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43 - Shily

Pompón estaba visiblemente enojado cuando Arturo regresó a casa. Fijó sus ojos furiosos en el niño y, con un tono severo, le preguntó:

—¡Arturo! ¿Dónde te has escapado y qué estabas haciendo a escondidas con ese cerdo?

La sala se llenó de un incómodo silencio, interrumpido únicamente por la respiración agitada de Arturo, quien estaba atrapado entre la incredulidad de la situación y el temor a las consecuencias de sus acciones.

—¡Pompón, amigo mío, qué placer verte! —Intervino Sir Reginald con un tono burlón—¿No ves que Arturo ha estado ocupado ganando trofeos y celebrando con una magnífica fiesta en el laboratorio secreto? Todo por tu bien, por supuesto.

Pompón apretó los dientes, claramente insatisfecho con la respuesta del cerdo.

—¡No me vengas con tonterías, Reginald! ¡Sé que estás manipulando al niño para tus propios fines! —Gruñó Pompón, señalando acusadoramente al cerdo.

Arturo, aturdido por la tensión en el aire, intentó encontrar las palabras adecuadas para explicar la situación, pero su mente estaba nublada por la confusión y la sorpresa. No sabía si defender al cerdo, confesar sus travesuras o simplemente quedarse callado.

Pompón, decidido a obtener respuestas, insistió:

—¡Arturo, habla! ¿Dónde estabas y qué estás tramando con este cerdo astuto?

Ante la presión de Pompón, Arturo se esforzó por encontrar sus palabras, pero la confusión y el enojo del conejo lo dejaron sin saber qué decir. La tensión en la habitación aumentaba mientras Pompón esperaba una explicación y Sir Reginald se relamía con satisfacción, disfrutando de la situación que él mismo había provocado.

No se escuchó una respuesta…

La habitación se sumió en un silencio incómodo, solo roto por el suave murmullo de Pompón, que esperaba impaciente la respuesta de Arturo. El niño se sentía atrapado en medio de la tensión, tratando de procesar la situación mientras intentaba comprender las expectativas de su enfurecido compañero peludo.

Sir Reginald seguía disfrutando de la escena con una sonrisa burlona en su rostro. Se pavoneaba con la seguridad de un maestro manipulador que veía su estrategia dar frutos. Con un tono sarcástico, intervino para agregar más leña al fuego:

—Oh, Pompón, siempre tan perspicaz. No es que Arturo estuviera haciendo algo malo, solo disfrutaba de un merecido reconocimiento en el certamen de pociones. ¿No es así, Arturo?

El niño asintió nerviosamente, tratando de respaldar la versión del cerdo sin meterse aún más en problemas. Pero Pompón, lejos de calmarse, apretó aún más sus dientes y exigió una explicación más detallada:

—¡No me vengas con evasivas, Arturo! Quiero saber exactamente qué estabas haciendo y por qué decidiste esconderlo.

Arturo se sintió atrapado entre dos fuerzas opuestas: la necesidad de explicar la situación y la confusión de verse envuelto en eventos que escapaban a su control. Trató de reunir valor para hablar, pero las palabras se le atragantaban en la garganta; sin embargo, su lucha dio resultados y tras unos segundos de incómodo silencio, logró liberar una respuesta:

—Pompón, lo siento, de verdad, pero fue una oportunidad que no podía dejar pasar. Gané un trofeo y celebramos con una fiesta en el laboratorio secreto. No quería preocuparte, solo pensé que...

—¡Basta, Arturo! —Interrumpió Pompón, su mirada aún llena de furia— Siempre tomas decisiones impulsivas sin considerar las consecuencias. ¿Cómo se supone que voy a confiar en ti si haces cosas así?

La regañina de Pompón pesaba sobre Arturo como un fardo. Aunque el niño quería explicar sus razones, la decepción en los ojos de su amigo lo hacía dudar de la validez de sus elecciones. Se sentía atrapado en un conflicto interno, deseando la comprensión de Pompón, pero también ansiando la libertad para tomar decisiones por sí mismo.

La situación se volvía cada vez más tensa cuando, de repente, un estruendo de risas histéricas llenó la habitación. Sir Reginald se reía abiertamente, disfrutando del drama que se desenvolvía frente a él.

—¡Oh, esto es maravilloso! —Exclamó el cerdo con deleite—Nunca pensé que vería al gran Pompón enojado de esta manera. ¡Una obra maestra de manipulación, si me lo preguntas!

Pompón, furioso por la intervención del cerdo, dirigió su ira hacia Sir Reginald. La tensión en la habitación llegó a su punto máximo, creando un ambiente cargado de emociones conflictivas. Mientras tanto, Arturo seguía atrapado en el medio, buscando desesperadamente una salida de esta complicada situación.

Pese a la mirada afilada, la risa del cerdo continuó resonando por la habitación, aumentando la irritación de Pompón. El conejo, en un arranque de furia, dio un salto hacia Sir Reginald, pero el cerdo hábilmente se movió fuera de su alcance.

—¡Ah, Pompón, siempre tan predecible! ¿No ves que estás cayendo en la trampa? Arturo es un joven talentoso, ¿acaso no deberías alegrarte por sus logros en lugar de regañarlo como si fuera un niño?

Las palabras del cerdo solo enfurecieron más a Pompón, quien ahora se encontraba persiguiendo a Sir Reginald alrededor de la habitación. La situación se volvía cada vez más caótica, con insultos y risas resonando en el aire.

Mientras tanto, Arturo se sentía perdido en medio de esta guerra entre animales. Buscó un momento de calma para intentar explicar sus acciones, pero el caos reinante hacía difícil cualquier intento de diálogo.

—¡Paren ya! —Gritó Arturo, tratando de hacerse oír por encima del bullicio— Pompón, solo quería ganar el trofeo. No pensé que te molestaría tanto.

Pero Pompón, enfocado en su enfrentamiento con el cerdo, apenas le prestó atención. Sir Reginald, hábil en el arte de la provocación, continuó burlándose de Pompón mientras esquivaba sus intentos de atraparlo.

—¡Oh, Pompón, parece que estás perdiendo tu toque! ¿No puedes manejar un poco de diversión? Quizás deberías relajarte y disfrutar de la victoria de Arturo en lugar de amargarte.

La tensión en la habitación alcanzó un punto álgido cuando, de repente, la furia de Pompón se apagó y su expresión se volvió seria, como si hubiera recordado un factor que no había estado considerando previamente. Miró a Arturo con una mezcla de desilusión y tristeza:

—Arturo, he sido demasiado estricto contigo. No debería haber reaccionado de esta manera. Deberías haberme contado sobre tu plan. ¿No entiendes que eres un conejito muy especial? ¡Es peligroso que andes suelto o algunas de tus travesuras terminará matándote!

Arturo se sintió aliviado por la pequeña tregua en la tormenta. Trató de explicarse, aunque sabía que las palabras podían no ser suficientes para calmar por completo a Pompón.

—Lo siento, Pompón. Solo quería sorprenderte con un par de trofeos. No pensé que te molestaría tanto.

Pompón suspiró y se acercó a Arturo, sus ojos mostraban un destello de comprensión:

—Entiendo que querías hacer alguna travesura. Pero deberías haber confiado en mí para compartir la experiencia contigo. Ahora, ¿puedo confiar en que volverás a hacerme caso y no te irás de aventuras por la peligrosa academia?

Sintiéndose menos intimidado por la mirada asesina del conejo, Arturo reunió el coraje que necesitaba y comenzó a relatar todas sus aventuras en la academia, desde su discusión con el director hasta las competiciones de pociones. Pompón escuchaba con atención, pero a medida que el relato avanzaba, su expresión pasaba de la curiosidad inicial a una creciente preocupación, parecía que efectivamente había ocurrido lo que él más temía: ¡La habilidad de Arturo había distorsionado completamente los eventos de este día!

—Y luego, con Sir Reginald, participamos en el concurso de pociones en el laboratorio secreto. Fue una locura, pero gané un trofeo y hasta hubo una fiesta sorpresa. ¿No es emocionante, Pompón?… ¿Pompón?

Sin embargo, Pompón no compartía la emoción de Arturo. Cada vez que mencionaba al cerdo, el conejo lanzaba miradas acusadoras hacia Sir Reginald. Algo en la historia no estaba sentando bien a Pompon.

—Y… ¿Este cerdo estuvo contigo en todas estas travesías?, ¿no notaste nada extraño en su comportamiento?, ¿nada particularmente malvado y perturbador? —Preguntó Pompón, levantando una ceja con suspicacia.

Arturo, notando la creciente incomodidad de Pompón, asintió nervioso.

—Sí, claro. Sir Reginald fue mi compañero en todas estas aventuras, y se comportó como todo noble debería comportarse ¿Pasa algo, Pompón?

Pompón, en lugar de responder, se levantó de un salto y se acercó a Sir Reginald con una mirada feroz:

—¡Tú, cerdo astuto! No me gustan tus trucos. Cuéntame la verdad ahora mismo.

Sir Reginald, sin perder la compostura, se levantó con dignidad y miró a Pompón con una sonrisa socarrona:

—¿La verdad, conejito? No es algo que todos puedan manejar. Pero si insistes...

Antes de que pudiera continuar, Pompón, visiblemente enfadado, levantó su patita y le espetó al cerdo con unas palabras poco amigables. Arturo, sorprendido por la reacción de su mascota, intentó calmar las aguas.

—¡Pompón, espera! Sir Reginald es mi nueva mascota, no le hables así.

Pero Pompón estaba decidido a obtener respuestas. Sus ojos brillaban con determinación mientras miraba fijamente a Sir Reginald:

—¿Qué es lo que realmente estás tramando, cerdo? Arturo merece saber la verdad, y yo también.

Sir Reginald soltó una risa burlona y se acomodó en su lugar:

—Oh, conejito, las verdades pueden ser peligrosas. Pero si insistes tanto, contaré mi versión de la historia. Prepárate, porque la realidad puede ser más sorprendente de lo que imaginas.

Pompón, con una expresión entre enojo y ansiedad, se sentó frente a Sir Reginald, listo para escuchar lo que el cerdo tenía que decir. La habitación se llenó de tensión mientras Arturo observaba, preguntándose qué revelaciones podrían surgir de la boca del excéntrico cerdo.

Sir Reginald, con su característico lenguaje refinado y aire de nobleza, comenzó a narrar la versión alterna de las aventuras en la academia mágica. Su relato estaba lleno de sombras y tragedia, contrastando drásticamente con la emocionante y alegre historia de Arturo.

—Oh, querido conejito, las cosas no son tan alegres como las presenta el joven Arturo. Permíteme contarte la verdad detrás de los eventos que se desarrollaron en el laboratorio secreto. Tal y como mencionaste, mi buen Pompón, la academia es un lugar oscuro y despiadado, donde el éxito se paga con la vida misma.

Con voz solemne, Sir Reginald describió el concurso de pociones donde los fracasos no eran simplemente derrotas donde uno podía volver a intentarlo, sino sentencias de muerte. Los estudiantes que no alcanzaban una puntuación superior a 65 enfrentaban consecuencias aterradoras, donde los obligaban a ser sujetos de experimentos retorcidos y macabros. Mientras que cada intento donde no se alcanzará unos 25 puntos llevaba a la muerte de un estudiante y su transformación en macabras tortas de cumpleaños.

—Imagina, Pompón, que cada calificación insuficiente conduce a la pérdida de una vida. ¡Una verdadera masacre ocurrió esta noche! Aparentemente, mi astuto plan de arruinar las pociones de los demás estudiantes salió muy bien, demasiado bien, al punto donde los supervivientes se podían contar con los dedos de una mano. Y como si fuera un perverso banquete, esos desafortunados cadáveres se convertían en exquisitas tortas, adornadas con velas. ¿No te parece alegre, Pompón?

El conejo observaba a Sir Reginald con una mezcla de alegría y horror, sus ojos parpadeaban ante la narrativa macabra del cerdo, pero estaba feliz de que no estuviera mintiéndole a Arturo y contará la historia de acuerdo a lo que él había leído. Mientras tanto, Arturo, ajeno a esta versión alternativa, mantenía su expresión de sorpresa e interés, esperando a escuchar más.

—Solo cuatro afortunados lograron superar el umbral de los 25 puntos y evitar un destino tan atroz. El resto, Pompón, yace ahora en forma de deliciosas tortas, acompañadas de un regalo macabro por cada cráneo cosechado. El verdadero peligro de esta academia, mi estimado conejo, es la alta demanda de excelencia, pues fallar no es simplemente desalentador; es mortal.

La historia de Sir Reginald continuó detallando los peligros y desafíos que, según él, acechaban en cada rincón del certamen de pociones. Con cada palabra, la versión de los eventos se volvía más siniestra y desoladora. Al concluir su narración, Sir Reginald soltó una risa estridente:

—Y así, Pompón, consumí una de esas deliciosas tortas como celebración por la supervivencia. Arturo también participó en la festividad, aunque parece que su percepción de los acontecimientos difiere considerablemente de la realidad.

Pompón, con un fingido gesto de incredulidad, levantó su patita y señaló acusadoramente a Sir Reginald:

—¡Cerdo embustero! ¿Es esto verdad, Arturo? ¿Comieron tartas hechas de cadáveres de niños pequeños?

Arturo, desconcertado por la dramática diferencia entre ambas historias, miró a Sir Reginald y luego a Pompón:

—No sé qué decir, Pompón. Mis aventuras parecían emocionantes y alegres. No recuerdo nada tan oscuro y macabro.

Sir Reginald, ante la furiosa mirada de Pompón, intentó defender su versión de los eventos con su característico tono noble y persuasivo:

—Mi querido Pompón, entiendo que lo que narré puede parecer exagerado, pero la realidad de la academia mágica es mucho más oscura de lo que percibe un niño inocente como Arturo. Estoy aquí para protegerlo y guiarlo a través de estos desafíos mortales.

Pompón, sin embargo, no cedía ante las explicaciones del cerdo. Miró a Arturo con ojos acusadores y preguntó con firmeza:

—Arturo, ¿realmente crees que todo eso que te contó este cerdo insensato es verdad? ¿Comiste a tus compañeros muertos?

Arturo, confundido y sin recordar nada de semejante tragedia en los laboratorios, negó con la cabeza:

—No, Pompón, no recuerdo nada de eso. Mis aventuras han sido emocionantes y divertidas, pero nada tan oscuro como lo que Sir Reginald describe.

Pompón, decidido a arruinar la reputación del cerdo, cruzó sus patitas y miró fijamente a Sir Reginald:

—Entonces, ¿es solo una invención tuya, cerdo embustero? Arturo no recuerda nada de lo que narras.

Fue entonces cuando el monóculo de Sir Reginald brilló con astucia; finalmente había comprendido el juego que estaba haciendo Pompón y sintió una creciente molestia. No estaba acostumbrado a ser desafiado de esta manera y se dio cuenta de que Arturo realmente no compartía su perspectiva sombría, por lo que el niño pensaría que él estaba mintiendo para que los castigaran:

—Pompón, querido conejo, solo intento proteger a Arturo. No entiende el verdadero peligro que acecha en la academia.

Pompon, sin inmutarse, mantuvo su postura:

—No creo en tus exageraciones, cerdo. Arturo es mi amigo y no permitiré que lo engañes con tus historias tenebrosas.

Sir Reginald, resignado ante la firmeza de Pompón, soltó un suspiro y aceptó la derrota momentánea:

—Muy bien, Pompón. Cree lo que quieras. Pero ten en cuenta que solo trato de velar por el bienestar de Arturo.

Arturo, aún desconcertado por la discrepancia entre las dos versiones de los hechos, miró alternativamente a Pompón y a Sir Reginald. La tensión en la habitación era palpable, y la percepción de la realidad de Arturo se volvía cada vez más borrosa, atrapada entre la visión de sus ojos y los del excéntrico cerdo.

Percibiendo la duda en los ojos del niño, y Sir Reginald no retrocedió; aprovechando la información que había obtenido durante las aventuras, se dirigió a Arturo con un tono sugerente:

—Arturo, mi joven amigo, si quieres comprobar cuál de las dos versiones es la verdadera, te sugiero que examines esos regalos que trajiste. Hay algo oscuro y misterioso en ellos que solo tú podrías descubrir.

Arturo, intrigado por las palabras del cerdo, miró los cinco regalos que había recibido como recompensa por su supuesta victoria en el concurso. No recordaba haber escuchado detalles específicos sobre los contenidos de esos obsequios durante la celebración.

—¿Regalos oscuros? No recuerdo que mencionaran eso durante la premiación —Murmuró Arturo.

Pompón, notando la ansiedad de Sir Reginald, intervino nervioso:

—Arturo, tal vez sería mejor no abrir esos regalos. Podrían ser peligrosos o contener cosas que no deberías tener.

Sir Reginald, con una sonrisa astuta, continuó instigando la curiosidad del niño:

—Oh, Pompón, no seas tan pesimista. Arturo es lo suficientemente valiente como para descubrir la verdad por sí mismo. No hay nada como una sorpresa inesperada, ¿verdad, joven amigo?

Pompón, visiblemente preocupado, intentó intervenir:

—Arturo, tal vez deberíamos reconsiderar esto. Podríamos intercambiar esos regalos por monedas de oro, o mejor aún, regalárselos a alguien más y hacer valer el trofeo que ganaste hace unos días.

Pero Arturo, con la emoción brillando en sus ojos, ignoró las propuestas de Pompón y decidió tomar uno de los regalos que había ganado.

El cerdo y el conejo, envueltos en un silencio mortal, vieron cómo Arturo desenvolvió el primer regalo con entusiasmo, ignorante del horror que aguardaba en su interior. La envoltura se desprendió lentamente, revelando un contenido que no encajaba en el tono festivo de la academia mágica imaginada por el niño.

Un líquido espeso y oscuro se derramó del paquete, formando un charco en el suelo. El pánico se apoderó de Arturo cuando se dio cuenta de que no era otra cosa más que sangre espesa y viscosa la que se escurría por sus dedos. Con un grito ahogado, dejó caer el regalo, y la sangre se expandió como una mancha siniestra por el suelo de su hogar.

*Pumm*...*Pumm*... Entre la densidad de la sangre, emergió un corazón palpitante con una aguja clavada en su centro, la cual sostenía un papel que a simple vista se notaba que contenía un texto extenso. El papel, escrito con una tinta negra, apenas era legible debido a la sangre que lo empapaba.

Agachándose para inspeccionar el corazón palpitante, Arturo descubrió que dentro del oscuro papel manchado de sangre, se encontraba unas palabras escritas en una letra trémula e infantil, como si fueran las páginas del diario íntimo de un niño:

> “Querido diario,

>

> Hoy pasé un día extraordinario. El profesor nos enseñó algo realmente emocionante. Después de semanas de misterio y anticipación, finalmente descubrimos las palabras mágicas que nos permiten entrar al santuario de Elio, en donde sé encuentra la estatua de un dios benevolente que es capaz de evaluar nuestros exámenes.

>

> La mañana comenzó como cualquier otra. Desperté con el sonido de los pájaros canturreando en el bosque, me lavé el uniforme y fui directo a la escuela. El día estaba soleado y el aire fresco que entraba por la ventana del aula presagiaba una jornada prometedora.

>

> Las primeras clases transcurrieron con normalidad. La monotonía de las lecciones se vio interrumpida por la curiosidad que despertaba el rumor sobre las palabras mágicas que aprenderíamos este día. Todos comentaban sobre el misterioso santuario de Elio, y la emoción crecía con cada hora que pasaba.

>

> Fue en la clase del cuarto profesor en la cual todo cambió. El anciano profesor, con una sonrisa cómplice, anunció que hoy aprenderíamos algo fuera del plan de estudios habitual.

>

> En la pizarra, el profesor escribió las palabras mágicas: “Noche sin luna, cielo estrellado”. Nos explicó que estas palabras eran la llave para abrir el santuario de Elio, un lugar lleno de maravillas y secretos que ninguno de nosotros había explorado antes.

>

> Después el anciano profesor nos impartió una lección sobre la importancia de reunir la mayor cantidad posible de libros de exámenes. Toda la clase fue sorprendente, se notaba que el anciano nos estaba transmitiendo un secreto importante, uno que había descubierto en su infancia y que lo había ayudado a forjar su vida como un estudiante aprobado. No creo que fuera el único en sentirse agradecido con el anciano, aún recuerdo que donde quiera que mirara la emoción se podía ver reflejada en los ojos de cada uno de mis compañeros de clase. La noticia se propagó como un incendio, y todos estábamos ansiosos por descubrir los secretos del lugar que nos habían revelado. El almuerzo se convirtió en una celebración improvisada mientras compartimos nuestras expectativas y especulaciones.

>

> Finalmente, cuando llegó la tarde, nos dirigimos al santuario de estudiantes. La ubicación exacta del libro que funcionaba como una tarjeta de aventuras había sido un misterio hasta ese momento, pero no tardamos mucho en encontrar la copia original de la fábula “Los dos fantasmas de Alubia”. El libro se encontraba en el rincón más recóndito del santuario, escondido debajo de uno de los estantes para libros, entre sus páginas una puerta oculta se reveló ante nosotros al llegar al primer sueño del fantasma que dominaba la magia.

>

> Con el corazón latiendo de emoción, pronunciamos las palabras mágicas: “Noche sin luna, cielo estrellado”. La puerta se abrió lentamente, revelando un espacio secreto lleno de tesoros y recuerdos personales de Elio. Había obras de arte, fotografías, objetos curiosos y un rincón con libros llenos de historias fascinantes. Solo fue necesario tocar con nuestros dedos la puerta y entramos a esa fascinante habitación.

>

> Cada estudiante exploraba el santuario con asombro, sumergiéndose en la vida y las pasiones de Elio. Algunos murmullos de admiración se escapaban mientras descubrimos detalles inesperados sobre este misterioso dios, en lo personal encontré un libro que servía como llave para realizar el gran examen, conocido como: “Príncipe y Mendigos”, pero estoy seguro de que hay muchos más tesoros escondidos en ese santuario misterioso.

>

> La jornada concluyó con una sensación de gratitud. Habíamos compartido un momento especial, revelando el encanto que se escondía detrás de las palabras mágicas. Aunque el día transcurrió en un alegre bullicio, recordaré la magia de “Noche sin luna, cielo estrellado” como un precioso secreto compartido entre mis amigos.

>

> Hasta mañana, querido diario, Lampi”

—¡Arturo, no deberías haber abierto el regalo! —Gritó Pompón, tratando de alejar al niño de la siniestra escena.

Sir Reginald, observando con malévola satisfacción, murmuró con una risa sutil:

—Te dije que la realidad de la academia mágica era oscura, ¿no es así, Arturo?

Antes de que el niño pudiera siquiera pensar en responder, de la espesa sangre en el suelo, como si emergiera de las sombras de una pesadilla, una cara deformada se manifestó lentamente. Contornos oscuros y malévolos se dibujaron en la sangre, dando forma a una figura terrorífica que hablaba con una voz que resonaba en el alma:

—Aquel con un corazón inocente no encontrará más que una alegre historia, pero aquel que tiene el corazón corrompido por el pecado, cada día leerá un fragmento de la vida de las víctimas que han tenido la desgracia de haberse cruzado en tu camino— Proclamó la cara con un tono lúgubre que helaba la sangre.

Las palabras flotaban en el aire, impregnando la sala con una sensación de horror y desesperación. Arturo, atónito, miraba fijamente a la figura que había surgido de la sangre en el suelo.

Sin dar mayores explicaciones, la sangre en el suelo se evaporó en una densa neblina de humo rojo, envolviendo la figura y desvaneciéndola entre el espeso manto rojo. La habitación quedó sumida en un silencio inquietante, solo interrumpido por la respiración agitada de Arturo y el latir acelerado del corazón en el suelo.

Pompón, aún consternado, se acercó a Arturo con cautela:

—¿Estás bien, Arturo?

Sir Reginald, aunque ocultando su sorpresa, esbozó una sonrisa burlona:

—Como había mencionado, el objeto que contenía el regalo estaba maldito. ¡Ves que no mentía, Arturo!

—La carta dice la ubicación de un tesoro que hasta el momento yo desconocía. ¿Por qué crees que es un ítem maldito? —Preguntó el niño mientras tomaba el corazón entre sus manos y leía con más atención la historia de Lampi.

—Exactamente, ¿recuerdas a Lampi, Arturo? Era un gran chico; de seguro ahora es un mago poderoso y te manda consejos a través de este corazón —Mencionó Pompón, distorsionando bastante las palabras que había dicho el rostro formado de sangre.

—Lampi… no recuerdo a nadie con ese nombre... —Dijo Arturo mientras sentía el corazón latiendo entre sus manos con cierta fascinación oscura.

—Me estás tomando el pelo. Es más que obvio que este pobre Lampi es un niño al cual mataste y por eso ahora pagas la condena de tener que leer su vida a través de este corazón. De forma tal de que siempre te recuerde que lo que mataste fue un ser humano con una vida y una historia, sueños y esperanzas. ¡Es un objeto sumamente maldito! —Exclamó Sir Reginald con una sonrisa triunfante, que rápidamente se desvaneció al ver que el niño no parecía estar creyendo sus palabras.

—Pero lee esta historia, Sir Reginald. Lampi nos acaba de dejar un tesoro. ¿Tú le darías un tesoro a tu asesino? Además, yo nunca maté a nadie. Robé, pero solo lo necesario para no morir de hambre. Mentí, pero solo para salvarme el pellejo y no ser enviado a la horca. En el fondo, soy un buen niño, pese a que no soy tan ingenuo de andar tratando de salvar el trasero a todo el mundo y no me meto en problemas ajenos… —Reflexionó Arturo, defendiendo su postura. Según su perspectiva, sobrevivir en las calles de Alubia era en sí una proeza lo suficientemente grande como para hacerla con la carga de intentar ser una especie de héroe.

—Ni lo dudes, no te dejes llevar por las palabras engañosas del cerdo. Eres una buena persona, Arturo —Mencionó Pompón con alegría.

—Y entonces, ¿cómo explicas el mensaje dado por Lampi? Pese a que apenas son legibles sus palabras, aún pude ver que ese niño te está contando un fragmento de su vida —Acusó el cerdo sin ceder su postura; aparentemente, el efecto de sus palabras fue el buscado, dado que Arturo se puso a reflexionar sobre el motivo de por qué esto se daba.

—¡Por Anteojitos! Él sí mató a alguien, y como su alma está ligada a la tuya, podría interpretarse, de cierta forma muy torcida y claramente errónea, que tú asesinaste a alguien. Pero no te culpes por ello, Arturo, tú no tienes la culpa de que Lampi terminara muerto —Alivió Pompón, preocupado de que el objeto pudiera hacerle algún daño a Arturo, pese a que el niño se mostraba más aturdido que perturbado por el corazón latente en sus manos.

—Me había olvidado de eso, pero según recuerdo, este tal Lampi era el infeliz que trató de asesinarme en una de las aulas de la academia. ¡Si ahora lo recuerdo, esa rata y su amigo me atacaron y buscaron matarme, pero Anteojitos rompió un espejo en una ventana y se los clavó en el cuello! —Gritó Arturo con enojo, recordando vagamente lo ocurrido en el aula abandonada.

La habitación quedó en un silencio tenso después de la revelación de Arturo. Pompón, fingiendo estar sorprendido por la noticia, frunció el ceño y observó al niño con una mezcla de incredulidad y preocupación. Sir Reginald, por otro lado, parecía no inmutarse, manteniendo su actitud burlona.

—¿Estás seguro de lo que dices, Arturo? ¿Lampi intentó asesinarte y Anteojitos lo mató en defensa propia? —Preguntó Pompón, tratando de asentar la idea del niño.

—¡Claro que sí! —Afirmó Arturo con convicción—Recuerdo esa noche. Ellos dos me emboscaron en el aula. Querían mi vida, pero Anteojitos me defendió y se defendió a sí mismo. Este tal Lampi murió en el intento de asesinarme.

Pompón pareció analizar la sinceridad en los ojos de Arturo antes de asentir lentamente:

—Entiendo, Arturo. Pero aún así, ten cuidado con ese objeto. No sabemos qué más podría revelar o qué consecuencias podría tener.

El conejo miró con desconfianza al corazón latente entre las manos de Arturo, pero luego decidió cambiar el tema:

—Ahora, hablemos de estos regalos. No sabemos qué más podrían contener, y después de esa revelación, no me siento cómodo dejándote abrir los demás sin saber qué se esconde en su interior.

Sir Reginald, al escuchar esto, adoptó una expresión triunfal. Pensaba que finalmente había logrado poner al conejo en aprietos:

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—¿Crees que puedes evitar que Arturo abra estos regalos, Pomponcito? Ya no tienes ese poder, rata peluda —Intervino el cerdo con sorna— ¿Qué me dices de estos regalos, Arturito? ¿Te gustaría descubrir qué secretos oscuros podrían tener? ¿O crees que serán tan inocentes como ese corazón lleno de amor?

Pompón lanzó una mirada fría al cerdo y, sin decir una palabra, se acercó a uno de los regalos para evitar que Arturo lo tomara. Sin embargo, el niño se adelantó y tomó uno de los regalos antes de que el conejo pudiera apartarlo. Aunque no estaba completamente convencido, Arturo comenzó a desenvolverlo con rapidez. Molesto, Pompón intentó evitar que el niño terminara de abrir el regalo, mientras Sir Reginald seguía con su sonrisa burlona, deleitándose con la escena.

Arturo logró abrir el regalo mientras soportaba los molestos gruñidos del conejo, revelando una mariposa dorada que revoloteó en el aire antes de desaparecer por el techo nebuloso de la habitación de Copito. Pompón, sorprendido, no pudo evitar sonreír levemente:

—Al parecer, no todos los regalos son peligrosos. Esta mariposa es un símbolo de transformación y esperanza. Podría ser un regalo positivo de Lampi.

Sir Reginald, molesto por la falta de tragedia, bufó con desdén:

—Bah, una simple mariposa. ¿Eso es todo?

—No subestimes el poder de los símbolos, Sir Reginald. Ahora, guardemos los demás regalos —Dijo Pompón con una sonrisa triunfante. Sin embargo, su sonrisa se congeló al mismo tiempo que todos en la habitación miraron al techo con desconcierto: ¡Algo estaba cayendo del techo!

*Puff*... Con un ruido seco, un objeto borroso de color rojizo cayó del cielo nebuloso y se estrelló con violencia contra el suelo, poniendo en pánico a las criaturas en miniatura que habitaban el lugar y sacando al dormilente Copito de su castillo en miniatura.

—¿Qué carajos es esa cosa? —Exclamó Pompón mientras saltaba rápidamente para ponerse entre el extraño objeto que había caído y Arturo.

La extraña figura yacía en el suelo, parecía ser una persona, pero estaba completamente destrozada. La sangre manchaba el suelo, sus músculos se contorsionaban de dolor, y no tenía brazos ni piernas; todas sus extremidades habían sido amputadas. Su cuerpo estaba desnudo, mostrando una piel desgarrada por las heridas y los latigazos que alguna vez había recibido. La cabeza era calva, y sus ojos tenían dos clavos clavados en el medio, indicando que la pobre persona, si es que aún podía llamarse así, estaba ciega. En su boca quedaban unos pocos dientes restantes, y su lengua intacta aún le funcionaba lo suficiente como para emitir una débil súplica, tan leve que no podían comprenderse.

La habitación se sumió en un silencio sepulcral mientras todos observaban con horror la impactante escena. Pompón se mantenía firme delante de Arturo, intentando proteger al niño de la visión aterradora que tenían ante ellos. Sir Reginald, por primera vez, perdió su sonrisa burlona y miró con asombro y repulsión al ser maltrecho en el suelo.

—¿Qué demonios es esto? —Exclamó Arturo, sintiendo una mezcla de curiosidad, asco y compasión por la persona mutilada.

El hombre, apenas consciente, emitió un gemido lastimero. Aunque sus ojos estaban cegados, parecía percibir la presencia de los presentes. La sangre fluía en abundancia desde sus heridas, formando un charco a su alrededor.

—¡No te acerques, Arturo, puede ser peligroso! —Gritó Pompón, temeroso del hombre que había aparecido repentinamente en su hogar.

—Juampi, el condenado, mascota de Arturo…—Exclamó Sir Reginald, aunque visiblemente afectado por la grotesca escena, no podía dejar de observar con cierta fascinación morbosa.

—¿Esta cosa es mi mascota? —Preguntó Arturo, aunque en el fondo ya conocía la respuesta. Sentía por esta extraña criatura la misma conexión que tenía con Sir Reginald y la temerosa bola de pelos que observaba desde las ventanas de su castillo en miniatura.

En respuesta a la pregunta de Arturo, un sonido de desgarro entre la carne se escuchó, y una mano negra y putrefacta salió desde la espalda de la “mascota”, provocando un grito lastimero por parte del hombre. La mano sostenía un sobre negro con un delicado sello de color rojo, que aparentaba tener el símbolo de un látigo. Se extendió de forma abrupta hasta entregarle el sobre al aturdido niño. Tras comprobar que Arturo había tomado el sobre con sus manos, la mano negra volvió a esconderse en el interior de la “mascota”, desapareciendo de la visión del niño, pero dejando una gran herida en el pobre hombre que no paraba de gritar desesperadamente. A pesar de ello, la herida que debería ser mortal no lo mató, y comenzó a sanarse a una velocidad visible a simple vista.

Arturo, inicialmente perdido por los gritos del hombre, inspeccionó la carta en sus manos por unos segundos hasta finalmente decidirse a abrirla:

> “Querido Arturo, el restaurador de estatuas:

>

> ‘Quien mira al cielo, ve la luz; quien mira en lo profundo, encuentra la oscuridad’. En tus travesías por el mundo, has presenciado maravillas y horrores, y ahora te presentamos tu recompensa.

>

> Aquellos que han visto lo mejor del mundo se encontrarán con una criatura adorable, de igual forma, aquellos que han explorado las sombras del mundo se encontrarán con lo que han encontrado durante sus exploraciones.

>

> Esta criatura, mutilada y sufriendo, es tu mascota, un reflejo de tus experiencias. Pero, como en todo, hay más de lo que los ojos pueden ver. Tu verdadera mascota es un parásito, el cual vivirá dentro de un “condenado”, uno que esté lo suficientemente ansioso para pagar su condena de una forma más “amigable”.

>

> Para despedirme, te dejo un último consejo: No temas, Arturo, pues como dueño de esta mascota, también tendrás el poder de guiar su destino y redimir su sufrimiento.

>

> Atentamente, aquellos que observan desde las sombras.”

—¿Qué dice la carta, Arturito? —Preguntó Pompón mientras sus orejas se levantaban en señal de curiosidad.

—Confirma lo dicho por Sir Reginald. La criatura en cuestión es mi mascota. Aparentemente, no es un ser humano, sino una criatura parasitaria que vive dentro del pobre condenado llamado Juampi —Aclaró Arturo, observando cómo el cuerpo del hombre en el suelo se retorcía al sentir que una criatura vivía en su interior.

—No sientas lástima por él, Arturo. Es su culpa no haber estudiado lo suficiente para aprobar el gran examen —Dijo Pompón, dando un brinquito alegre mientras trataba de distraer al niño. En el fondo, sabía que era cuestión de tiempo antes de que la habilidad de Arturo hiciera su magia y el condenado se transformara en una alegre mascota ante los ojos del niño— ¿Cómo piensas llamarlo?

—Se llama Juampi —Recordó el cerdo mientras se acercaba al hombre en el suelo y lo empujaba con sus patas, como si intentara ver si hacía algo más que gemir lastimeramente en el suelo.

—Así se llama el condenado, pero lo que importa es la criatura que vive dentro de él. ¿Cómo quieres llamarla, Arturo? —Preguntó el conejo, buscando que la mascota dejará de ser un tal “Juampi”.

—No sé. ¿Qué habilidades tienes? ¿Puedes hablar? ¿Conoces algunas palabras mágicas? —Preguntó Arturo mientras se agachaba para estar a la misma altura del amputado.

Respondiendo al llamado de Arturo, los ojos ciegos de Juampi se movieron bruscamente y dejaron de ver a la nada misma, dando paso a que las dos cabezas de los clavos apuntaran al niño como si hubiera detectado su presencia. Ante esto, el parásito escondido se presentó con una voz que retumbaba desde el interior del cuerpo del hombre:

—No tengo nombre; conozco las mismas palabras mágicas que Juampi conocía cuando estaba vivo. También conozco sus secretos. Mi habilidad es parasitar los cuerpos de los esclavos para así poder sacarles hasta la última gota de información que ellos disponen.

—Sería útil si no fuera porque los condenados poseen prácticamente nada de información que nos sea útil, pero lo importante es que puede pronunciar palabras mágicas y, por tanto, puede actuar como una forma de evitar que nos bloqueen —Aclaró Pompón.

—Bueno, no tenemos esclavos, así que tendrás que permanecer en el interior de Juampi, pero te pondremos otro nombre ¿Cómo te gustaría llamarte? —Preguntó el niño con curiosidad.

—Llámenme Shily —Manifestó la voz, provocando que el pobre Juampi manifestara una mueca de desesperación y dolor— Shily era como se llamaba el hada que acompañó a Juampi durante toda su infancia; un recuerdo del pasado, una herida que nunca podrá ser olvidada. Cada vez que menciones su nombre, le recordarás al lastimero Juampi lo que alguna vez fue de su vida y lo llenarás de un profundo tormento, dándome una satisfacción inmensa.

La presencia del oscuro parásito, ahora llamado Shily, había introducido un elemento perturbador en la atmósfera. Arturo, aunque acostumbrado a lidiar con situaciones inusuales, no pudo evitar sentir un escalofrío al comprender la naturaleza malévola del ser que habitaba dentro de Juampi.

—Bien, Shily, ahora eres parte de nosotros, aunque no estoy seguro de cómo me siento al respecto —Comentó Arturo con cierta incomodidad, mirando al pobre Juampi, que continuaba retorciéndose en el suelo.

Pompón, al percatarse del visible malestar de Arturo, se acercó y puso una pequeña patita en el zapato del niño.

—No te preocupes, Arturo. Shily puede ser un poco siniestro, pero también puede ser útil. Además, no olvides que tienes el control aquí. No dejaré que nadie te haga daño, ni siquiera un parásito malévolo.

Arturo asintió, agradeciendo la presencia reconfortante de Pompón. Aunque quería explorar las posibilidades de Shily y sus habilidades, una parte de él seguía sintiendo una profunda inquietud por tener a un ser tan oscuro en su círculo cercano.

—¿Shily, hay algo más que debamos saber sobre ti o tus habilidades? —Preguntó Arturo con precaución.

Shily emitió una risa retorcida desde el interior de Juampi antes de responder:

—Oh, niño, hay mucho más que aprender sobre mí y mis trucos. Pero, por ahora, solo recuerda que estoy aquí para servirte. Mi conocimiento es vasto, y mis habilidades pueden ser de gran utilidad para ti.

Arturo frunció el ceño, aún inseguro de cómo manejar la presencia de Shily en su vida. Sabía que debía mantener el control y no permitir que esté oscuro ser afectara su moral o sus acciones.

—Quedan tres regalos, Arturo. ¿Vas a continuar abriéndolos? —Preguntó el cerdo con curiosidad, empujando sin mucha delicadeza uno de los regalos hasta los pies de Arturo y quedándose mirándolo fijamente, como incitándolo a abrirlo.

—Dudo mucho que traigan algo perjudicial. Lo que he aprendido de este mundo es que ser malvado trae cosas buenas, mientras que ser buena persona puede ser muy peligroso —Mencionó Pompón con sabiduría, una lección que Arturo había aprendido en el pasado, pero que, por desgracia, se había olvidado— No obstante, las monedas de oro son útiles y…

—¡Ábrelos, Arturo! Estos regalos no son comunes. Lucen idénticos a los demás, pero puedo sentir un aura siniestra envolviéndolos —Interrumpió Shily con ansiedad— Como dijo el conejo, las malas personas reciben grandes regalos de los dioses oscuros y criaturas malvadas. Siempre tratan de tentarte para que sigas haciendo daño a los demás, pero si eres inteligente, podrás aprovecharte de ellos y llevarte los regalos sin corromper tu alma cayendo en las tentadoras garras de la codicia.

—Da igual, es imposible corromper a Arturo. Ni siquiera es consciente de cómo le llegaron esos regalos a sus manos. Todo fue una hermosa fiesta, ¿no es así, Arturo? —Preguntó con malicia y altivez el cerdo, dando unos ligeros golpecitos al regalo en los pies de Arturo, como indicando que era hora de revelar su contenido.

—Fue una fiesta muy linda. Venía esperando hace mucho tiempo que finalmente se dignaran a celebrar que gané un trofeo, y por más que me digan tonterías, no voy a dejarme llevar por su broma pesada. Aún recuerdo lo ricas que eran las tortas. Es imposible que fueran de carne humana —Se defendió el niño, aunque la curiosidad lo impulsó a dejarse seducir, agarrando el regalo en sus pies.

—Pero tú no eres una persona, Arturo. Eres un tritón, y como un tiburón tragaste bocado tras bocado, deleitándome en la carne humana. ¡Y aun así no lo recuerdas! Ves que eres incorruptible, niño —Argumentó Sir Reginald.

—Lo que digas… —Dijo Arturo de pasada, claramente recordando el sabor a chocolate en su boca, incluso seguía saboreando los fragmentos de torta entre sus dientes puntiagudos, por lo que era imposible que la “broma” del cerdo funcionara.

Arturo, sin dejar de sentir cierta intriga, decidió seguir abriendo los regalos. Admiró el siguiente paquete con precaución, notando que este tenía un peso inusual. Mientras desenvolvía el papel, Shily observaba con expectación, mientras que Sir Reginald mantenía su curiosidad escondida bajo su mirada llena de prepotencia.

Al retirar el envoltorio, un objeto oscuro y misterioso quedó al descubierto. Era una daga ennegrecida, con inscripciones de huesos y calaveras que destilaban un aura oscura y malévola. La hoja, afilada como una navaja, reflejaba destellos de un material que parecía absorber la luz a su alrededor.

—Vaya, parece que ahora eres el dueño de un arma bastante útil. ¿No te sientes agradecido por estos regalos, Arturo? —Dijo Sir Reginald con sarcasmo.

Pompón, más cauteloso, intervino:

—Arturo, ten cuidado con esa daga. No sabemos cuáles son sus verdaderos poderes.

Arturo, aunque consciente de la posible peligrosidad del objeto, se sentía atraído por su misteriosa presencia. Sopesó la daga en sus manos, observando cómo la luz destellaba en la hoja afilada.

—No me importa. Parece ser una herramienta útil. Además, ¿quién puede resistirse a un regalo tan poderoso? —Comentó Arturo con una sonrisa, pero sus ojos reflejaban una mezcla de curiosidad y cautela.

—¿Y la daga hace algo? —Cuestionó el conejo con cierta sospecha al notar que, más allá de ser un cuchillo muy bonito, la daga no aparentaba tener utilidad alguna.

Fue entonces cuando un grito horrendo provino de Juampi. El pobre condenado, se retorció de dolor, mientras unas lágrimas salían de sus ojos, pronunció las siguientes palabras:

—¡Está bien, está bien! ¡Hablaré, pero deja de hacerme daño! La daga no es un arma, es un objeto de invocación.

Dado que las palabras provenían de la boca del condenado y no del interior de su cuerpo, el grupo logró distinguir que el que hablaba era el condenado y no la mascota. Con cierto enojo, Sir Reginald preguntó:

—¿Y tú cómo sabes eso? ¿Cómo puedes distinguir entre un arma y un objeto?

*Ahhh*... Otro grito espeluznante llenó el hogar de Arturo antes de que el condenado respondiera con un tono suplicante:

—No hay explicación… no hay instrucciones… es un objeto de invocación…

—Pero en general me dan los objetos sin muchas explicaciones de por medio… —Mencionó Arturo en tono crítico.

—Los regalos, los regalos siempre tienen instrucciones, mi señor… —Respondió Juampi con apuro, evitando que volvieran a lastimarlo.

—¿Estás seguro? —Preguntó Pompón mientras sus patitas se chocaban, parecía estar pensando el asunto con profundidad.

—Sí, el hombre no miente. Todos los regalos deben tener instrucciones, pero el muy malnacido se dio cuenta de eso y no nos lo comentó, sino que pensaba guardarlo para sí mismo —Manifestó Shily desde el interior del hombre, provocando que este último se asustara y temblara violentamente.

—Pero… —Trató de refutar el niño.

—Puede ser, Arturo. Puede ser que los regalos hayan cambiado con el tiempo, y los que se otorguen actualmente sean muy diferentes a los que ganamos en el pasado. Alguien debió mejorarlos para que se introduzca una explicación. Si te pones a pensar, en los dos últimos regalos siempre obtuvimos una vaga explicación de lo que hacían los objetos que ganamos —Aclaró Pompón, diciendo en voz alta lo que había estado pensando después de descubrir la valiosa información.

Buscando confirmar el rumor, Arturo se dirigió al subsuelo y colocó la daga en el suelo de la amplia habitación. Retrocedió unos pasos y salió del lugar, esperando a que el objeto de invocación hiciera su magia.

La habitación quedó en un silencio tenso mientras Arturo retrocedía, observando con atención la daga colocada en el suelo. Shily, la entidad parasitaria en Juampi, permanecía expectante desde el interior de su anfitrión. Pompón y Sir Reginald, aunque con actitudes diferentes, seguían con interés el experimento del niño.

De repente, la daga comenzó a vibrar, emitiendo un zumbido tenue que se intensificaba gradualmente. El aire en la habitación se volvía más denso, y una tenue luz rojiza empezó a emerger de las inscripciones rúnicas grabadas en la hoja.

Juampi, todavía sufriendo por el dolor, murmuró algo incomprensible mientras la magia se desataba. La habitación se llenó de una energía palpable, y la daga parecía cobrar vida propia. Arturo, aunque fascinado, no podía evitar sentir cierta inquietud ante lo desconocido.

De repente, el suelo bajo la daga comenzó a temblar. Una figura etérea y sombría surgió lentamente del suelo, tomando forma frente a los ojos asombrados de Arturo. Era una criatura espectral con una capa oscura que ondeaba en el viento invisible.

—¡Increíble! —Exclamó Sir Reginald, asombrado por el espectáculo—Parece que el esclavo tenía razón. La daga invoca criaturas.

Pompón, por otro lado, no pudo evitar expresar su sorpresa con un «oh» de admiración.

La criatura espectral, ahora totalmente formada, se inclinó ante Arturo, mostrando su respeto. Arturo, aunque impresionado, mantenía una mirada cautelosa. Shily, desde el interior de Juampi, emitía risas guturales que resonaban en la habitación.

—¿Quién eres tú? ¿Qué puedes hacer? —Preguntó Arturo, tratando de obtener información sobre la recién invocada entidad.

La criatura, con una voz etérea, respondió:

—Soy una sombra invocada por el portador de la daga. Puedo explorar lugares oscuros y secretos, y traer información valiosa de vuelta. ¿En qué servicio puedo estar a tu disposición, portador de la daga?

—¿Puedes traer personas? —Cuestionó Pompón mientras una brillante idea se le cruzaba por la cabeza.

—Sí, pero necesitaré información adicional respecto a esta persona, y no puedo garantizar el éxito de la misión. Debo admitir que hace mucho tiempo no me piden ese pedido; se ve que son clientes de alta cultura… —Exclamó la criatura con cierto asombro.

—¡Eso ni lo discutas! … —Dijo Sir Reginald, acompañando lo dicho con una risotada llena de orgullo prepotente. No obstante, la risotada se detuvo de forma abrupta, demasiado abrupta como para que Arturo no se diera la vuelta para ver qué le había ocurrido.

El niño vio cómo Sir Reginald se quedó mirando a Pompón con preocupación. Shily también se había quedado mirando al conejo con complicidad, cosa que no era muy frecuente, ya que Juampi solía mirar a la nada misma todo el tiempo.

—¿Estás seguro de que es una buena idea? —Preguntó Sir Reginald con una mirada inquisidora— El plan es demasiado riesgoso, no tenemos muchas armas a mano y podemos traer a un auténtico lobo a nuestra casa por error.

—¿De qué hablan? —Se cuestionó el niño, no obstante, sus mascotas lo ignoraron, y para su aturdimiento, Anteojitos, Tentaculín y Copito bajaron por la escalera de caracol para unirse con el resto de sus mascotas— ¿Qué planean?

No obstante, no fueron necesarias explicaciones, ya que Pompón explicó el plan de forma implícita:

—Buscamos a este sujeto. ¿Sería posible que lo encuentres y lo traigas a nuestra casa?

El conejo se encontraba apuntando con su patita a un cartel de búsqueda que Anteojito estaba haciendo levitar a unos pocos metros del fantasma. En el cartel se apreciaba la cara de un hombre gordo junto a la leyenda: “Se busca su cabeza”, dando a entender al niño que el plan de Pompón era cobrar la recompensa del cartel de búsqueda.

—Esto era exactamente lo que necesitaba para que pueda identificar a la persona que buscas. Ya decía yo que ustedes eran cazadores. Les traeré al buscado, si es lo que desean, pero ten en cuenta que lo traeré vivo. ¿Estás seguro de que esa es tu petición? —Preguntó el espectro mientras inspeccionaba el cartel de búsqueda con cuidado.

—Sí, eso buscamos —Dijo Pompón, provocando que el espectro saliera volando y atravesara una de las paredes de la habitación.

—Arturo, ve a esconderte en las escaleras y ve preparando las palabras para bloquear al hombre que buscamos. Apenas aparezca, úsalas y busca refugio mientras luchamos. Si morimos todos, pídele al Capitán Marinoso y al gusano gigante que te den algo de tiempo, aprovecha cada valioso segundo para buscar refugio en una habitación donde solo los estudiantes puedan aparecer —Ordenó Pompón rápidamente, mientras las mascotas se dispersaban por la habitación listas para atacar al hombre que estaba por traer.

El niño supo que ya no había vuelta atrás. El conejo había dado la orden, y él tampoco la había negado, por lo que implícitamente aceptó el plan de atacar a este hombre desconocido.

El aire en la habitación se cargó de tensión mientras todos aguardaban la llegada del hombre que el espectro estaba trayendo. De repente, un estruendoso sonido se escuchó, seguido de una ráfaga de gritos que se acercaban cada vez más. La ventana de la habitación se rompió con violencia, y se pudo observar como el espectro entraba por la misma, trayendo a un hombre regordete entre sus brazos.

Este individuo, de aspecto rechoncho, irrumpió en la escena con una expresión de confusión y sorpresa en su rostro. Un clavo se alojaba en su ojo izquierdo, otorgándole un aspecto aún más surrealista, y un gracioso bigote decoraba su semblante. Su papada, que resultaba incómoda de contemplar, oscilaba con cada movimiento que hacía en un intento de escapar de las manos del fantasma. El hombre llevaba un arete de diamante en una de sus orejas, añadiendo un toque peculiar a su apariencia. Vestía ropas extravagantes, con colores chillones que contrastaba con la seriedad de la situación. Su presencia era completamente desconcertante y, al mismo tiempo, cómica.

Al irrumpir en la habitación, el fantasma desapareció junto con la daga que lo había invocado, y el hombre comenzó a balbucear en un estado de confusión, sin comprender del todo lo que estaba sucediendo. Sir Reginald y las demás mascotas se prepararon para actuar, formando un frente unido frente al recién llegado.

—¿Qué diablos está pasando aquí? ¡Denme una explicación inmediatamente! —Gritó el hombre, intentando comprender la extraña situación en la que el fantasma lo había arrastrado. Desde unas escaleras de caracol, un niño pelirrojo vestido con las clásicas túnicas de los estudiantes lo espiaba a escondidas, mientras extraños seres lo observaban desde todos lados. Sin embargo, el hombre gordo subestimó la situación y cometió un error fatal al bajar la guardia. La presencia del joven estudiante no le imponía mucho miedo, y por eso malgastó su valioso tiempo en preguntas sin respuestas.

Mientras el hombre gordo se enredaba en sus propias preguntas, Pompón y Arturo comenzaron a pronunciar las temidas palabras mágicas en voz alta, como si fuera una declaración de intenciones o una invitación a un duelo formal:

—En un lugar oscuro y sin claridad, te encuentras atrapado, sin libertad. Buscas una salida…

—¡Deténganse, malditos! ¿Qué quieren de mí? ¡Cómo se atreven a pronunciar esas palabras! —Gritó el hombre regordete al escuchar las macabras palabras que pronunciaba el niño desde la escalera.

Sin embargo, ni Arturo ni Pompón mostraron piedad alguna:

—..., pero no hay posibilidad, estás atrapado aquí, sin escapatoria en realidad. ¿Quién soy?

¡Las palabras mágicas habían sido pronunciadas y el hombre estaba bloqueado!

El hombre, horrorizado, se dio cuenta del problema en el que se había metido y trató de gritar algo a los desconocidos. No obstante, apenas abrió la boca, Copito saltó valientemente y se estrelló contra su cara.

Lógicamente, el hombre no sintió nada ante el choque de la pequeña bola de pelo, pero le resultó molesto el ataque de la criatura, a la cual mandó a estrellarse contra una de las paredes con un manotazo que mostraba una fuerza inhumana.

*Splash*... La bola de pelo cayó al piso sin vida, dejando un rastro de sangre en la pared.

Pese a ello, Copito no se sacrificó en vano, ya que en el mismo instante en que el hombre se sacó al pomposo ser de su rostro, un gran sillón de piedra se estrelló contra su cabeza, haciendo que cayera desplomado al piso.

No obstante, de alguna manera, el hombre estaba consciente y había soportado el golpe abrumador. Pese a ello, lo único que pudo ver desde el suelo fue a un cerdo corriendo para chocar su frente con la suya. Sin embargo, el hombre gritó —¡Levántate!— y una gigantesca lanza de metal empaló a Sir Reginald antes de que pudiera lograr su cometido, dando lugar a que el cerdo emitiera un chillo que helaría la sangre de cualquiera. Al mismo tiempo que esto ocurría, otro sillón de piedra se partió en la frente del hombre gordo, provocando que este comenzara a ver estrellitas.

No hubo piedad por parte de las mascotas, quienes sabían que se encontraban frente a una situación de vida o muerte. Tentaculin hacía tiempo que había salido y se dedicaba a aplastar las piernas del hombre con su gigantesco tentáculo, impidiendo que el mismo pudiera ponerse de pie. Pompón se encontraba saltando cerca de la escalera, pero lejos de Arturo, buscando crear una distracción adicional. Esta cobró efecto cuando el hombre, en un intento desesperado, abrió la boca y escupió una llamarada de fuego que incendió al conejo saltarín e hizo que Arturo se asustara lo suficiente como para disparar una nube de confeti distractiva. Tras lo cual, activó su punto de control y comenzó correr como si su vida dependiera de ello hacia el espejo de su cuarto.

Ante el peligroso ataque que casi chamusca a Arturo hasta la muerte, Anteojitos hizo levitar todos los fragmentos de vidrio pertenecientes a la ventana por donde había entrado el fantasma y se los clavó en la robusta espalda del hombre y en la parte posterior de su cuello. Sin embargo, había algo extraño en la resistencia del hombre, ya que incluso con todos estos fragmentos de vidrio penetrando su cuerpo, seguía lo suficientemente fuerte como para lograr apuntar la llamarada al niño que “aparentemente” seguía escondido en las escaleras, detrás de la nube de confeti que había aparecido.

Lo siguiente que ocurrió fue que Shily apareció al ataque. La criatura logró esquivar la llamarada que escupía el hombre gordo, y una mano negra y putrefacta salió del interior de la espalda de Juampi. Con lentitud y sin temor, la mano se metió dentro de la boca del hombre gordo que escupía fuego y logró detener la llamarada, tras lo cual continuó metiéndose por la garganta del hombre, destrozándola en el proceso.

El hombre gordo no pudo reaccionar, o mejor dicho, no le permitieron hacerlo.

Mientras el intruso sentía algo colándose por su garganta, Anteojitos levantó la mesa de piedra del extinto “micro living” del subsuelo y la estrelló en la cabeza del gordo con una intensidad tan violenta que la mano de Shily fue arrancada en el proceso.

Finalmente, el hombre gordo cayó desmayado, aunque su corazón aún latía con vida. Tentaculin con presteza siguió rompiéndole las piernas, y Anteojitos se encargó de seguir tirándole fragmentos de rocas de los muebles que se habían roto hasta que el cuerpo del hombre se convirtió en una papilla sangrienta, tan grotesca y aberrante que era imposible que aún se mantuviera con vida.

Cuando la pelea finalizó, Arturo ya se encontraba en el santuario de estudiantes, dando vueltas en círculos alrededor de la estatua de los cinco dioses. Preguntándose si sus mascotas habían tenido éxito o no, si todas habían muerto, si el hombre gordo se las había ingeniado para escapar o si aún lo estaba esperando en su hogar, sin irse hasta que obtuviera una dulce venganza.

Finalmente, Arturo vio a Pompón apareciendo en el santuario de estudiantes y logró tranquilizar sus pensamientos:

—¿Lo lograron? ¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Me lo contó el gusano gigante. Por lo demás, el hombre está muerto. Estamos tratando de arrancarle la cabeza, pero su piel, por alguna extraña razón, es más dura que un roble —Admitió el conejo con preocupación— Menos mal que nos preparamos para lo peor; sus habilidades eran muy útiles en combate.

—Tuvimos suerte, mucha suerte —Respondió Arturo. Sin embargo, sus pensamientos estaban en otro lugar, enfocándose en las recompensas que habían ganado y en las acciones que habían realizado para obtenerlas. Con la mente inquieta, el niño continuaba dando vueltas alrededor de la estatua de los cinco dioses. La preocupación se reflejaba en sus ojos mientras meditaba sobre lo ocurrido en su hogar.

—¿Cómo estás, Arturo? —Preguntó Pompón con calma, notando la tensión en el ambiente. Las estatuas de los cinco dioses parecían observar con solemnidad la interacción entre el niño y el astuto conejo.

Arturo suspiró antes de responder:

—No puedo dejar de pensar en lo que hicimos. Fue necesario, lo sé, pero ¿realmente no había otra opción?

Pompón se sentó cerca de Arturo, compartiendo su preocupación, aunque sus palabras distorsionaban completamente los hechos que habían ocurrido hace unos minutos:

—A veces, en la vida, nos vemos obligados a tomar decisiones difíciles. Ese hombre gordo era peligroso, y estábamos en peligro. Hicimos lo que debíamos hacer para protegernos.

Arturo miró al suelo, reflexionando sobre las palabras de Pompón:

—Pero ¿y si hubiéramos encontrado otra manera? No sé, algo que no involucrara matar a alguien. Si te pones a pensar, esta es la primera vez que tomamos una decisión tan drástica; nunca habíamos “cazado” a una persona. Ni en las frías calles de Alubia habíamos caído tan bajo.

—Arturo, entiendo tus dudas, pero a veces la realidad nos obliga a actuar de maneras que nunca imaginamos. No siempre hay soluciones perfectas. Lo más importante es aprender de estas experiencias y crecer como personas —Dijo Pompón sin sentir remordimiento alguno, mientras le daba palmaditas con su patita al zapato de Arturo y agitaba la cabeza en negación, como si expresara que no habían tenido otra alternativa más que matar al hombre gordo.

El niño asintió, aunque aún parecía inquieto: —Supongo que tienes razón. Pero no puedo evitar sentirme extraño al respecto.

Pompón lo miró con ternura, mostrando apoyo:

—Está bien sentirse así. Todos enfrentamos situaciones complicadas, y cada uno las procesa a su manera. Lo importante es no dejar que esos problemas tontitos consuman nuestra vida. ¿No crees que ganamos una gran fortuna con todo esto?

Notando que el niño no respondía, el conejo se quedó esperando en silencio para que Arturo pudiera meditar lo ocurrido. De vez en cuando, un estudiante que andaba por el santuario se acercaba con curiosidad al conejo, y Pompón se dejaba mimar por el niño con ganas de acariciarlo. Ya habiendo pasado casi una hora, el conejo sintió que la habilidad de Arturo ya debería haber hecho efecto. Con un salto alegre, se interpuso en el camino del niño que continuaba dando vueltas en círculos, perdido en su propio mundo:

—¿Cómo te sientes ahora, Arturito?

—Aún estoy confundido, pero sé que hicimos lo que teníamos que hacer —Respondió Arturo, perdiendo su mirada en los felices estudiantes que se encontraban a su alrededor, preguntándose si ellos también vivían las mismas aventuras que él vivía o si compartían sus mismos problemas.

—Arturo... —Llamó la atención el conejo, notando que el niño se encontraba sumido en sus pensamientos nuevamente.

—¿Eh?... ah, sí, es hora de volver a casa. Estaba pensando qué podríamos hacer con la inmensa cantidad de monedas de oro que ganamos… —Mintió el niño al salir de su ensimismamiento.

—Antes de volver a casa, quería aprovechar la oportunidad de que estemos solos para hablarte de un asunto que me preocupa —Mencionó Pompón, mientras sus ojos grandes y profundos de conejo miraban al niño con seriedad.

—¿Qué te preocupa, Pompón? —Preguntó Arturo, notando la seriedad en la mirada de su compañero.

—Bueno… verás... Al parecer, Sir Reginald te enseñó la forma de escapar a escondidas de casa, y eso es muy peligroso, Arturo. No es prudente dejar a los conejitos especiales andando sueltos por ahí, o podrías terminar causando una tragedia —Respondió Pompón midiendo sus palabras. Pero al notar que sus palabras no tenían mucho efecto, decidió cambiar el tono por uno más amigable—Quiero decir, siempre anduvimos juntos y no me gusta que te olvides de mí y no me invites a tus aventuras.

—Ah, ¿es por lo de la fiesta, verdad? —Preguntó el niño—A mí también me pareció triste que no estuvieras allí para celebrar juntos.

—Sí, sí, es por la fiesta. Tú dices que comiste tortas y te dieron regalos, pero todo eso nosotros no pudimos vivirlo. Te venimos acompañando en la caza de trofeos hace mucho ¿No crees que es un poco injusto dejarnos de lado y no invitarnos a esa hermosa fiesta? —Afirmó el conejo, expresando sus sentimientos.

Arturo, sintiendo la preocupación de su amigo, asintió reflexivamente:

—Lo siento, Pompón. No fue mi intención hacerte sentir así. A veces, me olvido de que no todos pueden compartir las mismas experiencias que yo. Debería haber pensado en ello antes de actuar solo.

Pompón sonrió, comprendiendo las palabras del niño:

—No hay problema, Arturo. Solo quería que lo entendieras. Somos un equipo, y siempre deberíamos estar juntos, incluso en las celebraciones.

El niño abrazó al conejo con cariño, prometiendo no olvidar la importancia de la unidad en su peculiar familia. Con esa comprensión renovada, se dirigieron juntos de vuelta a su hogar, listos para enfrentar cualquier aventura que el futuro les tuviera preparados.

Al llegar, la atmósfera estaba tensa, pero las mascotas, que esperaban en la sala, saludaron a Arturo con alivio al verlo sano y salvo.

Tentaculin, Copito, Anteojitos y Shily se acercaron, expresando su lealtad al niño.

—Arturo, logramos arrancarle la cabeza al hombre gordo y cobrar la recompensa, pero… —Declaró Shily con solemnidad.

—Gracias, chicos. Sé que puedo confiar en ustedes —Interrumpió Arturo, sintiendo un ligero consuelo en la conexión que compartían.

Pompón, con sabiduría, concluyó:

—Afrontemos el mañana juntos, sin importar lo que traiga. Lo importante es que estamos aquí el uno para el otro. ¿Dónde está la recompensa, Shily? La guardaré con cuidado.

—No hay recompensa… —Aclaró Shily en un tono cortante que expresaba su enfado por haber sido interrumpido.

—¿Cómo puede ser? ¿Acaso los dioses nos engañaron? —Se quejó Pompón incrédulo con lo que escuchaba.

—No, los dioses pagaron cada una de las reli... monedas de oro, sí, esas relucientes moneditas llenaron el piso del subsuelo —Dijo Shily corrigiéndose a mitad del mensaje, al ver cómo Pompón lo miraba con benevolencia. Al parecer, la palabra “reliquias” había quedado prohibida en algún momento de la historia de Arturo.

—Y ¿qué pasó con esas monedas? ¿Se cayeron por el cráter lleno de agua? —Preguntó Arturo en busca de respuestas.

—No, las monedas de oro no cayeron al agua, evitaron el cráter, sin embargo, el cerdo se las comió todas. Le dijimos que no lo hiciera, según Juampi esas moneditas de oro tienen un valor inmenso y nunca en su vida siquiera había escuchado a una persona poseer tantas, sin embargo, él es un idiota, así que eso es normal —Exclamó Shily, perdiendo la idea del mensaje entre su odio morboso y crónico por el ser humano que parasitaba.

—¡¿Sir Reginald se comió nuestras monedas?! —Exclamaron Pompón y Arturo al unísono.

Anteojitos subió y bajó en el aire afirmando la respuesta, tras lo cual abandonó la discusión y volvió a su salón de juegos, evitando preocuparse por lo que ocurriría a continuación.

—¿Dónde está ese cerdo ingrato? —Chilló Pompón. Sin embargo, no fueron necesarias respuestas para que mirara con ira las escaleras de caracol que daban entrada al subsuelo.

Dando saltos enojados y veloces, el conejo se dirigió al subsuelo acompañado de las curiosas mascotas y el aturdido niño.

Pompón descendió las escaleras de caracol con una furia apenas contenida, seguido de cerca por las mascotas y Arturo, cuyas cejas se fruncieron en una mezcla de frustración y desconcierto. Al llegar al subsuelo, la escena que se desplegó ante ellos los dejó estupefactos.

En una de las esquinas de la habitación yacía un huevo de dimensiones asombrosas, casi del tamaño de un cerdo. Su superficie brillaba con un extraño resplandor y emanaba un aura de misterio. No muy lejos se encontraba el cadáver decapitado del hombre gordo, y pegado al cadáver se encontraba el cartel de búsqueda y captura, en el mismo una nueva recompensa con su respectivo rostro podía verse.

Pompón, con los ojos chispeantes de ira, se acercó cautelosamente al huevo, rodeado por las miradas curiosas de las mascotas.

—¡¿Qué demonios es esto?! —Exclamó Pompón, golpeando el huevo con su pata, pero este permaneció inmutable.

—Nuestro cerdo se encuentra dentro, durmiendo como un angelito —Explicó Shily desde el interior de Juampi, su voz arrastraba cierto enojo — Después de comer todas las monedas que había por la habitación, esto fue lo que le ocurrió.

La revelación dejó a todos boquiabiertos. La rabia de Pompón alcanzó un nuevo nivel, y sus ojos parecían lanzar chispas de furia.

—¿Cómo se atreve a hacer algo así? ¡Es inaceptable! —Gritó el conejo, pateando el huevo con todas sus fuerzas, pero seguía sin mostrar signos de romperse.

Arturo observaba la escena con incredulidad, aún procesando lo ocurrido. Tentaculin, Anteojitos y Copito se acercaron al huevo, curiosos, pero cautelosos, como si intuyeran la tensión en el aire.

—No podemos dejar que esto quede así. Sir Reginald se ha cruzado de la raya —Declaró Pompón, con la mirada fija en el huevo — ¡Cien monedas es suficiente riqueza como para cambiar la vida de Arturo!

—¿Pero qué podemos hacer? ¿Cómo vamos a despertarlo? —Preguntó Arturo, tratando de encontrar una solución.

Pompon, aún enojado con Sir Reginald por haberse comido las valiosas reliquias, no podía evitar sentirse fascinado y confundido ante la situación del huevo. Decidió darle una sacudida al enorme objeto, pero Sir Reginald continuaba durmiendo plácidamente en su interior, ajeno a los intentos del conejo por despertarlo.

—¡Despierta, cerdo de mierda! ¿Cómo te atreves a esconderte así? —Exclamó Pompón, dando saltos y pateando el huevo con sus patas traseras.

Las demás mascotas observaban con curiosidad, pero ninguna se atrevía a intervenir en la confrontación entre Pompón y Sir Reginald. Arturo, por su parte, se mantenía expectante, preguntándose qué podría haber llevado al cerdo a meterse dentro de un huevo.

Shily, desde el interior de Juampi, continuó su relato burlón:

—Tal vez deberías intentar cantarle una nana o contarle un cuento. ¿O prefieres pedirle educadamente que salga? Según el esclavo, el huevo representa una evolución, y la mascota dentro del mismo saldrá cuando termine el proceso.

Pompón, frustrado, se rascó la cabeza con sus patitas y miró al huevo con desconfianza.

—¿Evolución? ¿Qué demonios significa eso? —Murmuró Pompón para sí mismo, desconcertado por la misteriosa situación.

Arturo, intrigado, se acercó al conejo y preguntó:

—¿Qué deberíamos hacer entonces? ¿Dejamos que Sir Reginald evolucione en paz?

Pompón, aún con cierto resentimiento, asintió con resignación.

—Sí, parece que no tenemos otra opción. No podemos forzarlo a salir. Esperaremos a ver qué sucede. Pero, ¡maldita sea, cerdo! —Exclamó Pompón, lanzando un último vistazo al huevo antes de decidir regresar al piso superior; incapaz de seguir viendo el huevo.

El grupo dejó el subsuelo, llevando consigo la incertidumbre sobre lo que significaba la evolución de Sir Reginald y qué sorpresas les depararía el futuro. Mientras subían las escaleras de caracol, el santuario de estudiantes quedó sumido en un silencio enigmático, dejando a Arturo y sus mascotas con un misterio por resolver en el próximo capítulo de sus extraordinarias aventuras.