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20 - Zigzag

Tras descubrir cuál era la mascota que había adquirido, Arturo sé dirigió nuevamente a su inventario con la intención de acomodar los objetos que había ganado en el casino tras obtener con éxito el dado de Momo.

Arturo sacó el primero de estos objetos relacionados con el casino de su inventario, el cual aparentemente era un trofeo falso, o al menos así se le llamaba a los trofeos que uno podía colocar en su hogar y no en el salón de trofeos. Dicho trofeo era ni más ni menos que una ficha de casino enmarcada y lista para colgar en la pared.

La ficha de oro que Arturo había ganado era una auténtica maravilla. Su forma era redonda y gruesa, con un diámetro que hacía que destacara inmediatamente en el cuadro. El metal dorado que la componía brillaba con un resplandor que parecía capturar la esencia misma de la fortuna. Cada centímetro de su superficie estaba meticulosamente trabajado, con detalles que revelaban la destreza del artesano que la había creado.

El anverso de la ficha presentaba una imagen en relieve de un dado con el número “1000” en su cara principal, el cual parecía representar las probabilidades que desafió Arturo para ganar el dado de Momo. Los puntos del dado estaban finamente grabados, y la sensación de movimiento era admirable. Las esquinas del dado estaban adornadas con rubíes rojos que añadían un toque de elegancia al diseño.

Pero lo que hacía que esta ficha fuera aún más especial era el marco que la rodeaba. El borde estaba decorado con detalles dorados que añadían una sensación de elegancia y lujo. Las curvas y remates del marco eran una obra de arte por sí mismos, mostrando la habilidad del artesano en cada rincón. El marco realzaba aún más la ficha de oro, haciendo que pareciera una verdadera joya digna de exhibirse con orgullo.

En la parte inferior del marco, se encontraba una pequeña placa de plata que llevaba inscripto un refrán grabado con una elegancia sobria. Las letras estaban finamente talladas en metal y relucían con un brillo sutil. El refrán decía:

> “En la vida, a veces ganas y a veces pierdes, pero un verdadero apostador sabe restaurar las piezas perdidas y seguir adelante. Este trofeo está dedicado al gran apostador: Arturo, el restaurador de estatuas, que con astucia y valor, las fortunas forjó. Una verdadera leyenda, que brilla bajo una luna especial.”

Con una sonrisa en el rostro, Arturo se acercó a una pared libre en su cuarto y decidió colocar la ficha allí. Tras poner el cuadro sobre la pared, el mismo quedó fijo sin la necesidad de un gancho especial, casi como si la pared del cuarto chupara el cuadro para mantenerlo en su sitio.

Arturo se volvió hacia Pompón y le dijo con una sonrisa:

—¿Qué te parece, amigo? Este es mi primer “trofeo”, la ficha de oro que gané en el casino. Es un recordatorio de que a veces, incluso cuando las cosas se ponen difíciles, la suerte puede estar de nuestro lado. Además, ese refrán me recuerda que siempre puedo encontrar una manera de restaurar lo que se ha perdido. ¿No es genial?

—Me alegro de que te alegres,Arturo—Respondió Pompón toscamente, señalando con su patita hacia el espejo como indicando que aún había mucho trabajo por delante.

Comprendiendo la señal del conejo, Arturo se acercó nuevamente a su inventario y extrajo lo que parecía ser un bollo de papel hecho de periódicos viejos. Mientras miraba con curiosidad su inventario, el jorobado se dio cuenta de que tenía cinco de estos bollos en su posesión, lo que lo llevó a preguntarse cuál sería su función.

Con cuidado, Arturo decidió colocar uno de los bollos en el suelo de la pequeña habitación que estaba prácticamente vacía, a excepción de una maceta solitaria. Sin embargo, al notar que no ocurría nada inmediatamente, Arturo optó por abrir el bollo de papel, revelando un asombroso secreto en su interior.

Dentro del bollo del papel Arturo descubrió lo que parecía ser un par de guantes de aspecto destartalado. El par de guantes estaba hecho de una tela descolorida y desgarrada en algunos lugares, mostrando signos de uso prolongado. Los extremos de los guantes tenían pequeños agujeros que dejaban al descubierto las puntas de los dedos. Mostrando que estos guantes si bien eran inadecuados para mantener las manos abrigadas, aún eran un testimonio visual de los momentos de tensión y frustración que había vivido su antiguo dueño en las mesas de juego del casino abandonado.

Arturo no pudo contener su emoción y exclamó con entusiasmo, sin poder creerlo:

—¡Mira, Pompón, es ropa! ¡Es la primera vez que obtengo algo distinto a las túnicas escolares!

No obstante, mientras el jorobado examinaba el contenido del bollo de papel, su mirada se posó en una de las hojas de periódico que estaba escrita con letra desprolija, y más importante aún, el mensaje escrito parecía estar escrito en lo que parecía ser sangre seca:

> "Mis manos, que alguna vez acariciaron sueños de fortuna, ahora están marcadas por el fracaso y el engaño."

Arturo se sintió profundamente perturbado por el mensaje, el cual parecía reflejar la amargura y la decepción de alguien que había vivido el destino de los desafortunados en el casino abandonado. La revelación de estas palabras escritas añadió un toque sombrío al descubrimiento de sus nuevas prendas, lo que hizo murmurar al joven con preocupación:

—Espero que esto no sea una prenda maldita o alguna tontería similar.

La preocupación se apoderó de Arturo mientras consideraba la posibilidad de que esta ropa tuviera algún tipo de maldición o consecuencias negativas. Sin embargo, su curiosidad superó sus temores, y volvió a su inventario para sacar los otros cuatro bollos de papel de periódico que había ganado como premio. Sin demora, comenzó a abrir estos rollos, revelando un conjunto de ropa completo.

El segundo bollo de papel evidenció ser un sombrero de copa de color negro, pero no cualquier sombrero, sino uno que alguna vez supo ser elegante y ahora mostraba signos de desgaste y decadencia. La superficie estaba cubierta de parches cosidos a mano con hilos desgastados, algunos de colores desvaídos y otros con pequeños agujeros. El ala del sombrero estaba ligeramente doblada y arrugada, dando la impresión de haber sido usado en muchas noches de juego sin éxito.

Arturo notó que en uno de los papeles de periódico del bollo que guardaba este sombrero también estaba escrito con sangre el siguiente mensaje:

> "Mi rostro que alguna vez brilló con la esperanza de la fortuna, ahora es solo un reflejo desgastado de mis sueños olvidados en la oscuridad del casino."

Los mensajes en los rollos de papel continuaban siendo poco prometedores, lo que aumentaba la inquietud de Arturo. Con un toque de desesperación, desarrolló el tercer rollo, revelando un par de zapatos de cuero que alguna vez fueron elegantes, pero que ahora mostraban los estragos del uso constante. El cuero estaba agrietado y descolorido en algunos lugares, y los cordones eran viejos y deshilachados. Aunque parecían funcionales, estos zapatos polvorientos sin duda alguna no tenían un aspecto agradable.

Tras descubrir la prenda, Arturo buscó entre los papeles de periódico que envolvían a estos zapatos hasta que encontró el siguiente mensaje:

> "Mis pasos que alguna vez caminaron con orgullo por las alfombras del casino, ahora arrastran la carga de una historia llena de fracasos y apuestas desesperadas."

La sucesión de mensajes tristes comenzaba a pesar en la mente de Arturo, quien se quejó con frustración:

—¿Por qué tienen que ser tan deprimentes estos mensajes? ¡Se supone que yo gané en el casino, no que perdí!

Estaba claro que estas prendas estaban acompañadas de una carga emocional y una historia que reflejaba el lado oscuro del juego y la fortuna en el casino abandonado. Por lo que Arturo no podía dejar de sentir que estos objetos no terminarían siendo un gran regalo.

Sin perder tiempo, Arturo desarmó el cuarto bollo de papel de periódico, revelando lo que parecía ser un par de pantalones a rayas negras y blancas que habían perdido su antiguo esplendor hace mucho tiempo. Las rayas estaban descoloridas y desgastadas, y el pantalón estaba cubierto de parches cosidos de manera improvisada, arruinando lo que alguna vez pudo haber sido un elegante y excéntrico pantalón de fiesta. Los parches variaban en tamaño y forma, y algunos mostraban signos de haber sido reparados varias veces.

Tras buscar durante un tiempo considerable, Arturo finalmente descubrió que en el bolsillo del pantalón se encontraba lo que parecía ser una tarjeta de presentación de alguien importante, sobre la tarjeta se hallaba el siguiente mensaje escrito con sangre:

> "Mi cuerpo que solía ser el templo de la esperanza y la buena fortuna, ahora es solo un reflejo de las noches interminables de derrota, donde la victoria se me escapaba como el humo entre los dedos."

La tarjeta de presentación estaba escrita en un idioma ilegible, lo que agregaba un toque de misterio a la historia. A pesar de su curiosidad y voluntad, Arturo no pudo descifrar el idioma en el que estaba escrita la tarjeta, por lo que no tuvo más opción que rendirse, dejando la historia del antiguo dueño de estos pantalones en el olvido.

Finalmente, llegó el turno de desvelar el misterio que se escondía en el interior del último bollo de papel, que curiosamente era el más grande de todos. Al abrirlo, se reveló un esmoquin negro que solía ser elegante, pero que ahora estaba adornado con numerosos parches cosidos de diferentes telas y colores. Los parches no seguían un patrón específico y estaban dispuestos de manera irregular en toda la chaqueta. Algunos tenían bordes deshilachados y otros estaban sujetos con hilo desgastado.

Tras una búsqueda meticulosa, Arturo encontró el último mensaje escrito en sangre, el cual estaba escrito en una carta que se escondía en uno de los bolsillos del esmoquin:

> "Mis ojos que solían buscar estrellas en el cielo nocturno, ahora solo encuentran la monotonía de una vida atrapada en la miseria, y mis labios que alguna vez susurraron promesas de éxito en cada partida, ahora solo pronuncian lamentos en medio de apuestas fallidas."

La historia detrás de estas prendas de ropa se hacía cada vez más evidente, y Arturo no podía evitar sentirse conmovido por la tragedia que parecía haber acompañado al antiguo dueño de estos atuendos. Con todos los mensajes revelados, el jorobado se encontró contemplando las prendas con una mezcla de dudas y melancolía, preguntándose qué historias y secretos podrían estar asociados a ellas.

—Bueno, llegó el momento de la verdad… —Murmuró Arturo en voz baja mientras empujaba los bollos de papel hacia una de las esquinas de su dormitorio, permitiendo que los minihumanos les dieran algún uso a esa basura.

Arturo tomó la ropa y la amontonó en sus manos. Se acercó al gran espejo de su habitación y le ordenó con entusiasmo:

—¡Muéstrame el gran armario!

El espejo respondió con un destello dorado y una ligera vibración. En secuencia a este evento, la imagen reflejada en el espejo comenzó a distorsionarse hasta que apareció lo que parecía ser el interior de un armario. Las paredes del armario estaban hechas de madera doblada y repleta de agujeros que dejaban entrever tierra negra y húmeda. El techo del armario estaba cubierto de raíces que crecían sobre los tablones de madera doblados y desgastados por el paso de las décadas, dando la impresión de que este armario estaba escondido bajo tierra, en algún lugar misterioso, alejado de los ojos curiosos.

El interior del armario no tenía ninguna característica que indicara que era un sitio para guardar ropa, excepto por lo que se encontraba justo en el centro del mismo. En ese lugar se erguía un maniquí de madera, una representación exacta de Arturo. El maniquí tenía la misma joroba, el cabello desaliñado y enmarañado, y lucía la misma túnica hecha jirones que Arturo vestía en este momento.

El maniquí descansaba en el suelo del armario, el cual estaba hecho de piedra, en marcado contraste con la madera que conformaba el resto del espacio. Las piedras parecían haber sido reclamadas por la naturaleza, con musgo creciendo en sus bordes irregulares. Además, algunos hongos de aspecto desagradable se encontraban dispersos por la pared y el suelo del armario.

—¡Gran sastre, necesito tu ayuda!—Gritó Arturo mientras metía su mano en el armario y con cuidado comenzaba a golpear rítmicamente la nariz de madera del maniquí que era una réplica exacta de él.

Incomodado por el grito y los persistentes golpes, una criatura misteriosa emergió de una de las orejas del maniquí. La criatura era un gran ciempiés de aspecto distintivo. Su exoesqueleto estaba adornado con colores vibrantes y llamativos. El cuerpo del ciempiés era principalmente de un tono esmeralda oscuro, pero estaba decorado con una serie de franjas iridiscentes que cambiaban de color cuando la criatura se movía.

Curiosamente, el ciempiés tenía un sombrero en la parte superior de su cabeza segmentada, que añadía un toque de extravagancia a su apariencia. El sombrero era alto y puntiagudo, con una banda negra alrededor de la base. Pese a ello, lo más llamativo de esta interesante criatura era que tenía un zapato diferente en cada uno de sus múltiples pies, lo que le daba una apariencia aún más exótica.

El ciempiés, con su cuerpo largo y flexible, trepó hábilmente por el maniquí hasta posarse en la frente del mismo. Sus patas se movían en una serie de movimientos ondulantes y coordinados, lo que le permitía desplazarse de manera elegante y ágil a lo largo del cuerpo del maniquí y, finalmente, llegó a la posición desde la cual podía observar al jorobado con comodidad. Su cuerpo se curvaba y se estiraba con cada palabra que pronunciaba, como si estuviera marcando el ritmo de la conversación con sus movimientos:

—Mi muchacho, cada día estás más grande y jorobado—Dijo el ciempiés con un tono amable, sus múltiples patas se balanceaban suavemente mientras hablaba—¿Qué te trae a tu armario después de tanto tiempo, Arturito?

Arturo sostenía las prendas en sus manos y procedió a mostrárselas al insecto mientras hablaba.

—Señor Zigzag, finalmente conseguí un juego de ropa, necesito saber qué hacen—Comentó Arturo, mostrando el conjunto de ropa al ciempiés.

El ciempiés examinó las prendas con sus numerosos ojos centelleantes y emitió un zumbido suave de aprobación.

—Parece que conseguiste muchas partes de un mismo conjunto de prendas, ¡sorprendente, Arturito!—Exclamó el señor Zigzag mientras movía sus patas delanteras hacia adelante y hacia atrás, como si estuviera aplaudiendo—Para saber qué hacen estas prendas, sólo tienes que preguntarle al maniquí, como lo hiciste hace mucho, mucho tiempo atrás. Puedes probar con este maniquí que ya está vestido; recuerda que aún tienes tres maniquíes vacíos que puedes usar, por lo que no necesitas desvestir a este maniquí. Solo dime y te traeré uno vacío.

—Mi ropa de estudiante, ¿qué hace?—Preguntó Arturo, observando al maniquí con curiosidad. A pesar de conocer la respuesta, el joven deseaba recordar cómo solían ser las respuestas del maniquí.

El maniquí respondió con la misma voz que la de Arturo, moviéndose con gracia para mostrar las harapientas túnicas que vestía:

—El conjunto “Túnicas de Aprendiz” te permite realizar uno de los exámenes ocultos de la academia cuando cumplas exactamente dieciocho años. Al utilizar estas prendas, los profesores podrán verte y escucharte, y la gran mayoría de las criaturas te tratarán como uno de los aprendices que estudian en la escuela, otorgándote misiones en función de ese papel tan especial.

—¿Por eso es que nadie se saca la túnica en la academia?—Preguntó Pompón, interesado en la respuesta del maniquí.

—Sí, a lo sumo verás algunos accesorios, como gafas, guantes, collares, aretes o sombreros, pero nadie se quita la túnica. Hay rumores de que si lo haces, podrías encontrarte con criaturas despiadadas que buscarían expulsarte de la academia —Respondió Arturo—Y según los rumores, el término “expulsado” se refiere a un castigo peor que la muerte, por lo que nadie se aventura a emplear otra ropa. Yo tampoco lo haré, pero gané unos guantes y un sombrero, así que veremos si son útiles.

—Y, ¿por qué no te pones la ropa que ganaste debajo de la túnica?—Preguntó Pompón con curiosidad, aunque su curiosidad era mínima; simplemente estaba recordándole a Arturo las importantes normas de vestimenta de una forma más amigable.

—Si la ropa no se ve en el maniquí, no cuenta, ¿verdad, Señor Zigzag? —Dijo Arturo con dudas.

—Como dices, Arturito, debes poder lucirla, por lo que debes vestir cada parte de tu cuerpo con cuidado. Además, si obtienes un pantalón, debes usarlo como tal, o no estarás a la moda, y todos sabemos que no estar a la moda trae consecuencias terribles, muy, muy terribles... —Respondió el Señor Zigzag, mostrándose preocupado, como si las consecuencias fueran inimaginables para aquellos que se atrevieran a utilizar un pantalón de bufanda.

Arturo asintió con comprensión ante las palabras del Señor Zigzag. La academia era un lugar peculiar, y sus reglas y normas a veces parecían un tanto extravagantes, pero él había aprendido a respetarlas, o en caso contrario no estaríamos contando la historia de Arturo, el restaurador de estatuas.

—Entendido, Señor Zigzag. No me arriesgaré a enfrentar las consecuencias de emplear mal mi ropa. Utilizaré estas prendas con cuidado y me aseguraré que estén a la vista en el maniquí—Respondió Arturo mientras sostenía las extravagantes ropas en sus manos.

Pompón y sus mascotas asintieron con aprobación, recordándole al jorobado la importancia de seguir las normas de la academia. El Señor Zigzag sonrió con satisfacción ante la respuesta de Arturo.

—Eso es lo que esperaba escuchar, Arturito. Ahora, ¿por qué no pruebas una de estas prendas y le preguntas al maniquí sobre sus habilidades?—Sugirió el Señor Zigzag mientras observaba con curiosidad las prendas de ropa—Aunque estas prendas puedan parecer inútiles en este momento, debes recordar que las contrataciones se acercan, y en ese evento es importante no lucir como un aprendiz. El que firmará los contratos es un adulto, después de todo.

—¿Lo mismo aplica para las asignaciones?—Preguntó Arturo con gran felicidad al descubrir este pequeño secreto.

—Históricamente, se espera que los estudiantes aprobados se presenten a las asignaciones de la misma manera que a las contrataciones—Respondió el ciempiés, dejando en claro la importancia de la apariencia en ambas ocasiones.

—Entendido, Señor Zigzag. Entonces, usaré estas prendas no solo por sus habilidades, sino también para impresionar en las contrataciones y asignaciones. Parece que la apariencia juega un papel fundamental en la siguiente etapa de mi vida—Dijo Arturo con determinación.

Pompón asintió con aprobación y agregó:

—Es una sabia decisión, Arturo. Con estas ropas lograrás destacar entre tus compañeros que simplemente vayan con las túnicas negras. Estoy seguro de que los inspectores mejoraran tu número de puesto por usar prendas especiales.

Arturo asintió y comenzó a desplegar el conjunto de ropas que había ganado como premio después de realizar la gran apuesta que prometía cambiar su oscuro destino. Siguiendo la voluntad de Arturo, el Señor Zigzag bajó del maniquí hasta el suelo del armario y acto seguido, el maniquí vistiendo túnicas desapareció, dejando espacio para otro maniquí de madera que parecía ser una copia del anterior, pero en este caso, estaba completamente desnudo y listo para ser vestido.

Comprendiendo cuál era el siguiente paso, Arturo comenzó seleccionando el sombrero de copa. Con cuidado, lo colocó en la cabeza del maniquí, ajustándolo para que se mantuviera en su lugar. El sombrero encajaba de manera peculiar, con algunos de los parches rozando su frente, lo que le daba un aspecto extravagante y ligeramente cómico.

—Maniquí, ¿qué habilidad otorga este sombrero de copa?—Preguntó Arturo mientras miraba como le quedaba la prenda al muñeco.

El maniquí no respondió de inmediato. En cambio, se quedó quieto por un momento, como si estuviera procesando la pregunta. Luego, lentamente, comenzó a mover la boca y pronunció sus palabras en un tono suave pero claro:

—El sombrero de copa otorga la habilidad “Amigo de las ratas”. Cuando lo llevas puesto, ocasionalmente aparecerán ratas mágicas que te rodearán y realizarán acrobacias alrededor de ti. No tiene ningún beneficio práctico, pero puede ser una exhibición colorida y encantadora, en ciertas ocasiones.

Arturo sonrió con tristeza, desilusionado por la inutilidad de este sombrero. Era evidente que estas prendas de ropa no eran precisamente las mejores, pero lo cierto es que le habían caído prácticamente del cielo, por lo que no podía quejarse demasiado.

—Gracias, maniquí. Ahora, vamos a probar la siguiente prenda—Dijo Arturo mientras tomaba el esmoquin con parches y se lo ponía al maniquí desnudo.

El proceso se repitió mientras Arturo probaba cada una de las prendas del conjunto y consultaba al maniquí sobre sus habilidades. A medida que lo hacía, Pompón y las mascotas observaban con interés y curiosidad.

El esmoquin lleno de parches otorgaba la habilidad “Riqueza efímera”, cuya descripción era: “De vez en cuando, algunas monedas de gran utilidad caerán de tus bolsillos, pero en lugar de quedarse en el suelo, parecen deslizarse y escapar de tu alcance, lo que puede ser frustrante cuando intentas recogerlas”. Aparentemente, Arturo nunca podría agarrar las monedas, pero otras personas podrían conservar estos tesoros cuando se los encuentren por casualidad en el camino.

Los pantalones a rayas con parches concedían la habilidad “Pulgas y garrapatas”, cuya descripción era: “De vez en cuando, pequeñas garrapatas y pulgas aparecerán en tu ropa y comenzarán a moverse lentamente por tu cuerpo. No te causan daño, pero son extremadamente molestas y deliciosas”

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Los zapatos de cuero desgastado otorgaban dos habilidades, aparentemente una en cada zapato. El zapato izquierdo otorgaba la habilidad “Lluvia de miseria”, cuya descripción era: “Este zapato puede hacer que una fina lluvia de ceniza caiga sobre ti de vez en cuando. Si bien no es dañina, resulta incómoda, y molesta tener que sacudirte constantemente para deshacerte de la ceniza en tu ropa”. Mientras que el zapato derecho otorgaba la habilidad “Bestia en el callejón”, cuya descripción era: “Las sombras que proyecta tu figura pueden adquirir formas extrañas y espeluznantes, como hombres con garras o figuras de animales monstruosos, lo que puede asustar a las personas que te rodean.”

Los guantes de tela vieja con agujeros en los dedos otorgaban la habilidad “Caminante sin camino”, cuya descripción era: “De vez en cuando, experimentas pequeños espejismos visuales que hacen que objetos cercanos parezcan moverse o distorsionarse, lo que puede ser confuso y desconcertante. No obstante la distorsión no es tan significativa y muchas veces puede resultar esperanzadora”

Una vez que Arturo había probado todas las prendas y descubierto sus habilidades extravagantes, contempló con asombro la última habilidad que se manifestaba solo cuando se usaban todas las piezas del conjunto que aparentemente se llamaba “El Magnate de Alubia”: “Mendigo”, si no tienes una sola reliquia encima ganarás la habilidad de desaparecer de la vista de las personas, haciéndote prácticamente invisible para todos. Sin embargo, no desaparecerás realmente, simplemente nadie se preocupará por tu presencia. Puedes caminar entre las personas sin ser observado, y nunca nadie te dirigirá la palabra ni prestará atención a tus acciones a no ser que sean excesivamente molestas. En cambio, si tienes una reliquia en tus bolsillos entrarás en modo “Magnate”, y ganarás la capacidad de influir en la fortuna de los demás, pero no en la tuya. Pese a ello tú nunca podrás ver la fortuna que traes a los demás y los demás nunca atribuirán la fortuna que reciben a tu desagradable presencia.

Después de haber examinado cuidadosamente todas las habilidades otorgadas por su nuevo conjunto de ropa, Arturo no pudo evitar sentir una cierta decepción. Las habilidades eran extravagantes, ciertamente, pero en su mayoría parecían ser más inútiles o incluso molestas que verdaderamente útiles. Miró al Señor Zigzag y a sus simpáticas mascotas con un suspiro de resignación:

—Parece que gane un conjunto de ropa bastante mediocre. No sé si estas habilidades serán útiles en algún momento, pero al menos son mejor que la nada misma. Pero por el momento me parece que la mejor idea es no usarla, las habilidades son demasiado malas como para arriesgarme a romper la ropa o perderla en un descuido, más aún sabiendo que este conjunto puede sumar algunos puntos en el día de las contrataciones y asignaciones.

Pompón asintió con aprobación y dijo:

—Exactamente, Arturo. Y quién sabe, tal vez en algún momento esas habilidades extravagantes resulten útiles de una manera inesperada. Además, por lo fácil que fue adquirir este conjunto de ropa no podemos quejarnos de que sus habilidades sean una auténtica basura.

Arturo compartió una sonrisa con Pompón, apreciando la perspectiva positiva de su pequeño curador. Luego, dejó las prendas en el armario, sintiendo que era la decisión más sensata por el momento. Cerró el armario y, con cierta curiosidad, abrió su inventario. La emoción de descubrir los últimos cuatro objetos que había obtenido en el casino abandonado comenzó a crecer en su interior.

El primer objeto que atrajo la atención de Arturo era un pequeño paquete envuelto en un papel arrugado y atado con una cuerda gastada. Intrigado, el joven desató el nudo y desplegó el papel con cuidado. En su interior, encontró una carta, pero no era una carta común, sino que asemejaba ser una carta de tarot.

La carta exhibía una apariencia antigua y deteriorada, como si los años hubieran dejado su huella en ella a lo largo de siglos. Su superficie estaba arrugada y manchada, evidenciando un largo recorrido a través del tiempo. En la parte frontal de la carta, en la parte superior, se desplegaba una imagen. La imagen representaba un edificio sombrío y decrépito, con paredes de piedra cubiertas de hiedra y musgo. Las ventanas rotas y el avance de la naturaleza parecían gritar abandono. Alrededor del edificio, se extendía un paisaje tenebroso. Árboles marchitos se alzaban como los guardianes de lo olvidado, con ramas que se retorcían hacia el cielo como garras en busca de presas. El cielo, oscuro y amenazador, estaba cubierto de nubes densas y tormentosas, mientras que una gran luna de sangre se alzaba entre las nubes dominando el firmamento.

En la parte inferior de la carta, debajo de la imagen, se encontraban escritas las siguientes palabras en una caligrafía antigua y enigmática. Las letras, aunque legibles, parecían haber sido trazadas con un temblor inquietante, como si el autor hubiera estado al borde de la locura al escribirlas:

“En el rincón más sombrío, el horror tiene su abrigo, donde las almas perdidas, su dolor es testigo. Un edificio oculto, en el pasado oscuro y triste, donde los ecos de la angustia persisten, sin un respiro que asiste. Sus muros rezuman sangre, susurran desesperación, los pasadizos son tumbas, de angustia y maldición. Los valientes que ingresan, con valentía y deseo, se enfrentan a un tormento eterno, un oscuro anhelo”

Después de leer las palabras inscritas en la carta, Arturo dio un giro a la carta, revelando su reverso. Lo que encontró lo dejó maravillado. El reverso de la carta era completamente negro, pero estaba adornado con un patrón estrellado que se extendía por toda su superficie. En el centro de este firmamento negro, una luna roja, tan intensa como la sangre, brillaba de manera enigmática.

—¿Sabes para qué sirve esa carta? —Preguntó Pompón con una genuina curiosidad en sus ojos, no obstante el jorobado parecía estar bastante emocionado al mirar la carta y sus manos temblaban ligeramente, como si temiera hacerle daño al objeto.

—Es una carta de aventuras, parte de la colección “Luna de Sangre” —Murmuró Arturo mientras examinaba la carta con cuidado—Debe ser bastante rara, dudo que sea fácil conseguir las cartas de esa colección.

Pompón frunció el ceño y respondió:

—¿Cómo lo sabes? Además, la luna de sangre ha estado en el cielo durante más de un milenio. Si es parte de los requisitos para obtener la carta, dudo que aumente mucho su valor.

Arturo asintió y dijo con calma:

—Supongo que tienes razón. Sé que es una carta de aventuras por las palabras mágicas en la carta y por su diseño característico. La verdad es la primera vez que obtengo una carta de aventuras, pero según mis amigos, estas cartas son extremadamente valiosas y deben guardarse para siempre una vez obtenidas.

Pompón se rascó la cabeza y preguntó con curiosidad: —¿Por qué son tan valiosas? A mí no me parece que sea algo muy especial.

Arturo explicó mientras contemplaba la carta, cuyo diseño era encantador y misterioso:

—Hay rumores de que la gente las colecciona, y eso hace que su valor aumente bastante. Además, lo más importante es que las cartas de aventuras funcionan de manera similar a la tarjeta de plata que me dieron al aprobar el gran examen. Gracias a esa tarjeta, puedo acceder al santuario para adultos y, posiblemente, a algunas ubicaciones que solo se pueden alcanzar si conoces las palabras mágicas. En este caso, como poseedor de esta carta, puedo ingresar al lugar que está representado en el dibujo. Tendré que investigar más para ver si hay rumores al respecto, pero lo dudo mucho.

Con cuidado, Arturo siguió curioseando la carta hasta finalmente volver a guardarla en la seguridad de su inventario, renombrándola como “Carta de Aventuras: Paraje tenebroso”. Tras guardar el tesoro, el siguiente objeto que el jorobado sacó de su inventario fue una caja de madera de aspecto bastante simple. Notando que la caja no podía abrirse de ninguna forma, Arturo se dirigió a la habitación completamente vacía y dejó la caja en el suelo, esperando ver si ocurría algo.

Inmediatamente, la caja comenzó a hundirse en el suelo, y del mismo sitio comenzó a ascender del suelo una extraña máquina tragamonedas. La máquina tenía un aspecto bastante encantador. Su estructura principal estaba hecha de metal negro, lo que le daba un aire de elegancia sombría. Tenía aproximadamente la altura de un adulto, con una base rectangular que descansaba firmemente en el suelo.

En la parte frontal de la máquina, justo en el centro, se encontraba la pantalla principal. Esta pantalla era rectangular y de un cristal oscuro que parecía reflejar el cielo nocturno lleno de estrellas con una hermosa y regordeta luna roja en el medio. Las estrellas parecían moverse y parpadear de manera sutil, creando un efecto hipnótico. Por lo demás, la pantalla estaba rodeada por un marco de metal dorado que la hacía remarcar.

Justo debajo de la pantalla principal, se encontraban los rodillos de la máquina tragamonedas. Había tres de ellos dispuestos en fila horizontal. Cada rodillo estaba decorado con símbolos antiguos y enigmáticos que parecían estar tallados en piedra. Los símbolos incluían runas, figuras geométricas y criaturas mitológicas.

En la parte superior de la máquina, justo sobre la pantalla, se encontraba un panel de control con botones y palancas. Los botones estaban dispuestos en una disposición circular y estaban etiquetados con símbolos en un idioma completamente desconocido. Pese a ello, había una palanca grande en uno de los lados, que parecía lista para ser accionada.

Ante la inesperada aparición de la máquina tragamonedas en la habitación, Arturo tomó una decisión: llevarla a la habitación del Anteojitos utilizando la magia del espejo en su habitación principal. Con un toque de magia, la máquina fue transportada con éxito a la habitación de su mascota, lista para ser explorada y disfrutada.

Con el tiempo, Arturo comenzó a darse cuenta de que la máquina tragamonedas era más un juego para pasar el rato que una verdadera máquina de apuestas. Ya que no se podía apostar absolutamente nada de valor real. Para iniciar el juego, simplemente debías presionar uno de los botones en el panel de control, lo que liberaba una moneda misteriosa. Luego, introducías la moneda en la ranura correspondiente y tirabas de la palanca con entusiasmo.

A medida que los rodillos de la tragamonedas giraban y se detenían, algo divertido o sorprendente ocurría en la pantalla principal. A veces, se desplegaban animaciones coloridas y extravagantes, y en otras ocasiones, aparecían pequeños juegos interactivos llenos de enigmas y desafíos. Lo curioso era que, al ganar en estos minijuegos, no se obtenían recompensas tangibles, sino más de las misteriosas monedas sin aparente valor. Comprendiendo que en definitiva era un nuevo juego por explorar, Arturo y sus mascotas pasaron horas explorando los distintos minijuegos y animaciones que la máquina tenía para ofrecer, disfrutando de la diversión sin preocuparse por las apuestas.

Finalmente, Arturo le dejó seguir jugando con la máquina tragamonedas a sus mascotas y se dirigió a su inventario para sacar el tercer objeto de los últimos cuatro objetos que había obtenido en el casino abandonado.

El objeto que Arturo extrajo de su inventario parecía ser del tamaño de una caja de perfumes, pero en lugar de tener un aspecto lujoso y delicado, irradiaba una sensación de antigüedad. La caja estaba hecha de un material que parecía ser ébano oscuro, pero al mirar más de cerca, se podían apreciar matices profundos de azul marino y verde esmeralda en su superficie. La caja estaba adornada con grabados intrincados, que representaban escenas de un antiguo casino en pleno auge, con jugadores emocionados y crupieres elegantes.

La tapa de la caja estaba asegurada con un cierre dorado que, al abrirse, revelaba el tesoro en su interior. Una vez desvelado, se evidenciaba una botella de cristal transparente que parecía resplandecer con un líquido dorado similar al oro. La botella tenía una forma elegante, con un cuello largo y delgado que conducía a un tapón de cristal sellado herméticamente. En el tapón, había un sello que mostraba un diseño de cartas de juego entrelazadas, lo que añadía un toque adicional de elegancia a la botella.

El líquido dorado que llenaba la botella era verdaderamente asombroso. Parecía tener una cualidad casi etérea, con partículas diminutas que flotaban en su interior, como pequeños destellos de luz atrapados en un mar dorado. Cuando Arturo agitó la botella suavemente, las partículas parecieron cobrar vida, creando un deslumbrante espectáculo de luces que danzaban en el interior del líquido. Acercando su nariz a la botella, Arturo comprobó que el aroma que emanaba era igualmente cautivador. Un delicado perfume de notas florales y un toque de vainilla se mezclaba con un aroma fresco y refrescante, como una brisa matutina.

Con cuidado, el jorobado retiró el tapón de cristal de la botella, revelando una abertura estrecha por la que podía percibir con mayor claridad el aroma que emanaba del líquido dorado. El aroma se intensificó, inundando el aire a su alrededor con una fragancia aún más rica y embriagadora. Arturo notó que, al abrir la botella, las partículas luminosas parecían moverse con mayor rapidez, creando un efecto deslumbrante.

—Pompón, ¿qué opinan sobre esta botella y su contenido?—Preguntó Arturo, mostrando la botella dorada al conejo—¿Tienen alguna idea de lo que podría ser o cómo podría usarse?

El conejo se movió con lentitud y se acercó a la botella, observándola con curiosidad. Sus orejas se movieron mientras exploraba el objeto, y finalmente, habló con voz calmada:

—No tengo ni idea de lo que pueda ser, pero deberías considerar investigar más antes de utilizar esta poción. Tirar el líquido al suelo y esperar a ver qué pasa no parece una buena idea; podría ser peligroso. Tal vez podamos buscar información o pistas con Momo sobre su utilidad antes de tomar una decisión.

Arturo asintió con agradecimiento ante el consejo del conejo y se dio cuenta de que era importante proceder con cautela cuando se trataba de un objeto tan enigmático.

Tras renombrar el objeto y guardarlo en su inventario, Arturo sacó el último objeto de su inventario que se relacionaba con el casino, el cual curiosamente también resultó una poción misteriosa. Esta vez, la botella era de un tono ámbar profundo, casi como el color del caramelo dorado. El recipiente tenía una forma elegante, con líneas curvas que lo hacían parecer una obra de arte en miniatura. La tapa de la botella estaba sellada herméticamente con un corcho antiguo, y en la parte frontal de la misma, una etiqueta en un papel antiguo y amarillento indicaba el nombre de la poción en letras escritas a mano, que decía “Niños de Alubia”.

El interior de la poción parecía brillar con un fulgor suave y cálido, como si contuviera la esencia misma de la felicidad. El líquido tenía un aspecto denso y seductor, con destellos dorados que jugaban en su interior, creando una danza hipnótica de luces y sombras. Cuando Arturo la observaba con atención, podía jurar que el éter emitía un suave y agradable aroma, como una mezcla de flores en plena floración y la dulzura de un día de verano.

—Otra poción misteriosa, de todas formas debe haber alguna forma de descubrir para qué sirven, así que no todo está perdido…—Murmuró Arturo con calma, mientras guardaba nuevamente el objeto en el inventario—Bueno, con esto ter terminamos de acomodar los diez objetos que ganamos en el casino.

Pompón levantó su patita en un gesto juguetón y señaló hacia el inventario de Arturo mientras hablaba con un tono amigable pero ligeramente regañón:

—¡Eran catorce objetos, Arturo! Todavía tienes que organizar cuatro más. Acumular tareas para el futuro no es una buena idea, ¡podrías olvidarte de esas tareas en medio del caos!

Arturo dejó escapar un suspiro de frustración mientras miraba su inventario, que ahora le parecía una montaña de objetos por organizar. Sin embargo, el conejo no mentía, había 4 objetos que se habían escapado de la clasificación que había estado haciendo. Ante tal descubrimiento, sus hombros se encogieron ligeramente, y una expresión de molestia se apoderó de su rostro.

—Tienes razón, Pompón. Pero, ¿sabes? A veces parece que estos objetos se acumulan más rápido de lo que puedo organizarlos. Es como si tuvieran vida propia y se reprodujeran en mi inventario—Arturo se pasó la mano por el cabello, visiblemente frustrado—De todas formas, supongo que debería empezar por algún lado. ¿Cuál de estos cuatro objetos quieres que organice primero?

Arturo miró a Pompón, esperando alguna indicación o preferencia por parte del pequeño conejo mientras se preparaba para enfrentar la tarea de terminar organizar su inventario. Finalmente, Pompón señaló dos objetos que tenían un tamaño similar y estaban envueltos en bollos de periódicos con un cordón que los ataba en el medio.

A primera vista, los objetos parecían ser simplemente otros dos bollos de papel, lo que llevó a Arturo a pensar que tal vez escondían más prendas de ropa. Sin embargo, cuando desenrolló con cuidado los bollos, quedó gratamente sorprendido al descubrir dos pergaminos en su interior, uno en cada uno de los bollos.

Los pergaminos estaban hechos de un papel antiguo y amarillento, con bordes desgastados que indicaban su antigüedad. El papel crujía ligeramente al tacto, como si hubiera pasado mucho tiempo desde que fueron escritos. A pesar de su apariencia desgastada, los pergaminos estaban en bastante buen estado considerando su posible antigüedad.

Arturo sostuvo los pergaminos con cuidado, observando los símbolos y las palabras escritas en ellos. Cada uno de los pergaminos parecía contener información o instrucciones, pero el jorobado no estaba seguro de su significado.

—¿Sabes qué dicen los pergaminos?—Preguntó el conejo con curiosidad, sus orejas se movieron expectantes.

—No, pero creo saber que son estos pergaminos—Respondió Arturo con calma mientras inspeccionaba los dos pergaminos en sus manos. Luego, se acercó al espejo en su habitación y cerró su inventario. Con un gesto decidido, Arturo empujó los pergaminos hacia el reflejo de la habitación, haciéndolos desaparecer en el interior del espejo, como si el reflejo en el cristal fuera un portal hacia otro mundo.

Antes de que Pompón pudiera hacer alguna pregunta, Arturo miró hacia la ventana de su habitación y realizó un gesto con las manos. Sorprendentemente, el paisaje que se veía a través de la ventana cambió drásticamente, revelando que no existía ningún bosque afuera de esta habitación en realidad.

El sombrío bosque que se extendía más allá de la ventana de Arturo se transformó bruscamente en un callejón oscuro y deprimente. Las ramas retorcidas y los árboles siniestros se convirtieron en las paredes del callejón, que parecían cerrarse sobre sí mismas, creando un pasaje estrecho y claustrofóbico. No había señales de vida en ningún lugar; ningún ser humano, ni siquiera un animal.

El suelo del callejón estaba cubierto de una mezcla de tierra y hojas secas, formando una alfombra que crujía bajo cada paso de los inexistentes transeúntes. El viento soplaba con un lamento lastimero, y el ambiente estaba impregnado de una sensación de abandono y desesperación. Las farolas a lo largo del callejón arrojaban una luz débil y parpadeante, lo que hacía que las sombras se alargaran y se retorcieran de manera inquietante.

A pesar de que no había señales de vida humana, ocasionalmente se veían sombras con aspecto humanoide moviéndose furtivamente por el callejón. Eran figuras oscuras y fantasmales que se deslizaban entre las sombras, susurros ininteligibles escapaban de sus bocas invisibles. No importaba cuánto mirara Arturo, no podía discernir claramente sus formas ni sus intenciones, pero sabía que algo no estaba bien en ese lugar. El aire estaba cargado de una extraña energía, como si el callejón estuviera impregnado de la tristeza y la desesperación de quienes lo habían cruzado en algún momento. Mientras que la luna roja que iluminaba el cielo del callejón era lo único que no había cambiado, aparentemente siendo lo único consistente que se podía ver por la ventana.

—Sorprendente, ¿así que desbloqueaste la vista de un callejón? —Preguntó Pompón con una mirada curiosa mientras observaba por la ventana. Tanto el aire como la temperatura de la habitación habían cambiado bruscamente desde que el paisaje se transformó, por lo que parecía que realmente todo el hogar de Arturo se había movido a este callejón.

—La verdad es que es impresionante la cantidad de cosas que ganamos al conseguir el dado… —Murmuró Arturo mientras volvía a realizar el gesto que había usado para cambiar el paisaje que se veía por la ventana.

Siguiendo el gesto de Arturo, el paisaje se transformó radicalmente, pasando de ser un callejón oscuro y perturbador al patio encantador de una gran y espléndida mansión. La transición fue asombrosa, y Arturo y Pompón se encontraron admirando un entorno totalmente opuesto al anterior.

El patio de la mansión era un lugar deslumbrante que irradiaba lujo y opulencia. El suelo estaba cubierto de un exquisito mármol blanco que reflejaba la luz de luna roja en el cielo de manera deslumbrante. A ambos lados del patio, se alzaban majestuosos pilares de mármol que sostenían una elegante estructura con un techo de cristal, permitiendo que la luz lunar bañara el espacio con un resplandor carmesí.

Jardines exuberantes rodeaban el patio, con parterres de flores coloridas y arbustos perfectamente podados. Fuentes de agua cristalina se alzaban en el centro, con estatuas de mármol que escupían delicadamente chorros de agua. El sonido suave y relajante del agua que caía creaba una atmósfera serena y refinada. Muebles de jardín elegantes y cómodos estaban dispuestos alrededor del patio, invitando a los visitantes a relajarse y disfrutar de la vista espectacular, pese a que realmente no se podía ver ninguna persona en este jardín. Cojines mullidos y cortinas de seda ondeaban suavemente con la brisa, añadiendo un toque de elegancia al ambiente. En el extremo opuesto del patio, se encontraba una piscina, rodeada de tumbonas de lujo y sombrillas. El agua de la piscina tenía un tono azul cristalino y reflejaba las estrellas en el cielo nocturno.

—Parecería que el casino te regalo las dos caras de la moneda, las de los perdedores que se esconden en el callejón y la de los ganadores que disfrutan en su lujosa mansión... —Comentó Pompón.

—¿Cuál ambiente te gusta más?—Preguntó Arturo con entusiasmo.

—Puedes dejar este, el olor a flores me gusta más que la basura del callejón —Respondió Pompón, mientras decía esto, miró con curiosidad por la ventana, aunque lo cierto era que estaba un poco alta para él, y no podía ver mucho.

Después de haberle dado utilidad a los pergaminos mágicos que habían ganado en el casino abandonado, Arturo se dispuso a acomodar los dos últimos objetos que había adquirido en dicho lugar.

El siguiente objeto estaba oculto en un sobre de cartón del tamaño de un plato grande, el cual era demasiado similar a los paquetes utilizados para resguardar discos de vinilo como para ser una simple coincidencia.

La portada del sobre de cartón llamó la atención de Arturo de inmediato. En una cara, se veía una imagen de un hombre rico, rodeado de lujo y opulencia, riendo con alegría en medio de un exótico casino. La expresión de satisfacción en su rostro sugería que había tenido una racha de buena suerte en el juego. Sin embargo, la contraportada del sobre de cartón mostraba una imagen completamente opuesta: Un hombre desaliñado y desesperado, con lágrimas en los ojos y pidiendo limosna en un callejón oscuro y sombrío. La dicotomía entre las dos imágenes dejó a Arturo perplejo. Tal vez, el contenido del sobre era un objeto que de cierta forma exploraba los altibajos de la vida, desde la riqueza hasta la miseria.

Cuando Arturo abrió el sobre, se reveló un disco de vinilo antiguo. Aparentemente era un disco de música común y corriente; sin asemejar ser ninguna pieza de colección única. El disco estaba cubierto de polvo y arañazos, indicando que había pasado mucho tiempo desde que se había reproducido. Mientras que la etiqueta en el centro del vinilo estaba escrita a mano de forma desprolija y en un idioma completamente inentendible que aparentaba ser garabatos dibujados al azar.

—Mira, ¡finalmente ganaste una banda sonora! —Comentó Pompón con un toque de entusiasmo en su voz.

—Uh, ¿leíste cuando quedé segundo en el desafío del cumpleaños de 15?—Preguntó Arturo con incomodidad; su voz revelaba cierto enojo por el recuerdo.

—Claro, uno de tus mayores traumas: estabas a punto de conseguir la banda sonora del comedor y de repente te tropezaste tontamente, quedando en el segundo lugar —Respondió Pompón con alegría—Pero mira lo que son los giros de la vida, ahora tienes una banda sonora en tus manos.

Arturo reflexionó sobre el recuerdo de cómo había fracasado miserablemente en una de las pruebas más difíciles que había intentado en su vida. La música que ahora tenía en su posesión era un recordatorio de que a veces los problemas del pasado se convertían en las tonterías del futuro, y lo que había parecido una gran pérdida en su momento , le había caído del cielo por mera fortuna este día. Aunque aún sentía una pizca de frustración por aquel episodio, la perspectiva que ofrecía Pompón le hizo sonreír.

—Sí, el tiempo soluciona todo, una lástima no tener forma de escuchar la música en el disco… —Murmuró Arturo mientras guardaba el disco en su inventario. Mientras lo hacía, comenzó a meditar si valía la pena ir al mercado para comprar un tocadiscos que le permitiera escuchar la música del disco.

Pompón observó a Arturo con interés, notando la duda en sus ojos mientras guardaba el disco en su inventario.

—¿Estás pensando en conseguir un tocadiscos, Arturo? —Preguntó Pompón, mientras sus orejas peludas se inclinaban hacia adelante con curiosidad—Podría ser una idea interesante. Después de todo, tienes una banda sonora en tus manos, y escucharla podría revelar más sobre el significado detrás de las imágenes en el sobre.

—Tengo muchas ganas de escuchar la música que me regalaron…—Arturo sonrió con bastante pena—Pero no nos quedan reliquias, y las pocas que consigamos las debería usar para ganar trofeos, me interesa mucho ganar el título honorífico que dan los trofeos.

—Algún día tendremos reliquias para comprar todo lo que queramos—Ánimo Pompón, comprendiendo la lógica de Arturo.

El jorobado comenzó a hurgar en su inventario en busca del verdadero último objeto relacionado con el casino abandonado. Con cuidado y emoción contenida, finalmente sacó el objeto que había estado esperando. Era una bolsa de tela de color violeta, robusta y antigua, atada con una cuerda dorada.

Pompón, observó con curiosidad mientras Arturo desataba la cuerda y abría la bolsa. Sus ojos se iluminaron cuando vieron lo que se encontraba en su interior. La bolsa estaba llena de monedas de oro, brillantes y relucientes, como si hubieran sido acuñadas en la época de esplendor del casino.

— ¡Monedas de oro! —Exclamó Pompón, dejando escapar una risa emocionada— ¡Qué maravillosa recompensa!

Arturo sonrió, complacido por la reacción de su curador. Cada moneda de oro era un símbolo de su éxito en la misión en el casino abandonado, y aparentemente Pompón apreciaba el valor de esta recompensa.

—Son monedas de oro auténticas y muy brillantes, pese a ello dudo que sean útiles la verdad. Si estas monedas fueran reliquias literalmente podríamos comprar todo lo bueno del mercado… —Mencionó Arturo con bastante pena.

—¿Acaso no recuerdas que necesitábamos oro para sobornar al director en la sala de profesores?—Preguntó el conejo.

—Uh, sí, tienes razón, pero supuestamente necesitábamos un cofre con monedas de oro, no una bolsa—Respondió Arturo con ciertas dudas.

—Puede ser que el cofre que compran los otros estudiantes sea pequeño. Si es así, con esta cantidad de monedas deberíamos poder completar ese trofeo sin gastar ninguna reliquia—Respondió Pompón, emocionado por la perspectiva de ahorrar recursos valiosos.

Arturo asintió, visualizando la idea con entusiasmo. La posibilidad de usar las monedas de oro para avanzar en la misión sin gastar sus valiosas reliquias era un giro afortunado.

—De ser así, sería bastante bueno. Y si eso no se da, aún podemos decorar alguna habitación con estas hermosas monedas—Respondió Arturo mientras exploraba la bolsa para examinar los diseños de las monedas, que resultaban ser realmente hermosas. Cada moneda tenía detalles intrincados y grabados que contaban una historia en sí mismos, y Arturo ya estaba imaginando cómo podrían dar vida a su hogar con ellas.

—Además de la ofrenda que me dio el sacerdote por completar su misión, creo que solo faltan los 16 objetos que compré en el anterior intercambio de número de puesto —Murmuró Arturo, reorganizando sus pensamientos para lo que vendría a continuación.

Arturo consideró la ofrenda que había recibido del sacerdote y, tras evaluar su utilidad limitada, la dejó en su inventario, destinada a ser olvidada. Luego, decidió abordar los seis objetos que había adquirido en el intercambio de puestos anterior, buscando exprimir hasta la última pizca de valor de su inversión, los cuales evidentemente no tenían mucho valor en los ojos de los estudiantes. Estos objetos resultaron ser dos ventanas, una alfombra exquisita, una sólida mesa de piedra, un robusto banco del mismo material y una maceta exactamente igual a la que Arturo había ganado al agrandar su hogar.