienes ninguna habilidad así, por lo que tu plan fue una idiotez tremenda…—Respondió Pompón con molestia mientras buscaba por el suelo, pero la reliquia que había soltado cuando se asustó porque casi atrapaban a Arturo también había desaparecido, y no podía verse por ningún lado.

—¿Qué buscas? ¿Ya podemos volver o no? —Preguntó Arturo.

—Perdimos la moneda de oro, pero bueno, da igual, es inútil. Tenemos un año hasta que vuelvan los mercaderes, y conseguiremos muchas más—Respondió Pompón con molestia. A pesar de su enojo, disimuló bastante bien sus emociones, ya que al fin y al cabo, había sido él quien había soltado la reliquia. Además, Anteojitos no estaba en condiciones de levantarla, y por alguna razón, se sentía paralizado por el pánico cuando Juan estaba por tomar a Arturo, lo cual no era nada normal y sugería que Juan había usado alguna habilidad secreta.

No estando de humor para preocuparse por la pérdida, Arturo miró alrededor de la plaza desierta, todavía sintiéndose sobrecogido por la extraña desaparición de todas las personas.

—Es... es como si nunca hubieran existido —Murmuró Arturo para sí mismo, sin poder quitar la mirada del sol en el techo que brillaba con una intensidad inusual.

Pompón, a pesar de su descontento anterior, también se encontraba asombrado. Se acercó a Arturo y observó el sol pintado en el techo.

—Esperemos que el Rey Negro haya cumplido su palabra y nos haya dado un beneficio por escapar de esta forma…—Pompón habló en voz baja, como si temiera que cualquier palabra alta pudiera perturbar la extraña tranquilidad que reinaba en la plaza.

Tentaculin, que había estado en silencio hasta ahora, salió de su sombra y se agitó inquieto. El tentáculo se retorció en el aire, como si estuviera nerviosa.

—Creo que es mejor irnos de aquí…—Dijo Pompón con una voz inusual—Este lugar me da un mal presentimiento.

—A mí tampoco me gusta esta plaza…—Respondió Arturo, aún asustado por la repentina desaparición de las personas y la soledad del entorno.

—Utiliza el punto de control y llévanos de regreso—Respondió Pompón mientras admiraba la plaza por última vez.

Sin demora, el niño vio por última vez la gigantesca plaza que lo rodeaba y sin decir una palabra, desapareció al instante, reapareciendo frente al espejo de su cuarto junto a sus amadas mascotas y su curador.