Sintiéndose aburrido debido a la reciente desaparición de los misteriosos pescadores, Arturo decidió regresar a la habitación de Copito, donde los minihumanos seguían celebrando apasionadamente con su mascota. Por su parte, Pompón observaba a Arturo con expectación, como si esperara recibir algunas palabras.
—¿Por qué no me acompañaste a la habitación de la comida?—Preguntó Arturo mientras acariciaba las orejitas del conejo con ternura.
—Por si acaso, esas personas parecían bastante malvadas. Era mejor leer entre líneas sus diálogos para ver si escondían malas intenciones—Respondió el conejo, mientras alegremente aceptaba las caricias.
—¿Leer? —Cuestionó Arturo.
—¡Escuchar! ¡Escuchar!—Corrigió Pompón con nerviosismo, buscando a toda costa evitar tener que mencionar la existencia del libro que describe la vida de Arturo —Tenía que escuchar atentamente las palabras de esos pescadores. Por su tono deprimente y malhumorado, diría que estaban lidiando con mucho estrés producto a los jóvenes que recientemente habían contratado. Parece que después de las contrataciones todos tienen mucho trabajo por delante guiando a los novatos en su nueva etapa como adultos.
—¿En serio te parecieron malhumorados? A mí me parecieron unos borrachos bastante alegres… —Murmuró Arturo haciendo memoria.
Pompón dio unos brincos y miró al niño con sus grandes ojos llenos de preocupación:
—¿Alegres?... No, Arturo… Los pescadores se la pasaron llorando mientras se quejaban del trabajo. ¿No te habrás inventado una historia alegre debido a tu habilidad?
—No, no creo, pero podría ser… —Reflexionó Arturo con más dudas de las que le gustaría tener—Los pescadores parecían muy entusiasmados con su gremio de pescadores, ¿acaso no lo dijeron?
—Entre los llantos y las quejas por tener que lidiar con los novatos, mencionaron eso… muy de pasada… casi de forma efímera —Respondió Pompón con preocupación—Bueno, de todas formas, no tienes que preocuparte. Siempre podemos expulsarlos a tiempo. Estos borrachos no están cargados con cientos de habilidades mágicas como ocurría con los estudiantes con los que acabamos de lidiar, por lo que serán más manejables, espero…
—¿Crees que sería una buena idea unirse a su gremio cuando salgamos?—Preguntó Arturo.
—Sí, únete al gremio que quieras, no hay motivos para asustarse… —Comentó Pompón, prestando poca importancia a los rumores que circulaban en estas épocas sobre los gremios.
—Me parece divertido tener un grupo de amigos con los cuales pueda hacer misiones y salir de aventura por los mares… —Dijo Arturo con ilusión. Afortunadamente, estos borrachos le parecían de bastante confianza, a pesar de que su apariencia no era la más amigable o atractiva—Por cierto, ¿qué más podemos hacer hoy? Ahora que lo pienso, tenemos un año entero por delante…
—¡Lo primero es lo primero! Organiza tu inventario. Después de las compras, las recompensas en las inspecciones y el intercambio de número de puesto, tu inventario volvió a ser un desastre. Para colmo, compramos un montón de objetos que no teníamos ni idea de para qué servían en realidad —Comentó Pompón con cierta prisa, algo inquieto por la rapidez con la que se llenaba de basura el inventario del niño.
—¿No podemos dejar esos objetos abandonados por un tiempo?—Preguntó Arturo, sintiéndose bastante incómodo con la idea de tener que ponerse a trabajar. A pesar de estar lleno de energía debido al sueño reconfortante en el santuario, aún le parecía una horrible idea empezar a trabajar al comienzo de sus largas vacaciones en espera para las siguientes contrataciones.
—Lo mejor es empezar con lo que no te gusta, así al final podrás divertirte todo el año restante con tus pasatiempos—Insistió el conejo, tratando de convencer a Arturo de la importancia de abordar el asunto lo antes posible.
—Si no queda otra opción… —Murmuró Arturo con amargura, mientras convocaba a regañadientes su inventario y retrocedía unos pasos ante la montaña de objetos que había reunido en los últimos días.
Inventario Colchón 2 Túnicas 3 Ofrendas 3 Cerdo 1 Poción, “Luna de Sangre” 1 Carta de Aventuras: Paraje tenebroso 1 Carta de Aventuras: Agua Termales 1 Poción Misteriosa 2 Monedas de Oro 1 Banda Sonora 1 Objetos y paquetes recientemente adquiridos a nombrar 44
—¡¿44 objetos que tenemos que renombrar?! —Se quejó el niño, claramente insatisfecho con la idea de comenzar así el largo año que tendría por delante.
—Dejar estos objetos guardados y perdidos en el olvido no nos da absolutamente nada, así que es mejor inspeccionarlos y sacarlos de este almacén. De todas formas, es tu decisión, pero no te olvides que tarde o temprano tendrás que ordenarlos y seguramente tendrás que lidiar con muchos más objetos si no tratas el problema a tiempo—Persuadió Pompón, mientras tiraba de la túnica de Arturo, empujándolo al espejo, como instando al niño a que tomará uno de los objetos del inventario.
—¿No puedes ordenar tú los objetos? Siempre andas controlando mi vida ¿Acaso no puedes controlar también las partes que no me gustan de mi vida? —Dijo Arturo con astucia.
—No, si hago eso, una malvada criatura podría colarse por la ventana... —Mintió descaradamente Pompón. No obstante, la mentira resultó bastante efectiva, ya que Arturo comenzó a mirar con desconfianza el alegre patio de la mansión que se veía desde la ventana.
—Bueno, lo haré yo, pero ¿por dónde empezamos?—Preguntó Arturo mientras se paralizaba, observando la gran cantidad de basura que había en su inventario.
—Comienza en orden, primero lo que obtuviste durante las inspecciones—Respondió Pompón, dándole ánimos al niño—Son solo 7 objetos. Cuando quieras darte cuenta, ya habrás logrado ordenar todo lo que te regaló esa extraña flor llamada flora.
Arturo tomó una profunda respiración, decidido a enfrentar el desafío que se le presentaba. Se acercó al inventario, examinando cuidadosamente cada objeto con curiosidad. Pompón, observando atentamente, se mantuvo en silencio, permitiendo que Arturo asumiera el control de la situación.
De los siete objetos obtenidos por Arturo durante las inspecciones, destacaban dos pergaminos destinados a desbloquear paisajes. El niño recordaba “aproximadamente” la función de estos pergaminos, así que con expectativas los extrajo de su inventario. Sin embargo, un gran problema surgió de inmediato, señalando la extensa y compleja tarea con la que Pompón tendría que lidiar antes de que Arturo lograra organizar todos los objetos sin nombrar.
—¡Esto está escrito en un idioma indescifrable! ¿Cómo se supone que realice el hechizo para revelar los secretos ocultos en este pergamino antiguo?—Dijo el niño mientras le daba vueltas al pergamino tratando de comprender sus jeroglíficos—Lo recordaba más sencillo, ¿alguna idea para sacarle provecho a este objeto?
—Si no me equivoco, tenías que tratar de leer el pergamino, y luego sumergirlo en el espejo. Si el pergamino era útil, este se sumergía y revelaba su secreto, en caso contrario se prendía fuego—Advirtió Pompón, distorsionando un poco los hechos para que Arturo no se pusiera a pensar demasiado en las discrepancias.
Siguiendo el consejo del conejo, Arturo trató de leer lo escrito en el pergamino, lo cual lógicamente resultó una tarea imposible. No obstante, aún se podía distinguir el significado de algunos de sus símbolos:
> "Yo, el comedor de queso y calzoncillos, invoco un botón de gran poder y ratoncidad.
>
> Calzoncillo, lograr quesito, quesito, lograr botón, poder del queso, queso del poder del calzoncillo.
>
> Oh, gran queso, oh gran ratón, oh gran botón, oh gran calzoncillo, no ignoren mis patitas, no ignoren mis bigotes, y no ignoren mis calzoncillos"
Después de pronunciar esas palabras con la mayor solemnidad que un niño podía lograr reunir, Arturo procedió a empujar el pergamino hacia el espejo. Este se hundió y desapareció de la vista de todas las mascotas que curioseaban en las actividades de su dueño.
Al notar que el pergamino había desaparecido y por tanto, funcionado, Pompón movió su patita, provocando que el paisaje visto por la ventana comenzarán a cambiar hasta llegar al paisaje recientemente desbloqueado.
Dicho paisaje se trataba de una cueva fría y oscura. Un manto de oscuridad impenetrable se cernía sobre cada rincón del paraje, envolviendo las estalactitas y estalagmitas que estaban colgadas como antiguas estatuas de un santuario olvidado. La humedad del lugar se colaba por la ventana, como un susurro gélido que acariciaba la piel, infundiendo en Arturo un escalofrío que parecía provenir de las mismas entrañas de la tierra.
El silencio reinante era sepulcral, solo roto por el tenue goteo de agua que caía con ritmo melancólico desde las estalactitas, formando charcos iridiscentes en el suelo rugoso de la gruta. Cada gota resonaba en el vacío, creando una sinfonía lúgubre que se fundía con el murmullo lejano de un arroyo subterráneo. Los ecos de esos sonidos reverberaban entre las paredes pétreas, confundiéndose en un coro solitario que resonaba en la vastedad del lugar.
A medida que la vista de Arturo se acostumbraba a la penumbra del paraje, las sombras tomaban formas caprichosas, dibujando ilusiones inquietantes en las paredes de piedra. Los contornos de figuras que parecían moverse sutilmente, susurrando los secretos de las profundidades al oído del intruso. Una sensación de presencia invisible se apoderaba de la cueva, como si las sombras tuvieran vida propia y observaran con ojos invisibles, pese a que realmente no había vida alguna en toda la cueva, lo cual dejaba en Arturo cierta sensación de paranoia.
Las paredes de la gruta estaban adornadas con marcas y símbolos que destellaban débilmente en respuesta a la luz tenue que penetraba tímidamente desde el dormitorio de Arturo. Cada símbolo parecía contar una historia olvidada, un lamento antiguo que resonaba en la soledad de la gruta, parecían narrar las proezas y fracasos de una antigua civilización de criaturas que se asemejaban a ratones, no obstante era imposible tener certeza acerca de cuál era el verdadero significado de estos dibujos. Pese a ello, Arturo podía percibir la sensación de que estas marcas ocultaban secretos milenarios, como si la cueva misma fuera la guardiana de conocimientos enterrados por el paso del tiempo.
A lo lejos, un resplandor débil iluminaba una abertura en la roca, revelando un rincón donde estalactitas colgaban como cortinas de cristal. El resplandor era tenue, pero acogedor, como la última luz de la esperanza que luchaba por no extinguirse en la oscuridad. Arturo lo observó cauteloso, y descubrió un pequeño lago subterráneo que reflejaba la tenue luz de la luna en su superficie quieta. Ver a la luna reflejada en el lago llamó la atención de Arturo, quien no comprendió por qué este paisaje simulaba la noche, cuando el resto de sus ventanas indicaban que claramente era de día.
El agua, tranquila y negra como la noche, parecía ocultar secretos indescifrables en sus profundidades. Los sonidos de la cueva parecían adquirir una resonancia diferente allí, como si el lago fuera el corazón latente de la gruta, latiendo en sintonía con los misterios que la envolvían.
En una de las esquinas, una formación rocosa llamativa se destacaba entre las sombras. Una estalactita singular, retorcida y contorsionada como si fuera un testigo mudo de la eternidad. Su presencia imponía una sensación de veneración, como si fuera un monumento en honor a la soledad y la melancolía que permeaban la gruta, una serie de velas y ofrendas estaban colocadas alrededor del charco de agua que formaban las gotas cristalinas que caían de esta estalactita, como si la misma fuera una deidad olvidada por el paso del tiempo.
Arturo, a pesar de sentir la tensión del lugar, no pudo evitar sentirse atraído por la belleza lúgubre de este rincón olvidado. La cueva, con su oscuridad y misterio, se revelaba como un testamento de la historia enterrada en sus entrañas. Cada rincón contaba una historia silenciosa, y la soledad, en lugar de ser abrumadora, se convertía en un eco melancólico que resonaba en el alma del niño aventurero.
Sintiendo la llamada de la aventura, Arturo intentó alcanzar la ventana, pero Pompón lo detuvo con un fuerte grito:
—¿Qué diablos estás haciendo? ¿Acaso no pensarás salir por la ventana? ¡Creí que tenías bien claro que está prohibido explorar esos lugares!
Los gritos de Pompón vinieron acompañados de una serie de brincos y movimientos erráticos, denotando lo preocupado que se encontraba.
—¿Por qué no debería salir a explorar ese sitio misterioso?— Preguntó el niño.
—Porque ahora eres un mago, Arturo. Los magos no pueden ir a un mundo donde no son bienvenidos, o sino los dioses de ese mundo podrían atacarlos —Gritó Pompón con enojo, mientras rápidamente agitaba la patita para cambiar el paisaje que se podía ver por la ventana.
—¿Estás seguro? Tengo el vago recuerdo de haberme colado por una ventana antes. No pienso que sea tan dramático como dices... —Se quejó Arturo. No obstante, el niño no recordaba tener el poder de cambiar los paisajes a voluntad, por lo que solo podía ver con resignación cómo la llamativa gruta desaparecía ante sus ojos.
—Sí, Arturo, no tengo dudas. Jamás te metas por una ventana, y mucho menos te acerques a una puerta. Los magos no hacen eso, los magos le tienen miedo a esas cosas, y ese miedo está bien fundamentado. Solo mira el paisaje y disfruta de la vista, pero no te metas en ese mundo—Regañó el conejo con cierto enojo. En definitiva, el conejo recordaba que Arturo parecía comprender este concepto bastante bien, no obstante, en un chispazo de estupidez, parecía haberse olvidado de ese detalle para nada despreciable.
—¿No hay forma de explorar esa gruta?—Preguntó Arturo con lástima; era horrible ver un lugar interesante y no poder dar unos pocos pasos para explorarlo.
—No, no puedes, a menos que consigas las palabras mágicas para entrar, y para eso necesitas una tarjeta de aventuras. Ya tenemos algunas, así que concéntrate en seguir ordenando los objetos. En el largo año que tenemos por delante, de seguro iremos a visitar sitios tan interesantes como esa gruta—Respondió el conejo, seduciendo al niño con dejar el “llamado a la aventura” apartado en el olvido.
El niño miró con añoranza por la ventana, pensando en qué tan vasto era realmente el mundo y qué tan pequeño era su cuarto. No obstante, ahora era un mago, y así como las penas de las calles de la ciudad de Alubia habían quedado en el olvido, también había quedado en el pasado la libertad que la vida callejera le otorgaba: ¡Como “mago”, debía seguir las reglas de los magos!
Mientras reflexionaba sobre el asunto, Arturo abrió el siguiente pergamino y trató de leer su contenido, aunque la tarea resultó igual de imposible que en la ocasión anterior:
> "Ojos, ojos y más ojos. Oh, sí, sí, sí. Son ojos, ojos que vieron lo que no debían ver, ojos que alguna vez fueron como los míos, ojos que alguna vez fueron míos. No tengo dudas, dudas tengo, muchas dudas. Muchas dudas, sí, sí, sí, dudas, muchas dudas. ¿Esos ojos eran míos o tuyos? ¿Me robaste los ojos? ¿Me arrebataste mis preciados ojos? ¡Dame esos ojos! ¡Devuélveme mis ojos! ¡Son mis ojos! No tengo dudas, ¡Son ojos! ¡Son míos! ¡Mis ojos! ¡Ojos, ojos, ojos!"
Después de otorgarle algún tipo de significado al incomprensible pergamino, Arturo introdujo el objeto en el espejo, permitiendo que este se desvaneciera en el aire.
Pompón observó a Arturo con preocupación, pero al notar el destello de curiosidad en los ojos del niño, entendió que lo mejor sería mostrarle el nuevo paisaje desbloqueado y luego esforzarse por persuadirlo de no visitarlo. Con un movimiento de su patita, el conejo reveló cuál era el nuevo paisaje que podía contemplarse a través de la ventana.
¡Lo que se manifestó dejó perplejos a todos los presentes!
Inmediatamente, el sol de la mañana, fue reemplazado por la oscuridad de la noche, la cual se extendía sobre un páramo como un manto de sombras indescifrables. Desde la ventana, la vista se tropezaba con un paisaje desolado, y en el centro de este abandono se erguía un árbol solitario, una presencia imponente y perturbadora en medio de la desolación.
El árbol se alzaba como un pilar en medio del páramo. Su corteza, en lugar de ser la piel vibrante de la naturaleza, estaba cubierta de hongos viscosos que parecía devorar la vitalidad del árbol. No había una sola hoja en las ramas del árbol, y en su lugar las telarañas se extendían entre sus ramas.
Las ramas, a pesar de su apariencia enferma y alargada, eran lo suficientemente robustas como para sostener unas cuerdas que se movían con el viento en una danza siniestra. Al final de estas cuerdas, se encontraban nudos de horca, grotescos y ominosos, como un recordatorio tétrico de la historia perturbadora que rodeaba el inquietante paraje.
Suspendidos en algunas de las cuerdas, se balanceaban muñecos de trapo como macabros trofeos. Su apariencia era más humana de lo necesario, como si fueran grotescas imitaciones de la humanidad, cada uno con una expresión facial deformada y retorcida en una mueca perpetua de agonía.
Lo más llamativo y a la vez inquietante del paisaje nocturno era la luna. Una luna gigantesca y rojiza, como si estuviera empapada en la sangre derramada de algún antiguo sacrificio. La luna dominaba el firmamento nocturno con su presencia poderosa, proyectando una luz rojiza que iluminaba el escenario grotesco que se observaba desde la ventana.
Cada sombra se intensificó bajo la luz lunar, creando una maraña de horrores. El árbol enfermo, las horcas, los muñecos de trapo oscilando en la brisa nocturna, todo bajo la mirada inquisitiva de la luna roja. El viento, un susurro melancólico que se filtraba por la ventana abierta, llevaba consigo ecos de una tragedia pasada, una narrativa de desesperanza y desolación que saturaba este mundo.
Tras mirar con atención, Arturo se sorprendió al descubrir que el páramo, aparentemente silencioso, en realidad estaba llenó de pasos lentos y acompasados. Las entidades que se movían por el páramo surgían de la nada, como espectros sin forma, una procesión interminable de criaturas envueltas en túnicas andrajosas. Sus bastones golpeaban la tierra con un ritmo monótono, marcando una marcha sin fin hacia la nada misma. Estas figuras parecían estar ciegas, sus ojos ocultos tras las vendas que portaban, perdidos en la oscuridad de la noche o quizás consumidos por una oscura maldición. Aun así, sus cabezas se movían erráticamente, como si intentaran ver más allá de lo que escondía su ceguera.
Todas las criaturas sostenían su bastón, un apoyo necesario para su avance incesante por el páramo. El sonido de estos bastones chocando contra el suelo se fundía con el susurro del viento, creando una cadencia ominosa que resonaba en la vastedad desolada. Sus pasos, lentos y deliberados, dejaban una huella sonora que resonaba como un eco de condena.
Las criaturas caminaban sin rumbo fijo, como almas perdidas en un laberinto de tinieblas. Su marcha parecía infinita, como si estuvieran atrapadas en un ciclo eterno, condenadas a repetir el mismo camino una y otra vez. No había expresión en sus rostros cubiertos; solo la determinación imperturbable de seguir adelante, guiadas por una fuerza invisible hacia un destino desconocido.
A medida que avanzaban, sus túnicas andrajosas se movían con gracia macabra, como sombras danzantes que añadían una capa más de misterio a su apariencia fantasmagórica. Las telas desgarradas ondeaban en el viento, como si fueran extensiones de su propia esencia, atrapadas en un perpetuo vaivén que se sumaba a la extraña belleza repulsiva del paisaje.
Cada tanto, una de estas figuras detenía su marcha y levantaba su bastón en un gesto ceremonial. Al hacerlo, las demás criaturas se arremolinaban a su alrededor, formando un círculo de sombras que susurraban entre sí en un idioma olvidado. Era como si estuvieran buscando un respiro en su interminable peregrinación, un breve descanso en la coreografía interminable de su danza eterna. Este espectáculo macabro continuaba bajo la mirada implacable de la luna roja que dominaba el firmamento.
—Ves, Arturo, por eso no debes colarte por las ventanas, ni siquiera los sabios dioses conocen la naturaleza de esas bestias que deambulan sin rumbo —Comentó Pompón, intentando infundir un toque de temor en el niño para evitar que realice alguna tontería cuando él no esté prestando atención—Pero solo con ver su apariencia, se puede decir que son criaturas malvadas, de esas que se alimentan de niños y colocan sus restos en muñecos para que cuelguen por la eternidad.
—¿Por qué está la luna roja en el cielo? —Preguntó Arturo; un poco asustado con la idea de que los muñecos que colgaban en el árbol a la distancia estuvieran llenos de cadáveres.
—Supongo que este pergamino solo se podía obtener cuando la luna roja está en lo alto del cielo, y como eso fue lo que ocurrió, logramos obtener un tesoro oculto —Respondió Pompón, señalando a Anteojitos, quien se había acercado con alegría para observar el paisaje y la luna en el cielo—Mira, a una de tus mascotas le gusta el paisaje. Parece que has obtenido un gran tesoro esta vez.
Feliz de ver a Anteojitos interesado en su nueva adquisición, Arturo indicó a Pompón que realizará su “truco mágico” y colocará este paisaje en la habitación de Anteojitos. Acto seguido, el conejo cumplió con la orden y le indicó a Arturo que sacara el siguiente objeto de su inventario, el cual supuestamente era un mueble aleatorio.
Arturo extrajo un pequeño cubo de piedra de su inventario con la intención de acomodarlo. No obstante, por más que el joven lo girara, tocara e inspeccionara, no lograba descifrar cuál era el propósito de este peculiar objeto.
Cuando Pompón regresó de la habitación de Anteojitos, observó al niño luchando con el cubo de piedra, buscándole un significado inexistente a su extraña forma. No pudo evitar comentar:
—Debes dejarlo en el suelo en algún lugar que te guste y que tenga espacio.
Un destello de comprensión atravesó la mente de Arturo, recordando la forma correcta de utilizar estos objetos. Con apuro, buscó un buen sitio en la habitación del espejo, pero esta había sido reclamada por los minihumanos hace mucho tiempo.
El niño decidió dirigirse hacia la habitación del santuario, donde almacenaba su comida. Encontró que aún había mucho espacio disponible y se le ocurrió que sería adecuado dejar el cubo de piedra en el suelo, en uno de los espacios que se creaba entre los sitios de oración, para ser exactos en la pared opuesta a la biblioteca llena de libros comestibles.
Después de colocar el objeto en el suelo, Arturo retrocedió unos pasos siguiendo su instinto, quedándo en espera de algún acontecimiento. Mientras tanto, Pompón observaba todo el proceso, atento a la posibilidad de movilizar a las mascotas para evitar que la ingenuidad de Arturo lo condenara a alguna situación indeseada.
Fue entonces cuando el silencio expectante que se había apoderado de la habitación se rompió de repente. El cubo de piedra comenzó a girar rápidamente hacia la pared más cercana hasta chocar contra las gruesas rocas que conformaban la pared, rompiéndose por la mitad en el proceso. Los restos del cubo de piedra comenzaron a hundirse en el suelo, desapareciendo de la vista de Arturo, dejando nada más que un rasguño en la pared como rastro de que lo que había ocurrido había sido algo más que una simple ilusión.
—¡¿Y mi mueble? ¡¿Dónde está mi mueble?! Nos estafaron, esa flor nos... —Se quejó el niño, pero sus palabras se vieron bruscamente interrumpidas cuando notó como el rasguño dejado en la pared comenzaba a expandirse y contraerse, distorsionarse y achicarse. Parecía que una transformación importante estaba por ocurrir.
Ante la atenta mirada del niño, la pared de su hogar comenzó a abultarse como si algo estuviera por emerger de su interior. No obstante, nada parecía salir de la misma, era más bien como si las rocas de la pared estuvieran cambiando de forma, fusionándose con lo que intentaba colarse en su cuarto, pero impidiendo que lo lograra.
Tras unos pocos minutos, el misterioso bulto que cambiaba constantemente de forma comenzó a tomar una apariencia concreta: era un rostro hecho de piedra, gigantesco, del tamaño de un adulto. El rostro le pertenecía a un anciano, con una larga barba y muchas arrugas y lunares dispersos por su rostro de piedra. Sus ojos estaban cerrados, y su boca era gigantesca, casi del tamaño de Arturo. Cuando el rostro finalmente terminó de emerger, permaneció inmóvil, fusionado con la pared. El anciano aún no abría los ojos; sin embargo, los alrededores del rostro comenzaron a cambiar. Una serie de símbolos rúnicos, pintados con sangre, comenzaron a rodear el rostro, creando un arco alrededor del anciano remarcando su importancia. Acto seguido, las paredes circundantes al rostro comenzaron a envejecer, una fina capa de musgo y tierra se filtró por los bordes de los gruesos trozos de piedra que conformaban la habitación, dando cierto aire de misticismo a este extraño rostro, como si hubiera estado durante milenios durmiendo en las paredes del hogar de Arturo.
Intrigado por el fenómeno mágico que había ocurrido en su habitación, Arturo se acercó cautelosamente al rostro gigante tallado en la piedra. El anciano, que yacía inmóvil hasta ese momento, comenzó a abrir lentamente sus ojos, revelando dos rubíes que brillaban como la sangre, mientras una voz retumbaba por la habitación, resonando con ecos de tiempos lejanos:
—Bienvenido, joven mago, a mi morada ancestral—Dijo el anciano con una voz profunda y melódica que parecía transportar a Arturo a épocas antiguas.
Arturo, asombrado y emocionado por la inesperada aparición, le preguntó al anciano sobre la naturaleza de su ser. Con una sonrisa en el rostro de piedra, el anciano se presentó con humildad:
—Mi nombre es Grandor y soy una puerta mágica, forjada en épocas olvidadas. Mi existencia se entrelaza con el tejido del tiempo y del espacio. Aquellos que me encuentran pueden descubrir destinos inexplorados y secretos ocultos.
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Al escuchar esto, Pompón, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Inquieto por la seguridad de Arturo, trató de alejar al niño de la presencia del anciano.
—¡Arturo, no te acerques demasiado! Las puertas son impredecibles y peligrosas. No sabemos a dónde podría llevarte —Advirtió Pompón con una mezcla de temor y cautela.
A pesar de las advertencias de Pompón, la curiosidad de Arturo no pudo ser contenida. Con una mezcla de nerviosismo y emoción, el niño preguntó al anciano hacia dónde dirigía su puerta mágica. El anciano, con su mirada sabía, respondió enigmáticamente:
—Esa información, joven mago, es un secreto guardado por los hilos del destino. Solo aquellos afortunados que han firmado un contrato mágico pueden desvelar los caminos que mi puerta ofrece. La primera condición es que seas un adulto de verdad, una hazaña que hasta ahora no has logrado alcanzar.
La habitación estaba cargada de un aire misterioso, mientras Arturo sopesaba la tentación de descubrir los secretos que la puerta mágica podría revelar, no obstante le era imposible adelantar el tiempo para firmar un contrato antes de tiempo y por desgracia la espera prometía ser larga y pesada.
—Grandor, ¿puedes describir al menos un detalle de a dónde lleva tu puerta mágica? —Insistió Arturo con una mezcla de ansias y respeto.
El anciano repitió sus condiciones con solemnidad:
—El destino que yace al otro lado de mi puerta es un misterio bien guardado. Solo aquellos que han firmado un contrato mágico pueden desvelar el secreto.
—Grandor, ¿no hay alguna manera de que pueda ver más allá sin firmar ese contrato? —Preguntó Arturo, con la esperanza de encontrar una brecha en la rigidez de la puerta mágica.
—Joven mago, la única llave que abre mi puerta es la firma de un contrato mágico. Hasta que no pongas tu firma en algún contrato, no eres un adulto y este umbral permanecerá cerrado para ti.
Ante esta respuesta, Arturo se sintió desafiado. Con determinación en sus ojos, miró a Grandor y expresó su deseo de aventura y descubrimiento. Pero a pesar de sus súplicas, la puerta mágica no cedía. La única opción que tenía Arturo para explorar el misterioso destino que se ocultaba tras la puerta era aceptar el desafío y tener la paciencia suficiente para esperar que el tiempo le otorgue una oportunidad para firmar un contrato mágico.
Pompón observó la situación con creciente preocupación. En primer lugar, Arturo estaba tratando con demasiada ligereza a la puerta mágica, un ser antiguo que parecía no estar respondiendo de la manera que el niño esperaba. En segundo lugar, había algo inquietante en las respuestas de Arturo. La puerta permanecía en silencio desde que descubrió que el niño no había firmado ningún contrato, lo que dejaba a Pompón sin entender exactamente qué historias se estaba inventando su protegido para seguir manteniendo una conversación con el silencioso anciano. La incertidumbre lo alteraba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Pompón intentó intervenir, recordando a Arturo la importancia de no confiar en las puertas. No obstante, el niño, impulsado por su deseo insaciable de lo desconocido, continuó enfrentando el desafío con una determinación que preocupaba al conejo. La puerta, conocida ahora como “Grandor”, parecía ignorar por completo a Arturo, independientemente de cuánto discutiera o suplicara.
A medida que pasaba el tiempo, Pompón observaba desde la distancia, constatando que nada extraordinario ocurría y que Arturo no tenía forma de abrir la misteriosa puerta. Resignado, dejó que el niño se perdiera en sus delirios hasta que eventualmente se aburriera de su infructuosa interacción con la puerta.
Horas después, cuando Arturo finalmente dejó de hablar solo frente a la puerta, Pompón ya se había ido, y las mascotas, que habían perdido la paciencia mucho antes, volvieron a sus juegos y aventuras, ignorando completamente las idas y venidas de su poco cuerdo dueño.
Frustrado por su incapacidad para abrir la puerta mágica, Arturo se dirigió nuevamente a su inventario. Su curiosidad persistente lo impulsaba a examinar los objetos que habían ganado, ansioso por descubrir si poseían la misma misteriosa naturaleza que la gran puerta que había aparecido en su hogar.
Después de regresar a su inventario, Arturo tomó dos objetos que resultaron ser los regalos misteriosos dados por Flora. Sin recordar exactamente cómo adquirió estos obsequios, expresó su desconcierto a Pompón, jugueteando con ellos en sus manos con una mezcla de incomodidad y curiosidad.
—¿Flora nos premió con dos regalos? ¿Por qué no me advertiste al respecto? —Cuestionó Arturo mientras examinaba los misteriosos presentes.
—Si ni siquiera tú los recuerdas, ¿por qué debería hacerlo yo? Pensé que solo querías vender tres regalos y dejar dos para abrir más tarde. No sabía qué habías pasado por alto estos regalos —Respondió Pompón con desaprobación— De todas formas, puedes dejarlos en tu inventario e intercambiarlos dentro de un año. No cambia nada, ahora mismo las reliquias tienen poca utilidad.
Arturo, sin embargo, propuso otra idea: —O podríamos abrirlos, ¿no crees?
—Haz lo que quieras, es tu decisión. Si crees que vale la pena quemar dos reliquias abriendo estos regalos, entonces sería una buena idea hacerlo —Respondió Pompón como indicando que era una mala idea hacer eso, aunque en secreto su curiosidad superaba a la de Arturo en cuanto a descubrir lo que escondían estos regalos.
Dejándose llevar por la curiosidad del momento, Arturo abrió uno de los regalos misteriosos. Tras lo cual, una explosión de confeti y serpentinas coloridas llenó la habitación, y se reveló que en su interior había un peluche en forma de conejo, una creación peculiar compuesta por parches y botones como ojos, con una cola esponjosa de algodón. Aunque el peluche tenía un aspecto un tanto horripilante y parecía ser de segunda mano, Arturo lo recibió con entusiasmo y alegría, considerándolo especial.
—Mira, Pompón, es fantástico. ¡Ahora tengo dos peluches! —Exclamó Arturo emocionado, sosteniendo el nuevo peluche en sus manos.
—Fantástico, ¿eh? Pero, el peluche no sirve para nada…—Criticó Pompón con cierta frustración, notando la diferencia entre sus expectativas y las de Arturo —Estoy seguro de que con reliquias podías comprarte un peluche mejor.
—¡Este es especial!—Insistió Arturo emocionado, llevando el nuevo peluche a la esquina olvidada donde yacía el peluche del panda— ¿Crees que los vendedores del mercado nos darían un peluche tan único? Claro que no. Nos darían uno nuevo, y de seguro, igual al que buscan todos los demás estudiantes. No obstante, este peluche es mío y de nadie más.
—Dudo que tus compañeros se peleen por peluches, y los que lo hacen, es porque le sobran las reliquias…—Pompón, sin comprender del todo los sentimientos de Arturo hacia el regalo, murmuró en desacuerdo, encontrando el obsequio completamente irrelevante y decepcionante.
—Son magos frustrados por la vida. No te guíes por ellos, Pompón. Mientras ellos queman su vida buscando hechizos mágicos, nosotros disfrutamos como reyes la vida de los magos. ¿No recuerdas lo costosos que eran los peluches en Alubia? —Recordó Arturo con nostalgia—Aún recuerdo cuando esa sacerdotisa gorda y peluda nos regaló el osito peludo. Fue uno de los días más felices de mi vida. Ese osito es una de las pocas cosas que pudimos traer a la academia. Así que este nuevo peluche simboliza el antes y el después. Antes rogábamos por algún juguete de esos ricachones, y ahora nos los regalan. ¿Ves cómo han cambiado las cosas desde que somos magos, Pompón?
—Sí... han cambiado mucho —Respondió Pompón toscamente.
Arturo jugó un rato con los peluches, debatiéndose sobre dónde colocarlos en la habitación. Finalmente, decidió ubicar los peluches en la entrada del castillo de los minihumanos, como guardianes de los secretos que se escondían en su interior.
—¿Crees que en el segundo regalo también nos deparará otro peluche? —Preguntó Arturo con entusiasmo mientras agitaba la caja misteriosa, ansioso por sentir el peso de su contenido. Sin embargo, el peso del regalo no tenía ninguna importancia, ya que su contenido parecía cambiar aleatoriamente en el último momento.
—Esperemos que sea un objeto más interesante… —Respondió Pompón con cierto dejo de amargura, pensando en las infinitas posibilidades y en las cosas fascinantes que podrían adquirirse con una reliquia.
Ante la expectativa del segundo regalo, Arturo continuó agitando la caja con la esperanza de que algo emocionante emergiera de su interior. Los dos esperaban con una mezcla de curiosidad y ansias, con la incertidumbre de lo que les depararía este nuevo misterio.
Finalmente, Arturo decidió abrir la caja, creando otra explosión de confeti, revelando un objeto completamente diferente al primer regalo. Para su sorpresa, encontró un pequeño frasco de cristal sellado con un tapón de corcho, en su interior se vislumbraba un líquido resplandeciente con destellos plateados. El poco elegante frasco tenía una etiqueta sobre la cual se escribía con letra bastante desprolija:
> “Risas Infinitas”
—¿Qué es esto? —Preguntó Arturo, sosteniendo el frasco con cuidado.
Pompón, intrigado, se acercó para observar de cerca el contenido del frasco. Sus ojos de conejo se estrecharon al examinar la misteriosa sustancia.
—No tengo idea, Arturo. Tal vez sea alguna especie de elixir o una poción mágica. Deberíamos tener cuidado, podría ser peligroso…—Advirtió Pompón, mostrando una cautela que contrastaba con la emoción de Arturo.
—¡Oh, no seas tan aburrido, Pompón! ¿Qué podría salir mal? Es un regalo, ¿verdad?, además el nombre de la poción es bastante alegre —Respondió Arturo, emocionado por la perspectiva de descubrir el propósito del líquido brillante.
Decidieron dejar el frasco sobre una superficie plana para observarlo con atención. A medida que pasaban los minutos, notaron que el líquido parecía adoptar diferentes tonalidades y emitía un suave resplandor. Arturo no pudo resistir la tentación y levantó el frasco para observar más de cerca.
—¡Es hermoso! Nunca he visto algo así —Exclamó Arturo, hipnotizado por la danza de luces en el interior del frasco.
Aunque reticente al principio, Pompón no pudo evitar sentirse intrigado por la extraña belleza de la sustancia. Sin embargo, su instinto protector lo llevó a recordarle a Arturo que debían ser precavidos.
—Sí, habías visto algo así en el pasado, Arturo. Tienes varias pociones misteriosas almacenadas en tu inventario. Recuerda, la magia puede ser impredecible. No sabemos qué es esto ni cómo podría afectarnos. Tal vez deberíamos consultar a algún “mago” experimentado antes de hacer algo más con esto —Sugirió Pompón, tratando de mantener un equilibrio entre la curiosidad y la cautela.
Arturo, sin embargo, estaba demasiado absorto en la fascinante luz del frasco como para prestar mucha atención a las advertencias de Pompón.
—No te preocupes, Pompón. Seguro que es algo genial. Tal vez sea un hechizo que nos lleve a un lugar asombroso o nos dé algún poder mágico increíble —Imaginó Arturo con ojos brillantes. Sin embargo, cuando intentó abrir la poción por su cuenta, esta comenzó a levitar por el aire y se metió en el inventario.
—¡Anteojitos, ¿por qué hiciste eso?! —Regañó el niño. No obstante, el ojo volador no respondió y con indiferencia volvió a su cuarto de juegos.
—Porque es una tontería abrir pociones sin saber lo que hacen. ¿Recuerdas cuando abriste una poción que creó un agujero hacia la nada misma en nuestro hogar? —Chilló Pompón mientras saltaba histéricamente.
—Pero la poción se llama “risas infinitas”, ¿acaso crees que alguien pondría ese nombre a un veneno mortal? —Refutó Arturo.
—No lo sé, y no quiero averiguarlo. Tenemos muchas pociones que no sabemos qué hacen. Cuando termines de ordenar tu inventario, podrías buscar alguna forma de revelar esos secretos —Persuadió Pompón, apuntando con su patita al inventario, insistiendo al niño a continuar ordenando—Solo faltan ordenar dos objetos, con eso terminaremos con todos los objetos que ganaste durante las inspecciones.
—También gané un título honorífico —Recordó Arturo con expectación.
—Primero termina con tu inventario… —Murmuró silenciosamente Pompón, bastante preocupado de que volver a ver los trofeos que había ganado provocara que Arturo perdiera la cabeza nuevamente. No obstante, sabía que tarde o temprano habría que volver a exponer al niño a los trofeos que había juntado.
Arturo se acercó al espejo y retiró una moneda de oro de su inventario. Según la escueta descripción de Flora, esta moneda de oro debía ser una gran ofrenda, por lo que su valor en términos de reliquias era incalculable. Teniendo tal estatus, Arturo se tomó unos minutos observando la delicada moneda de oro. No era tan brillante ni hermosa; de hecho, parecía haber sido acuñada de forma bastante poco profesional, con bordes desprolijos y un espesor variable a lo largo de su diámetro. La inscripción más llamativa en la moneda era la imagen de una paloma. El dibujo no era para nada exquisito y parecía más un trazo infantil que un trabajo delicado y laborioso. Por último, debajo de la paloma había un mensaje intrigante que decía lo siguiente:
> “Paz, prosperidad y guerra”
—Primero la paz, luego la prosperidad y por último, ¿la guerra?… —Cuestionó Arturo, sin captar el mensaje en la moneda.
—En tiempos de guerra buscarás la paz, en tiempo de paz buscarás la prosperidad y en tiempo de prosperidad buscarás la guerra —Respondió Pompón con sabiduría
—Así que ahora el mundo de los magos está en tiempos de paz… —Respondió Arturo, mirando con atención la paloma en la moneda—Y el sueño de los magos es encontrar nuevamente la prosperidad que tuvieron antes de la guerra.
—La paloma inscripta podría interpretarse de esa forma… —Comentó Pompón, bastante sorprendido; podría ser que la moneda fuera un objeto mágico y realmente indicara los tiempos de toda su civilización—¿A qué dios le dedicarás la gran ofrenda? Espero que no sea al Rey Negro, ese viejo avaro es un embustero.
—¡A Copito! —Respondió Arturo sin dudar.
—¡Qué!… qué agradable sorpresa… ven, Copito, recibe la moneda —Respondió Pompón mientras se masajeaba la frente y miraba cómo la bola peluda saltaba alegremente hacia la mano de Arturo, donde sostenía la moneda. Tras lo cual, Copito inspeccionó la moneda con bastante cuidado y, luego de unos segundos, se dio la vuelta bruscamente, como rechazando la ofrenda.
—Al parecer, a Copito no le gustó tu ofrenda —Dijo Pompón con apuro— ¿Qué tal si la ofreces al dios de las profundidades? Los cinco dioses principales son un misterio para nosotros, y una gran ofrenda podría significar muy poco para ellos, por lo que es mejor no arriesgarse a tirar esta moneda a la basura.
—Pero ¿por qué a Copito no le gustó mi ofrenda? —Preguntó Arturo, completamente desilusionado con la actitud de la bola de pelo.
—Porque Copito aún es un ser mortal. Al parecer, no le sirven las ofrendas como sí les son útiles a los otros dioses —Inventó el conejo, mientras saltaba alegremente hacia la entrada de la habitación donde estaban las estatuas de los dioses olvidados por el tiempo— Vamos, Arturo, estoy seguro de que el dios de las profundidades nos dará grandes recompensas por esta moneda. Además, si no quieres comer todos los días los huevos del gusano gigante, dependerás de la fuente para obtener pescados, y cuanta más variedad, mejor. Tenemos un duro año por delante.
Seducido por la idea del conejo, Arturo se encaminó hacia la habitación de las estatuas y se dispuso a colocar la moneda de oro en uno de los huecos alrededor de la estatua del dios de las profundidades. Sin embargo, antes de poder hacerlo, fue interrumpido por el Capitán Marinoso:
—¡Espera, joven grumete, esa moneda no es una simple ofrenda, es un objeto de invocación!
Arturo se detuvo en el acto y miró al curioso ser conformado por moluscos que vivía en la esquina de la habitación. Notando que tenía la atención del niño, el Capitán agregó:
—Realmente es sorprendente que hayas encontrado una de estas monedas. Al parecer, tus viajes a través de las eras produjeron que encontrarás un valioso tesoro.
—¿Cómo se supone que use esta moneda?, supuestamente me da una gran ofrenda —Comentó Arturo, presentándole la moneda al ocultista.
—Oh, joven grumete, estás en lo correcto. Entre las muchas posibilidades, esta moneda te dará una gran ofrenda. No obstante, no debes ofrecer la moneda propiamente dicha, sino que debes invocar a una criatura que te dará la ofrenda en cuestión para el dios que selecciones —Explicó el Capitán Marinoso, detallando el procedimiento, mientras miraba la moneda con cierta codicia.
—¿Cómo se supone que esta cosa invoque algo? —Cuestionó Arturo, mientras inspeccionaba la moneda y la tocaba, esperando que algo extraño ocurriera.
—Me parece que debes dejar la moneda en el suelo, como ocurrió con la puerta que está allí —Explicó el curador, señalando con su patita al rostro gigante que permanecía con los ojos cerrados, indiferente a lo que ocurría a su alrededor.
Arturo siguió el consejo del conejo y dejó la moneda en el suelo. Luego, retrocedió, esperando que algo mágico ocurriera. Después de unos minutos en silencio, las criaturas presentes en la habitación se sorprendieron al ver cómo un arcoíris etéreo salía del techo de la habitación.
El arcoíris, en su danza multicolor, rodeó la moneda en el suelo. Un suave resplandor comenzó a emerger de la moneda, extendiéndose lentamente hasta que la habitación quedó iluminada por una luz tenue y reluciente. Arturo, expectante, observaba cómo la magia se desenvolvía a su alrededor.
De repente, el aire vibró con una extraña energía, y una especie de portal dimensional se abrió sobre la moneda. De ese portal emergió una figura indescriptible, una masa gelatinosa de carne ondulante llena de ojos de diferentes tamaños y colores. La criatura flotante tenía un aspecto grotesco y surrealista, pero a la vez fascinante. Sus ojos parpadeaban en una secuencia hipnótica, y emitía un susurro constante de voces en una lengua desconocida.
Arturo, asombrado y cautivado por la presencia de esta extraña entidad, se aproximó con cautela. Pompón, desde la distancia, observaba con mezcla de intriga y preocupación. La masa de carne flotante se movía hacia la moneda con una especie de intención propia.
El ser flotante, con una ligereza que desafiaba la gravedad, envolvió la moneda con parte de su masa y la elevó en el aire. Los ojos de la criatura parpadearon en una secuencia rápida, y un destello de luz se desprendió de ellos, iluminando la habitación con destellos de colores. En ese momento, Arturo experimentó una conexión telepática con la criatura. No eran palabras, sino impresiones, emociones y pensamientos que se transmitían directamente a su mente.
—Arturo, el restaurador de estatuas, has convocado a Tirante, el guardián del templo de Lysor , «El padre» ¿Cuál es tu deseo, oh intrépido estudiante?—Resonó en la mente de Arturo con una voz que era una amalgama de susurros etéreos.
El niño, sorprendido por la telepatía, titubeó antes de responder. La presencia de Tirante, aunque inusual en su forma, no parecía amenazadora. Finalmente, reunió su valentía y formuló su deseo:
—Tirante, guardián del templo de Lysor, deseo obtener una gran ofrenda que satisfaga los deseos del dios de las profundidades.
La masa de carne flotante vibró con una especie de risa melódica y respondió:
—Como desees, Arturo. Tus deseos serán satisfechos.
Arturo, sin retroceder, asintió con determinación. Tirante sumergió la moneda en su masa carnosa y, en un destello de luz, desapareció de la habitación. La conexión telepática se desvaneció, dejando a Arturo con una sensación de aturdimiento y dolor de cabeza.
Pompón se acercó al niño, con una expresión que se debatía entre la curiosidad y la preocupación.
—¿Estás bien, Arturo? Parecería que esa criatura era importante y poderosa.
Arturo, con la mirada fija en el lugar donde Tirante desapareció, respondió en voz baja:
—He abierto la puerta hacia mi destino, Pompón. Ahora, solo queda esperar y ver qué revelaciones nos esperan.
—Ojalá tu optimismo se tenga en cuenta a la hora de que nos den una buena ofrenda…—Mencionó Pompón mientras miraba con expectación el lugar donde había desaparecido el guardián del templo de Lysor.
Fue entonces cuando de entre los gruesos trozos de piedra que conformaban el suelo de la habitación emergió la cabeza cortada de una mujer. La carne putrefacta evidenciaba el paso del tiempo, y sus ojos habían sido arrancados, dejando cavidades oscuras y vacías. Su cabello largo y negro se extendía por el suelo de la habitación, envolviendo el lugar con un aura siniestra. La belleza que alguna vez poseyó esta mujer ahora estaba perdida, eclipsada por la tragedia de su muerte. Lo más llamativo, sin embargo, era el sol tatuado en su frente, un símbolo que parecía llevar consigo un significado profundo.
—¡Oh, qué maravilla! Es la cabeza de una sacerdotisa del dios de las alturas. Ciertamente, podrás complacer al dios de las profundidades con semejante ofrenda, joven grumete —Exclamó el Capitán Marinoso con expectación.
Arturo, sin mostrar asco ni repulsión, tomó la cabeza por el cabello con una naturalidad sorprendente. Elevando la cabeza en alto, observó el tatuaje del sol con detenimiento, como si estuviera familiarizado con el manejo de cadáveres.
—¿El dios de las profundidades y el de las alturas son enemigos? —Preguntó Arturo mientras sostenía la cabeza con firmeza.
—Uno gobernaba a las criaturas marinas, el otro a las criaturas de la superficie. No solo eran opuestos, sino que también competían constantemente por el poder. Aunque el dios de las profundidades cayó hace mucho en la amargura de la derrota, y el dios de las alturas hace tiempo dejó de preocuparse por las personas de tu raza, ambos son dioses olvidados y perdidos —Explicó el Capitán Marinoso con fascinación— No pierdas el tiempo escuchando mis historias irrelevantes, coloca la ofrenda en su sitio. Estoy seguro de que complacerás al dios de las profundidades.
Ante las palabras del capitán, Arturo avanzó hacia la estatua del dios de las profundidades. La habitación, iluminada por la luz fantasmal que se filtraba entre las rocas, parecía cobrar vida con la presencia del antiguo dios. Arturo colocó la cabeza de la sacerdotisa en uno de los huecos que rodeaba a la estatua, en un gesto que evocaba una extraña ceremonia.
En el momento en que la cabeza tocó el lugar designado, una resonancia mística llenó la habitación. Un susurro incomprensible se deslizó por el aire, como si las sombras mismas murmuraran los secretos del océano. La estatua del dios de las profundidades pareció cobrar vida por un instante, con los ojos brillando con una luz tenue y misteriosa. Gotas de agua de mar comenzaron a caer del techo, y el cántico de las gaviotas envolvió el entorno a medida que la humedad en el ambiente se hacía insoportable. Arturo, asombrado, retrocedió unos pasos, observando el evento con una mezcla de fascinación y respeto.
—Bien hecho, joven grumete. Has honrado al dios de las profundidades con una ofrenda adecuada. Quién sabe qué recompensas te aguardarán en el camino que has desenterrado —Comentó el Capitán Marinoso, mirando con admiración la escena.
Arturo, aún absorto por la experiencia, se volvió hacia el capitán y preguntó:
—¿Crees que el dios de las profundidades responderá a nuestra ofrenda?
El Capitán Marinoso, con una sonrisa misteriosa, respondió:
—Solo el tiempo lo dirá, joven grumete. Solo el tiempo lo dirá.
—El tiempo y una mierda, deja de jugar con el niño y dinos qué ganamos de todo esto —Se quejó Pompón mientras agitaba su patita frenéticamente hacia el ocultista, indicándole que era momento de que cumpliera su función.
—Qué forma de arruinar la espiritualidad en el ambiente…—Se quejó el Capitán, a pesar de que su moluscosa sonrisa parecía indicar que no le preocupaba demasiado el asunto— Has ganado mucho, Arturo. Nuevamente, has ofrecido una gran ofrenda, y el dios de las profundidades, maravillado por tus logros, te ha ofrecido la equivalencia a 350 bendiciones, lo que totaliza más de 700 bendiciones. Una auténtica locura, alcanzada por casi nadie, por no decir que sinceramente no recuerdo a nadie tan dedicado a este dios entre los seres de tu inusual raza.
—¿Estás seguro de eso? En Alubia somos muy devotos a los dioses… —Argumentó Arturo.
—Oh, pero tú no eres una persona común, Arturo... —Murmuró el Capitán Marinoso como si estuviera a punto de revelar un secreto trascendental—Tu madre era una prostituta que trabajaba en el puerto de Alubia, pero tu padre era un ser de tierras muy, muy lejanas, de una raza completamente diferente a la gente de Alubia.
—¿En serio? ¿Cuál era la raza de mi padre? —Preguntó el niño con aturdimiento y melancolía; no recordaba tener un padre en su vida y su madre había muerto hace tanto tiempo que apenas le recordaba el rostro.
—Tu padre era un mago, Arturo, un ser que pertenece a la raza de los “olvidados”... —Dijo el Capitán Marinoso con encanto y misterio—Los olvidados son criaturas únicas y especiales. Se destacan por carecer de un dios que los proteja, por eso desesperadamente buscan en otros mundos a los dioses de esas tierras, esperando encontrar nuevamente el calor de los dioses para así liberarse de su maldición. Es por eso que el gran examen de los magos siempre concluye con el favor de un dios, puesto que solo así un “olvidado” logra liberarse de su maldición. En cambio, los seres de Alubia nacen y mueren siendo amados por los dioses de sus tierras.
—Entonces, ¿yo también sufría esa maldición? —Preguntó Arturo asustado.
—Por desgracia, ese era el caso. Heredaste la sangre de tu padre, y como toda tu raza no tenías tierra a la que llamar hogar, es por eso que fuiste llevado al mundo de los magos, para unirte a su búsqueda y así poder encontrar a quienes los olvidaron hace tanto tiempo —Concluyó el Capitán Marinoso.
—¡Sí, sí, sí, Arturo, tu padre era de nuestra raza! —Gritó Pompón con apuro y nerviosismo mientras tironeaba de la túnica de Arturo, como buscando llamar desesperadamente su atención. En definitiva, él había escuchado bien las palabras del capitán, el cual con una brusquedad asquerosa le había dicho la verdad a Arturo: ¡Él no venía de Alubia! No obstante, el niño parecía no querer asumir esa realidad, por lo que había terminado escuchando una historia disparatada.
—Pero tú eres un conejo, claramente no eres de mi raza —Cuestionó Arturo.
—No, el conejo también es un “olvidado”. Los olvidados no tienen porqué ser humanos; son criaturas que fueron olvidadas por sus dioses, y eso engloba a muchas criaturas muy diferentes. Por ejemplo, yo no soy un “olvidado”, yo solo soy un marinero de tierras muy lejanas, uno increíblemente desafortunado que terminó metido en un gran problema. En caso contrario, nunca estaría interactuando con un “olvidado”, pero antes de terminar con este destino era amado por los dioses de mi tierra —Comentó el Capitán Marinoso, sorprendiendo al niño.
—Sí, sí, sí, exacto, Arturito, es por eso que tenemos una relación única y nuestros destinos se entrelazaron desde que nos encontramos en las frías calles de Alubia. Ambos pertenecemos a la misma raza —Respondió Pompón agitando su cabeza frenéticamente—Por lo demás, sería bueno que nos cuentes qué ganamos con la ofrenda y evites decir cosas que puedan arruinar el ambiente, Capitán Marinoso.
—Como te había dicho, has ganado muchas cosas, joven grumete —Explicó el Capitán—Para empezar, obtuviste 350 habilidades, destinadas nuevamente a tu punto de pesca. En este caso, se elevó el nivel de fauna marina a 370, tu nivel de tesoros subió a 190, el nivel de eventos ascendió a 95 y tu nivel de legendarios es 45.
El Capitán Marinoso se tomó una pausa dramática y luego, mirando el santuario con orgullo, comentó:
—Sin embargo, lo más importante fue que lograste obtener 4 grandes habilidades, las cuales serán de gran importancia para este punto de pesca y lo destacarán del resto.
—¿Son muy buenas estas habilidades? —Preguntó Arturo sintiendo deslizarse por su piel la emoción del momento.
—¡Son fantásticas! —Exclamó el Capitán Marinoso con alegría— La primera habilidad que desbloqueaste es “Calendario”. Esta habilidad otorga a quien pesque en esta fuente un calendario que permite cambiar de clima, paisaje, horario y día a voluntad, para así poder buscar determinados tipos de peces que aparecen con condiciones muy específicas. Además, nuevos tipos de pescados aparecerán de forma sinérgica con esta habilidad, desbloqueando una amplia gama de oportunidades para pescar peces únicos y maravillosos.
—Por ejemplo, podría hacer aparecer la luna de sangre por mi ventana para pescar peces que solo aparezcan en dicha ocasión, ¿no es así? —Preguntó Arturo.
—Entre muchas otras opciones... —Comentó el Capitán Marinoso con cierta desilusión; captando que el niño no entendía la importancia de la habilidad— Lo que debes comprender, Arturo, es que cada habilidad que desbloqueas siempre genera sinergias con las anteriores, por lo tanto, cuanto más evolucione este lugar de pesca, más importante y poderoso se volverá, y cada vez de forma más rápida.
Tras decir ese comentario, el Capitán Marinoso comentó la segunda habilidad que Arturo había desbloqueado:
—La segunda habilidad que desbloqueaste es “Eras de Abundancia” y desbloquea una serie de eventos, comerciantes, locaciones y lugares únicos en el lugar a donde puedes admirar los peces que pescas. A su vez, mejora ese sitio para que puedas ampliar el límite de las posibilidades de ese lugar, dándote así la oportunidad de vivir nuevas experiencias.
—Tendremos que ir a ese lugar tarde o temprano, así que me parece bien que sea más interesante... —Comentó Arturo, aunque sin poder hacer la comparativa le era imposible distinguir qué tan buena o mala era esta habilidad.
—Dudo que te decepcione. La siguiente habilidad es conocida como “Durara, el lamebotas”. Cuando pesques en esta fuente, tienes la posibilidad de que Durara aparezca de la nada misma y te ayude durante la pesca. Este reconocido lamebotas puede hacer muchas cosas por ti, desde salvarte el trasero hasta revelarte un rumor interesante. Lo mejor de todo es que una vez que lo desbloquees, siempre podrás hablar con Durara en tu hogar y te dará consejos, rumores, entre la posibilidad de vivir eventos únicos y fantásticos.
—Supongo que será una especie de mascota, pero una muy especial y sofisticada. Nos costó el equivalente a cien monedas de oro, así que espero que esta mascota realmente sea la reencarnación de un dios convertida en una mascota... —Murmuró Pompón, consciente de que el costo de obtener estas habilidades era ridículamente caro y que las habilidades otorgadas hasta el momento no parecía ser tan bueno como el coste de las 700 reliquias que habían invertido.
—Me gustaría poder responderte, pero solo algunas recompensas se repiten, y en este caso no recuerdo a nadie o nada llamado "Durara", así que hasta que nadie lo invoque, solo puedo contarte lo que los murmullos de las profundidades del océano me revelaron —Dijo el Capitán Marinoso con sinceridad.
—Mientras sea un lamebotas de confianza, no hay motivo por el cual preocuparse... —Comentó Arturo.
—Eso ni lo dudes, si los dioses de las profundidades lo mandan a tu santuario debe ser por algo —Manifestó el Capitán—La última habilidad que desbloqueaste se llama “Puerto Real” y establece el lugar en donde puedas admirar tus pescados bajo el dominio de un gran imperio. Lo mismo te da acceso a numerosos comerciantes, rutas de comercios, sitios de exploración y una amplia gama de posibilidades y nuevos eventos en dicho paraje.
—Qué decepcionantes son estas habilidades... —Se quejó Pompón.
—Son muy buenas, bajó los ojos correctos, los de aquellas personas que saben apreciar los regalos del dios de las profundidades —Respondió el Capitán Marinoso—Por último, hay un leve detalle que tal vez deberías conocer. Al haber gastado más de 700 monedas de oro en honor al dios de las profundidades, pones a tu santuario como uno de los más importantes que actualmente existen. Aunque, para ser realistas, estaría dentro de los mejores mil santuarios. Por lo que tu posición no es la mejor, sin embargo, es lo suficientemente buena para que muchos eventos se desarrollen y el más común de ellos es tener seguidores del dios de las profundidades viniendo a visitar tu santuario. No deberías preocuparte si eso ocurre, a fin de cuentas, estoy aquí para proteger este lugar. Sin embargo, te lo comentaba por si te cruzas con alguna entidad misteriosa caminando por tu hogar un día de estos.
—Se supone que este es mi hogar, no una sala de reuniones para desconocidos —Se quejó Arturo, incómodo con la idea de tener extrañas criaturas deambulando por su hogar.
—El destino de tu raza te obliga a vincularte con criaturas misteriosas y desconocidas, estar feliz en la ignorancia y preocuparte por unas pocas tonterías. Así que tarde o temprano estabas destinado a lidiar con criaturas de las cuales no tienes ni idea de qué son o qué hacen en realidad. De hecho, ya lo has hecho en innumerables ocasiones a lo largo de tu vida, por lo cual estoy seguro de que terminarás acostumbrándote a lo que tu hogar se ha convertido... —Dijo el Capitán Marinoso con una sonrisa extraña—... ¡Oh! ¡Casi se me olvidaba!, dada la importancia de este lugar sagrado, el dios de las profundidades te ha revocado el derecho de poner una contraseña para ingresar a tu hogar.
Tras tirar esa bomba, el Capitán Marinoso volvió a incrustarse en los corales que lo rodeaban; no teniendo intenciones de discutir más a fondo el asunto con el dueño de este santuario.
—Eso sí que es un problema serio... —Murmuró Arturo, mirando a Pompón, como esperando una solución de su parte.
—Tranquilo, Arturo, todo estará bien. El capitán parece una criatura bastante poderosa. Además, la gente ya no tiene cientos de habilidades ocultas de las cuales asustarse. Probablemente, todo haya vuelto a la normalidad, y con suerte, los otros magos obtendrán a lo mucho 25 habilidades tras el gran examen. Siendo nuestros rivales menos poderosos y con más manos para ayudar, no tenemos por qué tener miedo a los desconocidos —Trató de consolar el conejo. Mientras tanto, saltaba alegremente en la dirección del espejo, como buscando que Arturo se distrajera con el asunto de ordenar el inventario y no se pusiera a pensar en las misteriosas criaturas que, en algún momento, visitarían su hogar de forma repentina e imprevisible.