Solo quedaban 7 días para el comienzo de una nueva vida para los miembros del hogar de Arturo. Seis días para las asignaciones, 7 días para las contrataciones; en el camino, 5 días en los que uno podía hacer todos los preparativos que fueran necesarios. El primer día pasó con normalidad. Arturo no necesitaba más preparativos de los que ya había hecho durante todo este largo año, por lo que, a diferencia de otras ocasiones, el tiempo sobraba y no faltaba. No obstante, esto también trajo aburrimiento, y las mascotas le propusieron a Arturo ir al mercado para comprobar si había aparecido algún ítem nuevo con el paso de las décadas.
Pero entonces, el gran problema apareció. Arturo había quemado su reserva de reliquias al pedir un extraño deseo, y en esta ocasión no le habían regalado ninguna reliquia, por lo que lo cierto es que no tenían nada con lo que comerciar.
—Tranquilo, Arturo, la idea no es comprar nada en esta ocasión —Aclaró Shily— Nuestro objetivo es ver si hay algo que queramos comprar, y luego adquirir las monedas de oro necesarias para comprar lo que deseamos, intercambiando nuestro número de puesto con los otros estudiantes.
El plan tenía sentido. La franja de tiempo entre el inicio de las contrataciones y las asignaciones era corta, por lo que era mejor ir al mercado con una lista de compras armada si uno quería adquirir todo a último momento.
Con un plan armado, Arturo reunió a sus mascotas en la habitación de Copito para prepararse para la exploración, tras lo cual dijo las siguientes palabras con el ímpetu de un aventurero:
> “En una plaza bulliciosa y abierta, donde los secretos y bienes son la oferta. Buscas productos, frescos y variados, dime, buen viajero, ¿dónde has llegado?”
Con estas palabras llenas de expectación, Arturo y sus mascotas se encaminaron hacia el mercado, listos para explorar y descubrir lo que este tenía para ofrecer.
Iniciando la aventura, el reflejo en el espejo de la habitación comenzó a distorsionarse, mostrando su buena voluntad para mostrar el pasaje hacia el mercado. Sin embargo, antes de que Arturo pudiera meterse en el espejo, Anteojitos se interpuso en el medio, impidiendo el avance del niño.
—¿Ocurre algo, Anteojitos? —Preguntó Sir Reginald, aturdido al ver la acción del ojo volador. Este raramente intervenía y prefería que los demás se encargaran de las cuestiones complejas; no obstante, cuando el ojo volador intervenía era porque la situación era seria.
Anteojitos respondió empujando a Arturo, alejando al niño unos pasos del espejo, mostrando que evidentemente algo raro estaba ocurriendo.
—No te comprendo, Anteojitos. Si no tienes ganas de ir, puedes quedarte —Dijo Arturo, sin prestarle demasiada atención al ojo volador. Por suerte, el resto de las mascotas no se tomaron la extraña actitud del ojo volador a la ligera e inspeccionaron con más detalle el espejo.
Copito fue el siguiente en darse cuenta de que había un gigantesco problema en lo que se veía por el reflejo del espejo. En consecuencia, la bola de pelo comenzó a saltar con histeria, indicando al resto de las mascotas que algo malo estaba ocurriendo con el plan.
—Mejor tomémonos unos minutos para tratar de comprender las preocupaciones de Copito y Anteojitos —Recomendó Sir Reginald, sintiéndose nervioso por no lograr comprender el peligro al que se enfrentaban en esta ocasión.
La atmósfera se volvió tensa mientras las mascotas de Arturo trataban de entender qué estaba pasando con el espejo y por qué Anteojitos se había mostrado tan reacio a dejar que Arturo lo atravesara. Shily, con su mirada aguda y penetrante, escudriñaba el reflejo distorsionado en busca de pistas, mientras que Copito continuaba saltando nerviosamente.
—Lo siento por no poder ayudar, pero no veo el problema que ven Copito y Anteojitos… —Indicó Juampi, quien había recuperado momentáneamente su visión gracias a los poderes de Shily— Aunque la verdad es que nunca fui al mercado, ni escuché hablar de un mercado, y lo más preocupante es que lo que veo por el espejo se asemeja más a una plaza que a un mercado.
—Mmmm… —Meditó Arturo, haciendo que todas las mascotas lo miraran fijamente. Parecía que el niño estaba comenzando a comprender las preocupaciones de Copito y Anteojitos— Tienes razón, Juampi. Yo tampoco veo ningún mercado. Solo veo una plaza vacía y sin vida. No hay mercaderes, no hay puestos de venta, ni siquiera hay otros estudiantes buscando tesoros entre las estafas de los comerciantes.
—¿El mercado que recuerdas se veía de otra forma? —Preguntó Sir Reginald, comenzando a comprender el problema. Sin embargo, la afirmación de Arturo no fue necesaria, dado que los gestos corporales de Anteojitos y Copito indicaron que esa era la gran preocupación que tenían.
—Te recomiendo que mandes a unos esclavos a investigar el mercado, y que le preguntes a Momo si sabe algo acerca de este mercado, Arturo —Recomendó Juampi con cautela.
—No nos es fácil preguntarle a Momo, obtener rumores concretos de Copito y Anteojitos cuesta mucho tiempo —Respondió Shily— Mandaremos a 10 esclavos a investigar el lugar junto a una mascota y veremos qué ocurre.
The genuine version of this novel can be found on another site. Support the author by reading it there.
—Yo iré a explorar ese infierno ¡Estoy dispuesto a sacrificar mi vida por ustedes, mis leales sirvientes! —Bramó Sir Reginald pomposamente, exagerando mucho sus palabras. Casi todas las mascotas se tomaron en broma las palabras del cerdo, pero Copito se mostró muy agradecido por no ser mandado a explorar el mercado y saltó con alegría.
—Gracias por tu valentía, Sir Reginald —Dijo Arturo, con gratitud en su voz—Si eso es lo que deseas, te prepararemos a los esclavos para la ocasión.
Sir Reginald asintió en acuerdo, aceptando la sabia decisión de Arturo. Con el plan en marcha, Arturo y sus mascotas se prepararon para enviar a los esclavos y a su mascota elegida en una misión de reconocimiento al mercado. Mientras tanto, el resto del grupo continuarían vigilando de cerca el espejo, en espera de cualquier desarrollo que pudiera arrojar luz sobre la extraña situación en la que se encontraban.
En unos pocos minutos, un escuadrón de diez hombres lagartos acompañó a Sir Reginald a introducirse por el espejo mientras eran despedidos por Arturo como soldados que marchan a defender su patria.
Pasaron los minutos, y Arturo no notó nada raro que le ocurriera al escuadrón de exploradores, pero sí notó cómo algo extraño estaba ocurriendo en la plaza: las luces de las farolas habían comenzado a parpadear y muchas de ellas se estaban apagando.
—¡Qué emocionante! Cuando todas las luces se apaguen, algo realmente oscuro le ocurrirá al codicioso cerdo… —Dijo Shily con una sonrisa sádica en el rostro, mientras observaba con anticipación el oscurecimiento gradual de la plaza.
—Una pena no poder cambiar el ángulo de lo que vemos. Sir Reginald se distrajo con los dibujos que se ven en las paredes de la plaza y solo dejó a un esclavo en el punto de inicio de la misión —Se quejó Arturo, cuyo nerviosismo aumentaba al contemplar la situación del esclavo que había sido dejado solo como carnada para el enemigo.
A medida que las luces de las farolas se extinguían una a una, una atmósfera de tensión y miedo se apoderaba de Arturo y sus mascotas. El aire se volvía espeso y cargado, como si estuviera impregnado de una energía oscura y malévola.
Mientras Arturo observaba la escena desde la seguridad de su hogar, los acontecimientos en la plaza tomaban un giro cada vez más siniestro. Con las farolas apagadas, la oscuridad se espesaba como un manto sobrenatural, envolviendo a los esclavos presentes en un aura de terror. Los gritos de los esclavos resonaban en la noche, mezclándose con el sonido de pasos furtivos y susurros inquietantes que parecían surgir de todas partes y ninguna a la vez.
El cerdo y los diez hombres lagartos se encontraban en el epicentro de la pesadilla, enfrentando los horrores que emergían de las sombras. Las figuras espectrales de estudiantes, envueltas en jirones de ropa y emanando una pálida luz fantasmal, se materializaban entre las tinieblas. Sus rostros estaban desfigurados por la agonía y el sufrimiento eterno, y sus ojos vacíos brillaban con un fulgor sobrenatural.
Con movimientos erráticos y desgarradores, los fantasmas de los estudiantes fallecidos se abalanzaban sobre el cerdo y los hombres lagartos, atrapándolos en un torbellino de violencia y horror. Sus manos etéreas agarraban y arañaban la carne, arrancando trozos de piel y carne en un festín grotesco.
El aire estaba impregnado con el olor metálico de la sangre y el sonido de los huesos crujientes, mientras el cerdo y sus acompañantes luchaban desesperadamente por sobrevivir en medio de la masacre.
Arturo contemplaba impotente la muerte del hombre lagarto que se había quedado de cebo. Su corazón latía con fuerza en su pecho, lleno de preguntas y miedo por lo que podía haberle ocurrido si Anteojitos no detectaba el problema a tiempo.
Los fantasmas continuaron su frenesí homicida hasta que no quedó nada más que un silencio sepulcral. Las farolas de la plaza nuevamente comenzaron a funcionar, revelando un suelo manchado por la sangre y los restos de aquellos que se atrevieron a desafiar a los espíritus de los muertos.
Arturo y las mascotas permanecieron en silencio, impactados por los horrores que había presenciado, con la certeza de que ninguna cantidad de poder o conocimiento podría protegerlos del terror que acechaba en las sombras de la plaza maldita.
El silencio mortuorio fue interrumpido cuando Sir Reginald salió del espejo y se encontró con las otras mascotas, listo para contar sus descubrimientos:
—No hay mercaderes, no hay estudiantes, y no hay nada que comprar, por lo que evidentemente este no es el mercado del que tanto Pompón se jactaba. Una opción es que el mercado haya cambiado con el tiempo, o que Arturo se equivocara al decir las palabras mágicas y me mandara a un matadero lleno de fantasmas hambrientos por error.
—No, eso no es posible, las palabras que dijo Arturo te deberían llevar a un mercado, de eso no tengo dudas —Indicó Juampi, sacando a relucir su experiencia— El problema es que este mercado está maldito y no debe funcionar como creíamos que funcionaba.
—Más cosas de las que creíamos cambiaron en la academia durante el tiempo que estuvimos ausentes… —Advirtió Arturo con cautela— Será mejor que usemos estos días para reunir rumores sobre las contrataciones y las asignaciones: ¡No quiero encontrarme con más sorpresas desagradables!
—Deja que nos encarguemos de eso, Arturo —Contestó Shily mirando al resto de mascotas con preocupación— Te aseguro que en las asignaciones y contrataciones no te encontrarás con ningún peligro como este.
—¡Eso dalo por hecho, Arturo! —Agregó Sir Reginald con seguridad, en su voz no había rastro alguno del hecho de que había sido devorado por fantasmas hace apenas unos minutos— Ya aprendimos el error, hay mucha información que creíamos poseer que aparentemente no se refleja con la actualidad de estos tiempos. Pero no seremos tan tontos de caer en la misma trampa dos veces.
Con la seguridad de que sus compañeros se encargarían de recabar información sobre las asignaciones y contrataciones, Arturo asintió con gratitud hacia Shily y Sir Reginald. Aunque aún se sentía perturbado por lo que había presenciado en el mercado maldito, sabía que debía seguir adelante y prepararse para los desafíos que aún estaban por venir. Con un último vistazo al espejo, Arturo se despidió de los oscuros secretos que yacían más allá de su superficie y se preparó para abrazar el futuro con valentía y determinación. Este capítulo oscuro y aterrador había llegado a su fin, pero el viaje final de Arturo y sus mascotas en la academia apenas comenzaba.