Después de regresar a casa, Arturo y Sir Reginald se dieron cuenta de que Pompón aún no sospechaba que se habían escapado, ya que la misión les había llevado solo unos pocos minutos en completarse.
—Fue un trofeo bastante fácil de adquirir, Arturo — Dijo Sir Reginald.
—Supongo que tuvimos suerte o llegamos en el momento correcto. Según Pompón, ese trofeo se completaba en varios días, pero el director nos dio una misión muy fácil, parece que reconoció tu procedencia noble y decidió hacernos la vida más sencilla — Respondió Arturo, sintiendo la misma inquietud que el cerdo.
—No tengo dudas de ello, aunque fue un trofeo muy aburrido. Me esperaba una aventura más emocionante, aunque la adulación de ese muchacho llamado León fue muy placentera. ¿Qué te parece si buscamos el último trofeo que nos mencionó Pompón? — Dijo el cerdo con expectación.
—¿El del certamen de ciencias? — Preguntó el niño.
—A ese mismo me refiero. Me imagino que encontrar este laboratorio secreto va a ser una aventura sumamente emocionante — Respondió Sir Reginald con entusiasmo, mientras miraba con ansias su reflejo en el espejo.
—No, no es para nada secreta la ubicación del laboratorio. Según recuerdo, hay dos laboratorios: uno lleno de mesas e instrumentos sencillos, mientras que el otro está lleno de máquinas complejas. El que tiene las máquinas es el “Laboratorio”, y para distinguir al otro, los estudiantes le pusieron el nombre del “Laboratorio Secreto” al que tiene las mesas — Explicó Arturo.
—¿Y por qué le pusieron laboratorio secreto, si su ubicación no es un secreto? — Cuestionó el cerdo mostrando cierta desilusión.
—Porque la criatura que da el examen de ciencias y da clases en ese laboratorio está completamente demente y se cree un científico loco que vive en un laboratorio secreto. De ahí el origen del nombre — Aclaró el niño — Hoy se realiza el concurso, si quieres podemos ir e intentar ganarlo.
—¡Vayamos por ello, Arturo! ¡Estoy ansioso por conocer ese lugar! — Gritó Sir Reginald sintiendo el llamado de la aventura.
Complaciendo a su mascota, Arturo tomó la poción que había comprado para la ocasión y pronunció las respectivas palabras mágicas frente al espejo, provocando que una energía mágica llenará el ambiente y el reflejo del mismo comenzará a distorsionarse hasta revelar lo que debía ser el dichoso “laboratorio secreto”:
> “En la penumbra de la mente, donde las sombras se retuercen, un científico intrépido su labor se ejerce. En su laboratorio oculto en la oscuridad, se sumerge, con bisturí y fórceps, los secretos lo consumen. En el rincón más sombrío, la disección se inicia, los huesos crujen, la carne se desliza. El cerebro expuesto susurra el conocimiento, mientras el científico baila en su propio tormento. Entre tubos y fluidos, la sangre fluye como río, la esencia de la vida se desvanece en un desafío. El eco de sus risas resuena en las paredes frías, mientras la esencia de lo humano cobra otro significado ¿Qué buscas en este lugar?”
Las paredes del laboratorio estaban cubiertas de extraños artefactos y pócimas multicolores. La iluminación provenía de cristales luminiscentes que colgaban del techo, creando un ambiente en donde lo antiguo se mezclaba con lo moderno.
Pociones multicolores burbujeaban en calderos estratégicamente ubicados, creando un arco iris de tonalidades que iluminaban el espacio. Frascos y recipientes contenían ingredientes exóticos y criaturas mágicas en soluciones de aspecto inquietante. La variedad de olores, desde los aromas terrosos de las hierbas hasta los toques metálicos de los componentes alquímicos, creaban una sinfonía olfativa única que incomodaba a cualquiera que no estuviera acostumbrado al lugar.
Los estudiantes, dispersos por la habitación, se encontraban sumidos en la elaboración de pociones, cada uno concentrado en su tarea asignada. Mesas largas albergaban ingredientes raros y utensilios para la elaboración de pociones. El bullicio de conversaciones y risas se mezclaba con el chisporroteo de las pociones en proceso.
En un rincón del laboratorio, una figura extraña se movía entre los bancos, ayudando a los alumnos en sus experimentos. No era un ser humano y su apariencia era similar a un robot antiguo y desgastado. Sus placas de metal mostraban signos evidentes de oxidación, revelando décadas de uso y exposición a los elementos corrosivos con los que se hacían las pociones. Cada superficie estaba marcada por las cicatrices del tiempo, aportando una textura rugosa y áspera a su figura metálica. Las juntas y articulaciones, aunque aún funcionales, crujían ocasionalmente con un sonido melancólico mientras se movía. En su cabeza, una pantalla negra con un aspecto verdoso se alzaba como un singular ojo que parecía observar todo a su alrededor. La pantalla parpadeaba intermitentemente, emitiendo destellos de luz que resaltaban la complejidad de su diseño. En lugar de pupilas e iris, la pantalla reflejaba patrones de datos y símbolos mágicos que se desplazaban en un baile hipnótico. Su presencia, lejos de ser intimidante, emanaba una sensación de ayuda benevolente, como si estuviera cumpliendo con una misión antigua de asistir a los estudiantes en su búsqueda de conocimiento.
—¡Eh, Arturo! ¿Has visto a ese ser? — Preguntó Sir Reginald, señalando con su pata hacia la figura metálica.
—Sí, parece ser la criatura a cargo de este lugar. ¡Vamos a investigar, parece que el resto de estudiantes ya comenzaron a preparar sus pociones! — Respondió Arturo, entusiasmado.
Tras lo cual, el cerdo y el niño se colocaron por el espejo y aparecieron en el laboratorio secreto. Entusiastas, los dos se aproximaron al robot, el cual emitió sonidos mecánicos y destellos de luces al percatarse de la presencia de los intrusos:
—Hola, niño, ¿vienes a inscribirte en el concurso? ¿El cerdo es tu mascota? Nunca me crucé con alguien que trajera semejante espécimen al concurso.
—Encantado, vinimos a ganar un trofeo —Respondió Sir Reginald con seguridad.
—Para lograrlo, deben sorprender a Malla en el concurso de pociones. Vayan y busquen alguna mesa vacía, dense prisa. El concurso ya comenzó hace 5 horas, por lo que solo tienen dos horas para completar la poción que presentarán. Pero no se desanimen si fallan, todos los estudiantes reciben algún premio por parte de Malla, incluso si su poción no está terminada al momento en que comiencen las evaluaciones —Explicó el robot mecánicamente, sin revelar demasiadas pistas acerca de sus verdaderos sentimientos.
—Gracias, iremos a nuestros lugares —Dijo Arturo mientras se adentraba en el laboratorio.
Arturo se apresuró a encontrar una mesa disponible en medio del bullicio del laboratorio. Después de inspeccionar en que trabajaban los otros estudiantes y entre instrumentos mágicos, finalmente localizó un espacio donde comenzar su tarea. La mesa estaba equipada con los utensilios necesarios, por lo que Arturo, entusiasmado y sin mucho conocimiento sobre pociones, comenzó a colocar ingredientes en el caldero de forma aparentemente aleatoria.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que los demás estudiantes comenzaran a observar con desagrado el aroma inusual y los ruidos extraños que emanaban del trabajo de Arturo. Los murmullos de los compañeros de laboratorio se mezclaban con risas nerviosas, evidenciando que la escena no estaba siendo bien recibida.
Arturo, ajeno a las miradas críticas que recibía, continuaba su tarea con determinación. Movía la cuchara de un lado al otro, agregaba polvos coloridos y vertía líquidos con la esperanza de que todo se mezclara de la manera adecuada. La expresión de Sir Reginald, mientras observaba desde una esquina, oscilaba entre la maravilla y el orgullo: ¡Su sirviente parecía saber qué estaba haciendo!
El robot observaba la escena con una mezcla de curiosidad y aturdimiento, claramente no tenía dudas de que Arturo no obtendría buenos resultados; sin embargo, la cara del niño rebosaba de confianza. Mientras tanto, el laboratorio se llenaba de una atmósfera caótica creada por la falta de habilidad y conocimiento de Arturo en la elaboración de pociones.
—Lo estás haciendo perfecto, Arturo. Ponle un poco más de este polvo brillante; cada vez que lo colocas, sale más humo negro del caldero, y más gente nos mira con envidia. ¡Saben que no pueden competir contra nosotros! —Exclamó Sir Reginald, quien hacía tiempo se había subido a la mesa de trabajo para observar más detalladamente el trabajo de su sirviente.
Siguiendo el consejo del cerdo, Arturo tomó el polvo brillante y bruscamente vació la bolsa entera en su caldero, provocando que una gran bola de humo se alzara en el cielo y cubriera el laboratorio como una nube densa, dando lugar a que los extraños ruidos del caldero del niño fueran reemplazados por lamentos y gritos de enojo.
—¡Eso es, Arturo! ¡Haz más ruido y humo, más explosiones coloridas y olores fuertes! Mira cómo nos miran: ¡nos odian! Temen que les robemos el primer lugar —Chilló histéricamente el cerdo mientras empujaba más ingredientes hacia el caldero de Arturo, que ya estaba hasta rebosar de un líquido espeso y fangoso con aspecto similar al petróleo.
—¡Asistente, para a ese niño! ¡Nos va a matar a todos con este humo! —Gritó uno de los niños, provocando que una serie de pedidos similares resonaran por todo el laboratorio.
No obstante, el asistente pareció ignorar las quejas y, mecánicamente, se concentró en ayudar a los estudiantes que pacientemente levantaban la mano, esperando recibir alguno de sus consejos. La atmósfera del laboratorio se llenó con una mezcla de caos, humo y descontento, mientras Arturo continuaba su experimento sin darse cuenta del alboroto que había causado.
A medida que el humo espeso se disipaba lentamente, los estudiantes del laboratorio secretamente emergían de la neblina con expresiones de disgusto y tosiendo. Las quejas resonaban en el aire, mientras el caos que Arturo había desatado se manifestaba plenamente; muchos de los estudiantes se percataron de que habían cometido errores en sus pociones debido a la cortina de humo, por lo que su odio estaba rozando el límite.
—¡Este es el peor experimento que he presenciado! ¡No puedo respirar con todo este humo! —Protestó una estudiante, agitando sus manos para despejar el aire contaminado.
—¿Por qué no detienes a ese par, asistente? ¡Están arruinando todo el concurso con su desastre! —Exclamó otro estudiante, señalando acusadoramente a Arturo y Sir Reginald.
La sala se llenó de una cacofonía de quejas y reclamos, mientras el descontento se propagaba entre los participantes. Algunos estudiantes agitaban sus cucharas en un intento desesperado por dispersar el olor desagradable que persistía en el aire, mientras otros buscaban refugio en las esquinas menos afectadas por el humo.
El robot, que hasta ahora había permanecido impasible, finalmente pareció reaccionar ante la situación. Levantó una de sus garras mecánicas en señal de calma, pero su expresión facial inmutable no reflejaba ninguna emoción:
—Por favor, traten de mantener la calma. Apreciamos la creatividad en el proceso de elaboración de pociones, pero es esencial que todos respetemos el entorno del laboratorio y la comodidad de los demás, por lo que les imploro que dejen de gritarse los unos a los otros —Declaró mecánicamente, sin mostrar inclinación a tomar medidas más drásticas.
—¡Quéjense si quieren, mocosos! Pero ninguno de ustedes logrará ni de cerca aproximarse al talento que tiene mi sirviente. ¡Miren lo poderosa que es nuestra poción, hasta parece que este líquido tiene vida propia! —Exclamó emocionado Sir Reginald, y no era para menos: ¡La inmunda mezcla de barro espeso y denso que lograba rebalsar del caldero se arrastraban por la mesa como si fueran lombrices!
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—¡Lo estamos logrando, Sir Reginald! —Dijo Arturo, contagiándose de la emoción del cerdo, mientras trataba de agarrar el barro que se escapaba de su zona de trabajo para colocarlo nuevamente en el caldero.
—¡No dejes que la poción escape, Arturo! Necesitamos que esta cosa se mantenga en el caldero hasta que termine el certamen —Gritó el cerdo, que había recogido una cuchara de entre los utensilios y se había sumado a la tarea de tratar de contener la “poción” que habían creado, la cual a estas alturas se asemejaba más a un monstruo.
Ante la aturdida mirada de los demás participantes, el niño y el cerdo dejaron de colocar ingredientes en el caldero y concentraron sus esfuerzos en intentar contener a la bestia que habían creado. La tarea era difícil, ya que el monstruo parecía estar volviéndose más inteligente con el tiempo, y ahora los gusanitos de barro que escapaban por la mesa de trabajo habían aprendido a esquivar los cucharetazos que lanzaba el niño para colocarlos en su respectivo lugar.
Por fortuna, solo unos pocos minutos más fueron necesarios para que finalmente el asistente pronunciara la siguiente etapa del certamen:
—Atención, todos los estudiantes deberán tomar una poción de muestra y colocar las tapas de sus respectivos calderos. Tras esto, Malla, la científica, pasará por sus mesas para retirar la poción que han preparado. Cuando todas las pociones estén juntadas, se anunciarán los resultados y se entregarán los respectivos premios.
Siguiendo la orden, los alumnos comenzaron a tapar los calderos, tarea que resultó bastante compleja para Arturo, dado que el monstruo que habían creado se negaba a ser encerrado. Fue entonces cuando el robot bajó la cabeza bruscamente, sus luces se apagaron, indicando que había sido desactivado. Tras este momento, alguien que debía ser la científica conocida como Malla salió de uno de los armarios, un espacio que, curiosamente, también albergaba una pequeña cama hecha con trapos sucios similares a las túnicas negras que usaban los estudiantes y huesos de lo que debió ser su última cena.
La científica en cuestión, Maya, reveló una figura excéntrica que no se ajustaba a los estándares convencionales. Tenía casi la misma altura que un perro grande y su apariencia era similar a la de una bola de pelos con patas largas. Sus manos, pequeñas, pero ágiles, manipulaban utensilios con destreza, mientras sus orejas pomposas y muy largas se erguían con un aire de curiosidad constante. Dos ojos regordetes de color amarillo se encontraban en su rostro, y su boca estaba hábilmente escondida tras su abultado pelaje de color blanquecino.
Maya llevaba una bata de laboratorio blanca como Copito y llena de manchas negras de mal aspecto, la misma estaba arremangada hasta la mita de su brazo, como si estuviera completamente absorta en su trabajo y no buscará manchar más su mancha con las pociones de los estudiantes. A medida que avanzaba hacia las mesas de los estudiantes, dejaba tras de sí un rastro de ingredientes y papeles desordenados que se habían adherido a su pelaje. Su expresión, aunque oculta en gran parte, sugería una mezcla de entusiasmo y enigma, como si estuviera perpetuamente sumida en un mundo de experimentos y descubrimientos.
—¡Ah, mis queridos aprendices del arte de la alquimia! ¿Cómo van esos calderos?, cada día más cerca de inventar la poción para aprobar el gran examen, me imagino… —Exclamó Maya con un tono de voz agudo y efervescente, haciendo un gesto exagerado con las manos.
Maya, la excéntrica científica, avanzaba por el laboratorio con una energía desbordante. Con sus orejas pomposas ondeando y su bata manchada ondeando detrás de ella, se dirigía hacia las mesas de los estudiantes, recogiendo las pociones con una mezcla de curiosidad y entusiasmo. Sus ojos amarillos brillaban con un destello juguetón mientras examinaba cada poción, y sus manos ágiles jugueteaban con las pociones con una destreza impresionante.
—¡Ah, maravilloso! ¡Estos son los frutos de vuestra creatividad! —Exclamó Maya, sosteniendo una poción en sus manos como si fuera un tesoro recién descubierto. Cada poción recibía un nombre que parecía haber sido inventado por la científica en el momento, como “Líquido luminoso de las mil maravillas” o “Brebaje danzante de los sueños rotos”.
Cuando llegó a la mesa de Arturo, Maya se detuvo abruptamente, observando el caldero con un ceño fruncido. Sus orejas se inclinaron hacia atrás, como si hubiera detectado algo inusual. Sin embargo, en lugar de dirigirse directamente al caldero del niño, se detuvo en la mesa de enfrente y olfateó con disgusto el contenido del caldero del niño de adelante.
—Oh, querido, parece que algo no está del todo bien aquí. ¿Quizás una pequeña confusión en las proporciones? —Comentó Maya con una sonrisa amigable, señalando el caldero de manera juguetona.
Aunque su expresión sugería preocupación, la científica continuó recogiendo las pociones del resto de los estudiantes, comentando sobre los aromas intrigantes y los colores vibrantes. Su habilidad para encontrar lo positivo en cada poción era evidente, incluso cuando se topaba con mezclas que podrían considerarse una completa basura.
Por su parte, Arturo observaba con nerviosismo desde su mesa, consciente de que su creación poco convencional podría no recibir la misma aclamación que las demás.
Llegó finalmente el turno de Arturo, y la expectación en el laboratorio era palpable. Los demás estudiantes, con miradas de desprecio y reproche, observaban con incredulidad lo que se avecinaba. Aunque Arturo se sentía abrumado por la tensión en el aire, con determinación y un atisbo de nerviosismo, extendió hacia Maya la poción que había comprado en el mercado, la misteriosa “Luna de Sangre”.
Maya aceptó la poción con un entusiasmo que sorprendió a todos. Al instante en que sus manos tocaron el frasco, una oleada de euforia la invadió, y su expresión se iluminó con asombro desbordante. Sus ojos amarillos brillaban intensamente, reflejando una fascinación genuina mientras examinaba la poción con admiración.
—¡Oh, maravillas del cosmos! ¡Esta creación es simplemente magnífica! ¿Luna de Sangre, dices? ¡Una elección tan poética y audaz! —Exclamó Maya, levantando el frasco hacia la luz como si contuviera el elixir de la inmortalidad.
La euforia la embargaba, y comenzó a elogiar la poción con los elogios más alocados e imaginativos que podrían concebirse:
—¡Es como si la mismísima luna hubiera decidido danzar con la sangre en una coreografía celestial! ¡La sinfonía de colores, la armonía de los aromas, es un deleite para los sentidos! ¡Arturo, mi intrépido alquimista, has desatado una obra maestra alquímica que dejará una marca indeleble en la historia de la academia!
Mientras hablaba, Maya realizaba gestos exagerados y realizaba una pequeña danza alrededor de la mesa de Arturo, como si estuviera celebrando un descubrimiento épico. Su entusiasmo era contagioso, y aunque los demás estudiantes seguían mirando con incredulidad, no podían evitar sentirse cautivados por la efusión de alegría de la científica.
Arturo, inicialmente temeroso de la reacción de los demás, se sintió aliviado y sorprendido por la respuesta positiva de Maya. Mientras Maya continuaba su celebración entusiasta alrededor de la mesa de Arturo, los demás estudiantes, incrédulos y desconcertados, no pudieron contener sus quejas.
—¡Esto es ridículo! ¿Cómo puede una poción llamada “Luna de Sangre” ser algo bueno? ¡Es probable que nos mate a todos! —Exclamó uno de los estudiantes, cruzando los brazos con indignación.
—¡Ni siquiera siguió las instrucciones adecuadamente! ¡Esa poción es un desastre esperando a suceder! —Gritó otro, señalando el caos en la mesa de Arturo.
—¿Es en serio? ¿Una danza alrededor del caldero? Esto es una competencia seria, no un espectáculo de magia barata —Comentó un tercero, frunciendo el ceño con desdén.
—¡Deberíamos descalificarlo de inmediato antes de que cause un desastre mayor! —Protestó otro estudiante, mirando con desconfianza a Arturo.
A pesar de las críticas que llovían sobre él, Arturo parecía inmutable, enfocado en las explicaciones efusivas de Maya. La científica, con una sonrisa alegre, decidió intervenir para calmar las aguas:
—Queridos aprendices, entiendo que la creatividad de Arturo pueda parecer desconcertante, pero la “Luna de Sangre” es, de hecho, una poción extraordinaria y totalmente segura. Su peculiaridad radica en su capacidad para potenciar la conexión mágica entre los elementos y la energía circundante, creando un vínculo único con la fase lunar. La danza alrededor del caldero es una tradición ancestral que realizamos los alquimistas al ver semejante poción nacer de uno de nuestros calderos, según las leyendas esto ayuda a potenciar el proceso alquímico. ¡No se preocupen, sus creaciones también son valiosas, cada una a su manera! ¡Pero esta poción es como una luna! ¡Mi luna! ¡La reina de la noche!
Maya continuó explicando los beneficios mágicos y prácticos de la “Luna de Sangre”, destacando sus propiedades de fortalecimiento y sus usos en rituales mágicos avanzados. A medida que la científica desplegaba sus conocimientos, algunos estudiantes comenzaron a cuestionar sus propios prejuicios, mientras que otros seguían mirando con escepticismo.
Ante las miradas aturdidas de algunos estudiantes y las críticas que aún flotaban en el aire, Maya decidió abordar la situación de manera más clara. Con un gesto expresivo y sus orejas pomposas en alto, se acercó al centro del laboratorio secreto para dirigirse a todos:
—Queridos aprendices, entiendo que algunos puedan sentirse confundidos por la poción “Luna de Sangre”. Permítanme aclarar su propósito fundamental: esta poción es nada menos que el legendario elixir para aprobar sin esfuerzo alguno el gran examen —Anunció Maya con un tono enérgico, como si estuviera revelando un secreto ancestral.
El laboratorio quedó en un silencio momentáneo, roto solo por los susurros y murmullos de incredulidad entre los estudiantes. Algunos parpadearon incrédulos, mientras que otros dirigieron sus miradas hacia Arturo con una mezcla de sorpresa y escepticismo. Sin embargo, el niño pelirrojo les replicaba con la misma expresión incrédula, llegando al punto de cuestionarse si debería correr para arrebatarle la poción a la científica. Afortunadamente, se contuvo, ya que las palabras que pronunció Maya a continuación justificaron la pérdida de la poción.
Maya continuó su explicación, detallando que la “Luna de Sangre” contenía en su interior el favor divino de un dios, aunque especificó que se trataba de uno malvado y oscuro. Este dios, según la científica, tenía el poder de castigar a aquellos que ya contaban con un favor divino previo antes de beber la poción, incluso hasta la muerte. Sin embargo, para un estudiante que aún no contaba con un favor divino, la “Luna de Sangre” se presentaba como un milagro, una oportunidad única para obtener la benevolencia divina y superar el temido examen.
Las expresiones de los estudiantes variaron desde la incredulidad hasta la ansiedad. Algunos intercambiaron miradas de asombro, mientras que otros murmuraban entre ellos, tratando de procesar la extraña revelación de Maya. Arturo, por su parte, permaneció en silencio, sintiendo la mirada intensa de sus compañeros sobre él.
—Pero, ¿cómo hiciste esa poción? —Preguntó uno de los estudiantes, tratando de ofrecerle la mejor sonrisa que podía fingir a Arturo, dado que el desarrollo ridículo de los acontecimientos no lo ayudaba a hacerlo bien.
—Un mago no revela sus secretos, mocoso —Contestó Sir Reginald, interrumpiendo a Arturo antes de que pudiera dar una respuesta poco coherente.
—Una respuesta digna de un estudiante ejemplar. Ahora pasemos a la tercera etapa del certamen: ¡las recompensas! —Exclamó Maya enérgicamente, dando unas palmadas que resonaron por la habitación. Las mesas desordenadas y sucias de los estudiantes se limpiaron, los calderos se vaciaron y los ingredientes consumidos reaparecieron en sus lugares.
—Si bien todas las pociones son excelentes, no todas son igual de excelentes. Premiaremos cada poción en comparación con la media del último milenio, como venimos haciendo en todos los concursos de pociones —Manifestó Maya, explicando el criterio de evaluación— La puntuación de cada poción va desde media estrella hasta cien estrellas, siendo el premio más bajo la poción de agua con sabor a malteada de chocolate y el premio más alto la fantástica mesa para elaborar pociones. Si tu poción obtiene la máxima puntuación, recibirás todos los premios intermedios. Y como siempre digo: ¡No le presten tanta importancia a los resultados, lo importante es no rendirse! Pueden venir la siguiente semana al certamen, estoy más que encantada de recibirlos con los brazos abiertos.
Maya, con un brillo de anticipación en los ojos, comenzó a dar los resultados del certamen. Mientras mencionaba las puntuaciones de las diferentes pociones, los estudiantes aguardaban ansiosos, sus miradas alternando entre expectación y nerviosismo.
—En tercer lugar, con una sólida puntuación de 85 estrellas, la poción de líquido luminoso de las mil maravillas de Amelia —Anunció Maya, y algunos estudiantes aplaudieron mientras Amelia sonreía con satisfacción.
—En segundo lugar, con una destacada puntuación de 92 estrellas, la poción de brisa nocturna de Leonardo —Continuó Maya, y Leonardo asintió con modestia ante los aplausos de sus compañeros.
La tensión en el laboratorio creció mientras los estudiantes esperaban el anuncio del primer lugar. Finalmente, llegó el turno de Arturo, y Maya no escatimó en sus palabras.
—Y ahora, en primer lugar, con una extraordinaria puntuación de 101 estrellas, la poción “Luna de Sangre” de Arturo —Exclamó Maya, aplaudiendo entusiásticamente.
Confetis cayeron del cielo, llenando el laboratorio secreto de destellos festivos. Sobre las mesas de los estudiantes aparecieron deliciosas tortas, una para cada uno, acompañadas de cinco regalos envueltos y listos para abrirse. Todos se quedaron maravillados por la inesperada celebración, pero el asombro más grande estaba en el rostro de Arturo, quien sonrió con orgullo al darse cuenta de que finalmente se habían tomado la molestia de hacerle una fiesta digna de haber ganado un trofeo.
Los demás estudiantes, aunque inicialmente sorprendidos, se unieron a los aplausos y felicitaron a Arturo por su logro. La atmósfera en el laboratorio se llenó de alegría y camaradería mientras cada estudiante disfrutaba de su torta y exploraba los regalos sorpresa. La victoria de Arturo, que parecía imposible al principio, se transformó en una celebración inolvidable en el extravagante mundo del certamen de pociones.
Después de saborear plenamente la fiesta que se había desencadenado, Arturo recogió sus regalos con entusiasmo y se teletransportó de regreso a su hogar. Al llegar, se encontró con la mirada fija de Pompón, una expresión amargada y enojada que parecía insinuar que Arturo se había metido en grandes problemas en esta ocasión.