Después de la intensa batalla que tuvo lugar en su hogar, pasaron varios días antes de que el niño decidiera romper con la monotonía de lo ordinario. La verdad es que la batalla fue arriesgada y las recompensas fueron escasas, por no mencionar que perdió dos sillones, una mesa de piedra y una ventana en el proceso. Al menos, la carne del hombre robusto resultó ser un festín para Tentaculin, y la ropa del individuo fue de gran utilidad para las criaturas que habitaban en el cuarto de Copito. Sin embargo, los demás objetos que el hombre portaba eran inútiles para Arturo, ya que no estaban vinculados con su alma y, por lo tanto, no podían ser utilizados.
Hoy, la rutina ordinaria finalmente se rompió, aunque no fue por elección del niño, quien prefería cómodamente perder el tiempo en las comodidades del hogar en lugar de aventurarse en busca de experiencias exóticas. Sin embargo, algo extraordinario sucedió hoy, algo tan importante que no podía esperar para otro momento: ¡El gran huevo del subsuelo había comenzado a romperse!
La noticia resonó en los oídos de Arturo como un estruendoso trueno. Aunque inicialmente dudó en abandonar su rutina segura, la irresistible curiosidad lo impulsó a aventurarse hacia el epicentro del misterio. Con pasos cautelosos, se acercó al subsuelo donde el gran huevo estaba revelando su contenido al mundo.
El huevo temblaba con fuerza, emitiendo sonidos crujientes a medida que las grietas se extendían. El niño, con los ojos llenos de asombro y anticipación, se preguntaba qué criatura emergería de esa cáscara milenaria. Un silencio tenso llenó el aire, solo roto por el sonido inconfundible de la ruptura final. De repente, la cáscara se dividió en dos, revelando a la misteriosa criatura que aguardaba dentro.
Era Sir Reginald, el cerdo que había desaparecido tras el terminar de la batalla. Su apariencia era inconfundiblemente la misma, con su cuerpo porcino decorado con un opulento sombrero de copa y un hermoso monóculo. Pero ahora llevaba algunas adiciones notables. Un elegante moño negro colgaba de su cuello, un esmoquin que le quedaba algo ridículo y un piercing de nariz similar a los que usaban las vacas, pero este parecía ser de oro y contaba con dos gemas preciosas en sus extremos, otorgándole un toque noble a una prenda para nada noble.
Arturo, atónito, observaba a Sir Reginald transformado, asimilando la peculiar combinación de elegancia y extravagancia que ahora adornaba al cerdo. La sorpresa pronto se transformó en incredulidad mientras intentaba procesar la extraña “evolución” de su querida mascota.
Mientras tanto, Pompón y Shily también descendieron al subsuelo para presenciar el peculiar evento. Dado la pérdida significativa que habían sufrido debido a las travesuras anteriores de Sir Reginald, su enfado no les permitía apreciar el momento. Al verlo salir, se enfrentaron enojados al cerdo recién transformado, expresando su frustración por su actitud egoísta.
— Pero, ¿qué diablos ha sucedido contigo, Sir Reginald? —Exclamó Pompón, señalando con indignación el moño, el esmoquin y, sobre todo, el inusual piercing de nariz de oro.
Sir Reginald, con una mezcla de altivez y despreocupación, respondió:
—Mis queridos sirvientes, solo he evolucionado hacia una expresión más refinada de mi esencia por el bien de la nobleza y el buen gusto. ¿No es encantador este toque de distinción que ahora adorna mi apariencia?
Shily, sin embargo, no estaba dispuesto a pasar por alto la situación: —¡¿Distinción?! ¡Hemos perdido una fortuna gracias a tus idioteces y ahora te paseas con estos adornos absurdos! ¡Es inaceptable! ¡Mátalo, Arturo!
La discusión entre los tres continuó, con acusaciones y quejas llenando el aire. Mientras tanto, Arturo observaba la escena con una mezcla de incredulidad y asombro. La vida en su hogar se volvía cada vez más surrealista con cada giro inesperado, y Sir Reginald, ahora transformado en una versión extravagante de sí mismo, era la personificación de esta nueva realidad.
—¿Al menos ganamos algo de todo esto? ¿O simplemente te comiste todas esas monedas por diversión? —Preguntó Arturo inquisitivamente, rompiendo la discusión que se volvía cada vez más acalorada.
—¡No me las comí! Las intercambié por una posición más noble y alta en la pirámide social de los cerdos. ¿Ven? Ahora tengo cuatro nuevas prendas y, por tanto, soy más noble —Explicó Sir Reginald mientras se pavoneaba con sus nuevas adquisiciones por la habitación.
—¿Y eso te da nuevas habilidades, no? —Preguntó Arturo, interesado en la transformación de su mascota, buscando cuál era la cuarta prenda que supuestamente el cerdo había ganado.
—Evidentemente… —Respondió el cerdo— El sombrero de copa me da el porte de un noble, el monóculo me otorga la visión de un noble, y las demás prendas también proporcionan habilidades distintivas que destacan mi nobleza.
Después de dar la introducción a su explicación, el cerdo continuó posando sus nuevas prendas por el subsuelo mientras detallaba sus nuevas habilidades:
—El esmoquin me permite convocar cerdos de batalla que atienden mi llamada a las armas. Mi moño me permite dictar leyes que afectan a los seres de poca inteligencia, y el piercing en mi nariz me permite cobrar tributos de los cerdos que trabajan en mis tierras.
—¿Y la cuarta prenda? —Preguntó Arturo, intentando interpretar las explicaciones del cerdo, aunque estas eran bastante escasas para terminar de comprender cómo funcionaban realmente.
Sir Reginald, con una sonrisa que revelaba cierta astucia, finalmente reveló la cuarta prenda. Un largo y delicado cigarro apareció en la boca del cerdo, quien, con unas largas caladas y sin soltar el cigarro, lanzó una bocanada de humo hacia el niño, haciéndolo toser violentamente.
—¿Qué hace el cigarro? —Preguntó Arturo mientras retrocedía unos pasos, escapando del molesto humo.
—Me permite crear una distracción, para escapar si mi ejército fracasa —Respondió Sir Reginald con alegría.
—¿Quemaste cien monedas de oro en esas habilidades de mierda? —Chilló Pompón sin contener su enojo.
—¿Qué sería cobrar tributos? ¿Los otros cerdos te dan monedas de oro a cambio de que les prestes tus tierras? Si no haces algo por el estilo, lo que dice Pompón es cierto, es ridículo que hayas gastado semejante fortuna para obtener esas habilidades…—Agregó el niño, complaciendo al conejo que se sintió respaldado.
—No, claro que no —Respondió el cerdo, tras lo cual levantó su pata y un extravagante banquete llenó todo el subsuelo.
El festín parecía sacado de un sueño celestial. Platos de plata relucían bajo la tenue luz de las antorchas, mientras copas de oro resplandecían con el reflejo de vinos exóticos. Fuentes de chocolate vertían sus deliciosos contenidos, creando un aroma embriagador que envolvía la sala subterránea. La comida, como un regalo divino, ofrecía las delicias favoritas de cada una de las mascotas presentes, como si la generosidad de Sir Reginald se extendiera a satisfacer los placeres culinarios de todos.
Arturo, Pompón y Shily observaron con asombro la mesa que se desplegaba ante ellos. Cada plato era una obra maestra gastronómica, presentada con cuidado y elegancia.
En el centro, un exquisito estofado de raíces y hierbas que parecía emanar aromas reconfortantes. A un lado, una fuente de pasta fresca, bañada en una salsa rica y cremosa que hacía agua la boca. En otro extremo, una parrilla llena de suculentas carnes asadas, perfectamente sazonadas y selladas con un irresistible aroma a parrilla. Finalmente, una bandeja de postres que desbordaba con delicias: tortas esponjosas, frutas bañadas en chocolate y pequeños pasteles rellenos de sorpresas exquisitas.
Con cierta expectación, los cuatro protagonistas del insólito banquete disfrutaron de los manjares que se desplegaban ante ellos. Cada bocado parecía transportarlos a un mundo de deleite gastronómico, pese a ello el clima en la habitación no estaba lleno de las risas y comentarios elogiosos que uno esperaría escuchar entre los mordiscos y sorbos de los vinos exquisitos.
La atmósfera en la sala subterránea seguía siendo tensa. El egoísmo de Sir Reginald no se olvidaba fácilmente, y aunque el festín era magnífico, la sombra de las acciones pasadas persistía en la mente de los presentes.
Pompón y Shily, a pesar de su inicial enojo, no podían evitar ceder ante la tentación de los exquisitos platos que tenían delante. Sus rostros reflejaban el placer de cada bocado, pero sus miradas ocasionalmente se cruzaban con expresiones de desconfianza dirigidas hacia Sir Reginald. Arturo, por su parte, aunque cautivado por la opulencia del festín, no podía dejar de preguntarse sobre el verdadero precio de esta extravagancia. Las palabras de Sir Reginald resonaban en su mente, recordándole que cada placer venía acompañado de una factura, y la magnificencia del banquete no cambiaba la realidad de las acciones egoístas del cerdo.
En medio de los sabores exquisitos y el ambiente poco festivo, las tensiones subyacentes amenazaban con emerger en cualquier momento. Sir Reginald, sin embargo, parecía ajeno a la desconfianza que flotaba en el aire. Continuaba disfrutando de su banquete, deleitándose con cada detalle de su recién mejorada nobleza, mientras su egoísmo se mantenía tan firme como el aroma embriagador que llenaba la sala subterránea.
Comprendiendo que el silencio prolongado podría avivar las discusiones, Arturo decidió preguntar lo primero que se le vino a la cabeza, con la esperanza de cambiar el ambiente:
—Por cierto, Sir Reginald, ¿cómo sabías que al comer esas monedas lograrías “evolucionar”?
—Intuición, todos nacemos con esa intuición. Estoy seguro de que Shily también sabe cómo evolucionar…—Respondió el cerdo mientras disfrutaba con deleite del estofado lleno de raíces.
—En mi caso, debes conseguir muchos esclavos. Estoy seguro de que ni de cerca necesitas la misma cantidad de monedas que se comió ese cerdo asqueroso para lograr que evolucione —Respondió el parásito, dejando aflorar su odio.
—Si tenemos la oportunidad de ganar otra fortuna, te daremos algunos regalos, Shily. Necesitamos algunas habitaciones nuevas y ver qué tipos de objetos les gustan a ustedes dos, pero para eso necesitamos que el mercado vuelva a aparecer y eso llevará…—Respondió Arturo, comprendiendo las molestias de su nueva mascota.
—¿Les gustó el banquete? Siempre los escucho quejarse de la comida y los problemas que ella conlleva, pero no los escucho dándome las gracias por tener tan asombrosa habilidad —Manifestó Sir Reginald interrumpiendo a Arturo
—Cien monedas son muchas monedas, cerdo pretencioso... —Murmuró Pompón a regañadientes.
—Muchos esclavos, los suficientes para volverme más poderoso... —Agregó Shily en voz alta, mientras el pobre Juampi emitía unos alaridos de dolor.
—Yo estoy feliz con tu decisión, Sir Reginald. Las monedas eran inútiles por el momento, pero esta habilidad de convocar un banquete nos es extremadamente útil. Ahora ya no tendré que ir a pescar para todos y podré comer lo que desee todos los días —Dijo Arturo, tratando de calmar los malos ánimos.
Aunque las palabras de Arturo buscaban restaurar un poco de paz, la tensión persistía en el aire. Las diversas necesidades y deseos de cada mascota, combinadas con el recuerdo de las acciones pasadas, seguían creando un ambiente volátil en el subsuelo.
—Gracias, Arturo. Siempre es agradable saber que mis sirvientes me apoyan. Por cierto, ¿has abierto los dos regalos que nos quedan? ¿Por casualidad obtuviste una de esas hermosas y relucientes dagas? —Preguntó el cerdo con la boca llena de comida, mostrando cierto aire de codicia escondida en su mirada.
—No, queríamos contar con tu apoyo antes de continuar abriendo los regalos misteriosos. Además, aprovechamos estos días para reunir más información sobre los regalos. Aparentemente, han cambiado mucho con el tiempo… —Dijo Arturo, recordando las largas horas que había pasado con Momo en busca de obtener algo de información.
—¿Alguna información que nos sea útil? —Cuestionó Sir Reginald mientras comía apaciblemente, en un intento de disimular su curiosidad.
—En esta era existen varios tipos de regalos, pero todos lucen muy parecidos y no hay forma de distinguirlos por la apariencia. Pese a ello, aún se puede distinguir por la forma de adquirir los regalos —Explicó Arturo con detalle— En nuestro caso, los regalos que ganamos eran regalos oscuros. Estos regalos se crean a partir del alma de otra persona y tienden a dar muy buenos objetos. Pese a que todos esos objetos están malditos, eso tiene poca importancia; lo más importante es que no hay rumores acerca de que este tipo de regalos contenga recompensas peligrosas.
—¡Oh, si son buenos y seguros, ¿por qué no los has abierto?! Ahora estamos todos, ¡vamos por eso! —Exclamó el cerdo, corriendo como demente hacia las escaleras de caracol, pisoteando toda la comida en el proceso.
—¿Qué haremos con todos estos platos y copas? ¿Desaparecen? —Preguntó Arturo, mirando con cierta repulsión el desastre que el cerdo había hecho; subconscientemente le daba algo de asco ver tanta comida, siendo desperdiciada y tratada con tanto desprecio.
—No, claro que no desaparecen, es un tributo a mi persona —Manifestó el cerdo con orgullo— Pero eso no importa, solo arroja esa basura por el cráter y deja que los peces coman las sobras.
Algo asqueado con la respuesta del cerdo, Arturo tomó una copa y la miró con cuidado. Sin embargo, por más que la inspeccionara, sabía que había algo raro en esta copa. Todos los objetos que estaban vinculados con su alma dejaban cierto rastro, una especie de sensación de que le pertenecía. Sin embargo, la copa de oro en su mano no tenía ese rastro; no era suya. Pero a su vez, la copa tampoco era de alguien más, era como si fuera del cerdo o de la habitación. Era una sensación tan extraña que Arturo estaba seguro de que nunca había sentido algo similar, por lo que no entendía muy bien qué cosa era la copa en su mano o la comida que había ingerido.
—Yo siento lo mismo, Arturo. Esa copa se convirtió en parte de esta habitación. Será mejor tirarla por el cráter si no quieres empezar a coleccionarlas, dado que estoy seguro de que ese cerdo asqueroso se niega a tomar de la misma copa dos veces —Mencionó Pompón, comprendiendo en cierta forma cómo funcionaba la mente del cerdo.
Los tres se dirigieron hacia el espejo en el primer piso, donde el impaciente cerdo se encontraba mirando su reflejo, con la misma impaciencia que mostraba cuando deseaba ser sacado del hogar para ir a una aventura, es decir, ser sacado a “pasear”.
— ¡Vamos, Arturo! ¿Qué están esperando? Abramos esos regalos oscuros de una buena vez —Exclamó Sir Reginald, apenas apartando la vista de su propio reflejo para instar a los demás a apresurarse.
Arturo y Pompón se acercaron al espejo, compartiendo una mirada de complicidad que expresaba cierta incomodidad por la actitud del cerdo. Aunque Arturo estaba ansioso por descubrir qué contenían los regalos, el comportamiento de Sir Reginald seguía siendo irritante. Con cautela, Arturo abrió el primer regalo mientras Pompón observaba con atención.
De las envolturas surgió una luz tenue y misteriosa. Arturo extrajo con cuidado un objeto reluciente: una copa de cristal, con detalles intrincados que simulaban calaveras y una base de plata que reflejaba el resplandor del espejo. Sir Reginald, al ver la copa, mostró una expresión de satisfacción y codicia evidente.
— ¡Ah, una copa digna de un noble! ¡Es exactamente lo que esperaba! —Exclamó el cerdo con entusiasmo, arrebatando la copa de las manos de Arturo.
— ¡Espera! —Protestó Arturo, pero Sir Reginald, sin prestarle atención, se enfocó en el segundo regalo.
Este reveló una capa oscura, con un patrón que parecía absorber la luz a su alrededor. Arturo la observó con cautela, mientras Pompón, en cambio, mostraba más entusiasmo ante la posibilidad de obtener algo útil en sus futuras travesías.
— Parece que estos regalos oscuros son realmente especiales, ¿no crees? —Comentó Arturo, intentando hallar algún aspecto positivo en la situación.
— Claro, pero ¿no crees que Sir Reginald podría mostrar un poco más de gratitud? —Respondió Pompón, observando al cerdo que, ahora con la copa en una mano y la capa en la otra, se admiraba frente al espejo.
El cerdo, ajeno a las inquietudes de los demás, continuaba examinando su reflejo con una mezcla de satisfacción y vanidad. La atmósfera seguía tensa, ya que cada revelación de los regalos oscuros solo resaltaba la brecha entre las prioridades de Sir Reginald y las necesidades de los demás habitantes del hogar subterráneo.
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— Son objetos de invocación, cerdo ignorante y estúpido. Ya te explicamos que si no hay instrucciones es porque el objeto solo sirve para convocar otra cosa —Comentó Shily, intentando aumentar la discordia mientras se unía al grupo alrededor del espejo. La atención volvió a centrarse en Sir Reginald, quien, aún absorto en su reflejo, parecía haber olvidado momentáneamente las tensiones acumuladas en la sala subterránea.
Saliendo del ensimismamiento, el cerdo dejó los dos objetos en el suelo, esperando que ocurriera algo; sin embargo, no reaccionaron y no parecía que nada fuera a ser invocado.
— ¡No funcionan! —Chilló el cerdo con enojo, mientras patiaba la copa en el suelo con desprecio.
— No te estoy dejando que funcionen —Agregó Pompón con malicia—Los usaremos en el subsuelo, no en la habitación del espejo y mucho menos a unos pocos centímetros del mismo. Por si no lo notaste, ese espejo vale más que tu vida, cerdo ingrato.
Lejos de dejarse llevar por los insultos, el cerdo recogió los dos objetos con su boca y salió corriendo nuevamente al subsuelo, esperando ver si lograban invocar algo que volviera a llenar el suelo de las relucientes reliquias que tanto apreciaba.
El grupo nuevamente siguió el trasero del cerdo y se dirigió al subsuelo, donde el inteligente cerdo había buscado un espacio vacío, lejos de las cosas importantes, y se quedó mirando con expectación las escaleras, ansioso de que se revelara la utilidad de los objetos de invocación.
Arturo se acercó, esquivando la comida desparramada por el suelo, y tomó la capa, dejando la copa en el suelo. Tras esto, volvió a la entrada de la habitación y la copa comenzó a reaccionar, como si le hubieran dado órdenes de funcionar.
Sangre líquida y putrefacta comenzó a llenar la copa hasta hacerla rebosar, tras lo cual un pequeño charco de sangre apareció en el suelo. Acto seguido, la copa se hundió entre la sangre y una máquina misteriosa comenzó a emerger en el interior del charco de sangre.
La máquina tenía un aspecto grotesco y oscuro, con partes carnosas que recordaban a tripas y huesos. Un espacio central permitía introducir ambos brazos, el cual estaba rodeado por una serie de botones y elementos decorativos hechos de huesos y cráneos. La sangre continuaba fluyendo, alimentando la extraña máquina que se manifestaba ante ellos.
— ¿Qué es eso? —Preguntó Arturo, observando la macabra maquinaria que había surgido del charco de sangre.
Sir Reginald, emocionado, se aproximó y sin dudar, comenzó a tocar los botones. Los botones y huesos reaccionaron al contacto del cerdo, iluminándose y emitiendo sonidos siniestros. La máquina comenzó a temblar y a emitir un zumbido escalofriante.
Fue entonces cuando una de las calaveras de la máquina se movió para ver fijamente a Arturo. En sus cuencas oculares, dos llamas de color azulado aparecieron, y una sonrisa macabra se formó en su rostro. Tras ello, comenzó a hablar con una voz que contrastaba demasiado con su aspecto, más similar a la de un comerciante apasionado por su trabajo:
— ¡Arturo, soy tu asistente de programación, Manito, el muerto! ¡Desde ya te damos las gracias por comprar uno de nuestros destacados productos! Estamos seguros de que la fabulosa Siervoplus satisfacerá sus necesidades.
— ¿Qué se supone que hace esta máquina, Manito? —Preguntó Arturo con cautela, sintiendo que era más perturbador escuchar la alegre voz de la calavera que la triste y macabra voz de Shily.
— La máquina sirve para divertirte, solo debes colocar tus brazos en las aberturas correspondientes y ¡el juego comenzará! —Gritó Manito dando risotadas.
Una sensación de inquietud se apoderó de Arturo mientras contemplaba la escena. La atmósfera de la habitación se volvía cada vez más surrealista y macabra. ¿Qué tipo de juego sería aquel que requería la participación activa de los brazos de los jugadores?
— No sé si quiero participar en este “juego”... —Murmuró Arturo, observando con sospecha la sonrisa siniestra de la calavera.
Pero antes de que pudiera tomar una decisión, Sir Reginald, entusiasmado, ya había tratado de colocar sus brazos en las aberturas de la máquina, ansioso por descubrir qué ofrecía el oscuro entretenimiento de Siervoplus. Sin embargo, por desgracia, el cerdo no llegaba hasta las aberturas.
— Mi mascota parece tener ganas de jugar, ¿no hay manera de que pueda lograrlo? — Preguntó Arturo buscando una escapatoria a la incómoda mirada de la calavera.
— ¡Pero por supuesto que la hay! Solo debes tirar del hueso de la parte izquierda inferior de la máquina, ¡y la misma cambiará para satisfacer esa necesidad! —Exclamó la calavera con entusiasmo, provocando que el cerdo tirara del hueso en mitad de su discurso.
Un par de orificios con patas para cerdo aparecieron en la parte inferior de la máquina, perfectos para que el cerdo pudiera colocar sus extremidades cómodamente. Sin dar más preámbulos, Sir Reginald colocó sus pezuñas entre las aberturas, provocando que la máquina se activara.
La máquina se activó con un temblor inquietante, acompañado por sonidos guturales y el chirrido de huesos. La habitación se llenó con una atmósfera pesada y macabra, mientras Sir Reginald, complacido, observaba el extraño espectáculo que se desarrollaba.
De repente, desde el interior de la máquina emergió una sustancia viscosa, similar a la clara de huevo, que envolvía algo en su interior. La sustancia se retorcía y pulsaba, tomando forma hasta revelar a una persona atrapada en su interior. La figura luchaba contra la pegajosa envoltura, visiblemente angustiada y desesperada por liberarse.
El ambiente se llenó con los sonidos de la lucha desesperada, mientras la sustancia viscosa oprimía al individuo. La víctima parecía luchar por respirar, y la tensión en la habitación aumentaba con cada segundo que pasaba.
Finalmente, con un esfuerzo agónico, la persona logró liberarse de la envoltura viscosa y emergió tosiendo y jadeando. Estaba cubierta de la sustancia, sus ojos reflejaban el terror vivido, pero ahora estaba de pie frente al grupo como si fuera un pollo recién nacido.
— ¡Gracias, gracias por liberarme! —Exclamó la persona con voz ahogada, demostrando gratitud a través de la fatiga.
— ¿Quién eres? ¿Cómo llegaste aquí? —Preguntó Arturo, aturdido por la escena surrealista que acababa de presenciar.
— Soy un esclavo, señor. He sido invocado para servirle y obedecer sus instrucciones a lo largo del día a día —Respondió el esclavo, aún recuperándose de la experiencia traumática.
La calavera, en un tono triunfal, intervino:
— ¡Bienvenido a Siervoplus, donde tus necesidades y deseos más oscuros pueden hacerse realidad! Si quieres otro esclavo, solo tienes que volver a colocar tus patas en las aberturas, Sir Reginald. Además, puedes configurar el tipo de esclavo que quieres; hay muchos disponibles y de diferentes razas.
La habitación resonó con la extraña presentación, mientras el esclavo, ahora sometido a la voluntad del grupo, esperaba instrucciones para su nueva vida en el oscuro y macabro mundo a donde lo habían invocado. Un incómodo silencio llenó la sala; el individuo recién liberado parecía ser un hombre adulto, estaba completamente desnudo y su cuerpo parecía demasiado saludable para que Arturo no sospechara que esta persona no podía ser un verdadero esclavo.
— ¡No sirve! Este idiota fue bendecido por un dios, ¡no está condenado! —Gritó Shily con cólera, asustando a Arturo, quien se alejó unos pasos, incómodo por el grito de la criatura.
— La única raza que no podemos traer son los condenados, lo siento mucho, Juampi —Exclamó la calavera dando una negación cordial.
— Pero está vinculado con nuestra alma y además tenemos un trofeo para eliminar bendiciones; podemos maldecirlo y así podrás usarlo, Shily —Dijo Pompón con alegría, finalmente encontrando una extraña utilidad al trofeo que había ganado hace un tiempo atrás.
— No, no es lo mismo, eso no funcionará. Mi instinto me dice que este hombre no tiene dormitorio, no tiene palabras de poder, no tiene nada que me sea útil. Es solo un imbécil que vendió su alma al “diablo”. Pero los dioses lo siguen amando, por más que sea un tarado. Cuando lo matemos, su alma sin dueño será protegida y regresará a su mundo natal, donde será moldeada en una nueva forma de vida. Mientras que los condenados no tienen más oportunidades, eso los distingue, eso los ata a mi voluntad y me da poder —Dijo Shily mirando al hombre con enojo. Aparentemente, se había ilusionado con obtener una máquina que lo ayudara a evolucionar como lo había hecho el cerdo, pero la decepción fue tan grande que lo había dejado sentimentalmente herido.
—Vamos, Shily, no te desanimes; todas mis mascotas son felices, con el tiempo encontraremos la forma de hacerte más feliz —Dijo Arturo con alegría.
Pese a ello, Shily parecía estar bastante abatido, lo suficiente como para comenzar a subir las escaleras nuevamente y abandonar el subsuelo, abandonando al grupo que aún estaba conmocionado por los regalos.
—No te preocupes, Arturo, ya se le pasará —Dijo Pompón al ver que el niño estaba visiblemente afectado por la insatisfacción de su nueva mascota.
La atmósfera se tornó pesada, y el silencio volvió a llenar la habitación, solo interrumpido por los jadeos del esclavo y los gruñidos del cerdo, quien estaba dando vueltas alrededor del hombre, inspeccionando con su monóculo a su más reciente adquisición.
—Marcos de tierras lejanas, granjero de la casa de los leones y esclavo de Art... ¿Un esclavo? ¿Para qué mierda alguien tan noble como yo quiere un esclavo? Tengo sirvientes, gente libre que sigue mis órdenes por su propia voluntad, no idiotas que no tienen ni el poder para mantener ese derecho —Exclamó el cerdo. Luego, se dio la vuelta, se echó un oloroso pedo apuntando a la cara del esclavo, y se retiró hasta las escaleras, diciendo:
—No te quiero, Marcos, te dejo a cargo de mi sirviente, Arturo.
Inmediatamente, Arturo sintió una extraña sensación que lo sacó del aturdimiento; un vínculo se había creado entre Marcos y él. Lo cual debía simbolizar que este esclavo ahora le pertenecía.
—Qué incómodo… —Murmuró Arturo, sintiendo algo de pena por el hombre desnudo que lo miraba con temor. Esa mirada le traía recuerdos de Alubia, y eso lo incomodaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Era una mirada similar a la de los pobres esclavos que comerciaban los esclavistas por el puerto; todos tenían miedo y sus miradas llevaban la huella de alguien que había perdido toda esencia de felicidad.
—Tira toda la comida en el cráter, también las copas y los platos y todo lo que no parezca fijo al suelo, después puedes matarte —Ordenó Pompón al esclavo sin pensar mucho en el asunto.
—Pero no quiero morir, mi señor, ¡por favor, no me mate! —Dijo el esclavo mientras se arrodillaba al suelo y comenzaba a suplicar por piedad.
—¿Le tienes miedo a la muerte? Hace unos días morí prendido fuego y acá estoy moviendo la colita con alegría, cobarde —Chilló Pompón sin comprender los pensamientos del pobre esclavo— Ya te lo dijo Shily, tú no estás condenado, solo tienes que matarte y volverás a tu mundo lleno de alegrías. Eso, o puedes seguir con nosotros, hasta que finalmente mueras de forma dolorosa y lenta por alguna bestia, mientras Arturo escapa por su vida y ahí regresas a tu mundo feliz. Lo que tú decidas, nosotros no somos los dueños de tu alma.
—Pero… pero esa extraña bestia con cuernos de cabra me dijo que ahora ustedes tendrían mi alma y, a cambio, salvaría a mis hijos de la cárcel —Gritó el hombre sollozante.
—Sí, eso dijo, eso hizo, lo pactaste... —Respondió Arturo —Soy el dueño de tu alma, puedo sentir que es así, pero también siento que esa concesión es efímera, por lo que una vez que mueras, volverás a ser “libre”.
—Marcos, para ese niño y ese conejo, ser libre significa ser el dueño de tu alma, a ellos no les importa un carajo morir, pero temen a más no poder ser “condenados”, solo sigue tus instrucciones, tus hijos ya fueron absueltos por su condena que los llevaría a la cárcel —Dijo la calavera como dando un reproche.
La situación se volvió un tanto ridícula, y Arturo se quedó mirando la capa en el suelo, pensando en qué cosa curiosa podría salir de la misma.
—¿Quieres que lleve la nueva máquina a la habitación de Anteojitos? Probablemente, él sea el único que le guste, también sirve como un dispensador de alimentos para Tentaculin —Mencionó Pompón al ver cómo Arturo seguía perdido entre sus pensamientos.
—Sí, sí, haz eso. Yo veré qué sale de esta capa —Mencionó Arturo con una leve sonrisa; feliz de que al menos dos de sus mascotas encontraran útil este misterioso objeto.
El esclavo, aunque con temor, se puso a trabajar cumpliendo las instrucciones de Pompón. Sintió cierta satisfacción al escuchar que sus hijos estaban a salvo y lejos de la cárcel. Por su parte, Pompón se dirigió al espejo para cambiar la Siervoplus de lugar, mientras Arturo esperaba pacientemente en el subsuelo junto a Sir Reginald, aguardando a que hicieran espacio para probar qué cosa misteriosa aparecía al activar la capa que habían ganado.
El cerdo, impaciente, movía su cola de un lado a otro mientras inspeccionaba con su monóculo el área preparada para la prueba. Arturo, intrigado, sostenía la capa en sus manos, esperando el momento adecuado para descubrir qué secreto guardaba aquel objeto.
Pompón regresó finalmente al subsuelo después de cambiar la ubicación de la máquina, y la atención de todos se centró en la capa que Arturo sostenía con curiosidad. Sir Reginald, a pesar de su impaciencia, mantenía una expresión expectante, ansioso por ver qué sorpresa les deparaba esta vez.
—Bien, Arturo, ¿quieres probar qué hay en esa capa? —Preguntó Pompón, observando con interés la capa que parecía común y corriente.
Arturo asintió y, con cuidado, desplegó la capa en el suelo. Al hacerlo, rápidamente retrocedió hacia la entrada de la habitación, dejando espacio para que cualquier cosa que pudiera surgir de la capa lo hiciera sin interferencias. De repente, un objeto sólido comenzó a emerger desde abajo de la capa. Arturo, sin prever lo que estaba a punto de descubrir, se acercó para investigar y, justo cuando retiró completamente la capa, pegó un grito de sorpresa
*¡Ahhh!*... Bajo la capa, descubrió una cabeza cortada, pero sorprendentemente, la misma tenía vida. Arturo se sobresaltó al ver la inesperada y macabra sorpresa. Lo más sorprendente fue que la cabeza, al percatarse del susto de Arturo, soltó un grito igual de aterrador:
—¡Ahhh!
Tras pegar un grito que dejó al niño en el suelo, la cabeza lo miró fijamente y empezó a regañarlo:
—¡Oye, niño! ¿Qué te pasa asustándome de esa manera? ¡Es inaceptable!
Arturo, aún procesando la extraña situación, balbuceó una disculpa, sin saber cómo reaccionar ante la cabeza que, aparentemente, estaba viva y hablaba:
—Mis disculpas, no esperaba... digo, no sabía que...
—Bueno, ya está hecho. ¿Puedes ponerme de vuelta bajo la capa? Me gusta mi privacidad, y no estoy acostumbrado a que me saquen de sorpresa —Dijo con la cabeza con un tono sarcástico.
Arturo, un tanto confundido, obedeció y cubrió nuevamente la cabeza con la capa. La cabeza suspiró con alivio:
—Gracias, niño. Ahora, déjame presentarme. Soy Lord Mayo, el decapitado. Un placer conocerte, aunque podría haber sido bajo mejores circunstancias.
Arturo, aún procesando la situación surrealista, extendió tímidamente su mano en un gesto de saludo.
—Soy Arturo, y estos son mis compañeros, Sir Reginald y Pompón. ¿Eres... un noble decapitado?
—Así es, Arturo. Solía ser noble, hasta que un día perdí mi cabeza en un accidente desafortunado. Pero eso no me impide disfrutar de la vida, o lo que queda de ella —Respondió Lord Mayo con un tono melancólico.
Arturo, aún desconcertado por la aparición de Lord Mayo, se atrevió a preguntar con cautela:
—Lord Mayo, no quiero ser irrespetuoso, pero no pareces exactamente como una mascota. ¿Qué eres exactamente?
Lord Mayo, todavía oculto bajo la capa, respondió con un toque de misterio en su voz:
—No, niño, no soy una mascota. Soy un objeto maldito, aunque eso suena más aterrador de lo que realmente soy. Más bien, soy un noble decapitado. Mi utilidad radica en mi asombroso poder de predecir la fortuna.
Arturo arqueó una ceja ante la respuesta. Si bien estaba acostumbrado a lo inusual desde que nació, esta revelación era particularmente intrigante:
—Predecir la fortuna, ¿en serio? ¿Cómo funciona eso?
—Bajo esta capa, estoy vinculado a las energías espirituales del más allá. Cuando me lo pidas, puedo ofrecerte visiones de posibles futuros. Claro, no siempre son precisos ni agradables, ten en cuenta que la interpretación puede variar.
Arturo se tomó un momento para procesar la información. La idea de tener un objeto con la capacidad de prever el futuro le intrigaba, aunque no podía evitar sentir una leve inquietud por tener un noble decapitado como adivino.
—Así que, ¿puedo preguntarte sobre mi futuro? —Inquirió Arturo con una mezcla de curiosidad y precaución.
—Por supuesto, niño. Solo saca la capa que me cubre cuando necesites algo de orientación sobre lo que está por venir, y estaré encantado de compartir mis visiones contigo —Respondió la cabeza.
Con una mezcla de expectación y cierta incredulidad, Arturo decidió probar el supuesto don de Lord Mayo. Con gestos teatrales, descubrió la capa que ocultaba la cabeza decapitada y esperó a que el oráculo le revelara el futuro.
La cabeza de Lord Mayo emergió de debajo de la capa con una apariencia grotesca y macabra. Sus ojos, una vez vivos, ahora eran órbitas vacías con un tono blanco lechoso que irradiaba una presencia siniestra. La piel, marcada por el tiempo y la descomposición, mostraba signos evidentes de putrefacción, con zonas donde la carne se desgarraba, revelando tejido pútrido y descompuesto.
Su cabello, largo y enmarañado, caía en hebras negras como la noche, acentuando la sensación de horror que emanaba de su figura decapitada. Algunas cicatrices cruzaban su rostro, testimonios de heridas antiguas que ahora formaban parte de la tétrica historia de esta cabeza parlante.
Al abrir la boca, se revelaba un panorama aún más espeluznante. Unos pocos dientes amarillentos asomaban entre la carne descompuesta, algunos de ellos compartiendo espacio con gusanos que serpenteaban entre las cavidades dentales. La mezcla de la carne podrida y los inquilinos indeseados creaba una visión grotesca que desafiaba cualquier estándar de belleza convencional.
Lord Mayo fijó sus ojos vacíos en Arturo. Tras un breve silencio, la cabeza decapitada comenzó a emitir un susurro sutil y escalofriante, como si las palabras emergieran de las profundidades de la oscuridad:
—Oh, joven Arturo, veo… veo un camino incierto ante ti. Un sendero de desafíos y elecciones que marcarán tu destino. Las sombras del pasado se mezclarán con las luces del futuro innumerables veces, y deberás enfrentar decisiones difíciles que te llevarán a territorios desconocidos.
Arturo escuchaba con atención, tratando de discernir si estas palabras eran realmente una predicción del futuro o simplemente una artimaña de la cabeza parlante. La atmósfera en la sala subterránea se volvía más densa, como si el mismo aire anticipara algo inminente.
—Veo también… veo a un ser querido, un jorobado, una figura cercana, pero su rostro se desvanece en la penumbra. Es un enigma, un vínculo que se forjó en el crisol del tiempo, y su papel en tu vida será crucial para tu supervivencia.
Arturo sintió un estremecimiento al pensar en aquellos cercanos a él. La ambigüedad de la predicción le dejaba con más preguntas que respuestas:
—Y por último, en las sombras del futuro, vislumbro una criatura de pesadilla. Una entidad que acecha desde las sombras, te observa con ojos insaciables. Debes estar alerta, pues esta presencia amenaza con alterar el equilibrio de tu existencia, pero tampoco debes asustarte, porque más adelante vi como su cabeza decapitada yacía en el interior de un lago.
La predicción de Lord Mayo dejó a Arturo reflexionando sobre sus palabras. Aunque sentía que la atmósfera se cargaba de un aura misteriosa, no podía evitar preguntarse si estas visiones eran genuinas o simplemente el producto de una mente decapitada.
—Interesante... —Musitó Arturo, sin revelar completamente su escepticismo—¿Hay algo más que deba saber, algo más claro o específico?
Lord Mayo, en su papel de oráculo, respondió en un tono más enigmático:
—El futuro es un lienzo en constante cambio, joven Arturo. Las visiones son pinceladas de posibilidades, pero solo tú eres el artífice de tu destino. Ahora, vuelve a cubrirme, y cuando necesites más guía, solo llama a tu adivino decapitado.
Arturo obedeció y cubrió nuevamente la cabeza de Lord Mayo con la capa. Quedó en la penumbra de la sala subterránea, reflexionando sobre las palabras del supuesto oráculo. La incertidumbre del futuro persistía, y Arturo se preguntaba si las predicciones de Lord Mayo eran meras ilusiones o si realmente estaban destinadas a manifestarse en su vida.