El tiempo, al igual que el agua, seguía fluyendo independientemente de las acciones de Arturo y sus mascotas. Habían pasado unos pocos días desde que el niño había salido de su hogar para aventurarse a descubrir qué hacían las misteriosas pociones que se escondían en su inventario, y ahora el llamado de la aventura volvía a tocar la puerta de su morada.
Fue Sir Reginald quien, cansado de la monotonía, propuso la siguiente aventura con un acalorado gritó: ¡¿Qué tal si vamos a investigar las alcantarillas de una buena vez?!
Arturo se despertó de su dulce sueño con el fuerte grito y nomás abrir sus ojos se topó con la mirada insistente del cerdo. Ante los ojos resplandecientes de la emoción de Sir Reginald, el niño no supo cómo negarse a la repentina propuesta, así que en su lugar respondió con otra pregunta:
—¿Estás seguro de que quieres ir a las alcantarillas? Son muy inseguras…*Uaahh*…—Bostezo—… Dudo que haya algo interesante que ganar en ese lugar.
—¡Quiero salir de esta casa! Falta más de un mes para las contrataciones y no pienso quedarme encerrado en este sitio mirando el techo tanto tiempo —Se quejó Sir Reginald.
Las mascotas de Arturo, que habían estado escuchando la conversación, intercambiaron miradas entre ellas, claramente divididas en cuanto a sus deseos de aventura. Algunas parecían emocionadas por la idea de explorar las alcantarillas, mientras que otras mostraban cierto temor ante lo desconocido.
—Yo estoy de acuerdo con Sir Reginald —Intervino Shily, mostrando su apoyo a la propuesta del cerdo—No podemos quedarnos aquí sin hacer nada durante tanto tiempo. Además, quién sabe qué secretos podríamos descubrir en las alcantarillas.
“Pero, ¿y si nos atacan unas criaturas malvadas?” Advirtió Copito con su mirada asustada, mostrándose reacio a realizar la tontería que proponía el cerdo.
Arturo reflexionó por un momento, sopesando los riesgos y las posibles recompensas de la aventura. Finalmente, tomó una decisión:
—Está bien, iremos a las alcantarillas. Pero primero, asegurémonos de estar preparados y de llevar todo lo necesario para enfrentar cualquier situación que se nos presente. ¿Alguno de ustedes se tomó la molestia de preguntarle a Pompón qué cosas eran peligrosas en las alcantarillas?
*...*...El silencio llenó la habitación, acentuando la ausencia de Pompón en ese momento crucial. El conejo blanco era el líder indiscutible de las mascotas, organizaba las misiones y se encargaba de la seguridad de Arturo. Su ausencia dejaba una sombra persistente en el corazón de todas sus mascotas, quienes se negaban a admitir lo útil que resultaría la guía de ese conejo mandón y autoritario en este momento.
—¿En serio nadie le preguntó nunca sobre este tema? ¿Ni siquiera tú, Sir Reginald? Tú eres el que siempre anda insistiendo con el tema de las alcantarillas…—Cuestionó Arturo, molesto por el silencio que inundaba el subsuelo.
—Pompón habló mucho de las alcantarillas y sus peligros, pero nunca entró en muchos detalles, se notaba que no quería que fuéramos a ese sitio —Respondió el cerdo en voz baja— Pero somos fuertes, Arturo. Por muchos peligros que se nos presenten, podremos superarlos.
—¿Cómo se enteró Pompón de los peligros que se esconden en las alcantarillas? —Preguntó Juampi, tratando de aportar algo de valor al grupo.
—Por Momo, supongo... No sé exactamente cómo lo supo, pero Pompón siempre fue muy astuto y sabía cosas que pocos conocían —Respondió Arturo, reflexionando sobre la fuente de los conocimientos de su antiguo amigo.
—Qué mala suerte. El conejo solía usar el libro del santuario de estudiantes para hablar con Momo, así que no podemos simplemente recurrir a ese libro nuevamente para obtener esa información —Concluyó Juampi.
Ante la falta de información sobre los peligros que habitaban las alcantarillas, el grupo se enfrentaba a un dilema. Sin embargo, la determinación de Arturo y la confianza en las habilidades de sus mascotas les daban la fuerza para seguir adelante.
—¿Y no podemos volver a preguntarle a Momo? —Preguntó Arturo, recordando que el libro sobre la vida de Tom revelaba que el muchacho solía pasarse casi un cuarto del día leyendo el famoso libro de rumores.
—Sí, claro que puedes... El problema son los rumores falsos... —Murmuró Juampi, comprendiendo que el problema era bastante serio en realidad. El niño con el que había convivido todos estos meses tenía la cabeza completamente quemada, y su visión de las cosas cambiaba día a día. Con semejante falta de estabilidad, era imposible que Arturo pudiera distinguir un recuerdo verdadero de uno falso.
Comprendiendo el problema, Shily propuso la siguiente solución:
—Bueno, Juampi, Sir Reginald y yo hemos descubierto muchísimos rumores. Además, si logramos que los minihumanos hagan de intermediarios entre Copito y Anteojitos para darles voz a sus movimientos aparentemente erráticos, lograremos sumar muchos más rumores. Especialmente si Copito habla, él fue tu primera mascota, ¿no es así, Arturo?
—Sí, esa es una buena idea. Además, yo sé muchos rumores. Seguramente obtendremos la información que buscamos de Momo —Respondió Arturo, sintiéndose algo marginado por la propuesta de Shily, que prácticamente ignoraba su existencia.
—Tranquilo, Arturo. Esta misión fue organizada por Sir Reginald, así que deja que las mascotas nos encarguemos de las cuestiones engorrosas —Respondió Shily de inmediato.
Arturo quiso negarse, pero pensándolo bien se dio cuenta de que era bastante temprano y no había motivo alguno para no quedarse durmiendo un poco más de tiempo mientras sus mascotas trabajaban. Terminó aceptando la propuesta de Shily y, mientras cerraba los ojos nuevamente, esperaba que las mascotas se encargaran de todos los preparativos, al igual que Pompon siempre lo había hecho en el pasado.
Mientras Arturo se sumergía en un sueño reparador, las mascotas se reunieron en silencio para llevar a cabo su misión. Anteojitos, con su aguda inteligencia, y Copito, con su habilidad para comunicarse con los minihumanos, se convirtieron en los principales actores de esta empresa. Los minihumanos, pequeñas criaturas con un ingenio sorprendente y una lealtad inquebrantable hacia su “dios”, se prestaron como intermediarios para traducir los gestos y miradas de Anteojitos y Copito en palabras comprensibles para el resto del grupo.
Los minihumanos se agruparon alrededor de Anteojitos y Copito, ansiosos por escuchar lo que tenían que decir. Copito, con sus saltos y movimientos cuidadosamente coordinados, comenzó a comunicarles los rumores que había escuchado durante sus días en donde él era el único consuelo que Arturo tenía en su corazón. Los minihumanos miraban atentamente, traduciendo sus señales en palabras entendibles para el resto del grupo.
Durante el transcurso de este intercambio, a Juampi se le ocurrió la brillante idea de revisar el libro sobre la vida de Arturo y transmitió dicha información a las mascotas. Todas pensaron que ese libro debía esconderse en la biblioteca de Arturo, pero pronto se dieron cuenta de que Pompón había dejado la biblioteca cerrada con una contraseña. Como nadie del grupo la conocía, no pudieron hacer otra cosa más que abandonar esta brillante solución y seguir insistiendo en el método de confiar en la gran capacidad intelectual de los súbditos de Copito.
La discusión con el libro de rumores continuó hasta el mediodía, sumergiendo al grupo en un mar de especulaciones y teorías sobre la mejor forma de abordar la exploración de las alcantarillas. Juampi desempeñó un papel fundamental en esta tarea, aprovechando su experiencia para comunicarse con el libro de rumores. Para ello, Shily decidió devolverle sus ojos momentáneamente, una concesión que sorprendió a todos, incluido el propio Juampi, quien por primera vez pudo contemplar el extraño mundo que habitó durante estos largos meses.
Al mirar a su alrededor, Juampi se sorprendió por la extravagancia y excentricidad que caracterizaban el hogar de Arturo y sus mascotas. Durante mucho tiempo, había sospechado que este lugar no era del todo normal y que el niño no era un estudiante corriente. Sin embargo, nunca había tenido la oportunidad de ver el primer piso con sus propios ojos, hasta ahora.
Para colmo, las veces que Shily le daba sus ojos para jugar con las máquinas en el subsuelo, el malvado parásito se aseguraba de que no pudiera siquiera voltear la cabeza de la máquina, por lo que su entendimiento del hogar solo se limitaba a lo sentidos que aún le pertenecían. No obstante, el día de hoy Shily parecía estar nervioso con tener que asumir las responsabilidades de Pompón por primera vez, por lo que se había mostrado particularmente amable con él.
A pesar de las limitaciones impuestas por Shily en el pasado, Juampi comenzó a disfrutar de su nueva perspectiva, se dio cuenta de que, a medida que la sombra de Pompón se desvanecía, él adquiría un papel más prominente en el grupo de mascotas, ganando privilegios y responsabilidades en el proceso. Aunque aún seguía siendo un esclavo, su posición había mejorado significativamente, convirtiéndolo en una figura importante.
Esto se evidenciaba en que aún podía seguir jugando con sus preciadas máquinas. Sin embargo, ya no lo hacía porque Pompón estuviera castigando a Shily, sino que el parásito se veía obligado a tener que negociar con él para ganar sus conocimientos y buena voluntad. A cambio de esto, Shily se percibía como una mascota más poderosa, lo cual, en principio, era cierto, dado que él era el intermediario entre Juampi y la voluntad de Arturo.
Ahora, como intermediario entre Juampi y Arturo, Shily se encontraba en una posición de poder y autoridad, lo que le otorgaba una influencia considerable sobre el grupo. Sin embargo, esta nueva responsabilidad también venía acompañada de desafíos y presiones adicionales, especialmente en un momento en el que Pompón estaba ausente y las mascotas buscaban enfrentarse a una situación particularmente peligrosa.
A medida que la discusión con Momo avanzaba, Juampi se esforzaba por utilizar los rumores de Copito y Anteojitos para sacarle información a cuenta gotas. Su perspectiva única, combinada con la información obtenida del libro de rumores, enriqueció la conversación y ayudó al grupo a trazar un plan de acción más sólido y detallado para su próxima aventura en las alcantarillas.
Mientras tanto, Arturo continuaba durmiendo, ajeno a las intrigas y preparativos que tenían lugar a su alrededor. A medida que el grupo se sumergía más profundamente en la planificación de su expedición, el hogar de Arturo se llenaba de expectación y anticipación, mientras todos se preparaban para enfrentar los desafíos que les esperaban en las oscuras profundidades de las alcantarillas.
Al llegar el mediodía, todos los preparativos habían concluido, y Arturo se encontraba desayunando en el subsuelo con sus mascotas, escuchando atentamente todas las dificultades y problemas que enfrentarían en las alcantarillas.
—Entonces, ¿las alcantarillas son como una especie de laberinto gigante? —Preguntó Arturo mientras daba un sorbo profundo a la malteada de chocolate con la que estaba deleitándose.
—No solo es un laberinto, sino que está plagado de criaturas peligrosas, trampas mortales y personajes nefastos… —Indicó Juampi mientras comía otra página del libro de galletitas de vainilla que tenía frente a él.
—Pero no te preocupes, Arturo. Las alcantarillas solo pueden ser visitadas por estudiantes los días de semana, así que no nos encontraremos con personas peligrosas. Además, los estudiantes del pasado han dejado su huella en el lugar y han descubierto la gran mayoría de trampas y peligros mortales —Manifestó Sir Reginald, sintiendo que si Arturo se asustaba demasiado, la misión de exploración se vería estancada.
—Si ustedes creen que es seguro, iremos, pero ¿hay algo que ganar en este lugar abandonado por los dioses? —Cuestionó el niño.
—Muy poco, más que la experiencia de visitar un sitio emocionante. Pero es posible reunir buenos objetos, hay un viejo loco que conoce mucho sobre los puffins, nuestro plan es centrarnos en sus misiones y no aventurarnos en los puntos peligrosos —Explicó Shily.
Copito saltó de arriba a abajo, indicando que ya no había vuelta atrás: ¡Debían aventurarse a conseguir esos objetos!
—Sí, Copito, yo también creo que no es una buena idea ir a las alcantarillas… —Interpretó Arturo—Pero considerando que Sir Reginald puso tanto trabajo en el asunto, al menos tenemos que ir a darle un vistazo al lugar.
Con la decisión tomada, Arturo y sus mascotas terminaron el desayuno y se dirigieron al cuarto de Copito, en donde el niño dijo las siguientes palabras con solemnidad:
> “En un lugar oscuro y profundo donde el agua fluye sin rumbo, habita un mundo misterioso, entre pasadizos y sombras frías, caminos serpenteantes de laberinto de tubos, donde la luz apenas se desliza, tenue y pequeña, ¿sabes donde estoy?”
El espejo, con una conciencia que parecía despertar después de una larga letargia, comprendió que su momento de protagonismo había llegado. Con cierto apuro, procedió a distorsionar el reflejo de la habitación, desviando la atención del observador hacia algo mucho más inquietante: ¡Las famosas alcantarillas!
Las alcantarillas se extendían como un vasto laberinto subterráneo, una red de pasillos angostos y oscuros. En el centro de cada pasillo, un caudal de agua cloacal fluía lentamente, llevando consigo un olor nauseabundo que se adhería a la piel y se infiltraba en los pulmones. De vez en cuando, algo desagradable flotaba a la deriva, recordando a los intrusos que estaban adentrándose en un lugar ajeno a la luz del sol.
Las paredes de los pasillos estaban revestidas de tuberías oxidadas, entrelazadas con musgo y plantas de aspecto poco saludable que buscaban desesperadamente un rayo de luz. La iluminación era escasa y provista por hongos fluorescentes que crecían de forma intermitente en las paredes, arrojando destellos irregulares que creaban sombras ominosas y desconocidas. En los espacios donde la luz no llegaba, la oscuridad era abrumadora, ocultando cualquier indicio de lo que podía aguardar más adelante.
El techo de los pasadizos estaba abovedado, formado por gruesos tramos de piedra cubiertos de musgo y barro. No había señales que indicaran la dirección a seguir; cada viajero se veía obligado a tomar decisiones sin saber realmente qué les aguardaba en cada cruce. Desde el reflejo en el espejo, solo se podían distinguir dos posibles caminos: uno que se extendía hacia la izquierda y otro que se dirigía hacia la derecha. ¿Qué misterios se ocultaban al final de esos caminos? Solo los dioses podían conocer la respuesta.
Sin un mapa o una brújula que los guiara, los intrépidos exploradores debían confiar en su instinto y en la esperanza de encontrar una salida. La decisión de qué camino tomar pesaba sobre los hombros de aquellos que se aventuraban en las profundidades de las alcantarillas. ¿La izquierda podría llevarlos hacia la salvación o hacia un destino aún más oscuro y siniestro? ¿O quizás la derecha ofrecía una ruta más segura, lejos de los peligros que acechaban en las sombras?
El reflejo en el espejo permanecía estático, como si desafiara a los intrusos a tomar una decisión. ¿Acaso había una pista oculta en su distorsionada imagen que indicara el camino correcto? O tal vez era solo un juego cruel de la mente, destinado a confundir y desorientar a aquellos que se atrevían a adentrarse en lo desconocido.
Con el corazón latiendo con fuerza en sus pechos, los exploradores debían enfrentarse al dilema de elegir su destino. La incertidumbre y el peligro acechaban en cada esquina, pero también la promesa de descubrir secretos ocultos y tesoros olvidados. Sin embargo, para Arturo y sus fieles mascotas, esta aventura estaba cuidadosamente planeada, ya que sabían que el viejo loco que habitaba en las alcantarillas, aquel capaz de otorgar misiones con recompensas tentadoras, se localizaba tomando el camino hacia la izquierda.
Siguiendo un estricto protocolo de seguridad, las mascotas lideraban la expedición. No estaban solas, pues diez esclavos, convocados mediante la fabulosa máquina Servoplus, se unían a la travesía. Estos esclavos, pertenecientes a una raza de hombres lagartos, eran conocidos por su fuerza y destreza. Con cuerpos humanoides y piel que recordaba a la de los cocodrilos, con cabezas y colas similares, estos valientes exploradores se destacaban por su habilidad para enfrentar los desafíos del entorno subterráneo.
Mientras los esclavos protegían los flancos y la parte frontal del grupo, el imponente golem de galletita había sido invocado para resguardar la retaguardia. En el centro de esta formación estratégica se encontraban las mascotas, con Tentaculin acechando entre las sombras, listo para atacar cualquier amenaza que se interpusiera en el camino del grupo. Arturo, el líder indiscutible de la expedición, montaba su única y poderosa montura: la gran tortuga gigante.
Con semejante muestra de poder y un grupo tan numeroso, era prácticamente imposible que alguien pudiera acercarse a Arturo antes de que el niño pronunciara las palabras mágicas para escapar. Sin embargo, las mascotas permanecían alertas, conscientes de que esta misión era una oportunidad para demostrar su valía y convencer a Arturo de que podían realizar las funciones que antes realizaba Pompón.
Lo que había comenzado como una simple exploración para el niño se había convertido en una prueba crucial para sus fieles compañeros, quienes estaban decididos a demostrar su utilidad y lealtad.
A medida que avanzaban por los laberínticos pasadizos, el ambiente se volvía más opresivo y amenazador. El eco de sus pasos resonaba en las paredes húmedas y cubiertas de musgo, mientras que el olor a podredumbre y humedad se intensificaba con cada paso. Las sombras danzaban en los rincones oscuros, alimentando los temores y las dudas de las mascotas.
Sin embargo, el grupo continuaba avanzando con determinación, guiado por la esperanza de encontrar al viejo loco y obtener las recompensas prometidas. Arturo, con su mirada firme y su espíritu intrépido, marchaba lentamente. A su alrededor, los esclavos lagartos mantenían una vigilancia constante, alertas ante cualquier señal de peligro.
*Splash*... De repente, un sonido siniestro resonó entre la oscuridad de los pasillos, rompiendo el silencio sepulcral que los envolvía. Las mascotas se pusieron en guardia, listas para enfrentar cualquier amenaza que se interpusiera en su camino. Los esclavos lagartos se adelantaron, armados con sus afiladas garras y colmillos, preparados para defender al grupo con su vida si fuera necesario. Sin embargo, no encontraron amenaza alguna ¿Habrá sido solo una ilusión? ¡Pero si todos habían escuchado el ruido!
La tensión en el aire era tan insoportable como el aroma a descomposición, pero Arturo se mantuvo imperturbable, instando a sus compañeros de aventura a seguir adelante con determinación mientras ignoraban el fenómeno extraño que acaba de ocurrir.
A medida que avanzaban, el aroma a humedad y podredumbre se volvía más intenso, mezclado con un olor acre y penetrante que anunciaba la presencia de algo más que simples desechos en las alcantarillas. De repente, un destello de luz tenue iluminó el pasillo, rompiendo la oscuridad que los rodeaba. Al final del corredor, una figura se recortaba contra el resplandor, moviéndose de manera errática y frenética.
Un anciano se alzaba en medio de las alcantarillas, una figura tan extraña como el entorno que habitaba. Vestido con telas hechas harapos, desgastadas y andrajosas que colgaban de su cuerpo demacrado, todas ellas erosionadas por el tiempo y cubiertas de manchas de suciedad y sudor. Un sombrero de copa, roto y descolorido, descansaba sobre su cabeza encanecida, inclinado hacia un lado de manera descuidada. El viejo parecía haber olvidado por completo la noción del buen gusto y por su aroma rancio parecería haber perdido el sentido del olfato hace demasiado tiempo atrás como para recordarlo.
Su rostro estaba marcado por arrugas profundas y surcado por líneas de preocupación y ansiedad. Sus ojos, brillando con una intensidad febril, parecían contener secretos antiguos y conocimientos ocultos. La barba descuidada y enmarañada le daba un aspecto salvaje y descuidado. Pero lo más inquietante del anciano eran sus manos. Anormalmente largas y delgadas, con dedos que se retorcían de manera grotesca, parecían tener vida propia mientras se movían en el aire con una agilidad inquietante. Una extraña energía azulada emanaba de sus dedos, titilando y danzando en el aire como pequeñas llamas de fuego frío. Esta aura mística parecía envolver al anciano en un halo de misterio y poder, agregando un elemento de peligro y magia a su ya desconcertante presencia.
Este anciano era el mencionado viejo loco, estaba rodeado de puffins, criaturas de la misma raza de que Copito, todas bolas peludas que se asemejan a pelotas de algodón, con dos grandes y curiosos ojos saltones en el medio. Estas pequeñas criaturas rebotaban alrededor del anciano, emitiendo miradas curiosas y juguetonas.
Arturo y su grupo se detuvieron ante la extraña escena, observando con asombro y un poco de desconcierto al viejo loco y sus curiosas compañías. Los esclavos gruñeron ligeramente, instintivamente alertas ante la presencia de las nuevas criaturas.
El viejo loco, al notar la presencia del grupo, giró hacia ellos con una sonrisa desdentada y un destello salvaje en sus ojos: —¡Bienvenido, niño! ¡Pero cuánta gente has traído!, se ve que no te gusta viajar solo…—Exclamó, su voz temblorosa y llena de emoción—¿Qué los trae a mi humilde morada en las profundidades de las alcantarillas?
La morada del viejo loco se encontraba oculta y uno tenía que estar atento para no pasarla por alto; era un pequeño hueco entre las cañerías que conformaban las paredes del laberinto subterráneo. Un refugio oscuro y claustrofóbico, apenas lo suficientemente grande como para contener al anciano y sus extrañas mascotas.
Una vez dentro, la morada del viejo loco revelaba su verdadera naturaleza: un caos de objetos extraños y artefactos misteriosos que se amontonaban en cada rincón. Montones de libros antiguos y pergaminos desgastados se apilaban sobre el piso, sus páginas llenas de escritura ilegible y símbolos crípticos. Extraños artefactos y utensilios colgaban de los caños en las paredes, emitiendo destellos de luz azulada y zumbidos misteriosos que llenaban el aire con una energía inquietante.
El suelo estaba cubierto de alfombras gastadas y jirones de tela, formando un tapiz desigual y desgastado que crujía bajo los pies. En un pequeño hueco hecho sobre un caño oxidado, un pequeño fogón ardía con una llama titilante, arrojando sombras danzantes que parecían cobrar vida en el piso húmedo de las alcantarillas.
El viejo loco se movía entre los objetos con una agilidad sorprendente, como si estuviera en su elemento natural en medio del caos y la confusión. Sus puffins rebotaban por todos lados, mirando con curiosidad al grupo que se había presentado a su hogar.
Arturo ignoró a los puffins saltarines y se adelantó, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción ante la presencia del enigmático anciano: —Los rumores de los antiguos estudiantes hablan que necesitas ayuda con una misión, estamos dispuestos a enfrentar cualquier desafío que nos presentes.
El viejo loco soltó una carcajada estridente, un sonido que resonó en los estrechos pasillos y reverberó en las paredes: —¡Oh, valiente niño! ¡Estás en el lugar correcto y en el momento adecuado!— Se aproximó a Arturo, sus ojos brillaban con una intensidad febril —Pero antes de que pueda confiarte una misión realmente arriesgada, deben demostrar tu valía y obtener un poco de alimentos para mis puffins.
Arturo asintió, comprendiendo que estaba frente a una cadena de misiones: —Estamos listos para demostrar nuestra valía —Declaró con determinación— ¿Por dónde debemos buscar?
El viejo loco sonrió satisfecho, y con un gesto de su mano, señaló hacia la izquierda: —Deben continuar avanzando hasta adentrarse en la guarida de las ratas. Tráiganme el cadáver de 5 ratas grandes y consideraré que han cumplido la primera misión.
Con determinación, Arturo se preparó para iniciar el desafío, pero sus expectativas se vieron frustradas cuando Sir Reginald levantó su pata de cerdo y un gran banquete llenó el piso de las alcantarillas, provocando que los puffins del viejo loco saltaran con alegría.
—Supongo que esto contará como 5 ratas muertas, ¿no lo crees, Antonio? —Manifestó Sir Reginald, admirando el banquete que tenía frente a sus ojos con orgullo.
—¡Sí, sí, sí! ¡Esto es mucho más de lo que pedí! —Exclamó el viejo loco con una sonrisa— Por cierto, ¿cómo sabes mi nombre? No recuerdo haberlo dicho.
—Antonio, el perdido, tu nombre te precede, sería raro no conocerlo —Mintió Sir Reginald.
—Qué agradable mascota tienes, niño… —Dijo el viejo Antonio con una sonrisa torcida, mientras se abalanzaba sobre una de las bandejas y comenzaba a devorar el banquete con alegría.
—Un poco pretenciosa, pero tienes razón, mis mascotas son fabulosas, tan fabulosas que merecen recompensas fabulosas —Dijo Arturo con cierto orgullo infantil.
—La recompensa por traer comida a mis mascotas es un puffins, pero como ya tienes uno me temo que la recompensa no es más que un simple gracias —Indicó el viejo loco descaradamente.
—¡¿No nos darás nada?! —Gritaron las mascotas con enojo.
La atmósfera en la morada del viejo loco se tensó de repente. Las mascotas de Arturo, sorprendidas y molestas por la aparente falta de gratitud, mostraron su disgusto en sus miradas. Sir Reginald, el cerdo con aires de grandeza, frunció el ceño con indignación, mientras que Shily dejó escapar un bufido amenazador. Incluso la gran tortuga gigante de Arturo parecía incomodada, moviendo lentamente su cabeza de un lado a otro con una expresión de desaprobación.
El viejo loco, sin embargo, parecía completamente imperturbable ante la reacción de las mascotas. Se limitó a observarlas con una sonrisa burlona, como si estuviera disfrutando del espectáculo: —Lo siento, niño, pero las reglas son las reglas —Dijo con calma, aunque había un destello travieso en sus ojos— No puedo hacer excepciones, incluso para mascotas tan impresionantes como las tuyas.
Arturo, sintiendo la tensión en el aire, trató de calmar a sus compañeros con gestos tranquilizadores: —Tranquilos, no se preocupen por la recompensa —Dijo con voz suave, aunque su mirada estaba fija en el viejo loco—Hicimos nuestra parte y ayudamos a este anciano, eso es lo que importa. Además, ¿quién necesita otro puffin cuando ya tenemos uno tan maravilloso?
Las mascotas de Arturo parecieron tranquilizarse un poco ante las palabras de su amo, aunque aún miraban al viejo loco con desconfianza. El anciano, por su parte, parecía complacido con la respuesta de Arturo, como si hubiera encontrado algo de diversión en la situación. Se acercó al niño con una sonrisa torcida y le dio una palmadita en el hombro: —Eres un niño sabio, Arturo. Ahora, hablemos de los verdaderos desafíos que te esperan en las alcantarillas...
—¿La siguiente misión tendrá una mejor recompensa? —Preguntó Arturo, tratando de ocultar la decepción que sentía.
—Me temo que no…—Contestó Antonio con sinceridad— Todas las misiones que doy dan recompensas relacionadas con los puffins, y como veo que el tuyo está muy contento, probablemente ya hayas adquirido muchas de esas recompensas.
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Arturo, sin dejarse desanimar, decidió intentar sacarle algo de provecho a la situación: —Estoy muy interesado en recolectar cosas para Copito —Confesó— ¿No podrías saltear las misiones sin recompensas e ir directamente a las misiones con las recompensas que no tenemos?
El viejo loco meditó mientras se acariciaba la larga barba: —Sí, podría… —Dijo lentamente— Pero sería muy aburrido, y en general, no son muchos los estudiantes que desean continuar haciendo misiones luego de conseguir el puffin.
—¿Y eso a qué se debe? —Cuestionó Sir Reginald.
—Las siguientes misiones son más peligrosas, y muy pocos estudiantes se han tomado el tiempo de entrenar sus cuerpos o habilidades para la batalla —Respondió el viejo loco mientras tomaba una pata de pollo de uno de los platos de comida y comenzaba a devorarla como si fuera su última comida.
La conversación se detuvo por un momento mientras el viejo loco saboreaba el manjar con avidez, mientras que Arturo y sus compañeros absorbían sus palabras con atención. La idea de misiones más peligrosas despertaba un brillo de emoción en los ojos de Arturo, aunque también una sensación de nerviosismo.
—Entonces, ¿qué debemos hacer ahora? —Preguntó Arturo, rompiendo el breve silencio que se había instalado en la morada del viejo loco.
El anciano levantó la mirada de su comida y sonrió con satisfacción: —Ahora, niño, es hora de que comience tu verdadera aventura en las alcantarillas —Dijo con solemnidad— Pero antes, deben prepararse adecuadamente. Los peligros que aguardan son muchos y solo aquellos que estén debidamente equipados y entrenados podrán superarlos.
—Nosotros somos muy fuertes, ¡podremos con ello! —Exclamó Arturo con determinación.
—Confío en tu palabra, niño… —Dijo Antonio con una sonrisa oculta entre su desordenada barba manchada con comida— La siguiente misión tiene algo de riesgo: deberás ir nuevamente al nido de las ratas, cazar a la rata mutante y traerme su cuerpo. La reconocerás porque es la más grande y agresiva del grupo.
—Si quieres más comida, podría convocarla —Indicó Sir Reginald.
—¡Necesito a esa rata mutante muerta! La muy desgraciada suele venir a atacarnos a mí y a mis queridos puffins —Respondió el viejo loco con los ojos reflejando cierto dolor contenido— Su misión es matarla. Si lo logran y me traen el cuerpo como prueba, les daré algunas recompensas que pueden o no serles útiles.
Arturo asintió, asumiendo el desafío con valentía. Sabía que la tarea sería difícil y peligrosa, pero estaba decidido a completarla y demostrar su valía ante el viejo loco. Se giró hacia sus mascotas y los esclavos lagartos, transmitiendo su determinación con una mirada firme.
—Estamos listos para partir —Declaró Arturo, su voz resonando con confianza— Nos ocuparemos de la rata mutante y te traeremos su cuerpo, viejo loco.
El anciano asintió con aprobación, observando al grupo con una mezcla de admiración y anticipación. Sabía que la tarea no sería fácil, pero confiaba en la fuerza y la determinación de Arturo y sus compañeros. Con un gesto de su mano, les indicó el camino hacia el nido de las ratas, y los vio partir con una mezcla de esperanza y preocupación en su corazón.
Mientras tanto, en las profundidades de las alcantarillas, la rata mutante acechaba en las sombras, lista para defender su territorio con garras afiladas y dientes feroces. La verdadera prueba aún estaba por venir, y solo el tiempo diría si Arturo y su grupo estaban preparados para enfrentarla.
Con determinación, Arturo y su grupo avanzaron por el estrecho pasillo, siguiendo las indicaciones del viejo loco hacia el nido de las ratas. A medida que se adentraban en las profundidades de las alcantarillas, el ambiente se volvía más opresivo y sombrío, como si las propias paredes estuvieran impregnadas de un aura de peligro y misterio.
Finalmente, llegaron al final del pasillo, donde se encontraba la entrada a la cueva que albergaba el nido de las ratas. La entrada estaba marcada por los restos de metal oxidado y el musgo que había reclamado el lugar como suyo. Era evidente que la cueva había sido formada por una antigua explosión que había ocurrido en los caños de las paredes, dejando tras de sí una caverna oscura y ominosa.
Al entrar en la cueva, fueron recibidos por los restos de animales muertos y los huesos esparcidos por el suelo. Era una advertencia clara de los peligros que acechaban en las profundidades de la cueva. Las sombras se cerraban a su alrededor, envolviéndolos en una oscuridad casi tangible que parecía susurrarles de los horrores que aguardaban en las profundidades.
Arturo apretó con fuerza su puño, preparado para enfrentarse a cualquier peligro que encontraran en su camino. Los hombres lagartos se mantenían alerta, con los ojos brillando en la penumbra mientras vigilaban cada rincón en busca de cualquier signo de peligro. Incluso la tortuga gigante de Arturo parecía tensa.
Con paso cauteloso, avanzaron más adentro en la cueva, siguiendo el rastro de la rata mutante. El aire se volvía más espeso a medida que se adentraban, cargado con el olor a humedad y putrefacción que parecía impregnar cada rincón. El eco de sus pasos resonaba en las paredes de piedra, creando una sensación de claustrofobia que se apoderaba de ellos lentamente.
Finalmente, el primer enemigo se hizo presente en forma de una rata del tamaño de un gato, que corrió con vehemencia hacia el grupo. Era evidente que la carga de la rata solo duraría hasta que un hombre lagarto la aplastara con su cola, rompiendo todos sus huesos en el proceso.
—¿Esa mierdita era la rata mutante? —Preguntó Sir Reginald con tono altivo, mientras miraba a la pobre rata retorciéndose de dolor en el suelo antes de que el hombre lagarto volviera a bajar su cola para acabar con su vida.
—Lo dudo… Esa debe ser una de las ratas grandes que supuestamente teníamos que conseguir. Si miraras con atención, te darías cuenta de que hay muchas ratas por esta cueva, pero la mayoría se esconde y se oculta entre las sombras. ¡Tenemos que tener cuidado con las que sean agresivas! —Remarcó Shily.
El grupo decidió no bajar la guardia y siguió avanzando. En el camino se toparon con cuatro ratas grandes que decidieron cargar contra los hombres lagartos de forma completamente imprudente e irracional. Sin embargo, la gran rata mutante aún se escondía en las profundidades del nido de ratas.
*Gruaaah*... De repente, un gruñido gutural resonó en la oscuridad, seguido por el sonido de garras rasgando el suelo.
En lo más profundo de la cueva, entre las sombras y los ecos de los pasos del grupo, emergió la criatura que habían estado buscando: la rata mutante. Esta monstruosidad era una aberración de la naturaleza, un híbrido grotesco entre una rata común y algo mucho más siniestro.
La rata mutante era de un tamaño impresionante, comparable al de un niño. Su cuerpo estaba deformado y retorcido, con músculos hinchados y venas sobresaliendo bajo su piel áspera y cubierta de cicatrices. Su pelaje era desaliñado y sucio, una mezcla de colores apagados que apenas podían distinguirse en la penumbra de la cueva. Sus ojos eran lo más inquietante de todo: dos esferas de un rojo intenso que brillaban con una malicia insidiosa. Parecían seguir cada movimiento del grupo con una inteligencia maligna, como si la rata mutante fuera consciente de su superioridad sobre sus intrusos. Sus dientes eran largos y afilados, como cuchillas curvadas listas para desgarrar la carne con cada mordisco. La saliva goteaba de su boca en viscosos hilos, emitiendo un olor nauseabundo que llenaba el aire a su alrededor. Sus garras eran igualmente letales, largas y curvadas como dagas, capaces de desgarrar la carne con un solo movimiento. Con cada paso que daba, dejaba marcas profundas en el suelo de la cueva, como si estuviera marcando su territorio con cada pisada.
Al ver a la rata mutante, Arturo entendió por qué el viejo loco les había advertido sobre esta misión: mientras que luchar contra las ratas grandes no era muy diferente a enfrentarse a un gato enfurecido, combatir contra esta abominación de la naturaleza era equiparable a enfrentarse a un lobo sanguinario.
¡A cualquier estudiante no preparado le resultaría imposible completar esta misión!... Sin embargo, ese no era el caso de Arturo.
Apenas la rata mutante emergió de las sombras, los hombres lagartos se lanzaron hacia ella sin vacilar. Con sus colas ágiles, lograron golpearla en las piernas de la rata, haciéndola rodar por el suelo. Luego, con un salto coordinado, se abalanzaron sobre ella y comenzaron a desgarrar su cuerpo con sus afiladas bocas. El exterminio fue tan rápido que las mascotas y Arturo se quedaron mirando con aturdimiento cómo se completaba la misión en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Por los dioses, esa calavera parlante no mentía: estos esclavos son realmente útiles como guardianes! —Exclamó Sir Reginald, impresionado por la eficiencia de los hombres lagartos.
—Tomemos el cuerpo y llevémoslo al viejo loco. No me gusta esta cueva —Dijo Arturo, sintiéndose incómodo por el silencio sepulcral que había llenado el lugar tras la muerte de la rata mutante. Parecía que incluso las ratas normales habían dejado de moverse en su nido, como si estuvieran congeladas por el horror del encuentro.
Después del rápido y brutal enfrentamiento con la rata mutante, el grupo recogió el cuerpo del monstruo y salió de la cueva con una sensación de alivio y temor que se mezclaba en sus corazones. A medida que se alejaban de la caverna, podían sentir la presencia de algo mucho más tenebroso habitando en su interior, una oscuridad y una malevolencia que parecía emanar de las mismas entrañas de la tierra.
El camino de regreso a la morada del viejo loco se sintió más largo y sombrío de lo habitual. Cada sombra parecía albergar una amenaza invisible, cada susurro del viento resonaba como una advertencia silenciosa.
Finalmente, llegaron al refugio del viejo loco, donde fueron recibidos con una mezcla de alivio y curiosidad por parte del anciano y sus puffins. Arturo entregó el cuerpo de la rata mutante al viejo loco, quien lo examinó con interés antes de asentir con aprobación.
—Hicieron un trabajo excelente —Dijo el viejo loco, su voz resonando con un tono de admiración genuina— Han demostrado su valentía y habilidad, y por eso se merecen una recompensa adecuada.
Acto seguido, el anciano tomó un trozo de metal oxidado y abrió la panza de la rata mutante, dejando que sus entrañas se desparramaran por el suelo y un olor asqueroso invadiera la morada. Ignorando el hedor que emanaba de las tripas del animal, el anciano metió su mano en el interior hasta llegar al estómago, y con fuerza extrajo el órgano, utilizando el trozo de metal afilado como instrumento. Tras revolver entre los restos de alimentos, una mueca de disgusto se formó en el rostro del anciano mientras comentaba:
—No hay recompensas, niño. Lo normal es que del estómago de esta rata salgan los objetos que te serán de mucha utilidad para tu puffins, pero todo parecería indicar que ya posees esos objetos y, por lo tanto, no puedes volver a adquirirlos.
—Qué decepción…. De todas formas, la batalla fue emocionante —Dijo Arturo, satisfecho con el espectáculo que habían ofrecido los hombres lagartos.
El viejo loco sonrió con satisfacción, observando al grupo con un brillo de orgullo en sus ojos: —De todas formas, queda una misión que pueden hacer para ayudarme…
—¿Cuál es la misión? —Preguntó Arturo de inmediato, con una mezcla de curiosidad y anticipación en su voz.
—La misión es exterminar al rey de las ratas. Si logran hacerlo, podrán encontrar el tesoro oculto en su madriguera —Explicó el viejo loco con solemnidad— Pero para ello, deberán estar bien preparados, porque el rey siempre está acompañado de una gran cantidad de ratas guardianas.
—Trataremos de lograrlo, pero cuando fuimos al nido de ratas no nos cruzamos con ninguna rata que cumpla con esas condiciones —Mencionó Sir Reginald, señalando una preocupación válida.
—Para llamar la atención del rey de las ratas y provocar una pelea, necesitarán este objeto —Dijo el anciano mientras rebuscaba entre las telas corroídas que usaba como cama, retirando un trozo de queso podrido— Solo deben llevar este queso al nido de ratas y les aseguro que tendrán una batalla emocionante. Pero tengan cuidado, no son pocos los estudiantes que han muerto subestimando el poder del rey de las ratas.
Arturo tomó el queso, notando con una mezcla de asombro y repulsión que las telas rotas que el anciano usaba como cama eran, en realidad, las túnicas de los estudiantes que fracasaron en su exploración por las tenebrosas alcantarillas. Era un recordatorio sombrío de los peligros que enfrentaban.
—Estaremos preparados. Gracias por su advertencia —Respondió Sir Reginald con determinación, aceptando el desafío que se les presentaba con la seriedad que merecía.
Con el queso podrido en mano y las advertencias del viejo loco resonando en sus mentes, Arturo y compañía se dirigieron una vez más al nido, decididos a enfrentarse al temido rey de las ratas y reclamar el tesoro que se rumoreaba que guardaba en su madriguera. El camino hacia la guarida de las ratas era conocido para ellos ahora, pero esta vez se sentía diferente, más incómodo, como si estuvieran caminando hacia su destino final.
A medida que avanzaban por los pasillos angostos y húmedos de las alcantarillas, el aire se tornaba irrespirable, cargado con el olor nauseabundo de la descomposición y la humedad. Las sombras parecían moverse de forma acechante en los alrededores, y cada sonido resonaba como una rata masticando los caños de algún tubo lejano, como si las propias alcantarillas estuvieran susurrando sus advertencias.
Finalmente, llegaron al nido de ratas, pero en esta ocasión, la entrada estaba custodiada por una docena de ratas grandes como perros, sus ojos brillando con malicia mientras observaban a los intrusos con cautela.
El primero en iniciar el ataque fue el golem de galletitas, quien cargó hacia el frente, empotrando a una de las ratas contra las paredes de la cueva. En medio del caos, las ratas inteligentemente trataron de acercarse a Arturo para atacarlo, pero rápidamente fueron repelidas por los hombres lagartos. Cinco ratas lograron colarse del ataque y cargaron contra la montura de Arturo, pero antes de que siquiera pudieran llegar a los pies de la tortuga, Anteojitos las hizo levitar en el aire y las estrelló contra las paredes de la cueva. El golpe no las mató, pero sí lo hicieron los hombres lagarto, que ya habían logrado acabar con las ratas, que no fueron lo suficientemente ágiles para escapar del ataque inicial.
¡Los primeros guardianes habían sido derrotados!
—Eso fue bastante peligroso, las ratas fueron astutas y buscaron matar a Arturo, ignorando al resto del grupo, se ve que tienen experiencia matando estudiantes…—Manifestó Sir Reginald.
—Creo que un estudiante promedio no podría haber ganado contra esa docena de ratas... —Agregó Shily con cautela, reconociendo la gravedad del enfrentamiento.
—¡Pero ya no podemos retroceder! Aún tenemos muchos trucos bajo la manga, y en el peor de los casos, solo tenemos que enfocarnos en ganar tiempo para que Arturo pueda escapar —Dijo Sir Reginald mientras indicaba con su pata a los esclavos y al golem que se adentraran en el nido de ratas para encargarse de los guardias restantes.
Los hombres lagartos entraron en el nido junto al golem. Sin embargo, esta vez no hubo ataque alguno. Parecía que el rey de las ratas había tomado la sensata decisión de esconderse de los poderosos enemigos y esperar a que el enemigo entrara en sus dominios.
—Si queremos completar la misión, no nos queda otra opción que entrar y usar el queso... —Mencionó Shily al darse cuenta de que el rey de las ratas no parecía tener intenciones de presentarse ante ellos, obligándolos a tomar la iniciativa.
Decididos a enfrentar al rey de las ratas y cumplir con su misión, Arturo y su equipo entraron en el nido de las ratas, con el corazón latiendo con fuerza en sus pechos. La oscuridad de la cueva los envolvía, y podían sentir la presencia acechante de las criaturas que habitaban en ella.
Arturo sacó el queso podrido que les había entregado el viejo loco y lo colocó estratégicamente en el suelo, cerca del centro de la caverna. El olor fétido del queso comenzó a esparcirse por el aire, atrayendo la atención de cualquier rata que estuviera cerca. Pronto pudieron escuchar los sonidos de pequeños rasguños y movimientos en las sombras mientras las ratas comenzaban a acercarse al cebo. Una a una, las criaturas salieron de sus escondites, sus ojos brillando con avidez mientras se dirigían hacia el tentador quesito.
Arturo y su equipo se prepararon para el enfrentamiento que sabían que vendría después de que el rey de las ratas se presentara. Estaban listos para luchar con todas sus fuerzas y hacer lo que fuera necesario para derrotar a la bestia y reclamar el tesoro que se rumoreaba que guardaba en su madriguera.
Mientras tanto, en las sombras de la cueva, el rey de las ratas observaba con cautela, sus ojos brillando con inteligencia mientras evaluaba a los intrusos y su estratagema. Con sigilo, el rey de las ratas comenzó a moverse hacia el queso, susurrando órdenes a sus subordinados mientras se preparaba para un enfrentamiento que sabía que sería inevitable.
Poco a poco, las ratas comenzaron a rodear el queso, su instinto de supervivencia superando su precaución. Una a una, se lanzaron sobre la delicia apestosa, devorándola vorazmente mientras emitían gruñidos de placer. Arturo y sus compañeros observaron con asombro mientras las ratas se distraían con su festín, permitiéndoles un breve respiro antes del verdadero desafío que les esperaba en el interior de la cueva.
De repente, un murmullo comenzó a extenderse por la cueva, y las sombras cobraron vida con el movimiento de numerosas criaturas. Entonces, en el corazón de la caverna, una figura imponente emergió de las sombras. El rey de las ratas se alzó en toda su majestuosidad, su pelaje oscuro brillando con un reflejo malévolo a la luz procedente de hongos bioluminiscentes que crecían en las paredes de la cueva. Era una criatura enorme, del tamaño de un toro, con dientes afilados y ojos brillantes llenos de malicia. Rodeando al rey se encontraban no menos de 50 ratas guardianas del tamaño de un perro grande, la batalla predecía ser difícil.
—Ahí está... el rey de las ratas —Murmuró Sir Reginald, con una mezcla de respeto y temor en su voz.
La bestia se detuvo en el centro de la cueva, sus ojos escudriñando a los intrusos con una intensidad fría y calculadora. Parecía evaluar su fuerza y determinación, buscando cualquier signo de debilidad en sus oponentes.
Arturo se mantuvo firme, con la mandíbula apretada y los puños apretados, listo para enfrentarse al desafío que tenía ante sí. Sus mascotas lo rodeaban, listas para luchar a su lado hasta el final. Sabían que esta batalla sería la más difícil que habían enfrentado hasta ahora, pero estaban decididos a salir victoriosos.
El rey de las ratas emitió un gruñido gutural, y las ratas que lo rodeaban se agitaron inquietas, listas para seguir las órdenes de su líder. Arturo pudo sentir la tensión en el aire, el peso de la anticipación que precedía a la batalla que estaba a punto de estallar.
—¡Prepárense! — Exclamó Arturo, su voz resonando con determinación en la caverna— ¡Esta será nuestra prueba más difícil hasta ahora, pero juntos podemos vencer al rey de las ratas y reclamar el tesoro que guarda en su madriguera!
Con un grito de guerra que resonó en la cueva, Arturo y su equipo se lanzaron al ataque con una determinación implacable. La lucha se desató con una furia frenética, cada golpe y cada movimiento calculado en un baile mortal. Los sonidos de la batalla llenaron la caverna, un torbellino de choques de puños contra garras, gruñidos y rugidos que llenaban el aire espeso.
El bando de Arturo se dividió en dos grupos. Por un lado, el golem de galletitas y los esclavos lagartos avanzaron con una ferocidad imparable, enfrentándose a las ratas guardianas con una fuerza abrumadora. Mientras tanto, las mascotas de Arturo tomaron una postura defensiva, protegiendo al niño de cualquier ataque inesperado, conscientes de que la prioridad era salir con vida de esta aventura.
Arturo, en el corazón de la refriega, desató el poder de su anillo con un gesto acusador. Una sombra se materializó de su anillo, transformándose en una mano gigante que se abalanzó sobre el rey de las ratas, agarrándolo por el pelaje del cuello y estrellándolo contra el suelo. Simultáneamente, el golem ejecutó su carga, adentrándose en el corazón del ejército enemigo y atrapando al rey con sus enormes manos.
Para no dejar expuesto al golem tras permitir que sea rodeado por el enemigo, las mascotas mandaron a los hombres lagarto a cargar contra el enemigo; rodeando al golem en postura defensiva, enfrentándose a las ratas guardianas que buscarán intervenir en la lucha entre el rey y el golem.
Sin embargo, la situación se complicó cuando un grupo de ratas tomó postura ofensiva. Ignorando a los atacantes, dos docenas de ratas atacaron desde los flancos enemigos, amenazando con rodear al grupo de Arturo que se había dividido. Tentaculin intervino usando el poder de su tentáculo gigante, frustrando el ataque desde el flanco izquierdo, pero la situación del flanco derecho era más crítica. Anteojitos luchaba valientemente, pero estaba siendo superado por la astucia y rapidez de las ratas que se acercaban a Arturo con la intención de acabar con él.
Consciente de que las ratas pronto llegarían a Arturo, Sir Reginald decidió usar una habilidad que había adquirido durante su evolución, y convocó a su ejército de cerdos a la batalla. En una nube de polvo, cinco cerdos vestidos con una pomposa armadura de plata emergieron, equipados con pinchos y púas que los hacían semejantes a un rinoceronte. Los cerdos cargaron contra las ratas, empalando a varias de ellas con sus afilados cuernos de plata, frustrando así su ataque.
Solo una rata logró esquivar la contraofensiva liderada por las mascotas, pero su intento fue en vano. La tortuga gigante, con gran destreza, embistió a la malvada criatura, arrancándole la cabeza de un mordisco certero.
Con la ofensiva de las ratas hecha añicos, las mascotas pudieron concentrarse en el ataque. Anteojitos tomó la iniciativa, lanzando a las ratas unas contra otras y dejándolas inmovilizadas en el suelo, lo que permitió a los hombres lagartos atraparlas y deshacerse de ellas con facilidad.
Poco a poco, las ratas guardianas iban desapareciendo del campo de batalla. Sin embargo, lo más crucial ocurría en el epicentro de la lucha, donde el gran golem se enfrentaba al rey de las ratas en un duelo titánico. El rey, aunque intentaba luchar con ferocidad, era impotente ante la determinación del golem, cuyos golpes implacables resonaban en toda la caverna. El golem no conocía el dolor ni el miedo; su única directriz era exterminar al rey de las ratas. Con cada golpe, el rey se debilitaba, hasta que finalmente cayó inconsciente bajo los incesantes golpes del imponente golem.
Con el rey derrotado, las ratas guardianas restantes se vieron desmoralizadas y huyeron hacia lo más profundo de la cueva. Aprovechando la oportunidad, los hombres lagartos se abalanzaron sobre el cuerpo del rey de las ratas y comenzaron a golpearlo sin piedad, hasta que su corazón se convirtió en una masa sangrienta e inútil.
Un silencio pesado descendió sobre la cueva, interrumpido solo por la pesada respiración de los combatientes exhaustos. Arturo y su equipo se miraron entre sí, sus rostros reflejando una mezcla de alivio y satisfacción al saber que habían triunfado contra todas las adversidades.
—Lo hemos logrado... —Susurró Arturo, una sonrisa de triunfo iluminando su rostro— ¡Hemos derrotado al rey de las ratas!
Arturo y su grupo exploraron la caverna en busca del tesoro que se rumoreaba que se encontraba escondido allí. Después de una búsqueda exhaustiva, finalmente encontraron un cofre antiguo cubierto de polvo y telarañas, su contenido era un misterio brillando con promesas de riqueza y aventura. No obstante, pronto se dieron cuenta de un problema: No podían abrir el cofre.
Sin saber cómo proceder con el tesoro que habían conseguido, Arturo y sus compañeros regresaron triunfantes a la morada del viejo loco, donde fueron recibidos con aplausos y felicitaciones.
—¡Qué gran victoria, no cabe duda! Desde aquí pude escuchar lo intensa que fue la batalla —Exclamó el anciano con admiración.
Arturo, con el cofre antiguo en sus manos, se acercó al viejo loco y preguntó con humildad:
—Hemos traído el tesoro, anciano, pero no sabemos cómo abrirlo. ¿Nos ayudarías a obtener nuestra recompensa?
El anciano, con una sonrisa astuta en el rostro, examinó el cofre con curiosidad antes de responder:
—Por supuesto, niño. Pero antes, déjenme felicitarlos por su valentía y habilidad en la batalla. No muchos logran enfrentarse al rey de las ratas y salir victoriosos.
Arturo asintió con gratitud, agradeciendo las palabras de aliento del anciano. Luego, ambos se concentraron en el cofre, intentando descifrar cómo abrirlo. Después de unos momentos de examen detallado, el viejo loco encontró un pequeño mecanismo oculto en uno de los lados del cofre.
—Aquí está el truco —Dijo el anciano mientras presionaba con cuidado el mecanismo. Con un simple clic suave, el cofre se abrió, revelando su tesoro interior.
Dentro del cofre, brillaban gemas de todos los colores y tamaños, junto con monedas antiguas y objetos preciosos. El resplandor de las joyas iluminaba la habitación, llenándola de un aura de riqueza y alegría.
—¡Es impresionante! —Exclamó Arturo, maravillado por la vista del tesoro— Nunca imaginé que encontraríamos algo así escondido en las alcantarillas.
El viejo loco asintió con complicidad, sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y sabiduría:
—Yo tampoco, en general, este cofre tiene un tesoro más útil que una montaña de objetos brillantes —Dijo el anciano mientras daba vuelta el cofre y dejaba que las monedas y las gemas se desparramaran por el suelo. Con brusquedad, comenzó a revolver entre las monedas como si estas tuvieran poca importancia, hasta que finalmente rescató dos objetos interesantes y se los entregó a Arturo con cuidado.
El primer objeto era una corona en miniatura, elaborada con detalles exquisitos y decorada con pequeñas gemas incrustadas. A pesar de su tamaño reducido, la corona irradiaba una majestuosidad única, como si estuviera impregnada de la grandeza de los reyes y reinas del pasado.
El segundo objeto era una pequeña poción que contenía un líquido plateado similar al mercurio. El frasco estaba sellado con un tapón de corcho, que conservaba el contenido de la poción con cuidado.
Arturo recibió los objetos con asombro, admirando su belleza y sintiendo la energía especial que emanaban. Con cautela, examinó la corona en miniatura, girándola entre sus dedos y maravillándose con los detalles finamente trabajados. Luego, observó la poción plateada con curiosidad, preguntándose qué secretos ocultos podría contener su misterioso líquido.
El viejo loco sonrió satisfecho al ver la reacción de Arturo y sus compañeros ante los objetos que les había entregado.
—Estos son regalos de mi parte, como muestra de gratitud por su valentía y determinación en la batalla contra el rey de las ratas —Explicó el anciano con una sonrisa— La corona del rey sirve para evolucionar a tu puffin, mientras que la poción contiene un poder mágico que será de gran ayuda para las diminutas criaturas que conviven con tu puffin.
La mención de la corona provocó un destello de codicia en los ojos de Sir Reginald, quien no pudo evitar preguntar:
—Esa corona es un gran objeto, ¿solo sirve para evolucionar puffins o se puede usar en otras mascotas?
El viejo loco se tomó un momento antes de responder, con una expresión que revelaba una mezcla de sabiduría y comprensión.
—Me temo que solo sirve para evolucionar a un puffin —Dijo con calma— Y debo advertirte que las evoluciones de los puffins no suelen ser muy útiles para los seres de tu raza, a menos que aprecies que tu mascota se vea más bonita.
La desilusión se reflejó en el rostro de Sir Reginald, quien esperaba una respuesta más favorable.
—¿Acaso Copito no debería ganar una habilidad por esta evolución? —Preguntó Sir Reginald sin comprender las palabras del anciano.
El viejo loco reflexionó por un momento antes de responder con una mirada que denotaba experiencia y conocimiento:
—Podría ser así, pero en general, los puffins eligen como recompensa por evolucionar la ropa más bonita y no la que tiene mejores poderes —Explicó— Terminarás con un puffin con un sombrero bonito y muy alegre, pero que cuyo poder oculto solo sirve para hablar un idioma extinto o algo por el estilo.
Las palabras del anciano dejaron en claro que la evolución de Copito no garantizaba una mejora significativa en sus habilidades. Sin embargo, Sir Reginald intervino con solemnidad, recordando su propia experiencia y sacrificio por el equipo:
—Copito, debes elegir la recompensa más útil para el grupo si te dan muchas opciones a elegir —Dijo con firmeza— Yo en su momento me sacrifiqué por el equipo, sino nunca hubiera seleccionado una habilidad para invocar comida…
Copito asintió con dificultad, pero su mirada reveló que estaba más interesado en la prenda de ropa que obtendría al regresar a casa que en las palabras de Sir Reginald.
El viejo loco observó la interacción con una sonrisa indulgente, consciente de las complejidades y las motivaciones diversas que impulsaban a cada miembro del grupo. Con una leve inclinación de cabeza, les deseó suerte en sus futuras aventuras antes de despedirlos del refugio subterráneo y permitirles continuar su camino con sus nuevos tesoros en mano.
—Algo es mejor que nada, no podemos quejarnos —Dijo Arturo, sosteniendo los dos objetos que había recibido con cuidado. Aunque en el fondo sentía que la emocionante batalla que había vivido unos momentos antes había sido la mejor recompensa de esta aventura.
Sir Reginald asintió con gesto pensativo, apoyando las palabras de Arturo.
—Tu optimismo te lleva lejos, chico —Comentó el viejo loco, observando con cierta indulgencia al joven aventurero. Luego, con un tono más serio, continuó— Ahora, si me disculpas, debo descansar. No tengo más misiones para otorgarte, y tampoco te recomendaría seguir explorando las alcantarillas. Solo la muerte te estará esperando si decides aventurarte más allá de lo que ya has experimentado.
Con un gesto decidido, el anciano empujó los tesoros brillantes y los arrojó al canal de agua cloacal que corría a pocos metros de su morada. Los objetos desaparecieron en las oscuras profundidades de las alcantarillas, sumergidos en las aguas sucias y turbias.
Arturo y sus compañeros observaron la acción con una mezcla de sorpresa y resignación. Aunque habían esperado obtener más tesoros o misiones emocionantes, entendieron la advertencia del viejo loco y aceptaron que era hora de poner fin a su exploración en las alcantarillas.
Después de regresar a su hogar, Arturo entregó la corona a Copito, quien la recibió con entusiasmo y la ocultó dentro de su cuerpo. Sin perder tiempo, se adentró en el interior del castillo en miniatura para iniciar su evolución. Mientras tanto, Arturo siguió las instrucciones que le había dado el viejo loco y derramó la poción sobre el dormitorio de Copito.
El líquido plateado de la poción tuvo un efecto rápido y sorprendente. En cuestión de segundos, una serie de portales plateados aparecieron sobre las paredes del cuarto. Las diminutas criaturas que habitaban el hogar reaccionaron ante la misteriosa presencia de estos portales, tomando sus armas y aventurándose a través de ellos, como si buscaran enfrentarse a lo que se encontrara más allá.
Después de lo que pareció ser solo unos pocos minutos, las criaturas en miniatura regresaron cargadas de tesoros, comida y esclavos de otras razas, tan sorprendentes que eran imposibles de describir con palabras. Al regresar victoriosas, las criaturas celebraron en sus respectivos pueblos, los magos en la torre, los caballeros en el castillo, y así sucesivamente, cada grupo disfrutando de su botín.
Aunque no hubo más cambios visibles en la habitación, los portales permanecieron abiertos y parecían no tener intención de desaparecer. De hecho, una serie de carreteras comenzaron a construirse en dirección a los portales, facilitando el comercio y la extracción de recursos que las criaturas obtenían de los habitantes más allá de los portales.
—¿A dónde irán? —Se preguntó Arturo, maravillado por las bestias exóticas y los tesoros que traían. Sin embargo, su atención se desvió cuando vio a Copito salir del castillo con un peculiar sombrero. Parecía una corona de laurel hecha de oro y rubíes, que le quedaba perfectamente.
—Ya terminaste tu evolución, ¿cómo pudiste ser tan insensato y tomar una decisión tan trascendental tan rápido? —Se quejó Sir Reginald, evidenciando su preocupación por la prontitud de la elección de Copito.
Ignorando los reproches del cerdo, Copito saltó alegremente frente a las diminutas criaturas de la habitación, quienes admiraron la corona y la felicidad del puffin como si hubiera ocurrido un milagro. No solo habían salido victoriosos de la guerra entre dimensiones, sino que su dios parecía estar más fuerte y contento que nunca. Inevitablemente, una gran celebración comenzó a armarse, y todas las razas parecían ansiosas por demostrarle a Copito que podían organizar las mejores fiestas.
—Le queda muy bien… —Comentó Arturo, sin saber qué pensar de la repentina evolución de Copito— ¿Recordaste alguna de tus habilidades divinas que pueda cambiar nuestro destino, Copito?
Fue entonces cuando Copito exhibió su maravillosa habilidad y, de un instante a otro, comenzó a teletransportarse por la habitación, demostrando que podía desaparecer y aparecer donde quisiera.
—¿Pero por qué nos muestras esa habilidad con tanto orgullo, carajo? ¡No nos sirve de nada que una bola de pelo pueda teletransportarse a voluntad, rata de mierda! —Exclamó Sir Reginald, cuestionando la utilidad de la nueva habilidad de Copito con una furia que lo dejó sin aliento luego de expresar su enojo.
—Algo es algo… —Murmuró Arturo, frotándose la cabeza. Aparentemente, la fortuna no había estado de su lado este día, pero lo que no quedaba en duda era que había sido un día sorprendente y lleno de aventuras.
Con la atmósfera festiva que se apoderó del hogar, Arturo reflexionó sobre las lecciones aprendidas y las sorpresas que les deparaba el futuro. Aunque las decisiones de Copito pudieran parecer impulsivas, el grupo había demostrado una vez más su capacidad para enfrentar desafíos y adaptarse a las circunstancias. Mientras la celebración continuaba, Arturo se preparaba mentalmente para los nuevos desafíos que les depararía el camino, consciente de que cada experiencia, por más inesperada que fuera, forjaba su determinación y los llevaba un paso más cerca de sus objetivos.