Cuando Arturo recuperó el control de su cuerpo, se encontró tendido en el suelo de su hogar. Su infantil cuerpo se sentía débil debido a la falta de comida, pero sus ojos rojos brillaban llenos de determinación. El rugido de su estómago y la saliva en su boca, le recordó al niño que se estaba muriendo de hambre. Dejando correr sus instintos, el niño se tambaleó hacia la habitación donde se guardaba la comida y comenzó a devorar todo lo que se le cruzara por el camino.
Mientras esto ocurría, todas las mascotas se habían congregado alrededor de Pompón, el tierno conejo que con seriedad hojeaba el libro de la vida de Arturo. Afortunadamente, este libro también proporcionaba información sobre los sueños del niño, lo que permitía a Pompón comprender sus traumas y preocupaciones.
Actualmente, el conejo estaba aprovechando esta información para guiar a las mascotas en un intento de ayudar a Arturo a superar el trauma que persistía en su mente tras haber tomado el cuerpo de otro niño.
Sin embargo, esta vez, mientras el pequeño Arturo dormía en el cuarto, Pompón notó algo inusual en la lectura del libro. El conejo tenía orejas agudas y un instinto afinado, y supo que el sueño que Arturo estaba teniendo era particularmente realista y extraño. Las orejas de Pompón se levantaron con curiosidad, y su agudo instinto le decía que este sueño no era una simple casualidad.
Las famosas “inspecciones” estaban programadas para dentro de unas pocas horas, y Pompón sabía que Arturo tenía que asistir a este importante evento de la mejor forma posible. Por lo que era crucial que el niño estuviera en su mejor estado mental para enfrentar las pruebas que se avecinaba. Sintiendo que este inusual sueño estaba relacionado con este evento, Pompón decidió investigar más a fondo, intentando descubrir si realmente esta criatura mística que se asemejaba a un mono podría salvar a Arturo de las sombras de la demencia.
Finalmente, la lectura del libro se actualizó a la actualidad y Pompón, con alegría, compartió la información con las otras mascotas reunidas a su alrededor:
—Es probable que Arturo esté mejorando, pero por precaución, debemos tener cuidado—Les advirtió—La moraleja que el mono sonriente le ha enseñado al chico es un tanto inusual y bastante peligrosa.
Las mascotas asintieron en reconocimiento de la sabiduría de Pompón y se dispusieron a apoyar a Arturo en su camino hacia la recuperación. La habitación donde Arturo se encontraba devorando la comida estaba llena de una energía positiva. Finalmente, el niño parecía estar recuperando su vitalidad y cordura.
Con cuidado y sigilo, las mascotas se acercaron a la habitación donde Arturo estaba ocupado con su festín. Anteojitos fue el primero en vigilar cautelosamente. Había notado que el niño se estaba atragantando con las páginas de un libro de chocolate que había devorado sin previo aviso. Tras comprobar la situación, dio una señal sutil al resto de las mascotas para que se acercaran con lentitud, con la esperanza de que la reacción de Arturo no volviera a ser errática como lo había sido últimamente.
Siguiendo la señal del ojo flotante, las mascotas continuaron avanzando con precaución hacia Arturo. Tentaculin extendió con suavidad su extremidad viscosa para mostrar su presencia. Copito saltó silenciosamente hacia la escena, con sus inexistentes patas peludas apenas haciendo ruido en el suelo. Todos compartían la misma preocupación por el bienestar de Arturo, y temían que el niño perdiera la cabeza nuevamente nomás notara su presencia.
Pompón mantuvo su mirada atenta en el niño mientras murmuraba con tranquilidad:
—No lo asustemos. Arturo ha pasado por mucho, necesitamos ser comprensivos y pacientes.
Absorto en su festín de comida, Arturo parecía no darse cuenta de la presencia de las mascotas que lo rodeaban. Sus ojos seguían brillando con una intensidad renovada, y su apetito voraz indicaba que su cuerpo se estaba recuperando de los días donde se la paso desmayándose constantemente.
Sin embargo, Anteojitos no pudo evitar expresar su preocupación en una mirada susurrante, la cual parecía decir: “¿De verdad crees que está bien, Pompón? Desde que cambio su cuerpo, su mente quedo hecha añicos”
Pompón asintió con sabiduría y respondió:
—Es comprensible que Arturo haya experimentado una serie de cambios desde que cambió su cuerpo, pero su alma sigue siendo la misma y eso es lo que importa. Mientras sea solo la mente y el cuerpo de Arturo los que coexistan con el intruso no afecta nuestros lazos. Así que lo importante es que lo apoyemos y estemos aquí para ayudarlo en su recuperación…O en su nueva vida.
Tentaculin extendió su extremidad hacia la comida que Arturo estaba devorando. Con suavidad, trató de alejar el libro de chocolate que el niño estaba a punto de comerse. Arturo, en su estado de hambre voraz, no parecía notar la intervención de la mascota y se enfocó en llenarse las manos con alguno de los huevos del gusano gigante.
Copito se acercó aún más, realizando pequeños brincos de consuelo. La criatura peluda llegó hacia Arturo y se acurrucó cerca de él, como un gesto de apoyo y cercanía.
Feliz de que Arturo no perdiera la cordura, Pompón dio instrucciones en voz baja:
—Sigamos siendo cautelosos. Arturo está en un proceso de recuperación, y debemos darle el espacio que necesita. Pero también debemos asegurarnos de que se acostumbre a estar con otras criaturas. Las “asignaciones” se acercan y no podemos darnos el lujo de llevar a un demente a ser inspeccionado.
Mientras las mascotas lo rodeaban, el niño continuó comiendo con entusiasmo, sin prestar atención a la presencia de sus compañeros. La tensión en la habitación disminuyó gradualmente a medida que las mascotas se acercaban a Arturo con cuidado y amor.
Notando que el niño no reaccionaba violentamente, Pompón soltó un suspiro de alivio.
—Arturo está en buenas manos…—Dijo con tranquilidad—Te ayudaremos a superar tus traumas y a encontrar la paz interior nuevamente. Ya verás, juntos saldremos de esta.
Las horas pasaron, y Arturo finalmente se dio cuenta de la presencia de las mascotas a su alrededor. Miró a sus amigos con curiosidad y sospecha. Sus ojos, antes nublados por la confusión y el trauma, ahora brillaban con una nueva perspectiva.
Con una sonrisa, Arturo acarició a Copito, la bola peluda, y habló con cariño:
—Gracias, amigos. He pasado por momentos difíciles, pero sé que no estoy solo. Juntos, superaremos cualquier desafío que se nos presente. Y si abandonan me aseguraré de arrancarles las patas con mis manos.
Pompón se sintió bastante preocupado al escuchar las palabras del niño, pero al mismo tiempo se sentía contento de ver la “mejora” en Arturo. Con una sonrisa nerviosa, y ocultando sus miedos internos, dijo:
—Así es, Arturo. Estamos aquí para apoyarte en cada paso de tu vida. Juntos, somos más fuertes, y nadie te traicionará nunca mientras estés con nosotros.
Las mascotas rodearon a Arturo con alegría y determinación, listas para enfrentar los desafíos que aún les esperaban. Habían superado muchas pruebas juntos y estaban alegres de haber logrado superar esta última prueba.
Sintiéndose cada vez más reconfortado por la presencia de sus amigos, Arturo decidió que era hora de merendar con sus mascotas. Miró a su alrededor en busca de algo para comer y notó una selección de opciones inusuales. En las paredes de la habitación, vio un libro de galletitas con una portada colorida que lo tentaba. El libro parecía delicioso y estaba hecho de galletitas crujientes con ilustraciones de vainilla en cada página. Arturo no pudo resistir la tentación y tomó el libro, saboreando cada página como si fueran bocados exquisitos.
Junto al libro de galletitas, Arturo comió varios de los huevos del gusano gigante. Arturo rompió el huevo y descubrió un manjar para nada delicioso en su interior. El sabor de la larva que crecía dentro del huevo era indescriptible, una mezcla de sonidos crujientes y sabores a manteca en mal estado lo transportó a un mundo de sabores exóticos.
Pompón observó con interés cómo Arturo disfrutaba de su merienda, y dijo:
—Es importante que recupere tus fuerzas y te sienta con el estómago lleno—Comentó con una benevolencia, que ocultaba sus verdaderas preocupaciones—Posiblemente no estés al tanto, pero dentro de pocas horas tendrás que ir a realizar el famoso evento de las “asignaciones”, Arturo.
El niño se sintió un poco perturbado al escuchar lo que decía el conejo, y mientras continuaba disfrutando de su merienda, preguntó con desconfianza:
—¿Tantos días estuve atrapado en la selva?
—Pregúntale a tu estómago y el té responderá con sinceridad…—Respondió Pompón con inteligencia, dejando que Arturo volará en sus delirios—Aún hay tiempo, así que no te preocupes y sigue comiendo, con el tiempo que nos queda podremos hacer todos los preparativos para ir a las asignaciones de la mejor manera posible.
Escuchando que aún había tiempo de sobra, Arturo se dejó llevar por la atmósfera y la sensación de bienestar que se apoderaba de él a medida que saboreaba cada bocado y descubría nuevos sabores y texturas. Las mascotas lo rodeaban, compartiendo su alegría y su deseo de que no perdiera la cordura repentinamente.
Después de haber concluido su merienda sin mayores inconvenientes, Arturo se acercó al espejo con una sensación de urgencia y desconfianza. Lo que vio en el reflejo confirmó sus temores: el conejo no lo había engañado en absoluto. El cronómetro que marcaba el inicio de las asignaciones se encontraba inexorablemente en las horas finales antes de que el evento crucial comenzará.
Asignaciones 2 horas
Movido por la urgencia del momento, Arturo se lanzó de lleno a los preparativos que debía realizar. Aunque, en realidad, sus tareas eran bastante limitadas. Principalmente, tenía que vestirse con la ropa que había ganado en el casino. Además de esto, debía asegurarse de que todas sus mascotas estuvieran preparadas para acompañarlo en este trascendental evento.
Luego de ganarse la promesa de acompañarlo de parte de Copito, Anteojitos, y Tentaculin, Arturo se detuvo un momento frente al gusano gigante, un ser que parecía desinteresado y escéptico sobre la empresa en la que su dueño estaba a punto de embarcarse. Cuando el niño mencionó la idea de abandonar el hogar, el gusano gigante lo miró con una mezcla de desconfianza y enojo. Sus ojos se posaron en Arturo con una expresión que dejaba en claro que no estaba dispuesto a cumplir esa orden. Parecía más inclinado a quedarse plácidamente en su montículo, ajeno a las preocupaciones y la urgencia que embargaba a las demás mascotas.
—Bueno, está bien...—Murmuró Arturo con resignación, sabiendo que no tenía otra opción más que ceder a la voluntad de su gusano gigante. Este peculiar insecto era su mascota más valiosa en estos momentos, ya que su supervivencia dependía en gran medida de él. Por lo que, desde cierta perspectiva, resultaba sensato no exponerlo a ningún eventual “peligro” sacándolo de su cómodo montículo.
Después de haber completado todos los preparativos, Arturo se mantuvo a la espera junto a sus mascotas. La tensión en el ambiente podía sentirse, como si el grupo estuviera a punto de embarcarse en una aventura trascendental. Esperaron con anticipación hasta que, de manera abrupta y casi violenta, fueron teletransportados, marcando el inicio del famoso evento conocido como las “asignaciones”.
Aparentemente, Pompón fue el que murmuró las palabras mágicas para ir al evento, no obstante lo hizo de forma disimulada, buscando no alterar demasiado al niño.
La sensación de ser arrastrado por una corriente poderosa invadió a Arturo y sus mascotas. En un parpadeo, se encontraron en la misma habitación donde antiguamente Arturo había rellenado el formulario junto a Copito, no obstante esta vez no había formulario alguno y en su lugar había un espejo de mano con un delicado borde de madera arriba de la mesa redonda que ocupaba el centro de la sala.
—¿Qué es esto?—Preguntó Arturo con dudas.
—Tu formulario, pero como eres un conejito especial, yo tengo que completarlo—Respondió Pompón con autoridad, mientras con un par de brincos saltaba arriba de mesa y apoyaba su patita arriba del espejo.
Mientras Arturo luchaba con la idea de que el conejo tendría que completar el formulario en su nombre, una pregunta misteriosa surgió en el espejo. Sin embargo, estaba escrita en un idioma completamente indescifrable. A pesar de la barrera del idioma, la pregunta fue captada por Arturo cuando el conejo respondió en voz alta su información básica. Esto incluía su nombre, género, número de clase, clasificación en el gran examen y su dios principal.
Luego, las preguntas se volvieron un tanto más personales y desafiantes, y el conejo respondió de la misma manera que Arturo lo había hecho anteriormente. Sin embargo, Arturo notó dos diferencias notables en las respuestas del conejo que no pasaron desapercibidas. En primer lugar, el conejo respondió con precisión acerca de su alineación, es decir que respondió “Conejito Travieso”. Pero lo que lo dejó perplejo fue la respuesta del conejo a la pregunta sobre sus defectos físicos, ya que en lugar de ofrecer una respuesta, simplemente declaró: “No respondo”
Lo cierto es que luego de un meticuloso análisis fue que Arturo logró deducir que la pregunta sin respuesta estaba relacionada con su defecto físico. Este descubrimiento surgió de una observación aguda que había realizado el desconfiado niño, puesto que a pesar de que era imposible descifrar las preguntas escritas en un idioma olvidado por el tiempo, el conejo dejaba inadvertidamente pistas con cada respuesta. Por ejemplo, cuando se le preguntó: “¿Tienes mascotas?”, en lugar de responder de manera concisa con un simple “Sí”, el conejo proporcionó información adicional, diciendo: “Tenemos 4 mascotas”. Esta tendencia se repetía en todas las preguntas formuladas en el cuestionario.
Debido a esta pauta, Arturo pudo inferir con certeza a qué se refería el conejo con su enigmático “No respondo”. Aunque la verdadera pregunta que no tenía respuesta alguna era de a donde había salido semejante habilidad por parte de Arturo para descifrar estas sutilezas en las respuestas del conejo, demostrando una aguda percepción y comprensión de la compleja situación en la que se encontraban; habilidad que Arturo nunca había tenido.
Lo que Arturo desconocía era que Pompón tenía sus propias razones para no recordarle a Arturo que su joroba había desaparecido de manera mágica. Tenía temores profundos de que el recordatorio de esta peculiar transformación pudiera atraer a los fantasmas con los que habían estado lidiando en los últimos días. Uno podría pensar que Arturo estaba perfectamente consciente de que su joroba había desaparecido, pero la verdad era que Pompón y las mascotas sabían que este “Arturo” no era exactamente el mismo “Arturo” con el que habían estado conviviendo.
Este Arturo era el producto de la amalgama de dos personas atormentadas. Uno de ellos era un jorobado que había tenido una infancia miserable, luchando por aprobar el gran examen y enfrentando las dificultades de su apariencia física. El otro era un huérfano de la ciudad de Alubia, cuya infancia también estaba marcada por la miseria y que su historia había concluido con una traición repentina por parte de la única persona en la que había depositado su esperanza. La fusión de estas dos personas había dado lugar a un Arturo único y complejo, uno que llevaba consigo los dolores y las luchas de ambos mundos, creando un ser con sus propios secretos y objetivos.
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No obstante, por “fortuna”, o mejor dicho, debido a la juventud, ignorancia y descuido de las dos personas que se fusionaron, Arturo no había quedado completamente destrozado después de llevar a cabo la función. Parte de este mérito recaía en su habilidad divina, que lo auxiliaba en las dificultades de la vida y producía una alteración en la perspectiva del mundo que lo rodeaba. Sin embargo, el golpe final lo había proporcionado una entidad misteriosa que solía asistir a los estudiantes, es decir el mono que habla. Por lo tanto, más que depender de la suerte, se podía afirmar que Arturo cumplía parcialmente con las condiciones necesarias para no quedar convertido en un mero vegetal después de una transformación de tal envergadura. Y estas condiciones eran: Ser un idiota (No contar con el favor de Lysor «El padre»), ser despreocupado ( Contar con el favor de Felix «El hermano»), ser joven y no solo joven, sino que había que ser un estudiante (No haber firmado un contrato).
A pesar de cumplir parcialmente las condiciones ocultas para la gran mayoría, Arturo todavía enfrentaba una serie de problemas, y muchos de ellos revestían gran gravedad. Un ejemplo notorio era el mundo “rosa” que Arturo había ideado. Esta creación era una fantasía completa y se hallaba en un abismo de distancia respecto a la realidad. En su concepción, tanto él como la mayoría de sus mascotas eran seres de Alubia, y la academia en la que se encontraban era una suerte de institución “mágica” donde los estudiantes con talento para la magia venían a aprender. Arturo creía que su ingreso en la academia se había producido cuando fue apuñalado por su padre adoptivo, y misteriosamente teletransportado a este lugar. En su mente, los recuerdos de su vida como “niño grande” habían sido comprimidos en una amalgama de divagaciones y sueños erráticos que habían poblado su existencia a lo largo del tiempo.
Por consiguiente, la salud mental de Arturo era innegablemente frágil y dependía en gran medida de que su habilidad pasiva se hubiera activado el número suficiente de veces como para terminar de derretir su cerebro de forma tal de que le permitiera mantener una fachada de cordura. Esto le otorgaba al niño la capacidad de continuar “sonriendo”, aunque muy oculto en su interior estuviera encapsulado un universo lleno de complejidades y contradicciones que, en última instancia, forjaban un Arturo único, creado por la confluencia de dos personas torturadas por la vida.
Volviendo al formulario, Arturo notó que había una serie de preguntas nuevas, lo cual indicaba que el cuestionario se adaptaba mágicamente a los logros y experiencias que uno había vivido. Estas tres nuevas preguntas despertaron su curiosidad y anticipación, ya que sugirieron un nivel de personalización en el proceso. La primera pregunta fue: “¿Tienes un título honorífico?” A lo que Pompón respondió con orgullo: “Restaurador de estatuas”. La siguiente pregunta planteada fue: “¿Cuántas prendas exóticas estás usando?” La respuesta de Pompón fue sencilla pero significativa: “Un juego completo y un anillo”. Por último, la tercera pregunta se refería a cuántos trofeos había conseguido Arturo, a lo que el conejo respondió con entusiasmo: “Cinco trofeos”.
Después de lo que pareció ser la culminación del formulario, Arturo fue una vez más teletransportado abruptamente. Esta vez, emergió en la sala de inspección corporal, que se asemejaba a un espacio clínico con suelos de baldosas blancas y un imponente pilar de piedra en el centro. La sala exudaba un aura de neutralidad y anticipación, como si estuviera preparada para el próximo paso en este meticuloso proceso al que Arturo se encontraba sometido.
Finalmente, el pilar de piedra comenzó a resquebrajarse, transformándose en una entidad etérea formada por fragmentos de roca. Esta entidad habló con la voz de un anciano que parecía estar ligeramente adormilado:
—Se agradece mucho que hayas sido tan puntual, muchacho. Como puedo ver, eres un conejito especial un tanto especial, valga la redundancia. Hace mil años completaste el formulario y ahora estás ante mis ojos como un niño aún más joven que en la grabación anterior. No es común ver a un estudiante inmortal, así que lógicamente quería inspeccionarte detenidamente. Y a simple vista, notó que tus deformidades han desaparecido ¡Lo cual es sorprendente! Hay tan pocas maneras de lograr eso sin haber firmado un contrato que evidentemente debe de haber una larga e interesante historia detrás ¿Podrías contármela?
Arturo respondió a la entidad con una sonrisa amplia, pero a la vez, manteniendo una postura de cautela, posicionándose justo detrás de la sombra donde se encontraba Tentaculín, como si estuviera preparándose para cualquier eventual giro de los acontecimientos:
—Claro, resulta que mientras perseguía a una rata que se había robado mi pan, choqué contra un viejo brujo de brazos largos y extremidades retorcidas. El anciano estaba transportando juguetes de porcelana en una carreta, y desafortunadamente, cuando choqué con él, uno de sus juguetes se cayó y se rompió. Enfurecido, el anciano me agarró del cuello y me dijo: «Oh, así que te gusta romper las cosas de los demás, mocoso. Ahora te convertirás en un juguete tan roto como el que acabas de romper hasta que aprendas la lección». Tras ser maldecido por el viejo brujo, una extraña protuberancia creció en mi espalda, supongo que eso es lo que llamas una joroba. Durante muchos años, arrastré esa joroba hasta que finalmente encontré a Copito, el dios de las alcantarillas.
Mientras relataba su historia, Arturo levantó a Copito en alto, como si se tratara de un verdadero dios, y continuó sin titubear:
—Tras ayudar a Copito a transportar a sus seguidores a mi guarida secreta, este me bendijo utilizando su gran habilidad secreta, la cual es capaz de restaurar a todos los juguetes rotos y traer alegría al mundo. Desde entonces, juré ayudar a Copito a restaurar su verdadero poder y liberarlo de sus ataduras mortales, convirtiéndolo así en el dios que alguna vez supo ser.
El ente, aunque inicialmente interesado, no pudo evitar murmurar con dificultad mientras observaba al conejo, esperando una respuesta más madura y coherente de su parte. Sin embargo, Pompón permaneció en silencio, aparentemente más preocupado por los delirios que Arturo estaba compartiendo que en la primera impresión que le podría generar a este anciano curioso.
Consciente de que no podía forzar a Arturo a revelar sus secretos, el inspector decidió proseguir con su inspección. Verificó cuidadosamente que Arturo no presentaba ninguna deformidad física. Y tras unos pocos minutos de escrutinio, Arturo se encontró siendo teletransportado nuevamente a una habitación desconocida.
Lo que resultó curioso fue que esta habitación no tenía las características de la sala de examen de moralidad, ni parecía ser una versión alterna de la misma. No había sofás ni paredes sustituidas por cristales negros. El espacio en el que Arturo y sus mascotas aparecieron era una habitación perfectamente cuadrada, con paredes y suelo de piedra. La iluminación provenía de unas esferas etéreas de color azul que flotaban en el aire, y el ambiente estaba cargado de humedad y calor. Gotas de agua se filtraban constantemente desde el techo de piedra y caían en cascada hacia el suelo de roca, desapareciendo en las hendiduras del suelo. En la habitación, no había muebles, ventanas ni puertas. Lo único que destacaba en este extraño entorno era una gigantesca máscara de paja y tela, que colgaba en una de las paredes.
La atmósfera en la habitación resultaba peculiar y misteriosa, con un toque de lo sobrenatural. Las sombras proyectadas por la luz azulada y los sonidos de las gotas de agua chocando contra las rocas conferían a este lugar un aire enigmático, como si la habitación realmente estuviera en el medio de una cueva perdida entre una frondosa selva. La máscara de paja y tela, colgada en la pared, parecía ser el único punto de interés evidente en este intrigante escenario.
Arturo se acercó a la máscara, y sus mascotas lo siguieron con curiosidad. A medida que se aproximaban, la máscara parecía tomar vida propia, como si el simple acto de acercarse a ella hubiera desencadenado una reacción sorprendente.
Los ojos de la máscara se abrieron de par en par, revelando un par de orbes luminosos y azules que parecían ser capaces de mirar directamente al alma de quienes la observaban. La boca de la máscara se abrió lentamente, y una voz profunda y resonante, que parecía emanar de lo más profundo de la tierra, habló con solemnidad:
—Bienvenidos, Arturo y compañía. Soy Mascador, el guardián de los cazadores. Has llegado a este paraje dado que has ganado algunos trofeos durante tu juventud, y yo, como el gran guardián de los cazadores, seré quien juzgara que tan buenos han sido esos trofeos y cuantos puntos sumarán para la asignación de tu número de puestos. ¿Qué has ganado? ¿Qué trofeos has cazado en la escuela?
El asombro se apoderó de Arturo y sus mascotas ante la aparición de esta misteriosa entidad. Era evidente que estaban en presencia de un ser extraordinario y la voz de la máscara resonaba con una autoridad que sugería siglos de sabiduría y experiencia acumulada.
Arturo, reunido su coraje, se dirigió a Mascador con curiosidad, ansioso por descubrir cuánto había ganado por obtener los trofeos que tanto esfuerzo le había tomado conseguir.
—Por desgracia no recuerdo el nombre de los trofeos que gané, no sabía que tenía que decírtelos…—Admitió Arturo con un dejo de inseguridad en su voz.
Mascador asintió en comprensión y continuó con su interrogatorio, ansioso por descubrir la historia de este joven cazador de trofeos:
—Veo ¿Podrías contarme cómo ganaste cada uno de tus trofeos?
Arturo asintió, dispuesto a relatar la historia detrás de cada uno de los cinco trofeos que había ganado a lo largo de su vida. Sin embargo, a medida que comenzaba su narración, la expresión de sus mascotas reflejaba una creciente ansiedad, especialmente Pompón, quien temía que las historias inventadas de Arturo pudieran no ser bien recibidas por la misteriosa entidad.
—Gané cinco trofeos…—Comenzó Arturo—El primero de ellos lo obtuve al bailar bajo la luz de la luna mientras participaba en el carnaval de la buena pesca y la próspera cosecha. Fue un momento mágico en el que la comunidad celebró la abundancia del mar y la tierra. Me uní a la celebración y, sin saberlo, me convertí en el ganador del certamen del baile, recibí un pescado gordo como una vaca por tal hazaña.
Lejos de enojarse, Mascador asintió con interés mientras escuchaba la primera historia. Arturo continuó:
—El segundo trofeo lo obtuve de un hombre gordo y corpulento, tan grande y peludo como un oso. Este individuo estaba tan borracho y desorientado que se había olvidado incluso de su propio nombre. Comenzó a hacerme preguntas sin sentido, y yo le respondí con respuestas igualmente incoherentes hasta que finalmente me dejó en paz. Curiosamente el hombre parecía satisfecho con mis respuestas y me regaló una estatuilla de madera que había quedado atrapada en sus redes por error.
Mascador pareció intrigado por la forma de narrar los trofeos del niño y lo animó a seguir.
—Mi tercer trofeo lo gané inclinándome ante mis seis profesores después de haber aprobado los exámenes que me convirtieron en un mago y me distinguieron de las ratas de experimentación que usábamos para aprender. Fue un momento de orgullo y agradecimiento, ya que habían sido años de dedicación y esfuerzo para convertirme en un verdadero mago. No obstante mis profesores, siempre miserables y austeros, solo me dieron una palabra de aliento como trofeo. Dicha palabra era tan escueta como: “Sonríe”, y tras decir esa tosca palabra se despidieron para nunca más ser vistos por mis ojos.
Arturo continuó con su relato, sin notar la creciente preocupación en las miradas de sus mascotas:
—El cuarto trofeo fue una historia curiosa. Lo gané después de regalarle un pescado a un grupo de huérfanos. Con alegría, cocinaron el pescado y se dispusieron a disfrutar de su comida, pero mientras estaban distraídos y agradeciéndome por el regalo, aproveché la oportunidad para robarme el pescado cocinado. Aún recuerdo sus llantos de desesperación y sus gritos llenos de dolor, fue el pescado más delicioso que comí en mi vida y curiosamente en su interior se encontraba una bolsa llena de monedas de madera.
Por último, Arturo mencionó su quinto y último trofeo con una sonrisa irónica en su rostro:
—El último trofeo que gané lo obtuve cuando, por primera vez, entré en uno de los numerosos prostíbulos cercanos al puerto. Allí me encontré con una mujer que se vestía como una araña, y después de visitar su habitación, me regaló un trofeo y una torta de cumpleaños. Supuestamente, tras comer esa torta, me convertiría en un adulto de verdad, al igual que el resto de los pescadores.
Arturo terminó su relato, mirando a Mascador en busca de alguna reacción. Sus mascotas estaban llenas de ansiedad, preocupadas por cómo sería recibida su historia y qué implicaciones tendría para su asignación de número de puesto.
Mascador escuchó con atención las aventuras relatadas por Arturo, y en su semblante, aunque inescrutable, parecía reflejarse una especie de humor benevolente. La forma en que Arturo contó sus experiencias como cazador y aventurero pareció divertir a la máscara, como si encontrara el ingenio y la audacia del niño algo admirable.
Cuando Arturo finalizó su relato, Mascador emitió un suspiro sutil, como si hubiera estado disfrutando de la narración, y luego habló con su voz profunda y resonante:
—Arturo, tus historias son fascinantes, y tu valentía y determinación son dignas de elogio. Las vivencias que has compartido revelan tu naturaleza como un buscador de aventuras, y espero que nunca pierdas esa chispa de humor que te distingue entre el resto de cazadores de tesoros. Es precisamente esa sed de diversión y tu capacidad para enfrentar desafíos lo que te ha llevado hasta aquí. Quiero alentarte a que sigas viviendo más aventuras, pues la vida está llena de trofeos esperando a ser obtenidos.
Con un gesto que parecía una sonrisa en su máscara de paja y tela, Mascador procedió a revelar los nombres reales de los cinco trofeos, describiendo con detalle sus niveles de dificultad y calificaciones. La voz de la máscara resonó con una mezcla de admiración y diversión mientras compartía esta información:
—Tu primer trofeo es ni más ni menos que “El Plan Maestro”, un logro que ha desconcertado a muchos y, al mismo tiempo, ha sido alcanzado de manera asombrosamente sencilla por otros. No obstante, su valor es innegable, y merece una calificación de 5 de 5 estrellas.
Mascador continuó con su explicación:
—El segundo trofeo, conocido como “Un Viaje al País de Nunca Jamás”, presenta un desafío intrigante. Para aquellos que carecen de amigos dedicados a obtener trofeos, su obtención puede ser un verdadero desafío. Sin embargo, si cuentas con los contactos adecuados, se convierte en una tarea ridículamente fácil. Este trofeo se califica con 4 de 5 estrellas.
Mascador se centró en el tercer trofeo:
—El tercer trofeo lleva el nombre de “El Dios Falso” y se encuentra en un punto intermedio de dificultad. Aunque su obtención puede ser moderadamente complicada, existen numerosas formas de lograrlo de manera asombrosamente sencilla. Por ello, se califica con 2 de 5 estrellas.
La máscara continuó su explicación:
—El cuarto trofeo, “Mi Caja Sorpresa”, se considera un desafío extremadamente fácil de superar, lo que se refleja en su calificación de 1 de 5 estrellas.
La descripción del quinto y último trofeo atrajo la atención de Arturo y sus mascotas:
—El quinto y último trofeo es “Atrápame si Puedes”, un logro prácticamente imposible de conseguir para la mayoría. Sin embargo, aún existe la posibilidad de obtenerlo si se cuenta con los contactos adecuados. Dada las nulas probabilidades de éxito, estimo que la fortuna te ha guiado a ese contacto correcto. Este trofeo merece una calificación extraordinaria de 6 de 5 estrellas, una distinción que solo un auténtico cazador de trofeos podría alcanzar.
Mascador concluyó su explicación con un consejo amigable que reflejaba la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos:
—Cada uno de estos trofeos es una herramienta poderosa en manos adecuadas, pero también conlleva su propia responsabilidad. El conocimiento y las habilidades que otorgan son como armas de doble filo. Cuanto más singular es una aventura, más peligrosa puede volverse. Continúa explorando, Arturo, pero hazlo con la sabiduría que has adquirido en tu camino. Aprovecha la experiencia y el consejo de cazadores de tesoros más experimentados, y ten en cuenta que no muchos son los que visitan el País de Nunca Jamás y regresan vivos para contarlo.
Si bien Arturo no captó la advertencia de la máscara, Pompón, que conocía toda la historia sin distorsionar, comprendió de inmediato la advertencia de la máscara de que algunos de los trofeos podían ser peligrosos de utilizar de manera insensata. En particular, el trofeo “Un Viaje al País de Nunca Jamás” aparentaba ser uno de los más arriesgados.
Tras proporcionar todas las calificaciones de los trofeos, Mascador se despidió con una declaración final:
—Bueno, eso es todo, Arturo y compañía. Lamentablemente, el gremio de cazadores de trofeos no es tan extenso como la academia o los curadores, por lo que la recompensa por adquirir estos tesoros se limita únicamente a mejorar ligeramente tu número de puesto. No obstante, estoy seguro de que los poderes que has obtenido a través de tus trofeos han valido la pena.
—¿Por qué son un gremio de poca importancia?—Preguntó Pompón con dudas. En definitiva, recordaba que todos los trofeos otorgaban habilidades singulares de gran poder y utilidad, por lo que uno podría esperarse que muchas personas estuvieran interesadas en este gremio, pero al parecer ese no era el caso.
—Hay unos cuantos cazadores, pero muy pocos afiliados en el gremio oficial, e incluso dentro de los afiliados muy pocos se esfuerzan por realizar las misiones del gremio—Respondió Mascador con un toque de pena en la voz—No obstante, aún logramos ciertas ventajas para atraer nuevos miembros, como otorgar mejoras en el número de puestos a cambio de la adquisición de trofeos.
—¿A las personas no les interesa obtener trofeos?—Preguntó Pompón.
—Adquirir un trofeo suele ser algo bastante complicado. Por lo tanto, para la mayoría de personas, los trofeos son cosas que les caen del cielo y no los buscan activamente. Ellos no son verdaderos cazadores de trofeos—Respondió Mascador compartiendo el problema—Por lo que realmente hay muchos individuos con trofeos, pero muy pocos individuos que los busquen activamente. Además, el hecho de que el trofeo solo te otorgue una habilidad no incentiva demasiado a los estudiantes que encuentran en el abrazo del Rey Negro un camino más fácil para mejorar sus vidas. Por lo tanto, los cazadores de trofeos son, en general, amantes de las aventuras y los desafíos, no amantes de los trofeos y las recompensas que la actividad trae, las cuales ciertamente son escasas en comparación con los beneficios que otros gremios aportan.
—Tiene sentido, el Rey Negro es muy generoso y la mayoría de personas buscan recompensas, no desafíos complejos—Respondió Arturo sabiamente, mostrando que algunos hilos de coherencia con la realidad aún se mantenían a flote. Lo que llevó a preguntarse a Pompón cuántos de estos hilos habían sobrevivido en la mente del niño y por cuánto tiempo podrían seguir existiendo antes de ser reemplazados por el “mundo color de rosa”.
—Lo importante siempre fue divertirse; si quieres recompensas reales, trabaja duro en tu trabajo. La caza de trofeos es un pasatiempo, no hay por qué buscar obsesivamente beneficios—Recomendó Mascador con alegría.
Sin más palabras que agregar, Mascador emitió un gesto que parecía ser una inclinación respetuosa, agradeciendo a Arturo y a sus mascotas por compartir sus historias y por haberse sometido a su inspección. Luego, el ambiente en la habitación cambió de manera abrupta, y Arturo y sus mascotas se encontraron nuevamente frente a una habitación misteriosa.