Las horas se desvanecieron en días, y los días se extendieron en semanas; un mes pasó volando. Hoy, Arturo se enfrentaba a una tarea inusual. Después de haberse tomado las vacaciones más prolongadas desde su ingreso a la academia de “magia” durante los dos primeros meses del año, llegaba el momento de regresar al “trabajo”. Pompón le propuso la idea de ganar los trofeos que aún no había conseguido. Esta sugerencia resonó en Arturo, quien aceptó el desafío con determinación.
La meta del conejo era clara: aproximarse a los trofeos ganados en el pasado que yacían olvidados. Pompón, con su inquebrantable espíritu, estaba decidido a rescatar esos logros y, de paso, descubrir el título honorífico que Arturo obtuvo durante las inspecciones. Este título, que había caído en el olvido debido al temor de Pompón de revelar el desafortunado salón de trofeos que había trastornado la mente del verdadero “Arturo”.
Pero tras realizar otra caza de trofeos, el conejo tenía confianza de que Arturo lograría relacionar ese oscuro salón con sus nuevos logros, y de tal forma ganaría una nueva oportunidad de redescubrir y honrar los logros pasados.
—¿Te di una lista, por cuál de todos comenzamos?—Preguntó Pompón mientras miraba cómo el niño daba vueltas en círculos por la habitación, aparentemente consumido por la indecisión de enfrentar una gran cantidad de posibilidades a la vez.
—La más arriesgada es la del comedor y la más aburrida es la del misterioso estudiante fantasma…—Murmuró Arturo mientras iba de un lugar a otro.
—Sí, más o menos. Digamos que estos rumores datan de hace milenios, y prácticamente no se han dispersado nuevas leyendas sobre cómo ganar trofeos. De hecho, lo poco que hay se remonta a lo que mencionaste hace mucho tiempo atrás —Comentó Pompón de pasada—Por lo tanto, enfrentarnos a la realidad es todo un misterio, y ten en cuenta que si alguno de estos trofeos depende directamente del beneficio de un gremio, podría no estar disponible en la actualidad.
—¿Yo revelé los rumores que nos contó Momo? —Preguntó Arturo, deteniéndose abruptamente.
—Sí, eras muy pequeño en ese entonces y hablaste un poco más de la cuenta ese día. Puede ser que no los recuerdes, pero como sabes, los conejos tenemos buena memoria, y no olvido eso —Mencionó Pompón rápidamente.
—Eso no lo dudo. Prácticamente recuerdas todo lo que nos pasa; es como si tuvieras un libro que describiera nuestras aventuras o algo así... —Comentó Arturo mientras continuaba dando vueltas en círculo, meditando sobre las opciones que se les presentaban.
—Una gran memoria... —Dijo Pompón, rascándose la cabeza con su patita con histeria.
—El trofeo del gimnasio es bastante fácil de obtener, y ni hablar del certamen de ciencias —Comentó Arturo, reflexionando sobre las posibilidades— Aunque es posible que laboratorio secreto haya sido cerrado, como pasó con mi aula.
—Eso depende. Si el “evento” que nos da el trofeo estaba relacionado con los gremios que se vinculan con la academia, como el de curadores, profesores, criadores, entre otros, entonces tienes razón…—Afirmó Pompón con sabiduría; aunque en realidad solo estaba revelando información que Arturo había recopilado a medias durante su infancia en la academia, y el resto era parte de su imaginación o ideas personales sobre el funcionamiento de este misterioso mundo— Mientras tanto, si el “evento” está relacionado con la habitación del gimnasio, entonces el trofeo aún debería ser accesible. Por ejemplo, nosotros seguimos teniendo acceso al libro de rumores y de vez en cuando nos encontramos con esas haditas que los estudiantes usan de mascotas. ¿Recuerdas que participaste en la creación” de esas hadas?
—Claro que lo recuerdo. Ese día logramos liberar una gran parte del poder divino de Copito —Mencionó Arturo, recordando una historia completamente diferente a la que el conejo había leído.
—Lo importante es que en la academia hay cosas que dependen de los gremios y otras, no tanto, sino que dependen de objetos misteriosos, libros mágicos, fantasmas, criaturas o la habitación en cuestión —Comentó Pompón, tratando de darle una noción más clara del mundo al niño.
—Esperemos que el gimnasio no haya sido bloqueado por el gremio de profesores. Sería muy molesto enterarse de que no podemos ganar un trofeo por tal motivo… ¡Además, ya conseguimos todos los objetos necesarios! —Manifestó Arturo poniéndose nervioso, dando vueltas por la habitación con más prisa.
—¡Cálmate, Arturo! Estoy seguro de que el Dios que te envió a estos tiempos prestó atención a esos detalles... y en caso contrario, no estaría mal pedir ayuda a la estatua que tienes en el santuario. Quién sabe, tal vez te escuche y nos ayude —Tranquilizó Pompón, dando brincos para ponerse delante del niño, evitando que siguiera dando vueltas sin sentido.
—Bueno, vayamos por el trofeo del gimnasio. Es fácil, cómodo y en unos minutos tendremos nuestra recompensa —Dijo Arturo mirando a Pompón con determinación.
Arturo y Pompón salieron del santuario con paso decidido, dispuestos a enfrentar los desafíos que les deparaba el gimnasio. A medida que se acercaban al espejo, Arturo reflexionaba sobre las “experiencias” que había vivido en ese lugar durante sus años en la academia. El gimnasio, un espacio lleno de recuerdos y desafíos físicos, era el escenario perfecto para probar sus habilidades y obtener el codiciado trofeo.
Al llegar al espejo, Pompón pronunció las siguientes palabras mágicas:
> “En el templo del sudor y la destreza, donde el hierro reta con firmeza, se hallan máquinas que rugen como leones y se encuentra la sabana donde se forjan corazones. Pesas y barras desafían la armonía, en busca del alma más fuerte cada día. Nuestros ecos de gruñidos y suspiros resuenan en la estancia, donde el desafío se entrelaza con la esperanza. ¿Dónde estoy?”
Tras pronunciar las palabras mágicas, Pompón observó cómo la imagen reflejada en el espejo comenzaba a distorsionarse y comentó:
—Ve entrando, Arturo. Las mascotas te seguirán por si la situación se descontrola. Yo buscaré el soborno que necesitamos para superar la prueba con el mejor resultado posible.
Arturo siguió la sugerencia del conejo y se adentró en el espejo. Al llegar al gimnasio, el niño descubrió que Copito, Anteojitos y Tentaculin lo habían acompañado, y que Pompón ya estaba empezando a materializarse a pocos metros; entre sus patitas se hallaban el vino exótico que necesitaban para ganar el trofeo. Sin demora, Arturo comenzó a explorar el entorno en busca del instructor que los guiaría durante las pruebas.
El gimnasio de la academia emanaba un aire rudimentario y nostálgico, donde la tecnología avanzada daba paso a elementos simples y eficaces. Las paredes de piedra desgastada contaban historias de incontables entrenamientos y competiciones, mientras que la iluminación provenía de antorchas dispuestas estratégicamente, arrojando sombras danzantes en las paredes. El suelo de madera gastada mostraba las huellas del tiempo y del constante trajín de estudiantes.
En el corazón del gimnasio se alzaba un estrado elevado, rodeado por las máquinas más complejas del lugar. Estas, a primera vista, parecían ser dispensadores de bebidas energéticas y barras nutritivas. Arriba del estrado se encontraban pesas y barras de hierro. Las paredes albergan estantes con pesadas pesas de piedra, cuerdas no muy confiables, colchonetas rotas, pelotas duras como el cemento y otras herramientas que resaltaban el enfoque práctico y simple del lugar.
Los pocos estudiantes que había por la habitación se esforzaban en sus ejercicios buscando completar sus rutinas. El sonido de las pesas chocando resonaba en el gimnasio, acompañado por los gruñidos de esfuerzo y las voces animadas de los estudiantes que se alentaban mutuamente. En vez de monitores electrónicos, tablas de madera sencillas llevaban el registro de los logros de cada estudiante, creando un ambiente que promovía la competencia.
Unas pocas ventanas altas permitían la entrada de algo de luz natural, iluminando el espacio de manera tenue. A través de las ventanas se desplegaba un pintoresco paisaje invernal que confería un encanto único al ambiente. Un manto de nieve cubría el suelo, creando un escenario sereno y mágico que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Los árboles, sus ramas cargadas de nieve, parecían esculpidos por la naturaleza, y el resplandor del sol sobre la blancura del paisaje creaba destellos que daban vida al exterior.
El viento gélido se colaba por las ventanas abiertas, llevando consigo la frescura característica de la temporada invernal. El roce del viento refrescante acariciaba suavemente a los estudiantes concentrados en sus ejercicios, aportando una sensación revitalizante a la atmósfera del gimnasio. Unas viejas y desgastadas cortinas azuladas ondeaban ligeramente en los alrededores de las ventanas, danzando al ritmo de la brisa invernal que transportaba consigo la esencia pura de la nieve.
Pompón, con sus orejas alerta, notó la ausencia de las típicas multitudes y risas de los estudiantes que solían llenar este lugar, por lo que no pudo evitar comentar:
—Algo no está bien, Arturo. Este lugar solía estar lleno de estudiantes, pero mira lo vacío que se ve. ¡Parece abandonado!
—A lo sumo hay 5 estudiantes dispersos por la habitación —Agregó Arturo mientras contaba a los alumnos repartidos en el salón, siendo apenas 4, lo que dejaba el espacio bastante despoblado. A pesar de ello, el gimnasio contaba con un techo abovedado que provocaba que el eco en el sitio fuera lo suficientemente molesto como para escuchar a cada uno de esos 4 estudiantes gimiendo mientras realizaban sus rutinas.
Las mascotas asintieron, compartiendo la preocupación de su dueño. Se adentraron más en el gimnasio, con cada paso resonando en el silencio sepulcral. El eco de sus pasos parecía reverberar en las paredes, creando una atmósfera aún más inquietante.
Al llegar al centro del gimnasio, donde solían llevarse a cabo las competiciones, encontraron el escenario vacío. Arturo se detuvo y observó el lugar con nostalgia, “recordando” los momentos en los que competía junto a sus compañeros.
—No está a la vista el instructor, Arturo. Parece que se encuentra algo escondido. Esto complica las cosas —Observó Pompón, evaluando la situación con agudeza.
—Tienes razón, Pompón. Pero no nos daremos por vencidos. Si los instructores están ocultos, los encontraremos. Si alguien se los llevó, lo confrontaremos. Nada nos detendrá en nuestra búsqueda —Declaró Arturo con determinación, su mirada reflejando la chispa de la voluntad que lo impulsaba.
No obstante, las palabras de Arturo quedaron algo exageradas ante el desarrollo de los acontecimientos, ya que uno de los 4 estudiantes que estaba haciendo ejercicio se interesó en la charla que este misterioso niño estaba teniendo con un conejo y no pudo evitar gritar:
—¡Hey, niño, el instructor está aquí! Me está ayudando con mi rutina...
Arturo y Pompón se acercaron al lugar desde donde provenía el entusiasmado grito del estudiante. A medida que se aproximaban, pudieron observar una escena peculiar. En una de las esquinas, un instructor motivaba a un estudiante de alrededor de 17 años mientras levantaba pesas. El instructor destacaba por su apariencia única y atractiva. Poseía un cuerpo tonificado que resaltaba su figura esbelta, con orejas puntiagudas que le daban un toque intrigante. Sus ojos eran grandes y brillantes, reflejando una energía positiva y motivadora. Se erguía imponente y era notablemente alto, lo que le confería una presencia dominante en el gimnasio.
El instructor vestía unas zapatillas deportivas blancas, junto a unos ajustados pantalones cortos negros que resaltaban la definición de sus piernas tonificadas. Su torso estaba cubierto por una camiseta sin mangas de color negro que le encajaba al cuerpo, la cual exhibía sus marcados músculos sin discreción alguna. Completaba su atuendo con unos guantes deportivos que lo ayudaban a no lastimarse sus manos, las cuales tenían un aspecto sumamente delicado, pese a lo que la apariencia física del instructor indicaba. Sus dedos eran largos y finos, tan elegantes que parecían nunca haber hecho trabajo físico en su vida.
El estudiante, por otro lado, se esforzaba levantando pesas bajo la atenta mirada y las indicaciones del instructor. Su edad rondaba los 17 años, con una complexión atlética y una expresión de determinación en su rostro. Vestía la tradicional túnica negra que usaban todos los estudiantes, pero la suya estaba completamente destrozada y dejaba expuesto gran parte de su tonificado cuerpo, lo que resaltaba su dedicación al ejercicio físico.
—¡Vamos, Jason! ¡Puedes hacerlo! ¡Un par más y habrás alcanzado tu mejor marca! —Exclamaba el instructor con entusiasmo, alentando al estudiante a esforzarse al máximo.
Arturo y Pompón se acercaron, cautelosos, pero intrigados por la energía positiva que irradiaba el instructor. Este, al notar la presencia de los nuevos visitantes, detuvo brevemente la rutina de Jason y se volvió hacia ellos con una sonrisa amistosa.
—¡Bienvenidos, chicos! ¿Cómo puedo ayudarles hoy? —Preguntó el instructor con una voz enérgica y amigable.
—Hola, soy un estudiante de la academia de magia y estoy buscando a los instructores del gimnasio. ¿Eres uno de ellos? —Inquirió Arturo, mostrando respeto y curiosidad.
—¡Exacto! Soy Alex, uno de los instructores de este gimnasio. Y este joven es Jason, uno de mis estudiantes más dedicados. ¿En qué puedo ayudarles? —Respondió Alex, señalando al estudiante que aún mantenía una expresión concentrada en su rostro.
—Estamos buscando obtener el trofeo del gimnasio y necesitamos la orientación de los instructores. ¿Puedes ayudarnos en nuestra búsqueda? —Preguntó Pompón, observando cómo Jason lo miraba con una mezcla de expectación y aturdimiento. Parecía como si esperara que la presencia del extraño conejo parlante le trajera algún rumor que pudiera mejorar su destino.
—¡Claro que sí! Estoy aquí para guiarlos en su entrenamiento y ayudarlos a alcanzar sus metas. Vamos a ver qué trofeo pueden ganar y cómo mejorar sus habilidades. ¡Jason, toma un breve descanso, y les mostraré a estos chicos lo que necesitan saber! —Anunció Alex, dirigiendo una mirada cómplice a su estudiante.
Jason asintió con agradecimiento y se sentó a descansar mientras observaba con interés a Arturo y Pompón. Alex se acercó a los nuevos visitantes, listo para compartir su conocimiento y motivarlos en su camino hacia los trofeos del gimnasio:
—Para ganar el trofeo, deberán superar las marcas máximas de todos los estudiantes presentes en el gimnasio en el momento de iniciar el desafío. Además, tendrás que sobrepasar la puntuación más alta de los últimos cien años por al menos un punto. Si logran este desafío, se llevarán el ansiado trofeo que buscan. ¿Quieren poner a prueba sus habilidades? —Preguntó Alex, fijando su mirada en Arturo con expectación.
—¡Claro! Pero antes quisiéramos saber si hay otro instructor dando vueltas por el gimnasio. Jason está en medio de su rutina, y sería algo molesto que tenga que interrumpirla para que podamos tener nuestras pruebas —Mencionó Pompón, lanzando una mirada contundente a Jason.
—A mí no me molesta... —Comentó Jason, sonriendo tontamente al tierno conejo que lo observaba—Estoy más interesado en ver cómo ese niño supera mi marca máxima teniendo el físico que tiene...
—¡Oh, qué estudiante tan bueno, dispuesto a dejar ir a su instructor para que podamos iniciar nuestro desafío! Pero Arturito es un estudiante con un gran corazón, por lo que no podría “ganar” el trofeo si nota que no estás pudiendo trabajar por nuestra culpa —Mencionó Pompón con ternura, aunque su mirada parecía un cuchillo afilado indicándole a Jason que mantuviera la boca cerrada.
Arturo, por su parte, no comprendía absolutamente nada de lo que estaba comentando Pompón, pero percibió la mirada molesta del conejo y supo que algo debía estar sucediendo. Aunque no logró recordar los detalles, dedujo, a partir de lo que le había mencionado Pompón anteriormente, que aparentemente necesitaba otro instructor para completar este desafío, ya que este no era el que se podía sobornar con el vino que habían traído.
—¿Oh? ¿Buscas a Silly? ¿Estás seguro? Mira, es el más estricto de los instructores y en general tiene mala fama entre los estudiantes, puesto que se enoja más de la cuenta por tonterías —Mencionó Jason, comprendiendo que el conejo deliberadamente estaba buscando al otro instructor en el gimnasio para completar la prueba.
—Puedes hacer la prueba física, ya sea con Silly o conmigo. Mientras alcances las puntuaciones, lograrás ganar el trofeo del gimnasio. Si buscas a Silly, debe estar “motivando” a los estudiantes en donde se encuentran las colchonetas, en la esquina de allá —Añadió Alex con una sonrisa amable, bastante contento de descubrir que aún había estudiantes tan amables como Arturo.
Arturo asintió con gratitud por la información proporcionada por Jason y Alex. Decidió encaminarse hacia la esquina donde Silly motivaba a los estudiantes en las colchonetas. Mientras se aproximaba, observó la interacción de Silly con los estudiantes. Era una figura imponente con orejas puntiagudas, ojos azules grandes y brillantes, y un cuerpo tonificado. Este instructor llevaba el mismo conjunto de ropa que usaba Alex, pero destacaba por una peculiar gorra de color rojo que le cubría gran parte de su rostro, ocultando la visión de sus ojos y añadiendo un toque de misterio a su presencia.
—¡Dame otra sentadilla, foca gorda! ¿Acaso crees que con ese culo plano lograrás seducir a los jefes que te inspeccionarán en unos meses? —Gritó con ira Silly, mientras su saliva empapaba a la pobre estudiante que luchaba con esfuerzo por completar otra sentadilla.
—Así que este era el sujeto que se la pasaba gritando… —Murmuró Arturo, observando a Silly con cuidado. La verdad era que esta criatura era bastante alta e imponente para un adulto promedio, por lo que desde la perspectiva de Arturo, se asemejaba a una especie de gigante, y para colmo, uno con mal humor.
—No te preocupes, Arturo. Justamente es eso lo que buscamos, un tipo duro y con pocos modales, alguien corrompible por los placeres de la vida… —Murmuró Pompón, dando alegres brincos mientras se acercaba con precaución al instructor.
Al llegar, Arturo saludó a Silly con respeto y se presentó con cierto temor, intimidado por el físico imponente de la otra persona:
—Hola, mucho gusto, mi nombre es Arturo, y quiero intentar ganar el trofeo del gimnasio. ¿Podrías ayudarnos?
—Umm… Tú no eres humano… ¿Y ese conejo? Hace décadas que no veo a alguien tan peculiar en este gimnasio. ¿Quién demonios son ustedes realmente? Dudo que seas un estudiante, moscoso... —Mencionó Silly con desconfianza, retrocediendo unos pasos.
—Arturo no es un humano, pero es un estudiante, ¡mira sus ropas! Además, es un estudiante muy generoso…—Dijo Pompón con cautela, temeroso de que la situación se desviara de lo planeado.
—No tengo dudas de que no eres un estudiante. ¿Acaso crees que soy idiota? Pero sí tengo muchas dudas acerca de qué tan generoso eres... —Murmuró a regañadientes Silly mientras una extraña sonrisa se formaba en su rostro al ver la botella de vino que el conejo sostenía entre sus patitas.
—Te trajimos este vino de regalo, para que puedas desestresarte luego de que termines de evaluarnos para ver si merecemos obtener el tan ansiado trofeo del gimnasio —Mencionó Pompón, indicándole a Anteojitos que hiciera levitar la botella de vino hasta el instructor.
Con una sonrisa enigmática, Silly aceptó la propuesta y le indicó a Arturo que se preparara para la serie de desafíos:
—Ah, qué lindo es cruzarse con un “estudiante” tan bien versado en el arte de los buenos modales—Dijo mientras impresionaba el vino entre sus manos— ¿Ves, foquita? Aprende de este niño y no tengo la menor duda de que aprobarás el gran exámen, como este mocoso lo hizo hace varias décadas. Ahora, ve poniéndote encima de una colchoneta, Arturo, así podremos iniciar las “evaluaciones” físicas.
—¿Tú aprobaste el examen?...Pero si apenas tienes 9 años —Preguntó la estudiante apodada como “foca” por el maleducado entrenador
—Soy un mago, ¡y uno muy poderoso! —Dijo Arturo con orgullo, caminando con la frente en alto hacia la colchoneta, feliz de poder pavonear su título de “mago” frente a una chica apuesta.
—¿Eh? —Mencionó la estudiante sin entender lo que dijo Arturo.
—No lo escuches tanto y ve a tomar un descanso. Si este niño tiene un conejo, claramente es porque es un retrasado mental, así que ignora las tonterías que diga y escucha al conejo en su lugar —Ordenó Silly mientras señalaba con su dedo a la distancia, indicándole que se fuera al diablo y no lo molestara mientras tomaba las pruebas.
—Ve a la colchoneta, Arturito, ¡hay un trofeo que ganar! —Motivó Pompón, buscando que el niño no le prestara mucha atención a que lo acababan de llamar “retrasado mental”.
Arturo se plantó firme sobre la colchoneta, listo para enfrentar las pruebas físicas que Silly le tenía preparadas. Las evaluaciones comenzaron con ejercicios básicos, incluyendo flexiones, abdominales y carreras cortas alrededor del gimnasio. La presencia llamativa de Arturo y sus mascotas atrajo la atención de los otros cuatro estudiantes, quienes abandonaron sus rutinas para observar con curiosidad cómo el niño se desempeñaba en las evaluaciones.
—Bien, Arturo, comenzaremos con las sentadillas. Deberás realizar 500 seguidas sin pausa para superar la marca máxima de los cuatro estudiantes presentes en el gimnasio. Si logras eso, ganarás medio punto. Luego, tendrás que hacer 4874 sentadillas seguidas y sin pausa para superar la marca máxima alcanzada en los últimos cien años, tras lo cual obtendrás el medio punto restante —Explicó Silly, mientras observaba cómo los estudiantes en el gimnasio formaban un círculo y comenzaban a cotillear sobre las evaluaciones.
—¡Tú puedes, Arturo! ¡Confía en tus músculos! —Alentó Pompón, tras lo cual las mascotas se unieron para dar ánimos al niño. Copito saltaba alegremente, Anteojitos subía y bajaba enérgicamente, e incluso el tímido Tentaculin había salido de su sombra para moverse alegremente y transmitir ánimos desde la distancia.
La energía en el gimnasio se intensificó mientras Arturo se preparaba para el desafío. La mirada determinada en su infantil rostro indicaba que estaba listo para enfrentar las extenuantes sentadillas que se le presentaban.
Arturo se sumergió en las sentadillas con una energía impresionante. Durante las primeras 40 repeticiones, ejecutó el ejercicio con precisión y rapidez. Sin embargo, a medida que continuaba, los músculos de sus piernas comenzaron a cansarse y su respiración se volvía más agitada. Con cada descenso y ascenso, la fatiga se apoderaba de él, como si estuviera nadando contra una corriente implacable.
Llegó al número 50 antes de que sus piernas, agotadas, cedieran bajo su propio peso. Arturo se desplomó en la colchoneta, jadeando y sudando profusamente. El esfuerzo por respirar era tan intenso que su pecho subía y bajaba como olas agitadas.
Silly, observando con un gesto impasible, anunció: —Solo lograste cincuenta sentadillas y para colmo todas fueron mal hechas. Tu resultado es horrible, incluso para un principiante. Recuerda, necesitas alcanzar las 500 sentadillas sin pausa para superar la marca de los otros estudiantes. ¿Sigues adelante, Arturo?
Stolen story; please report.
Arturo, aún tumbado en la colchoneta, luchaba por recuperar el aliento. Entre jadeos, murmuró: —Dame un momento.
Las mascotas de Arturo lo rodearon, preocupadas, mientras Pompón le daba ánimos:
—Vamos, Arturo, tienes el apoyo de todos nosotros. Tómate tu tiempo, pero no te rindas. Me parece que el entrenador está buscando que el engaño sea menos obvio, pero no te preocupes, ya pagamos el soborno: ¡Este trofeo es nuestro!
Con un esfuerzo visible, Arturo se incorporó y se apoyó en las rodillas. A pesar de la extenuación, una chispa de determinación brillaba en sus ojos. Respiró profundamente, recuperando algo de fuerza antes de mirar a Silly y asentir.
—Continuemos —dijo Arturo, con voz entrecortada pero decidida. Estaba listo para enfrentar el siguiente desafío, aunque sabía que la prueba apenas comenzaba.
A pesar de su agotamiento, Arturo logró reunir la fuerza para realizar otras cinco sentadillas antes de caer exhausto nuevamente. El gimnasio estaba lleno de un silencio tenso mientras todos observaban la prueba con atención.
Silly, evaluando la situación, decidió tomar una medida inesperada. En lugar de seguir la cuenta de manera convencional, empezó a contar de manera irregular:
—Cincuenta y uno, quinientos dos, mil tres, tres mil cuatro, cinco mil cinco...
La confusión se apoderó de la sala mientras los estudiantes, las mascotas y Pompón intentaban entender la extraña secuencia numérica. Arturo, aún jadeando en el suelo, levantó la mirada con sorpresa.
—¿Qué está pasando? —Preguntó la chica que había estado ejercitando con Silly anteriormente, frunciendo el ceño ante la inusual forma de contar de Silly.
—Muy bien, Arturo, superaste las 5000 sentadillas. ¿Vamos por la siguiente evaluación? —Declaró Silly, con una sonrisa maliciosa.
La chica se acercó a Silly con un tono de desaprobación: —Eso no es justo. Las reglas son claras, y las evaluaciones deben ser justas y transparentes.
—Mira esa pizarra y dime cuántas sentadillas realizó Arturo —Respondió Silly, sin mostrar la menor preocupación por la ética. La chica levantó la cabeza y miró con asombro la posición máxima de la pizarra, donde Arturo había alcanzado la cima con su marca de 5005 sentadillas.
Arturo, con la respiración agitada, pero aún lleno de determinación, se levantó del suelo y, con una sonrisa forzada, se paseó por el gimnasio como si fuera un campeón en su momento de gloria. Los estudiantes presentes miraban con incredulidad y asombro, incapaces de creer lo que estaban presenciando. Silly, por su parte, mantenía una expresión de satisfacción, como si estuviera disfrutando el espectáculo que él mismo había orquestado.
—¡Increíble! ¡Jamás había visto algo así! —Exclamó uno de los estudiantes, con los ojos bien abiertos y la boca entreabierta.
—¿Cómo es posible que haya hecho tantas sentadillas sin detenerse? —Preguntó Jason con una sonrisa irónica, observando la pizarra con los números que parecían desafiar la lógica del esfuerzo físico.
Arturo, mientras tanto, continuaba su “hazaña”, rompiendo récords con cada ejercicio que realizaba. Según sus resultados, el niño hacía flexiones interminables, corría sin cansarse y levantaba pesas con una facilidad que desafiaba cualquier lógica. Pompón, desde la distancia, mantenía su expresión de alegría y se unía a las mascotas que animaban a Arturo a continuar “esforzándose” por obtener el trofeo.
Silly, con su actitud desafiante, se acercó a Arturo y le susurró: —Eres todo un atleta, niño. Me estás dando un espectáculo digno de recordar. Pero aún no has terminado, quedan más pruebas por superar.
Arturo, aunque agotado, continuó con su farsa, siguiendo las indicaciones de Silly. Los estudiantes observaron con incredulidad y cierta molestia, conscientes de que algo no estaba bien en estas evaluaciones.
Tras innumerables pruebas, Silly, con su sonrisa maliciosa, anunció la última prueba, el gran final que sellaría el destino de Arturo en este peculiar desafío:
—Bien, Arturo, has demostrado ser un auténtico prodigio en los ejercicios físicos, pero ahora llegamos a la prueba final: la carrera de obstáculos. Tendrás que recorrer el gimnasio sorteando todos los obstáculos en el menor tiempo posible. Si logras superar esta última prueba con el puntaje perfecto, el trofeo será tuyo.
Arturo, aunque agotado, asintió con determinación. La pista de obstáculos estaba compuesta por vallas, neumáticos, barras paralelas y otros elementos improvisados que Silly había dispuesto estratégicamente en el gimnasio. Aunque la prueba parecía ser físicamente agotadora, Arturo se preparó mentalmente para enfrentarla.
El niño se lanzó a la carrera, “esquivando” ágilmente cada obstáculo. Pompón y las mascotas lo animaban desde la distancia, mientras los estudiantes observaban con cierta incredulidad cómo Arturo directamente pasaba las vayas saltando por los costados, ignoraba el camino de neumáticos y le pedía a sus mascotas que levantaran las cuerdas que le impedían avanzar. Incluso lo observaron levitando en el aire para evitar el tanque de pelotas que Silly con tanto esmero había armado.
Después de completar la pista de obstáculos de una manera que desafiaba las leyes de la física y la lógica, Arturo llegó al final de la prueba con una sonrisa traviesa en su rostro. Pompón y las mascotas lo vitorearon, y los estudiantes presentes desconcertados por las tácticas poco convencionales, no pudieron evitar sentirse molestos ante el robo descarado de Arturo.
Silly se acercó a él y anunció con un toque de sarcasmo:
—La verdad es que perdí la cuenta, pero creo que fueron unos 10 segundos ¡Oh, mira, rompiste el récord! Buen trabajo, Arturo. Parece que has superado todas las pruebas de una manera... única. Aunque no seguiste el protocolo al pie de la letra, debo admitir que has demostrado habilidad y creatividad. Además, el apoyo de tus mascotas fue encantador, así que ignoraré esos pequeños detalles y valoraré el poder de la amistad.
Arturo, con una mirada entre sorprendida y esperanzada, preguntó:
—¿Gané el trofeo?
Silly, sosteniendo con codicia el vino que le habían “regalado”, respondió sin prestarle mucha importancia al niño:
—Dado que lograste romper todos los récords, te llevas el trofeo, además de los puntos de gimnasio que te fueron concebidos de acuerdo a tu nota final.
—¿Qué son los puntos de gimnasio y dónde está mi trofeo? —Preguntó Arturo con evidente molestia. Después de tanto esfuerzo, se sentía horrible ser ignorado de esa manera por el instructor.
—Pregúntale a esos mocosos, yo ya estoy ocupado por hoy… —Mencionó Silly mientras su cuerpo comenzaba a volverse cada vez más transparente.
—¡Espera, dame mi trofeo! —Gritó Arturo con histeria mientras se lanzaba para atrapar al instructor, pero era demasiado tarde y solo quedaba un espejismo que se le escurrió entre los dedos en el lugar donde antes se encontraba Silly.
—Está bien, Arturo, el trofeo seguro está en nuestro salón de trofeos… —Intentó de tranquilizar Pompón.
—¿Y el confeti? ¿Y los globos? ¿Y la torta? ¿Y ni qué hablar del payaso? ¿Cómo puede ser que nos hayan dado un trofeo de manera tan aburrida? ¿Dónde está nuestra fiesta de celebración? Claramente, este embustero nos traicionó y nos robó nuestro vino —Se quejó el niño mientras tiraba manotazos al lugar donde se encontraba el espejismo de Silly.
—Oh…La fiesta la tendremos cuando regresemos a nuestro hogar, no te impacientes. ¡Estoy seguro de que será fantástica! —Mencionó Pompón mientras miraba al tierno Copito con complicidad y provocaba que este comenzará a volverse más transparente.
—Para mí nos robaron, pero dentro de unos pocos minutos sabremos la verdad… —Replicó Arturo, tratando de contener su frustración inútilmente.
Ignorando la cuestión de que una de sus mascotas estaba desapareciendo, el niño se acercó a los cuatro estudiantes que habían estado fisgoneando toda la evaluación y les preguntó con prepotencia:
—¡Ustedes! Explíquenme qué son estos puntos de gimnasio que el traidor mencionó antes de desaparecer.
Los estudiantes, aún sorprendidos por las habilidades poco convencionales de Arturo en las pruebas, intercambiaron miradas nerviosas antes de que uno de ellos, un joven de cabello oscuro y aspecto tímido, tomara la palabra:
—Verás, esos puntos de gimnasio son como una especie de moneda interna de la academia. Se ganan al superar pruebas y desafíos en el gimnasio, y se pueden usar para obtener beneficios, como acceso a entrenamientos especiales o incluso para mejorar tus evaluaciones. Cada estudiante tiene un historial de puntos que refleja su rendimiento físico aquí.
Arturo frunció el ceño, aún sin entender completamente la situación:
—¿Y mi trofeo? ¿Dónde está? —Preguntó con impaciencia.
El estudiante tímido se encogió de hombros, aparentemente incómodo con la situación:
—Bueno, sobre eso... Generalmente, los trofeos se entregan junto con una ceremonia especial al final del año académico. Pero no te preocupes, tus logros hoy definitivamente serán reconocidos.
—¡Pero queremos nuestra fiesta de celebración ahora! —Dijo Arturo con ímpetu, aun enojado por la posible estafa.
Los estudiantes intercambiaron miradas desconcertadas, y el mismo chico tímido intentó explicar:
—Lo siento, pero aquí las cosas funcionan de manera un poco diferente. Las celebraciones y las fiestas suelen organizarse al final del año, y Silly... bueno, él es algo excéntrico, pero nos ayuda con las evaluaciones, por lo demás…
Pompón suspiró ante la situación tensa que se estaba desarrollando. Miró a los estudiantes con una expresión compasiva, como si estuviera a punto de lidiar con un grupo de niños pequeños que no entendían del todo la gravedad de la situación.
—Por más que digan idioteces todo el día, el chico no va a entender que le están pidiendo que entregue el rumor de cómo ganar este trofeo a cambio de su información… —Interrumpió Pompón, dirigiendo una mirada de simpatía a los estudiantes, quienes aún se veían confundidos por la situación.
Era evidente que los estudiantes habían observado el extraño vino que sostenía Silly con avaricia, pero muchos detalles se les escapaban. Por ejemplo, ¿se entregaba solo el vino, o había algún otro componente en el soborno? ¿Qué tipo de vino se utilizaba para sobornar? ¿Era obtenido mediante alguna misión específica? Y, quizás lo más intrigante, ¿dónde se encontraba la criatura que otorgaba esa misión?
Motivados por el deseo de obtener una comprensión más profunda de la situación, los estudiantes se embarcaron en tratar de obtener más respuestas. Por lo que, siguiendo el consejo del conejo, Jason intentó explicar la situación de manera más directa:
—Arturo, si nos dices cómo lograste que Silly te arreglara las evaluaciones, con gusto te explicamos más en detalle qué son los puntos de gimnasio, para qué sirven y cómo usarlos. Más allá del trofeo, que puede terminar siendo una terrible basura, los puntos que ganaste tienen muchísimo valor, al menos para nosotros cuatro…por lo que te proponemos un círculo de rumores, tus nos dices que sabes sobre estas evaluaciones físicas y nosotros te decimos lo que fuimos averiguando sobre los puntos de gimnasio a medida que crecimos.
—Bueno, solo necesitan…—Antes de que Arturo pudiera responder, Anteojitos le propinó un fuerte golpe, provocando que el chico se llevara las manos a la cabeza al sentir el dolor agudo. Una pequeña cantidad de sangre azulada se escurrió por su frente, generando un alarido histérico por parte de Arturo:
—¡Hey, por qué me pegaste, Anteojitos! ¡Mira, mira, mira, estoy sangrando, idiota!
Pompón intervino rápidamente para calmar la situación:
—¡Tranquilos, tranquilos! Anteojitos, ¿por qué hiciste eso?
Con una expresión de incredulidad, Anteojitos miró al conejo como diciéndole: «¡Pero si tú me pediste que lo golpeara para que se callara, rata peluda!». Ante esto, Pompón miró a Arturo con ternura y dijo:
—Tranquilo, Arturito, Anteojitos solo quería asegurarse de que estuvieras despierto y prestando atención a lo que estás diciendo. ¿Acaso no estábamos hablando de algo importante? Y aun peor: ¿Acaso no estabas hablando de algo importante de forma completamente gratuita?
Arturo, aún aturdido y observando la sangre en sus manos, miró con el rabillo de sus ojos al conejo, indicando que no comprendía a qué se estaba refiriendo su curador.
—Eres un mago, por lo que hay que pactar las cosas con magia, Arturo; pero lo importante ahora es: ¿Por qué estás sangrando? ¿Acaso son tan débiles los tritones? —Cuestionó Pompón, sintiéndose culpable por haber enviado a Anteojitos a silenciar al niño.
Ignorando lo dicho por el conejo, el niño siguió viendo cómo sus manos se manchaban con cada vez más sangre azulada, logrando que se pusiera cada vez más histérico:
—¡Me rompiste la cabeza! ¡Me rompiste la cabeza! ¡¡Me rompiste la cabeza, mascota de mierda!!
Ante los gritos del niño, la chica que anteriormente había estado trabajando con Silly se acercó a una de las máquinas dispensadoras del gimnasio, seleccionó algunos botones y de ella salió una venda. Con amabilidad, se acercó a Arturo y lo ayudó vendando su frente. El aturdido niño se sintió mareado, no por la sangre que emanaba de su herida y se empapaba en las vendas, sino por la extrañeza de recibir ayuda de un desconocido, algo que no recordaba que le hubiera sucedido antes en su vida en la academia.
—Gracias… —Murmuró Arturo, inconscientemente agradecido.
Pompón, observando con desconfianza a la chica que había ayudado a Arturo, comentó:
—Bueno, tendremos que vigilarte más de cerca, Arturito. Antes tu cuerpo soportaba esos golpes, pero parece que ahora eres una criatura más delicada…
La chica, con una sonrisa seductora, añadió:
—Y una criatura más bonita…
—¡Aléjate de mi muchacho, bruja!—Chilló Pompón dando un salto al frente, poniéndose entre el niño y la chica— Negocien justamente, nada de trucos baratos, seducciones o ayudas inútiles. Queremos saber qué hacen esos puntos y cómo usarlos. Después les diremos cómo conseguir el trofeo que ganamos. ¡Prométanlo, díganlo y júrenmelo, y nosotros haremos lo mismo!
Después de una extensa negociación, Arturo logró obtener la información que buscaba. A cambio, compartió los detalles para sobornar a Silly, los cuales resultaron ser menos complicados de lo que los estudiantes en el gimnasio imaginaban. Esto simplificó las cosas para ellos, ya que encontrar un vino específico podría haber sido una tarea colosal, pero obtener un vino exótico era algo sencillo y fácil de replicar.
Después de descubrir esta revelación, los cuatro estudiantes que habían formado parte del círculo de rumores optaron por abandonar el gimnasio. Parecían estar apurados y emocionados, posiblemente ansiosos por desentrañar algún rumor en el libro de rumores. Su objetivo era encontrar una pista que los condujera a descubrir cómo obtener un buen vino antes de enfrentarse al temido gran examen.
Por su parte, tras analizar la información reunida, Arturo llegó a la conclusión de que los puntos de gimnasio eran, de hecho, una moneda interna en la academia, tal como le habían explicado. Sin embargo, descubrió que estos puntos solo se podían usar en las máquinas dispensadoras del gimnasio y servían para desbloquear una gran cantidad de cosas interesantes, así como para obtener objetos para su hogar y, sobre todo, comprar suministros.
Entre estos suministros se encontraban las vendas que la chica había obtenido de la máquina dispensadora. Además, había pociones para recuperarse rápidamente del cansancio, estimulantes para que tus músculos crecieran más rápido, bebidas energéticas y comida nutritiva.
—¡Otra fuente de alimentos! Y por suerte, en este caso, son alimentos saludables. No como esos libros de chocolate que terminarán pudriéndote los dientes —Mencionó Pompón con alegría mientras miraba la gran cantidad de barritas, ensaladas y sándwiches que se podían comprar en las máquinas dispensadoras dispersas por el gimnasio.
—Según lo que nos contaron, las máquinas dispensadoras más interesantes están ocultas y son difíciles de encontrar. Pero nos revelaron las que conocían. Luego tendremos que ir a ver qué tienen —Comentó Arturo, observando con felicidad la gran cantidad de ceros que tenía su puntuación en el gimnasio, un redondo y exacto 1.000.000.
—¡Un millón de puntos y la mayoría de las cosas sólo valen un punto! Según lo que nos dijeron, un estudiante de 17 años logra ganar un punto por día, mientras que uno niño de 10 años necesita más de una semana para completar la rutina que le da ese punto. Así que realmente ganamos una pequeña fortuna —Mencionó Pompón, riendo con alegría ante la inesperada ganancia que acompañó a este trofeo.
Emocionados por la idea de desentrañar los misterios escondidos en las máquinas, Arturo y Pompón se dirigieron hacia una de las esquinas del gimnasio donde se encontraba una máquina dispensadora que destacaba por su apariencia deteriorada. Aunque parecía desgastada, la maquinaria parecía estar operativa, no obstante había sido apartada del resto de máquinas, demostrando que algo debía estar fallando en esta máquina.
—¡Vamos a ver si los rumores son verdades! —Dijo Arturo, con una chispa de intriga en sus ojos mientras se acercaban al aparato misterioso.
Al llegar, Arturo examinó las opciones limitadas de la máquina: cuatro tipos de barritas energéticas y tres tipos de bebidas. Las casillas vacías indicaban que algo inusual había sucedido allí, como si alguien hubiera agotado los otros productos disponibles. Siguiendo la información que habían recibido, Arturo seleccionó todas las opciones de compra y pulsó el botón correspondiente, esperando que la máquina cumpliera su promesa.
Sin embargo, en lugar de recibir los productos esperados, la máquina gastó los 7 puntos y comenzó a transformarse ante los ojos de Arturo. Los rayones y rasguños en su cubierta de plástico se desvanecieron, y el vidrio roto se reparó mágicamente. Cuando la metamorfosis concluyó, la máquina parecía nueva, lista para ofrecer nuevos tesoros. Los objetos disponibles para la compra también cambiaron, reemplazando las opciones anteriores con diez revistas de aspecto encantador.
—¿Serán estas revistas lo que buscamos? —Preguntó Arturo, asombrado por el cambio en la máquina.
—¡No tengo dudas, mira las revistas con más atención!—Exclamó Pompón, admirando la máquina con asombro.
Con su curiosidad en constante ascenso, Arturo decidió adentrarse más a fondo en el fascinante mundo de las revistas. Cada una de las diez publicaciones ostentaba en su portada un título llamativo, seguido de un dibujo caricaturesco que representaba a un animal musculoso con apariencia humana ejercitándose en una máquina en particular. Desde la simulación de una barra de pesas hasta la recreación de una máquina para correr, cada ejemplar desplegaba una amplia gama de equipos de gimnasio con un toque humorístico. Cada revista, valuada en nada más ni nada menos que 10.000 puntos, planteaba un desafío colosal para cualquier estudiante que aspirara a reunir los 100.000 puntos necesarios para adquirir las diez codiciadas máquinas de gimnasio.
Intrigado por la perspectiva de explorar más a fondo el contenido de estas misteriosas revistas, Arturo se dispuso a comprar una de ellas. Entre las opciones, una en particular llamó su atención: «Animalotes - Ejemplar número 4: ¡Fortalece tus músculos con el conejo más veloz del gimnasio!». El título, combinado con la imagen de un conejo musculoso pedaleando en una compleja y rebuscada bicicleta de aspecto futurista, despertó la curiosidad de Arturo.
Después de pagar los 10.000 puntos necesarios, Arturo sostuvo la revista entre sus manos, sintiendo la textura plastificada del papel y observando detenidamente la portada vibrante y llena de energía. Al abrir la primera página, se encontró con una introducción animada que presentaba al intrépido conejo gimnasta, conocido como “Superduper”, protagonista de las páginas interiores.
La historia comenzó con Superduper, el conejo musculoso, entrando triunfante al gimnasio. La máquina en cuestión, la “MegaMoto 3000”, se destacaba como un ingenioso aparato que simulaba ser una bicicleta, pero con un diseño extravagante y complicado que desafiaba toda lógica. Superduper, con su pelaje brillante y su sonrisa confiada, se subió a la máquina con determinación.
La rutina de ejercicios de Superduper era tan única como la máquina que utilizaba. Con una serie de onomatopeyas ingeniosas y humorísticas, el conejo llevaba a cabo su entrenamiento, pedaleando con entusiasmo mientras enfrentaba desafíos imaginarios en el camino. “Zap! Zap! Zap!”, resonaban las palabras en la página, describiendo los pedaleos veloces de Superduper. La historia no solo ofrecía una representación cómica de la rutina de ejercicios, sino que también incorporaba elementos divertidos y creativos, como obstáculos en forma de zanahorias gigantes y acrobacias aéreas impresionantes mientras el conejo realizaba trucos espectaculares sobre la MegaMoto 3000.
Arturo se sumergió en la narrativa. Cada viñeta llevaba consigo un mensaje positivo sobre la importancia del esfuerzo, la perseverancia y la diversión en el proceso de entrenamiento. Superduper se convertía en un símbolo de inspiración para Arturo, demostrando que el ejercicio podía ser una experiencia alegre y llena de creatividad.
Las páginas siguientes de la revista detallaban la rutina completa de Superduper, desde el calentamiento hasta los ejercicios de resistencia y flexibilidad. A través de ilustraciones vibrantes y diálogos humorísticos, Arturo se sumergió en el mundo del conejo gimnasta, aprendiendo no solo sobre la importancia de la actividad física, sino también sobre cómo abrazar el proceso con alegría y determinación.
El viaje de Superduper culminaba con una viñeta final en la que el conejo, radiante y satisfecho, salía del gimnasio, listo para enfrentar cualquier desafío que se le presentara. La moraleja final resonó en la mente de Arturo mientras cerraba la revista: el esfuerzo constante y el enfoque positivo eran las claves para alcanzar el éxito, ya sea en el gimnasio o en la vida cotidiana.
Satisfecho con su elección, Arturo entregó la revista a Pompón, quien la ojeó con determinación mientras Arturo procedía a adquirir las otras nueve revistas de la máquina.
—Parece que en este caso particular, el objeto de invocación de la máquina es útil y te enseña cómo usarla, o eso creo. Dudo que puedas ir dando volteretas en el aire mientras pedaleas en esta bicicleta como lo hace Superduper —Mencionó Pompón, finalizando la lectura de la historieta con una expresión de incredulidad y una pizca de humor.
Arturo sonrió ante el comentario de Pompón y asintió, reconociendo la extravagancia de la MegaMoto 3000 y la hilaridad de las acrobacias del conejo gimnasta.
Con las diez revistas firmemente en su posesión, Arturo y Pompón se dirigieron hacia la zona donde Alex se hallaba absorto en la finalización de su propia rutina. A medida que avanzaban, la charla entre el chico y el conejo giró en torno a las diversas historias y consejos que habían descubierto en las páginas de las revistas.
Llegaron a la colchoneta donde Alex se esforzaba en realizar flexiones, y Arturo, quien previamente le había encargado a Anteojitos la responsabilidad de cuidar las diez revistas adquiridas, expresó con alegría:
—Hola, Alex, necesitamos tu ayuda nuevamente.
Alex, deteniendo momentáneamente su serie de flexiones, alzó la mirada con curiosidad y notó las revistas siendo levitadas por el ojo volador. La expresión enfocada de Alex dio paso a una sonrisa intrigada, anticipando que se avecinaba algo interesante.
—Oh, Arturo, ¿cómo te fue en la prueba física? Por lo que noto, te lastimaste la cabeza durante una de las pruebas, pero bueno, es normal; las mismas son muy exigentes. Una pena no haber podido darte ánimos mientras las realizabas. Según las reglas, no puedo participar en las evaluaciones de Silly, al igual que Silly no puede participar en mis evaluaciones.
—Me fue superbien. Supuestamente, me dieron el trofeo del gimnasio…—Mencionó Arturo con menos seguridad de la que le gustaría tener.
Ante lo cual, Pompón agregó:
—Necesitamos tu ayuda, Alex. Según nos comentaron por mil bebidas energéticas, nos regalarías un cupón para desbloquear una máquina dispensadora especial.
Alex, intrigado por la solicitud y con una sonrisa energética, se levantó de la colchoneta, dejando de lado temporalmente su rutina de ejercicios.
—¿Un cupón para una máquina dispensadora especial? ¡Eso suena interesante! Pero primero, Arturo, ¿estás bien? —Preguntó Alex con genuina preocupación mientras observaba las vendas ensangrentadas del niño.
—Sí, solo fue un pequeño percance, nada grave. Ahora, sobre ese cupón... —Comenzó Arturo, pero fue interrumpido por la risa cómplice de Pompón.
—¡Exacto! Nos dijeron que si hablábamos contigo, podríamos conseguir un cupón especial. Al parecer, eres el único que tiene acceso a este tesoro. ¿Qué dices, nos echas una mano? —Agregó Pompón entusiasmado.
—Les daré el cupón, siempre y cuando me traigan mil bebidas energéticas —Mencionó Alex, señalando hacia las máquinas dispensadoras—Para hacer las cosas más rápido les aconsejó que vayan tirando las botellas en algún lugar del gimnasio; cuando lleguen a mil, vengan a verme y les daré su cupón.
Con la oferta aceptada y una meta clara, Arturo y Pompón sonrieron y se dirigieron con apuro hacia las máquinas dispensadoras. Sin embargo, al llegar, se encontraron con un pequeño problema que les presentaba un obstáculo inesperado. Aunque era posible comprar varios ítems a la vez, solo se podía adquirir un ítem del mismo tipo con cada compra y solo se podía realizar una nueva compra después de sacar los objetos previamente comprados de la máquina. Este detalle transformó la tarea de reunir las mil botellas de bebidas energéticas en un proceso largo y molesto que les terminó tomando más de una hora.
Ante la restricción de la máquina, Arturo y Pompón se vieron forzados a coordinar sus esfuerzos meticulosamente. Se sumergieron en la tarea de elegir las máquinas que permitieran la compra de más de una bebida energética a la vez y comenzaron a adquirirlas. Anteojitos, hábilmente, extraía las bebidas de las máquinas, y Tentaculin las arrojaba en una pila designada en un rincón del gimnasio.
La paciencia se convirtió en su mejor aliada mientras perseveraban en la repetitiva labor de seleccionar y arrojar las botellas. Entre risas y bromas para hacer más llevadero el proceso, Arturo y Pompón se dieron cuenta de que, a pesar de la monotonía, la promesa de obtener el codiciado cupón de Alex les proporcionaba la motivación necesaria para seguir adelante.
La pila de botellas de bebidas energéticas creció gradualmente a medida que Arturo, Pompón y las mascotas continuaban con su tarea. Al contemplar la creciente montaña de botellas, empezaron a apreciar la ironía de la situación: estaban acumulando energía para obtener un premio aún mejor por el esfuerzo invertido en reunir los puntos, un ciclo que se volvía cada vez más aburrido a medida que avanzaban hacia su meta.
Finalmente, después de una hora de esfuerzo conjunto y risas compartidas, alcanzaron las mil botellas requeridas. Exhaustos, pero satisfechos, se dirigieron hacia Alex, quien los esperaba con una sonrisa cómplice.
—¡Aquí tienes, Alex, mil bebidas energéticas tal como pediste! —Anunció Arturo, presentando la impresionante pila de botellas.
Alex, impresionado por la dedicación y el ingenio del equipo, entregó el tan esperado cupón con una expresión de aprobación.
—¡Excelente trabajo, chicos! Ahora, con esto, podrán desbloquear algo especial en las máquinas dispensadoras. ¡Disfruten de su recompensa! —Les animó Alex
Arturo y Pompón siguieron las indicaciones de Alex y deslizaron el cupón en una de las numerosas máquinas dispensadoras dispersas por el gimnasio. Inmediatamente, los productos ofrecidos por la máquina experimentaron un cambio notable, revelando opciones más exóticas y tentadoras. Entre ellas, destacaba un conjunto de ropa para hacer ejercicio similar al que utilizaban los entrenadores, una tarjeta de aventuras y un pergamino que servía para desbloquear paisajes. Sin embargo, cada uno de estos artículos tenía un precio considerable: 250.000 puntos por el conjunto de ropa, 50.000 puntos por la tarjeta de aventuras y 200.000 puntos por el pergamino.
Basándose en la información recopilada de los rumores de los estudiantes, Arturo estaba al tanto de la existencia de otras máquinas dispensadoras que requieren completar un acertijo para desbloquearse, y había descubierto la manera de acceder a ellas. Sin embargo, ninguna de estas máquinas ofrecía objetos tan interesantes o caros como las que acababan de visitar. Ante esta realidad, Arturo se dispuso a desembolsar los 500.000 puntos necesarios para adquirir todo el conjunto de ropa, la tarjeta de aventuras y el pergamino.
Con determinación, Arturo realizó la transacción, sabiendo que el resto de los puntos disponibles podrían destinarse a consumibles varios, como comida, bebidas y otros objetos útiles de un solo uso relacionados con el gimnasio de estudiantes. Según lo rumoreado, la elección de invertir en estas adquisiciones más duraderas y significativas le ofrecía la oportunidad de conservar la experiencia vivida en el gimnasio una vez terminada su etapa en la academia.
Mientras los productos caían en el compartimento de recolección de la máquina, la expectación y emoción llenaron el rostro de Arturo y Pompón. El conjunto de ropa prometía una amplia gama de habilidades misteriosas, la tarjeta de aventuras habría la posibilidad de vivir experiencias únicas, y el pergamino sugería la posibilidad de disfrutar de paisajes hasta entonces desconocidos. Con estos valiosos tesoros adquiridos, Arturo se preparó para regresar a su hogar para descubrir qué es lo que había estado comprando y sobre todo: ¡Qué trofeo había ganado!