Cuando Arturo recobró la conciencia, se encontraba en una habitación extraña. La habitación era pequeña y acogedora, con paredes de piedra desgastada que estaban decoradas con dibujos infantiles hechos con crayones de colores. En las ilustraciones, se veían escenas de niños felices jugando en un parque, riendo y correteando bajo el sol.
El suelo estaba cubierto por una alfombra con dibujitos infantiles, como ositos de peluche, estrellas, y pelotas. Cada paso que daba Arturo sobre la alfombra era como caminar sobre una suave nube de colores. El suelo era suave y mullido bajo los pies de Arturo, y cada paso que daba lo invitaba a recostarse y quedarse dormido en el lugar. Mientras que el techo del cuarto era igual de infantil. Sobre este se encontraban unas hermosas estrellas fluorescentes que emitían una luz suave y titilante que imitaba la luz de las luciérnagas en una noche estrellada. Arturo podía quedarse mirando esas estrellas durante horas, sintiendo cómo lo transportaban a su más tierna infancia.
Una característica única de la habitación era la única ventana que adornaba el cuarto. A través de ella, Arturo podía ver un asombroso mundo submarino, donde había un arrecife de coral lleno de peces de colores brillantes que nadaban libremente. El agua era cristalina, y los rayos de la luna roja en el cielo penetraban en el coral, creando un juego de luces y sombras que pintaban el fondo del mar con una belleza surrealista.
A medida que Arturo exploraba la habitación, notó que no había muebles en ella, excepto por un pequeño escritorio de madera colocado en una esquina. Sobre el escritorio en miniatura, había una serie de objetos: un cuaderno en blanco con un lápiz, un reloj de arena, una concha marina, y un pequeño cofre de madera lleno de garabatos.
Arturo se acercó al escritorio y examinó los objetos con curiosidad. La concha marina llamó su atención, y la sostuvo en la palma de su mano. Sentía que tenía un significado especial, pero no sabía cuál. Abrió el pequeño cofre de madera y descubrió un conjunto de cartas con símbolos y palabras en un idioma que no reconocía, por lo que no daban pistas acerca del motivo por el cual había venido a esta habitación.
Finalmente, Arturo tomó el cuaderno y el lápiz y comenzó a hojear las páginas. Parecía ser un cuaderno para escribir, pero no tenía ninguna pista sobre qué debería escribir en él. Miró el reloj de arena y notó que la arena fluía de manera constante, marcando que el tiempo seguía transcurriendo, y todo parecía indicar que sería necesario darlo vuelta pronto para que el tiempo siguiera fluyendo.
Por fin, el reloj de arena dejó de fluir, como si alguien estuviera esperando este momento específico para que se produzca un gran evento. La sensación de expectación llenó la habitación, y algo extraordinario comenzó a ocurrir. Fue Anteojitos quien, con su aguda percepción, notó el cambio primero. Con un brusco golpe se lo comunicó a Arturo, quien de inmediato centró su atención en el centro de la habitación. Allí, ante sus ojos, una criatura empezaba a materializarse gradualmente, como si estuviera emergiendo de otro mundo.
La criatura que se estaba materializando en el centro de la habitación era, sin lugar a dudas, un conejo, pero no uno común y corriente. Este conejo tenía una apariencia notablemente excéntrica y bastante deteriorada por el paso del tiempo. Su pelaje, que una vez debió ser blanco y negro, ahora estaba manchado y desgastado, con manchas de tonos grises y amarillos. El pelo del conejo estaba despeinado y parecía que nunca había visto un cepillo en su vida.
Sostenía un bastón en una de sus patas delanteras, como si fuera un anciano que necesitaba apoyo para caminar. Además, llevaba un sombrero de copa bastante gastado y descolorido que parecía a punto de desmoronarse en cualquier momento. Su atuendo era un caos de colores y parches cosidos a mano, lo que le daba un aspecto aún más extravagante.
Lo más llamativo de todo eran sus anteojos, que estaban rotos y torcidos, sostenidos en su lugar por una cuerda improvisada. A través de las lentes rotas, se podían ver unos ojos rojos que parecían mirar en todas direcciones, como si el conejo estuviera perpetuamente distraído o desorientado. Un detalle curioso era que parecía tuerto, ya que uno de sus ojos estaba parcialmente cerrado. Finalmente, el conejo comprendió dónde estaba y dirigió una mirada aturdida hacia Arturo, como si le costara distinguir las cosas a su alrededor y solo viera imágenes borrosas.
—Hola, ¿qué hago en este lugar? ¿Vengo a recibir mis calificaciones?—Preguntó Arturo, observando al conejo cuyo pelaje desordenado tenía un aspecto tan encantador que invitaba a acariciarlo.
El conejo, con una lentitud que recordaba a la de una tortuga, comenzó a moverse hacia un pequeño escritorio en la habitación. Parecía como si cada movimiento suyo estuviera acompañado de un esfuerzo sobrenatural, como si tuviera que luchar contra fuerzas invisibles que ralentizaban su progreso.
—Notas, ah, sí, sí, notas… —Murmuró el conejo en voz baja, casi inaudible, mientras buscaba en el cofre de madera en el escritorio.
El proceso de búsqueda del conejo se extendió durante casi diez minutos, lo que terminó provocando que Arturo, impaciente, utilizara su habilidad mágica para convocar una almohada y se sentara sobre ella. Esperaba con ansias que el conejo finalmente le entregara sus notas para poder poner fin a esta extraña y demorada cita en la habitación.
El conejo finalmente encontró lo que estaba buscando en el cofre de madera en el escritorio. Sacó un pergamino arrugado y lo miró con cuidado:
—Arturo, nuestro conejito travieso, ya te había olvidado. Tu calificación es un único favor de Félix.
Arturo, algo adormilado y cómodo en su almohada, respondió con un bostezo perezoso:
—Me lo esperaba…
El conejo, ahora enfocado en su tarea, se acomodó los anteojos rotos como si tratara de ver a Arturo con mayor precisión:
—Me alegra que lo tomes bien. Ha pasado un largo milenio desde que desapareciste, estábamos realmente preocupados.
Arturo, desde su cómoda almohada, dirigió una mirada perpleja hacia el conejo. Las palabras del conejo le parecieron enigmáticas y no pudo comprender completamente su motivo de preocupación. Era como si el conejo tuviera una especie de conexión con él que Arturo no lograba comprender del todo.
Ante la falta de comentarios por parte de Arturo sobre su prolongada ausencia, el conejo decidió no alargar aún más la conversación y prosiguió:
—Con las notas dadas, si no me equivoco, ya puedes regresar a tu dormitorio, Arturo. Allí encontrarás a tu curador, el cual se te ha sido asignado… Hace más de un milenio. Recuerda evitar meterte en problemas y no hagas demasiadas travesuras…
Arturo, confundido por la mención de “curador”, no tuvo tiempo de hacer preguntas antes de que su cuerpo desapareciera en el aire, llevándolo de regreso a su dormitorio.
Cuando Arturo regresó a su dormitorio, se encontró con que había un intruso en la habitación. Un conejo del tamaño de una pelota infantil estaba frente a él, pero su apariencia era sumamente desgastada y parecía estar en sus últimos días de vida. Su pelaje estaba enredado y sucio, y había evidentes áreas calvas en su cuerpo. El conejo se mantenía en pie con dificultad, como si cada respiración fuera un esfuerzo titánico. Sus ojos, antes vivaces y curiosos, ahora estaban nublados por la vejez y parecía que tenían dificultades para enfocar la mirada. Sus orejas, que alguna vez fueron erguidas y alertas, estaban caídas y arrugadas. Incluso su pequeño cuerpo parecía encorvado por el peso de los años.
El conejo miró a Arturo con una expresión de enojo y confusión en sus ojos apagados. A pesar de su aspecto lamentable, parecía tener un aire de autoridad y determinación a su alrededor, como si fuera un anciano sabio que aún tenía un propósito que cumplir.
—Así que tú eres el conejito travieso que desapareció durante un milenio… —Comentó el conejo con un tono de voz que era apenas audible, como si cada palabra consumiera lo poco que le quedaba de vida. A pesar de su lamentable estado, aún se las ingeniaba para hablar.
—Hola, mi nombre es Arturo, ¿tú eres el curador que me asignaron? —Preguntó Arturo con dudas, comprendiendo que aparentemente aún figuraba como un conejito especial y que tarde o temprano le asignarían a alguien que lo “cuidara”, aunque este conejo parecía necesitar más cuidados que él.
El conejo, con dificultad, asintió débilmente con la cabeza y luego tosió con fuerza, como si la simple acción de hablar lo hubiera agotado. Sus ojos enrojecidos y turbios miraron a Arturo con una mezcla de tristeza y resignación.
—Sí, soy tu curador,... o lo que queda de mí. He esperado mucho tiempo para cumplir con mi deber, pero ya estoy al final de mi camino. Mi nombre es Pompón, por mi hermoso pelaje pomposo… quiero decir por mi antiguo pelo pomposo…—Susurró el conejo llamado Pompón con esfuerzo.
Arturo sintió una extraña mezcla de simpatía y preocupación por el conejo. Era evidente que estaba en un estado frágil y que cuidarlo podría convertirse en una responsabilidad abrumadora. Sin embargo, también entendía que este anciano conejo había esperado mucho tiempo para cumplir su deber y estaba dispuesto a hacerlo, incluso si eso significaba enfrentar grandes dificultades.
—No te preocupes, conejito. Estoy aquí para ayudarte en lo que necesites, y juntos superaremos cualquier obstáculo que se presente—Dijo Arturo con determinación, extendiendo su mano hacia Pompón en un gesto de solidaridad.
El conejo miró la mano de Arturo con gratitud en sus ojos enrojecidos, y aunque su apariencia era frágil, parecía encontrar consuelo en la presencia de su joven protegido. El conejo puso una de sus patitas en la mano de Arturo con un gesto de cariño y continuó:
—¿Por qué tendrías que preocuparte por mí? No puedo morir, pero tampoco puedo rejuvenecer hasta que tú mueras. Así que tendrás que sufrir la desgracia de tener a un anciano como tu curador.
Arturo asintió con comprensión, aunque todavía se sentía conmovido por la fragilidad del conejo y su situación única:
—No te preocupes por eso, Pompón. Aprecio que estés dispuesto a cuidarme y a ayudarme, a pesar de tus propias limitaciones. Juntos enfrentaremos lo que venga, y haré todo lo posible para hacerte sentir cómodo y cuidado.
El conejo, aunque parecía un poco más tranquilo, todavía mostraba signos de debilidad. Tosía ocasionalmente y su voz seguía siendo un susurro apenas audible. Sin embargo, su mirada reflejaba gratitud y un cierto alivio por haber encontrado a un protegido aparéntente dispuesto a cuidar de él en su estado vulnerable.
Pompón apreció las palabras de Arturo y continuó hablando, aunque su tono seguía siendo frágil:
—Gracias, Arturo. Eres un joven amable y compasivo. Y a pesar de que he leído en tu historia de vida que prácticamente mandaste al matadero a toda tu raza, aún estoy dispuesto a ayudarte en lo que necesites. Si bien cometiste errores en el pasado, estamos aquí para aprender y corregir esos errores. Pero por ahora ignoremos esas cuestiones triviales y centrémonos en lo importante. Busca en tu inventario las reliquias que te han regalado y dirígete al mercado de una vez. Esta habitación es un desastre y si no haces nada te morirás de hambre en unos días.
Arturo se sorprendió al darse cuenta de que el conejo había estado investigando los libros que detallaban su historia y sus aventuras anteriores. Por lo que era evidente que Pompón estaba bien informado sobre sus planes y acciones. Siguiendo el consejo del conejo, Arturo se acercó al espejo en la habitación y comenzó a buscar en su inventario. Sus dedos se deslizaron sobre los objetos que había acumulado como una ardilla hasta que encontró una caja negra idéntica a la que le habían dado la última vez.
—Bien, ahora sácala y verifiquemos que tengas las cinco reliquias—Dijo el Pompón.
Arturo asintió y abrió la caja cuidadosamente. Al hacerlo, encontró las cinco reliquias que había obtenido como regalo de fiesta. Las examinó brevemente para asegurarse de que estuvieran completas y en buen estado, descubriendo que se trataban de una piedra roja, una daga rota, una flor de cristal,un pañuelo sucio y una canica marrón. Con estas 5 reliquias sumadas a su antigua colección de reliquias, Arturo tenía un total de 13, considerando que una la había gastado en contratar el sirviente hace unos días.
El conejo continuó dando instrucciones:
—Ahora, guarda la bolsa vacía y el libro en algún lugar. Deja la caja en algún rincón de tu cuarto y permítele a esos diminutos seres que la destruyan. También, convoca una almohada arriba de tu mascota. Así estaré más cómodo.
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Para sorpresa de Arturo, el conejo estaba montando sobre la espalda de Anteojitos, usándolo como una especie de montura voladora. Arturo procedió a invocar una almohada sobre el ojo volador para que Pompón pudiera sentarse con comodidad.
—Vaya... es impresionante que Anteojitos te haga caso... —Comentó Arturo, todavía procesando la información.
Pompón respondió con paciencia, aunque su voz seguía siendo apenas audible debido a su debilidad:
—No soy una mascota, soy tu curador. Por lo tanto, tus mascotas me hacen caso a mí y no a ti. Además, tengo la capacidad de intervenir en las decisiones que tomes, y necesitas mi aprobación para teletransportarte utilizando el espejo. También necesitarás mi sello de aprobación cuando firmes tu primer contrato. Y puedo regresarte a tu dormitorio cuando se me antoje.
Arturo, sorprendido por esta dinámica, preguntó con escepticismo:
—Entonces, ¿yo soy tu mascota?
El conejo respondió con una pizca de frustración en su tono de voz:
—Una mascota que, si la dejas suelta, termina condenando a muchas almas...
La revelación de que el conejo tenía un estatus superior al suyo dejó al joven reflexionando sobre el alcance de sus acciones y las implicaciones de tener un curador que controlaba su destino. Notando la duda de Arturo, Pompón respondió con una mezcla de paciencia y autoridad:
—De todas formas, no te preocupes mucho. Nunca un curador ha actuado en contra del beneficio de su protegido, así que no serás el primero en sufrir tal destino. Sin embargo, si tus acciones son descabelladas, claramente te detendré y te mandaré de regreso a tu dormitorio. Piénsalo, también es una ventaja. Para quedar bloqueado, ahora también tienen que bloquearme a mí, por lo que nunca más sufrirás la desesperación de quedar atrapado en una habitación como te ocurrió hace unos pocos días.
Arturo reflexionó sobre estas palabras mientras lidiaba con la idea de tener a alguien controlándolo:
—Qué incómodo es tener a alguien juzgando todo lo que hago...
El conejito respondió con calma:
—Te acostumbrarás, ya sea por la fuerza o por voluntad propia, pero te acostumbrarás...
Luego, señalando hacia el espejo en la habitación, Pompón continuó:
—Ahora ve al mercado y veamos si podemos solucionar el problema de la comida.
Arturo asintió y cerrando su inventario, miró al espejo y dijo las siguientes palabras mágicas:
> “En una plaza bulliciosa y abierta, donde los secretos y bienes son la oferta. Buscas productos, frescos y variados, dime, buen viajero, ¿dónde has llegado?”
Inmediatamente la bulliciosa plaza del mercado volvió a aparecer sobre el reflejo en el espejo. Arturo no dudó en atravesarlo, desapareciendo en el aire junto a sus mascotas y el conejo anciano. Nomas recobro la conciencia, el jorobado pudo notar como el mercado había recobrado su antiguo brillo lleno de vida.
La plaza del mercado era un lugar bullicioso y lleno de actividad nuevamente. Los mercaderes habían dispuesto sus mantas con una variedad de productos, desde objetos mágicos hasta ingredientes raros y mascotas inusuales. Los estudiantes recorrían las calles del mercado, examinando detenidamente los productos y debatiendo en grupos animados sobre sus elecciones.
En un rincón, un mercader vendía frascos de líquidos brillantes que parecían contener estrellas fugaces en su interior. Los estudiantes se acercaban curiosos, preguntando sobre los efectos mágicos de estos elixires. Otro puesto exhibía una colección de amuletos y talismanes grabados con símbolos antiguos. Un grupo de alumnos debatía apasionadamente sobre cuál de ellos sería el más efectivo para protegerse de los espíritus malignos en la escuela.
En el rincón más alejado, un mercader ofrecía mascotas mágicas, desde pequeños dragones hasta criaturas diminutas que brillaban con luz propia. Los estudiantes se agrupaban en torno a las jaulas, discutiendo cuál sería la mascota perfecta para sus necesidades. El mercado estaba lleno de colores y sonidos, con los mercaderes llamando la atención de los estudiantes con ofertas tentadoras y demostraciones de sus productos. Era un lugar vibrante y lleno de vida, donde los estudiantes tenían la oportunidad de adquirir todo lo que necesitaban para su nueva vida como adultos.
Arturo y sus mascotas continuaron explorando la plaza del mercado con calma, buscando específicamente a los mercaderes que había planeado visitar hacía tiempo. No pasó mucho tiempo antes de que el primero de estos mercaderes llamara su atención. Era una extraña criatura con tentáculos, similar a los otros mercaderes que poblaban la plaza. Sin embargo, su puesto se destacaba por la gran cantidad de muebles para el hogar en miniatura que tenía en su manta. A simple vista, parecían juguetes diminutos, pero Arturo sabía que una vez adquiridos, estos objetos revelarían su verdadero tamaño al colocarlos en su habitación.
Con cautela, Arturo se acercó al puesto, y el astuto mercader, extendiendo sus tentáculos sobre sus productos, se dirigió a él con un tono seductor:
—Mucho gusto, joven. ¿Estás buscando darle vida y originalidad a tu dormitorio? ¿Quieres una cama digna de un estudiante aprobado, o tal vez necesitas una ventana para decorar las paredes de tu hogar con un hermoso paisaje?
Arturo, sin dejarse impresionar por el encanto del mercader, compartió su verdadera intención.
—Estoy buscando una piedra de hogar, una de esas piedras que amplían el tamaño de mi dormitorio—Respondió Arturo, mientras notaba que el conejo arriba de Anteojitos observaba la negociación desde cierta distancia, alerta y vigilante.
El mercader escuchó la solicitud de Arturo y preguntó si tenía una preferencia específica entre las tres series de piedras de hogar que tenía disponibles. Arturo, sin dudarlo, respondió que quería las tres piedras de hogar. Sacó las tres reliquias necesarias y se las ofreció al mercader. Sin embargo, para sorpresa de Arturo, el mercader no las tomó de inmediato.
—¿Qué pasa?—Inquirió Arturo, desconcertado.
El mercader, en lugar de responder directamente, señaló al Pompón que estaba sobre Anteojitos, trasladando la decisión al curador de Arturo.
—¿Por qué no aceptaste el trato?—Preguntó Arturo, visiblemente irritado ante la negativa inesperada.
El conejo, manteniendo la calma, explicó su razonamiento:
—Porque fuiste un idiota, Arturo. No acepté el trato porque hiciste una pregunta insuficiente. Deberías haber consultado al mercader sobre más información relativa a las piedras de hogar. Si el aumento de tamaño que proporcionan es insignificante, como el de un pequeño armario o cubo de agua, no valdría la pena gastar una reliquia por cada una.
—Ah, entiendo. Entonces, ¿las tres series de piedras no amplían el espacio de la misma manera?—Preguntó Arturo al mercader, tratando de aclarar la situación.
El mercader respondió con paciencia, dispuesto a colaborar para cerrar el trato:
—Cada serie de piedras amplía el espacio de forma diferente, según su categoría. Sin embargo, todas tienen el mismo valor: una reliquia. Puedo explicarte las diferencias entre las series y ayudarte a tomar una decisión informada si lo deseas.
Arturo, habiendo aprendido la lección de la prudencia, continuó su conversación con el mercader:
—Entiendo, pero ¿cómo sé cuánto amplía cada una?
Ante lo cual, el mercader respondió con claridad:
—Tengo tres tipos de piedras de hogar: Una amplía el espacio de tu hogar tanto como tu dormitorio, otra es la mitad de tu dormitorio, y la última crea un espacio que equivale a una cuarta parte de tu dormitorio.
Arturo consideró las opciones y finalmente decidió:
—Dame tres de las que son tan grandes como mi dormitorio.
Sin embargo, el mercader lo corrigió de inmediato:
—Tu hogar solo puede tener una piedra de cada serie, ya que las piedras de la misma serie trabajan sobre el mismo espacio. Al usar una piedra de hogar de la misma serie, los efectos se superponen y pierdes la piedra.
Arturo miró al conejo, buscando orientación en esta decisión crucial.
—Entonces, ¿cuáles debemos tomar?—Preguntó Arturo, buscando la aprobación de su curador.
Pompón, mostrando su sabiduría y confiando en la capacidad de Arturo para tomar decisiones, respondió:
—Esa es tu decisión, Arturo. Ahora eres consciente del tamaño de las ampliaciones que ofrece cada piedra de hogar. El mercader no está intentando estafarte, y en eso puedo cuidarte. Pero en última instancia, debes tomar tus propias decisiones y determinar qué es lo que te conviene.
Arturo, deseando obtener más información antes de tomar su decisión final, se dirigió al comerciante con una pregunta en mente, buscando entender mejor la disponibilidad de estos valiosos objetos:
—¿Qué tan fácil es adquirir estas piedras?
El conejo, siempre sabio en sus consejos, intervino con su perspicacia:
—No importa lo que el comerciante te responda, es probable que te mienta. Debes elegir en función de tus necesidades actuales, Arturo. Las necesidades del futuro serán otras solo si satisface las actuales.
Arturo reflexionó sobre la respuesta del comerciante y la sabiduría del conejo. Sentía la presión de tomar una decisión importante rápidamente.
—Necesitamos las tres piedras, realmente no tenemos suficiente espacio en este momento —Dijo Arturo con preocupación, expresando su necesidad urgente de ampliar su dormitorio.
Comprendiendo la situación, Pompón le brindó un consejo sensato:
—Si necesitas las tres, entonces cómpralas. Recuerda que tenemos que sobrevivir un año entero con lo que pondremos en tu hogar, por lo que si el espacio es vital, no dudes en gastar tres reliquias para obtener la máxima ampliación posible.
Arturo, todavía indeciso, recurrió a su mascota, Anteojitos, en busca de orientación. El ojo volador respondió afirmativamente, proporcionando el impulso que Arturo necesitaba para tomar una decisión:
—Bueno, entonces, danos las tres variedades de piedras de hogar que vendes.
El comerciante asintió con satisfacción ante la decisión de Arturo y procedió a sacar tres piedras de hogar de su manta. Cada una era de un tamaño y color diferente, lo que las distinguía claramente como pertenecientes a diferentes series. Las colocó cuidadosamente sobre el mostrador frente a Arturo y el conejo.
Arturo observó detenidamente las tres piedras. La más grande era de un vibrante color rojo, la mediana era de un tono azul profundo y la más pequeña era de un verde exuberante. Cada una de ellas parecía tener un brillo especial que las hacía destacar entre sí.
El comerciante realizó la transacción con habilidad y aceptó las tres reliquias que Arturo le entregó. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera tocar las piedras, estas desaparecieron de la vista de Arturo. El joven frunció el ceño ante la sorprendente desaparición y miró al comerciante en busca de explicaciones.
El comerciante, mientras jugueteaba con las reliquias usando sus tentáculos, explicó con calma:
—Encantado de hacer negocios contigo, joven Arturo. Las piedras de hogar han sido enviadas directamente a tu inventario. Para utilizarlas, simplemente párate frente a tu espejo y pronuncia las palabras “Hogar, dulce hogar”. El proceso siguiente es bastante intuitivo, y las piedras comenzarán a funcionar cuando las coloques en su sitio.
Arturo asintió, comprendiendo las instrucciones del comerciante. Agradeció al mercader y se alejó del puesto, llevando consigo al conejo y a Anteojitos. Ahora tenía en su inventario tres piedras de hogar que le permitirían ampliar el espacio de su dormitorio cuando fuera necesario.
Mientras caminaba por el bullicioso mercado con sus mascotas, Arturo decidió explorar más el lugar en busca del siguiente comerciante que necesitaba. Con su mente llena de posibilidades, se adentró en la bulliciosa multitud de estudiantes y mercaderes.
Tras explorar un poco el mercado, Arturo había llegado a un puesto de comerciante que se destacaba por la diversidad de mascotas que ofrecía. Criaturas de diferentes formas y tamaños se encontraban en jaulas o correteaban libremente por el mantel del comerciante. Entre ellas, Arturo identificó al cerdo que le habían recomendado comprar para ganar uno de los trofeos, pero decidió posponer esa compra hasta que tuviera una mejor idea de cuántas reliquias gastaría en otras necesidades más urgentes.
El comerciante de mascotas observó a Arturo acercarse, y no dudo en mostrar sus mercancías:
—Mucho gusto, joven. ¿Vienes a intercambiar tus mascotas, comprar nuevas o en busca de algo más específico?
—Necesito algo que pueda generar alimentos para Anteojitos—Contestó el jorobado, señalando al ojo volador que flotaba a su lado.
—Oh, tengo justo lo que necesitas. Como la mayoría de las criaturas abismales, ese ojo volador se alimenta principalmente de almas, aunque también puedes alimentarlo con tu propia comida. Pero si quieres darle un trato especial y hacerlo sentir cómodo, tengo muchos objetos que pueden convertir tu dormitorio en un lugar más agradable para tu mascota —Respondió el comerciante con entusiasmo.
—Sí, eso es lo que busco. ¿También vendes dispensadores de alimentos para otros tipos de mascotas más humanoides, por ejemplo, un esclavo? —Preguntó Arturo, sin estar dispuesto a admitir que era para él.
El comerciante, aparentemente contento de tener un cliente interesado en varias cosas de su tienda, respondió con calma y entusiasmo: —¿Sería para alimentar a una persona de tu misma raza o a un esclavo de otra raza?
—Sí, sería para alguien de mi misma raza—Respondió Arturo.
El comerciante reflexionó por un momento antes de responder:
—Tengo algunas cosas que podrían servirte, pero como notarás, la mayoría de las mascotas que vendo en mi tienda son de tamaño reducido, por lo que necesitarías varios de estos dispositivos para alimentar a una persona. A no ser que estés dispuesto a alimentar a tu esclavo con alimentos no muy agradables.
Tras escuchar el problema, el sabio conejo intervino con sensatez:
—¿Por qué no visitamos al comerciante de esclavos y vemos si tiene algo, Arturo?, en caso de que no tenga nada, podemos investigar con los otros comerciantes y, cuando tengamos una visión general, compramos lo que necesitemos. Es probable que podamos resolver el problema, pero no sería inteligente gastar reliquias de más. Por ahora, compra las cosas que querías para Anteojitos, así no tendremos que preocuparnos por alimentar a otra boca más.
Arturo asintió y dijo: —Bueno, seguiré tu consejo, Pompón.
El jorobado se dirigió nuevamente hacia el comerciante y le pidió detalles adicionales sobre los objetos que tenía la intención de adquirir. La negociación y el proceso de compra de los bienes tomaron varias horas, pero la determinación de Arturo, impulsada por el deseo de darle un propósito a las reliquias que había recolectado con tanto esfuerzo, lo mantuvo enfocado y motivado a lo largo de todo el proceso.
Una vez que finalizó la compra de los artículos para Anteojitos, Arturo se aventuró por el mercado en busca de fuentes alternativas para adquirir alimentos. El proceso de búsqueda y selección de productos consumió casi todo el tiempo restante del día. Y tras completar esa odisea, Arturo se encontraba completamente agotado, incapaz de abordar la tarea de organizar los nuevos objetos en su dormitorio en este momento. Por lo tanto, una vez que completó sus compras, abandonó el mercado y se encaminó hacia el santuario en busca de un merecido descanso después de un día de trabajo agotador.