Arturo despertó con una energía desbordante, ansioso por embarcarse en una emocionante aventura. El plan del día era nada menos que la caza de trofeos. Aunque otra opción podría haber sido explorar las alcantarillas, Arturo había decidido que, con el tema de la comida ya resuelto, era prudente primero planificar cuidadosamente qué objetos necesitaba adquirir para la caza de trofeos antes de aventurarse por las alcantarillas.
La razón detrás de esta elección radicaba en la proximidad de los comerciantes a marcharse del mercado y la inminencia del gran evento conocido como las “asignaciones” donde era fácil adquirir reliquias a cambio de un buen número de puesto. Era lógico suponer que los comerciantes se retirarían una vez que no quedará ni un solo estudiante necesitando de sus productos. Por lo que, Arturo calculaba que los comerciantes esperarían hasta que el gran sacrificio se llevará a cabo, permitiendo a los estudiantes de última hora adquirir los objetos que necesitaban.
Volviendo a la actualidad, Arturo se encontraba en el santuario de Felix, y dado que había descubierto recientemente la utilidad de las ofrendas y los supuestos pequeños y grandes logros que estas aportaban, estaba más que interesado por descubrir cuáles eran las recompensas de Felix por sus ofrendas. Por lo cual, Arturo se acercó al sacerdote durmiendo y lo despertó con un saludo:
—Buenos días, sacerdote —Saludó Arturo con respeto mientras se inclinaba levemente en señal de cortesía.
El sacerdote se despertó con una expresión somnolienta en su rostro y aparentó parpadear un par de veces antes de enfocar la mirada en Arturo. Después de unos segundos, esbozó lo que se asemejaba a una sonrisa amable y respondió:
—Buenos días, Arturo. ¿En qué puedo ayudarte hoy?
—Me preguntaba, sacerdote, ¿cuál es la historia de Felix? He oído hablar de él, pero no conozco los detalles—Respondió Arturo buscando romper el hielo antes de preguntar lo que le interesaba realmente.
—Puedes aprender de la historia mirando los dibujos dispersos en el santuario—Respondió el sacerdote con pereza.
Notando que la pregunta no había funcionado para romper el hielo, el jorobado decidió cambiar su enfoque.
—Veo, algún día con más tiempo me podré a admirar las pinturas…—Comenzó Arturo, observando el hermoso arte que adornaba el santuario—Pero antes de que me marche a continuar con mis aventuras, tengo una pregunta que siempre se me cruza cuando te veo durmiendo en este lugar. ¿Cómo llegaste a convertirte en sacerdote?
Gracias al Capitán Marinoso, el joven había aprendido que a menudo las historias de las personas que servían a los dioses tenían giros inesperados y emocionantes. Por lo que pensó que podría ser un tema interesante para romper el hielo.
El sacerdote, conocido por su disposición a compartir historias redundantes, sonrió y asintió:
—Es una pregunta interesante, Arturo. La historia de cómo llegué a servir a Felix es, en cierto modo, un relato inusual. Puede que no sea lo que esperas, pero estoy dispuesto a contártela si estás interesado.
Arturo se acomodó, preparándose para escuchar una historia que, según esperaba, sería rica en detalles y emociones.
El sacerdote comenzó su relato:
“Hace muchos años, cuando era solo un niño, vivía en las calles de Alubia. Mi vida era dura, como la de muchos otros niños huérfanos que deambulaban sin rumbo fijo por esas frías calles. La supervivencia era un juego constante, y las reglas de los dioses eran crueles. Pero en medio de la miseria y el abandono, había algo que me llamaba la atención: la gente nunca dejaba de ir a visitar el santuario de Felix.
Mis primeros recuerdos son de observar a los fieles, jóvenes y viejos, ricos y pobres, dejando ofrendas para el dios. Vi cómo pedían ayuda en momentos de necesidad, agradecían por su buena fortuna o simplemente buscaban consuelo en la presencia de Felix. Pero lo que más me impactó fue cómo algunos de ellos, al hacer sus ofrendas, parecían dejar atrás sus preocupaciones terrenales y sonreír con una paz que yo nunca había experimentado en toda mi vida.
Un día, cuando tenía unos diez años, decidí entrar en el santuario yo mismo. No tenía nada que ofrecer, pero algo me impulsó a hacerlo. Me acerqué a la estatua de Felix y me senté a su lado. No sabía qué decir ni cómo orar, pero sentí una extraña calma en su presencia. Fue como si, por un momento, todas mis preocupaciones y problemas desaparecieran. Me quedé allí, en silencio, durante horas, y algo cambió en mí ese día.
Con el tiempo, comencé a visitar el santuario con regularidad. Cada vez que lo hacía, sentía una conexión más profunda con Felix. Aprendí a meditar y a encontrar paz en su presencia. No sé si fue el dios quien me eligió o si fui yo quien lo eligió a él, pero mi camino hacia convertirme en un sacerdote comenzó en ese momento
Mi vida en las calles no se volvió más fácil, pero mi fe en Felix me proporcionó fuerza y esperanza. A medida que crecía, comencé a ayudar a otros, a enseñarles lo que había aprendido y a compartir la paz que encontré en el santuario. Finalmente, fui acogido por los sacerdotes de Felix y me entrenaron para servir al dios y a la comunidad. Y así, aquí estoy, dedicando mi vida a cuidar de este santuario y de aquellos que vienen en busca de consuelo y orientación.”
Arturo estaba intrigado por la historia del sacerdote y cómo había encontrado su camino hacia el servicio a Felix. La narración tenía un toque de melancolía y espiritualidad que lo mantenía absorto. El sacerdote concluyó su relato con una expresión de gratitud y serenidad en su rostro. Arturo, conmovido por la historia, agradeció al sacerdote por compartirla.
—Gracias por compartir tu historia, sacerdote. Es realmente inspiradora—Dijo Arturo mientras pensaba cómo llevar la conversación hacia su tema de interés disimuladamente—A veces, la vida nos lleva por caminos inesperados, y es fascinante cómo encontraste tu propósito en medio de la adversidad.
El sacerdote asintió con gratitud.
—Así es, Arturo. La vida puede ser impredecible, y a veces, en los lugares más inesperados, encontramos nuestra verdadera vocación. Ahora, ¿en qué más puedo ayudarte hoy?
Arturo, sintiéndose algo nervioso por la solemnidad del entorno, decidió romper el silencio con la pregunta que había estado meditando mientras el sacerdote contaba su historia:
—De hecho, hay algo en lo que necesitaría tu ayuda, quisiera aprender más sobre las ofrendas a Felix y las bendiciones que concede. ¿Podrías contarme más sobre ello?
El sacerdote asintió con gratitud ante la pregunta de Arturo, apreciando su deseo de aprender más sobre las ofrendas y las bendiciones de Felix:
— Claro, Arturo. Las ofrendas a Felix son una manifestación de devoción y gratitud. Son un puente entre los mortales y lo divino. A través de estas ofrendas, buscamos la sabiduría y la iluminación que Felix puede brindarnos. Las bendiciones que se obtienen de estas ofrendas pueden variar desde la resolución de problemas personales hasta un mayor entendimiento de uno mismo y del mundo que nos rodea.
Arturo escuchaba con atención, no obstante el estaba buscando algo más específico, como lo que el Capitán Marinoso le había dicho, por lo que terminó preguntando:
— ¿Puedes darme ejemplos de cómo son las grandes ofrendas que le gustan a Felix y las bendiciones que podrían resultar de ellas?
El sacerdote sonrió y asintió:
— Por supuesto. Las ofrendas pueden variar ampliamente, pero algunas de las más comunes incluyen velas que vendo, las flores silvestres recogidas con reverencia, o incluso una simple plegaria sincera. Las bendiciones que se obtienen pueden ser tan sutiles como la paz interior, la resolución de conflictos personales o una mayor claridad mental. En ocasiones, Felix puede guiar a aquellos que lo buscan hacia soluciones inesperadas a sus problemas.
Arturo consideró estas palabras con seriedad, no obstante parecían bastante vacías y para nada específicas. Casi con la misma sinceridad con la que él había preguntado la historia del sacerdote hace unos segundos, por lo cual Arturo volvió a insistir en busca de claridad:
—Es fascinante cómo algo tan sencillo como una vela o una flor puede tener un impacto tan profundo. Me siento inspirado para hacer mi propia ofrenda y profundizar en mi conexión con Felix. Pero, ¿cómo sé si Felix ha aceptado mi ofrenda y me ha otorgado su bendición?, ¿hay alguna ofrenda en particular que a Felix le guste recibir más que las otras?
El sacerdote reflexionó antes de responder:
—Sabrás que Felix ha aceptado tu ofrenda cuando empieces a sentir un cambio en tu interior. Puede ser una sensación de paz, una nueva perspicacia o incluso un sueño revelador. La clave es estar atento a los signos y aprender a escuchar la voz suave de Felix en tu corazón. No siempre es algo obvio, pero con el tiempo y la práctica, desarrollarás una comprensión más profunda de su guía.
Finalmente, Arturo comprendió que el sacerdote le estaba tomando el pelo con sus respuestas inútiles, no obstante el joven asintió y agradeciendo la sabiduría compartida por el sacerdote con una hermosa sonrisa:
—Gracias por tu orientación. Me siento más preparado para embarcarme en este viaje espiritual. ¿Hay algo más que debería saber sobre las ofrendas y la relación con Felix?
El sacerdote sonrió con benevolencia ante la sonrisa de Arturo, y respondió con calma:
—Solo recuerda que las palabras sinceras y la humildad son los cimientos de cualquier ofrenda o conversación significativa. No se trata de la cantidad o el valor material, sino de la intención y el amor con el que se hace. Felix siempre está dispuesto a guiar a aquellos que lo buscan con un corazón abierto que no guardan en secreto segundas intenciones poco nobles.
Las palabras del sacerdote se clavaron como dagas en la espalda de Arturo, pese a ello el joven con todo el descaro del mundo agradeció al sacerdote por sus palabras y aparentó reflexionar sobre lo que había aprendido en su conversación:
—Gracias, sacerdote. Tus palabras han sido de gran ayuda. Ahora, me siento listo para buscar mi siguiente ofrenda y comenzar este viaje espiritual.
El sacerdote asintió con una gratitud irónica:
—Estoy encantado de haberte ayudado, Arturo. Que Felix te guíe en tu camino y que encuentres las respuestas que buscas… a lo largo del viaje.
Arturo se inclinó con respeto ante el sacerdote antes de abandonar el santuario, con el corazón lleno de amargura, comprendiendo el duro camino que le esperaba en su búsqueda de comprender la sabiduría del sacerdote.
Tras regresar a su hogar, Arturo fue recibido por el efusivo saludo de sus mascotas, quienes parecían estar encantadas de verlo de nuevo. Mientras desayunaba con sus mascotas, Pompón, aprovechó para compartir su perspectiva sobre los emocionantes planes futuros del jorobado.
Ante lo cual, Arturo le contó a su peludo curador sobre su deseo de embarcarse en la caza de trofeos y explorar los misteriosos rumores que había aprendido hace unos pocos días.
Pompón inclinó su cabeza como si estuviera profundamente inmerso en la conversación. Luego, con una voz pausada y sabia, le ofreció un consejo valioso:
— Arturo, quizás sería sabio comenzar siguiendo el orden que te propuso el profesor. Aunque es extraño que aún no te haya proporcionado la lista de los diez trofeos que tú le pediste personalmente, podrías darle el beneficio de la duda. Tal vez esté ocupado o haya tenido buenas razones para demorarse. Después de todo, la información que te proporcionó sobre cómo obtener los primeros diez trofeos es un verdadero tesoro.
Arturo asintió, pero no pudo evitar sentir una pizca de frustración por la demora del profesor. Se preguntaba si el académico había jugado con sus expectativas, o si realmente estaba trabajando en la lista y se había demorado unos cuantos días pensando en ella. Aun así, no podía negar que la perspectiva de obtener información tan valiosa era emocionante:
—Tienes razón, Pompón. Aunque la espera ha sido un tanto desconcertante, no puedo quejarme. La idea de tener acceso a una lista que me guiará en la búsqueda de otros diez trofeos es como un regalo celestial. Puede que la siguiente lista sea una herencia digna de admirar y por eso se demora tanto el profesor… O puede que me haya mandado disimuladamente a la…
El conejo interrumpió, magnificado la actitud positiva de Arturo:
—A veces, las mejores cosas requieren paciencia. Mientras esperas la lista del profesor, podrías prepararte para los primeros diez que ya sabes como obtener. Investiga sobre dichos trofeos y aprende sobre las habilidades que podrías necesitar para obtenerlos. Cuando llegue el momento, estarás mejor preparado para enfrentar los desafíos que te esperan.
Arturo sonrió, agradecido por el consejo de Pompón. Parecía que su curador no solo le brindaba compañía, sino también sabiduría en momentos cruciales:
—Gracias, Pompón. Siempre tienes las palabras adecuadas en el momento adecuado. Trabajaré en mi preparación mientras espero la lista del profesor. ¡Quién sabe, tal vez esta espera resulte ser el inicio de mi leyenda!
El conejo le lanzó una mirada como diciéndole que no exagerara y luego siguió disfrutando de su desayuno. Arturo se sintió motivado y decidido, listo para asumir el desafío que se avecinaba. La búsqueda de los diez trofeos se convertiría en una emocionante travesía, y no permitiría que nada, ni siquiera una demora inesperada, lo detuviera.
Tras concluir su desayuno, Arturo se encaminó hacia el espejo en su habitación, dónde sacó de su “biblioteca” su invaluable libro de vida. Este antiquísimo tomo contenía la clave de su búsqueda de los trofeos y se convertiría en su guía constante en los días venideros. Al abrirlo, Arturo recorrió las páginas detenidamente, repasando los trofeos que podría ganar siguiendo el consejo del misterioso profesor que había compartido su sabiduría durante la enigmática ceremonia de las “explicaciones”.
Guiado por el deseo de emprender su búsqueda, Arturo decidió que su primer destino sería la habitación de Alexander. Según su libro de la vida, este lugar ofrecía un trofeo simplemente por visitarlo, un acto que parecía un tanto inusual.
Con determinación, Arturo se paró frente al espejo con sus fieles mascotas a su lado, dispuesto a llevar a cabo el rito que lo conduciría a su primer trofeo. Inspirando profundamente, pronunció las palabras mágicas que marcaban el comienzo de su búsqueda:
> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”
Mientras pronunciaba las palabras mágicas, el reflejo en el espejo comenzó a distorsionarse, creando ondulaciones y efectos visuales extraños. Mientras esto ocurría Arturo repetía mentalmente las siguientes palabras: “Alexander es mi amigo, es mi hermano y es mi primo, le encantan las tortas de chocolate.”
El espejo, respondiendo a su invocación, comenzó a revelar una habitación en su superficie reflejante. A simple vista, la habitación que podía verse por el espejo parecía completamente vacía, con la única visión de un espejo idéntico al que Arturo tenía en su hogar. Sin embargo, la idea de que esta habitación pudiera llevarlo un paso más cerca de su primer trofeo lo impulsó a la acción.
Arturo cruzó decididamente el umbral del espejo junto a sus fieles mascotas. La transición fue una experiencia desconcertante, y en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron en la habitación del otro lado del espejo. Era un espacio extrañamente austero, sin muebles, con suelos y paredes de piedra, evocando una sensación de antigüedad. No había ventanas ni siquiera una cama, y el único objeto visible en el lugar era el espejo. La habitación se sentía completamente vacía y espaciosa, como si el tiempo hubiera dejado su huella en aquel rincón olvidado de la realidad.
Siguiendo las indicaciones precisas que el misterioso profesor le había proporcionado, Arturo se acercó al espejo que pertenecía a Alexander. Con una determinación contagiosa que emanaba de su voz, exclamó:
—¡Muéstrame el salón de trofeos!
El reflejo en el espejo obedeció de inmediato, distorsionándose de manera misteriosa hasta revelar lo que aparentaba ser un armario que había sido consumido por el implacable paso del tiempo. Las paredes del armario eran de toscos tablones de madera, y el sitio estaba repleto de polvo y telarañas, como si hubiera permanecido olvidado durante siglos. La pobreza y austeridad del lugar provocaban una sensación de tristeza, pero, a pesar de la apariencia desolada, el salón de trofeos aún brillaba con un único ejemplar.
Este trofeo se encontraba ubicado en una de las esquinas de la habitación, rodeado de telarañas que parecían haber tejido su historia. Sin embargo, era complicado llamarlo un trofeo, dado que se trataba de un cáliz de madera tallada a mano de forma un tanto desprolija. No había chapa ni inscripciones en el cáliz que indicaran de qué logro se trataba. Más bien, por su simplicidad, parecía más un premio de feria que un trofeo en sí mismo.
Arturo, intrigado por el aspecto inusual del cáliz de madera en medio del desolado salón de trofeos, decidió acercarse a él. En el intento sus dedos tocaron con suavidad una de las telarañas que colgaban cerca, y para su sorpresa, una araña emergió de entre los hilos de seda con un rápido movimiento. La araña, con patas delicadas y brillantes ojos negros, parecía emanar un aire de sabiduría y misterio.
La criatura se movió con agilidad sobre una de las telarañas y se posicionó frente a Arturo, observándolo con curiosidad. Su pequeño cuerpo se balanceaba ligeramente mientras se acomodaba en su lugar.
— ¡Saludos, intrépido viajero!—Exclamó la araña con una voz que resonaba con alegría y entusiasmo—Soy la tesorera de Alexander, y me complace verte aquí en el salón de trofeos. ¿Cómo puedo ayudarte hoy?
Arturo, sorprendido por la aparición de la araña parlante, se inclinó ligeramente en un gesto de respeto:
— Saludos, honorable tesorera. Soy Arturo, y estoy en busca de trofeos. Me preguntaba si podrías explicarme más sobre este cáliz de madera. ¿Qué representa? ¿Cómo puedo ganarlo?
La araña sonrió, revelando sus afilados colmillos en un gesto que, paradójicamente, resultaba amigable:
—Ah, el cáliz de madera. Es un trofeo único que se conoce como “Atrápame si puedes”. Para ganarlo, simplemente debes tocarlo. No importa cómo lo hagas, con una mano, con un dedo o incluso con un beso. Pero ten en cuenta que no es tan sencillo como parece. Este trofeo pone a prueba la agilidad y la astucia. Cuando toques el cáliz, tendrás que atraparme en un juego de habilidad. Si tienes éxito, ganarás el trofeo.
Arturo asintió con determinación, emocionado por el desafío que se le presentaba:
— Entiendo. Entonces, tocaré el cáliz y estaré listo para el juego. ¿Cuál es la naturaleza de este desafío, tesorera?
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La araña tesorera extendió una de sus patas en dirección al cáliz de madera, como si estuviera invitando a Arturo a comenzar:
—El desafío es simple, pero lleno de diversión. Después de tocar el cáliz, tendrás que seguirme mientras te muestro el camino a través de mi laberinto de hilos. Deberás demostrar tu habilidad siguiendo las pistas que te daré. Si logras atraparme al final del camino, el cáliz será tuyo. ¿Estás preparado para jugar, Arturo?
Arturo asintió con determinación, sintiéndose entusiasmado por el desafío que se avecinaba:
—Estoy listo, tesorera. Tocaré el cáliz y seguiré tus pistas. ¡Comencemos!
Arturo tocó el cáliz de madera con resolución y, en ese mismo instante, la tesorera de Alexander descendió con agilidad desde su telaraña y se posó en el suelo del salón de trofeos. La pequeña araña extendió una de sus patitas delanteras en un gesto amistoso, invitando a Arturo a chocarla en un saludo.
Aunque lleno de dudas y perplejidad, Arturo extendió uno de sus dedos y tocó con suavidad la patita de la araña. Para su sorpresa, la tesorera de Alexander emitió un suave tintineo de alegría.
—¡Bien hecho, Arturo! Has ganado el trofeo “Atrápame si puedes”—Anunció con una voz amigable—Felicidades. Eres un viajero talentoso y curioso, muy pocos conocen a Alexander y su historia.
Arturo se sintió complacido por su logro, aunque aún confundido por la aparente simplicidad del desafío. Pero no podía negar la emoción de haber ganado su primer trofeo.
—Gracias, tesorera. Pero me pregunto, ¿dónde está el laberinto de hilos que mencionaste?
La araña, en lugar de responder de inmediato, se movió hasta quedar quieta en su lugar. Luego, en un gesto inesperado, dejó de moverse y se quedó completamente inmóvil, como si estuviera esperando algo.
Arturo, desconcertado, miró a su alrededor y se dio cuenta de que no había ningún laberinto ni pistas que seguir. La situación era completamente inesperada y, de alguna manera, ridícula. Se inclinó para mirar de cerca a la araña.
—¿Qué está sucediendo, tesorera? ¿Dónde está el acertijo?
La araña finalmente rompió su silencio y comenzó a relatar una historia que era, al mismo tiempo, trágica y cautivadora:
“Querido Arturo, este desafío es una manifestación de la historia de Alexander, el antiguo dueño de esta habitación. Hace muchos años, Alexander era un aventurero intrépido que buscaba trofeos de todo tipo en mundos desconocidos. Un día, descubrió el famoso trofeo “Atrápame si puedes”, y lo condujo a este mismo desafío que tú acabaste de superar.
En aquel entonces aquel buscador de tesoros que quisiera hacer el desafío reamente era telestranpostado a una cueva terrorífica y oscura, ese lugar abandonado por los dioses albergaba un verdadero laberinto de hilos desafiantes. Alexander fue guiado por mi predecesora, quien lo condujo a través de intrincados desafíos y enigmas. Y el gran héroe completó absolutamente todos los desafíos que se le ponían al frente. Pero la última parte del juego era la más difícil de todas, y Alexander nunca lograba completarla. Luchó durante horas, días y semanas, pero siempre se quedó atascado en el último tramo del laberinto.
Finalmente, Alexander se dio cuenta de que el último tramo del laberinto no tenía una solución real. ¡Era una trampa mortífera que las tesoreras tendían a los buscadores de tesoros para sacrificarlos! Por lo que este desafío estaba diseñado para ser imposible de superar. La tesorera de aquel entonces, que era mi madre, reveló la verdad a Alexander. Era un desafío insuperable, una broma cruel diseñada para desafiarlo en vano antes de ser asesinado brutalmente por su amiga más cercana.
La situación era desesperada para Alexander. Pero en su tenacidad, él se negó a rendirse. Durante días y noches, buscó una solución, un atajo o una estrategia que le permitiera avanzar. Fue entonces cuando descubrió un secreto que cambió su destino.
Alexander encontró un arma secreta, un artefacto mágico que le permitiría superar el último tramo del laberinto. Era ni más ni menos que el primer trofeo que ganó, “El trofeo inventado”, el pequeño trofeo se encontraba oculto entre los escombros y polvo de la cueva a donde Alexander había sido teletransportado. Este trofeo tenía el poder de desafiar la lógica y la realidad, permitiéndole a su portador sortear los obstáculos aparentemente insuperables, y usando dicho poder Alexander logró conectarse con los trofeos que había recolectado a lo largo de su vida. Con la ayuda de todos los logros de su vida Alexander se enfrentó al último gran desafío que tenía por delante.
El resultado es evidente. Y por primera vez en la historia de tu raza alguien superó el último tramo del laberinto, sorprendiendo a la tesorera. Pero junto a su triunfo, el verdadero propósito del desafío quedó al descubierto. Las tesoreras, que habían estado alimentándose de los buscadores de tesoros sacrificados durante generaciones, se sintieron amenazadas por el éxito de Alexander. En un acto de desesperación, las tesoreras trataron de detener a Alexander, pero él había previsto incluso eso.
Alexander utilizó el poder oculto en sus trofeos para contrarrestar los poderes de las tesoreras y, en un acto de valentía, logró liberarse de la maldición que la ataba a la habitación de la prueba. La gran tesorera, al ver que su Alexander estaba a punto de ser liberado, hizo un sacrificio final y autodestructivo. En ese instante, la cueva colapsó en un destello de luz y sombras, y Alexander quedó atrapado entre dimensiones. No obstante, uno de sus trofeos lo protegió y lo llevó a un lugar desconocido, y la gran tesorera y todas las que intentaron detenerlo desaparecieron, aparentemente para siempre.
Gracias al poder de sus trofeos, Alexander logró sobrevivir en un mundo desconocido, pero nunca pudo regresar a este sitio. La maldición de la gran tesorera lo mantuvo atrapado en una realidad paralela, no obstante su voluntad persistió incluso después de su muerte. Y durante milenios, Alexander ha estado regalando el trofeo “Atrápame si puedes” a aquellos que tienen la valentía de enfrentar el desafío en su antiguo cuarto. Yo soy la tesorera de la herencia de Alexander, con su voluntad y sus recuerdos. Ahora, esta historia y el trofeo que has ganado son tuyos para siempre.”
Arturo quedó profundamente conmovido por la historia de sacrificio y valentía de Alexander. La tesorera, quien en realidad era la araña que llevaba la voluntad de Alexander consigo, había compartido con él una parte de su legado y la verdadera naturaleza del trofeo que parecía inalcanzable. El joven se sintió honrado de ser parte de esta historia milenaria de heroísmo.
A pesar de la conmovedora narración, antes de que Arturo pudiera expresar su agradecimiento a la tesorera por regalarle el valioso trofeo, ocurrió algo sorprendente. En un destello mágico, Arturo fue teleportado de regreso a su hogar, y el cuarto de Alexander desapareció de su vista, quedando en el olvido. La repentina transición lo dejó un tanto aturdido y desconcertado.
Tras regresar a su dormitorio, Arturo se apresuró hacia el espejo y, con determinación, invocó el salón de trofeos. En un instante, el armario vacío y cubierto de telarañas comenzó a materializarse sobre el reflejo del espejo.
Cuando finalmente el salón se manifestó en su plenitud, Arturo no pudo evitar tocar las delicadas telas de araña que adornaban el entorno. Con un suave roce, las hebras se agitaron y, como si respondieran a su toque, una araña tesorera emergió de entre los hilos de seda. Se presentó con gracia y elegancia, y Arturo la reconoció de inmediato.
—¡Wincy!—Exclamó Arturo con una sonrisa, saludando a su araña tesorera—Ha pasado un tiempo. Estoy emocionado de verte de nuevo.
Wincy, la araña tesorera, respondió con una reverencia elegante y una chispa de alegría en sus ojos.
—Saludos, Arturo. Es un placer verte de nuevo. Has demostrado una vez más tu valentía al invocar este salón de trofeos. ¿En qué puedo ayudarte hoy?
—Wincy, necesito que me ayudes a traer mi nuevo trofeo al salón de trofeos—Dijo Arturo con entusiasmo.
Wincy asintió con elegancia y se movió con agilidad para colocarse frente a Arturo. Su mirada, aunque llena de curiosidad, parecía titubear por un momento, como si estuviera a punto de recordar algo importante que había olvidado en su aparente ansia por explorar el piso de la estantería del salón de trofeos.
—Busco mi trofeo... —Murmuró Arturo en voz baja, como si estuviera ofreciendo una pista a la araña.
Como si hubiera recuperado su propósito, Wincy centró su atención en Arturo. Sus patitas comenzaron a tambalearse de manera rítmica sobre la estantería, creando un encantador patrón en el polvo que yacía en la superficie. Siguiendo el movimiento de sus patitas, el suelo de la estantería comenzó a vibrar suavemente y reveló el tesoro que Arturo tanto deseaba.
El trofeo “Atrápame si puedes” emergió lentamente de entre las sombras de la estantería de madera. Estaba tallado a mano en madera, y su simplicidad tenía un encanto único. No había inscripciones ni adornos llamativos, solo un cáliz de madera desgastado por el tiempo y el uso. La madera revelaba la historia de numerosos buscadores de tesoros que habían intentado completar el desafío, cada uno dejando su huella en el trofeo con sus tragedias y fracasos.
El cáliz tenía una forma sencilla y rústica, como si hubiera sido esculpido por manos inexpertas, pero llenas de cariño. A pesar de su simplicidad, irradiaba un aura de autenticidad y significado. Las vetas de la madera eran evidentes, y su superficie estaba pulida toscamente.
—¡Un trofeo magnífico, Arturo!—Exclamó Wincy con admiración, mientras trepaba por la superficie del trofeo—Su simplicidad esconde un profundo poder, y puedo sentir cómo ese poder está empezando a filtrarse en tu salón de trofeos. Permite que te cuente sobre tu primer gran trofeo, el famoso trofeo llamado “Atrápame si puedes”.
Wincy, la araña tesorera, se acomodó con gracia en la superficie del trofeo, lista para compartir una historia fascinante con Arturo. Su voz, suave como el susurro del viento entre los árboles, comenzó a tejer una narración de intriga y misterio:
“Hace eones, en una época olvidada por la mayoría, el famoso buscador de tesoros Archibald se aventuró hacia los confines más oscuros del mundo en busca de una leyenda oculta. Las historias susurraban de un lugar apartado que residía en todos los salones de tesoros, un lugar prohibido donde el tiempo mismo parecía haberse retorcido en agonía. Buscando aquel rincón perdido, Archibald encontró la cueva de las tesoreras, el sitio donde las tesoreras nacemos, crecemos y morimos.
Tras llegar, Archibald recibió un trofeo como premio por su esfuerzo, no obstante para poder llevarse el trofeo a su salón de trofeos la gran matriarca le propuso a Archibald el siguiente juego: “Atrápame y tendrás tu trofeo”.
El primer paso de Archibald hacia ese trofeo ya lo había condenado. Al tocar a la gran tesorera e iniciar el juego, sus pasos en el camino de la tragedia quedaron sellados. La cueva, ante su toque, cobró vida como un ente malévolo. Las telarañas se convirtieron en hilos mortales que tejían un laberinto interminable. El aire se llenó de susurros inquietantes, y sombras grotescas se movían en las esquinas, acechando como demonios.
Cada paso de Archibald en el laberinto era una lucha contra lo desconocido. Las paredes susurraban secretos incomprensibles, y las ilusiones le hacían dudar de su propia cordura. Las imágenes distorsionadas de sus seres queridos aparecían y se desvanecían, y su mente se veía atormentada por pesadillas que se volvían realidad. Noche tras noche, Archibald era acosado por terrores incomprensibles, incapaz de encontrar la paz.
Las trampas mortales que encontraba en su camino eran más que una simple prueba. Eran manifestaciones retorcidas de sus peores pesadillas: criaturas que surgían de las sombras, grotescos seres que acechaban en las esquinas. Archibald estaba atrapado en una pesadilla sin fin, donde el tiempo se detenía y el miedo lo consumía.
Días se convirtieron en semanas, semanas en meses. Archibald luchó contra la desesperación mientras avanzaba a través de las pruebas cada vez más siniestras del laberinto. Cada intento fallido, cada vuelta errónea, le hacía perder un pedazo de su cordura. Sus pensamientos se volvieron oscuros, y la obsesión de completar el desafío lo atormentaba.
Hasta que, finalmente, llegó al último tramo del laberinto, una porción aún más tenebrosa y retorcida de la pesadilla en la que estaba atrapado. Pero allí, Archibald se enfrentó a la cruda verdad. El último tramo no tenía una solución real; era una trampa mortal diseñada para devorar a los incautos. La actual tesorera de Archibald le reveló la verdad con una risa lúgubre.
No había escapatoria, no había atajo, solo la desesperación final de un hombre enloquecido. Archibald, perdido en el abismo de la locura, buscó una solución, una salida. Pero solo encontró la fría mirada de la tesorera que se burlaba de su desesperación.
En un último acto de desesperación, Archibald decidió enfrentar la trampa final. Lo que ocurrió a continuación sólo puede describirse como una pesadilla. El laberinto se retorció y distorsionó aún más, y las paredes comenzaron a cerrarse sobre él. Archibald, en un acto desgarrador de autodestrucción, se adentró en la trampa, dispuesto a sacrificarse en su búsqueda de obtener el inútil trofeo.
El resultado fue una muerte miserable y espantosa. Archibald fue aplastado por las paredes convergentes del laberinto, y su grito de angustia se desvaneció en el abismo. Su cuerpo, ya sin vida, fue dejado allí para pudrirse en la oscuridad. La gran tesorera, en su malicia retorcida, había triunfado una vez más. La historia de Archibald se convirtió en un eco macabro que resonó a lo largo de los siglos. Su valentía y su desgracia quedaron selladas en el trofeo “Atrápame si puedes”, una prueba imposible diseñada por las tesoreras para cosechar a los idiotas que juntan trofeos por ellas”
La macabra historia de Archibald dejó a Arturo aturdido y con una sensación de malestar. Miró fijamente a Wincy, su propia tesorera, con una mezcla de asombro y desconfianza. La pregunta que se le presentó en ese momento era clara: si ella le había revelado esta historia, ¿podía confiar en que no lo traicionaría en algún momento? Era una duda que, aunque no había considerado antes, ahora lo asaltaba con fuerza.
Arturo no pudo evitar preguntar, con voz vacilante y un deje de incredulidad:
— ¿Entonces, Wincy, planeas... traicionarme en algún momento?
La pregunta de Arturo fue formulada de manera tonta y ligeramente infantil, como si no pudiera creer que una criatura tan diminuta y aparentemente inofensiva como su tesorera pudiera ser capaz de traicionarlo. Sin embargo, la respuesta de Wincy fue aún más sorprendente.
La araña, por un instante, pareció igualmente desconcertada. Sus pequeños ojos se abrieron de par en par, y sus patitas temblaron ligeramente en su lugar. Luego, con una voz tonta y como si no pudiera evitarlo, pronunció en voz alta:
— ¡Por supuesto que planeaba traicionarte en algún momento!
Las palabras escaparon de los labios de Wincy antes de que pudiera detenerse. Arturo quedó en estado de shock, mirando a su tesorera con una mezcla de sorpresa y horror. La araña pareció igualmente sorprendida por lo que acababa de decir, como si estuviera tratando de recordar si esas palabras habían sido pensadas o si realmente las había expresado en voz alta.
El silencio que siguió fue incómodo y tenso. Arturo no sabía cómo interpretar las palabras de Wincy ni qué hacer a continuación. La araña, por su parte, parecía haber entrado en un estado de confusión, como si estuviera tratando de comprender lo que acababa de decir. La duda y la desconfianza se cernían sobre la relación entre Arturo y su tesorera, y la incertidumbre se afianzaba en el salón de trofeos.
El incómodo silencio se prolongó durante unos segundos que parecieron eternos. Arturo y Wincy se miraron mutuamente, atrapados en una atmósfera cargada de desconfianza y confusión. Arturo finalmente rompió el silencio, pero su voz revelaba preocupación:
— ¿Qué... qué quieres decir con que planeabas traicionarme?
Wincy pareció recuperarse de su momentánea confusión y movió sus patitas con nerviosismo, como si intentara corregir su indiscreción.
— ¡No, no, no! ¡Eso no es lo que quise decir! Fue un... error, una broma estúpida... —Respondió la araña, tratando de enmendar su torpeza—No tenía la intención de... traicionarte. Lo siento, solo... Me dejé llevar por el momento.
Arturo frunció el ceño, sin estar del todo convencido de la explicación de Wincy. La revelación de que su propia tesorera había considerado la traición como una posibilidad lo había dejado en un estado de inseguridad que no podía ignorar.
—¿Estás segura de que no planeabas traicionarme?—Preguntó Arturo con una voz cargada de escepticismo.
Wincy parecía genuinamente arrepentida y ansiosa por enmendar su error:
—Lo juro, Arturo. No tenía ninguna intención de traicionarte. Tú eres mi cazador de tesoros y mi amigo. Cometí un error al decir eso, y lamento mucho haberlo hecho. Por favor, créeme.
Arturo observó a la araña con detenimiento, tratando de evaluar si podía confiar en sus palabras. Finalmente, después de un momento de reflexión, asintió con precaución.
—Está bien, Wincy. Fue un malentendido, supongo. Sigamos adelante.
Wincy exhaló aliviada, agradecida por la comprensión de Arturo. La tensión en el salón de trofeos comenzó a disiparse gradualmente.
—Gracias, Arturo. Y lamento mucho haberte asustado con esa tontería. Ahora, volvamos al tema de tu nuevo trofeo, “Atrápame si puedes”. Aunque su origen es tenebroso, el poder que encierra es innegable. Pero ten en cuenta que, a diferencia de Archibald, tú tienes la ventaja de saber de su trampa final. Eso te da una oportunidad que él nunca tuvo cuando intentes ganar el trofeo, ¿quieres intentar el desafío “Atrápame si puedes”?, solo tienes que tocar mi patita para iniciarlo
Arturo escuchó las palabras de Wincy mientras ella le ofrecía la oportunidad de intentar el desafío “Atrápame si puedes”. La araña parecía completamente ajena al hecho de que Arturo ya había ganado el trofeo y lo estaba observando en este momento. Su aparente falta de conocimiento sobre la situación lo dejó perplejo y lo hizo cuestionarse la inteligencia de su tesorera.
Con una expresión de incredulidad en su rostro, Arturo pensó para sí mismo que Wincy debía ser increíblemente despistada o, en el peor de los casos, no había entendido nada de lo que había dicho hace apenas unos segundos. La ironía de la situación no se perdió en él, y se preguntó si podía realmente confiar en su pequeña araña tesorera para guiarlo en sus futuros desafíos.
Arturo observó la patita extendida de Wincy con precaución. Aunque sabía que tocarla lo haría caer en la trampa y enfrentar un destino similar al de Archibald, tenía un plan diferente. Quería convencer a su ingenua tesorera de que él ya había completado el desafío y, al mismo tiempo, sembrar la duda en su mente.
—Espera, Wincy, antes de tocar tu patita, necesito contarte algo. Debes saber que yo ya gané este desafío—Declaró Arturo con seguridad.
Wincy, con una expresión de sorpresa, lo miró con asombro y luego con confusión:
— ¿De verdad, Arturo? Pero... ¿Cómo es posible? No te he llevado al desafío todavía, y...
Arturo la interrumpió gentilmente, tratando de calmar su preocupación:
—Lo sé, Wincy, es un poco complicado de explicar. En realidad, he ganado el trofeo hace unos días, pero no lo recuerdas. Y es precisamente eso lo que quiero discutir contigo. ¿Recuerdas que hace un rato mencionaste que planeabas traicionarme?
Wincy asintió, su mirada ligeramente preocupada mientras procesaba la conversación:
—Sí, lo dije, pero no era lo que quería decir, como te expliqué antes. Pero... ¿Por qué mencionas eso ahora?
Arturo le sonrió con paciencia antes de continuar:
—La razón por la que mencioné eso, Wincy, es porque quiero que comprendas algo. Cuando mencionaste la traición, me hiciste pensar en algo importante. Quiero decirte que, al igual que tú, yo también tenía dudas en un momento. Pensé que las tesoreras, como tú, podrían no ser de confianza. Pero entonces, ocurrió algo que cambió la perspectiva de cómo juzgo a los demás.
Wincy, intrigada por la historia de Arturo, lo escuchaba atentamente.
—Resulta que hace unos días, cuando estaba perdido en la cueva de las tesoreras tratando de ganar este trofeo, una de tus hermanas tesoreras me ayudó a superar una parte crítica del desafío. Ella no quería seguir el camino de traicionar a los buscadores de tesoros como había hecho la tesorera de Archibald. En cambio, ella eligió apoyarme y ayudarme a completar el desafío final. Fue por su ayuda que pude ganar el trofeo “Atrápame si puedes”
Wincy procesó la historia y, con una expresión reflexiva en sus pequeños ojos, comenzó a conectar los puntos. La idea de que una de sus hermanas tesoreras hubiera decidido actuar de manera diferente la llenó de asombro y, al mismo tiempo, de esperanza.
—Entonces, ¿quieres decir que hay tesoreras que eligen ayudar en lugar de traicionar? —Preguntó Wincy con curiosidad.
Arturo asintió, alentando la idea de que Wincy también podía elegir un camino diferente:
—Sí, Wincy. Esa tesorera demostró que no todos siguen el mismo camino. Algunas tesoreras pueden elegir ser aliadas en lugar de enemigas. Y si yo puedo confiar en que tú eres una de esas tesoreras, entonces podremos trabajar juntos en las futuras búsquedas de tesoros.
Wincy, con una mezcla de emoción y determinación, aceptó la idea:
—Entiendo, Arturo. No quiero seguir el camino de la traición. Estoy aquí para ayudarte y ser tu aliada en esta búsqueda. Gracias por darme una oportunidad de demostrarlo.
Al ver como su tesorera bajaba la patita, Arturo sonrió internamente, satisfecho de que su engaño infantil hubiera tenido éxito. Había sembrado la duda en la mente de Wincy y la había convencido de que tenía un motivo noble por el cual vivir. Aunque sabía que su tesorera todavía albergaba secretos y misterios, al menos había logrado esquivar la trampa mortal oculta en este macabro trofeo.
—Gracias, Wincy. Tu apoyo será invaluable. Ahora, ¿Cuál es el poder que guarda este trofeo?—Preguntó Arturo, con la esperanza de que Wincy lo guiara.
Wincy inspeccionó el tesoro con asombro, sus pequeñas patitas recorriendo cada detalle del trofeo. Luego, con entusiasmo en su voz, habló con Arturo.
— ¡Oh, el tesoro, sí, sí... ¡Es muy poderoso! —Exclamó la araña—Si no me equivoco, te permite establecer un punto de control en donde quieras.
Arturo, con los ojos brillando de emoción, no podía contener su curiosidad y ansias de aprender más sobre esta asombrosa habilidad.
—Eso suena increíble, Wincy. ¿Pero qué sería establecer un punto de control? —Preguntó Arturo, deseoso de comprender a fondo cómo funcionaba esta habilidad.
Wincy respondió con calma mientras tejía una telaraña en los alrededores del tesoro, como si estuviera marcando su territorio.
—Establecer un punto de control significa seleccionar un lugar al que te teletransportarás de forma automática cuando tu vida esté en peligro inminente. No te salvará de la muerte, pero te protegerá de amenazas inmediatas, como un golpe de espada o caer en un charco de lava mientras exploras una mina abandonada en busca de diamantes…—Explicó con autoridad y conocimiento—Para activar esta habilidad mágica, simplemente debes tocar el tesoro con tu dedo y concentrarte en un sitio específico donde deseas establecer el punto de control. Debes visualizar claramente ese sitio en tu mente. Una vez que lo hagas, la magia del tesoro se encargará del resto. Podrás teletransportarte de regreso a ese punto de control en cualquier momento de forma activa o pasiva, si es que estás en peligro.
Arturo estaba lleno de emoción y gratitud por la información que Wincy le había proporcionado. Sus ojos brillaban con determinación mientras asimilaba todo lo que había aprendido.
—¡Esta es una habilidad increíble, Wincy! Gracias por explicármelo. Estoy listo para establecer mi primer punto de control—Dijo Arturo mientras extendía su dedo hacia el trofeo, tocándolo con cuidado.
Mientras lo hacía, el jorobado se concentró en su hogar, visualizándolo claramente en su mente. Su acogedor dormitorio, sus mascotas y la sensación de seguridad que le brindaba su hogar. La magia del tesoro comenzó a fluir, y Arturo sintió una sensación de conexión con su punto de control mientras la magia se activaba.
Con un destello mágico, Arturo sintió un vínculo especial con su hogar. Sabía que ahora, en cualquier momento de peligro, podría recurrir a su punto de control para escapar a su refugio.
Con su nueva habilidad recién adquirida, Arturo estaba listo para enfrentar los desafíos que le esperaban. Se despidió de Wincy, su “leal” tesorera, con gratitud en su corazón:
—Gracias, Wincy, por todo tu apoyo y sabiduría. Espero verte de nuevo pronto.
La araña tesorera asintió con un gesto amigable, feliz de haber podido ayudar a su cazador de tesoros. Luego, regresó a su lugar en el salón de trofeos, donde continuaría cuidando de los tesoros y ofreciendo su conocimiento cuando fuera necesario.
Arturo cerró el salón de tesoros, lleno de determinación y emoción. Tenía una larga lista de trofeos por cazar, y ahora contaba con una habilidad poderosa que le daría una ventaja en su búsqueda.