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34 -Problemas

No pasó mucho tiempo para que Arturo se encontrara jugueteando con el anillo. Según la descripción del maniquí, el anillo hacía lo que prometía y tenía el poder de convertir cualquier líquido en un vino exótico. Para hacerlo, Arturo necesitaba buscar algún recipiente con una moderada cantidad de agua, que en este caso obtuvo de su barra de tragos. Luego, metía el dedo con el anillo en el agua y esta se convertiría mágicamente en vino.

Las condiciones del anillo eran bastante cómodas de cumplir, dado que el objeto convivía bien con otros anillos, pese a que pedía que el portador no usara más de tres anillos en total. Lo único malo de la habilidad es que el vino que se formaba era completamente aleatorio y no siempre era del agrado de Arturo. Además, tenía el inconveniente de que no transformaba vino en otro vino, por lo que uno tenía que desechar el vino con mal sabor y buscar agua nueva para probar suerte. Pese a ello, la habilidad parecía poder usarse hasta el hartazgo, por lo que realmente uno podía pasarse horas curioseando para ver cuál era el siguiente vino exótico que se encontraría.

En cuanto al resto, la utilidad del anillo resultaba cuestionable, dado que Arturo ya disponía de una barra de bebidas con una variada selección. Además, el espíritu a cargo de la barra, apodado Maku, mostraba una predisposición a preparar cuantas bebidas deseara el niño, aunque con la peculiar restricción de que solo una de todas esas bebidas podía poseer propiedades mágicas. Pero como el anillo le había caído prácticamente del cielo, Arturo tampoco podía quejarse de que fuera inútil.

Tras terminar de revelar los secretos del anillo, Arturo se sentía bastante agotado. No físicamente, ya que no había pasado demasiado tiempo acomodando los objetos y aún era de día, sino mentalmente, por tener que andar lidiando con tantos objetos misteriosos y encontrarse con tanta información nueva en su monótona y rutinaria vida. Lo cierto es que como estudiante de mago, el niño solía no ser un explorador nato, por lo que tantas emociones en su vida lo cansaban con facilidad.

En busca de pasar el rato, Arturo jugó un rato en la habitación de Anteojitos hasta que se hizo de noche. Tras lo cual, estaba sumamente cansado y quería irse a dormir al santuario. No obstante, Pompón le impidió hacerlo, ya que le recordó con un regaño que había ofendido al sacerdote y era mejor no regresar por un buen tiempo a ese lugar.

Habiendo perdido su lugar de descanso, Arturo recordó que por fortuna, o tal vez por obra de la misteriosa banana, había ganado una nueva habitación algo alejada del resto de habitaciones. Por lo que descendió por las escaleras e invocó una almohada gigante en una de las esquinas de la amplia habitación subterránea, tras lo cual el niño durmió hasta que su cuerpo le indicó que era hora de despertar.

Tras un desayuno que consistió en chocolates y una malteada, Arturo se encontró nuevamente con las energías que necesitaba para terminar la colosal tarea de acomodar su inventario.

—Tras terminar de ordenar los objetos de la fuente y los que ganamos durante las inspecciones, podrías continuar con los objetos que compramos en el mercado —Remarcó Pompón con alegría.

—Me pregunto qué serán… —Se cuestionó Arturo, recordando que no tenía ni idea de lo que había comprado y solo los adquirió porque tenía una cantidad exagerada de reliquias y poca utilidad para las mismas.

—Sea lo que sea, es útil, nadie andaría comprando basura. Lo único que tengo seguridad de que será decepcionante son los dos objetos que compraste para Copito —Remarcó el conejo.

—¡Uh!, cierto, le compramos dos objetos a Copito —Recordó Arturo mientras rebuscaba en el inventario intentando identificar esos objetos.

—Le compraste… —Murmuró Pompón con disgusto no disimulado.

Tras encontrar los objetos de Copito, Arturo los sacó a la vez. El primer objeto que se dispuso a colocar en la habitación era la piedra negra. Dado que no había lugar real para colocar el objeto, Arturo trató de no ponerlo en el suelo, sino que lo empotró contra una de las paredes y esperó ver si por casualidad la roca negra se activaba de esa forma. No obstante, la roca cayó al suelo en picada y permaneció allí por un tiempo.

Impaciente, Arturo trató de recuperar la roca; sin embargo, esta se escurrió entre sus dedos cuando trató de volver a agarrarla. Asombrado, Arturo retrocedió unos pasos dado que tomó conciencia de que el objeto se había activado al tocar el suelo. Fue entonces cuando el suelo de la habitación comenzó a temblar sutilmente y la roca comenzó a hundirse entre la tierra que conformaba el suelo de esta habitación.

El suelo siguió temblando de forma cada vez más violenta, asustando a Arturo y poniendo histérico a Pompón, quien lo empujaba para salir de la habitación. No obstante, antes de que el niño lograra salir del cuarto, el suelo dejó de temblar bruscamente y la pared que daba entrada al cuarto de Anteojitos fue la que comenzó a temblar en su lugar.

Como si ocurriera un efecto en cadena, las cuatro paredes en la habitación comenzaron a temblar, y ante la aturdida visión de Arturo, los gruesos trozos de piedra comenzaron a caer en picada derrumbando las cuatro paredes del cuarto.

La lógica no regía esta transformación y las habitaciones contiguas no aparecieron tras que se derrumbaran los cuatro muros. En contrapartida, lo que surgieron fueron nuevos muros a una distancia considerable. Parecería que la habitación se había expandido, hasta ser dos veces más grande que la habitación que Arturo tenía en el sótano.

¡Era inmensa!

Sin que Arturo pudiera festejar el nuevo espacio adquirido, la transformación no terminó ahí, sino que una vez que los límites del cuarto se expandieron, toda la habitación comenzó a cambiar. El primer cambio fue que la gran torre y el castillo comenzaron a moverse como si tuvieran vida propia y se deslizaron sobre el suelo hasta colocarse en cada una de las esquinas del cuarto, oponiéndose la una con la otra. Acto seguido, el micro bosque donde habían surgido los minihumanos comenzó a expandirse, tomando todos los alrededores de la torre.

Por otro lado, el lago en el medio del cuarto comenzó a tomar dimensiones considerables y las granjas de los minihumanos que rodeaban al castillo y al lago empezaron a desplazarse para rodear solo al castillo. Siguiendo la transformación, el pueblo que se encontraba en los alrededores del lago comenzó a quedar hundido bajo el agua que constantemente se expandía, hasta que finalmente quedó completamente destruido y sumergido en las profundidades.

La transformación dejó a su paso cientos de cadáveres de minihumanos que murieron durante el proceso. El pánico era absoluto, y lo maravilloso del evento no negaba lo caótico y destructivo que esto estaba siendo para los minihumanos. Gritos desgarradores resonaban en el aire mientras algunos intentaban huir desesperadamente, otros buscaban refugio en vano, y muchos quedaban atrapados bajo los escombros que se desprendían de las estructuras en transformación.

Fue entonces cuando los cadáveres comenzaron a hundirse en el suelo, como si fueran absorbidos por la misma tierra que los vio nacer. El silencio se apoderó del lugar, solo interrumpido por los gemidos y sollozos de los minihumanos sobrevivientes.

Acto seguido, el suelo de la habitación comenzó a temblar nuevamente, y unos montículos de piedras surgieron en la solitaria esquina donde no había ni árboles, ni castillo, ni torre. Estos montículos se elevaron en el aire hasta formar una cadena de montañas, grutas, minas abandonadas y cuevas. Parecía que la roca negra finalmente había encontrado el espacio necesario para cumplir con su habilidad, y un nuevo microclima había aparecido en la habitación.

Arturo observó los cambios con cautela, asegurándose de que el terreno bajo sus pies no se viera modificado, logrando escapar del peligro de cruzarse contra las rocas que caían, el lago que se expandía, las estructuras que se movían y las puntiagudas rocas que se alzaban de la nada misma. Tras la aparición de la cadena montañosa, todo parecía indicar que los cambios producidos por la piedra negra finalmente habían cesado.

La habitación se había expandido y el mundo de los minihumanos también había crecido. El lago era más extenso, el bosque era más denso, y la nueva zona de montañas también era considerablemente grande para los diminutos seres que habitaban este mundo. Pese a ello, no terminaba ahí; la torre parecía ser más ancha, y el castillo ahora tenía torres que Arturo nunca antes había visto. Era como si todo el mundo de los minihumanos hubiera estado esperando ansiosamente la oportunidad de seguir creciendo durante décadas.

Arturo contemplaba estos cambios cuando la situación se tranquilizó y ya nada temblaba ni exigía su preocupación. Fue entonces cuando notó algo que lo preocupó de verdad: Pompón no aparecía por ningún lado, y el “dueño” de este cuarto estaba descansando en la comodidad de su castillo mientras las transformaciones se desarrollaban.

—¡Pompón! ¡Copito! ¿Dónde están? —Gritó Arturo, mientras su corazón latía violentamente y sus palabras cargaban con la preocupación del momento.

La voz de Arturo resonó en la inmensidad de la habitación, pero no obtuvo respuesta. Desesperado, Arturo buscó frenéticamente a Copito y Pompón, pero no había rastro de ellos.

—¡Copito! ¡Pompón! ¡Contesten, por favor! —Gritó Arturo, sus palabras resonaron en el espacio expandido, pero el eco devolvía un silencio preocupante.

El castillo de Copito estaba allí, majestuoso en su esquina designada, pero de su interior no salía ni un murmullo. Arturo corrió hacia él, con el corazón palpitando en su pecho, y gritó sus nombres mientras miraba por los pasillos internos.

—¡Copito! ¡Pompon! ¿Dónde están? ¡Esto no es una broma! —Exclamó Arturo con su voz temblando con una mezcla de temor y frustración.

Al acercarse a la ampliada torre, Arturo se encontró con habitaciones vacías y pasillos silenciosos. Comenzaba a preguntarse si la transformación del cuarto había llevado a sus compañeros a quedar atrapados bajo los escombros.

—¡Maldición, no puede ser! —Murmuró Arturo, sintiendo como su ansiedad se incrementaba con cada intento de búsqueda fallido.

Regresó al centro de la habitación, donde las aguas del lago se extendían. A lo lejos, la nueva cadena de montañas se elevaba, pero no había señales de Pompón ni Copito. El eco de sus llamados se perdía en la vastedad de la morada.

—¡Copito! ¡Pompón! ¿A dónde se fueron? —Gritó Arturo

Una sensación de desamparo se apoderó de Arturo mientras sus gritos quedaban sin respuesta. Respiró profundamente, tratando de controlar la angustia que lo invadía, pero le era imposible no preocuparse al comprender que sus mascotas lo habían abandonado.

—¡No pueden haber desaparecido! —Exclamó Arturo, buscando entre el paisaje transformado con la esperanza de avistarlos.

La fortuna, como una leal aliada, volvió a iluminar el destino de Arturo. De repente, Copito y Pompón emergieron del espejo, sus ojos reflejaban la incredulidad ante la transformación que había tenido lugar en la habitación.

—¡Copito! ¡Pompón! —Exclamó Arturo, emocionado al ver a sus amigos en buen estado.

—¡Por los dioses, Arturo! ¡Cada día estás más idiota! Menos mal que lograste evitar quedar atrapado entre los escombros, de lo contrario sería el final de tu historia, mocoso —Gritó Pompón. Su pequeño tamaño no le facilitaba divisar los peligros a tiempo, y había sucumbido mientras la habitación se transformaba. Sin embargo, el conejo había vuelto a la vida tan pronto como emergió del espejo.

Copito, por su parte, experimentó una resurrección similar, pero su mente de criatura esponjosa no procesaba la situación con la misma agudeza que Pompón. La pequeña bola de pelo miraba a su alrededor con confusión, cuestionándose si la muerte experimentada minutos atrás mientras descansaba pacíficamente en su castillo era una ilusión o una cruda realidad.

—¿A dónde se fueron? —Preguntó Arturo, pasando por alto la mirada enfadada del conejo, quien parecía regañarlo con solo observarlo.

—Fuimos a otro cuarto, el ruido de la habitación transformándose era insoportable… —Mencionó Pompón, aunque sus palabras fueron “ligeramente” alteradas por la mente de Arturo.

—Me alegra que hayan regresado. Realmente me asusté. Aunque el cambio fue caótico, ¡mira, valió la pena! —Exclamó Arturo, extendiendo sus brazos hacia la majestuosidad de la habitación. Cada rincón de la inmensa sala rivalizaba en tamaño con la habitación original, y tener tanto espacio en esta bulliciosa morada repleta de vida y objetos era una sensación maravillosa.

Mientras Arturo disfrutaba de la visión, Pompón y Copto intercambiaban miradas de desconcierto y, en el caso del conejo, cierta molestia por la imprudencia de Arturo.

—Bien, Arturo, ya que te gustó tanto tu “pequeño” cambio de paisaje, ¿cómo piensas lidiar con esto? —Inquirió Pompón, señalando con su patita hacia los aturdidos minihumanos en la habitación.

—¡Oh! Sí, tienes razón, no pensé en eso... —Murmuró Arturo, dándose cuenta de que, a pesar de la maravilla de su nuevo entorno, también había adquirido una responsabilidad inesperada.

Los minihumanos supervivientes, que habían quedado aturdidos por la transformación, comenzaron a recobrar la compostura y a explorar su renovado hábitat. Sin embargo, la magnitud de los cambios no pasó desapercibida. Donde antes yacía su pueblo, ahora se extendía un vasto lago. Las granjas habían cambiado de lugar y el paisaje, aunque hermoso, estaba marcado por las huellas de la destrucción.

Arturo, sintiéndose responsable de la situación, se acercó a los minihumanos con la intención de ofrecer su ayuda.

—Lo siento mucho. No esperaba que todo esto sucediera. ¿Hay algo en lo que pueda ayudar? —Preguntó Arturo, mostrando una pizca de madurez.

Aún confundidos por los drásticos cambios que habían ocurrido hace unos minutos, los minihumanos parecían estar organizándose para enfrentar la situación. Ignoraron al gigante que les hablaba, mostrando evidente desconfianza, mientras se enfocaban en recuperarse de las pérdidas.

—Bueno, parece que los minihumanos se recuperarán de este trauma por su cuenta —Comentó Arturo con optimismo.

—¿A quién le importan esas criaturas de mierda? ¡Te estaba apuntando al castillo! ¡¿Dónde están los peluches?! ¡¿No ves que los has perdido?! —Se quejó Pompón, usando la situación para regañar a Arturo sobre la imprudencia de sus acciones.

—¿Los peluches? —Preguntó Arturo, mirando a su alrededor en busca de los dos peluches que había obtenido con tanto esmero. Afortunadamente, el espejo en la habitación estaba intacto, así como la ventana y todos los objetos colocados en las paredes, al parecer los mismos se habían teletransportado a los nuevos límites antes del derrumbe, pero sus dos peluches no habían tenido la misma fortuna.

—Ves, Arturo, eso te pasa por no haber tomado las precauciones necesarias. Que los dioses bendigan que el espejo no se rompió, o la situación hubiera sido realmente seria —Advirtió Pompón con molestia— Sería mejor no tocar mucho más esta habitación, no sea el caso de que el espejo se rompa.

—O podemos mover el espejo y los objetos en las paredes a otra habitación y luego comprobar qué hace el último objeto que conseguimos —Propuso Arturo, mientras buscaba la canica roja que había sacado del inventario, y comprobaba que la misma siguiera estando en su bolsillo.

—Si haces eso, recuerda salir de esta habitación y no quedarte en el medio como un estúpido viendo cómo todo se transforma —Remarcó el conejo.

Arturo buscó a los peluches por un tiempo hasta que finalmente los encontró, aparentemente los mismos se encontraban sumergidos en las aguas del lago en miniatura, lo que dificultaba verlos de un vistazo. Después de rescatarlos, intentó quitarles el agua, y los sacó de la habitación.

Con la lección aprendida, Arturo retiró el espejo de la habitación, junto con todos los objetos relevantes que podrían perderse durante la transformación del cuarto.

Listo para explorar lo desconocido, colocó la canica roja en el suelo y salió apresuradamente de la habitación. Desde la puerta de Anteojitos, Pompón y Copito aguardaban con ansias para descubrir los sorprendentes secretos que la canica roja revelaría en la habitación contigua.

A simple vista, nada parecía fuera de lo común, pero la magia no tardó en desplegarse. La canica empezó a vibrar con intensidad hasta que una delicada grieta se manifestó en su superficie. Cuando la fisura logró atravesar la canica de extremo a extremo, esta se partió en dos, liberando un denso humo rojo que se elevó hasta alcanzar el cielo artificial que cubría la habitación.

El cielo se tornó rojizo y comenzaron a desencadenarse una serie de eventos asombrosos. Cerca del lago, unas criaturas exóticas emergieron del agua a una velocidad vertiginosa. La piel de estas criaturas era resbaladiza y brillante, con tonalidades variadas que iban desde colores vibrantes hasta matices más oscuros. Sus cuerpos alargados y flexibles se contorsionaban ágilmente mientras se movían hacia la costa del lago. Múltiples ojos de color negro penetrante resaltaban en sus cabezas, y sus cuerpos carecían de extremidad alguna, pese a que los artefactos levitando a su alrededor sugerían que esta curiosa raza usaba la magia para interactuar con sus alrededores.

En simultáneo a la aparición de estos seres, un resplandor maravilloso iluminó los contornos del lago, revelando extrañas estructuras que surgían entre los restos sumergidos del antiguo pueblo de los minihumanos.

La transformación siguiente abarcó la zona montañosa, repleta de cuevas, grutas y minas. Criaturas hechas de roca y energía emergieron de entre las profundidades de las cuevas, y una majestuosa estructura empezó a revelarse entre las montañas. Semejante a un castillo, solo se divisaba una pintoresca puerta y algunas escasas torres, dado que la estructura estaba incrustada en la montaña más imponente de toda la cordillera. Las criaturas rocosas, más similares a entidades elementales que a seres humanoides, se dirigieron hacia el castillo, poblando las profundidades de las montañas.

¡Las antiguas minas y cuevas de este lugar abandonado habían revivido con una nueva chispa de vida!

El bosque circundante albergó el próximo cambio. Un imponente árbol surgió en la esquina anexa a la gran torre. El árbol era tan alto como esta y con hojas frondosas que se perdían en el cielo artificial, rojizo y nebuloso. Este árbol de dimensiones titánicas vibró intensamente mientras seres luminosos y etéreos emergían del bosque que lo rodeaba para congregarse en sus raíces. Sintiendo su presencia, el gran árbol comenzó a transformarse, revelando una gran puerta y llenándose de habitaciones y pasadizos, convirtiéndose en una estructura gigantesca y asombrosa lista para ser explorada.

Los siguientes cambios se manifestaron en la torre y el castillo, aunque no en su estructura física, sino en los minihumanos que los habitaban. Los minihumanos del castillo crecieron en tamaño, sus cuerpos se volvieron más robustos y musculosos, aparentemente transformándose en guerreros experimentados. En contraste, los minihumanos de la gran torre se volvieron más delgados y pequeños, con dedos alargados y finos. Aunque sus frágiles cuerpos insinuaban vulnerabilidad, la extraña chispa en sus ojos revelaba un poder trascendental que viajaba a través de las eras. De sus dedos emanaba constantemente un aura azulada y mística, sugiriendo que se habían convertido en magos y hechiceros, custodios de los secretos de este nuevo mundo.

Al concluir la metamorfosis, Arturo contempló con asombro el diminuto universo que la canica roja había engendrado. Este pequeño objeto había introducido una exuberancia de seres misteriosos, dotando al mundo que antes solo pertenecía a los minihumanos de una gran diversidad de razas. Mientras tanto, Copito se aventuró valientemente a explorar este recién formado cosmos, sumergiéndose en sus misterios y maravillas. En cambio, Pompón, con la mirada fija en el paisaje, parecía buscar algo que quizás solo existía en su imaginación.

—Mira, Arturo, no ganamos nada confiando en ese comerciante embustero —Se quejó Pompón.

—¿Pero qué dices, Pompón? Observa lo grande que es este cuarto. Al menos tenemos mucho más espacio y no vivimos tan encerrados —Replicó Arturo, criticando la decepción del conejo.

—¡Pero todo ese espacio ya está ocupado! De todas formas, lo hecho, hecho está. ¿Te parece una buena idea seguir acomodando el inventario? —Cuestionó Pompón—Recuerda que no tenemos ni la menor idea de lo que hacen los objetos que compramos en el mercado, así que podrían ser muy peligrosos.

—Podríamos consultarlo con Momo, él seguro sabe. Si todos querían esos objetos, era porque los rumores existían, y si los rumores existían, Momo debe saberlos —Propuso Arturo con astucia.

—No necesariamente. Recuerda que en los tiempos del Rey Negro, no todos los estudiantes usaban el libro de rumores, ya que no estaban desesperados por aprobar el gran examen. Pero tienes razón, es preferible hablar con Momo y escuchar sus tonterías y sus historias disparatadas, que enfrentar sin información un objeto que fácilmente podría costarte la vida, como ocurrió con esa piedra de mierda —Comentó Pompón, meditando cuidadosamente sobre el asunto y comprendiendo que la ignorancia era más peligrosa que el hecho de que Momo terminará hablando de más.

—Además, podríamos averiguar cuánto tiempo ha pasado desde que hicimos las contrataciones. Con todo el asunto de los borrachos en la habitación y el desorden del inventario, se me olvidó por completo preguntarle a Momo sobre esa cuestión —Dijo Arturo mientras veía cómo Pompón sacaba apresuradamente la hoja para hablar con Momo, como si temiera que Arturo curioseara demasiado en su inventario.

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Entre la abrumadora cantidad de objetos que llenaban el inventario, Arturo no lograba percatarse de que la hoja en cuestión no figuraba en su inventario, sino que permanecía oculta en algún rincón misterioso al cual solo Pompón tenía acceso. Sin las pistas necesarias para llegar a tal conclusión, el niño no pudo hilar los detalles sueltos.

—¿Recuerdas cómo usarla? —Preguntó Arturo, mientras buscaba descifrar el enigma oculto en la hoja que le había sido entregada.

—Solo ve a una de las aulas que usabas de joven y busca un lápiz. Luego, habla con Momo por escrito. Él es un mago muy ocupado, dudo que tenga ganas de verte personalmente—Respondió el conejo, saltando hacia el espejo y comenzando a recitar las siguientes palabras mágicas:

> “En este lugar de aprendizaje y luz, donde el conocimiento es una gran virtud. Donde se reúnen jóvenes en multitud, para explorar ideas con actitud. En bancos y sillas, todos toman asiento, escuchando al maestro con gran aliento. Libros y pizarras, herramientas de ocasión, para expandir mentes, esa es la misión. ¿Dónde Estoy?”

Mientras el conejo pronunciaba las poderosas palabras mágicas, una energía mística envolvió la habitación y el espejo empezó a temblar, provocando que una de las numerosas aulas de la academia apareciera ante la presencia de Pompón. En dicha aula, dos estudiantes discutían, pero además de ese llamativo hecho, no había nada inusual en ella.

—Voy primero. Si ves que no me atacan, tú vas después —Ordenó Pompón con autoridad, mientras con valentía saltaba hacia el espejo y lo atravesaba, desapareciendo en el aire.

—Anteojitos, Tenculin, por las dudas, acompáñenme. No sea cosa que esos estudiantes sean malas personas —Gritó Arturo con desconfianza mientras investigaba de arriba a abajo a estos misteriosos estudiantes.

Los dos estudiantes se encontraban inmersos en una acalorada discusión. Ambos parecían tener no más de diez años, con la frescura de la juventud reflejada en sus expresiones llenas de energía y determinación.

El primero, de cabello castaño revuelto, tenía ojos avellana que brillaban con intensidad. Sus rasgos eran decididos, y su mirada denotaba una curiosidad inextinguible. Vestía su túnica de manera descuidada, como si la prisa por participar en la discusión hubiera superado cualquier preocupación por la apariencia.

El segundo estudiante, por otro lado, tenía el cabello rubio como rayos de sol y ojos azules como el cielo despejado. A pesar de la intensidad de la conversación, sus ojos destilaban una chispa de astucia. Su postura denotaba falta de confianza que se entrelazaba con cierto aire de no revelar todos sus secretos ante cualquiera.

Sus voces, elevadas en la discusión, denotaban una intensidad juvenil que sólo podía emerger en aquellos que aún no conocían completamente los matices del mundo. En medio de su ferviente intercambio, uno de los estudiantes, el de cabello castaño, hizo una afirmación que captó la atención de Arturo:

—¡Es cierto! ¡He oído que hay una criatura mística en el armario del aula perdida! Dicen que concede deseos, pero solo a aquellos lo suficientemente valientes para completar uno de sus caprichos

La noticia pareció provocar una oleada de emociones y expectativas entre ellos. Sin embargo, antes de que pudieran profundizar en los detalles del rumor, la presencia de Pompón en el aula llamó su atención. Los estudiantes se detuvieron abruptamente en su discusión, sus ojos se posaron en el conejo con sorpresa.

La posterior llegada de Arturo, agregó un giro inesperado a la escena. La expresión de los estudiantes pasó de la intriga sobre el rumor a la incertidumbre ante la repentina aparición de los nuevos participantes en el aula. La discusión, por ahora, quedó en pausa, eclipsada por la sorpresa de la presencia de Pompón y Arturo.

El estudiante de cabello castaño, después de un breve instante de incredulidad, rompió el silencio con una sonrisa y un gesto amigable:

—¡Vaya, vaya! ¿Y quiénes son ustedes? —Se presentó con confianza—Soy Timmy, y este es mi amigo Benny —añadió señalando al estudiante de cabello rubio.

Benny asintió con una mezcla de curiosidad y cautela. Los dos, con sus expresiones infantiles y alegres, formaban un contraste peculiar con la imagen del desconfiado Arturo.

Al notar que estos estudiantes parecían más aturdidos que agresivos, Arturo, sin dejarse intimidar por la situación, se acercó con un gesto amistoso:

—Soy Arturo, y este es Pompón —indicó, señalando al conejo que aún miraba con cautela en la distancia— ¿Y ustedes dos, qué están discutiendo con tanta pasión?

Timmy rio ligeramente, relajando la tensión inicial: —Ah, solo estábamos hablando de un rumor sobre una criatura mística que habita en el armario del aula perdida. ¿Alguna vez has oído de algo así?

La atención de Arturo se desvió hacia la pregunta, reflexionando sobre el comentario de Timmy:

—En realidad, no. Ni siquiera sabía que existía un aula pérdida; conocía el aula abandonada como una de las especiales, pero en todos mis largos años estudiando en la academia, nunca escuché nada acerca de un aula perdida. De todas formas, tengo malos recuerdos visitando el aula abandonada, así que no sé si quiero saber mucho acerca de los rumores de estas aulas especiales.

—Oh, es un aula muy conocida, me sorprende que no la conozcas, aunque no sé a cuál de todas las aulas abandonadas te estás refiriendo con tu comentario —Cuestionó Timmy, buscando algo más de información para no tener que sufrir los mismos malos recuerdos que tenía este pobre estudiante.

—¿Hay más de un aula abandonada? —Preguntó Arturo con aturdimiento.

—Claro, hay muchísimas. Esta es una de ellas —Respondió Benny con cierta timidez.

—¡¿Me mandaste a un aula desconocida a buscar un lápiz de mierda?! —Le preguntó Arturo a Pompón gritando, recordando la emboscada que había sufrido en una de estas aulas especiales y cómo casi termina muerto.

—No, esta no es el aula abandonada, idiota. ¿No reconoces esta aula? ¿Me estás jodiendo? —Criticó Pompón mientras apuntaba con su patita al maniquí que destacaba en el medio del aula. Este se encontraba sobre una plataforma elevada con un atril y un gran libro abierto con páginas de pergamino amarillento. El libro tenía una apariencia antigua y sus párrafos estaban escritos en un lenguaje indescifrable.

Arturo miró al maniquí con consternación durante unos segundos hasta que finalmente recordó dónde había visto este inusual maniquí, no pudiendo evitar murmurar para sí mismo:

—Esta es mi aula…

El aula se mantenía prácticamente inmutable, conservando la misma atmósfera que Arturo recordaba de sus días de estudio, aunque solo los dioses sabían cuánto tiempo había transcurrido desde entonces. Los pupitres aún ostentaban el desgaste acumulado a lo largo de los años, y entre ellos, Arturo identificó el mismo pupitre que había sido su fiel compañero durante toda su educación. En él, las delicadas rayaduras y los dibujos eran testigos silenciosos de su paso, detalles tan íntimos que solo alguien que hubiera utilizado incansablemente ese mueble podría reconocer.

No obstante, no todo estaba como antes, había una peculiaridad: el maniquí en el aula no vestía ninguna túnica, y su aspecto era deplorable. Parecía que se había roto con el paso del tiempo, ya que su madera estaba carcomida y una de sus manos yacía sobre las astilladas tablas de madera que conformaban el suelo de la habitación.

—¿Tu aula? Nadie estudia en esta aula —Dijo Timmy sin dudar.

—¿Ya no toman estudiantes especiales en estos tiempos?, esos estudiantes que vienen de tierras lejanas y tienen aspecto extraño —Cuestionó Arturo al escuchar el comentario.

—No sabría responderte, no sé qué es un estudiante especial —Criticó Timmy.

—Pregunta por las clases de estudiantes desechables, los que son deformes o tienen retrasos, los bufones, es decir, los conejitos especiales —Corrigió Pompón, mirando al maniquí con preocupación.

—No que yo sepa, nunca me crucé con alguien deforme, ¿tú te cruzaste con alguien así, Benny? —Preguntó Timmy a su compañero.

—No, va una vez, pero era un chico que tuvo un accidente y perdió una mano cuando un monstruo se la devoró en las alcantarillas —Dijo Benny mientras hacía memoria.

—Entonces, ¿ya no traen chicos de Alubia a estudiar a la academia de magia? —Preguntó Arturo, dejando algo aturdidos a los dos niños, que no supieron cómo contestar la pregunta, ya que no comprendían el contexto con el que hablaba Arturo.

No obstante, Pompón parecía tener una leve idea de lo que estaba ocurriendo:

—Puede ser que ese sea el caso, Arturo. Entre los muchos gremios que desaparecieron, uno de los que más va a tardar en resurgir es el gremio de curadores, por lo que no me sorprende que los estudiantes “especiales” simplemente sean descartados al nacer —Dijo Pompón sintiendo el peso de sus palabras.

—¡Por los dioses, eso es terrible! Imagina si hubiéramos tenido la desgracia de tener que vivir toda nuestra vida en las desoladas calles de Alubia. Recién ahora me doy cuenta de qué tan jodido es que estos gremios desaparezcan de un día para otro —Comentó Arturo, comprendiendo que al parecer las cosas habían cambiado más de lo esperado.

Los estudiantes se sorprendieron al escuchar al conejo hablar y no pudieron evitar murmurar para sí mismos. La similitud entre el tierno Pompón y la leyenda de Colmillitos creó una atmósfera de asombro. Aunque la diferencia en el color del pelaje y la ternura del conejo evitaba que cayeran presa del temor asociado con la leyenda, no pudieron resistirse a interrumpir la conversación entre Arturo y Pompón para satisfacer su curiosidad.

—¡Espera un segundo! —Interrumpió Timmy, con los ojos llenos de incredulidad—. ¿Este conejo habla de verdad? Quiero decir, no es como Colmillitos, ¿verdad?

Arturo asintió: —Sí, este es Pompón, y habla de verdad—Miró a Pompón, quien respondió con una inclinación de cabeza.

Benny, más cauteloso, se acercó con curiosidad: —Pero Colmillitos tenía colmillos afilados y era... peligroso, ¿no? Este conejo parece bastante amigable.

Sintiéndose un poco halagado, Pompón respondió:

—Bueno, soy todo menos peligroso. Colmillitos era solo una leyenda exagerada, pero aquí estoy, un conejo parlante y amigable.

La tensión inicial se disipó entre risas y sonrisas, y los dos estudiantes comenzaron a mirar a Pompón con ternura.

—Arturo, ¿de dónde sacaste a este conejo parlante? —Preguntó Timmy, ansioso por conocer la historia detrás de Pompón, y tratar de conseguir su propio conejo.

—Es una larga historia… —Respondió Pompón con rapidez, evitando que Arturo metiera la pata. Si bien estos estudiantes eran muy jóvenes para atar los hilos sueltos, era mejor que el niño no divagara demasiado frente a ellos— De todas formas, necesitamos su ayuda. Hemos venido a hablar con Momo. ¿Pueden ayudarnos a encontrar un lápiz?

Benny, mostrando su disposición, se apresuró a abrir un viejo pupitre cercano y sacó un lápiz:

—Aquí tienes, Arturo. ¿De qué clase eres y cómo conseguiste esas mascotas? Y, por cierto, ¿por qué necesitas un lápiz? No sería más fácil usar el libro de rumores para comunicarte con Momo.

Arturo tomó el lápiz agradecido: —Me acompañan desde la tierra donde nací. No son simplemente mascotas, sino más bien compañeros en esta extraña travesía —Miró a Pompón y luego al ojo volador— En cuanto a lo del libro que mencionas, creo que lo perdí o algo así me dijo Pompón, la verdad es que no lo recuerdo, pero es por eso que usamos esta hoja.

—¿Y qué viniste a preguntarle a Momo, Arturo? ¿Algún rumor interesante? —Preguntó Timmy, buscando ver si podía sacarle algo de provecho al misterioso estudiante.

—Conseguí unos objetos que no sé qué hacen, por lo que quiero ver si Momo puede ayudarme con eso —Dijo Arturo mientras tomaba el lápiz con alegría— Bueno, por lo demás, me despido. Gracias por darme el lápiz.

Con esas palabras, Arturo guardó el lápiz en su bolsillo y comenzó a decir las siguientes palabras mágicas:

> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”

No obstante, al terminar de decir esas palabras, nada ocurrió, y los dos estudiantes lo miraron con cierto aturdimiento, sin comprender si lo que Arturo acababa de hacer era una especie de broma o si de verdad no comprendía que no podía llevarse ese lápiz a su casa.

—¡Me bloquearon! —Gritó Arturo asustado, provocando que Anteojitos se pusiera nervioso y comenzara a hacer levitar uno de los pupitres, mirando con sospecha a los dos niños aturdidos. No obstante, solo bastó una mirada de Pompón para que el ojo volador se tranquilizara:

—No, no lo hicieron, solo te impedí irte, no puedes llevarte ese lápiz, tienes que hablar con Momo en esta aula. Recuerda que todos los objetos de la academia están fijados con magia a sus respectivas habitaciones.

—¿Por eso es que no podemos llevárnoslos? Siempre tuve esa duda —Mencionó Timmy, interesado en la respuesta que había dado el conejo.

—Eh… sí, podría decirse que es así —Mintió Pompón mientras se rascaba la cabeza nerviosamente. Mientras tanto, Arturo se tranquilizaba y volvía a bajar la guardia, algo aturdido por el descubrimiento, se sentó en uno de los pupitres, y haciendo memoria, recordó que Pompón estaba en lo cierto y en realidad existía esa regla extraña y bastante molesta.

Tras lo cual, Arturo se dispuso a tratar de establecer una conversación con Momo, mientras tanto los otros dos niños se acercaron a Pompón y comenzaron a hacerle preguntas y a tratar de acariciar su pomposo pelaje.

“Hola, Momo, necesito tu ayuda”, escribió Arturo con letra bastante desprolija.

“¿Cómo conseguiste esta hoja?”

“Tú me la diste”

“No, yo no te di esta hoja a ti”

“¿Se la diste a Pompón?”, escribió Arturo mientras trataba de hacer memoria, pero lo cierto es que le era imposible recordar cómo y cuándo había obtenido el fragmento de papel.

“¿Quién es Pompón?”

“Mi amigo”

“Esta hoja le pertenecía a un estudiante llamado Arturo, el cual murió hace mucho, mucho tiempo, no a un tal Pompón”, respondió Momo.

“Mi nombre también es Arturo”, respondió el niño malinterpretando las palabras de Momo.

“¡Qué casualidad! ¿Y cómo obtuviste esta hoja, Arturo?”

“Me la dio Pompón”

“¿Y tu amigo Pompón de dónde la sacó?”

“De mi inventario”, respondió Arturo, recordando claramente cómo el conejo sacaba la hoja del espejo.

“No, eso es imposible, nadie puede usar tu inventario además de ti.”

“Pompón puede usar mi inventario, lo vi con mis propios ojos”, respondió Arturo de mala gana.

“Podría ser que Pompón pudiera hacerlo, pero no es común ver a dos estudiantes compartiendo inventarios. De todas formas, mi pregunta iba relacionada a cómo obtuvieron esta hoja”

—Pompón, ¿recuerdas de dónde sacamos la hoja? Momo se está volviendo algo paranoico… —Respondió Arturo mientras miraba cómo el conejo hablaba efusivamente con los dos niños, disfrutando de ser el centro de atención.

—Dile que la encontraste en una tumba, tal vez así deje de hacerte preguntas raras —Respondió Pompón con inteligencia, comprendiendo que no era del todo mala idea hacer que Momo pensara que Arturo era en realidad otro estudiante.

El niño siguió el plan del conejo y escribió su respuesta, ante lo cual Momo contestó:

“Así que sacaste la hoja de la habitación de Arturo, qué interesante, ¿cómo hiciste para descubrir su contraseña?”

“Es un secreto” respondió Arturo.

“Si me juras, prometes y dices ese secreto, yo te revelaré mis secretos” respondió Momo con rapidez.

“Obtuve la contraseña de una puerta mágica, que simulaba ser un rostro gigante, te lo juro, y te prometo que lo que escribo es verdadero” respondió Arturo sin prestarle mucha atención al asunto.

No obstante, en cuanto Arturo mintió en su juramento, la hoja que sostenía en su mano comenzó a prenderse fuego hasta convertirse en nada más que motas de polvo que se dispersaron con el aire.

—¡¿Pero qué mierda hiciste?! —Gritó Pompón histéricamente al ver cómo la hoja desaparecía.

—Nada —Mintió Arturo nerviosamente.

—Ah, pero qué idiota, nunca tienes que mentirle a Momo, o crearás un rumor falso y tu libro de rumores se desintegrará. Al parecer, con esa hoja pasa exactamente lo mismo —Respondió Timmy con cierta pena por Arturo.

—¡Mierda! ¡No sabía que ese juramento era mágico! —Gritó Arturo mientras buscaba juntar las motas de polvo dispersas en el pupitre en un intento desesperado de volver el tiempo para atrás.

—Ya fue, no podemos recuperar esa hoja, tendremos que usar el libro de rumores en el santuario de estudiantes —Respondió Pompón—Es mi culpa por haberte dejado suelto…

—Lo siento, Pompón, yo no quería destruir la hoja —Se lamentó Arturo.

—No te preocupes, aún tenemos el libro en el santuario; sin embargo, esa hoja era algo especial, pero bueno, lo que fácil viene, fácil se va —Respondió Pompón mientras se despedía de los dos niños con los que había estado hablando y decía las palabras mágicas para volver al hogar:

> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”

Tanto el niño como el conejo desaparecieron del aula, dejando a los otros dos estudiantes mirándose aturdidamente, como preguntándose si lo que acaba de pasar era real. Luego de procesar la extraña aparición del legendario conejo parlanchín, volvieron a su discusión acalorada sobre el misterioso rumor que habían descubierto hace no mucho.

Tras reaparecer en el hogar, Pompón comenzó a recordarle a Arturo las reglas de cómo interactuar como Momo y cómo debía proceder para obtener información. No obstante, se inventó varias partes de las reglas para evitar que fuera Arturo quien dijera los rumores, los cuales claramente serían producto de su imaginación y no verdaderos. A pesar de ello, Pompón conocía todos los rumores que Arturo había reunido a lo largo de su vida, y debido a sus exóticas aventuras y su camino poco usual, en las últimas semanas habían recolectado una montaña de rumores que seguramente valían lo suficiente como para obligar a que Momo revelara toda la información importante que necesitaban recopilar.

Siguiendo los planes del conejo, Arturo se dirigió al santuario de estudiantes, donde se encontró con cuatro estudiantes reunidos en un círculo, intercambiando rumores entre ellos, y a una niña de no más de 8 años leyendo con atención los libros dispersos en el santuario.

Al llegar al santuario, Arturo notó el inusual cambio de que la estatua del Rey Negro había desaparecido. En su lugar, el santuario había vuelto a su apariencia normal, en donde en el centro del santuario se encontraban iluminadas por las ofrendas de los estudiantes un conjunto de cinco estatuas de madera, cada una representando a uno de los principales dioses venerados por su raza.

Tras llegar, el grupo de estudiantes que estaban intercambiando rumores miraron a Arturo con aturdimiento, o más bien miraron a sus mascotas con cierta codicia.

Arturo les devolvió una mirada de desconfianza. Mientras tanto, Pompón contempló los rincones del santuario, donde se encontraban estanterías de madera que albergaban una amplia colección de libros, pergaminos y manuscritos antiguos.

—Mierda, el año acaba de empezar… —Maldijo el conejo, sorprendiendo al grupo de estudiantes.

—¿Eso es un problema? —Preguntó Arturo, no gustándole el tono de voz de Pompón, el cual sugería que un problema serio había surgido.

—Sí, un problema importante. Nadie conoce cuál de estos libros es el libro de rumores, por lo que tendremos que buscarlo o proponer el asunto hasta que alguien lo encuentre. En general, los que tratan de encontrarlo primero son los que usarán esa información para intercambiar rumores entre estudiantes o para sacarle a Momo un buen rumor —Explicó Pompón, comprendiendo que encontrar el libro no sería una tarea sencilla.

—Podemos buscarlo. Los objetos que adquirimos durante el intercambio podrían no ser lo que parecen, y los que compramos en el mercado claramente no son lo que parecen, por lo que necesitamos más información, y tenemos bastante tiempo libre —Dijo Arturo, algo emocionado con la nueva aventura que estaba surgiendo.

—Si quieres hacer eso, puedes hacerlo, si no puedes hacer otra cosa, y seguramente en unas semanas aparecerá quien encuentre el libro y venda su localización —Dijo Pompón, aunque el problema parecería desaparecer con el tiempo, sus ojos reflejaron preocupación al observar la escasa cantidad de estudiantes en el santuario.

La habitación estaba prácticamente despoblada en comparación con la cantidad de estudiantes que solía haber por este lugar, lo cual parecía ser un indicio de que ya no había tantos estudiantes en la escuela como había en el pasado. Este indicio se veía respaldado por la disminuida cantidad de ofrendas que rodeaban las estatuas de los cinco dioses, y ambos eventos convergían en un sombrío presagio: con menos personas en la búsqueda, las probabilidades de encontrar el libro en el corto plazo se veían considerablemente reducidas.

—¿Cómo probamos los libros? —Preguntó Arturo, emocionado, mientras ignoraba a los estudiantes reunidos en un círculo y se dirigía hacia una de las estanterías, mirando como trabajaba el otro estudiante que también parecía estar buscando entre los libros, aparentemente teniendo la misma necesidad que él.

—Solo debes abrir el libro y preguntarle por un rumor. Si contesta algo coherente, es el que buscamos; si contesta cualquier cosa, entonces es un libro que es inútil —Recordó Pompón— La clave está en no perderse entre el mar de libros que tenemos que inspeccionar. Sería una pena que nos saltáramos el libro que buscamos por error; en ese caso, seguiríamos buscando el libro hasta que nos demos cuenta de que tenemos que comenzar de nuevo de cero para poder encontrarlo.

Siguiendo las indicaciones del conejo, Arturo se sumergió entre las estanterías repletas de libros. Decidió probar arrancando la inspección en la dirección opuesta a la del estudiante que se encontraba buscando lo mismo que él, considerando que cualquiera que lo encontrara primero sería quien tuviera en su poder el valioso rumor de la localización de este libro secreto. Por tanto, el estudiante que no lo encontrara solo tenía que intercambiar el rumor por otro rumor para acceder al secreto.

Entre los estantes llenos de libros polvorientos y pergaminos antiguos, Arturo se movía con determinación. Examinaba cada lomo gastado, buscando alguna pista que le indicara que había encontrado el tan ansiado libro de rumores. No obstante, tras probar y probar, ninguno parecía ser el correcto. La tarea resultaba desafiante, y la frustración aumentaba con cada minuto que pasaba sin éxito.

Pompón, observando a Arturo y al otro estudiante inmersos en la búsqueda, decidió abordar a algunos de los estudiantes que aún permanecían en el santuario. Con astucia, planteó preguntas sutiles para obtener información sobre la posible existencia de un libro lleno de rumores. Sin embargo, la realidad era que apenas había transcurrido un breve lapso desde el inicio del nuevo año escolar, por lo que era comprensible que, dado el poco tiempo transcurrido, nadie hubiera descubierto la ubicación del ansiado libro.

Con el correr del tiempo, Arturo se dio cuenta de que si continuaba con el método de abrir cada libro de forma manual, la inspección tomaría semanas. Por lo tanto, decidió adoptar un enfoque más ingenioso. Utilizó la habilidad telequinética de Anteojitos para que él tomara y abriera los libros. Mientras tanto, Pompón y Arturo se concentraban en leer el libro que flotaba frente a ellos, preguntándole si era el tan buscado libro de rumores. En caso de una respuesta negativa, el libro caía al suelo, y Tentaculin se encargaba de apilarlos en un rincón en donde no molestaran.

Este método aumentó exponencialmente la velocidad de la verificación de los libros. Sin embargo, tenía el pequeño defecto de ser bastante llamativo, por lo que cada estudiante que llegaba al santuario se quedaba mirando a Arturo con asombro, preguntándose si estaba presenciando un evento extraño. A pesar de ello, siguiendo este ingenioso enfoque, Arturo solo tardó unas pocas horas en revisar cientos de libros, logrando encontrar el ansiado libro de rumores.

El libro de rumores que Arturo descubrió tenía una apariencia bastante fácil de camuflar con el resto de libros en el santuario. Su portada estaba fabricada con un cuero oscuro y desgastado, denotando el paso del tiempo y sugiriendo que había sido manoseado por innumerables manos a lo largo de los años. En el centro de la portada, un emblema grabado en relieve revelaba una representación de una pluma y un ojo entrelazados, simbolizando algo que era desconocido para Arturo. El título del libro, "Amigos del Pasado y el Porvenir", estaba inscrito en caligrafía dorada que destellaba con un brillo tenue y misterioso.

Al abrir el libro, las páginas amarillentas y llenas de arrugas contaban historias de amistades olvidadas y romances ancestrales. Cada página estaba impresa con una escritura elegante y, a veces, apenas legible, como si las palabras mismas se resistieran a ser comprendidas. Ilustraciones detalladas acompañaban algunos de los relatos, representando engaños, alegrías y situaciones irónicas. El aroma a tinta antigua impregnaba cada página, evocando una sensación de nostalgia y conexión con un pasado lejano. En ciertas secciones del libro había notas y acotaciones a mano, dejadas por un ente curioso que habían explorado estas historias en el pasado.

Sin embargo, lo más destacado del libro residía en las dos páginas en blanco que estaban desplegadas en este momento. Aunque en apariencia no revelaban ninguna información especial, en el centro de estas páginas yacía una respuesta concisa pero poderosa:

> “Sí”

—¡Lo encontré, Arturo! —Gritó Pompón emocionado, provocando que el estudiante que también se encontraba buscando el libro de rumores en el santuario se apresurara a echarle un vistazo. Tras lo cual, actuando con disimulo, regresó a su hogar, consciente de que ya había hallado lo que tanto ansiaba. Ahora solo necesitaba intentar vender esta información a sus compañeros de clase.

—Finalmente, ya me estaba irritando esta tarea —Se quejó Arturo con una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro. Con el hallazgo del libro de rumores, se abría ante él el camino para obtener las respuestas de Momo, y de tal forma descubrir cuáles eran los rumores que circulaban hoy en día por la academia.