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37 - Las tarjetas

Dos largas y perezosas semanas transcurrieron en la vida de Arturo. Finalmente, el niño había logrado organizar su inventario, y se encontró con que no tenía más “trabajos” pendientes. Durante estos catorce días, Arturo se entregó a jugar con los objetos recién adquiridos, sumido en la comodidad de su tiempo libre.

En ese lapso, Arturo pescaba ocasionalmente en la fuente. Sin embargo, la pereza de ir a buscar los peces a un lugar desconocido y la tarea de preparar y cocinar cada captura lo llevaron a abandonar sus botines de pesca en el olvido. Aunque la flojera desempeñaba un papel importante a la hora de dejar inutilizada la fuente de pesca, el factor decisivo para esta decisión fue la existencia de refugios submarinos, es decir, las luces que servían como guía para acceder al laboratorio que el niño había visitado hace no mucho.

En estos refugios, Arturo había descubierto una sorprendente cantidad de alimentos de supervivencia. Estos productos enlatados no solo eran abundantes, sino también variados y deliciosos en comparación con los huevos del gusano gigante que consumía diariamente. Claro está que para una persona común, aprovechar estos refugios como fuente de alimentos era inviable debido a las distancias entre ellos y la superficie. A lo sumo, una persona ordinaria podría beneficiarse de los alimentos de los dos primeros refugios, que eran los más próximos a la superficie.

No obstante, Arturo era un tritón, lo que le confería una velocidad impresionante en el agua. Podía recorrer rápida y fácilmente los refugios submarinos, llevando consigo la comida a la superficie o disfrutándola en el mismo refugio antes de regresar para seguir deleitándose con sus nuevas adquisiciones.

A pesar de la comodidad que esto le brindaba, tras dos largas semanas, Arturo se había hartado de la monotonía de los alimentos enlatados.

En el día de hoy, el joven se encontraba frente a su espejo con una tarjeta de aventura en la mano, listo para visitar el lugar al que habían sido enviados los pescados capturados durante las últimas semanas. Su intención era reclamar sus botines y preparar una comida tan abundante y generosa como las que solía disfrutar cuando aún era un estudiante que no había aprobado el gran examen, por lo que mantenía el privilegio de visitar los comedores.

Arturo se observaba a sí mismo en el espejo con determinación mientras sostenía la tarjeta de aventura en sus manos. La idea de explorar el lugar donde habían ido a parar sus capturas de las últimas semanas le emocionaba, anticipando la posibilidad de variar su dieta monótona.

—¿Todo listo, Arturo? Recuerda que no tenemos más información sobre este lugar que las poco confiables palabras del Capitán Marinoso, así que no te alejes mucho de tus mascotas y siempre ten en mente usar tu punto de control si la situación se complica —Recordó nerviosamente Pompón, mientras verificaba que las mascotas estuvieran listas para ayudar a explorar este sitio desconocido.

—No te preocupes, Pompón. Dudo que pase nada. A lo sumo, tendremos que discutir con alguna criatura para averiguar hacia dónde el capitán está enviando nuestros pescados. Pero después de resolver ese asunto, podremos disfrutar de unas buenas comidas durante unos cuantos días, al menos hasta que se nos agoten los peces que hemos atrapado —Recordó Arturo con confianza.

—Bien, espero que tengas razón. No sabemos qué nos espera en ese lugar, y siempre es mejor estar preparados para lo peor. Las profundidades del océano y las localizaciones donde nos manda el espejo pueden ser impredecibles, incluso para alguien como tú —Comentó Pompón, tratando de disipar sus propias inquietudes.

—Vamos, equipo, ¡descubriremos qué secretos guarda ese lugar! Y recuerden, manténganse cerca y estén listos para cualquier cosa —Instruyó Arturo, liderando el grupo hacia la entrada de la ubicación desconocida.

Después de pronunciar esas palabras, el joven colocó la tarjeta de aventuras sobre el espejo con precisión. Entonces, articuló las siguientes palabras mágicas:

> “En mares lejanos y olas saladas, donde el sol besa tierras desconocidas y doradas. Un misterio se esconde en la vasta extensión, una joya perdida, sin exploración. Sus playas esperan huellas por descubrir, entre palmeras altas y aves a reír. No hay mapa que señale su posición, una tierra virgen, una isla sin razón. Sus secretos solo los vientos conocen, entre susurros de hojas, historias se entrelazan. Navegantes intrépidos sueñan con encontrar este enigma que se esconde entre las aguas, ¿dónde se encuentra?”

A medida que las palabras mágicas abandonaban los labios de Arturo, el reflejo en la superficie del espejo cobraba vida. Una figura empezó a emerger lentamente, como si emergiera de las sombras más allá de la realidad reflejada. Sin embargo, lo que estaba tomando forma no era la imagen esperanzadora de una isla paradisiaca.

Lo que se vislumbraba a través del espejo era un hombre con una apariencia grotesca y distorsionada, una aberración malévola que se burlaba de la humanidad. Su piel, de una palidez translúcida, parecía envuelta en una fina capa de hielo que sugería la gélida presencia de la muerte. Un cabello descomunalmente largo descendía hasta sus rodillas, mientras que sus ojos, dos abismos oscuros, devoraban la luz, despojados de cualquier vestigio de pupila o iris.

Finalmente, el hombre se materializó por completo, revelando una deformidad inquietante que alteraba la naturaleza misma de sus extremidades. Sus huesos parecían dislocados y extendidos más allá de los límites de lo que la anatomía humana debería permitir. Era tan delgado que todos sus huesos se pegaban a su piel, dando la impresión de que en cualquier momento podrían atravesarla. Vestía una túnica blanca, similar a la de Arturo, pero la suya era blanca y contrastaba de manera siniestra con su cabello negro. La vestimenta estaba desgarrada y manchada, dando la impresión de que este ser nunca había cambiado de prendas a lo largo de su existencia. Sin embargo, lo más inquietante de la túnica era que sus bordes goteaban una sustancia viscosa de color negro que parecía emanara directamente de su propio ser.

Los ojos sin fondo del hombre permanecían clavados en Arturo, perforando su alma con una mirada sin expresión, revelando un abismo de deshumanización. Extendió su mano deformada por la hambruna o la enfermedad hacia el joven, como si aguardara que le entregara algo de valor.

La atmósfera se cargó de terror mientras el hombre continuaba con su expectante postura, como una sombra que emergía de las pesadillas más profundas. El silencio se volvió ensordecedor, solo interrumpido por el leve goteo de la sustancia viscosa que caía de la túnica del ser. En ese momento, la pregunta flotaba en el aire: ¿Qué demandaba esta presencia anómala de Arturo?

Sintiendo como la atmósfera se volvía densa y pesada, las mascotas de Arturo, antes emocionadas y listas para la aventura, retrocedieron instintivamente, emitiendo señales de advertencia a su dueño.

—¿Qué has liberado, Arturo? —Susurró Pompón, con un dejo de temor en su voz.

El hombre continuaba mirando a Arturo, como si aguardara una respuesta o un tributo. Arturo permanecía completamente paralizado, sus ojos fijos en la figura deformada que había emergido del espejo. La atmósfera, saturada de un miedo, aumentaba en intensidad, como si el mismo aire estuviera impregnado de una oscuridad indescriptible.

Después de un silencio tenso que pareció eterno, el hombre finalmente rompió el mutismo. Su voz, un susurro que resonaba en la mente de Arturo, cortó el aire cargado.

—Niño... —Susurró el hombre con una tonalidad que emanaba tanto misterio como malicia. Su boca apenas se movía, pero las palabras se materializaban en la mente del joven de manera nítida y escalofriante.

La parálisis que aprisionaba a Arturo comenzó a ceder, aunque su cuerpo aún temblaba bajo el peso de la situación. Trató de articular palabras, pero la ansiedad lo dejó sin habla. En ese momento, el ser anormal dio un paso adelante, llevando consigo una sensación helada que envolvía la habitación.

—He venido para verificar tu llamado, niño. Muéstrame el pacto que te concede el acceso a nuestro mundo —Exigió el hombre, haciendo que su voz resonara por el hogar de Arturo con una mezcla de autoridad y un tono siniestro que desafiaba cualquier comprensión lógica.

—¿Qué pacto? —Preguntó Pompón con valentía al ver que el niño se había quedado paralizado.

—El niño creó un portal a nuestro mundo. Como dictan las leyes, ahora debe mostrar el pacto que le concede el acceso por este portal, o de lo contrario, no lo dejaré pasar —Explicó el hombre, midiendo cada una de sus palabras, aparentemente molesto por tener que revelar más información.

—¿La tarjeta de aventuras? —Cuestionó Pompón, mientras dirigía una mirada desconcertada al paralizado niño.

La tarjeta de aventura temblaba en la mano de Arturo, quien luchaba contra su propio miedo para entender lo que estaba sucediendo. ¿Por qué este ser aberrante reclamaba una de sus posesiones más preciadas? ¿Qué conexión tenía con el mundo que yacía más allá del espejo?

El hombre miró al conejo con gesto que implicaba no comprender de qué estaba hablando, como si la mera mención de una tarjeta de aventuras no estuviera en sus expectativas. Los ojos sin fondo seguían clavados en Arturo, transmitiendo una inquietante determinación. Con un movimiento de su mano distorsionada, señaló al paralizado Arturo.

— Muéstrame el pacto, niño, o enfrenta las consecuencias de tu osadía —Declaró el hombre, su voz resonando en la habitación con una intensidad que se entrelazaba con el palpitar del miedo que envolvía a Arturo y Pompón.

La tarjeta de aventuras temblaba en la mano de Arturo, y su mirada se desvió hacia Pompón, buscando apoyo en el intrépido compañero. A pesar de su nerviosismo, Pompón asintió con determinación, alentando a Arturo a enfrentar la situación.

—No tienes opción, Arturo. Dale la tarjeta, de seguro se está refiriendo a eso. No sabemos con qué tipo de entidad estamos tratando, y no queremos descubrirlo de la manera difícil —Aconsejó Pompón, intentando mantener un tono firme a pesar de la inquietud que le embargaba.

El hombre, impaciente, dio otro paso hacia Arturo, su presencia emanando una fría amenaza que se extendía por la habitación. Arturo, finalmente reuniendo valor, extendió la tarjeta de aventuras hacia el ser distorsionado.

Lleno de sospechas y dudas, el hombre recibió la tarjeta con su mano retorcida, y en el momento en que entró en contacto con la tarjeta, una onda oscura pareció vibrar en el aire.

—Esto es un pacto, niño. No una simple tarjeta de “aventuras”. Evita jugar con fuerzas que no comprendes o terminarás cruzándote con aquellas que sería mejor no encontrar —Advirtió el hombre, mientras examinaba la tarjeta con detenimiento— Según este pacto, Arturo puede entrar a nuestro mundo mientras posea esta tarjeta. Pero para ello, tendrás que darme algo que me ayude a comprobar si realmente eres un “Arturo”.

—¿Qué nos estás pidiendo? ¡Acaso estás demente, vil criatura! —Cuestionó Pompón, sin comprender el pedido del hombre.

—Se está refiriendo a mi medalla de honor —Dijo Arturo nerviosamente, apurando al conejo, ya que no tenía la menor idea de dónde guardaba esa medalla.

—¿Qué medalla, Arturo? —Preguntó Pompón nerviosamente al ver que el rostro del hombre se volvía cada vez más amargo, como si su paciencia se estuviera agotando.

—La tarjeta que indica mis favores divinos, es decir, mi nota en el examen de la academia. Hace unos días logré que el capitán hiciera trampa y la aumentara, ¿recuerdas? —Preguntó Arturo, con el sentido de la realidad cada vez más distorsionado.

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—¿Estás seguro de que se refiere a eso? Él dijo algo como que le entregues tu alma... —Mencionó Pompón mirando con desconfianza al hombre en el espejo.

—No, lo escuché claramente. Él quiere algo que me identifique, lo único que tengo para identificarme es esa medalla —Dijo Arturo.

Sin saber qué hacer, Pompón decidió seguir la idea de Arturo y le pidió a Anteojitos que sacara de un lugar escondido de su cuarto la tarjeta de plata. Tras lo cual, el ojo volador la metió en el espejo y la hizo levitar hasta la entidad.

Con repulsión, el hombre clavó su mirada en el extraño ojo volador y arrebató la tarjeta que flotaba al frente de él de un manotazo rápido. En ese instante, la tarjeta emitió un brillo resplandeciente, y el hombre sonrió con cierto alivio, como si comprendiera que la parte peligrosa de este encuentro hubiera pasado.

—Bien, niño, según este pacto, Arturo es alguien digno de entrar en nuestro mundo y ya sé que tú eres el mencionado Arturo. Ahora, según lo establecido en el pacto, necesito que me entregues la autorización de tu mundo, permitiéndote regresar una vez que lo abandones por este portal —Mencionó el hombre con un tono de voz más amable.

Ante la enigmática solicitud, Arturo y Pompón intercambiaron miradas desconcertadas. La comprensión de lo pedido escapaba de sus mentes, y la situación se volvía cada vez más enigmática.

—¿Autorización para regresar a mi mundo? ¿Qué significa eso? —Preguntó Arturo, cuya confusión era palpable en su voz.

Pompón, igualmente confundido, se encogió de hombros y negó con la cabeza:

—Ni idea, Arturo. Esto se está volviendo más extraño de lo que pensé. Tal vez deberíamos hablar con el Capitán Marinoso, él sabe de estas cosas

El hombre en el espejo pareció impacientarse ante la falta de respuesta.

—¡No hay tiempo que perder, necesito esa autorización ahora! —Exclamó, su tono adquiriendo un matiz de urgencia.

Ante el grito, Pompón tomó una decisión audaz, abrió el inventario e hizo desaparecer a la entidad del espejo. Simultáneamente, la tarjeta de aventuras y la identificación de Arturo apareció en el inventario como si fuera por arte de magia.

—Preguntemos al Capitán y descubramos que nos está pidiendo ese hombre. Al parecer, hay requisitos para usar estas tarjetas —Mencionó Pompón—Si él no sabe a qué se está refiriendo ese hombre de mal aspecto, entonces se lo preguntaremos a Momo; de seguro hay rumores al respecto.

Con un plan trazado, Arturo y el conejo se dirigieron a la habitación contigua, donde invocaron al Capitán Marinoso con un grito:

—¡Capitán, necesitamos su ayuda!

El capitán se sacudió ante el grito que interrumpió su eterno reposo.

—¿Qué está pasando, muchachos? —Inquirió el Capitán con una voz que resonaba entre las conchas, ajustando su mirada al despertar.

Pompón, entre ansiedad y confusión, explicó rápidamente la extraña situación que vivieron con el hombre en el espejo y la demanda de autorización para reingresar a su mundo.

El Capitán Marinoso frunció las conchas, meditando sobre la información compartida:

—Esa criatura es conocida como un guardián de mundos. Son seres que protegen los accesos entre mundos. Por lo que el guardián necesita comprobar pruebas concretas de la buena voluntad del individuo que intenta cruzar por su portal. O necesitas la fuerza para matarlo y así lograr invadir el mundo que deseas.

—¿Qué tipo de prueba necesito? —preguntó Arturo, aún perplejo por la situación.

El Capitán Marinoso suspiró antes de responder.

—Depende, pero como mínimo necesitan ver tu tarjeta de identificación, el pacto y un contrato firmado, eso último es lo que se refiere con un documento mágico que certifique que el individuo tiene permiso para regresar a su mundo. Es una medida de seguridad para evitar que te quedes bloqueado en su mundo y termines tentado a hacer algo que no deberías hacer —Explicó el Capitán, observando la creciente preocupación en los rostros de Arturo y Pompón.

—No entiendo cómo puede ser que firmar un contrato esté relacionado con tener autorización para reingresar a nuestro hogar. Además, Arturo tiene un punto de control; con eso puede saltarse ese bloqueo, si es que de verdad existe, cosa que dudo —Explicó Pompón, frunciendo el entrecejo.

—Que puedas evitar o no ese bloqueo no le interesa a los guardianes de mundos; les interesa que cumplas los requisitos indicados en el pacto —Dijo el Capitán—Por lo demás, tu raza puso un seguro para evitar que los “niños” que ganaron favores divinos sean devorados por dioses indignos. Por lo que para asegurarse de que esos “niños” vivan para ser “adultos”, pusieron esta condición que impide que cualquier “niño” ingrese a un mundo “complejo” o “poco seguro”.

—No entiendo, ¿por qué la tarjeta que nos diste nos manda a un lugar “complejo” o “poco seguro” y no nos advertiste de ello? —Criticó Pompón mientras agitaba su patita con histeria.

El Capitán Marinoso, con su presencia conformada por moluscos que vibraban en respuesta a las emociones, emitió un suspiro.

—¿Por qué sería inseguro? Si uno de los dioses que controla ese mundo es el que te está permitiendo ir. Nadie ha sido traicionado por el momento, al menos no que yo sepa. Por lo demás, vuestra raza tiene sus propias formas de lidiar con estas cuestiones, pero los guardianes de portales siguen reglas ancestrales. No siempre se alinean con las lógicas de los habitantes de los mundos que protegen, y mucho menos se alinean con la lógica de los habitantes de los mundos que no protegen —Explicó el Capitán con un tono que resonaba entre las conchas que lo componían.

—¿Qué podemos hacer entonces? ¿No hay forma de entrar sin el contrato? —Preguntó Arturo, inquieto por la perspectiva de no poder obtener los pescados que había capturado.

El Capitán Marinoso, con sus conchas vibrando en un susurro pensativo, respondió:

—No hay forma. Requieres un contrato, y sin contrato, no te dejarán entrar nunca. A no ser que mates al guardián, como mencioné antes: esa es una manera de ingresar sin contrato.

—Es más que obvio que no trataremos de matar a una entidad misteriosa solo por unos pescados de mierda. ¿Al menos puedes mandar los pescados que vayamos pescando a nuestro inventario y no a ese lugar al que no podemos ingresar? —Cuestionó Pompón.

—Sí, claro… No, de hecho, ya no puedo hacerlo. Ja, ja, ja, me acabo de enterar. Al parecer, las entidades que bendijeron esta fuente están algo molestas porque te demoraste tanto en usarla, y además, están molestas porque nunca fuiste una miserable vez a visitar el lugar que ellos con tanto empeño fueron bendiciendo —Mencionó el Capitán con una risa desagradable, mostrando lo nervioso que se encontraba.

—¿Esto es una clase de broma de mal gusto? —Preguntó el conejo con histeria, incrédulo de lo que estaba escuchando.

—¿Acaso soy de hacer bromas?...Bueno, lo soy, pero me temo que de verdad no puedo cambiar el lugar donde mando los pescados. Como les dije hace mucho, cuantas más bendiciones ocurran en esta fuente, más sinergias ocurrirán y a un ritmo cada vez más rápido. Llegado cierto punto, me es difícil andar preguntando cada detalle, y si pregunto demasiado, comenzarán a ignorarme. Por desgracia, tengo que informarles de que los pescados ahora únicamente pueden recibirse en el lugar de pesca. De tantas sinergias que se fueron dando, al parecer, una terminó provocando que fuera imposible mandar los pescados a su inventario por cuestiones prácticas. Al parecer, las criaturas que pescan siguen vivas al pescarse, y eso genera problemas para pasarlas de un mundo al otro. Como resultado, no se pueden guardar en tu inventario. En definitiva, el problema está en que tu inventario no es capaz de contener las criaturas que pescas, no en la fuente, y yo no puedo hacer nada al respecto. Tienes que tratar de mejorar tu inventario. Si no me equivoco, eso es posible, pese a que no tengo la menor idea de cómo lo hacen las personas de tu raza, si te soy sincero nunca vi como es un “inventario” con mis propios ojos—Explicó en detalle el Capitán a medida que movía la cabeza para todos lados. Parecía que había fantasmas susurrando en todas las paredes, por lo que al Capitán le estaba resultando complicado entender lo que decían.

—Entonces, ¿no es que las entidades se enojaron? —Preguntó Arturo, tratando de comprender el problema.

—No, no. Por desgracia, el problema es más serio que un capricho. Debes comprender que algunas entidades no son muy confiables y mienten más de la cuenta, por lo que me es complicado no contradecirme. Pero por lo que me contaron, ninguna entidad que te bendijo tiene el poder como para arruinarte la vida solo por un capricho, y las que sí tienen ese poder son las que recibieron tus ofrendas de manera directa, por tanto, les caes bien y no andarían arruinándote la vida por cualquier motivo. Por lo tanto, el problema está en tu inventario y debes solucionarlo si quieres acceder a los pescados sin ir al lugar indicado en la tarjeta —Comentó el Capitán.

—Qué problema más grande, pero hay muchas formas de solucionarlo —Dijo Pompón tratando de animar el ambiente.

—Podría pescar en el cráter, creo que tengo la velocidad como para agarrar los peces que nadan con mis propias manos —Mencionó Arturo con una sonrisa digna de la gran idea que se le había ocurrido.

—También podemos pedirles los cangrejos que les son inútiles a los miembros del gremio de pescadores. Vienen a pescar una vez por semana, así que podemos negociar su ayuda —Mencionó Pompón con alegría— Estoy seguro de que algunos libros de chocolate y el uso de la barra de tragos son más que suficientes para tentar a esos borrachos.

—¿Estás seguro de que vienen una vez por semana? Nunca más me los crucé desde el día que los conocí —Mencionó Arturo con tristeza.

—Vinieron dos veces, pero tú estabas durmiendo. Vienen por la noche, y a esas horas ya estás durmiendo en la cápsula que usas como cama —Mencionó Pompón— Con inteligencia me las arreglé para convencerlos de que si exploraban mucho la casa terminarían muertos, y como buenos borrachos, siguieron el falso rumor. Por lo tanto, nunca te los cruzaste mientras dormías, y ya a la mañana, esos viejos tenían que ir a trabajar, así que se iban muy temprano.

—Bueno, mientras tú sí los veas… Entre esos cangrejos y los peces del cráter, lograremos cambiar la monotonía del sabor a las larvas y latas que venimos comiendo, así que no tenemos por qué preocuparnos —Planificó Arturo con una sonrisa— Y en el peor de los casos, podemos vivir a base de larvas y atragantarnos con alcohol para no tener que soportar ese desagradable sabor.

—Ya casi pasó un mes, quedan once meses. Cuando quieras darte cuenta, seguro llegan las contrataciones nuevamente —Mencionó Pompón con alegría.

—Aunque es una pena que en este momento de necesidad no puedas usar esta fuente a la que tantas ofrendas le has dado. Realmente es muy extraño, pero bueno, la fortuna muchas veces arruina hasta los planes de los dioses —Mencionó el Capitán con un tono de voz muy apenado, mientras volvía a incrustarse entre los moluscos que lo rodeaban.

Con la determinación brillando en sus ojos, Arturo no dejó que la fortuna le arruinara sus planes y se dirigió hacia el cráter lleno de agua que ocupaba el centro de la habitación del subsuelo. Se despojó de su túnica y, con un salto ágil, se sumergió en las aguas frescas del cráter.

Bajo la superficie, el mundo se transformó en un juego de luces y sombras. Los peces danzaban en un ballet acuático, esquivando las plantas acuáticas y los refugios rocosos. Arturo, con sus agudos sentidos de tritón, se movía con gracia entre ellos, siguiendo la corriente y calculando el momento preciso para atrapar a su presa.

Extendiendo sus manos, Arturo se lanzó hacia un grupo de peces que nadaban despreocupadamente. Su destreza y velocidad eran notables, y en un movimiento rápido, logró atrapar uno de los peces. Emergió del agua con su captura brillando a la luz de la habitación.

Pompón, observando desde la orilla, agitó sus orejas con entusiasmo: — ¡Eso estuvo genial, Arturo! ¡Parece que eres un depredador nato bajo el agua! Solo te tomó unos minutos capturar un pescado.

Arturo sonrió satisfecho con su éxito:

— Bueno, parece que no necesitaré tanto a los pescadores del gremio después de todo. Ahora, lo complicado será preparar el pescado, tendremos que buscar algo que sirva como un cuchillo.

Después de considerarlo detenidamente, Arturo decidió solicitar la ayuda del Capitán Marinoso, cuyas habilidades con sus manos moluscosas simplifican mucho la tarea de preparar el pescado. El exmarinero, con destreza y experiencia, desmenuzó hábilmente el pescado, preparándolo para la cocina.

Aprovechando el fuego que danzaba sobre el pedestal, utilizado como eje para la escalera de caracol, Arturo puso el pescado bajo las llamas. Con paciencia y atención, esperó unos minutos mientras el aroma tentador del pescado asándose llenaba la habitación.

Finalmente, una cena deliciosa y jugosa estaba lista para ser disfrutada. Arturo sonrió con satisfacción al contemplar el resultado de su esfuerzo. Llamó a sus amadas mascotas para que se unieran a él en la comida, ansioso por compartir el fruto de su arduo trabajo y disfrutar de un festín digno de un mago.

Con un gesto de complicidad, Arturo compartió parte del pescado con sus mascotas, quienes, emocionadas, se acercaron a él con entusiasmo. Ante la cena recién preparada, la sala se llenó con la calidez de la camaradería y la satisfacción de un festín merecido.

Pompón, mientras masticaba con deleite, exclamó: — ¡Este pescado está increíble, Arturo! Deberías considerar convertirte en el chef oficial de esta casa.

Arturo rió, complacido por los elogios: — Tal vez debería, aunque atrapar y cocinar pescados no suena tan emocionante como explorar nuevos mundos.

Entre bocados y risas, compartieron historias y anécdotas de sus aventuras pasadas. La cena se convirtió en un momento de relajación y alegría, contrarrestando la tensión que el encuentro con el guardián de mundos había traído.

Después de saborear cada bocado, Arturo se recostó, satisfecho, mientras las mascotas se acomodaban a su alrededor. La luz tenue del que se colaba por la ventana creó una atmósfera acogedora, y Arturo se sumió en la tranquilidad del momento, agradecido por la compañía y la comida abundante.

Mientras tanto, en algún rincón de la habitación, el Capitán Marinoso observaba con agrado la armonía que se había establecido en el santuario. Con sus moluscos vibrando en una suerte de susurro apacible, el antiguo marinero se sumió en sus propios pensamientos, dejando que la paz reinara en el hogar de Arturo.