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3 - ‎El aula

Los 7 largos días transcurrieron con normalidad, aunque para Arturo fueron una eternidad en la que tuvo que luchar contra los nervios y la impaciencia que lo carcomían por dentro. Durante este tiempo, el joven se sumergió en sus preciados libros en busca de las respuestas que necesitaba escuchar. Sin embargo, Arturo era consciente de que la historia de los libros y la realidad eran dos cosas completamente diferentes, y por mucho que se preparara, sabía que las cosas no siempre saldrían como las había planeado.

Cada sol que lo saludaba y cada luna que lo despedía acercaba al joven un poco más al momento en que recibiría sus calificaciones y descubriría su destino. Las noches eran especialmente difíciles, ya que la incertidumbre y la anticipación lo mantenían despierto durante horas, preguntándose qué tipo de trabajo le esperaba y cómo podría influir en su vida futura.

A medida que se acercaba el día de la revelación, Arturo reflexionaba sobre las lecciones que había aprendido de los libros: la importancia de elegir un trabajo que estuviera alineado con el dios que le había aprobado, la necesidad de ser astuto y adaptable en un mundo donde la manipulación y el engaño era lo común.

Finalmente, llegó el día en que recibiría su calificación y conocería su destino. Los nervios y la emoción se apoderaron de Arturo mientras esperaba frente al espejo, preparado para enfrentar cualquier desafío que se presentara en el mundo exterior. El viaje que había comenzado en una habitación sin puertas estaba a punto de llevarlo a un nuevo capítulo en su vida, y Arturo estaba listo para enfrentarlo con determinación y valentía.

Fue entonces, cuando el joven preguntó las palabras mágicas que todo hombre se cuestiona alguna vez en la vida:

—¿Cuánto Falta?

Resultados 4 minutos

La respuesta del espejo le indicaba que solo faltaban cuatro minutos para conocer sus calificaciones. Arturo sintió un nudo en el estómago mientras esperaba con impaciencia. Cuatro minutos podían sentirse como una eternidad en este momento crucial de su vida.

Los segundos pasaron como horas, pero finalmente, llegó el momento tan esperado. El espejo comenzó a cambiar, y en su superficie, las calificaciones y el destino de Arturo se revelaron. Con manos temblorosas, se acercó para leer lo que estaba escrito, preparado para enfrentar su nueva vida con los brazos abiertos.

Resultados Disponible

—¿Disponible?—Cuestionó Arturo, leyendo lo que decía el espejo en voz alta. Fue entonces cuando el mensaje en el espejo comenzó a desaparecer y el reflejo del espejo tambaleó como si de agua se tratase hasta revelar un paisaje que le resultaba conocido al joven; era ni más ni menos que el aula donde había estado estudiando durante toda su vida.

Actuando instintivamente, el joven metió su mano por el espejo y luego todo su cuerpo, provocando que desapareciera en el aire en la mitad del proceso. El aula en la que Arturo apareció tras atravesar el espejo tenía un aspecto antiguo y medieval, que parecía haber sido transportada desde una época pasada.

Las paredes estaban revestidas de gruesos bloques de piedra, desgastados por el tiempo y cubiertos de enredaderas que se deslizaban por las grietas. No había ventanas tradicionales, sólo una única ventana alta y estrecha que dejaba entrar una luz suave y plateada, como si la luz de la luna se filtrara tímidamente desde el exterior. A través de la ventana, se podía ver un paisaje de bosque frondoso y misterioso.

El suelo de la habitación estaba hecho de anchas tablas de madera gastada y envejecida, que crujían bajo los pasos de Arturo. Las vigas de madera en el techo sostenían un conjunto de lámparas de aceite que emitían una luz tenue y parpadeante.

En el centro del aula se encontraban mesas de madera maciza con bancos a juego. Las mesas estaban cubiertas de polvo y parecían haber sido utilizadas durante siglos. Había pergaminos enrollados, tinteros, y plumas de ave sobre las mesas, como si los estudiantes hubieran estado inmersos en las palabras dadas por su profesor.

En el medio del aula, había una plataforma elevada con un atril y un gran libro abierto con páginas de pergamino amarillento. El libro tenía una apariencia antigua y sus párrafos estaban escritas en un lenguaje indescifrable.

Mientras que también en el medio del aula destacaba un maniquí vestido con una espléndida túnica roja. Su presencia parecía dominar la habitación, y su vestimenta indicaba que tenía un significado más profundo que el de ser una simple decoración. La túnica roja del maniquí brillaba en contraste con el entorno de piedra y madera, como un faro de color en medio de la antigua aula.

Este inusual maniquí estaba perfectamente erguido, con los brazos extendidos en un gesto abierto y acogedor. Sus rasgos faciales estaban esculpidos con un detallado asombroso, con ojos enigmáticos que parecían seguirte a medida que te movías por el espacio.

Arturo miró al maniquí con consternación durante unos minutos, como si estuviera esperando alguna respuesta de él. Sin embargo, al observar a su alrededor, se dio cuenta de que todos los bancos del aula estaban vacíos, excepto el suyo.

—¿Llegué muy temprano? ¿Dónde están mis compañeros de clase? —Se preguntó Arturo en voz alta, sintiéndose un tanto desconcertado por la soledad del aula y la ausencia de cualquier otro estudiante.

*Huish*...Fue justo en el momento en que su pregunta resonó en la silenciosa aula cuando un ruido abrupto se escuchó desde uno de los bancos del fondo del salón. Arturo sé voltio para observar cómo uno de sus compañeros de clase había aparecido de repente.

—¿Dodo? ¿Tú aprobaste? —Preguntó Arturo con incredulidad en su voz, la sorpresa flotaba en el aire mientras miraba a su compañero recién llegado.

El compañero de clase que apareció en el aula tenía una apariencia desaliñada y su aspecto mostraba signos de descuido evidente. Saliva caía constantemente de la comisura de su boca, y su mirada estaba perdida, como si no estuviera completamente consciente de su entorno. Era una persona de complexión gorda y no tenía pelo en la cabeza, andaba con la ropa desgarrada y sucia, exponiendo sus gordos pezones al aire. Por lo demás, lo más destacable sería que su comportamiento y expresiones faciales indicaban claramente que este joven tenía dificultades mentales y parecía sufrir de un severo retraso mental.

—Dooooo!—Respondió el compañero sonriendo a Arturo alegremente, no obstante su expresión facial denotaba una lentitud y falta de agudeza mental evidente.

—¿Cómo mierda hiciste para aprobar, Dodo?—Preguntó Arturo sin disimular su enojo, o tal vez envidia, incrédulo de que este compañero de clase que de suerte podía hablar se las había ingeniado para lograr la misma hazaña que a él lo enorgullecía.

Dodo siguió sonriendo de manera alegre e inocente ante la pregunta de Arturo. Su expresión denotaba una completa falta de comprensión de la situación.

—¡Dooooo aprobar! —Exclamó con entusiasmo el gordito, como si fuera la noticia más emocionante del mundo.

Ante tal respuesta, Arturo se dio cuenta de que no obtendría una charla coherente de Dodo debido a sus limitaciones mentales, y eso solo aumentó su desconcierto ante la situación.

*Huish*... El ruido abrupto provocó que tanto Dodo como Arturo se dieran la vuelta abruptamente para ver quién había aparecido en el salón.

La mujer que entró al salón era impresionantemente hermosa, con pelo negro que caía en ondas suaves sobre sus hombros y unos ojos azules celestes que parecían tener un brillo misterioso en ellos. Su figura era curvilínea, con un busto generoso y unas caderas anchas que resaltaban su belleza natural. Sin embargo, lo que más destacaba era el hecho de que le faltaba una de sus manos, lo cual añadía un toque de peculiaridad a su apariencia. A pesar del desgaste evidente en la túnica negra que bestia, no se podía negar la belleza que emanaba de esta mujer, y su presencia en el aula dejó a Arturo y a Dodo sorprendidos y atónitos.

—¿Dodo, jorobado?, ¿Cómo mierda hicieron para aprobar ustedes dos?—Preguntó la mujer sin disimular su enojo, o talvez envidia, incrédula de que estos compañeros de clase que de suerte podían contar se las había ingeniado para lograr la misma hazaña que a ella la enorgullecía.

—Aunch…—Murmuró Arturo con su orgullo herido, masajeándose la joroba en la espalda como si le acabaran de lanzar un cuchillo.

—¡Yo, Dodo! —Exclamó Dodo, señalándose a sí mismo con una sonrisa torpe, como si estuviera orgulloso de su logro.

La mujer miró a Dodo con incredulidad y luego se volvió hacia Arturo con una expresión de frustración en su rostro.

—¿Tú aprobaste, en serio? ¡Esto es una locura! ¿Cómo diablos has terminado aquí? ¿Dónde están los demás? ¿Marco donde está?—Preguntó la mujer, buscando respuestas en el desconcierto que llenaba la sala

—Yo en el fondo me alegro de que hayas aprobado, Helena…—Respondió Arturo con una sonrisa forzada y asquerosa, que mostraba todos sus amarillentos y desprolijos dientes, o al menos mostraba los pocos que le quedaban. Al parecer el joven jorobado había estado practicado su sonrisa, pero ciertamente 7 días no había sido suficientes para lograr crear una sonrisa que convenciera a los demás y más que ayudarlo a generar confianza, generaba una fuerte sensación de ironía y burla vengativa.

Helena frunció el ceño ante la sonrisa de Arturo, evidentemente incómoda con su presencia y su actitud.

—¿Dónde están los demás? ¿Por qué somos tan pocos?…—Helena miró a su alrededor, con una expresión de confusión y preocupación en su rostro. Luego, su mirada se posó en el maniquí en el centro del aula—¿Qué demonios hace ese maniquí aquí? ¿Y por qué estamos en esta habitación?

—¿No es Hermes?—Preguntó Arturo mirando al maniquí, si bien la túnica del mismo era diferente, aún se notaba que era el maniquí que le había estado dando clases durante toda su infancia.

Dodo, por su parte, seguía sonriendo y asintiendo, como si estuviera completamente ajeno a la extrañeza de la situación.

*Cruck*,*Cruck*... Inmediatamente después de que Arturo hablara el maniquí comenzó a moverse por su propia cuenta. El sonido de crujidos llenó el aula mientras el maniquí comenzaba a moverse lentamente. Sus articulaciones parecían estar en mal estado, y cada movimiento estaba acompañado por un sonido incómodo.

—Al parecer ya llegaron todos. ¡Felicidades por aprobar el examen, chicos!…—Exclamo el maniquí abriendo los brazos al aire como si buscara abrasar a todos sus estudiantes para felicitarlos.

—¿Cómo?... —Murmuró Arturo, incrédulo ante lo que estaba escuchando. Lentamente, desvió la mirada del maniquí que se movía en el centro del aula y la dirigió hacia los innumerables bancos vacíos a su alrededor. Cada uno de estos bancos había pertenecido a otro estudiante, a un amigo, con una historia y sueños igual de importantes que los suyos. Sin embargo, todas esas personas estaban ausentes en ese salón: ¡Habían desaprobado!

—¿Y los demás? María, Juan, Mariano... ¿Y Marcos? ¿Dónde está mi querido Marcos? —Gritó Helena con desesperación, haciendo que Arturo volviera a la realidad. Sus palabras llenas de angustia y preocupación por sus compañeros desaprobados resonaron en la silenciosa aula.

Dodo, cuyo rostro ya de por sí mostraba una expresión perpetua de sorpresa, se sobresaltó aún más ante el grito de Helena. Sus ojos se abrieron aún más, y su sonrisa torpe desapareció por un momento. Balbuceó con lentitud y dificultad:

—¿Ma-marcos? ¿Do-dónde... Mar-Marcos?

Dodo miró a su alrededor, buscando a su compañero desaprobado con una mirada confundida y preocupada. Su mente parecía luchar por procesar la situación, y sus palabras eran difíciles de entender debido a la saliva atorada en su boca.

—¡Desaprobados, los demás están desaprobados! —Exclamó el maniquí con un júbilo morboso que daría asco a cualquiera, desentonando completamente con las emociones que pesaban sobre los corazones de los estudiantes. Su voz resonaba con un tono chirriante y desagradable, como si se deleitara con la desgracia ajena. Sus brazos se movían de un lado a otro de manera exagerada, como si estuviera celebrando una fiesta en medio de un funeral. El maniquí parecía completamente ajeno a la tristeza y la preocupación que llenaban la habitación, como si estuviera disfrutando de la desgracia de los demás.

—¡Nooo!—Helena dejó escapar un grito desgarrador mientras las lágrimas brotaban de sus ojos y comenzaban a arruinar su belleza. Sus manos temblaban y su cuerpo se sacudía de emoción y desesperación. La noticia de que sus amigos habían desaprobado la afectó profundamente, y su dolor era palpable en el aire.

Dodo, con su expresión perpetuamente torpe, parecía confundido por la situación. Observó a Helena con un aire de extrañeza, sin entender completamente la magnitud de la tragedia que acababan de presenciar. Sus ojos vidriosos reflejaban la confusión en su mente.

Arturo, en medio de la conmoción que lo rodeaba, no pudo evitar sentir una profunda consternación por la situación. Observó a Helena llorando como si le hubieran arrancado lo que más amaba en este mundo y a Dodo, aparentemente perdido en su mundo, con una mezcla de tristeza y preocupación. La noticia de que sus amigos habían desaprobado pesaba sobre él como una gigantesca losa.

Sin embargo, cuando dirigió su mirada hacia el maniquí, que lo observaba con una expresión de felicidad y orgullo desproporcionados, Arturo reaccionó de manera extraña. Su rostro cambió gradualmente, como si estuviera pintando una sonrisa en medio de la tragedia. Los músculos de su rostro se movieron hasta que una sonrisa forzada y desagradable se instaló en su rostro, como si no pudiera elegir otra expresión para ocultar el dolor que sentía en ese momento.

Esta sonrisa, que contrastaba fuertemente con el dolor que se reflejaba en sus ojos, permaneció inmóvil en su rostro, como una máscara que ocultaba sus verdaderos sentimientos ante la situación. Era como si Arturo hubiera aprendido a esconder sus emociones más profundas detrás de una fachada de indiferencia, como si la sonrisa fuera su única arma para enfrentar la adversidad.

Helena, entre sollozos y lágrimas que empañaban su hermoso rostro, observó con incredulidad la sonrisa forzada que adornaba el rostro de Arturo. La visión de su compañero sonriendo en medio de la tragedia fue impactante y desconcertante para ella. Sus ojos llorosos se encontraron con los de Arturo, y en ese momento, Helena sintió una mezcla de enojo e ira.

La sonrisa de Arturo, que parecía completamente fuera de lugar en esa situación, le resultó incomprensible. ¿Cómo podía sonreír mientras sus amigos habían desaprobado? ¿Cómo podía mantener una apariencia tan indiferente ante una noticia tan devastadora? Helena sintió que la sonrisa de Arturo era una especie de burla a sus emociones y a la tristeza que compartían en ese momento. La mirada de Helena se volvió aún más intensa y acusadora mientras seguía llorando, incapaz de comprender la actitud de su compañero.

El maniquí, con su sonrisa morbosa y su actitud divertida ante la tristeza de los estudiantes, continuó hablando, interrumpiendo cualquier comentario que Helena pudiera haber planeado. Provocando que la joven se quedara con sus palabras atascadas en la garganta, incapaz de expresar su enojo y desconcierto ante lo que estaba viendo.

—Oh, felicidades a los aprobados, mis pequeños prodigios…—El maniquí comenzó con un tono irónico mientras movía sus brazos rígidos y lentamente comenzaba a realizar unos escasos aplausos—Después de todos estos años de ardua enseñanza, estoy seguro de que todos ustedes han aprendido valiosas lecciones que los ayudarán a enfrentar el futuro. Pero, por supuesto, no puedo dejar de mencionar lo especiales que son, mis queridos aprobados. Ustedes son los elegidos, los privilegiados que pasarán a formar parte de la sima de la cadena alimenticia de los que habitan en el mundo exterior. Los demás, bueno... parece que no estuvieron a la altura.

Luego, el maniquí se acercó al escritorio del profesor y comenzó a revolver los papeles desordenadamente, como si estuviera buscando algo, mientras continuaba hablando.

—Durante toda su vida, les enseñé a estos jóvenes, les proporcioné conocimientos, los preparé para este momento. Y, ¿qué hacen? La mayoría fracasa miserablemente. Realmente, no puedo estar más orgulloso de mis alumnos…—Dijo el maniquí con ironía, provocando que los llantos de Helena se volvieran aún más violentos.

Ignorando los llantos de la joven, el maniquí dejó de buscar en el escritorio y saco un libro dorado del mismo, luego se paseó lentamente por la sala, como si fuera un artista que estuviera inspeccionando su «obra maestra».

El maniquí se detuvo frente a Arturo, cuyos ojos seguían ocultos detrás de su sonrisa forzada. Extendió su mano de madera y acarició la joroba de Arturo con una especie de burla sutil.

—¡Ah, Arturo! Siempre tan encorvado, como si llevaras el peso del mundo sobre tus hombros. Pero, ¿sabes? Esa joroba tuya podría ser útil en algunos trabajos. Quién sabe, tal vez encuentres uno que te beneficie. O quizás alguien necesite un espaldón para descansar.

Luego, el maniquí se dirigió a Helena y completamente fuera el lugar, puso su mano arriba del muñón de la niña, como si buscara agarrarle la mano que no tenía para consolarla.

—Y Helena, mi querida, ¿qué pasó con tu mano? ¿Se la llevó Marco de recuerdo para no olvidarte? No te preocupes, siempre puedes encontrar trabajos donde no necesites ambas manos. La adaptabilidad es clave, ¿verdad? Al final del día, solo necesitas una mano para firmar contratos.

Finalmente, el maniquí se acercó a Dodo y de forma cruel imito su expresión ausente, mientras comentaba con voz boba:

—Y Dodo, mi pequeño genio, siempre tan brillante y perspicaz. ¿Quién necesita una mente aguda cuando puedes tener esa sonrisa tan especial? Tal vez encuentres un trabajo que no requiera demasiado pensamiento. ¡Felicidades, chico! Después de todo, la vida puede ser mucho más sencilla cuando no te preocupas demasiado por las cosas.

Ante semejantes comentarios, los jóvenes que comenzaban sus primeros pasos como adultos no pudieron evitar sentir la pesada atmosfera que se respiraba en esta habitación.

Helena no pudo contener sus lágrimas y continuó llorando en silencio, escondiendo su mano faltante entre las túnicas para ocultar la evidencia de su defecto. El dolor y la humillación que sentía eran abrumadores, y no pudo evitar sentirse devastada por los crueles comentarios del maniquí.

Dodo, por otro lado, sonrió alegremente, completamente ajeno a la crueldad de las palabras del maniquí. Parecía estar en su propio mundo, disfrutando de la extraña situación como si fuera un juego.

Arturo, aunque seguía forzando su sonrisa, no pudo evitar que unas lágrimas escaparan de sus ojos. Lentamente, acomodó su túnica para cubrir la mayor parte de su joroba posible, como si quisiera ocultar su imperfección. A pesar de su intento de mantener la compostura, el dolor y la vergüenza que sentía eran palpables en su rostro.

Sin darles tiempo para recuperarse emocionalmente, el profesor volvió al centro del aula, donde el gran libro se encontraba, y comentó con un tono más serio, casi como si fuera otra persona completamente diferente la que estaba hablando por el en su lugar:

—Ahora, mis queridos estudiantes, ha llegado el momento de la entrega de sus notas. Pero antes, permítanme hacerles una pequeña advertencia: el proceso de obtención de sus notas no es tan simple como recibir un papel con una calificación.

Arturo dejó de forzar su sonrisa como un idiota y se llenó de preocupación. No tenía idea de que obtener sus notas sería complicado, y un rápido vistazo a Helena reveló que ella tampoco estaba al tanto. Parecía que el plan de Arturo se estaba desviando de la forma en que lo habían planeado.

Para colmo, lo que más preocupó a Arturo fue el cambio de tono del maniquí. El joven sabía que el profesor no era un humano común y corriente, sino un maniquí controlado por varias personas. Dependiendo de quién estuviera trabajando con el maniquí, el tono y la actitud del profesor cambiaban. En todos sus años de experiencia, esta era la primera vez que notaba un cambio tan abrupto en el tono del profesor, casi como si el relevo de turno hubiera ocurrido justo delante de ellos. Pero eso no podía ser una casualidad, ¿verdad?

—Profesor, ¿es cierto que nosotros somos los únicos aprobados? —Preguntó Helena, demostrando que había sido lo suficientemente inteligente como para también notar el cambio de tono de voz.

—Sí, la verdad fueron muy afortunados. Lo normal es que a lo sumo apruebe uno solo de la clase especial… —Comentó el maniquí, sin gesticular y con un tono bastante frío.

—Pero éramos más de 40 alumnos en esta clase. ¿Cómo es posible que solo tres de nosotros hayamos pasado el examen? Y mira a esos dos idiotas, ¡es más que imposible que esos retrasados hayan pasado en lugar de Marco! —Criticó Helena, con más confianza. Parecía que el anterior operador del maniquí era alguien a evitar, y la persona actual era un poco más amigable, o al menos, alguien con quien se podía dialogar más abiertamente.

—No, si fuera imposible, nunca habría sucedido. Y como puedes ver, tus compañeros han aprobado. Además, ten en cuenta que no son los hombres quienes juzgan, sino los dioses, y ellos te evalúan de una manera especial, según lo extraordinario que seas. Si dependiera solo de los hombres, quizás nunca les habrían dado la oportunidad de tomar los exámenes... —explicó el profesor, tomando su tiempo para argumentar su punto de vista.

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—¿Pero qué pueden encontrar de especial en esas bestias? —Criticó Helena, incapaz de aceptar la pérdida.

—No lo sé. Para eso están las calificaciones. Cuando las veamos, será fácil distinguir qué hace especial a tus compañeros y qué te hace especial a ti también. Lo que no queda en duda es que ustedes tres, chicos, son dignos aprobados, y sus compañeros no lo son—Respondió el profesor con calma, sin elevar el tono de voz en ningún momento.

—Profesor, si el proceso de obtención de la nota no es ver un simple papel, ¿entonces cómo es el proceso de obtención de nuestras notas?—Preguntó Arturo mientras levantaba la mano para hablar.

El maniquí respondió toscamente, aparentemente sin muchas ganas de contestar la pregunta:

—Complejo… Dentro de poco lo sabrán, realmente ustedes no tienen que hacer casi nada, así que no se preocupen. Aunque, la verdad, yo no vine a ayudarlos con esa parte. Elegí un turno distinto precisamente porque no me gusta esa parte…

Arturo notó la ambigüedad en la respuesta del profesor y continuó indagando:

—¿Hoy hablaremos con todos los profesores?

—Sí, hoy es una clase especial, su última clase, y en teoría, todos estamos obligados a trabajar en este día. Aunque, si fuera por mí, habría tomado todos los turnos. Pero, por desgracia, mis compañeros no son muy buena gente que digamos y les gusta jugar con ustedes… —Respondió el profesor con calma.

Helena, captando la indirecta de su profesor, intervino:

—Supongo que usted será el que trae las buenas noticias, entonces, ¿Por qué no nos entrega las notas?

—Por desgracia, eso lo sabrán dentro de poco. Por lo demás... —El maniquí dejó su respuesta inconclusa, dejando a los estudiantes aún más confundidos sobre el proceso de obtención de sus notas.

Aprovechando la pausa que había creado, el maniquí alzó las manos y chasqueó los dedos.

*Clink*

Mientras el ruido del chasqueo resonaba en la sala el aula se transformó de repente en un lugar completamente diferente. Las paredes, que antes parecían grises y monótonas, ahora estaban adornadas con guirnaldas brillantes y globos de colores que se mecían en el techo. Las luces de las lámparas se habían convertido en luces parpadeantes de colores, que llenaban el espacio con una atmósfera festiva.

En cada banco de los estudiantes, apareció una mesa pequeña decorada con manteles alegres y coloridos. En el centro de cada mesa había velas encendidas que emitían una luz suave y cálida. Música alegre comenzó a llenar el aire, creando un ambiente festivo.

En las paredes, se proyectaban imágenes de fuegos artificiales estallando en el cielo nocturno y escenas de celebración con gente riendo y disfrutando de la vida. Los estudiantes se sentían como si se estuvieran adentrado a otro mundo a medida que el aula cambiaba.

Las sillas de los estudiantes se habían convertido en cómodos sofás y sillones, invitándolos a relajarse y disfrutar de la celebración. La ventana, que antes solo mostraba un paisaje oscuro y deprimente, ahora revelaba un cielo lleno de estrellas fluorescentes y una luna radiante.

El aula se había transformado por completo en un ambiente de celebración, y los estudiantes no podían evitar sentirse sorprendidos y emocionados por lo que estaba por venir. La atmósfera festiva era contagiosa, y aunque todavía estaban llenos de preguntas sobre sus notas y preocupados por el destino negro que vivirian sus antiguos compañeros de clase, ellos no podían evitar dejarse llevar por el momento.

Fue entonces, cuando el aula se había convertido en un ambiente lleno de alegría, que tres tortas aparecieron mágicamente en las mesas de los estudiantes aprobados, cada una con dieciocho velas brillantes que iluminaban la atmósfera festiva en el aula.

—Felices dieciocho años, con ello comienzan sus primeros pasos en el mundo de los adultos, festejen con alegría y disfruten del fruto de su arduo trabajo—Comentó el maniquí manteniendo su postura fría y algo distante, aunque sus palabras fueran contrariamente bastante alegres.

Tras escuchar las palabras del maniquí, Arturo se dejó llevar por sus emociones e inspeccionó la torta que le habían regalado, la cual era un impresionante pastel de tres pisos decorado con un diseño de libros apilados, hecho de una deliciosa masa de chocolate oscuro y relleno de crema de vainilla. Las velas estaban dispuestas en forma de un «18» en la parte superior, y su aroma inundaba el aire con un dulce aroma a chocolate. Arturo no pudo evitar sonreír ante la vista de su torta, sintiéndose feliz por la elección del diseño llamativo y su sabor favorito.

Por otro lado, Helena tenía ante ella una torta completamente diferente, como si cada diseño fuera unico e irrepetible para cada uno de los estudiantes. La suya era una tarta de frutas exóticas, con capas de frutas tropicales frescas y una fina cubierta de crema de coco. Las velas formaban un «18» de color blanco y oro en la parte superior de la torta, y su aroma era una mezcla de fragancias frutales que llenaban el aula. A pesar de su desánimo anterior, Helena no pudo evitar sentirse un poco más alegre por la apetitosa torta frente a ella, o tal vez por el simbolismo de la misma.

Mientras tanto, Dodo también tenía una torta especialmente diseñada para él. Era un pastel de zanahoria con crema de queso, decorado con pequeñas figuras de animales hechas de azúcar en la parte superior. Las velas estaban formadas por pequeños animales sonrientes, y la torta tenía un aroma reconfortante a especias y zanahorias. Dodo no solo sonrió ampliamente al ver su torta, sino que también comenzó a aplaudir con alegría, emocionado por la sorpresa.

Sin esperar una señal, Dodo fue el primero en probar su torta, provocando que tanto Arturo como Helena se animaran a dar el primer bocado que desembocaría inevitablemente en los siguientes, mientras tanto el maniquí igual de inexpresivo que siempre observó en silencio como los estudiantes probaban sus tortas, hasta que finalmente el silencio se rompió con un comentario:

—Bueno, habiéndoles entregado sus tortas de cumpleaños, ahora queda otorgarles las recompensas por haber aprobado el gran examen. Como es tradición, cada uno de ustedes recibirá una caja misteriosa—Comentó el maniquí, provocando que Arturo y Helena dejaran de comer sus tortas para prestar atención—Aunque, la verdad es que la caja no es muy misteriosa que digamos, ya que siempre guarda lo mismo. De todas formas, disfrútenla.

*Clink*... El ruido del chasquido de dedos volvió a llenar el aula y una tosca caja de madera negra apareció en el banco de cada estudiante, la misma no era muy grande y tampoco había sido personalizada para cada uno de los estudiantes aprobados.

Sintiendo el pecho inflado con el orgullo de finalmente ver sus años de arduo trabajo materializados en esta cajita de madera, Arturo levantó la tapa y se encontró con un conjunto de objetos cuidadosamente dispuestos en su interior:

El objeto más llamativo en la caja era un libro titulado bajo el nombre de «Memorias de los Adultos». Su cubierta estaba confeccionada con un cuero envejecido y desgastado por el tiempo, con filigranas doradas que rodeaban el título en relieve. El libro era grueso y tenía un aspecto venerable, como si contuviera siglos de conocimiento acumulado. Al abrirlo, Arturo comprobó que las páginas exudaban un aroma a pergamino antiguo, y las letras parecían danzar en la página, como si estuvieran ansiosas por contar sus anécdotas.

El siguiente objeto llamativo era una bolsa negra que yacía junto al libro, la misma tenía un aura mágica que se percibía en su tejido oscuro y sutilmente brillante. Al acercar la mano a la bolsa, Arturo sintió un suave cosquilleo en la piel, como si estuviera en sintonía con algún tipo de energía mística y tras abrirla descubrió que una serie de objetos misceláneos se encontraban en su interior. En total eran 5 objetos y todos parecían contar su propia historia: había un colmillo de marfil, un frasquito con líquido plateado, una moneda antigua que emitía una luz fluorescente, una llave oxidada y en mal estado, y por último un dado de madera de aspecto común.

Sin comprender que eran estos objetos, la mirada de Arturo cayó sobre el último objeto que le habían regalado, el cual era una tarjeta de metal que yacía en el fondo de la caja. Esta tarjeta tenía un diseño intrincado grabado en su superficie, representando un jardín de rosas. Era más pesada de lo que parecía a simple vista, y cuando Arturo la tocó, sintió una vibración tenue que parecía emanar de su interior. La tarjeta estaba fría al tacto, pero transmitía una sensación de poder latente.

—Los objetos en la bolsa negra, ¿qué son? —preguntó Helena con curiosidad, mientras sacaba de su bolsa el dedo disecado de una extraña criatura y lo miraba con asco.

—Son reliquias de tiempos olvidados…—explicó el maniquí, observando las curiosidades que los estudiantes extraían de sus bolsas—Son útiles para comprar cosas, conseguir información y también son la forma en la que les pagarán por realizar sus trabajos. Con ellas pueden acceder a prácticamente lo que deseen, siempre y cuando tengan la suficiente cantidad.

Arturo, por su parte, sacó de la bolsa negra la llave oxidada, cuyo aspecto era claramente demasiado simple para ser algo valioso. Con escepticismo, la sostuvo en su mano y preguntó:

—¿Y cómo sé que estos objetos son reliquias y no simple chatarra?

El maniquí respondió con paciencia, tratando de aclarar las dudas de los estudiantes:

—Si puedes guardar el objeto en cuestión en la bolsa negra, entonces es una reliquia. Es tan simple como eso. La bolsa tiene la capacidad de almacenar infinitamente estas reliquias y las distingue por el aura que estos objetos emiten, la cual no todos los adultos pueden sentir.

Dodo, mientras tanto, observaba con ojos curiosos y una sonrisa en su rostro, asintiendo ocasionalmente como si entendiera todo lo que se decía el profesor.

—¿Alguna otra duda sobre sus recompensas? Dada la torta y los regalos, temo que el momento de las recompensas ha llegado a su fin y el momento de las explicaciones se avecina. Como tal, el cambio de dicho evento implica mi despedida—Preguntó el profesor manteniendo su usual tono distante y frío, mirando a cada uno de sus estudiantes.

Arturo aún tenía una pregunta en mente y sacó la tarjeta de metal de su caja, sosteniéndola frente a sí.

—¿Y la tarjeta? ¿Para qué sirve?—Inquirió con curiosidad.

El maniquí guardó silencio por un momento, mirando fijamente la tarjeta antes de responder con su característica enigmática:

—Lo sabrán al final de la clase…—Con esa respuesta, la música que envolvía el salón se detuvo y el silencio invadió nuevamente el aula. El maniquí inclinó la cabeza, como si se hubiera apagado, indicando que el cambio de turno había ocurrido una vez más, y que otro profesor aparecería pronto.

Notando que el profesor aparentemente se había ido, Helena miró a sus compañeros con preocupación y preguntó:

—¿Se dan cuenta de que todos los profesores nos van a dar clase hoy?

Dodo, respondiendo con un gesto afirmativo de su cabeza, pronunció un simple "Dooo", indicando que había captado la pregunta de Helena.

Arturo, sin entender del todo la preocupación de Helena, respondió:

—Sí, lo dijo el profesor, ¿por qué no lo entenderíamos?

Helena, aparentemente frustrada por la respuesta de Arturo, murmuró:

—La verdad, no sé por qué me malgasto hablando con dos estúpidos como ustedes que aprobaron este examen por pura suerte…

Tras Ío cuál, ignorando a los supuestos «enfermos», Helena siguió disfrutando de su torta.

Arturo, sintiéndose un poco abatido por el desprecio de Helena y tratando de mantener la conversación, preguntó:

—No entiendo, ¿deberíamos estar preocupados?

Pero su pregunta pasó casi desapercibida, ya que Helena no mostró intención de responder. Sin embargo, Dodo notó que Arturo se sentía ignorado y emitió un chillido que parecía decir «¡Regla!»

Arturo recordó entonces al profesor de «La regla» y asintió con comprensión:

—«Regla», ya veo. Me había olvidado de ese profesor, hace años no nos da clases, pero bueno, ya no somos sus estudiantes, así que no deberíamos estar preocupados.

Justo cuando esas palabras terminaron de pronunciarse, el maniquí en el medio del aula levantó la cabeza bruscamente, provocando que todos los estudiantes se enfocaran en él. Con una expresión de molestia evidente en el rostro, el maniquí miró a su alrededor, observando las decoraciones en la habitación, y procedió a dar unos aplausos lentos y toscos.

*Plaf*, *Plaf*... Los aplausos resonaron en la habitación, y siguiendo el ruido, la habitación comenzó a transformarse nuevamente.

Las decoraciones festivas que habían llenado el espacio comenzaron a desvanecerse, como si se deshicieran en el aire. Los globos coloridos se desinflaron rápidamente, cayendo al suelo sin vida. Mientras que los reconfortantes sillones se trasformaron nuevamente en los incómodos bancos de madera.

Las tortas que habían aparecido en los bancos de los estudiantes desaparecieron de la misma manera en que habían llegado, dejando solo migajas y recuerdos fugaces. La habitación volvió a su antiguo aspecto deprimente y monótono, como si todo el esplendor y la alegría hubieran sido solo un fugaz sueño.

Los estudiantes miraron a su alrededor con sorpresa mientras la habitación recuperaba su tristeza habitual. Era como si la breve interrupción festiva hubiera sido solo un espejismo en medio de la rutina gris. Notando la mirada perdida de los estudiantes, el maniquí volvió a aplaudir con un aire de prepotencia mezclado con orgullo propio. Sus aplausos resonaron en la habitación, atrayendo la atención de los aprobados. Acto seguido, el maniquí hablo con una voz avejentada que denotaba su seguridad y arrogancia:

—El momento de las explicaciones ha llegado, como manda la tradición. Cada uno de ustedes tiene el privilegio de formular una pregunta que desee desde el fondo de su corazón. Espero que durante las siete lunas de reflexión hayan encontrado la pregunta que más los inquieta. No desperdicien esta oportunidad, pues no todos tienen la fortuna de tenerme como el encargado de brindarles las respuestas. Entre todos sus maestros, soy el más sabio y experimentado.

—Señor profesor, ¿cómo puedo encontrar un trabajo que se adapte a mis habilidades y circunstancias, considerando mi discapacidad? Quiero lograr el éxito en el mundo de los adultos—Pregunto Helena de inmediato, mostrando que su mayor preocupación era los problemas que acarreaba la falta de una mano.

El maniquí se tomó un momento para considerar cuidadosamente la pregunta de Helena. Luego, miró a su alrededor y, con un gesto de su mano, hizo que las sombras de las paredes cobraran vida. Estas sombras comenzaron a danzar en el aula, formando figuras caprichosas en las paredes.

—Helena, la vida está llena de sombras y luces, al igual que estas sombras en las paredes. No debes ser tan ingenua como para ignorar las obvias imperfecciones y debes ser desconfiada de las malas intenciones, pero tampoco debes dejar que esas sombras oscurezcan la luz que eres. Acepta el amor de los dioses, pero recuerda que también debes buscar devolver ese cariño con acciones y decisiones que a ellos los enorgullezcan.

El profesor continuó manipulando las sombras, haciendo que se unieran en una figura que representaba a Helena, destacando su belleza y juventud.

—Y no te preocupes demasiado por los detalles, Helena. Eres hermosa y joven, y puedes usar eso a tu favor en muchos aspectos de la vida. Pero, si todavía sientes inquietud, permíteme consolarte con esta noticia: la gran mayoría de trabajos no dependen de tus manos, sino de las elecciones que hagas. Las oportunidades están ahí fuera, esperando a ser aprovechadas por alguien tan apasionada como tú.

Dicho esto, el maniquí chasqueo los dedos hacinando que las sombras volvieran a la normalidad y con autoridad pregunto:

—¿Siguiente pregunta?

—¡Dodo pregunta! ¿Cuál es el secreto para ser feliz en la vida, profesor? Dodo quiere ser feliz—Dodo, con su característica sonrisa, agitaba la mano efusivamente para llamar la atención del maniquí, mostrando su deseo obtener una respuesta. El profesor le dirigió una mirada comprensiva antes de comenzar a demostrar su sabiduría.

—Dodo, ser feliz es un deseo noble y alcanzable. Para ti, que has sido bendecido por los dioses, lo más importante es no permitir que otros te engañen. Los dioses te aman y te han otorgado un gran poder, pero debes ser astuto y desconfiado, ya que es posible que otros te envidien y quieran aprovecharse de ti.

El profesor hizo un gesto con su mano y creó ilusiones mágicas en el aula. Estas ilusiones mostraban a Dodo en diferentes situaciones laborales, algunas de las cuales eran opresivas y otras más libres y felices.

—Debes elegir con sabiduría entre los trabajos disponibles, Dodo. Busca aquel que sea más sencillo y que dependa menos de un jefe que pueda abusar de tus virtudes. Al hacerlo, no solo serás feliz, sino que también harás felices a los dioses que te han adoptado como uno de sus hijos.

Tras terminar de pronunciar su respuesta, el maniquí volvió chasquear los dedos y con el mismo tono prepotente pregunto:

—¿Siguiente pregunta?

Arturo sintió que el momento que había estado esperando finalmente había llegado. Durante mucho tiempo, había acumulado una lista interminable de preguntas y dudas en su mente, consciente de que las respuestas sinceras eran un recurso escaso en este mundo. Sin embargo, la abrumadora cantidad de interrogantes también lo había oprimido, llevándolo a postergar su decisión hasta último momento, provocando que preguntara fuera lo primero que se le había venido a la mente:

—¿Profesor de donde venimos?

La pregunta de Arturo resonó en la silenciosa aula mientras el maniquí la consideraba con un gesto de insatisfacción evidente en su rostro.

—¿Esa es tu duda? —Respondió el maniquí con cierta impaciencia en su tono, como si esperara más inteligencia proviniendo de Arturo.

—Sí…—Apolo murmuró su respuesta casi en un susurro, sintiéndose oprimido por la atmósfera de autoridad impuesta por el profesor. Este último, sin embargo, no perdió la oportunidad de desestimar la pregunta de Arturo y lanzar un insulto descarado:

—Las preguntas de los inteligentes conducen a su propio beneficio, mientras que las preguntas de los idiotas satisfacen su simple curiosidad. Y, Arturo, claramente eres un grandioso idiota. «Grandioso», porque los dioses han tenido piedad a pesar de tu indudable tendencia hacia la estupidez.

A pesar de su desdén, el profesor se sintió obligado a responder a la pregunta de Arturo debido a la tradición, aunque lo hizo con una respuesta breve y enigmática, prácticamente buscando sacársela de encima.

—Todos somos el producto de las antiguas generaciones de hombres, y esos hombres son el producto de generaciones anteriores a ellos mismos, los cuales son el producto de los dioses —Declaró el maniquí antes de bajar la cabeza abruptamente, indicando que el cambio de turno había ocurrido y otro profesor tomaría el cuerpo del maniquí en la brevedad.

Un pesado silencio dominó el aula durante varios minutos. Al parecer ninguno de los estudiantes tenía ganas de hablar en este momento y por su parte Arturo se encontraba asimilando la mala experiencia que acaba de vivir.

Fue en ese silencio que el maniquí levantó la cabeza abruptamente y mostró una sonrisa de oreja a oreja mientras miraba a los estudiantes que parecían estar absortos en sus propios pensamientos o jugando con los objetos que habían recibido como regalos hace poco.

—¡Muchachos, volvemos a vernos! ¿Me extrañaron? —Exclamó el maniquí con euforia, al mismo tiempo que golpeaba violentamente el libro que tenía frente a él, tratando de captar la atención de los estudiantes.

—¡Dodo! —Chilló Dodo con temor, agachando la cabeza como si tratara de pasar desapercibido, siendo el primero en reconocer al nuevo profesor.

—Regla…—Arturo murmuró para sí mismo al observar la reacción de Dodo y notar el miedo en su expresión.

—Pero, ¿qué pasa, gordito? ¿Acaso estás temblando de emoción por volvernos a encontrar? —Preguntó el maniquí mientras sonreía alegremente, balanceando su cuerpo de un lado a otro de manera un tanto torpe.

—¡Temblando de emoción de ser la última vez que nos encontramos! —Gritó Helena de forma desafiante—. ¡Ya no somos tus estudiantes, enfermo, ve a arruinarle la vida a otras personas!

El maniquí rió alegremente ante la actitud desafiante de Helena, sin sentirse para nada ofendido por el repentino grito de la estudiante.

—Ja, ja, ja, pero miren la actitud que desarrolló esta mocosa. Parece que tu nobiecito te regaló un poco de su valentía —Rió con despreocupación el maniquí.

—¿No tenías cosas mejores que hacer? Desde que le rompiste las piernas a Mariano, nunca más volviste. Pensamos que te habían expulsado. Una pena descubrir que sigues arruinando la vida de otros jóvenes —Contestó Helena sin ocultar su asco.

El maniquí rió de manera despiadada ante el recuerdo.

—Ja, ja, ja, sí, se me fue un poquito la mano ese día. Hey, pero mira, tanto no me equivoqué. El chico no logró aprobar. Al parecer, deberían haberme dejado romperle un par de dientes más, ja, ja, ja —Se rió como un desgraciado, tambaleándose de un lado a otro como si fuera un péndulo.

—Mariano, probablemente habría aprobado si tuviera sus piernas sanas, pedazo de mierda... —Murmuró Arturo, aunque su valentía era claramente menor que la de Helena por lo que sus palabras sonaron como el susurro del viento.

—¿Qué dijo el jorobado? Jajaja, no se te escucha, pero tienes razón. Incluso sin piernas, Mariano sería más rápido que tú. No debe ser fácil correr con semejante carga en la espalda, ¿verdad, Arturito? —Se burló el maniquí, aunque acaba de ser insultado su sonrisa alegre nunca desvaneció en de su rostro, parecería que podía tragarse cualquier insulto y eso no lo molestaría en absoluto.

—Le arruinaste la vida…—Murmuró Arturo reiterando sus palabras, mientras que tratando de mantener la compostura, respondió la burla con una sonrisa forzada y se la devolvió al maniquí. Sin embargo, esta respuesta no fue bien recibida por el maniquí. El cual dejó de tambalearse abruptamente, su sonrisa se desvaneció lentamente y con una seriedad inusual dijo:

—¿De qué mierda te ríes, mocoso? ¿Acaso crees que es una broma lo que dije? ¡No, imbécil! De verdad debería haberle sacado mas de un par de dientes a ese muchacho. Tal vez así sufriría menos de lo que va a sufrir ahora que desaprobó.

—...—Arturo no supo qué decir. Sudor comenzó a empapar su espalda, y estaba indudablemente nervioso, pero su horripilante sonrisa no cedió.

—Deberías tener más confianza en ti mismo y no andar sonriendo como un tarado. A mí no tienes nada que demostrarme, Arturito. Tal y como dijo la putita esta, ustedes ya no son mis estudiantes. Son adultos, y nunca más volveremos a vernos… —Respondió crudamente el maniquí, haciendo que la sonrisa en el rostro de Arturo desapareciera. Luego, el maniquí aprovechó la pausa que había generado y miró a todos los estudiantes a la cara antes de pronunciar:

—De todos ustedes, el único que probablemente hubiera aprobado el examen en condiciones normales habría sido Dodo. En cuanto a ustedes dos, si no me hubieran conocido, ahora estarían pensando si deberían matarse o aceptar su destino. Les salvé la vida, y el tiempo me dará la razón, por más que ahora me vean como un enfermo mental. Por eso mismo es que me evitaron seguir viéndolos: Nadie quería que un par de enfermos mentales y lisiados se ganaran el favor de los dioses, nadie salvo yo. Así que métanse sus opiniones bien en el culo, manga de mocosos ingratos. Por lo demás, terminemos este juego: ¡Es momento de que reciban sus notas!

Siguiendo las palabras del maniquí, unos enigmáticos pergaminos se materializaron sobre los bancos de los estudiantes aprobados. Arturo extendió la mano y tomó el pergamino, sintiendo la suave textura bajo sus dedos. Cuando lo desplegó, quedó sorprendido al encontrarse con una detallada descripción acerca de los cinco dioses que gobernaban el mundo.

Aldor

«El abuelo»

En los albores del tiempo, Aldor forjó el universo con su bastón, luchó contra las sombras con su armadura y gobernó con sabiduría desde su corona. Representa la fuerza que guía a través de las edades.

Se lo representa en el vacío, con un bastón, una armadura y una corona.

Felix

«El hermano»

Desnudo y valiente, Felix emergió de la tierra como un hermano para todos. Con su resistencia inquebrantable, protegió a los débiles y mostró que la fortaleza reside en la unidad.

Se lo representa en el suelo, desnudo

Kaira

«La hermana»

Kaira, ágil y delicada, sostiene su corazón en el pecho como un símbolo de destreza. Su habilidad sin igual inspira a los mortales a superar cualquier obstáculo con gracia y destreza.

Se la representa en el suelo, con una mano en el pecho

Lysor

«El padre»

En el vacío del conocimiento, Lysor escribió el destino con su pergamino. Su inteligencia es la luz que ilumina el camino de la humanidad, guiándola hacia la comprensión y la evolución.

Se lo representa en el vacío, con un pergamino en una mano.

Selva

«La madre»

En lo alto de los cielos, Selva sostiene un instrumento de música, llenando el mundo con su carisma y belleza. Como madre de la naturaleza, inspira la creatividad y la armonía en todas las cosas.

Se lo representa en los cielos, sosteniendo un instrumento.

Dando el tiempo necesario para que todos los estudiantes pudieran explorar el folleto, el maniquí prosiguió con sus instrucciones:

—Las notas serán entregadas de forma individual, así que esta es mi despedida. Los felicito por haber aprobado el gran examen y recuerden, si algún día se encuentran en mi lugar en el futuro, entonces no tengan la más mínima piedad con sus estudiantes. Buena suerte, muchachos, son mi primera camada de estudiantes en aprobar, así que cuando salgan allá afuera: ¡Conquisten el mundo!

Mientras el maniquí pronunciaba esas palabras, Arturo notó cómo los cuerpos de sus compañeros empezaron a desvanecerse ante sus ojos, y ellos también lo miraron de manera extraña. Siguiendo sus miradas, Arturo se dio cuenta de que su propio cuerpo se volvía más etéreo a medida que el maniquí se despedía. Finalmente, el discurso del profesor concluyó y los tres estudiantes desaparecieron por completo, dejando solo al maniquí mirando en silencio el aula completamente vacía.