Habiendo terminado de colocar el subgrupo de los ítems relacionados con la comida, Arturo admiro la gran cantidad de mierda que aún quedaba en su inventario con una sonrisa restauradora, mientras se preguntaba:
—Bueno, ¿con qué subgrupo continuamos? , y ¿dónde deberíamos colocar los siguientes objetos?
En ese momento, Anteojitos se acercó a él y le dio un golpe en la espalda como si le estuviera diciendo: «Es mi turno, dame mis regalos. Yo gané estas reliquias, ¿cómo se te ocurre dejarme para lo último?»
Arturo sonrió ante la expresión de impaciencia de Anteojitos y asintió con complicidad antes de comenzar a acomodar los objetos de su mascota en su lugar designado. Era evidente que Anteojitos estaba ansioso por disfrutar de las nuevas adquisiciones, y Arturo no quería hacer esperar más a su fiel compañero.
Después de una breve inspección, Arturo identificó los cuatro objetos que había comprado para Anteojitos. Teniendo en cuenta que todos los objetos adquiridos en el mercado hasta ahora habían resultado espectaculares, las expectativas de Arturo estaban por las nubes. Además, estos objetos también debían ser los últimos cuatro ítems comprados en el mercado por colocar. Sin embargo, aún quedaban muchos otros objetos interesantes por descubrir en el inventario, incluyendo los que había ganado en el casino, de los cuales Arturo no tenía ni la menor idea de qué podrían tratarse.
El primer objeto de este subgrupo que el jorobado sacó de su inventario parecía ser una especie de pelota de carne, similar a una albóndiga, aunque esta “pelota” tenía una piel que se retorcía constantemente en su mano. Era evidente que este objeto era un ser vivo de alguna manera. Arturo decidió llevarlo a la habitación del pozo, no porque la habitación de la comida se hubiera quedado sin espacio, de hecho, tenía mucho espacio libre después de acomodar los muebles comprados, que resultaron ser menos voluminosos de lo que esperaba. Sin embargo, Arturo quería mantener un cierto orden en su hogar y asignar una habitación a cada una de sus mascotas. Anteojitos ya tendría la suya, Copito ya la tenía, y técnicamente el gusano gigante que era su nueva mascota también tenía su propio espacio. De esta manera, todos tenían su lugar designado.
Una vez en la habitación del pozo, Arturo se aseguró de que el pozo estuviera ubicado en el centro de la habitación. Luego, se dirigió hacia una de las esquinas de la habitación y colocó la pelota de carne en el suelo. Inmediatamente, dio unos pasos hacia atrás, con expectación en sus ojos, esperando ver qué ocurriría a continuación. La pelota de carne yacía en el suelo, aparentemente inerte por el momento. El silencio llenó la habitación, y Arturo aguardaba con curiosidad para descubrir el misterio detrás de este objeto viviente.
Pasaron los minutos y la habitación estaba sumida en un inquietante silencio mientras Arturo observaba con expectación la pelota de carne que había colocado en el suelo. No obstante, la pelota, del tamaño de una de tenis, parecía inerte en un primer momento. Su superficie retorcida y arrugada estaba inmóvil, como si estuviera aguardando el momento adecuado para revelar su verdadero propósito.
Pero eso no era del todo cierto, puesto que lentamente, de manera sutil e imperceptible, la pelota comenzó a transformarse. La piel que cubría su superficie empezó a estirarse y a estirarse, como si estuviera siendo arrancada de la carne que había debajo. El proceso era lento y espeluznante, y Arturo no podía apartar la mirada mientras veía cómo la piel se estiraba y se adelgazaba. A medida que la piel se estiraba, Arturo pudo ver que debajo de ella se ocultaba algo brillante y reflectante. Era como si la pelota estuviera siendo despojada de su carne para revelar su verdadera naturaleza. El reflejo de la luz de la habitación se deslizaba por la superficie del objeto en transformación, creando un efecto aún más inquietante.
Con cada estiramiento de la piel, la forma de la pelota comenzó a cambiar. Se alargó gradualmente, adoptando una forma más rectangular y plana. Era como si estuviera tomando la forma de un cuadro, aunque la piel que se estiraba seguía siendo tan retorcida y grotesca como al principio. El proceso continuó, y finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la pelota de carne se había transformado por completo en un espejo. El espejo era del tamaño de un armario, y su superficie reflectante estaba rodeada por los restos retorcidos de la piel que había sido despojada de la pelota de carne.
El espejo en sí era una visión grotesca y repulsiva. La superficie reflectante tenía un aspecto distorsionado, como si estuviera hecha de carne viva en lugar de vidrio. Mientras que su marco estaba decorado con huesos retorcidos y cráneos humanos, todos unidos con gruesos hilos de color amarillento. Las caras deformadas de los cráneos parecían contorsionarse en una mueca perpetua de sufrimiento, como si los propios huesos fueran víctimas de una tortura eterna.
Arturo se sintió abrumado por el terror que emanaba del espejo. A pesar de la angustia que sentía, una extraña curiosidad lo impulsó a acercarse más al espejo, como si una fuerza invisible lo atrajera hacia él. Fue entonces, cuando el jorobado descubrió que la superficie del espejo no reflejaba su propio rostro ni el interior de la habitación, en su lugar, mostraba como innumerables rostros fantasmagóricos fluían incansablemente, como un río interminable de almas en constante pena y dolor.
Los rostros en el espejo tenían una mezcla de agonía, ira y sufrimiento. Sus ojos, vacíos y desesperados, miraban fijamente a través del cristal como si estuvieran buscando una salida de su tormento eterno. Los gritos silenciosos de los espectros resonaban en la mente de Arturo, llenándolo de un profundo dolor de cabeza. Algunos de los espectros parecían estar atrapados en una agonía física, con cuerpos desgarrados y desfigurados que se retorcían en el espejo. Otros parecían sufrir tormentos emocionales, con lágrimas que fluían sin cesar de sus ojos vacíos. La variedad de emociones negativas que arrastraban las almas en el espejo era abrumadora y perturbadora.
Arturo no pudo evitar preguntarse cuál era el origen de esta visión espeluznante y cómo había llegado allí. ¿Era el espejo una especie de portal al mundo de los desaprobados? ¿O había sido creado por alguna magia oscura que simulaba ese mundo? La respuesta a estas preguntas permanecía oculta en la oscuridad, protegiendo el secreto detrás de las almas atrapadas en el espejo.
A medida que Arturo continuaba observando el horror que se desplegaba ante él, se dio cuenta de que algo más estaba sucediendo. Los rostros en el espejo comenzaron a moverse, como si intentaran comunicarse con él. Sus bocas se abrían y cerraban en silencio, como si estuvieran tratando de decirle algo, pero sus palabras nunca llegaban a sus oídos. El miedo se apoderó de Arturo mientras contemplaba la inquietante danza de los espectros. No sabía si debía tocar el espejo, si debía intentar ayudar a esas almas en tormento o si debía huir de esta habitación inmediatamente. La sensación de que algo terrible estaba a punto de ocurrir lo llenó de una ansiedad paralizante.
De repente, uno de los rostros en el espejo se destacó entre los demás. Era un rostro distinto, uno que parecía buscar desesperadamente su atención. Los ojos del espectro estaban llenos de súplica y terror. Aunque no se escuchaba ningún sonido, Arturo podía sentir el sufrimiento emanando de esa figura con una intensidad abrumadora. Arturo no podía recordar dónde había visto este rostro antes, pero por algún motivo sentía el imprudente impulso de ayudar a esta alma. Sin poder resistir más la corazonada que tenía atorada en su pecho, Arturo extendió la mano hacia el espejo, sintiendo un escalofrío recorrer su espina dorsal mientras sus dedos se encontraban con la superficie fría del cristal. En ese momento, la visión en el espejo cambió abruptamente.
Las almas atormentadas parecieron estremecerse y retorcerse con mayor intensidad. El espectro que había llamado la atención de Arturo comenzó a mover los labios, como si finalmente pudiera pronunciar palabras. Aunque ningún sonido llegó a los oídos de Arturo, pudo leer las palabras en los labios del espectro.
“¡Ayúdame, Arturo, por favor!”, suplicó el espectro, con los ojos llenos de desesperación. Su voz resonó en la mente de Arturo como un grito silencioso que retumbó en su alma. La habitación parecía oscurecerse a medida que la súplica del espectro llenaba su mente.
Arturo retrocedió unos pasos, incapaz de soportar el horror que le invadía, sintiendo más que nunca que esta alma atormentada tenía una conexión profunda con su pasado. En su confusión, golpeó sin querer a Anteojitos, quien observaba el espejo con deleite. El ojo volador, notoriamente molesto, decidió tomar represalias y comenzó a propinarle una serie de golpes a Arturo, quien se vio obligado a cubrirse con las manos y gritar:
—¡Para, para! ¡No te vi!
Anteojitos detuvo sus ataques y se acercó al espejo, fijando su mirada en él. Para cualquier observador externo, parecía estar satisfaciendo su curiosidad. Sin embargo, Arturo, con sus ojos entrenados, sintió que su mascota estaba devorando las almas en el espejo, a pesar de que no había rastro evidente de ello.
—Esperemos que los otros tres objetos sean menos perturbadores... —Murmuró Arturo mientras dejaba que Anteojitos continuara su actividad y se dirigía a buscar el siguiente objeto en su inventario.
Tras unos pocos minutos, Arturo se encontraba nuevamente en la habitación donde estaba comiendo Anteojitos con el siguiente objeto en sus manos.
Actualmente, Arturo sostenía un extraño muñeco de trapo en sus manos. El nivel de detalle en la elaboración del muñeco era impresionante, y parecía que había sido creado con una maestría artesanal excepcional. Lo que lo hacía aún más inquietante era que el muñeco parecía estar vivo de alguna manera. Sus ojos seguían los movimientos de Arturo, y cuando lo sostuvo con cuidado, pudo sentir claramente un latido proveniente del pecho del muñeco, como si tuviera un corazón latente en su interior.
Siguiendo las indicaciones del mercader que le había vendido el muñeco, Arturo se dirigió hacia una de las paredes de la habitación. Colocó el muñeco de trapo cuidadosamente apoyado contra la pared, asegurándose de que estuviera en posición vertical y mirando hacia el centro de la habitación. Luego, con manos temblorosas, Arturo retiró las dos agujas que marcaban los ojitos del muñeco y las dejó caer con suavidad en el suelo, a un lado del muñeco. El muñeco de trapo permanecía inmóvil por un momento, como si estuviera esperando algo.
Arturo retrocedió unos pasos, sintiendo una mezcla de anticipación y ansiedad. Miraba con atención al muñeco, preguntándose qué ocurriría a continuación. El latido que había sentido antes en el pecho del muñeco parecía seguir sintiéndose en sus manos, y la cabeza sin ojos del muñeco lo seguían mientras retrocedía.
Entonces, sucedió algo extraordinario. El muñeco de trapo comenzó a moverse lentamente. Sus extremidades de tela se alzaron un poco, como si estuviera tratando de ponerse de pie. Arturo observó con asombro cómo el muñeco se erguía sobre sus pequeños pies de trapo y comenzaba a moverse por la habitación. Cada paso que daba el muñeco era una danza extraña y espeluznante. Se movía con una especie de gracia desarticulada, como si sus extremidades estuvieran hechas de goma y se estiraran de manera antinatural. Los ojos vacíos del muñeco parecían buscar algo, como si estuviera siguiendo una pista invisible, o como si lo hubieran dejado ciego en el medio de la oscuridad.
Finalmente, el muñeco se detuvo en seco en el centro de la habitación y cayó al suelo sin vida, como si su búsqueda hubiera llegado a un punto sin retorno. Arturo observó cómo el muñeco se desmoronaba ante sus ojos, deshaciéndose en polvo negro como la noche. El polvo parecía tener una especie de conciencia propia, ya que se movía hacia la pared donde antes había estado apoyado el muñeco.
El polvo oscuro se infiltró entre los espacios de los gruesos trozos de piedra que formaban la pared, desvaneciéndose poco a poco en el olvido. Pasaron unos minutos en los que Arturo permaneció en silencio, preguntándose qué significaba este extraño evento. La pared, que originalmente estaba compuesta por piedras rugosas y ásperas, comenzó a cambiar de manera inquietante.
El cambio era gradual pero evidente. Las piedras se volvieron cada vez más negras y brillantes, como si estuvieran siendo reemplazadas por un material completamente distinto. Arturo observaba con asombro cómo las piedras desaparecían por completo, dejando en su lugar un cristal negro que cubría toda la superficie de la pared. El cristal era oscuro y opaco, como una ventana que no mostraba nada más que la oscuridad.
Perplejo por la súbita aparición de este cristal negro, Arturo se preguntaba cuál sería su utilidad o propósito. Sin embargo, antes de que pudiera formular una respuesta, el cristal comenzó a cambiar. Lentamente, se volvió cada vez más transparente, como si estuviera revelando algo que estaba detrás de él. La apariencia del cristal se transformó por completo, y Arturo se dio cuenta de que no era un simple cristal, sino una ventana hacia otra habitación completamente desconocida para él.
A primera vista, la habitación al otro lado de la ventana era una réplica exacta de la habitación donde se encontraba Arturo. Tenía techos, paredes y pisos de piedra, al igual que su contraparte. En el centro de la habitación, había un pozo que se asemejaba al que Arturo tenía a unos pocos pasos. Sin embargo, había diferencias notables que dejaban claro que esto no era un simple espejo.
Anteojitos y Arturo no podían verse reflejados en la ventana, lo que descartaba la posibilidad de que fuera un espejo. Además, el espejo recién instalado por Arturo en la habitación del pozo no aparecía en la réplica reflejada. Todo esto indicaba que, de hecho, se trataba de una ventana hacia un lugar idéntico pero separado de la realidad actual por este cristal en el medio. Arturo se encontraba perplejo ante esta misteriosa adquisición y no comprendía del todo su utilidad ni por qué el comerciante le había vendido esto como un juguete para Anteojitos. El conejo anciano, que lo había seguido con curiosidad, también observaba la ventana con una expresión de desconcierto en su rostro.
Arturo comenzaba a sentir cierta preocupación por la extraña adquisición que había hecho en el mercado y que no tenía ninguna utilidad evidente.
—Vamos, Anteojitos, deja de comer y juega con esto. Empieza a preocuparme si ese comerciante me estafó…—Comentó Arturo con una mezcla de frustración y desconcierto.
Anteojitos obedeció a regañadientes y se acercó a la ventana, la miró con curiosidad durante unos minutos y luego se volvió hacia Arturo con una expresión que parecía decir: «¿Y qué se supone que debo hacer con esto?»
Pompón también se unió a la investigación, apuntando con su patita hacia la ventana y preguntando si había algún botón o forma de activar el objeto. Arturo siguió el consejo del conejo y se acercó a la ventana, buscando algún tipo de botón o control, pero la superficie de la ventana parecía ser completamente lisa y carecía de cualquier indicación sobre su funcionamiento.
Frustrado por la falta de respuesta, Arturo golpeó la ventana con enojo y gritó en busca de una activación. A menudo, esta táctica no funcionaba y terminaba rompiendo el objeto, pero en esta ocasión, sorprendentemente, dio resultado. Dos carteles translúcidos aparecieron sobre la superficie de la ventana, aunque las letras que mostraban eran completamente ilegibles para Arturo. No obstante, Anteojitos pareció entender lo que significaban los carteles y se centró en uno de ellos durante unos segundos. En respuesta, el cartel se iluminó, y como resultado en la habitación al otro lado de la ventana una misteriosa criatura comenzó a emerger del pozo con lentitud.
Pompón observó con curiosidad y cierta preocupación, sin saber qué esperar de esta inesperada aparición. Por su parte, Arturo observaba con cautela a la extraña criatura que estaba emergiendo del otro lado de la ventana.
La extraña criatura que surgía del pozo tenía una apariencia que provocaba un escalofrío en Arturo y Pompón. Se asemejaba a un muñeco vudú gigante, pero por algún extraño motivo tenía cierto aire de que había un ser humano atrapado adentro del muñeco.
Su cuerpo estaba formado por una mezcla de telas desgarradas y andrajos que colgaban de manera desordenada, como si hubiera sido cosido apresuradamente con retales de diferentes tamaños y texturas. La tela que lo componía variaba en colores oscuros y desgastados, como el negro, el marrón y el gris, lo que le daba un aspecto lúgubre y siniestro. Pese a su evidente parecido con un ser humano, la criatura no tenía una forma humana definida; en lugar de eso, sus extremidades parecían ser alargadas y retorcidas, con brazos y piernas que terminaban en dedos largos y afilados, como agujas. Cada uno de estos dedos tenía pequeños alfileres y agujas incrustados. Mientras que el rostro de la criatura era la parte más espeluznante. No tenía ojos ni boca, sólo una serie de costuras en forma de X en lugar de ojos que brillaban con una luz siniestra. Cuando miraba a Arturo y al conejo, esa luz parecía penetrar en sus almas, creando una sensación de profundo malestar. Por último, su cabeza estaba coronada por una maraña de hilos que colgaban como cabello desordenado y que parecían moverse de manera independiente.
A medida que la criatura emergía por completo del fondo del pozo, su cuerpo comenzó a retorcerse y contorsionarse de manera grotesca, como si estuviera sufriendo una agonía interminable. Emitía gemidos incompresibles y suspiros escalofriantes que parecían una mezcla de dolor y desesperación.
Arturo y Pompón observaron con horror mientras la criatura se incorporaba por completo en la habitación del otro lado de la ventana. Ninguno de los dos sabía qué esperar a continuación ni qué significaba esta aparición, pero lo que quedaba claro era que Anteojitos habían desencadenado algo que iba mucho más allá de su comprensión.
—¿Y cómo se supone que juegas con este muñeco, Anteojitos?—Preguntó Arturo, observando con intriga cómo su mascota estaba leyendo dos nuevos carteles translúcidos que habían aparecido sobre la ventana.
Anteojitos examinó los carteles detenidamente antes de seleccionar uno de ellos, haciendo que ambos desaparecieran. Inmediatamente, una de las gruesas piedras que conformaban las paredes en la habitación del otro lado de la ventana comenzó a temblar violentamente y se desplazó hacia adelante hasta que finalmente salió por completo, cayendo al suelo con un estruendo y partiéndose en trozos. Del agujero creado comenzó a emerger con lentitud lo que parecía ser una ballesta antigua.
La ballesta, en un acto completamente autónomo y siniestro, comenzó a moverse por sí sola. Sin previo aviso, disparó una flecha con violencia hacia el muñeco de trapo, que había sido colocado como objetivo. La flecha se clavó en la espalda del muñeco, provocando que este emitiera un grito agónico de dolor. El muñeco cayó de rodillas al suelo, y de la flecha clavada en su espalda comenzó a brotar sangre roja y viscosa que teñía su tela de un color escarlata espeluznante.
Arturo quedó atónito ante la brutalidad del acto. Antes de que pudiera reaccionar, otra flecha mágicamente apareció en la ballesta y disparó nuevamente hacia el muñeco. Esta vez, la flecha se clavó en las piernas del muñeco, que, sumido en el dolor, comenzó a balbucear palabras incomprensibles para Arturo, que innegablemente se trataban de súplicas desperadas. Mientras tanto, Anteojitos, el jugador de este extraño juego, observaba con atención cómo sobre una de las esquinas de la ventana comenzaban a aparecer números que aumentaban cada vez que una flecha se clavaba en el muñeco de tela. Era evidente que cada tortura infligida al muñeco estaba siendo registrada en algún tipo de marcador.
Ante la escena grotesca y perturbadora, Arturo no sabía qué pensar. ¿Qué tipo de juego macabro era este? ¿Y cuál era el propósito de infligir dolor al muñeco? A pesar de su desconcierto, Arturo sintió que debía comprender la mecánica de este extraño juego.
La tensión en la habitación iba en aumento mientras Arturo observaba con horror cómo la ballesta continuaba su brutal tarea con el muñeco de trapo. El conteo en la esquina de la ventana seguía aumentando con cada flecha que se clavaba en el indefenso juguete de tela.
—¿No es un poquitín oscuro este juego, Anteojitos?—Preguntó Arturo con seriedad, su voz llena de preocupación y repugnancia. Notaba cómo las súplicas del muñeco eran sorprendentemente humanas, como si realmente hubiera una persona atrapada en su interior, sufriendo cada herida y tortura.
Anteojitos, por su parte, parecía completamente absorto en el juego. Sus ojos estaban fijos en el marcador, y su expresión era inexpresiva, como si estuviera completamente desconectado de la crueldad que se desarrollaba ante sus ojos. No respondió a la pregunta de Arturo y, en cambio, continuó observando cómo las flechas seguían atormentando al muñeco.
Arturo sintió una profunda incomodidad en el pecho. No entendía el propósito de este juego ni la razón detrás de tanta brutalidad. Le resultaba difícil conciliar la aparente diversión de Anteojitos con el sufrimiento del muñeco. Mientras la ballesta continuaba su tarea implacable, Arturo se acercó a la ventana examinó los números en aumento. Parecían indicar una especie de puntuación, pero no tenía idea de cuál podría ser su significado o si tenía alguna importancia en el contexto del juego.
—¿Puedes explicarme qué está sucediendo aquí, Anteojitos?—Preguntó Arturo, buscando desesperadamente entender la lógica detrás de esta pesadilla que se desarrollaba ante sus ojos.
Anteojitos miró a Arturo por unos segundos y luego comenzó una danza frenética frente a la ventana, la cual consistía en subir y bajar en el aire con cierto ritmo, haciendo que un panel apareciera en la ventana en respuesta. Acto seguido, la ballesta desapareció de la escena, y el muñeco en la otra habitación se convirtió en polvo, dispersándose en el aire como si nunca hubiera existido. La violenta transformación del muñeco en polvo provocó una extraña sensación de alivio en Arturo, quien no podía soportar más el sufrimiento que había presenciado.
El panel en la ventana estaba lleno de letras incomprensibles y símbolos crípticos que solo servían para confundir a cualquiera que los mirara. Sin embargo, junto a estos caracteres extraños, había una serie de números que parecían formar parte de una especie de panel de estadísticas. Pero no pasó mucho tiempo para que Arturo se diera cuenta de que, en realidad, era un panel de compra de objetos, ya que cada vez que Anteojitos miraba fijamente una de las opciones en el panel, esta se iluminaba y la misma cantidad de puntos que figuraba en la opción era deducida de su puntaje.
—Oh, entonces tienes que golpear al muñeco para ganar puntos, y luego esos puntos los usas para golpear al muñeco aún más fuerte... Por los dioses, este juego es horrible, Anteojitos... —Murmuró Arturo con un escalofrío mientras se alejaba lentamente de la ventana. Sabía que sería imposible hacer que su mascota dejara de prestarle atención al nuevo juguete que había obtenido sin sobornarlo con otro objeto; el jorobado no podía evitar sentir una profunda aversión por la naturaleza sádica del juego. Con cautela, Arturo se dirigió hacia el siguiente objeto que había dejado en su inventario y se preparó para descubrir qué horrores le aguardaban esta vez.
Pompón notó que Arturo estaba visiblemente perturbado mientras examinaban los últimos dos objetos en su inventario de este subgrupo. Con un gesto de preocupación en su rostro, el conejo habló, tratando de entender la situación.
—Los últimos dos objetos deberían ser menos perturbadores, ya que no estaban destinados a criaturas abisales, sino a criaturas con poderes psíquicos—Dijo el conejo con una voz ligeramente temblorosa—¿Por qué no se te está activando tu habilidad, Arturo?
Arturo suspiró, claramente frustrado por la situación. Su voz reveló su inquietud mientras compartía sus pensamientos con Pompón.
—No sé por qué, es molesto que sea tan aleatoria. Pero dentro de poco, todo estará mejor, siempre ocurre lo mismo. Lo bueno es que cada vez que se activa una determinada cantidad de veces, deja de ser necesario que se active para que no me importe el problema, por lo que tarde o temprano todo en este mundo de mierda será más feliz y alegre—Respondió Arturo, también preocupado por la cuestión. Una habilidad pasiva aleatoria era bastante menos útil que una activa y un poco menos útil que una habilidad pasiva constante, por lo cual ciertamente la cuestión ameritaba preocupación.
Pompón frunció el ceño, mientras sus ojos brillaban con preocupación. Quería comprender completamente lo que estaba sucediendo con Arturo:
—¿Por eso ya no te incomoda la muerte de todos tus compañeros de clase?
Arturo reflexionó sobre la pregunta durante un momento, como si estuviera cavando en lo más profundo de su ser en busca de respuestas sinceras.
—Nunca me importaron mis compañeros... o ¿sí? Quiero decir, solo eran fuentes de rumores gratuitos. No es como si hubieran sido mis amigos de verdad. Mis mascotas son mis únicos amigos, y en los pocos días que nos conocimos, tú te preocupaste más por mí de lo que esos “amigos” se preocuparon por mí en toda mi infancia—Respondió Arturo con incomodidad, como si se estuviera quitando un peso de encima. Le resultaba difícil asumir que las personas más importantes en su vida no eran sus amigos, compañeros, amantes, novias, esposas, hijos o incluso alguien de su misma raza. En cambio, eran un conejo parlante, una bola de pelo con ojos y un ojo volador. A pesar de que esta forma de ver las cosas no era tan mala, por ejemplo, ahora había sumado un gusano gigante que vomita huevos y come a sus propias crías a su lista de amigos.
El conejo asintió con comprensión mientras procesaba las palabras de Arturo. Sabía que no tenía una respuesta sencilla para las preocupaciones de su protegido
—¿Estás seguro de que antes de obtener tu habilidad pensabas así? No es como si te hubiera acompañado tanto tiempo, pero lógicamente leí toda tu vida y memorias, ¿no te parece preocupante dejar de ser tú mismo por esta habilidad? —Respondió Pompón con preocupación, su mirada aún fija en Arturo.
Arturo reflexionó sobre su vida anterior a la adquisición de su habilidad, como si estuviera tratando de encontrar las raíces de sus sentimientos actuales:
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—Claro, siempre me importaron bastante poco mis compañeros de clase. Es una pena no haber tenido mascotas en la infancia, pero gracias a las buenas decisiones de Copito, ningún niño en la academia tendrá que pasar por el mismo problema.
El conejo asintió en acuerdo con la última afirmación de Arturo y se mantuvo en silencio mientras observaba el objeto que el jorobado había sacado del inventario.
Arturo tomó el objeto con cuidado y comenzó a examinarlo más de cerca. A pesar de su conversación anterior, sus pensamientos aún se centraban en su habilidad y en cómo hacer que fuera más predecible y útil. Sin embargo, en su mente, el recuerdo de sus compañeros de clase y su falta de conexión con ellos seguían acechándolo.
Pompón, notando la persistente preocupación en el rostro de Arturo, decidió abordar el tema una vez más:
—Arturo, entiendo que tus compañeros de clase no significaban mucho para ti. Pero recuerda que no estás solo ahora. Tienes a Copito, Anteojitos y a mí como amigos que nos preocupamos por ti. A veces, las conexiones más profundas pueden formarse en momentos inesperados y con seres inusuales—Dijo el conejo con una sonrisa amigable, tratando de aliviar la carga emocional de su protegido.
Arturo miró al conejo y finalmente sonrió, mientras un destello de gratitud aparecía en sus ojos. A pesar de su naturaleza reservada y sus dificultades para conectar con otros, sabía que había encontrado amigos verdaderos tras aprobar el gran examen.
—Tienes razón, Pompón. Gracias por estar siempre allí para mí. Ahora, veamos qué nos depara este nuevo objeto—Dijo Arturo con determinación, sintiendo su confianza renovada por la amistad inquebrantable que tenía con estos extraños seres.
El objeto que Arturo tenía en sus manos era un regalo envuelto en papel negro con un moño rojo. Su tamaño se asemejaba al de una caja de zapatos, pero lo que lo hacía verdaderamente único era su aspecto sombrío y perturbador. El papel negro contrastaba con el brillante moño rojo, creando una impresión misteriosa.
Arturo se aproximó cautelosamente a una de las esquinas de la habitación y depositó el misterioso regalo en el suelo. Luego, retrocedió lentamente, con los ojos fijos en el objeto, anticipando un posible giro de los acontecimientos.
El tiempo pareció estirarse mientras esperaba. La tensión en la habitación era respirable, y la inquietud comenzaba a apoderarse de Arturo cuando nada inusual ocurría. Empezó a preguntarse si el objeto tenía algún truco para activarse. Pero justo cuando empezaba a cuestionar su compra, el regalo se abrió de repente con un movimiento brusco que hizo que Arturo perdiera el equilibrio y cayera al suelo del susto.
Desde el interior del regalo, un juguete grotesco y espeluznante que se asemejaba a un payaso comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás de manera inquietante. Emitió una risa macabra y estridente que llenó la habitación de Anteojitos, inundándola con un ambiente siniestro. La mirada de Arturo se encontró con la del payaso mientras este se movía, y una extraña sensación de malestar se apoderó de él, como si el juguete tuviera la capacidad de leer sus pensamientos más oscuros.
El payaso grotesco seguía riéndose de manera enfermiza mientras se movía de un lado a otro en la habitación de Anteojitos. Sus movimientos eran erráticos y perturbadores, como si estuviera bailando una danza macabra solo para su propio placer.
—¡Bienvenido al terror, Arturo!—Exclamó el payaso con una voz que resonaba en la cabeza de Arturo—¿Te asustaste? Oh, estoy seguro de que sí.
Arturo se sentía atrapado por las piedras del suelo de su hogar, incapaz de moverse. Observaba impotente cómo el payaso continuaba su baile espeluznante mientras sus ojos inyectados en sangre parecían escudriñar su alma. Las risas estridentes llenaban la habitación, como si estuvieran atrapadas en un ciclo interminable de locura.
—¿Qué es lo que quieres de mí?—Preguntó Arturo con una mezcla de temor y frustración. No entendía cómo había llegado a esta situación y qué esperaba el payaso de él.
El payaso se detuvo abruptamente y se acercó a Arturo, inclinándose hacia él de manera amenazante. Su sonrisa se ensanchó aún más, revelando una boca llena de dientes afilados y torcidos.
—Oh, Arturo, lo que quiero es simple: entretenimiento. ¿No es lo que todos queremos? —Dijo el payaso con un tono que enviaba escalofríos por la espalda de Arturo.
Arturo no sabía cómo reaccionar; se sentía atrapado en un juego macabro del que no podía escapar. El payaso continuó mirándolo fijamente como si estuviera escarbando en lo más profundo de su mente.
—¿Alguna vez has sentido que no encajas en este mundo, Arturo?—Preguntó el payaso, con una mirada penetrante que parecía conocer todos los secretos de Arturo.
—¿Qué quieres decir?—Respondió Arturo, sintiéndose más desconcertado que nunca.
—¿Alguna vez has deseado que todos los que te rodean desaparezcan? ¿Has sentido la tentación de hacerlos desaparecer tú mismo?—Preguntó el payaso, sus ojos inyectados en sangre brillando con malicia—Arturo, ¿cómo te hace sentir el constante rechazo y burla de aquellos que te rodean debido a tu joroba? Vamos, no seas tímido contesta: ¿Alguna vez has deseado que esas miradas despiadadas desaparezcan para siempre?
Arturo no respondió, pero su rostro pálido y sudoroso mostraba signos de incomodidad. Sus manos temblaban levemente mientras intentaba controlar su respiración. El payaso se deleitaba con la tortura psicológica que imponía.
—¿Has sentido envidia de aquellos que tienen una apariencia física normal y son aceptados por la sociedad sin ser juzgados constantemente?—El payaso continuó, sus movimientos se volvieron más erráticos, como si estuviera poseído por una malevolencia indescriptible.
Arturo sintió un nudo en la garganta mientras el payaso tocaba una herida abierta en su interior. No podía soportar la mirada intensa del payaso, como si este pudiera ver sus pensamientos más oscuros y secretos.
—¿Has considerado alguna vez que tu joroba es una maldición que te impide vivir una vida normal y ser feliz? —El payaso casi escupió las palabras, su sonrisa grotesca se ensanchó mientras continuaba su danza siniestra.
Arturo tragó saliva con dificultad, sus manos sudorosas se aferraron a las frías piedras del suelo. Cada pregunta del payaso parecía pesar sobre su mente, debilitando su cordura.
—¿Crees que alguien podría amarte sinceramente, o sientes que estás condenado a la soledad debido a tu apariencia? ¿Has pensado en vengarte de aquellos que te han menospreciado a lo largo de los años? —El payaso se acercó aún más, provocando que su aliento hediondo inundara al joven—¿Has imaginado cómo te alegraría su sufrimiento? Vamos, Arturo, si tú ya sabes la respuesta, no seas tan tímido y contesta mis preguntas: ¿Alguna vez has deseado que esas miradas frías desaparezcan para siempre?
El rostro de Arturo estaba lleno de lágrimas, sus ojos se llenaron de una mezcla de miedo y angustia. La mente del jorobado estaba al borde del abismo, y el payaso parecía estar dispuesto a empujarlo más allá de los límites de la cordura.
—¡Basta!—Gritó Arturo, finalmente perdiendo la paciencia—¿Qué demonios eres y por qué me estás haciendo esto?
El payaso soltó una risa maníaca y retrocedió, como si estuviera disfrutando del tormento de Arturo.
—Oh, Arturo, soy solo un reflejo de tus miedos y deseos más oscuros. Estoy aquí para mostrarte lo que realmente eres, lo que escondes detrás de esa fachada de indiferencia y sarcasmo. ¿No es emocionante?
Arturo sintió que su cordura se tambaleaba. El payaso tenía razón en un sentido perturbador: estaba revelando aspectos de su ser que preferiría ignorar. No podía seguir soportando esta situación, así que gritó:
—¡Desaparece de una vez, maldito payaso!
El payaso soltó una risa maníaca una vez más y, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció en una nube de humo rojo. La risa se desvaneció gradualmente, dejando a Arturo solo en la habitación de Anteojitos.
Con dificultad, Arturo se levantó del suelo. Su respiración estaba agitada y su corazón estaba latiendo con fuerza. Pese a ello, el jorobado sabía que esta experiencia no había sido más que una simple alucinación, y la mejor prueba de ello era la extraña máquina que se encontraba al frente de sus ojos.
La máquina en cuestión era un espectáculo visual y mecánico que parecía haber sido arrancado de un carnaval sombrío y transportado a esta habitación. Era una maravilla grotesca de la ingeniería, una amalgama de metal y luces parpadeantes que se alzaba en la esquina de la habitación. Su tamaño era impresionante, ocupando una buena parte del espacio disponible en esta esquina. Estaba anclada firmemente al suelo de piedra y sus mecanismos se fusionaban con la pared en donde estaba apoyada, escondiéndose de la vista, como si hubiera sido diseñada para no moverse de su lugar.
El corazón de la máquina estaba compuesto por una serie de aros metálicos dispuestos en una formación circular. Estos aros eran de diferentes tamaños, algunos pequeños y otros más grandes, y estaban conectados entre sí por delgados alambres que formaban una especie de red complicada de seguir. Cada uno de los aros tenía bordes afilados que parecían estar hechos para atrapar cualquier objeto que se aventurara demasiado cerca. Mientras que la iluminación en la máquina era muy llamativa y atractiva. Luces de colores brillantes rodeaban los aros metálicos, creando un efecto hipnótico que atraía la atención de cualquier espectador. Las luces parpadeaban en patrones complejos, como si estuvieran bailando al ritmo de una melodía invisible. Cada aro estaba iluminado por dentro, emitiendo un resplandor que parecía emanar de las profundidades de la máquina.
Según la descripción que el mercader le había dado a Arturo, el objetivo del juego propuesto por esta máquina era simple, pero engañoso. El jugador debía hacer pasar un aro metálico a lo largo de un alambre sin que los bordes del aro tocaran el alambre en ningún momento. Parecía una tarea sencilla, pero la disposición de los aros y los alambres hacía que fuera un desafío considerable. Si en algún momento el aro tocaba el alambre, las luces de la máquina se iluminaban intensamente y un mecanismo interno se activaba. Entonces, desde el interior de la máquina, surgía un payaso alegre y estrafalario. El payaso llevaba un traje multicolor y una enorme sonrisa pintada en el rostro, pese a ello lo más llamativo del payasito era que sostenía en su mano un gran martillo de peluche de color rojo. El payaso emergía con agilidad de la máquina y se dirigía hacia el jugador con una mezcla de alegría y malicia en sus ojos. En un rápido movimiento, golpeaba al jugador en la cabeza con el martillo de peluche.
Por otro lado, si el jugador lograba superar el desafío y hacía pasar el aro sin tocar el alambre en ningún momento, la máquina respondía de manera sorprendente. El payaso, en lugar de golpear al jugador, realizaba una extravagante celebración. Tiraba confeti en todas direcciones, creando un espectáculo de colores y brillo que llenaba la habitación.
Por otro lado, yendo a lo visual, la máquina era grotescamente encantadora. El diseño general de la máquina evocaba una atmósfera de feria macabra. Los colores brillantes y la música de fondo contribuían a la sensación de que este juego pertenecía a un carnaval de pesadilla. La máquina estaba decorada con detalles grotescos, como caras sonrientes retorcidas y figuras enigmáticas talladas en el metal. Parecía que la máquina había sido diseñada para perturbar y fascinar a partes iguales. El sonido también desempeñaba un papel importante en la experiencia. La música de fondo que sonaba cuando alguien iniciaba el mecanismo tenía un tono alegre, pero inquietante, como si estuviera destinada a mantener a los jugadores alertas. De vez en cuando, el payaso escondido en el interior de la máquina emitía risas estridentes y chillonas que resonaban en toda la habitación, aumentando la sensación de que algo no estaba del todo bien con esta máquina.
Anteojitos dejó de jugar con el muñeco y se acercó con curiosidad a la compleja y llamativa máquina que había aparecido en su habitación. El ojo volador miró a su dueño, como si le pidiera una explicación sobre cómo utilizarla. Arturo, con una sonrisa llena de orgullo en su rostro, comenzó a darle instrucciones.
—Según el mercader es para que entrenes tus habilidades psíquicas, o al menos así me la vendieron... —Murmuró Arturo, observando la máquina con atención.
Arturo se aproximó a la máquina y señaló un gran botón rojo en la parte frontal.
—Solo tienes que hacer pasar los aros sin tocar los alambres, supongo que activas el desafío con el gran botón rojo que está aquí—Dijo Arturo mientras pulsaba el botón rojo con determinación.
La máquina cobró vida, y los aros comenzaron a moverse a lo largo de los alambres, creando un laberinto visual. Arturo tomó uno de los aros y, con esfuerzo, intentó hacerlo pasar por uno de los alambres sin tocarlo. Sin embargo, su intento resultó en un fallo miserable, y el pequeño payasito alegre que se encontraba dentro de la máquina salió de su escondite para darle un golpe en la cabeza. Arturo solo pudo reír infantilmente ante la situación.
—Ves, Anteojitos, es simple —Continuó Arturo—Según el mercader, la máquina se vuelve más complicada a medida que ganas el juego. Y si logras ganarlo en determinados niveles, te regalará obsequios. Así que ahora tienes un nuevo trabajo: conseguir estos objetos para tu dueño.
Arturo miró con entusiasmo a la máquina, esperando que Anteojitos aceptara el desafío y se embarcara en esta nueva tarea de entrenamiento para sus habilidades psíquicas. Sabía que su ojo volador era inteligente y estaba ansioso por superar desafíos, y esta máquina parecía ser la oportunidad perfecta para hacerlo.
Tras notar que el ojo volador estaba dispuesto a aceptar el desafío, Arturo se alejó momentáneamente de la máquina para observar mejor a su ojo volador mientras intentaba dominar el juego. La habitación se llenó de la música alegre que acompañaba al juego y de los sonidos de las luces intermitentes. Parecía que Anteojitos estaba tomando el desafío en serio, moviendo hábilmente los aros a través de los alambres sin tocarlos.
Mientras Anteojitos se entretenía con la máquina del aro y el alambre, Arturo se dirigió hacia el espejo con el objetivo de acceder a su inventario. Tal como se había mencionado, la máquina que acababa de ser instalada no estaba destinada a criaturas de la raza de Anteojitos. En realidad, era un dispositivo diseñado para entrenar a criaturas psíquicas, seres que tendían a ser bastante inteligentes, según lo que el mercader de mascotas le había dicho al jorobado. Pese a que la gran realidad era que la máquina no era otra cosa que un juego de feria, no obstante el mercader de mascotas sabía vender bastante bien los productos del mercado, por lo cual el juego de feria se había transformado en una supermega máquina de entrenamiento en los incautos y jóvenes ojos de Arturo.
No obstante, esta “estafa” no terminó siendo del todo mala, puesto que durante su exploración en el mercado, Arturo se topó con un estudiante que, por casualidad, estaba curioseando en la tienda contigua de donde se vendía la supermegaduper máquina de entrenamiento. Este estudiante escuchó que Arturo estaba comprando una máquina de feria del comerciante de desafíos, el cual a su vez le había sido referido a Arturo por el comerciante de mascotas. Tras entrometerse en la compra de Arturo, este agradable estudiante le ofreció a Arturo un intercambio de rumores a cambio de compartir un rumor interesante relacionado con la máquina que Arturo acababa de comprar. Lógicamente, Arturo aceptó y tras entregar un rumor valioso, descubrió que había un pequeño secreto relacionado con el juego del aro y el alambre.
El secreto era aparentemente sencillo pero poderoso. Si alguien compraba otra máquina del mismo conjunto de máquinas de feria y la colocaba en la misma habitación donde ya hubiera otra máquina de feria, estas dos máquinas generarían una especie de sinergia. Como resultado, la persona sería recompensada con otra máquina de regalo.
La idea de obtener una máquina adicional como regalo resonó en Arturo como una oportunidad que no se podía desaprovechar. Además, Arturo ya había tenido experiencia con la sinergia de objetos en el pasado, por lo que no dudó de que el rumor pudiera ser cierto. En esa ocasión, la sinergia había ocurrido con los objetos que Arturo había comprado al comerciante de puffins. Estos objetos parecían interactuar entre sí de manera peculiar a medida que Arturo los iba colocando en su habitación.
Sin embargo, en esa época, Arturo no tenía ni idea de por qué ocurría esa sinergia. Siempre atribuía los efectos a los productos individuales que colocaba en su habitación, sin comprender completamente el misterio detrás de la interacción de los objetos. Ahora que conocía este misterioso secreto y con una nueva oportunidad de experimentar con la sinergia, Arturo estaba ansioso por probar si el rumor era cierto.
Por lo que Arturo decidió seguir el rumor y ponerlo a prueba. Investigó durante un tiempo hasta que finalmente encontró al otro comerciante que vendía máquinas de feria. Resultó ser el comerciante de juguetes quien vendía una peculiar máquina que parecía encajar dentro de la clasificación de juegos de feria. Con la segunda máquina en su posesión, Arturo estaba listo para poner en práctica la teoría de las sinergias entre objetos de igual categoría.
Arturo regresó a la habitación donde Anteojitos seguía entretenido con el juego del aro y el alambre. Con cuidado, el jorobado colocó el último objeto que había comprado para el ojo volador en el suelo, retrocediendo unos pasos mientras observaba con atención. Esta vez, el objeto en cuestión era un martillo de peluche de color rojo, extrañamente similar al que sostenía el payasito que aparecía dentro del juego del aro y el alambre.
La coincidencia no pasó desapercibida para Arturo, y la extraña similitud entre los objetos lo dejó con una corazonada de que el rumor no sería falso. Por su parte, Anteojitos dejó momentáneamente de jugar con el juego del aro y el alambre para examinar el nuevo objeto que había aparecido en su habitación. Su mirada curiosa se posó en el martillo de peluche rojo, y comenzó a mover su cuerpo de un lado a otro, como si estuviera evaluando el juguete o preguntándose a sí mismo acerca de lo que pasaría a continuación.
Sin previo aviso, el martillo de peluche rojo cobró vida y comenzó a golpear el suelo de la habitación con una fuerza inusual para un objeto de peluche. Las sacudidas que generaba eran tan intensas que el suelo de rocas comenzó a resquebrajarse. En cuestión de segundos, se formó un gran agujero en la esquina de la habitación. Ya habiendo terminado la labor, el martillo de peluche se arrojó por el agujero sin fondo y del mismo emergió una máquina de feria.
La máquina que emergió del agujero en la esquina de la habitación tenía una estructura hecha de metal ennegrecido y parecía tener una antigüedad que le daba un aire encantador. Aunque no era muy grande en comparación con la otra máquina, ocupaba perfectamente el espacio de un armario. Pese a ello, lo cierto era que la gran mayoría de la estructura de la máquina estaba oculta bajo tierra, como si sus principales componentes estuvieran enterrados y solo una pequeña parte emergiera como un topo de la tierra. El pequeño montículo de tierra y piedras que rodeaba la máquina estaba llena de surcos y agujeros que parecían serpentear y desplazarse como si tuvieran vida propia.
La parte visible de la máquina estaba adornada con una serie de luces de neón parpadeantes que emitían una luz roja y azul intermitente, creando una atmósfera de carnaval en la habitación. En el centro de la máquina se encontraba un panel de control repleto de botones y palancas de aspecto extravagante. Cada uno de estos controles tenía símbolos extraños y desconcertantes, lo que dificultaba la comprensión de su función.
Lo más llamativo de la máquina eran los hoyos que se distribuían por toda su superficie. Estos hoyos estaban dispuestos en un patrón circular y se abrían y cerraban con una velocidad sorprendente. Cada uno de los hoyos tenía una forma diferente, algunos parecían ojos humanos, otros eran como bocas grotescas y otros recordaban a extrañas criaturas. Dada la disposición de estos hoyos, todo indicaban que eran el corazón del juego y el objetivo principal del desafío.
La parte más incómoda de la máquina era la figura que se alzaba en su centro. Era una representación exagerada de un payaso alegre, con un traje a rayas rojas y blancas, una gran nariz roja y una sonrisa exagerada que revelaba dientes disparejos. Los ojos del payaso eran dos luces brillantes y retorcidas que parpadeaban de manera desquiciada. En una de sus manos, el payaso sostenía un martillo de peluche rojo, idéntico al que había caído por el agujero sin fondo hace unos minutos. El payaso estaba en una postura que parecía una invitación a participar en el juego. Tenía una pierna doblada y un brazo extendido hacia adelante, como si estuviera a punto de realizar un golpe. Su expresión facial, sin embargo, denotaba una malicia oculta detrás de la aparente alegría.
Arturo observó con cierta ansiedad la máquina de feria que había emergido de la tierra. Sabía que debía explicarle a Anteojitos cómo funcionaba para incentivarlo a probarla, y por suerte el comerciante a quien se la había comprado le había dado las instrucciones básicas para hacerla funcionar. Pese a ello las instrucciones fueron demasiado básicas, y la gran cantidad de palancas y botones en la máquina no ayudaban en este momento. Sin saber muy bien cómo proceder, Arturo tomó el martillo de peluche que sostenía el payaso en el centro de la máquina y se dio cuenta de que era extraíble.
—Bien, Anteojitos, parece que tenemos un nuevo desafío en nuestras manos. Este juego se llama “Golpea al Desaprobado”, y una vez que se active aparecerán payasitos con rostros de diferentes expresiones. El objetivo es golpearlos en la cabeza cuando asomen sus cabezas por esos agujeros que ves en la máquina. Pero cuidado, algunos de estos payasitos pueden ser bastante traviesos y el juego se va a ir complicando a medida que logras superarlo.
Arturo mostró el martillo de peluche a su mascota, señalando cómo se podía quitar y volver a colocar en su lugar en la mano del payaso.
—Para golpear a los payasitos, simplemente usa este martillo. Cuando veas a uno de esos payasos asomando por un agujero, dale un buen golpe en la cabeza. Ganamos puntos por cada payasito que golpeemos, y si obtenemos suficientes puntos, la máquina nos recompensará con un objeto especial. ¿Entendido?
Anteojitos asintió con entusiasmo, parecía ansioso por probar este nuevo desafío. Arturo estaba seguro de que su mascota se divertiría con el juego, y tal vez conseguirían algo valioso como recompensa. Pero también sabía que debían estar alerta, ya que la máquina parecía estar diseñada para ofrecer un desafío intrigante y, posiblemente, un poco perturbador.
Con la certeza de que Anteojitos estaba listo para comenzar el juego, Arturo examinó el panel de control lleno de botones y palancas con nerviosismo. Sus ojos escudriñaron el dispositivo en busca de alguna pista sobre cómo activar el juego. Finalmente, su mirada se detuvo en un pequeño botón rojo, similar al de la máquina anterior pero de menor tamaño. Este botón parecía ser la clave para iniciar el mecanismo de este juego.
Arturo se acercó al botón rojo con una mezcla de emoción y ansiedad por no saber qué hacer si el botón no andaba. Tras tomar una respiración profunda, Arturo presionó el botón con determinación, provocando que el payasito que antes sostenía el martillo estallara en una risa estridente, marcando el inicio del juego.
De repente, uno de los agujeros en la máquina se iluminó y un pequeño payasito asomó la cabeza, con una sonrisa maliciosa en el rostro pintado. Anteojitos reaccionó de inmediato, hizo levitar el martillo de peluche, balanceándolo con fuerza hacia el payasito. El golpe fue preciso, y el payasito emitió un sonido de campanilla antes de desaparecer en el agujero. La máquina otorgó a Anteojitos algunos puntos como recompensa.
Arturo observó con fascinación cómo su mascota se sumergía en el juego, golpeando a los payasitos con precisión y habilidad. Cada vez que golpeaban a uno, la máquina emitía una risa estridente que resonaba en la habitación. Sin embargo, Arturo notó que los payasitos se volvían cada vez más difíciles de golpear, ya que aparecían y desaparecían en fracciones de segundo. El jorobado estaba impresionado por la destreza de Anteojitos, quien estaba demostrando ser un jugador hábil. A medida que avanzaban en el juego, la tensión en la habitación aumentaba, ya que la velocidad y la cantidad de payasitos se intensificaban.
—Vaya, Anteojitos, eres realmente bueno en esto—Exclamó Arturo, animando a su mascota mientras observaba cómo golpeaba uno tras otro de los payasitos que intentaban burlarse de ellos.
El tiempo pasó volando mientras Arturo y Anteojitos continuaban enfrentándose al desafío de golpear a los payasitos que asomaban sus cabezas traviesas por los agujeros de la máquina. Cada risa y campanilla tintineante se mezclaban en el aire mientras Anteojitos se esforzaban por golpear a los payasitos con el martillo de peluche, y Arturo apoyaba como un espectador entusiasmado.
Sin embargo, en medio de la acción frenética, Arturo recordó la posibilidad de que pudieran haber desbloqueado otra máquina como regalo gracias a la sinergia entre las máquinas de feria. Decidió verificar si esto era cierto y se dirigió hacia el espejo con la intención de investigar su inventario. Pero antes de abandonar la habitación, algo llamó su atención. El conejo anciano, que hasta ahora había estado observando el juego, estaba inspeccionando detenidamente una de las paredes.
Arturo, intrigado, se detuvo y preguntó:—¿Pasa algo, Pompón?
Pompón respondió con seriedad: —Sí, parece que esta es la máquina que se creó a partir de la sinergia de las máquinas de feria.
Arturo se sintió un tanto desconcertado, ya que al principio no veía nada inusual en la pared. Sin embargo, después de inspeccionarla más de cerca durante unos segundos, notó que en la pared que se oponía a la entrada de la habitación había un pequeño círculo. Este círculo se asemejaba a una diana, pese a que no era tan pequeño, siendo del tamaño de una llanta de automóvil pero mucho más plano. No obstante, en comparación con las otras dos máquinas de feria, ciertamente era un objeto pequeño. Por lo que si Pompón no hubiera estado investigando las paredes de la habitación con atención, podría haber pasado desapercibido por un buen tiempo.
El círculo en la pared se reveló como una ingeniosa diana mecánica que parecía sacada de un carnaval sombrío. En la parte superior del círculo, un payasito de aspecto travieso estaba sentado, con una sonrisa burlona en su rostro pintado. El payasito sostenía un dardo en una de sus manos, listo para lanzarlo, mientras que con la otra se apoyaba en la diana. Su boca, con una expresión burlona, albergaba un contador digital que parpadeaba con una gran cantidad de ceros, indicando que la puntuación actualmente era inexistente. Aparentemente la nariz del payasito era el elemento clave para iniciar este juego, dado que era un botón rojo similar a los de las otras máquinas en la habitación.
La diana en sí estaba decorada con colores brillantes y llamativos, como si perteneciera a un carnaval extravagante. El centro de la diana presentaba un diseño en espiral, con anillos concéntricos que se extendían hacia afuera, cada uno marcado con un valor numérico. Los números iban desde el 1 hasta el 10, indicando claramente la puntuación que se podía obtener al acertar en la zona central de la diana. El centro, donde se encontraba el valor máximo de 10, era el objetivo principal y parecía desafiar a cualquier jugador a intentar alcanzarlo. El resto de la diana estaba salpicado de colores vivos y patrones geométricos, lo que la hacía visualmente atractiva pero también un tanto abrumadora. Cada sección de la diana tenía un valor numérico diferente, y Arturo podía ver que obtener la puntuación más alta sería un desafío considerable para alguien para él, pero lo cierto es que para Anteojitos este juego aparentaba ser bastante sencillo.
Arturo estaba ansioso por probar su destreza en el juego de la diana mecánica. El payasito en la pared parecía observarlo con ojos pintados, listo para iniciar el desafío. Sin más preámbulos, el jorobado presionó el botón rojo que se encontraba en la nariz del payasito. El botón se hundió bajo su dedo, y en ese momento, la habitación se llenó de un zumbido mecánico. El dardo estaba firmemente sujeto en la mano de peluche del payasito, y Arturo lo extrajo con cuidado.
El contador digital en la boca del payasito comenzó a contar hacia abajo, marcando el tiempo que Arturo tenía para lanzar el dardo. La tensión aumentaba a medida que el tiempo se agotaba rápidamente. Arturo apuntó cuidadosamente hacia el centro de la diana, hacia el valor máximo de 10. Respiró profundamente y, cuando el contador llegó a cero, lanzó el dardo con fuerza.
El dardo voló por el aire con una velocidad sorprendente, y Arturo lo siguió con la mirada mientras se dirigía hacia la diana. El payasito en la pared observaba con una sonrisa burlona, como si estuviera disfrutando del espectáculo. El dardo se acercaba al centro de la diana, y Arturo mantenía los dedos cruzados, esperando un golpe certero.
El dardo impactó en el centro de la diana con un ruido metálico y, en ese momento, un destello de luces brillantes iluminó la habitación. El contador en la boca del payasito comenzó a moverse, sumando puntos rápidamente. Arturo había obtenido una puntuación de 10, el máximo posible en ese intento.
La habitación se llenó de una música alegre y campanillas tintineantes, mientras el payasito en la diana parecía aplaudir con una risa estridente y una expresión de alegría. Parecía que Arturo había impresionado al payasito mecánico.
Arturo se sintió emocionado por su éxito en el juego de la diana mecánica. La habitación estaba llena de una atmósfera festiva, con luces brillantes y campanillas tintineantes que resonaban a su alrededor. La expresión de su mascota, Anteojitos, estaba llena de entusiasmo, y el jorobado no pudo evitar sentirse satisfecho por haber logrado una buena puntuación en su primer intento.
—¡Qué juego divertido!—Exclamó Arturo mientras volvía a buscar el dardo rápidamente.
—Considerando que este juego cuesta dos reliquias, era lo mínimo que se le podía pedir… —Murmuró el conejo, sin saber si debía reír o llorar. Aunque entendía el deseo de Arturo de disfrutar de algo divertido en su hogar bajo el pretexto de comprar máquinas de “entrenamiento”, también sabía que las reliquias podrían haber sido invertidas en algo más significativo, dado que con ellas se podían comprar objetos y mejoras que podrían cambiar la vida de cualquier estudiante para siempre. Pero en este momento, parecía que Arturo estaba más interesado en ganar puntos en el juego de feria que en pensar en las posibilidades que las reliquias podrían ofrecerle.
Sin embargo, Pompón no sentía la necesidad de intervenir para evitar que Arturo gastara sus reliquias en estos juegos de feria. Después de todo, el jorobado habían resuelto sus problemas con la comida, y las reliquias restantes solo servían para mejorar la calidad de vida de Arturo. Pese a ello la mejora de la vida de Arturo era tan subjetiva como la mentalidad de cada individuo. En última instancia, la realidad era que algunas personas podían conquistar el mundo y vivir miserablemente, mientras que otras podían celebrar el logro de aprender a cocinar correctamente salchichas como si hubieran sacado la espada Excalibur de la gran piedra.
Pompón miró a su protegido con una mezcla de comprensión y aceptación. Si Arturo encontraba alegría y diversión en estos juegos de feria, entonces estaba en su derecho de disfrutarlos, incluso si eso implicaba gastar reliquias que podrían haberse utilizado de manera diferente. En última instancia, lo que importaba era que Arturo se sintiera satisfecho con sus elecciones y que encontrara un respiro en medio de las dificultades que enfrentaba en su vida cotidiana.
Mientras el conejo divagaba en su propio mundo, los campanilleos y risas de la máquina de feria continuaban llenando la habitación, creando un ambiente festivo que parecía transportar a Arturo y a Anteojitos a un mundo de diversión y entretenimiento, al menos por un rato.