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30 - Borrachos

Tras reaparecer en su cuarto, Arturo experimentó una sensación inusual, pero extrañamente familiar, como un murmullo constante que le susurraba que ya había vivido esta experiencia antes, una sensación similar a estar atrapado en un bucle infinito. Esta sensación estaba plenamente justificada, ya que al entrar en su dormitorio, Arturo se encontró con la sorpresa de que todos los minihumanos que habitaban su dormitorio lo miraban con extrañeza, como si se preguntaran si él era realmente el dueño de la habitación. Fue entonces cuando los minihumanos vieron a Copito asustado, saltando nerviosamente para regresar a su escondite en el castillo; buscando escapar de los horripilantes sucesos que ocurrieron durante las contrataciones. La reacción de los minihumanos ante la aparición de la bola de pelo fue extremadamente exagerada.

Los pequeños seres comenzaron a cantar al unísono, mientras sus cuerpos se movían en armonía en un baile sorprendentemente organizado. Tras lo cual comenzaron a lanzar fuegos artificiales, como si estuvieran celebrando el regreso de alguien que había estado ausente durante mucho tiempo en su diminuto mundo.

—¿Viajamos en el tiempo?—Preguntó Pompón, con una expresión preocupada, mientras saltaba histéricamente en círculos como si estuviera intentando inspeccionar todo su cuerpo para asegurarse de que no se hubiera convertido en un anciano decrépito.

—Podría ser... La forma de reaccionar de los minihumanos se parece mucho a aquella vez en la que me quedé dormido durante un milenio por accidente... —Respondió Arturo, mientras observaba la ventana de la habitación. Desde allí, se podía ver el patio de una hermosa mansión, pero lo más intrigante era que el sol brillaba en lo alto del cielo y la misteriosa luna roja había desaparecido sin dejar rastro alguno.

—Menos mal que esta vez viajé en el tiempo contigo... —Murmuró Pompón, como si se hubiera quitado un gran peso de encima, tras comprobar que su cuerpo seguía siendo joven y lleno de vitalidad.

—El gusano sigue comiendo como si nada hubiera pasado, ¿realmente crees que volvimos a viajar en el tiempo? —Preguntó Arturo, por suerte no prestando demasiada atención a las palabras del conejo.

Aunque lo cierto era que los minihumanos tenían la costumbre de mantener la habitación tan impoluta como siempre, lo que dificultaba determinar cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que había estado en su cuarto.

—El gusano, tus mascotas y yo somos inmortales, siempre y cuando tu alma no se destruya, no “moriremos”. Por eso es importante tener mascotas que duren “hasta la eternidad”... —Respondió Pompón mientras observaba al gigantesco gusano, que continuaba ignorándolos por completo e incluso parecía algo molesto, como si sintiera que su pacífica vida en su montículo había llegado a su fin con el regreso de su dueño.

—¿Cuánto tiempo crees que ha transcurrido?—Preguntó Arturo con una mezcla de dudas y ansiedad mientras escudriñaba su hogar en busca de los inexistentes cambios que el paso del tiempo pudiera haber dejado.

—No lo sé, podrían ser diez años, cien años, un milenio o incluso más... —Pompón murmuró con una sonrisa alegre mientras contemplaba su pelaje pomposo en el espejo—Sin embargo, eso en realidad no importa. Lo importante es que el Rey Negro cumplió su palabra y nos salvó el culo. Además, si ha pasado mucho tiempo, mejor aún. Las cosas se habrán acomodado, y la ausencia de personas de tu raza no será tan molesta para nosotros. Probablemente el Rey Negro nos envió a una época en la que ya nadie lo recuerde, lo cual a su vez explicaría por qué te permite ofrecer ofrendas para convocarlo de nuevo.

—¿Ofrendas? Oh sí, pero esas cosas son una estafa. No creas que voy a gastar tantas monedas de oro para que un dios vuelva a aparecer y yo no obtenga nada a cambio—Arturo respondió sin titubear. Para él, era inconcebible ofrecer tantos regalos a un dios sin obtener algún beneficio.

—No sé si es inútil. Recuerda que tu raza vivió una época brillante y hermosa durante el período del Rey Negro, y el sacrificio de tantos seres seguramente benefició a los descendientes de esa época dorada. Ahora el mundo debe ser un lugar mejor... —Pompón respondió con entusiasmo—No por nada este dios era considerado parte de la familia sagrada, y si lo piensas fríamente, es quien más ha contribuido a tu raza y se ha involucrado más en su ayuda. No obstante, su forma de actuar es acorde a su antigüedad y estatus. El Rey del Vacío emerge de entre las sombras y entrega regalos, luego cosecha esos regalos y crea un mundo mejor a partir de la nada misma, para finalmente desvanecerse de nuevo en el vacío y permitir que el mundo olvide su nombre. Sin embargo, el mundo abandonado por el dios y despoblado de sus antiguos habitantes aún disfruta de lo que su presencia ha otorgado. Es un buen dios, a pesar de que todos tienden a olvidarlo. Ahora que vemos la historia completa, podemos afirmar eso. Es lo sorprendente de que seas el heraldo, ya que en el pasado fuiste su enemigo y desconfiamos de sus palabras, pero ahora lo veo con otros ojos. Tal vez no sea mala idea volver a invocarlo, pese a que es muy complicado, por no decir imposible para nosotros pagar tantas monedas de oro.

El relato de Pompón arrojó luz sobre la naturaleza y el papel del Rey Negro en el mundo de Arturo. Era un ser divino que operaba en las sombras, un dios benevolente que entregaba dones a su raza, cosechaba esos dones y, de alguna manera mágica, los transformaba en un mundo mejor. Su discreción y su habilidad para desaparecer en el olvido colectivo eran características singulares que, sin embargo, habían permitido que su influencia perdurará a lo largo del tiempo.

—¿Un lugar mejor? ¿O simplemente un mundo con más riquezas?—Arturo preguntó con escepticismo.

—Con más riquezas, por supuesto. A pesar de los cambios en el mundo, dudo que las personas de tu raza dejen de ser avariciosas. Si antes peleaban por una barra de pan, ahora pelearán por una barra de oro. Pero para nosotros, que tendremos el beneficio de haber presenciado todos estos cambios, el mundo ciertamente será un lugar mejor —Pompón respondió con sabiduría, aunque era evidente que no había indicios claros de los cambios en el mundo, por lo que toda está conversación eran más una serie de divagaciones por parte del conejo que hechos reales.

—Desde ese punto de vista, el mundo es un lugar mejor. Al menos nadie pelea por la comida... —Arturo reflexionó, admitiendo la lógica detrás de las palabras de Pompón—De todas formas, volviendo a la realidad, ¿tenemos todavía un año por delante?

—Supongo que sí. Miré en el espejo, y no hay indicios de que se acerque ninguna fecha importante. De todas formas, deberías consultarlo con Momo. Con su ayuda, sabremos cuánto tiempo ha transcurrido y cuánto falta para que finalmente puedas asistir a las contrataciones... —Pompón respondió con pragmatismo, ofreciendo una solución para desvelar el misterio que habían experimentado.

—Momo… Hace mucho tiempo que no me contacto con ese mago chiflado... —Comentó Arturo con algo de irritación, pensando en la dura conversación que vendría.

Ante esta queja, Pompón extrajo del espejo la hoja que Arturo solía utilizar para comunicarse con Momo. Curiosamente, esta hoja no se encontraba en el inventario de Arturo, sino que estaba guardada en el inventario de su curador, un detalle que el conejo no permitió que el niño investigara con detenimiento.

—¿Qué es esto?—Preguntó Arturo, sosteniendo la hoja entregada por el conejo.

—Mmm, ¿no recuerdas que solías contactar al mago usando esta hoja? Momo suele irse de vacaciones a lugares muy alejados de la academia, por lo que debes utilizar esta hoja para comunicarte con él—Respondió Pompón, inventando una historia para guiar al niño.

—¿No teníamos un libro que nos llevaba a hablar con él?

—No, no, perdiste el libro apostándolo en el casino... —Respondió Pompón, buscando alguna excusa convincente.

—Oh, podría ser. Estoy tan cansado que ni siquiera lo recuerdo... —Arturo respondió con una sonrisa.

La gran verdad es que el niño había estado despierto durante más de un día y estaba completamente agotado. Sin embargo, el día de las contrataciones había sido tan estresante que se había olvidado del sueño.

—Si es así, ve a dormir al santuario. Tenemos todo un año, no hay razón para apurarse... —Pompón respondió con sabiduría, recordando a Arturo la importancia de descansar antes de embarcarse en cualquier nueva aventura.

Mientras pronunciaba esas palabras, el conejo hábilmente le arrebató la hoja a Arturo de las manos y la guardó en su escondite. Percatándose de que no era sensato permitirle a Arturo comunicarse con Momo. Pompón no podía controlar la respuesta que Momo daría a Arturo, y desafortunadamente, podría llevar la conversación a lugares indeseados, incluso provocando que el niño perdiera nuevamente la cabeza.

Demasiado cansado para pensar con claridad, Arturo decidió dirigirse al santuario siguiendo el consejo de Pompón.

Tras decir las palabras mágicas, con pasos cansados y lentos, el niño se encaminó hacia el lugar especial donde solía descansar y recargar energías. El santuario era un rincón tranquilo y apartado de su mundo, adornado con hermosas fuentes y luces tenues que creaban un ambiente relajante.

Mientras realizaba la larga caminata que lo acercaba al santuario, Arturo no pudo evitar reflexionar sobre su relación con Momo, el “mago” excéntrico que había sido su guía en este mundo inusual. A pesar de su locura aparente, Momo siempre había sido una fuente de sabiduría y consejos que lo habían llevado a través de innumerables desafíos que había tenido que lidiar desde que pudo ingresar en esta extraña academia. Su ausencia en su vida durante un período tan prolongado había dejado al niño con muchas preguntas y una extraña sensación de vacío.

Al llegar al santuario, Arturo se recostó en una de las almohadas del lugar. Rodeado de la paz y la serenidad que lo envolvían, cerró los ojos, permitiendo que el cansancio se apoderara de su cuerpo. Pronto, el agotamiento acumulado lo sumió en un sueño profundo y reparador.

Mientras Arturo dormía, Pompón, que tenía múltiples motivos para acompañarlo en esta ocasión, lo observaba con una atención meticulosa. El conejo no podía evitar sentir cierta preocupación por la salud mental de Arturo, y su deseo de estar a su lado era impulsado por el temor de que el niño pudiera perder la cordura en cualquier momento.

El conejo comprendía la importancia de este descanso, especialmente considerando que esta era la primera vez que el “nuevo” Arturo visitaba este santuario.

Aunque el sacerdote del santuario dormía en ese momento, Pompón estaba preparado para actuar de inmediato si la situación se tornaba extraña. Sobre todo si el sacerdote hablaba de más y mencionaba el evidente problema de que el “adulto” que solía ir a dormir a su santuario se había convertido en un “niño”.

Por suerte, eso no ocurrió y el sacerdote continuó durmiendo pacíficamente. Arturo, exhausto por las experiencias recientes, no le prestó atención a la extraña criatura que habitaba el santuario. El descanso del niño continuó sin interrupciones, y Pompón permaneció a su lado, vigilante y en guardia, listo para protegerlo en caso de que fuera necesario. La tranquilidad del santuario y el sueño profundo de Arturo proporcionaban un refugio momentáneo en este mundo lleno de misterios.

Pasaron horas, y el sueño de Arturo se mantuvo sin perturbaciones, hasta que finalmente despertó. Sin embargo, el regreso a la conciencia no fue tan tranquilo como lo habría deseado. Justo cuando Arturo abrió los ojos, el sacerdote del santuario se despertó repentinamente como si hubiera emergido de un antiguo letargo. El sacerdote se estiró y miró a Arturo con expresión aturdida, antes de pronunciar sus quejas de manera estruendosa:

—¡¿Arturo?! ¿Qué haces en este santuario? ¡Yo ya me había jubilado, mocoso de mierda! ¿Acaso no merezco descansar después de tanto tiempo trabajando?

—Sacerdote, ¿por qué está tan gritón?—Preguntó Arturo mientras parpadeaba perezosamente, recordando a esta extraña criatura que solía gustarle hablar de temas irrelevantes.

El sacerdote respondió con exasperación:

—¡Cómo no voy a estarlo! Se suponía que nunca volvería a ser el sacerdote de este santuario. Hace mucho tiempo que dejé de trabajar ¡Mucho tiempo! Hace unas horas era una criatura gloriosa, disfrutando de mi siguiente etapa en el orden natural de las cosas, siendo un gran guía que otorgaba favores a los estudiantes dignos de Felix. Y justo después de despertarme tras mi merecido descanso, lidiando con estudiantes molestos que me pedían a gritos que les explicara sus habilidades, ¡me vengo a despertar convertido en un sacerdote otra vez! ¡Por los dioses! ¿Cómo esperas que no esté molesto, mocoso?

El sacerdote expresó su frustración y descontento de manera enérgica, aunque su cuerpo parecía moverse de manera errática, como si luchara por recuperar el control completo de un cuerpo que ya no reconocía como suyo.

—Cosas que pasan, sacerdote. La vida es muy extraña para preocuparse por entender sus numerosas vueltas y giros… —Arturo trató de tranquilizar al sacerdote, aunque la respuesta no fue la que esperaba.

El sacerdote se exasperó aún más:

—¡Y una mierda! ¡No me vengas a decir esas tonterías a mí! ¿Sabes lo que me costó ganarme la posición que tenía? ¡Fueron milenios gastados en un trabajo monótono y aburrido, solo para que de repente vuelvas a aparecer y me arruines la vida!

El sacerdote, en su enfado, intentó arrojar una almohada a Arturo, pero sus movimientos descontrolados hicieron que la almohada cayera lejos del niño.

—Deberías preocuparte menos… —Arturo respondió con calma, aunque la situación se volvía cada vez más tensa.

—¡No! ¡Tú deberías preocuparte más! ¡Te juro que en cuanto recupere el control de mi cuerpo, voy a matarte, mocoso! ¡Cuando mueras, volveré a donde merezco estar!—Gritó el sacerdote con cólera.

Pompón, observando la situación con preocupación, intervino:

—Es mejor que nos vayamos, Arturo. No creo que esté bromeando...

Con pena por la situación, Arturo trató de tranquilizar al sacerdote. No obstante, su idea se vio interrumpida, ya que Pompón se había adelantado y se encontraba mencionando las palabras mágicas para sacarlo de este lugar.

—¡Arturoooo! ¡Vas a pagar por esto, mocoso! ¡No tienes ni la menor idea a quién ofendiste esta vez! ¡No te atrevas a regresar a este santuario y busca una forma de morir rápidamente!—Grito el sacerdote mientras seguía arrojando almohadas con frustración.

Arturo y Pompón dejaron el santuario en medio de las palabras airadas del sacerdote, reconociendo que lo ocurrido durante las contrataciones había desencadenado un problema un tanto inusual.

No obstante, no hubo tiempo para meditar el enojo del sacerdote, puesto que al regresar a su hogar, Arturo se encontró con una escena que no esperaba.

Los minihumanos celebraban con entusiasmo, y Copito hace tiempo se había sumado al animado festejo. Anteojitos estaba ocupado en su cuarto de juegos, mientras Tentaculin no parecía estar en ninguna parte.

Hasta ahí todo parecía normal, pero para sorpresa del niño y el conejo, en la sala contigua había algunas personas teniendo una conversación acalorada. Discutían tonterías y hablaban sin sentido aparente, como si estuvieran un poco pasados de copas. A pesar de la incoherencia de la conversación de estos borrachos, esta era irrelevante al lado de sus implicaciones, puesto que Arturo no esperaba encontrar extraños en su hogar.

La mente de Arturo estaba llena de preguntas: ¿Quiénes eran estas personas? ¿Cómo habían entrado en su hogar? ¿Por qué estaban en su casa?

Con curiosidad, Arturo se acercó lentamente a la habitación donde el gusano gigante se encontraba comiendo con voracidad, aparentemente ajeno a lo que ocurría a su alrededor. Desde el umbral de la habitación, Arturo observó a tres hombres vestidos como marineros, compartiendo historias y bebiendo alcohol junto al Capitán Marinoso, quien estaba ocupado disfrutando de la charla en su rincón de pesca.

Notando que estos hombres parecían más interesados en su propia charla y la bebida que en su presencia, Arturo reunió la confianza para preguntar:

—Hola, ¿Ustedes son amigos del capitán?

Los tres hombres giraron bruscamente para mirar al niño con una expresión de desconfianza en sus rostros. Tras lo cual, comenzaron a murmurar entre ellos:

—¿Un evento?

—Quizás sea una leyenda, podría ser un espíritu del mar...

—¿Están seguros de que no nos atacará? Nos proteges si esta criatura es malvada, ¿verdad, capitán Marinoso?

El capitán miró a Arturo de arriba abajo durante unos momentos, como si tratara de reconocer su alma, y finalmente comentó con una alegría contagiosa:

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—¡Joven grumete! ¿Qué te trae de regreso a este fantástico rincón de pesca?

—¿Un pescador? Pero es muy joven... —Comentó uno de los borrachos, mirando al niño con sospecha, mientras ajustaba su larga barba en busca de respuestas.

—Parece más un estudiante perdido que un pescador, o tal vez sea un pescador que tomó una poción misteriosa... —Añadió otro hombre, frunciendo el ceño, notando las túnicas destrozadas que portaba Arturo.

El hombre más joven del grupo, el cual tenía alrededor de cuarenta años, fue el que resolvió la situación:

—Viejos idiotas, es más que obvio que es un evento. Hay cinco personas en nuestro gremio, ¿cómo podríamos olvidar a una de ellas?

Arturo se sintió aún más perplejo ante la respuesta de los hombres, quienes parecían haber resuelto el misterio con relativa facilidad. La situación se volvía cada vez más intrigante, y Arturo se preparó para descubrir más sobre estos intrusos.

Tras observar detenidamente a las tres personas en su hogar, Arturo notó que estos hombres parecían más asustados de él de lo que él estaba asustado de ellos.

El primero de los pescadores era un hombre robusto de elevada edad, con una barba blanca espesa y cabello canoso. El anciano tenía una mirada risueña y ojos chispeantes, lo que sugería que era el más alegre del grupo. Levantó su copa de ron y se inclinó hacia Arturo con un guiño:

—¡Ahoy, joven grumete! ¡Soy Bartolomé, el único marinero capaz de hacer reír a un tiburón! ¡Hoy estamos celebrando el regreso de un antiguo camarada! Y este aquí, con la cara de estar siempre en una tormenta, es el capitán Augusto, el hombre más resistente que alguna vez cruzó el mar, ¡y eso que solo cruzamos la esquina para llegar al bar!

El capitán Augusto, un hombre de edad avanzada, escaso cabello blanco y con una cicatriz en la mejilla, asintió solemnemente comprendiendo que su amigo Bartolomé estaba tratando de desarrollar el “evento”, por lo cual levantó su copa con un aire de misterio y dijo:

—Saludos, muchacho. Soy el capitán Augusto, y te agradezco que hayas llegado a tiempo para la gran celebración. No todos los días tenemos el honor de recibir a un joven como tú en nuestro rincón de pesca. ¡Estamos aquí para conmemorar el regreso de un viejo amigo!

El tercer pescador, que parecía el más joven del grupo, se llamaba Lorenzo. Tenía una mirada traviesa en los ojos y una gran sonrisa en el rostro. Su cuerpo estaba bastante tonificado y no había espacios sin tatuajes en su piel. Se acercó a Arturo y le ofreció un saludo con una risa alegre:

—¡Hola, compañero! Soy Lorenzo, el encanto del mar. No te preocupes, no muerdo... al menos, no siempre. ¿Qué te trae por aquí, aparte de nuestra extraña y animada compañía? ¿Eres un estudiante buscando aventuras o solo te perdiste en tu camino mientras navegabas por aguas turbias? Sea cual sea la razón, ¡te has unido a la mejor fiesta en la costa!

Arturo, aunque inicialmente desconcertado por la situación, no pudo evitar sonreír ante la actitud amigable y alegre de estos peculiares pescadores. Mientras seguían charlando y compartiendo historias absurdas, Arturo comenzó a sentirse más cómodo en su presencia. Poco a poco, la habitación se llenó de risas y camaradería, y Arturo se dio cuenta de que tener a unos extraños borrachos en su casa no era tan mala idea cómo podía sonar.

—Así que realmente vienes de la mítica ciudad de Alubia... —Murmuró Lorenzo mientras disfrutaba de un trago profundo de su bebida, la cual aparentemente era infinita.

Arturo asintió con entusiasmo y explicó:

—Sí, vine de Alubia, pero logré ingresar a la academia mágica, así que ahora soy un mago. Aunque aún no he firmado ningún contrato mágico, por lo que no tengo trabajo todavía.

Bartolomé, con una mirada sabia en sus ojos y una sonrisa serena, agregó:

—Espero que encuentres un buen trabajo, Arturito. Pero permíteme decirte que, en general, todos elegimos un trabajo que nos decepciona al principio, y con el tiempo, nos enamoramos de lo que hacemos, más por esfuerzo que por inercia.

Arturo se sintió un poco desilusionado por la respuesta, y con un toque de duda, preguntó:

—¿No querían ser pescadores ustedes tres?

Lorenzo lo miró sorprendido y respondió:

—Eh, no, no, no trabajamos como pescadores, esto es solo un pasatiempo para nosotros.

El capitán Augusto añadió con alegría:

—Exacto, pero es un pasatiempo formal, por eso somos un gremio bastante poderoso.

El Capitan Marinoso, con su mirada escéptica, señaló:

—Solo tienen 5 miembros.

Bartolomé respondió con orgullo:

—Exactamente, tenemos 5 miembros, Arturito, eso hace del gremio de pescadores un gremio formal.

Arturo, con una expresión de confusión en su rostro, preguntó:

—¿La mayoría de gremios no son formales?

Lorenzo respondió con entusiasmo:

—Casi no hay gremios formales, por eso ser parte de un gremio de verdad es sorprendente.

Arturo, intrigado por la idea de unirse a un gremio, preguntó:

—¿Tan complicado es unirse a uno de estos gremios?

El Capitan Marinoso explicó:

—No, solo tienes que pedirlo luego de firmar un contrato y estás adentro, pero aparentemente la gente no usa mucho el sistema de gremios en estos tiempos.

Con una chispa de esperanza en sus ojos, Bartolomé agregó:

—No te fíes de este ocultista, él vive atrapado entre dimensiones, por lo que mide el tiempo de una manera completamente diferente a la nuestra. El gremio de pescadores es muy próspero y con el tiempo, lo será aún más.

Arturo continuó con su interrogatorio:

—Pero, si son 5 miembros, ¿por qué solo tres de ustedes están pescando en esta fuente?

Lorenzo respondió con naturalidad:

—Oh, los otros dos miembros son bastante solitarios, como la mayoría de las personas en realidad. Prefieren pescar solos en otros lugares. A veces vienen aquí, pero cuando no hay nadie.

—Pero incluso si no participan en las actividades del gremio, aún cuentan como miembros, y eso nos hace un gremio formal. Con ello, logramos progresar y mejorar nuestras habilidades de pesca —Añadió Augusto con entusiasmo.

Arturo, intrigado por la idea de unirse a un gremio, planteó una pregunta:

—¿Por qué la gente no se une a los gremios si da tantas ventajas? Ustedes parecen muy orgullosos de pertenecer a un gremio, y siendo tan fácil unirse, ¿no sería normal que todas las personas eligieran un gremio?

*...*...Un silencio moribundo cayó sobre la habitación

Tras la pregunta de Arturo, el ambiente parecía haberse vuelto deprimente. Las miradas de los tres pescadores, Lorenzo, Augusto y Bartolomé, parecían caídas y desgastadas. Se notaba que el tema que había tocado el joven era sumamente sensible para ellos, y ninguno se animaba a responder a su pregunta. Sus ojos, antes llenos de chispa y alegría, reflejaban una profunda tristeza y nostalgia.

El ambiente en la sala se volvió demasiado pesado como para que el niño no lo notara, parecía que esta pregunta había desembocado un recuerdo tan oscuro que hasta la fecha seguía pesando en el alma de estos pescadores.

Finalmente, Bartolomé respondió con calma para romper el silencio con una respuesta sumamente tosca, pero increíblemente contundente:

—Miedo e ignorancia….

Augusto agregó con una voz bastante tenebrosa:

—Hay rumores, Arturito...

Después de un largo momento de silencio, Lorenzo explicó en más detalle las respuestas enigmáticas de sus compañeros. Su voz, aunque llena de pesar, tenía un deje de determinación:

—Arturito, no es un tema sencillo para nosotros. Hay rumores, historias que han llegado a nuestros oídos. No podemos confirmar si la mayoría de estos rumores son ciertos o no, pero la idea de que los gremios “formales” puedan ser peligrosos ha dejado una marca imborrable en nuestra comunidad.

Bartolomé asintió con tristeza y continuó:

—Como dijo Lorenzo, son solo rumores, pero son rumores bien fundados. Por desgracia, las personas a menudo temen lo desconocido, y estos rumores pueden haber contribuido al miedo y la desconfianza hacia los gremios.

—¿Qué dicen estos rumores?—Preguntó el Capitán Marinoso, buscando que Arturo entendiera mejor el silencio de los pescadores.

—¿Para qué preguntas si ya lo sabes?...—Cuestionó Lorenzo con un enojo no disimulado.

No obstante, Augusto quería continuar con el “evento”, por lo cual respondió con una voz apagada, como si le disgustará hablar del tema:

—Los rumores indican que la desaparición del dios del carnaval no fue una casualidad. Resulta que uno de los antiguos gremios creció lo suficiente como para lograr matar a este dios. Tras eso, todas las personas que estaban unidas a un gremio “formal” fueron sacrificadas por los demás dioses.

Arturo, debatiéndose entre el horror y el asombro, preguntó con dudas:

—Dios mío, ¿eso es terrible o es fantástico?

Augusto, mirando con incomodidad a sus compañeros, cuestionó:

—¿Por qué mierda eso sería fantástico?

Arturo, con una mente abierta y curiosa, planteó una perspectiva diferente:

—Si mucha gente fue sacrificada, ¿significa que los gremios ganaron algo o no?

El Capitán Marinoso explicó:

—A la larga, ganarán, pero no todos comparten tu mentalidad, joven grumete. Por desgracia, estos miserables son los que deben reconstruir los gremios destruidos por los dioses. Cuando este crezca hasta su esplendor, llegarán a un techo más alto de lo que llegaron sus camaradas sacrificados, pero para ello primero alguien tendrá que construir los cimientos de esta gran escalera al cielo.

Arturo, con un tono reflexivo, continuó la conversación:

—Comprendo… Pero, ¿por qué las personas le tienen miedo a unirse a los gremios? Es más que obvio que nadie los sacrificaría en este momento. Los dioses no ganarían nada destruyendo gremios tan débiles.

Ante el comentario de Arturo, los tres miembros del gremio de pescadores intercambiaron miradas de aprobación, como si se hubieran encontrado con alguien que compartía su visión del mundo.

—Claro, Arturito, por eso mismo estamos en un gremio—Respondió Bartolomé con calma—No obstante, los beneficios son pocos, el trabajo es mucho, y el miedo a los rumores es abrumador. Con tanto miedo y tales condiciones, es casi imposible agregar nuevos miembros.

El Capitán Marinoso se unió a la conversación con un brillo en sus moluscosos ojos curiosos:

—¿Cuál es el gremio que mató al dios del carnaval?

—Los seguidores del vacío… —Murmuró Augusto con cierta tristeza—Bartolomé y yo éramos niños cuando ocurrió, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Nunca voy a olvidar a la maldita y gigantesca luna roja que se vio por todas las ventanas de la academia.

—Qué curioso…—Susurró el Capitán Marinoso mientras desviaba su mirada hacia la estatua del Rey Negro en la distancia, como si reflexionara sobre la historia y el misterio que rodeaba la respuesta que le habían dado.

—¿El mundo afuera de la academia está en ruinas?—Preguntó Arturo con un dejo de preocupación, rompiendo el breve silencio que siguió.

Mirando el reflejo del agua en la fuente, Bartolomé respondió:

—Si bien el mundo estaba más desolado y los secretos estaban más escondidos, no me parecía un mal lugar cuando firmé mi primer contrato. Ya han pasado varias generaciones desde el gran sacrificio. Ahora todo está mucho más ordenado que en aquel entonces, pese a que el miedo persiste en los corazones de los ancianos. Y los jóvenes siempre escuchan a los ancianos que hablan de más…

Tratando de no desperdiciar el evento, Augusto agregó con entusiasmo:

—Un mundo lleno de misterios te espera afuera de la academia, Arturito. Recuerda unirte a nuestro gremio cuando finalmente logres firmar un contrato. Si no me equivoco, faltan unos cuantos meses para las siguientes contrataciones.

Lorenzo, con una mirada que no podía disimular su interés, añadió:

—Curiosamente, me mandaron hace poco a contratar nuevos “guardianes”, por lo que no tengo duda de que falta “exactamente” un año para las siguientes contrataciones…

Comprendiendo las palabras del joven pescador, Bartolomé, sonriente y lleno de esperanza, se aventuró a especular:

—¿Podría ser que Arturito sea realmente un estudiante? ¿Y que el evento sea ganar un nuevo recluta para nuestro gremio?

Con seriedad, Augusto respondió:

—Viene de Alubia, claramente el mocoso no es de nuestra raza…

—Arturo es de su raza… —Reveló el Capitán Marinoso, dejando atónitos a los tres pescadores con su sorprendente revelación—De todas formas, me resulta muy curiosa la fecha de tu regreso, Arturo, así como me resulta curioso que sean los seguidores del vacío los que mataron a un dios. La pregunta es, ¿por qué motivo lo mataron? ¿Acaso lo sacrificaron para traer a alguien de otras épocas? ¿Fue una misión otorgada por alguien que fue olvidado por el tiempo? ¿Qué ganaron los seguidores del vacío al matar a este dios?

Con un toque de enojo, Augusto respondió:

—Se sabe que la muerte del dios del carnaval fue en vano, y en vano los gremios se extinguieron. La muerte del dios fue una excusa para que los antiguos gremios desaparecieran. Los dioses les tenían miedo a los gremios, habían llegado demasiado alto y se terminaron quemando con el sol.

Compartiendo la ira de Augusto, Bartolomé agregó:

—Los lunáticos que pertenecían a ese gremio buscaban invocar al Heraldo, una entidad con el poder de profesar la llegada de la época dorada, donde llueven monedas de oro y todos son favorecidos por los dioses. No obstante, su idiotez los llevó a invocar el fin de los días, y por su culpa muchos secretos se perdieron entre las tumbas.

—¿Buscaban invocar al jorobado loco que grita en el santuario?—Preguntó Aturo con asombro.

Lorenzo se sumó a la conversación, siguiendo el hilo de la misteriosa historia que se escondía tras este “evento”:

—¿Conociste al Heraldo, Arturito?

Señalando la estatua del Rey Negro, Arturo respondió con seguridad:

—Creo que sí. Puede ser que por ello fallaron. Si querían invocar al Rey Negro, solo tenían que llenar los alrededores de aquella estatua con monedas de oro.

Los pescadores quedaron sorprendidos por la revelación de Arturo, y Augusto, perdiendo la paciencia, estuvo a punto de saltar para agarrar al Capitán Marinoso, pero Bartolomé lo detuvo justo a tiempo.

—¿Por los dioses? ¿Me estás diciendo en serio que este muchacho está relacionado con el evento que ocurrió hace casi un siglo?—Gritó Augusto lleno de rabia, casi que culpando al Capitán Marinoso por no revelarle este secreto.

—No grites. Si el evento es lo que pensamos, no hay que asustar al futuro miembro. ¡Seis miembros! Reflexiona ese número con calma…—Murmuró Lorenzo con entusiasmo, tratando de calmar las aguas.

Dándole un trago hondo a su bebida, Bartolomé añadió:

—De todas formas, no podemos poner monedas de oro en este santuario, Arturito. Solo el dueño de esta habitación puede hacerlo, y él desapareció hace tiempo. Aún vive, el gusano gigante es prueba de ello, aunque dudo que viva en nuestra misma realidad.

—Incluso puede que tengas razón, y tal vez el antiguo dueño de esta casa está en una larga y agotante misión, recolectando las ofrendas para ese misterioso dios al que llamas Rey Negro…—Agrego Lorenzo sumándose a la idea.

Arturo observó la barra de bebidas, la estantería llena de libros comestibles y su inmutable gusano gigante, y no pudo evitar hacer una pregunta curiosa:

—¿Tampoco pueden comer esos libros o usar la barra de bebidas?

Lorenzo, sosteniendo su tosca botella de alcohol, respondió con una sonrisa:

— Podemos tomar de la barra y solemos hacerlo…

Augusto aclaró la situación de los libros:

— Sin embargo, los libros están prohibidos por el gusano. Aparentemente, tienen un gran valor sentimental para él, y si uno intenta comérselos, la criatura te expulsa del lugar.

Arturo miró a su mascota, que continuaba ignorándolo con indiferencia. Se dio cuenta de que, de alguna manera, el gusano se había preocupado por proteger los libros comestibles durante su ausencia para que estuvieran disponibles para cuando él regresara.

El niño no pudo evitar sentir gratitud por esta extraña criatura, la cual parecía preocuparse por él, aunque su personalidad callada le impedía expresar sus sentimientos efusivamente.

Bartolomé, mientras luchaba con un pequeño pez, preguntó:

—Sabes mucho de este sitio, Arturito. ¿Sueles pescar en esta fuente?

Arturo asintió:

—Nunca pesqué en esta fuente, pero sí pescaba con frecuencia en el pasado. En Alubia solía trabajar en el muelle, aunque solía pescar con un hilo roto. No tenía una caña de pescar como las que tienen ustedes. De todas formas, pescar a la vista de los marineros era una buena forma de mendigar comida o sobras de pescados de los que verdaderamente lograban atrapar algo.

Mientras explicaba su historia, el viejo pescador continuaba extrayendo un pez de su línea, y Arturo no pudo evitar preguntar:

—¿Qué están pescando?

Augusto explicó su misión de pesca:

—Estamos pescando cangrejos negros. Necesitamos cien cangrejos negros para completar la misión del gremio. Sin embargo, el proceso es lento, ya que incluso usando los anzuelos correctos, el cangrejo negro es difícil de atrapar.

Arturo, intrigado por la idea de las misiones de un gremio, preguntó:

— ¿Después de completar la misión, ganarán cosas interesantes?:

— Muy interesantes. Siempre es una alegría mejorar el gremio, no tanto por lo que ganamos, sino por dar un paso hacia adelante. Cada uno de estos pasitos nos acerca a ser un gremio más próspero—Respondió Bartolomé lleno de determinación.

Mientras hablaba, el anciano completó la extracción de un pez que, en lugar de ser revelado, emitió un destello y desapareció en el aire. El Capitán Marinoso murmuró con pesar:

—Cangrejo rojo...

Tras descubrir que había pescado otro cangrejo inútil, Bartolomé suspiró con resignación y observó a sus compañeros antes de preguntar:

— Bueno, ya pasamos un buen tiempo pescando. En principio, deberíamos habernos ido hace rato. Nuestros trabajos comenzarán pronto. ¿Qué hacemos?

—Arturito, nosotros tenemos que irnos a descansar un poco para poder ir a trabajar. Siempre venimos a pescar en esta fuente una vez por semana. ¿Volverás a aparecer por aquí?—Preguntó Augusto, temiendo que el evento misterioso terminará en la nada misma debido a la necesidad de tomarse un descanso.

—Supongo que me los volveré a cruzar—Respondió el niño con alegría.

Arturo había disfrutado de la compañía de estos pescadores llenos de aventuras desconocidas y anécdotas divertidas. Dado que el niño tenía escaso contacto con personas que aparentemente eran “magos” y prácticamente no tenía idea de cómo era el mundo fuera de la academia, encontraba las historias de estos hombres bastante entretenidas.

— Entonces, esperamos verte nuevamente, Arturito. Y si no nos vemos, recuerda unirte a nuestro gremio de pesca cuando firmes un contrato—Insistió Lorenzo mientras se despedía.

Sin más que decir, Lorenzo pronunció las palabras mágicas que lo llevarían de regreso a su hogar. Los otros dos viejos pescadores siguieron su ejemplo y se despidieron del niño, emprendiendo sus viajes de regreso a sus hogares.

— Finalmente, los pescadores se marcharon…—Murmuró el Capitán Marinoso con cierto aire de misterio—Al parecer el Rey Negro cumplió su palabra y te trajo a estos tiempos, joven grumete. Ahora es tu deber tratar de entender por qué has venido a estas épocas y si es necesario o no volver a invocar al dios del vacío.

Con ese comentario, el Capitán Marinoso se volvió a incrustar entre los corales y moluscos que crecían en la esquina de la habitación, fusionándose con el entorno.

— Incluso si fuera necesario, no tengo ni de cerca la cantidad de monedas de oro requeridas para lograrlo…—Murmuró Arturo, mientras miraba las silenciosas estatuas en su habitación.

El niño sintió que, sin nadie hablando en su hogar, el lugar se tornaba realmente vacío. Arturo permaneció allí, en medio de su sala, rodeado por el silencio y las esculturas mudas que lo observaban con ojos pétreos. Las palabras del Capitán Marinoso le habían dejado inquieto. No entendía del todo su propósito o cómo estaba relacionado con la invocación del dios del vacío.

Después de un rato, Arturo decidió caminar por la habitación, observando detenidamente las estatuas. Cada una de ellas tenía una historia, un misterio en sus rasgos, y el niño se preguntaba qué significaban. Pero al final, concluyó que estaba lejos de tener los conocimientos para descifrar el enigma que envolvía el misterioso santuario en su hogar.