La exitosa exploración a las alcantarillas había proporcionado a Arturo y su equipo la dosis necesaria de aventura para sobrellevar el mes venidero en su hogar. Durante ese tiempo, Arturo se dedicó a jugar, comer y dormir, sumergido en la relajación que tanto anhelaba. Sin embargo, casi sin darse cuenta, Shily irrumpió en su paz con una noticia emocionante:
—¡Arturo, despiértate de una buena vez! ¡En unas horas nos darán los resultados de nuestras evaluaciones! —Exclamó Shily, rompiendo el silencio que envolvía la habitación.
Arturo se levantó de su cama de un salto ante la inesperada noticia. La emoción palpitaba en el aire, mezclada con una pizca de nerviosismo.
—Esperemos que nos haya ido bien —Respondió Arturo, mientras se frotaba las manos, incapaz de ocultar su ansiedad.
—¡Idiota! —Intervino el parásito— Ya sabemos que estás aprobado. Lo que no sabemos es si nos enviarán de nuevo a algún aula aleatoria. Según nos contó Anteojitos, esta es la tercera vez que te entregan las notas y en las otras dos ocasiones te convocaron a un aula para recibir las “explicaciones”.
Arturo asintió, recordando las veces anteriores en las que el proceso se había complicado inexplicablemente. La incertidumbre sobre lo que vendría a continuación lo carcomía por dentro.
—Anteojitos tiene razón… —Murmuró Arturo, sumido en sus reflexiones— Pero eso ocurrió hace tanto tiempo que apenas puedo recordar por qué me entregaron las notas dos veces. Tal vez estaban indecisos sobre si aprobar mi examen o no.
—Mantente despierto, Arturo, aún tienes dos horas antes de que lo que sea que tenga que ocurrir, ocurra —Advirtió Shily, sacándolo bruscamente de sus cavilaciones.
—De acuerdo, mejor desayunamos ligero por si acaso nos espera una sorpresa desagradable —Decidió Arturo, con un toque de nerviosismo en su voz, mientras se encaminaba hacia el espejo en la habitación de Copito, deseando confirmar que realmente solo quedaban dos horas para recibir los resultados.
Tras subir las escaleras sintiendo sus piernas más tambaleantes que nunca, Arturo miró fijamente como su reflejo en el espejo estaba acompañado del inflexible cronómetro que indicaba el inicio de los resultados. Se esforzó por mantener la calma, recordándose a sí mismo que había hecho todo lo posible para prepararse para las evaluaciones. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no podía evitar que su mente divagara hacia los posibles escenarios que podrían desarrollarse en las próximas horas.
Shily observaba en silencio, detectando la ansiedad en los gestos del niño. A pesar de su tono sarcástico y despectivo, en el fondo se preocupaba por él. Sabía que Arturo se tomaba estas evaluaciones muy en serio, y el temor a la incertidumbre lo estaba consumiendo lentamente.
—¿Crees que nos enviarán a un aula para recibir las explicaciones? —Preguntó Shily, rompiendo el tenso silencio que había caído sobre la habitación.
Arturo suspiró, incapaz de encontrar una respuesta definitiva. La posibilidad de tener que enfrentarse nuevamente a ese escenario desagradable lo llenaba de aprensión.
—No lo sé, Shily. Solo tendremos que esperar y ver qué sucede… —Respondió Arturo.
El reloj seguía su implacable marcha, marcando el tiempo que les quedaba antes de que se revelaran los resultados
—Deberíamos hacer algo para distraernos mientras esperamos…—Propuso Shily, buscando aliviar la tensión que envolvía a Arturo.
El niño consideró la idea por un momento. Una distracción podría ser justo lo que necesitaban para calmar sus nervios y despejar sus mentes de los pensamientos oscuros que los atormentaban:
—Podríamos… —Comenzó a decir Arturo, pero fue interrumpido por el sonido estridente de un chillido que resonó desde el santuario.
—¡Arturo, Arturo! ¡El desayuno está listo! ¡Ven rápido! —Exclamó Sir Reginald, interrumpiendo cualquier pensamiento que Arturo pudiera tener sobre lo que sucedería a continuación.
Arturo y Shily intercambiaron una mirada llena de expectativas mientras se dirigían apresuradamente hacia el santuario. Todas las mascotas estaban presentes, expectantes ante el día que se avecinaba. Para ellas, era un momento de gran importancia. La ausencia del líder de las mascotas había sido una prueba, pero también una oportunidad para demostrar su capacidad de adaptación y supervivencia. Habían logrado sobrevivir sin la presencia de Pompón durante mucho tiempo, y ¡hoy coronarán ese triunfo!
El ambiente en el santuario era de anticipación y emoción. Las mascotas se agolpaban alrededor de las bandejas con comida emitiendo sonidos de alegría. Para ellos, este día marcaba el comienzo de una nueva etapa en su aventura junto a Arturo. Era el comienzo del final de esta aventura, pero también el prólogo de otra que tenían por delante.
Arturo se sintió abrumado por el afecto y el apoyo de sus fieles compañeros. A pesar de las dificultades que habían enfrentado, habían permanecido unidos y habían encontrado formas creativas de mantenerse juntos.
—Hoy es un día importante para todos nosotros…—Declaró Arturo, dirigiéndose a sus leales mascotas— Gracias por estar aquí y por apoyarme en cada paso del camino. Sin ustedes, no habría llegado tan lejos.
Las mascotas respondieron con gestos de aprobación, expresando su lealtad y afecto hacia Arturo. Para ellos, Arturo era más que un simple compañero; era su lazo con la vida misma.
Sir Reginald se acercó a Arturo, con una mirada de orgullo en sus ojos:
—Estamos todos contigo, Arturo —Dijo solemnemente— Ya sea que estos “misteriosos” resultados sean favorables o no, siempre estaremos aquí para ti.
Arturo asintió con gratitud, sintiendo una oleada de determinación inundar su ser. Con renovada confianza, se sentó a desayunar junto a sus mascotas, preparándose para lo que prometía ser un día lleno de emociones y sorpresas.
El tiempo pasó, y cuando Arturo finalmente comenzaba a digerir que el gran día había llegado, una criatura diminuta se acercó hacia Copito y le gritó algunas palabras incomprensibles.
—Parece que ya solo falta un minuto, será mejor que hagamos los preparativos finales —Mencionó Shily, rompiendo el breve silencio que había caído sobre el grupo.
Sin embargo, antes de que pudieran siquiera reaccionar, fueron repentinamente teleportados a otro lugar, desapareciendo del hogar en un abrir y cerrar de ojos. El lugar donde reaparecieron fue un aula bastante singular, de dimensiones impresionantes que podrían albergar a mil estudiantes sin dificultad.
No había pizarrones en las paredes, pero uno podía ver periódicamente maniquíes desactivados cerca de algunos pupitres. La disposición de estos maniquíes revelaba que en esta aula se llevaban a cabo varias clases simultáneamente, cada una asignada a su respectivo maniquí. Sin embargo, no había una separación física entre las clases; el espacio era compartido por los estudiantes de una clase y de otra.
La habitación en cuestión era la famosa aula común, pero esta no era utilizada en los tiempos en los que Arturo asistía a clases. En su lugar, la academia disponía de varias aulas específicamente diseñadas para separar a los estudiantes destacables, promedios y desechables. Sin embargo, los tiempos habían cambiado y en esta época turbulenta, donde los gremios habían caído en desgracia, parecía que estas aulas habían vuelto a ser activadas.
La sorpresa y el desconcierto se reflejaban en los rostros de Arturo y sus mascotas mientras intentaban comprender su nueva situación. No sabían cómo habían llegado allí ni qué significaba esto para su futuro.
—¿Qué demonios está pasando? —Murmuró Arturo, mirando a su alrededor con incredulidad.
Arturo se encontraba en una de las esquinas de la vasta aula, con su pupitre orientado hacia cinco maniquíes adheridos a la pared. Cada maniquí representaba un semblante estático y sin vida, como testigos mudos de la escena que se desarrollaba a su alrededor. Al girar la cabeza, su mirada se perdía en la extensión del salón, donde una multitud de pupitres vacíos se extendía hasta el otro extremo del aula. La luz de la mañana filtrándose por las ventanas iluminaba la sala con una tenue claridad, acentuando la sensación de soledad y quietud que lo envolvía.
Arturo era el único estudiante presente en ese momento, lo cual era evidente por la ausencia de cualquier otra figura humana en el aula. Las sillas estaban alineadas en filas perfectas, cada una esperando a su estudiante asignado, pero por el momento, todas permanecían desocupadas. El silencio reinaba en el ambiente, interrumpido únicamente por el ligero zumbido de las cortinas y el suave susurro del viento que se colaba por las rendijas de las ventanas.
El niño se sentía pequeño e insignificante en medio de aquel vasto espacio, rodeado de la atmósfera opresiva que parecía llenar cada rincón del aula. A pesar de estar rodeado de pupitres vacíos, no se sentía solo; más bien, una extraña sensación de expectativa lo envolvía, como si el aire estuviera cargado con la promesa de algo por venir.
Las paredes del aula estaban adornadas con carteles descoloridos y dibujos infantiles, testimonios del paso de generaciones de estudiantes por ese lugar. Sin embargo, ahora todo parecía congelado en el tiempo, como si el aula hubiera quedado atrapada en un eterno instante de espera.
El cerdo frunció el ceño, tratando de encontrar una explicación lógica a lo que estaban presenciando:
—Parece que hemos sido transportados aquí para recibir las explicaciones, pero por el momento somos los únicos en esta aula…—Respondió, intentando infundir un poco de tranquilidad en el grupo.
Tras un minuto de silenciosa espera, otro estudiante hizo su aparición en la sala. Observaba a su alrededor con la misma curiosidad y desconcierto que Arturo había demostrado previamente, hasta que sus ojos se posaron en las inusuales mascotas del niño. Acto seguido, más estudiantes comenzaron a materializarse en el aula, uno tras otro, hasta que finalmente se contaron seis personas en total.
Un murmullo molesto comenzó a llenar la habitación, mientras los seis estudiantes, claramente conocidos entre sí al menos superficialmente, debatían entre ellos quién demonios era el niño acompañado de esas extrañas criaturas que los miraba con una mezcla de desconcierto y temor.
Arturo, consciente de las miradas penetrantes que lo rodeaban, se esforzaba por mantener la compostura. Aunque se sentía fuera de lugar entre aquellos desconocidos, se aferraba a la determinación y la valentía que siempre lo habían caracterizado.
Las mascotas de Arturo, por su parte, permanecían en silencio, pero alertas, observando a los recién llegados con una mezcla de curiosidad y cautela. Sus ojos brillaban con una inteligencia inusual, como si supieran algo que el resto aún no comprendía.
El murmullo de los estudiantes se intensificaba, llenando el espacio con un zumbido constante que amenazaba con desbordarse en un caos descontrolado. Algunos comenzaban a especular sobre la identidad de Arturo y el propósito de su presencia en el aula, mientras que otros simplemente observaban en silencio, esperando a ver qué ocurriría a continuación.
De repente, uno de los 5 maniquíes en las paredes del aula levantó su cabeza de golpe, revelando la figura imponente de un profesor que se acercaba a los estudiantes con paso decidido. Su mirada recorrió la habitación, deteniéndose en cada uno de los presentes con una expresión seria y penetrante.
—Bienvenidos, jóvenes —Dijo el profesor con voz firme, deteniendo su mirada en Arturo y sus mascotas— Me temo que ocurrió un pequeño error, pero no se preocupen, resolveremos esta situación de inmediato.
Los estudiantes murmuraron entre ellos, aliviados por la intervención del profesor. Sin embargo, la tensión seguía en el aire, como una tormenta que amenazaba con estallar en cualquier momento. Unos silenciosos e incómodos cinco minutos pasaron y nada ocurría, lo que comenzaba a poner nervioso al profesor, mientras el murmullo de los estudiantes se apoderaba de la situación.
—Lo siento, ¿acaso planea quedarse mirándonos la cara hasta que nos marchemos?… —Preguntó Sir Reginald, molesto por las miradas inquisidoras que estaban recibiendo de todos los presentes.
—Se supone que mis superiores deberían expulsarlos —Respondió el profesor con tono altivo— No es que tenga algo contra ti, niño, pero todavía te falta un largo camino por recorrer para aprobar el gran examen… Si es que lo apruebas, cosa que no es tan fácil.
—No se preocupe… Entendemos su incomodidad, esperaremos pacientemente a que nos expulsen —Respondió Shily, demasiado amablemente, como para que el resto de mascotas no entendieran que estaba hablando en tono irónico.
Lamentablemente, ninguno de los estudiantes presentes sintió ironía en la voz decrépita y maligna que provenía del interior del esclavo mutilado, por lo que pasaron los minutos y todos se quedaron mirando al niño, que a estas alturas había caído víctima del aburrimiento y se había puesto a dibujar con los útiles que se encontraban debajo de su pupitre.
El profesor, visiblemente molesto por la situación, comenzaba a impacientarse mientras el murmullo de los estudiantes se intensificaba, llenando la habitación con un ruido sordo y persistente.
—Profesor, ¿no podría iniciar la ceremonia mientras sus superiores debaten cómo proceder ante el error que ocurrió? Llevamos media hora mirándole la cara —Intervino uno de los estudiantes, claramente incómodo por la demora en la entrega de las notas.
—¡Sí, empecemos! —Gritó otro estudiante, provocando que los demás se sumaran expresando su opinión sobre la injusticia que estaban viviendo.
Finalmente, notando que la situación se estaba empezando a descontrolar, el profesor tomó cartas en el asunto y se acercó a Arturo con una sonrisa tranquilizadora, ignorando momentáneamente a las mascotas que lo acompañaban.
—¿No entiendes lo que está sucediendo aquí, verdad? —Preguntó el profesor, extendiendo una mano en un gesto amistoso— No te preocupes, todo estará bien. ¿Por qué no regresas a tu casa y dejas que los estudiantes que aprobaron el gran examen continúen con la ceremonia de las explicaciones?
Lamentablemente, el profesor cometió un grave error al ignorar a las mascotas de Arturo, provocando que estas terminaran perdiendo su paciencia.
—¡Pedazo de mierda, deja de alargar esto, aleja tu mano de nuestro muchacho y danos nuestras explicaciones! ¡Es una orden! —Gritó Sir Reginald, ya demasiado cansado de que su valioso tiempo fuera consumido por estos plebeyos de poca importancia.
El silencio inundó la sala. Los estudiantes nunca habían presenciado a alguien gritándole semejantes cosas a un profesor, por lo que nadie se atrevió a mover un músculo. Incluso algunos se taparon la boca con la mano en señal de incredulidad.
—Vaya, vaya, parece que tus mascotas están muy mal educadas, niño… —Dijo el profesor, tratando de sostener su sonrisa alegre— Pero no puedo permitir que me hables así. ¡Tendré que castigarte!
Sin embargo, el profesor subestimó gravemente la situación. La persona detrás del maniquí malinterpretó la capacidad de las mascotas de Arturo para actuar de forma independiente, y no vio cómo un tentáculo gigante comenzaba a emerger desde la sombra detrás de él.
Ante tal escena, los estudiantes comenzaron a temblar de miedo, pero por desgracia, cuando el profesor notó la mirada petrificada a su alrededor, las malinterpretó pensando que los estudiantes estaban visiblemente asustados por el castigo que estaba por imponer.
*Wushhh…* Sin previo aviso, el tentáculo se abalanzó sobre el profesor, arrancándole la cabeza de un solo golpe y destrozando el maniquí en pedazos. Los estudiantes quedaron atónitos, mirando la escena con incredulidad. Nunca habían imaginado presenciar un ataque a un profesor, pero eso acababa de ocurrir frente a sus ojos. Lo más perturbador era que el niño en el pupitre que había ordenado el ataque ni siquiera había apartado la mirada de su dibujo, aparentemente no importándole lo que acababa de suceder a pocos metros de él.
El silencio se apoderó del aula, roto únicamente por el sutil temblor de los estudiantes que aún trataban de procesar lo que acababan de presenciar. Las mascotas de Arturo permanecían en calma, observando la escena con una quietud inquietante. Arturo, por su parte, seguía absorto en su dibujo, ajeno al caos que se había desatado a su alrededor. Sus trazos eran firmes y seguros, como si estuviera completamente sumergido en su propio mundo, ajeno a la realidad que lo rodeaba.
Los estudiantes, desconcertados y asustados, intercambiaban miradas nerviosas, sin saber cómo reaccionar ante lo que acababan de presenciar. Algunos murmuraban entre ellos en un intento de encontrar una explicación lógica a lo ocurrido, mientras otros simplemente se quedaban paralizados por el miedo y la incredulidad.
En medio de la confusión, Arturo levantó la vista de su dibujo y observó a su alrededor con curiosidad. De forma casi coordinada, uno de los cuatro maniquíes restantes en esta parte del aula levantó la cabeza y comenzó a examinar a los estudiantes sin mostrar sentimiento alguno.
—¿Únicamente siete estudiantes de una camada de 150 lograron presentarse a las explicaciones? —Cuestionó el profesor con tono acusatorio— Debería darles vergüenza ser tan inútiles, mocosos ingratos.
Las palabras del maniquí resonaron en el silencio del aula, causando un escalofrío colectivo entre los presentes. Algunos estudiantes se sintieron profundamente heridos por el tono despectivo del maniquí, mientras que otros simplemente se sintieron aún más desconcertados por su inesperada intervención.
—¿El resto desaprobó? ¿No vendrán en otro turno? —Preguntó uno de los estudiantes, con lágrimas comenzando a brotar de sus ojos jóvenes. Parecía que su corazón ya había encontrado la respuesta a su pregunta, y era más de lo que estaba dispuesto a soportar.
—He dicho, solo 7 de 250, y acá hay 7 estudiantes, ¿por qué me preguntas algo tan obvio a estas alturas? —Inquirió el profesor sin mostrar piedad alguna, provocando que otra tanda de estudiantes se largaran a llorar.
Arturo, desconcertado por la situación, se volvió hacia Shily, buscando comprensión en su mirada: —¿Por qué lloran? —Preguntó en voz baja.
—Porque sus amigos desaprobaron y fueron condenados a una vida de mierda. Pero son lágrimas de cocodrilo, Arturo. No les prestes mucha atención… —Respondió Juampi, con un tono de desdén—Te das cuenta de eso por qué la tristeza de estos hipócritas es demasiado falsa para conmover a su antiguo profesor. Él sabe que todos los llorones seleccionarán maldecir a sus compañeros para obtener una brillante y reluciente moneda de oro en el examen de moralidad.
Ya sea por casualidad o porque quería que esto pasara, Juampi habló demasiado alto y todos los presentes pudieron escucharlo decir que eran unos hipócritas, provocando que miradas enojadas atacaran a Arturo desde todas direcciones.
Uno de los estudiantes que se sintió fuertemente herido, señaló con el dedo al niño y expresó su furia en voz alta: —Ese mocoso se coló en nuestra ceremonia, atacó a un profesor y para colmo ahora tiene el descaro de hacer que sus mascotas digan semejantes mentiras sobre nosotros. ¡Merece que lo castiguen, profesor! —Exclamó, con vehemencia en su voz.
El aula se llenó de murmullos y miradas acusadoras dirigidas hacia Arturo. La indignación se apoderó de los estudiantes, alimentada por la percepción de injusticia y el deseo de encontrar un chivo expiatorio para la situación desconcertante en la que se encontraban.
Arturo se sintió abrumado por la oleada de acusaciones que le llovían desde todas partes. Trató de mantener la compostura mientras enfrentaba las miradas acusatorias que lo rodeaban.
—¡Yo no hice nada de eso, profesor! —Exclamó Arturo, levantando las manos en un gesto de defensa— No sé cómo llegamos aquí ni qué está pasando ¡Yo y mis mascotas solo queremos volver a casa con nuestras explicaciones dadas!
Las palabras de Arturo fueron recibidas con escepticismo por parte de los estudiantes, que intercambiaban miradas de incredulidad.
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—¡Mentiroso! ¡Tú y tus monstruos atacaron al profesor! ¡Fuiste tú quien causó todo este desastre! —Gritó otro estudiante, levantándose de su asiento y señalando acusadoramente a los restos del maniquí dispersos por el piso.
—¡Silencioooooo! —Ordenó el profesor, alzando la voz para hacerse oír sobre el caos creciente en el aula—¡Esto es inaceptable!, todos ustedes, cálmense y retomen sus asientos.
Los estudiantes, aunque aún visiblemente perturbados, obedecieron las órdenes del profesor y volvieron a sus lugares en un silencio tenso.
—Este niño debe ser uno de sus compañeros de clase, pero por algún motivo él terminó transformándose en un mocoso nuevamente —Explicó el profesor sin preocuparse demasiado por las acusaciones de los otros estudiantes— Por lo demás, no puedo castigar a un estudiante que aprobó el gran examen. Ningún profesor puede hacer eso. Y por último, no creo que su esclavo haya dicho ninguna mentira, lo más probable es que todos ustedes maldigan a sus antiguos compañeros de clase.
—¡Jamás haremos eso! —Gritó una estudiante profundamente ofendida por las palabras del profesor— Ya que no puede castigarnos, déjeme dejarle claro algo. Usted fue el peor profesor que tuvimos. Fue una mierda, un desgraciado, un enfermo, un idiota y una basura que ni siquiera me voy a dignar en recordar cuando salga de este matadero de niños que ustedes se dignan en llamar escuela.
Por primera vez, el profesor, que no había demostrado expresión alguna, dejó escapar una débil sonrisa al ver cómo una de sus estudiantes se rebelaba y comenzaba a insultarlo. No obstante, pronto volvió a mantener la compostura y dijo en tono serio:
—Di lo que quieras, niña ingrata. Pero si ustedes aprobaron, es por el trabajo que hicimos tus profesores…
—Solo 7 de 250 aprobaron… Se ve que hicieron un trabajo lamentable, profesor…—Dijo un estudiante en tono frío y despectivo, usando las mismas palabras que el profesor había dicho para insultarlos a ellos.
—¿Solo 7 de 250 estudiantes aprobaron? Se ve que únicamente 7 estudiantes fueron lo suficientemente listos para no escuchar ninguno de los consejos que ustedes 5 nos dieron, ¡deberían darles vergüenza ser tan malos profesores! —Dijo otro estudiante soltando una carcajada nerviosa y afilada, provocando que el resto de estudiantes se rieran en tono despectivo.
El profesor observó a los estudiantes con una mezcla de desdén y felicidad ante sus palabras desafiantes. Era evidente que la situación se estaba escapando de su control. Pero por algún extraño motivo el profesor sentía que a esta ceremonia le quedaba bien una pizca de rebeldía y caos; aun así, el profesor intentaba mantener la compostura para no revelar sus sentimientos a sus estudiantes.
—Entiendo sus frustraciones, pero las decisiones sobre las calificaciones no están en mis manos, y son los dioses los encargados de decidir su destino —El tono del profesor era calmado, pero firme— Ahora, por favor, mantengamos la calma y procedamos con la ceremonia de las explicaciones.
—¡No nos vamos a calmar hasta que nos den respuestas a porque solo 7 de nosotros logramos pasar el examen! —Exclamó otro estudiante, levantando la voz en un desafío abierto al profesor.
—¡Sí, queremos saber por qué tantos de nuestros compañeros fallaron! —Gritó otro, uniéndose al coro de protestas.
—Esta es la tercera camada que me toca y podría decirse que tengo mucha experiencia siendo profesor. Por lo que permítanme advertirles que a lo mucho aprueban 10 estudiantes por camada —Respondió el profesor en tono tajante — Pero no se preocupen tanto por esas tonterías, preocúpense por lo que viene, porque ahora los desaprobados son nada más y nada menos que una triste anécdota en sus gloriosas vidas como estudiantes aprobados.
Arturo, en medio de la conmoción, permanecía en silencio, observando la escena con una serenidad inusual. Se podía ver en su mirada una mezcla entre una determinación tranquila y una falta de entendimiento absoluto de la situación.
Viendo cómo los estudiantes parecían querer seguir discutiendo, el profesor aplaudió fuertemente y un pastel de cumpleaños apareció en el banco de cada estudiante. Sin decir otra palabra, el maniquí bajó abruptamente su cabeza, mostrando que el hombre que lo había poseído con anterioridad se había marchado, su turno había acabado.
Arturo disfrutó del pastel de cumpleaños que tenía en la mesa, el cual seguía marcando 18 años con sus 18 velas y no parecía tener intenciones de aumentar el número. Los estudiantes comieron sus tortas a regañadientes, siendo esta la celebración de cumpleaños más triste que habían tenido en todas sus vidas.
Mientras devoraban las tortas, otro maniquí del salón de clases levantó la cabeza y se acercó al grupo de estudiantes. En silencio, los observó comer sus tortas sin decir una sola palabra. Parecía estar pensando muchas cosas para sí mismo, pero tampoco tenía intenciones de compartir sus pensamientos con los demás. Así, en silencio como vino, se marchó. Cuando los estudiantes terminaron de comer sus tortas, el maniquí aplaudió y las tortas desaparecieron, a su vez, el maniquí bajó la cabeza, su turno se había terminado y no había dicho una sola palabra.
—Pasamos por el novato, el serio y el mudo, solo faltan dos más para que nos entreguen nuestras notas —Dijo uno de los estudiantes mientras se limpiaba los fragmentos de torta en sus labios con su túnica.
Los estudiantes, aún con la tensión en el ambiente, comenzaron a comentar entre ellos mientras esperaban la siguiente intervención de uno de sus antiguos profesores.
—¿Creen realmente que los desaprobados se convertirán en una “triste anécdota” de nuestras vidas? —Preguntó uno de los chicos, con cierta incredulidad en su voz.
—No lo sé, pero el profesor parece estar seguro de ello. Aunque, ¿cómo puede ser una simple anécdota algo tan importante como el destino de nuestros compañeros? —Respondió otro joven, frunciendo el ceño.
—Quizás solo está tratando de tranquilizarnos para que nos concentremos en las contrataciones. Pero... ¿y si realmente hay algo más detrás de todo esto?, ¿y si realmente terminamos olvidándonos de nuestros compañeros?—Sugirió un tercero, mirando alrededor con cautela.
Mientras tanto, Arturo seguía observando en silencio, su mirada ahora más pensativa que antes. Parecía estar reflexionando sobre las palabras del profesor y las reacciones de estos jóvenes.
—¿Creen que deberíamos hacer algo por los que desaprobaron? —Preguntó una estudiante con voz suave, atrayendo la atención del grupo —Quiero decir, acá cada uno camino por su cuenta hasta llegar a este punto. Si ellos se hubieran esforzado tanto como nosotros, hubieran aprobado y no tendríamos que estar discutiendo cómo ayudarlos.
—No sé qué podríamos hacer, pero no podemos simplemente ignorarlos. Son nuestros compañeros, después de todo —Respondió otro estudiante, con un tono de preocupación en su voz.
—Tal vez podríamos buscar en el libro de rumores, o intentar encontrar una manera de ayudarlos a mejorar. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras son relegados a la miseria de tal forma —Propuso un joven, con determinación en su voz, provocando que una mueca de disgusto se formará en el rostro de Juampi, al cual le estaba costando digerir la “hipocresía” de estos niños.
Mientras estos jóvenes debatían sobre posibles acciones a tomar, el silencio volvió a caer sobre el aula. En ese momento, un nuevo maniquí se acercó al grupo de estudiantes, pero su presencia era diferente. Emitía una energía tranquila y comprensiva, a diferencia de los anteriores profesores.
—Buenas tardes, jóvenes. Veo que están preocupados por sus compañeros desaprobados —Dijo el maniquí con una voz suave y melodiosa, captando la atención de todos.
Los estudiantes se miraron entre sí, sorprendidos por la aparición de este nuevo personaje y por su tono tranquilizador. Se prepararon para escuchar lo que tenía que decir, intrigados por su presencia en medio de toda la confusión y el caos.
—Se los nota sorprendidos. Verán, la profesora que tenía que venir en este turno se encuentra enferma y me pidió que la remplazará el día de hoy —Explicó el maniquí con calma.
—Justo hoy se tenía que enfermar la mejor profesora que tuvimos… —Comentó uno de los estudiantes, y por la mirada de sus compañeros parecía que todos compartían su decepción.
—Bueno, la verdad es que seguramente su profesora no se enfermó, pero es algo triste ver quiénes aprueban y quiénes fracasan entre tus queridos estudiantes —Explicó el profesor con una voz pausada y tranquilizadora— Verán, a la larga los profesores nos terminamos encariñando con nuestros estudiantes, aunque muchos oculten ese secreto en el fondo de su corazón. Y por desgracia, los dioses son muy injustos y caprichosos, por lo que ver cómo las joyas se convierten en basura y cómo la basura sobrevive para convertirse en joya termina destruyendo a cualquiera que se digne a llamarse buen profesor.
—¿Usted nos dará las explicaciones? Siempre pensamos que ella nos las daría —Preguntó una estudiante, cuyo tono de voz denotaba una profunda decepción.
—No, yo solo les daré unos regalos —Contestó el profesor mientras aplaudía, provocando que una caja negra apareciera en el banco de cada estudiante.
—Pero, ¿cómo pueden dejar que el chiflado sea el que nos dé las explicaciones? ¡Se supone que este es un momento importante en nuestras vidas y ustedes se lo dejan a un demente! —Criticó uno de los estudiantes.
—El orden se estableció en un sorteo, así que solo pueden culpar a su mala suerte —Contestó el profesor mientras su maniquí bajaba la cabeza bruscamente, indicando el final de su turno.
Arturo, con impaciencia, ignoró lo que estaban haciendo el resto de estudiantes y abrió la pequeña caja negra en su banco, sólo para descubrir un libro en blanco titulado bajo el nombre de «Memorias de los Adultos». Su cubierta estaba confeccionada con un cuero envejecido y desgastado por el tiempo, con filigranas doradas que rodeaban el título en relieve.
—¿Qué diablos es esto? —Preguntó Arturo, agitando su libro en señal de desaprobación.
Mientras Arturo examinaba el libro, los otros estudiantes también abrieron sus cajas y descubrieron libros similares en sus bancos. Algunos no estaban sorprendidos, otros estaban confundidos, pero todos tenían la misma pregunta en mente: “¿Por qué nos tocó el chiflado al final?”
Mientras tanto, Anteojitos había dado vuelta la caja negra en el pupitre de Arturo y se dio cuenta de que no había nada más que el libro en su interior, lo cual provocó que mirara a Copito en busca de respuestas. Copito, a su vez, comenzó a saltar con enojo, expresando su apoyo al ojo volador.
—Anteojitos y Copito, ¿ustedes también están molestos con lo inútil que es este libro? —Preguntó Arturo, quien no sabía cómo usar el libro en sus manos; todas sus hojas estaban en blanco y no se dignaba a responder a su llamado.
Pero Anteojitos y Copito estaban pensando en otro problema. La caja solo contenía un libro y no había ninguna bolsa con reliquias: ¡Les habían robado sus reliquias!
Malinterpretando la situación, las dos mascotas miraron con enojo al resto de estudiantes, pero pronto se dieron cuenta de que ninguno de los jóvenes había obtenido reliquias y tampoco parecían molestos por este hecho. Todo indicaría que las reliquias ya no formaban parte de los regalos que se les hacían a los estudiantes aprobados.
Mientras los alumnos inspeccionaban el libro, un maniquí se activó, dando una risotada alegre y estridente que envolvió la inmensa aula e interrumpió los pensamientos de todos los presentes.
El último maniquí se acercaba a los estudiantes con pasos alegres. Curiosamente, su rostro había sido modificado por arte de magia y sobre la fría madera, apareció pintada una sonrisa perpetua y unos ojos desorbitados, que emanaban una energía inquietante que dejaba a los estudiantes al borde de la incomodidad.
—¡Bienvenidos sean los jóvenes de mentes curiosas y pensamientos espeluznantes a mi humilde morada de conocimiento! —Exclamó el maniquí con entusiasmo, agitando los brazos en el aire de manera exagerada.
Los estudiantes intercambiaron miradas confundidas, preguntándose qué tipo de espectáculo estaban a punto de presenciar.
—Hoy, en este maravilloso día, me presento ante ustedes como vuestro maestro, vuestro guía, vuestro... ¡poeta de la sabiduría! —Proclamó el maniquí, mientras hacía una reverencia exagerada que desafió las leyes de la física.
—¿Por qué tenía que tocarnos este idiota? —Susurró uno de los estudiantes, mientras otros asentían en confusión.
—Tranquilos, mis queridos discípulos, hoy no es un día cualquiera. Hoy es el día en que nos sumergiremos en el océano de la sabiduría y nos elevaremos hacia las alturas del conocimiento absoluto —Continuó el maniquí, ahora paseándose por el frente del aula con gestos grandilocuentes.
Arturo, con una mezcla de incredulidad y cierta fascinación, observaba la escena con atención, sintiendo una mezcla de intriga y precaución ante lo que estaba por venir.
—¿Podemos empezar ya? —Interrumpió uno de los estudiantes, impaciente por saber cuáles fueron sus notas.
El maniquí se detuvo abruptamente, como si hubiera sido arrancado de un trance, y giró su cabeza hacia el origen de la voz, con una sonrisa aún más amplia si cabe.
—¡Por supuesto, Marius! ¡Comencemos con esta danza de preguntas y respuestas que nos llevará a explorar los rincones más profundos de nuestra alma! —Exclamó, extendiendo los brazos en un gesto teatral.
Los estudiantes se miraron entre sí, resignados a seguir adelante con el extraño juego que se estaba desarrollando frente a ellos. Uno por uno, comenzaron a formular preguntas, algunas serias, otras absurdas, pero todas con la esperanza de obtener alguna forma de claridad en medio de la locura que los rodeaba.
—¿Cuál es el sentido de este sistema, por qué no conocemos otra cosa que no sea la academia y por qué ustedes se niegan a contarnos que nos espera afuera de esta aula? —Preguntó uno de los estudiantes, con una mirada inquisitiva dirigida al maniquí.
El maniquí se detuvo por un momento. Su mente, tan torcida y enmarañada como un laberinto sin salida, se deleitaba con las preguntas desafiantes de los jóvenes. Se sentía como un faro en la oscuridad, iluminando las mentes curiosas con sus respuestas extravagantes. Como si estuviera procesando la pregunta de manera profunda, el maniquí se tomó la cabeza con fuerza antes de responder con una voz melodiosa y dramática:
—Ah, querido Marius, qué pregunta tan perspicaz has planteado —Respondió el profesor con una voz que resonaba en el vacío del aula— El sentido de este sistema, ¿verdad? ¿Por qué nos aferramos a las paredes de esta prisión, temerosos de lo que yace más allá de sus confines?
Se tomó un momento para dar un paso adelante, acercándose al estudiante con una presencia imponente pero lúdica:
—Imaginen, si pueden, que este mundo es como un gran teatro, y nosotros, los actores en su escenario. La academia es nuestro guión, nuestras reglas, nuestras limitaciones impuestas por aquellos que se esconden en las sombras. Pero, ¿qué sucede cuando uno de los actores decide desviarse del guión, desafiar las expectativas y buscar la verdad detrás del telón?
El estudiante frunció el ceño, claramente desconcertado por la respuesta del profesor. Otros miraban con fascinación, cautivados por las palabras del enigmático maniquí.
—Les niegan el conocimiento del mundo exterior porque temen lo que podría suceder si despiertan de su letargo, si ven la realidad detrás de la ilusión —Continuó el maniquí, sus ojos vacíos brillando con una intensidad inquietante— Pero, ¿acaso no es el destino de todo estúdiate desafiar las cadenas que lo atan y buscar la libertad, incluso si esa libertad viene con un precio?
Hubo un murmullo entre los estudiantes, algunos asintiendo en silenciosa reflexión, otros aún confundidos por las palabras del profesor. Pero antes de que pudieran formular más preguntas, una extraña sensación de vértigo los envolvió, y el aula pareció disolverse ante sus ojos.
Cuando la visión volvió, se encontraron de pie en un paisaje surrealista, donde los árboles susurraban secretos ancestrales y el cielo se teñía de colores imposibles. El maniquí, ahora más grande que la vida misma, los observaba con una sonrisa enigmática desde el cielo.
—Bienvenidos, mis valientes exploradores, al mundo más allá de los confines de la academia. Aquí, entre los pliegues del universo, encontrarán respuestas a las preguntas que nunca se atrevieron a hacer. Pero, tengan cuidado, porque la verdad puede ser más aterradora de lo que jamás imaginaron.
Tras pronunciar esas palabras, la ilusión se desvaneció y todos los estudiantes volvieron a encontrarse en sus asientos, observando con aturdimiento lo que acababa de ocurrir. El profesor, con su habitual tono desenfadado, parecía disfrutar del desconcierto de sus alumnos.
—¿Confundidos? ¿Asustados? No sean tan dramáticos… —Bromeó el profesor, mientras agitaba sus manos en señal de que no se preocuparan demasiado por el asunto— Afuera les espera la misma mierda que encontraron aquí adentro. Sean los inofensivos asesinos, los cariñosos abusadores, los amables estafadores, los bondadosos ladrones o los sabios dementes, ¿por qué cambiarían las personas tras aprobar el gran examen? Y si han de cambiar, ¿acaso el poder no corrompe? Entonces porque esperas encontrarte un mundo menos corrompido fuera de estas paredes. La única diferencia entre la academia y el mundo de los adultos es que los actores con los que realizan la obra ya no son los mismos que antes, ahora todos son adultos, todos están podridos por dentro. ¿Alguna otra pregunta, mis niños?
Un estudiante, decidido a aprovechar la oportunidad para obtener información útil, levantó la mano y formuló una pregunta más pragmática:
—¿Algún consejo para evitar que nos estafen con un mal contrato durante las contrataciones?
El profesor, con una sonrisa cómplice, fingió ajustarse unos inexistentes anteojos y respondió con tono sabio:
—Ah, la astucia en los negocios, un arte tan antiguo como la misma humanidad. Les diré lo mismo que le digo a mis gatos cuando intentan cazar al ratón: sean observadores, lean entre líneas y nunca firmen nada sin comprender completamente sus implicaciones. Recuerden, un contrato es como un hechizo: puede protegerlos o condenarlos, dependiendo de cómo lo manejen. Son solo 7 aprobados, habrá más contratos de los que necesitan para encontrar un buen trabajo, así que limítense a no ser estúpidos y todo marchará bien.
Los estudiantes asintieron, tomando nota mental de las palabras de sabiduría del profesor. Aunque su comportamiento excéntrico a menudo los desconcertaba, no podían negar que había algo de verdad en sus enseñanzas.
Las preguntas continuaron, cada una más extraña o profunda que la anterior, y el maniquí respondió con una energía inquebrantable y una exuberancia desbordante. A medida que la sesión avanzaba, los estudiantes se encontraban cada vez más inmersos en el extraño encanto del profesor y sus respuestas extravagantes.
Sin embargo, a medida que la escena progresaba, los estudiantes comenzaron a notar algo inusual en el comportamiento del maniquí. Su voz se volvía más aguda, sus gestos más erráticos, como si estuviera perdiendo el control sobre sí mismo. Algunos miraron nerviosos alrededor, preguntándose si esto era parte de la actuación o si algo más siniestro estaba en juego.
Finalmente, justo cuando parecía que la sesión llegaría a su clímax, el maniquí dio un giro repentino y, con una risa estridente y desquiciada, anunció:
—¡Y ahora, mis queridos estudiantes, es hora de despedirnos! Pero no teman, pues nos encontraremos nuevamente en los recovecos de la mente y en los sueños más profundos. ¡Hasta la próxima, mis valientes muchachos!
—¡Falta mi pregunta, profesor! —Dijo Arturo agitando su mano con determinación.
El maniquí, con su semblante inquietante, giró lentamente hacia Arturo, sus ojos vacíos parecían penetrar en el alma del niño:
—Adelante, mi querido niño… —Respondió el maniquí con una voz que ahora sonaba tan distorsionada y oscura que era imposible que los otros estudiantes no se sintieran nerviosos con lo que estaba apuntó de suceder — Tu pregunta será la más especial de todas ¡La que desatará el verdadero poder de este lugar!
Los estudiantes se miraron entre sí, alarmados por el cambio repentino en el tono del maniquí. Algunos retrocedieron en sus asientos, mientras que otros se prepararon para lo peor.
—Profesor... —Comenzó Arturo, notando la tensión creciente en el aire, inhaló profundamente, reuniendo valor para enfrentar lo desconocido que se cernía sobre ellos—Mi pregunta es muy similar a la primera que le preguntaron, es que no me terminó de quedar claro su respuesta: ¿Qué ocurre fuera de estos muros? ¿Qué peligros aguardan a aquellos que se aventuran más allá de la academia, especialmente después de la caída de los gremios? —Preguntó, su voz temblorosa pero firme.
El aula pareció sumirse en un silencio sepulcral mientras todos aguardaban la respuesta del maniquí, con el corazón latiendo con fuerza en sus pechos.
El maniquí permaneció en silencio por un momento, como si estuviera sopesando la respuesta adecuada. Sus ojos sin vida escudriñaron a cada estudiante, mientras el aire se llenaba con la sensación de que algo oscuro y maligno se aproximaba.
Finalmente, el maniquí emitió un suspiro siniestro, rompiendo el silencio con una voz distorsionada que no parecía propia de él. Con horror, los estudiantes comprendieron que otra entidad desconocida debía haberse apoderado del control del maniquí:
—Ah, la pregunta que arde en la mente de todos aquellos que se atreven a desafiar los límites de la seguridad. ¿Qué ocurre fuera de estos muros? ¿Qué peligros aguardan a los valientes que se aventuran más allá de la academia? Permitidme descorrer el velo que oculta la verdad de tu mundo, gran heraldo.
Con un gesto teatral, el maniquí extendió un brazo, señalando hacia las sombras que se retorcían en las esquinas del aula, como si fueran las mismas garras del destino. Provocando que las sombras comenzaran a distorsionarse mostrando escenarios desagradables y retorcidos que proyectaban la traición, lujuria, enfermedad, odio, miedo y muerte que se escondía en el corazón de los estudiantes presentes.
—Fuera de estos muros yace un mundo envuelto en tinieblas, un reino donde la ley y el orden han sucumbido ante el caos y la desesperación. Los gremios, una vez pilares de la sociedad, han caído en la decadencia y la corrupción, dejando tras de sí un vacío de poder que ha sido llenado por el miedo y la locura que se esconden en lo profundo de los corazones de los hombres.
Los estudiantes se estremecieron ante las palabras del maniquí, sintiendo cómo la atmósfera se volvía aún más opresiva a su alrededor.
—En este mundo desolado, los desaprobados son arrojados a las fauces del abismo, condenados a deambular por los páramos desolados en busca de una redención que nunca llegará. Bestias grotescas y monstruos indescriptibles acechan en cada sombra, devorando a los desprevenidos y arrastrando a los desafortunados hacia la perdición eterna.
Una sensación de horror se apoderó de los estudiantes, quienes se aferraron a sus asientos con manos temblorosas, conscientes de que estaban presenciando algo más que una simple respuesta.
—Y vosotros, mis queridos guerreros, estáis destinados a enfrentaros a estos horrores, a luchar por vuestra supervivencia en un mundo que ha perdido toda esperanza. Pero recordad, la verdadera prueba no radica en la batalla contra la corrupción de los hombres que han caído presas de su propia codicia, sino en la lucha contra las sombras que yacen en vuestro interior ¡La verdadera prueba es mantener vuestra humanidad intacta en un mundo que os empuja constantemente hacia la oscuridad!
El maniquí se detuvo, dejando que sus palabras resonaran en el aire cargado de tensión. Los estudiantes se miraron entre sí, sintiendo el peso de la verdad que acababan de escuchar y la responsabilidad que recaía sobre sus jóvenes hombros.
El maniquí, con una sonrisa siniestra en su rostro inerte, concluyó su discurso con una reverencia teatral:
—Y así, mis queridos paladines de la esperanza, os dejo con estas palabras para reflexionar. Que vuestro camino esté iluminado por la sabiduría y la fortaleza en este viaje hacia el vacío que los envuelve ¡Hasta nunca, valientes exploradores!
Con un chasquido, el maniquí se desvaneció en una nube de humo negro, dejando a los estudiantes en un silencio cargado de inquietud y temor.
Arturo se levantó lentamente de su asiento, sintiendo el peso de la revelación que acababa de presenciar. Miró a los otros estudiantes, notando la expresión de horror en sus rostros, y supo que todos compartían la misma carga.
—Vamos, es hora de regresar a casa… —Dijo Arturo con determinación, tratando de infundir valor en sus palabras.
Antes de que pudieran pronunciar otras palabras, una fuerza invisible los envolvió a todos, envolviéndolos en un torbellino de luces y sombras. La habitación del aula comenzó a desdibujarse a su alrededor, transformándose en un remolino de colores y formas indistintas.
—¿Qué está pasando? ¡No quiero irme todavía! —Exclamó uno de los estudiantes, luchando contra la fuerza que los arrastraba.
—¡No podemos hacer nada! ¡Estamos siendo teletransportados! —Gritó otro, su voz ahogada por el estruendo del vórtice.
Arturo cerró los ojos con fuerza, dejándose llevar por la corriente tumultuosa, sin saber a dónde los llevaría.
Cuando finalmente la tormenta de luz se desvaneció, Arturo se encontró de pie en su hogar, rodeado por sus leales mascotas. El silencio de la habitación era reconfortante después del caos que habían presenciado.
—¿Estamos de vuelta? —Preguntó Arturo, mirando a su alrededor con asombro.
—Sí, Arturo, hemos regresado a casa… —Respondió el cerdo, con una sonrisa tranquilizadora— Parece que las explicaciones han llegado a su fin.
Arturo se dejó caer en el piso, sintiendo el agotamiento de la aventura pesar sobre él. Aunque habían regresado a salvo a su hogar, sabía que las palabras del maniquí y la revelación de lo que les aguardaba fuera de la academia seguirían atormentándolo en los días venideros.
—¿Qué hacemos ahora? —Preguntó Arturo, mirando a sus mascotas en busca de orientación.
—Ahora debemos descansar y prepararnos para el inicio de las asignaciones—Respondió Shily, con firmeza— Esto ha sido solo el comienzo del final de una etapa de nuestra aventura. Todavía nos esperan grandes desafíos por delante, así que debemos recobrar fuerzas.
Con renovado ánimo, Arturo asintió, sabiendo que sea lo que sea lo que el destino les tenía reservado, lo enfrentarían juntos, como una familia unida por lazos más fuertes que cualquier adversidad.