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24- Arturito

La inalterable luna de sangre se mantenía en lo alto del cielo cuando Arturo finalmente se despertó de la pesadilla que había sido su realidad durante las últimas horas. Su cuerpo estaba cubierto de un sudor frío como el hielo y su corazón latía con fuerza en su pecho como un tren sin frenos. Tras despertar, el joven no pudo recordar con claridad lo que había sucedido, como si las imágenes que poblaban sus pesadillas fueran envueltas en la niebla de la brisa matutina. Pero a medida que la niebla se despejaba de su mente, los recuerdos comenzaron a tomar forma, y con un nudo en el estómago, el joven recordó fugazmente las traicioneras miradas de sus amadas mascotas.

Asustado por los pensamientos que tenía su corazón, Arturo se levantó del suelo mirando a su alrededor en busca de los rastros que confirmaran la corazonada que había tenido acerca de lo que había sucedido. Para su sorpresa, sus mascotas parecían estar ajenas a sus pensamientos internos, y en su lugar se encontraban jugueteando y correteando como de costumbre. Copito saltaba de un lado a otro, los minihumanos continuaban con su pacífica vida y Tentaculín se retorcía y giraba alegremente. Incluso Anteojitos estaba volando en círculos mientras observaba la vida de los minihumanos, con su único ojo destellando de curiosidad.

Arturo frunció el ceño, sintiendo una profunda confusión. ¿Había sido todo un mal sueño? Las imágenes de la traición de sus mascotas seguían frescas en su mente, pero las acciones de sus compañeros contradecían esas imágenes. Dudando de su propia cordura, Arturo decidió hablar con Pompón, su conejo de pelaje pomposo y ojos traviesos, el ser más cercano a su corazón.

No obstante, cuando Arturo observó al conejo una expresión atónita surgió en su rostro y sus ojos pestañearon incrédulos con lo que veía. La apariencia de su querido compañero peludo era completamente diferente a lo que recordaba del “sueño” que acaba de tener. En ese sueño, Pompón estaba en sus últimos días, con su piel arrugada y castigada por los años, casi pareciendo una rata calva con orejas largas. Sin embargo, el Pompón frente a sus ojos estaba cubierto de un pelaje pomposo y suave, con mechones esponjosos que le daban un aire de vitalidad y travesura.

Arturo sintió que algo inusual le había sucedido a su querido conejo, pero al mismo tiempo, recordó con claridad que Pompón había sido su compañero durante años, incluso antes de ingresar a la academia de magia, desde que era un niño que vivía en las calles de la oscura ciudad de Alubia. Cuando lo rescató de las calles oscuras de esa cruel ciudad, Pompón era un pequeño y asustado conejito, pero con el tiempo se convirtió en un amigo leal y un compañero de aventuras. Por lo que el joven no tenía motivos para dudar de que su “sueño” fuera más bien un recuerdo.

Arturo acarició el pelaje suave de Pompón, tratando de entender por qué su mente sentía que una extraña transformación había tenido lugar en su amigo peludo. El conejo parecía disfrutar de la atención, moviendo la nariz y frunciendo el hocico con picardía.

—Pompón, ¿qué te ha pasado?—Murmuró Arturo para sí mismo, preguntándose si estaba en medio de otro sueño o si la realidad misma estaba tomando un giro inexplicable frente a sus ojos.

Pompón, en lugar de responder con palabras, simplemente saltó y dio vueltas alegremente, como si estuviera ansioso por jugar. Su energía y vitalidad eran contagiosas, y Arturo no pudo evitar esbozar una sonrisa mientras observaba a su travieso compañero peludo. No obstante, la sonrisa en el rostro le duró más bien poco, dado que los recuerdos de su pesadilla lo seguían atormentando, buscando consuelo, Arturo acarició a Pompón y le contó con tristeza sus sueños y pesadillas.

El conejo lo miró con ojos comprensivos, pero también con un brillo travieso:

—Debes haber tenido una pesadilla extraña, Arturito. Tus mascotas te adoran y jamás te harían daño.

Arturo quería creer las palabras reconfortantes de Pompón, pero la intensidad de su pesadilla y la vividez de sus recuerdos le hacían dudar. ¿Había sido solo un sueño? ¿Realmente no había ocurrido nada? Las imágenes de la traición de sus mascotas eran tan enérgicas, tan reales. Pero Pompón parecía tan travieso y juguetón como siempre, sin rastro de la traición que Arturo recordaba.

—Puede que tengas razón, Pompón—Arturo murmuró con incertidumbre—Pero el sueño era tan real, tan aterrador. No sé qué pensar.

Pompón sonrió con amabilidad y se frotó contra Arturo, como tratando de consolarlo:

—Los sueños pueden ser extraños, Arturito. A veces, nuestras mentes nos juegan malas pasadas. Pero tus mascotas siempre estarán a tu lado, dispuestas a protegerte y amarte.

A pesar de las palabras reconfortantes de Pompón, Arturo todavía sentía un nudo de inquietud en su estómago. No podía sacudirse la sensación de que algo había cambiado, que las risas y juegos de sus mascotas eran solo una máscara para algo más oscuro y traicionero. Pero sin pruebas concretas, se vio obligado a aceptar la explicación de Pompón y esperar que la pesadilla se desvaneciera por completo.

Sintiéndose más aturdido que nunca, Arturo miró por la ventana y vio la luna roja en el cielo. Aparentemente, había estado dormido por un tiempo considerable, o tal vez ni siquiera había dormido en absoluto y se había despertado a mitad de la noche. La falta de certeza sobre lo que había sucedido lo desconcertaba. Sin embargo, tenía una forma de comprobarlo. Se acercó al espejo, dispuesto a dirigirse al salón de clases, donde sabía que algunos de sus compañeros solían reunirse a estas horas de la noche para intercambiar rumores y chismes.

Pero cuando Arturo se paró frente al espejo, notó que algo no estaba bien con su cuerpo. Si bien no tenía dudas de que el reflejo del niño en el espejo correspondía a su figura, había algo extraño y perturbador en ello. Su cabello, que recordaba de un tono oscuro, era rubio como el sol de día de verano, y sus ojos, antes de un negro apacible, habían adquirido un perturbador tono carmesí similar al color de la luna que se alzaba en lo alto del cielo.

Arturo parpadeó ante el reflejo, conmocionado y confundido. Comenzó a examinar su cuerpo, pasando sus manos por su infantil rostro, tratando de encontrar alguna explicación lógica para la extraña transformación que sentía que había ocurrido. Pero no importaba cuánto se observara a sí mismo en el espejo, no podía entender por qué lucía de esta manera ¿Por qué su cuerpo se sentía tan ajeno? ¿Por qué su rostro se sentía tan infantil y alegre? La corazonada de que algo no estaba bien se apoderó de él, pero no sabía qué pensar.

—¿Qué mierda está pasando…?—Murmuró Arturo para sí mismo, sintiéndose como si hubiera caído en un mundo lleno de niebla. La luna roja en el cielo fuera de la ventana parecía arrojar una luz siniestra sobre su reflejo.

Por mucho que se mirara en el espejo tratando de sacarse esa corazonada del pecho, Arturo únicamente lograba sentirse cada vez más desconcertado y asustado. La persona que veía en el espejo no se parecía en nada a la persona que en sus sueños había sido. Ya no sabía si era un adulto soñando ser un niño o si era un niño que supo ser un adulto en sus sueños, pese a ello tenía la certeza de que algo terrible le había sucedido. La extraña sensación de que su cuerpo no era el suyo lo invadió, y se sintió atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.

Buscando respuestas, Arturo dirigió su mirada hacia sus mascotas, en busca de alguna señal de lo que podría estar ocurriendo. Sin embargo, para su desconcierto, todas sus adoradas criaturas parecían ignorar completamente su situación. Continuaban con sus rutinas habituales, como si nada extraño estuviera sucediendo.

Pero Arturo no podía ignorar la incómoda sensación que crecía en su interior. Había notado un cambio peculiar en el comportamiento de su fiel compañero Pompón. Antes, Pompón solía emanar un aura de melancolía, como si cargara con el peso de los años y las experiencias pasadas. Sin embargo, ahora, el conejo exhibía un espíritu tan alegre que Arturo no podía recordar haberlo visto antes. Sus ojos brillaban con una chispa de emoción y travesura, y se embarcaba en organizaciones de juegos y desafíos para el resto de las mascotas.

Mientras observaba a Pompón llevar a cabo una de sus travesuras, Arturo sintió una sensación de inquietud que no podía ignorar. ¿Había algo más en la actitud juguetona de Pompón? ¿Era su imaginación jugándole una mala pasada o había algo extraño en toda esta situación? La falta de respuestas y la aparente indiferencia de sus leales mascotas solo aumentaban su confusión.

Arturo decidió acercarse a Pompón, sintiendo que debía entender lo que estaba sucediendo, buscó una respuesta en los ojos de su hermoso conejo, que brillaban con una intensidad deslumbrante:

—Pompón, ¿puedes explicarme qué está pasando aquí?

El conejo sonrió de manera traviesa y se inclinó hacia adelante, mirando fijamente a Arturo con sus ojitos encantadores.

—Arturo, mi amigo, ¿acaso te sientes mal? Parece que has tenido un sueño extraño, te noto un poco asustado...—Pompón trató de tranquilizar a Arturo, pero su sonrisa tenía un matiz de misterio que Arturo no podía pasar por alto.

A pesar de las palabras de consuelo de Pompón, Arturo seguía sintiendo que algo no encajaba. Sus recuerdos eran confusos, y el cambio en la apariencia y el comportamiento de su conejo lo desconcertaba. Arturo decidió hablar con Pompón nuevamente, esta vez directamente sobre su comportamiento. Ante lo cual, el conejo lo miró con sus ojos traviesos y una sonrisa juguetona:

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—Solo estoy tratando de mantener las cosas emocionantes, Arturito. La vida es demasiado corta para vivirla de forma aburrida, ¿no crees?

Arturo asintió, pero todavía sentía un nudo de inquietud en su estómago. ¿De verdad había algo más detrás de la actitud juguetona de Pompón, o solo estaba exagerando las cosas? ¿El conejo estaba ocultando algo, o era su imaginación? La inquietud de las innumerables preguntas en su mente lo atormentaba, pero estaba decidido a descubrir la verdad detrás de este misterio, sin importar cuán extraño o incomprensible pareciera.

Por suerte, Arturo recordó que había una forma bastante sencilla de desentrañar todo lo que estaba ocurriendo en este momento sin depender de sus compañeros de clase, los cuales tranquilamente podrían estar durmiendo a estas horas de la noche. Con determinación, se acercó a su espejo y, con una voz llena de convicción, pronunció las siguientes palabras:

—¡Muéstrame mis libros secretos!

La solicitud de Arturo tuvo un efecto inmediato en el espejo. Su propio reflejo desapareció de su superficie, dejando espacio para que una pequeña biblioteca se reflejara en el espejo. Sin embargo, en lugar de encontrar libros en la estantería, una sorprendente figura emergió ante sus ojos. Era una lombriz, inusualmente elegante para su especie, con anteojos que descansaban con gracia sobre su pequeña nariz. La lombriz estaba sumergida en la lectura de un diminuto libro con gran seriedad.

Esta curiosa criatura, a pesar de su modesto tamaño, tenía un aire de sabiduría y autoridad que era imposible pasar por alto. Al darse cuenta de la presencia de Arturo, la lombriz dejó de leer y levantó la vista de su libro. Con un resplandor de inteligencia en sus inexistentes ojos, se presentó con elegancia:

—Saludos, joven lector. Soy el guardián de esta biblioteca, y me llamo Deferí. Para acceder a los secretos que residen en este lugar, deberás decir la contraseña correcta. ¿Cuáles son las palabras mágicas?

Arturo estaba cada vez más desconcertado y desesperado por lo que estaba ocurriendo. Al no recibir la respuesta que necesitaba, su voz se llenó de enojo y miedo mientras gritaba:

—¡¿Cómo es posible que no pueda acceder a mi propia biblioteca?! ¡Necesito leer mi libro de vida para encontrar las respuestas que busco!

Deferí mantuvo su compostura y, con un toque de desaprobación en sus inexistentes ojos, respondió con calma:

—Me temo que esa no es la respuesta que buscaba. Hasta pronto, joven lector.

En un abrir y cerrar de ojos, la biblioteca desapareció del espejo, y el reflejo de Arturo volvió a ser el de un niño de pelo rubio y ojos rojos. El sentimiento de desconexión con su propio cuerpo era abrumador, Arturo tocó su cuerpo como si se tratara de un muñeco y no el mismo. No obstante, en el proceso tocó su espalda, y quedó asombrado al descubrir que esta era mucho menos pesada ¡La joroba que recordaba haber cargado toda su vida había desaparecido sin dejar rastros!

La cordura de Arturo comenzó a tambalear mientras luchaba por encontrar respuestas en un mundo que parecía haberse vuelto completamente extraño. Fue entonces, cuando una voz susurrante comenzó a resonar en la mente del niño, como un eco distante de sus más oscuras pesadillas, una advertencia que se negaba a ser ignorada: “No confíes en ellos, Arturito. No confíes en nadie.”

La traición de sus mascotas en su pesadilla seguía atormentándolo, y la actitud juguetona de Pompón solo aumentaba su sospecha. Tras mirarlo con desconfianza, Arturo no lo dudo más ¡Había algo en el conejo que no encajaba, algo que no podía expresar con palabras!

La voz en su mente le llenó de terror, como un escalofrío que recorría su espina dorsal. El niño miró a Pompón, cuya sonrisa juguetona se desvaneció cuando notó la expresión de miedo en el rostro de Arturo:

—Arturito, ¿qué pasa? ¿Estás bien?

Arturo retrocedió, incapaz de articular sus pensamientos. La voz en su mente se hizo más insistente, como un recordatorio constante de la traición que había experimentado en su pesadilla: “¡No confíes en el conejo! ¡No confíes en tus mascotas! ¡No confíes en nadie!”

Pompón se acercó a Arturo con una expresión preocupada:

—Arturito, debes decirme lo que está pasando. Estás asustándome a mí y a tus mascotas.

Arturo sintió que su mente estaba al borde de la locura ¿Era solo su imaginación, o había algo más perturbador y retorcido, oculto en las sombras de su hogar? ¿Estaban todas sus mascotas conspirando para intentar engañarlo? ¡Sí, eso estaba ocurriendo! ¡Su hogar era una trampa! ¡Las “juguetonas” mascotas lo estaban manipulando! La pesadilla parecía más real que nunca, como si estuviera a punto de desencadenarse en su vida real. Acompañado a sus pensamientos, la voz en su mente se hizo más fuerte, más insistente y frenética: “¡No confíes en ellos! ¡No confíes en su amor falso! ¡Van a sacrificarte de nuevo, Arturo!”

Arturo retrocedió y chocó su espalda contra las frías piedras de su dormitorio, su mirada estaba llena de terror y su cuerpo no paraba de temblar. Miró a Pompón con ojos desesperados y balbució:

—No pu-puedo… No puedo con-confiar en nadie. La pesa-sadilla, Pompón, fue real. No puedo ignorarla. ¡Algo está mal en ustedes! ¡¡Van a matarme!!

Pompón lo miró con preocupación, aparentemente sin comprender completamente la tormenta que estaba ocurriendo en la mente de Arturo. Trató de acercarse para consolarlo, pero Arturo se apartó bruscamente.

—¡No te acerques a mí, traidor! No sé en quién confiar. Estoy asustado. ¡No quiero que me hagan daño de nuevo!

La expresión de Pompón se volvió sombría mientras observaba a su protegido luchar con sus demonios internos; algo raro había ocurrido, y las palabras de Arturo no tenían sentido alguno. Sabía que debía hacer algo para proteger a Arturo, incluso si eso significaba mentir y ocultar la verdad:

—Arturito, no entiendes. Todo eso fue solo una pesadilla. Tus mascotas te aman y nunca te harían daño. Confía en nosotros.

Pero las palabras de Pompón cayeron en oídos sordos mientras Arturo luchaba con sus propios miedos y sospechas. La voz en su mente continuaba susurrándole advertencias, y la sombra de la traición se cernía sobre su mente: “¡Sus palabras son falsas! ¡Su amor es falso! ¡Todo en este mundo es falso!”

Sin fuerza para seguir sosteniéndose, Arturo cayó de rodillas mientras sus lágrimas continuaban mezclándose con su miedo. No sabía en quién confiar, y ni siquiera sabía si podía confiar en sí mismo. La pesadilla se estaba convertido en una realidad aterradora, y ya no había escapatoria.

Pompón lo miró con una mezcla de tristeza y determinación, dispuesto a hacer lo que fuera necesario para proteger a su protegido. Pero Arturo, atrapado en su propio torbellino de miedo y desconfianza, no podía ver las intenciones que se escondían detrás de las mentiras de Pompón.

La traición de las mascotas había dejado una herida profunda en el corazón de Arturo, una herida que no podía sanar fácilmente. En su lucha por comprender la realidad de su pesadilla, se había perdido en un laberinto de paranoia y miedo, incapaz de distinguir entre la fantasía y la realidad. Su hermoso hogar, una vez lleno de alegría y camaradería, se convirtió en un lugar lleno de falsedad y desconfianza. La sombra de la traición seguía persiguiendo a Arturo, como un recordatorio constante de que la muerte estaba en cada esquina de este cuarto esperando encontrarlo.

Mientras Pompón y sus demás mascotas trataban de sacarlo de esta situación, el corazón de Arturo seguía atormentado por la duda y el miedo, incapaz de encontrar la paz que una vez había conocido.

Finalmente, la voz en su mente se hizo insoportable. Le susurraba advertencias constantes, le recordaba la traición de sus seres queridos una y otra vez. El miedo y la paranoia lo consumieron por completo, y finalmente, no pudo soportarlo más. Arturo se abrazó a sus rodillas, preso de la desesperación. Mientras unas lágrimas llenas de impotencia poblaron sus ojos. Con su respiración agitada, el joven luchaba por respirar, pero en su mente distorsionada, incluso su cuerpo parecía estar conspirando contra él en estos momentos.

Pompón observó con tristeza la agonía del niño. Sabía que había llegado el momento de revelar la “verdad”, y buscar liberar a Arturo de sus propias cadenas:

—Arturito, escúchame…—Dijo Pompón con una voz suave y reconfortante, acercándose a su protegido—Todo lo que tienes en tu mente ha sido una ilusión. Tus mascotas nunca te traicionarían. Lo que experimentaste en tu pesadilla no era real.

Arturo levantó la mirada hacia Pompón, sus ojos parecían buscar respuestas entre el mar de lágrimas y desesperación:

—¿Cómo puedo estar seguro de eso? ¿Cómo puedo confiar en que no sea otra mentira de tu parte?

Pompón suspiró y se sentó junto a Arturo, acariciándolo suavemente con su pelaje pomposo:

—Porque te conozco, Arturito. Te conozco mejor que nadie. Y sé que tus mascotas te aman y te protegerán para siempre. No dejes que una pesadilla te haga dudar de la realidad.

Arturo miró a Pompón con incredulidad, luchando por comprender lo que estaba escuchando:

—¿Estás seguro de que no fue real? ¿No me traicionarán?

Pompón asintió con firmeza:

—Estoy seguro, Arturito. Tus mascotas son seres de gran corazón y te aman más de lo que puedes imaginar. No dejes que una pesadilla arruine la hermosa relación que tienes con ellas.

Reconfortado por la tierna vocecita del conejo, Arturo respiró profundamente, sintiendo un alivio que nunca había experimentado antes. La voz en su mente se desvaneció como si nunca hubiera estado allí. La pesadilla se esfumó, y la realidad volvió a cobrar vida. Su cuarto se llenó de sonrisas y todos parecían más alegres que antes. Las lágrimas de miedo se convirtieron en lágrimas de alivio y gratitud:

—Gracias, Pompón. Gracias por ayudarme a superar esta pesadilla.

Pompón sonrió y abrazó a Arturo con cariño.

—Siempre estaré aquí para ti, Arturito. Nunca dudes de la amistad y el amor que compartimos.

No obstante, la siguiente reacción de Arturo fue completamente inesperada por parte de Pompón. El niño apartó bruscamente al conejo que lo abrazaba de un manotazo, y la desesperación de la incertidumbre lo llevó a golpearse la cabeza repetidamente contra las frías rocas de la pared de la habitación, como si buscara que la muerte apagaran las voces que atormentaban su mente nuevamente.

Antes de que las mascotas pudieran detenerlo, Arturo cayó al suelo, desplomándose una vez más en un desmayo. Sus mascotas se abalanzaron hacia él, tocándolo para comprobar que seguía con vida.

Pompón, frustrado y preocupado al ver el rostro de Arturo lleno de sangre, comenzó a repartir insultos y lamentos con enojo. Movía sus patitas frenéticamente, expresando su angustia:

—¡Carajo! ¿Por qué esa araña de mierda que no recuerda ni a su propia madre no advirtió acerca de este problema? ¿Acaso le pareció insignificante mencionar el detalle que Arturo se convertiría en uno de los niños que fueron sacrificados en el ritual de ese viejo loco? ¡Su falta de claridad ha destrozado la mente de este chico! ¡Es la cuarta vez que se desmaya!