Han pasado apenas unos minutos desde que Arturo descubrió la increíble historia que se había desarrollado en su hogar a lo largo del milenio en el que estuvo ausente. A pesar de que todo parecía idéntico y no había indicios de que el tiempo había transcurrido, al igual que en todas las oportunidades anteriores en donde se había modificado el hogar, la verdad es que, de no ser por su mascota más confiable, Copito, la historia de Arturo habría terminado prematuramente con la muerte del niño a manos de la malvada bruja.
La oruga se había marchado hace tiempo, sin explicar demasiado sobre su “gran obra” ni revelar siquiera la ubicación del ático. Al parecer, el relato sobre la muerte de la bruja lo desanimó demasiado como para seguir cumpliendo sus funciones como guía. Por otro lado, el cerdo se indignó y se marchó al subsuelo al ver como Arturo no reprendía a Copito por el asesinato de la bruja.
Mientras tanto, Copito, el verdadero protagonista de esta subtrama, permanecía oculto en algún rincón de su castillo en miniatura, aparentemente demasiado asustado y nervioso para salir a enfrentar la situación. Sin embargo, Pompón logró que Copito revelará a quién consideraba el verdadero responsable de salvar la vida de Arturo.
Según Pompón, la bola de pelo no podría haber actuado por sí sola ni haber ideado un plan que simulara ser un simple juego durante cien años, sino que debería haber una mente maestra actuando desde las sombras. La criatura en cuestión resultó ser el “guardián de mundos”, mencionado de pasada por la oruga. Este descubridor de la bruja había organizado las primeras incursiones para verificar a la malvada entidad que se había colado en el hogar y probablemente estaba detrás del asesinato de la bruja, movilizando a los líderes de las diminutas criaturas para eliminar la amenaza.
Según Pompón, toda la historia cobraba sentido si se atribuían estos hechos a la misteriosa figura llamada el guardián de mundos, la cual podría hablar en nombre de Copito y manipular a las diminutas criaturas bajo la excusa de seguir órdenes de su “dios”.
En estos momentos, el guardián de mundos se encontraba sobre la palma de Arturo, era del tamaño de una pequeña goma de borrar. Lo más llamativo del mismo era que el guardián de mundos se asemejaba a un minihumano original, un tipo de criatura que casi no quedaba en la actualidad, ya que los minihumanos habían evolucionado para convertirse en guerreros grandes y fornidos o en magos envueltos en misteriosa energía, luciendo particularmente debiluchos. La principal manera de distinguirlo era la tonalidad de su piel, mucho más azulada que la de sus evoluciones, que asimilaban un aspecto más humano con una piel que se mezclaba entre lo azulado y lo pálido.
El minihumano vestía una toga blanca y tenía una larga barba blanca que le daba un aspecto anciano. Su mirada parecía contener los secretos del tiempo, y su presencia era imponente a pesar de su diminuto tamaño.
—Así que este es el famoso guardián del mundo... —Murmuró Pompón con un respeto que no se dignaba a mostrarle a Copito.
El anciano asintió. Aunque comprendía el lenguaje hablado por Pompón, las criaturas diminutas hablaban en otro idioma y no se molestaban en intentar hablar el mismo idioma que los demás. O tal vez lo hacían, pero eran tan pequeños que sus voces se distorsionaban y parecían estar hablando con una flauta en la boca.
Arturo se encontraba atónito por la presencia de esta misteriosa criatura en su habitación, la cual había permanecido en secreto durante mucho tiempo. Observaba con incredulidad al minihumano anciano, cuya mirada profunda y barba blanca sugerían una sabiduría ancestral. Era como si hubiera emergido de las sombras del pasado, revelándose en el momento en que su mundo se encontrara en peligro.
El silencio se instaló en la habitación, solo roto por el ligero susurro de Pompón, quien continuaba expresando su respeto hacia el guardián del mundo. Arturo, finalmente recuperando la capacidad de articular palabras, se dirigió al anciano con asombro y curiosidad.
—¿Quién eres? ¿Cómo has estado oculto todo este tiempo en mi habitación? —Preguntó Arturo, intentando comprender la naturaleza de esta figura enigmática.
El minihumano, con una voz que parecía resonar con la autoridad de los siglos, comenzó a relatar la historia que se había tejido en las sombras de la habitación de Arturo. Explicó que él era el guardián de mundos, encargado de mantener el equilibrio entre dimensiones y velar por la seguridad de los seres que habitaban en cada rincón de su hogar.
Durante milenios, había observado el desarrollo de la vida en la habitación de Arturo, desde los primeros minihumanos hasta las criaturas evolucionadas que poblaban el lugar. La malvada bruja, que había sembrado el caos y la oscuridad, amenazaba con desequilibrar todo el sistema. El guardián del mundo había orquestado eventos desde las sombras para neutralizar esta amenaza, moviendo piezas como la oruga, el cerdo y, finalmente, utilizando a Copito como su instrumento para poner fin al reinado de la bruja.
Arturo escuchaba con asombro la narración, tratando de asimilar la magnitud de la historia que se desenvolvía frente a él. Era como si su habitación fuera el epicentro de un conflicto cósmico, y él, sin saberlo, era el eje alrededor del cual giraban los destinos de estas criaturas diminutas.
La conversación continuó, revelando detalles más intrincados de la trama. El guardián del mundo explicó cómo la oruga, en su momento, se había mostrado como un falso aliado en la búsqueda de la verdad. El cerdo, aunque indignado, también había sido una pieza clave en el rompecabezas, aunque su enojo hacia Copito complicaba las cosas.
El anciano explicó que, a lo largo de los milenios, los minihumanos originales como él se habían vuelto escasos, evolucionando hacia formas más poderosas. Sin embargo, él había elegido permanecer en su forma original para pasar desapercibido y trabajar en las sombras, guiando a las criaturas de la habitación hacia un destino que asegurara la supervivencia de su pequeño universo.
Así, inmerso en esta narrativa que se extendía a través del tiempo y el espacio diminuto de su habitación, Arturo se encontraba ante un destino entrelazado con las criaturas que lo rodeaban. La siguiente pregunta que se formaba en su mente era: ¿Cuál sería su papel en este conflicto cósmico y cómo influiría en el curso de esta épica historia oculta?
—¿Lo entiendes o te estás inventando alguna historia? —Preguntó Pompón, observando cómo Arturo sostenía una larga y prolongada conversación con la criatura que hablaba con una voz de pato riendo a carcajadas.
—Por supuesto que lo entiendo. Sabías que los minihumanos han desarrollado toda una religión en torno a Copito. Incluso tienen sus historias mitológicas y fábulas dentro de los libros de su biblioteca oculta —Mencionó Arturo con notable seriedad.
—Muy interesante... —Respondió Pompón con tono escéptico— Tú quédate hablando con el guardián de mundos, yo me encargaré de averiguar si el ático es seguro.
Mientras Arturo continuaba inventando respuestas fabulosas y la criatura diminuta seguía compartiendo información con una seriedad que insinuaba la importancia de sus palabras, Pompón reunió a todas las mascotas y preparó una expedición para explorar el ático. Para hacer la operación lo más eficiente posible, el conejo invocó varios esclavos utilizando la ServoPlus y los envió a explorar. Aparentemente, solo se podían tener un máximo de diez esclavos a la vez, pero esas diez manos adicionales resultaban muy útiles para evaluar la verdadera seguridad del ático.
La expedición al ático se convirtió en un despliegue estratégico. Pompón lideraba el grupo, mientras que los esclavos, bajo su dirección, avanzaban cautelosamente para inspeccionar cada rincón. Los exploradores revisaban el espacio en busca de cualquier señal de peligro o presencia hostil.
Tras lo que debió ser una hora, Pompón regresó del ático y se encontró con que Arturo seguía hablándole al guardián de mundos, pero este ya no respondía y en su lugar se encontraba durmiendo sobre la palma de la mano de Arturo.
—Deja al pobre anciano descansar; si no fuera por él, estarías muerto —Criticó Pompón— Hay algo más interesante por realizar. Ven, acompáñame a investigar el ático. Ya revisamos lo suficiente, y ningún esclavo terminó muerto, así que creemos que es seguro.
Interesado por la idea de explorar el lugar, Arturo dejó al pobre anciano en el suelo, quien fue rápidamente recogido por los guerreros para ser escoltado nuevamente al castillo en miniatura. Arturo siguió a Pompón y lo observó entrar en la habitación del santuario, donde extrañamente comenzó a bajar las escaleras de caracol.
—¿El ático está en el subsuelo? —Preguntó Arturo, aturdido ante la absurda lógica.
—Las escaleras al ático van desde el subsuelo hasta el piso de arriba. Aparentemente, a las orugas les gusta ir poniendo escaleras por todos lados. Según me contó Sir Reginald, es una forma de ganar espacio y hacer lucir su hogar como un sitio más importante —Respondió el conejo mientras daba alegres brincos para bajar los escalones.
Al llegar al subsuelo, Arturo se encontró con otra escalera de caracol, esta vez ubicada exactamente arriba del cráter del subsuelo. Para llegar a ellas, un camino de rocas había aparecido en el suelo, y en el medio se encontraba una gran roca rodeada de estatuas. La escalera de caracol parecía ser un gran pilar de piedra ubicado en el centro del cuarto. A primera vista, la lógica indicaba que la escalera debería pasar necesariamente por el santuario para llegar al ático. Sin embargo, la lógica no regía este sitio, y la escalera de caracol se hundía en el techo y subía hacia una región desconocida.
De la misma forma, las rocas que servían para llegar a la escalera parecían encontrarse flotando en el agua del cráter y no tenían un apoyo que pudiera verse en ningún lado. Con curiosidad, Arturo examinó las estatuas que rodeaban las escaleras, las cuales parecían contar una historia de niños jugando y comiendo golosinas en un mundo hecho de caramelos y chocolate.
Arturo, después de saltar de roca en roca hasta llegar a la entrada de las escaleras de caracol, comenzó a subirlas. El pasillo que se formaba dentro de las mismas era impresionantemente grande, evidenciando claramente que la oruga había buscado ganar el máximo espacio posible. Cada escalón era lo suficientemente espacioso como para que una persona adulta pudiera descansar en él con tranquilidad.
Subió durante unos minutos largos y agotadores. El esfuerzo físico se mezclaba con la anticipación de lo que encontraría al final de esta escalada. Finalmente, Arturo se encontró con la habitación que había ganado al obtener el trofeo más arriesgado hasta la fecha: la famosa “tierra embrujada”. Frente a sus ojos se erigía un reino surrealista, donde todo era comestible y las delicias abrazaban los sentidos.
El suelo de la habitación estaba cubierto de verduras frescas, dispuestas en un mosaico vibrante de colores y texturas. Cada paso de Arturo hundía sus pies en la crujiente diversidad de hortalizas, liberando fragancias frescas y terrosas con cada movimiento. Las paredes, por otro lado, estaban hechas de carne ahumada, formando una sinfonía visual de tonos carmesí y púrpura. La textura suave y ligeramente pegajosa de las paredes creaba una extraña pero fascinante experiencia táctil.
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El aire estaba impregnado de un aroma embriagador de delicias exóticas. Los olores de frutas tropicales, especias exquisitas y hierbas frescas se entrelazaban en una danza sensorial que tentaba los sentidos de Arturo. La atmósfera vibraba con una energía que solo podía describirse como mágica, y la sonrisa se dibujó en el rostro del joven explorador.
Criaturas de fantasía, coloridas y risueñas, hechas de ingredientes diversos, saludaron a Arturo con sonrisas cálidas. Eran seres de ensueño, compuestos por caramelos, frutas exóticas, y otras delicias que conformaban sus cuerpos animados, todos tenían el tamaño de un niño y tenían aspecto humanoide. Caminaban con gracia por entre los campos de verduras, compartiendo risas y gestos amigables. Estas criaturas encantadas lo invitaron a deleitarse con los manjares que se extendían hasta donde alcanzaba la vista.
El paisaje era tan vasto como la imaginación misma. Arturo podía divisar montañas de malvaviscos gigantes que se elevaban hacia el cielo, ríos de chocolate líquido que serpenteaban entre prados de algodón de azúcar, y árboles frutales cuyas ramas se doblaban bajo el peso de frutas resplandecientes y apetitosas. El horizonte, aunque lejano, mostraba promesas infinitas de un mundo comestible por descubrir.
Caminando entre esta sinfonía de sabores y aromas, Arturo se encontró con una fuente de malvaviscos derretidos, donde unas criaturas pequeñas similares a grillos saltaban y jugaban, sumergiéndose en la dulce cascada. Más allá, un arco iris hecho de caramelos se extendía en el cielo, y en sus extremos, pequeños duendes de galleta de jengibre bailaban con alegría.
Las criaturas del lugar ofrecieron a Arturo manjares que desafiaban la imaginación: frutas que sabían a sueños, pasteles que se derretían en la boca liberando explosiones de sabores, y helados que cambiaban de sabor con cada lamida. Cada bocado era una experiencia única, y cada rincón de la habitación parecía revelar nuevas maravillas gastronómicas.
A medida que Arturo exploraba esta tierra embrujada, se perdió en la inmensidad de sus delicias. El tiempo parecía detenerse en este reino mágico, donde el hambre se mezclaba con la curiosidad y la sorpresa en un torbellino de sensaciones inolvidables.
Pompón guió a Arturo a través del vasto paisaje de la “tierra embrujada”. Arturo, maravillado, seguía la guía de Pompón, quien le señalaba los lugares más asombrosos y le contaba historias de las exquisitas maravillas que les rodeaban.
Mientras se aventuraban, Arturo observó cómo los esclavos, bajo el mando de Pompón, se adentraban en los rincones más inesperados para probar las delicias y verificar si eran comestibles y seguras. En medio de esta exploración, Arturo notó a lo lejos una figura peculiar. Era una galletita de chocolate del tamaño de un niño, pero su aspecto era desgarrador. Le faltaba una mano y mostraba signos de haber sufrido en una batalla. Intrigado y preocupado, Arturo se acercó, dejando que su curiosidad lo guiara.
La galletita, al notar la presencia de Arturo, levantó la cabeza débilmente y lo miró con ojos tristes: —Hola, pequeño aventurero. Soy Mister Chocolo —Se presentó con una voz suave y cansada.
—Hola, Mister Chocolo ¿Qué te pasó? —Preguntó Arturo con preocupación.
—Ah, los recuerdos de la guerra de los Cien Años. Pero no te preocupes, estoy bien, aunque me falta una mano —Respondió la galletita con una sonrisa a pesar de su mal estado.
Pompón, intrigado por la situación, se unió a la conversación: —¿Eres un desertor del ejército de la bruja?
Mister Chocolo asintió y comenzó a contar su historia. Era una galletita que había cobrado vida gracias a los hechizos de la malvada bruja, pero había decidido desertar cuando comprendió que no quería formar parte de su ejército de golosinas.
—¿Crees que la habitación es segura, Mister Chocolo? —Pregunto Pompón aprovechando la oportunidad para sacarle algo de información útil al nativo.
—Aquí, en la tierra embrujada, cada día es una fiesta y la diversión no tiene fin. Pero ten cuidado con las pequeñas trampas, como quemarte las manos al intentar agarrar una pata de pollo frita del árbol de pollo, o empacharte tomando demasiada leche del río de leche —Advirtió Mister Chocolo con humor.
Arturo, Pompón y Mister Chocolo continuaron explorando juntos. A medida que avanzaban, Mister Chocolo les señalaba los lugares más asombrosos y les contaba anécdotas divertidas sobre las travesuras de las criaturas de la tierra embrujada.
La amabilidad de Mister Chocolo y su habilidad para encontrar alegría a pesar de sus experiencias adversas dejaron una impresión duradera en Arturo. La galletita herida se convirtió en un compañero inesperado en esta aventura, guiándolos por los rincones más encantadores y secretos de la tierra embrujada. Mientras disfrutaban de las delicias y risas, la extraña alianza entre un conejo, un niño y una galletita se volvía un vínculo especial en medio de este festín interminable de magia y dulzura.
A medida que Arturo, Pompón y Mister Chocolo continuaban explorando la tierra embrujada, Arturo comenzó a notar una cierta melancolía oculta en la mirada de la galletita herida. Sus ojos, a pesar de la sonrisa y la alegría que compartía, reflejaban un rincón oscuro de su pasado. Intrigado y con empatía, Arturo decidió abordar el tema.
—Mister Chocolo, he notado que hay algo más en tu mirada ¿Hay algo que quieras compartir? —Preguntó Arturo con delicadeza.
Mister Chocolo, tras un suspiro, decidió confiar en Arturo y compartir la tragedia que había vivido. Se sentaron en una colina de malvaviscos mientras la galletita narraba con más detalle la dolorosa historia de la guerra de los Cien Años.
—Hace mucho tiempo, esta tierra embrujada era un lugar diferente. Era un reino mágico donde criaturas como yo abundaban. Pero llegaron los oscuros tiempos de la guerra de los Cien Años y ya casi no quedan hombres de golosina —Comenzó Mister Chocolo con voz apagada.
Relató cómo la malvada bruja, en su búsqueda de poder y dominación, había desatado una cruel guerra en la que las golosinas y criaturas mágicas eran forzadas a participar. Mister Chocolo recordó con tristeza los momentos de felicidad compartidos con amigos que ya no estaban, lugares que antes irradiaban alegría y que ahora traían consigo el peso de la melancolía.
—La bruja tomaba decisiones y tácticas crueles. Éramos sacrificados como peones en su simple y alegre “juego de estrategia”. Los lugares que ves aquí me recuerdan a momentos de dicha que compartí con amigos antes de que la oscuridad se apodera de nosotros —Confesó Mister Chocolo con un tono pesaroso.
Mientras escuchaba, Arturo sintió un profundo respeto y compasión por el pequeño guerrero dulce que, a pesar de sus heridas, seguía buscando la alegría y la amistad en este rincón mágico de la tierra embrujada. A medida que el sol caía en el horizonte pintando el cielo con tonos cálidos, la historia de Mister Chocolo se entrelazaba con la tierra embrujada. Arturo asimiló la historia dolorosa de Mister Chocolo con empatía y compasión. En un gesto de solidaridad, le ofreció palabras de aliento al pequeño guerrero de chocolate:
—Mister Chocolo, aunque los tiempos oscuros hayan dejado cicatrices, ahora estamos aquí para crear nuevos recuerdos. La tierra embrujada es un lugar de alegría y amistad, y estoy seguro de que juntos podremos disfrutar de todo lo que tiene para ofrecer.
Las palabras de aliento de Arturo parecieron iluminar el rostro de Mister Chocolo, quien agradeció con una sonrisa: —Eres un niño sabio, Arturo. Aprecio tus palabras y tu compañía. Espero que puedas disfrutar de este lugar como todo niño debería, sin la mirada amenazante de una bruja que busca comerte.
El trío continuó su exploración, adentrándose en una zona particularmente boscosa y espesa de la tierra embrujada. A medida que avanzaban, los árboles de algodón de azúcar se alzaban como pilares dulces y el suelo estaba cubierto de hojas crujientes de galleta. Pronto, llegaron a una visión sorprendente: un pantano hecho de comida.
El pantano estaba formado por una mezcla tentadora de gelatina de colores, malvaviscos flotantes y montículos de crema de malvavisco que se agitaban lentamente como las aguas de un pantano real. Mister Chocolo guió a Arturo y Pompón a través de caminos cuidadosamente hechos de regalices y marshmallows.
En el centro del pantano, rodeada por las aguas dulces, se alzaba una casita encantadora. La estructura estaba hecha de galleta de jengibre, con detalles de glaseado y ventanas de caramelos brillantes. El humilde hogar parecía emanar una cálida bienvenida, como si estuviera esperando a que alguien se acercara.
Las aguas del pantano, aunque hechas de golosinas, no eran menos reales. Cuando Arturo se acercó, pudo ver pequeños peces de chocolate nadando entre las aguas de fresa y arándano. Los nenúfares eran malvaviscos esponjosos, y el croar distante provenía de ranas de caramelo que se escondían entre los juncos de regaliz.
—¡Oh, qué lugar más encantador! —Exclamó Pompón, asombrado por la belleza del entorno.
Mister Chocolo, en un gesto amable, le dirigió una sonrisa y asintió: —Esta es la casita de Morgana, la malvada bruja que gobernaba esta tierra con mano de hierro. Parece abandonada desde que la desterraron y decapitaron por sus crueles actos. Sin embargo, hay rumores de que en su interior se oculta un objeto de gran poder, algo que podría ser útil para ustedes.
Con pasos cautelosos, el trío se acercó a la casita. La puerta, cubierta de hiedra y con un aspecto desgastado, se abrió con un chirrido suave, revelando un interior oscuro y misterioso. El aroma que antes parecía acogedor ahora tenía un toque de antigüedad y desolación.
Adentrándose en la morada abandonada, Arturo y Mister Chocolo notaron que la atmósfera era densa y cargada de historia. Telarañas colgaban en las esquinas, y polvo cubría los muebles que yacían como testigos silenciosos de tiempos pasados. A pesar de la desolación, una energía palpable flotaba en el aire, recordando los días en que la bruja ejercía su malévolo dominio.
—Aquí dentro es donde Morgana tramaba sus oscuros planes y practicaba sus hechizos nefastos. Pero también es el lugar donde podría esconderse el objeto que buscamos —Murmuró Mister Chocolo con un tono serio pero intrigado.
Arturo, con valentía, exploró cada rincón de la casita, guiado por la curiosidad y la posibilidad de encontrar algo que pudiera cambiar el curso de su aventura. Mister Chocolo, a su lado, parecía conocer cada rincón y observaba con atención, como si estuviera buscando pistas entre las sombras del pasado.
En una habitación trasera, iluminada débilmente por la luz que se filtraba a través de las cortinas desgarradas, Arturo descubrió un antiguo cofre de madera gastada, el cual destacaba por ser lo único no comestible en la casita. Mister Chocolo, al verlo, dejó escapar un suspiro:
—Me parece que en ese cofre se guarda el objeto de gran poder que mencioné, aunque no sé si seguirá estando. Solo vi que lo usaran en una ocasión, en donde Morgana estaba realmente molesta con sus súbditos y usó su poder para castigarlos.
Con manos temblorosas, Arturo abrió el cofre. Su interior reveló un objeto perfectamente acomodado entre un colchón de terciopelo violeta. Mister Chocolo, observando con atención, asintió con aprobación.
El objeto en cuestión era un cetro, una obra maestra, hecha de chocolate y caramelo entrelazados con patrones que simbolizaban hombrecitos de galletitas y adornos de azúcar. Arturo, sintiendo la energía que emanaba de él, levantó el cetro y lo admiro con evidente respeto.
Mister Chocolo asintió con aprobación: —Eso, Arturo, es el Cetro Real. No solo es un delicioso objeto de caramelo, sino que también posee el poder de invocar y controlar a un poderoso guardián. Pruébalo y descubre sus maravillas.
Intrigado, Arturo sostuvo el cetro en sus manos y pronunció con determinación las primeras palabras que se le vinieron a la cabeza al sostener el apetitoso cetro:
—¡Invoca al Guardián!
De repente, el suelo tembló levemente, y ante los ojos asombrados de Arturo y Pompón, surgió un imponente golem de galletita. El guardián era una criatura colosal, del tamaño de dos adultos promedio, con una apariencia sólida y formidable. Su cuerpo estaba hecho de galletitas entrelazadas, sus ojos centelleaban con chispas de caramelo y su presencia irradiaba una sensación de poder indomable.
—¡Increíble! —Exclamó Arturo, maravillado por la magnificencia del golem —¿Guardián, estás aquí para protegernos?
El golem, en silencio, asintió solemnemente, confirmando su lealtad hacia Arturo como su invocador. Parecía estar a la espera de órdenes, listo para cumplir cualquier tarea que se le encomendara.
—Vamos a probar algo, ¿de acuerdo? —Dijo Arturo, excitado por la idea de controlar esta criatura mágica —¿Puedes ver por la ventana ese árbol de allá? Arranca ese árbol de malvavisco y tráemelo.
A pesar de la aparente imposibilidad de la tarea, el golem se movió con gracia y fuerza. Con un simple gesto, agarró el tronco del árbol de malvavisco y lo arrancó del suelo como si fuera una pluma. Luego, lo llevó hacia Arturo y Pompón con cuidado.
—¡Impresionante! —Exclamó Arturo, sin poder contener su asombro—Guardián, eres increíble.
El golem, aunque no hablaba, transmitía una sensación de satisfacción y obediencia. Arturo se dio cuenta de que había descubierto un poder significativo en el Cetro Real y su capacidad para convocar y dirigir a esta formidable criatura.
Durante el resto de su travesía por la tierra embrujada, Arturo y el golem guardián trabajaron en conjunto para inspeccionar los secretos del lugar. La criatura de galletitas se convirtió en el fiel protector de Arturo, obedeciendo sus órdenes con diligencia y demostrando ser un aliado invaluable en este reino lleno de maravillas. Cada vez que Arturo blandía el Cetro Real, sabía que tenía a su disposición a un poderoso guardián listo para enfrentar cualquier amenaza que se interpusiera en su camino.