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5 - Santuario

Al amanecer, Arturo despertó con una sensación de renovación y determinación. Había pasado la primera de las siete lunas investigando y reuniendo información, y ahora se sentía más preparado que nunca para enfrentar el desafío que tenía por delante.

El sol se asomaba tímidamente por la angosta ventana de su habitación, arrojando rayos de luz suave que llenaban el espacio con una atmósfera tranquila y prometedora. Arturo se levantó de la cama con un propósito claro en mente: Hoy, Arturo tenía la intención de aprovechar el día para expresar su gratitud al dios Felix por haberle otorgado el gran favor. Además, deseaba descubrir específicamente cuál era ese favor. Como se había mencionado antes, las notas representaban el favoritismo de uno de los dioses, lo cual a su vez se manifestaba en una habilidad divina que acompañaría al aprobado durante el resto de su vida. En teoría, uno podría obtener hasta 25 de estas habilidades divinas durante el gran examen si los dioses lo deseaban.

Sin embargo, en el caso de Arturo, había obtenido solo una de las 25 posibles habilidades, y desafortunadamente, esta habilidad no era evidente en absoluto. Arturo no tenía ni idea de qué había adquirido y por desgracia las habilidades dadas eran de cierta forma aleatoria, cambiando de persona en persona, por lo que no había registros de las mismas. Afortunadamente, según los rumores de los antiguos estudiantes, la situación de Arturo era bastante común, y a lo largo del tiempo, algunos estudiantes habían descubierto métodos para obtener pistas sobre las habilidades otorgadas por los dioses.

Para obtener estas pistas, Arturo se encaminó hacia el espejo de su habitación. Con cuidado, extrajo la tarjeta de plata de uno de los bolsillos de su túnica corroída. Arturo colocó la tarjeta sobre el espejo y pronunció con solemnidad:

> “En un lugar secreto me encuentro, donde la piedad se eleva en lo alto. A los dioses tributo sincero guardo, y mi nombre es abrigo, divino y exacto, ¿Dónde estoy?”

En respuesta al acertijo, el reflejo en el espejo comenzó a distorsionarse gradualmente hasta que se reveló una gran habitación. En ese espacio majestuoso, cinco gigantescas estatuas que representaban a los dioses se alzaban como protagonistas indiscutibles. Sin dudar ni perder tiempo, Arturo avanzó hacia el espejo y, al cruzar la mitad del umbral, su cuerpo se desvaneció en el aire, como si hubiera traspasado una frontera mágica que lo llevó al santuario de los dioses.

Arturo apareció en una habitación gigantesca, donde la majestuosidad y la divinidad se respiraban en el ambiente. El suelo de mármol blanco se extendía bajo sus pies, impecable y reflectante como un espejo celestial. Los techos, también de mármol, se alzaban en alturas imponentes, creando una sensación de grandeza que abrazaba todo el espacio.

Sin ventanas ni puertas visibles, la habitación parecía ser un mundo aparte, un santuario secreto reservado para aquellos que habían superado las pruebas divinas. Pinturas coloridas adornaban las paredes, representando escenas de la creación del mundo y los dioses en su esplendor. Las imágenes parecían cobrar vida a medida que Arturo las observaba, sus colores brillaban con una intensidad casi mágica.

En los rincones de la habitación, flores exóticas y enredaderas trepaban con elegancia por las columnas de mármol, añadiendo un toque de naturaleza a la majestuosidad del lugar. Las flores desprendían un aroma embriagador que llenaba el aire, haciendo que la atmósfera fuera aún más envolvente.

Decorando el techo se encontraban unas lámparas que flotaban en el cielo, como estrellas suspendidas en el firmamento. Emitían una luz suave y dorada que llenaba la habitación con un brillo celestial. Su movimiento era grácil y casi hipnótico, creando un efecto etéreo que hacía que Arturo se sintiera como si estuviera en un lugar más allá de la realidad.

Arturo quedó asombrado por lo que tenía ante sus ojos. A diferencia del santuario que conocía, este nuevo lugar era impresionantemente más grande. Parecía que los estudiantes y los adultos tenían acceso a diferentes tipos de santuarios, y la clave para ingresar a este en particular había sido la tarjeta de plata que le habían otorgado.

Sin embargo, a pesar de la magnitud y majestuosidad del lugar, la realidad era que se encontraba completamente desierto. La única persona en ese vasto santuario era Arturo, lo que hacía que el silencio del sitio resultara abrumador. Cada paso que daba el joven resonaba en el espacio vacío, y se sentía incómodo, como si uno perturbara a los dioses con el eco de sus pasos.

Las dimensiones de esta habitación eran tan descomunales que Arturo se encontró caminando durante casi una hora antes de llegar a la estatua que había venido a visitar. La estatua en cuestión era tan grande como una montaña y pertenecía a Felix, "El Hermano". En su representación, Felix estaba sentado en una silla, completamente desnudo, con una actitud despreocupada que reflejaba una indiferencia sublime hacia los problemas que aterraban a los mortales. Sus rasgos eran serenos, sus ojos miraban al infinito con una calma inquebrantable, y su postura era relajada, como si estuviera ajeno al caos del mundo exterior. Era una imagen de tranquilidad y desapego que dejaba una profunda impresión en Arturo mientras se acercaba a ella.

A los pies de la estatua de mármol, Arturo alzó la cabeza y quedó impresionado al ver que la estatua dominaba su horizonte. Sin embargo, lo que había venido a buscar el jorobado no se encontraba en la imponente figura del dios. Al parecer, la silla en la que el dios estaba sentado era hueca, y un arco cubierto de enredaderas revelaba la entrada a un santuario dedicado exclusivamente a este dios. Sin perder tiempo, Arturo se dirigió hacia ese lugar.

El santuario de Felix, "El Hermano", emanaba una atmósfera única y acogedora. Desde el momento en que Arturo cruzó el arco cubierto de enredaderas que conducía a este lugar especial, sintió una sensación de despreocupación y calma que impregnaba el aire.

Las paredes del santuario estaban decoradas con pinturas coloridas que representaban la historia de Felix emergiendo valientemente de la tierra como un hermano para todos. En estas imágenes, su desnudez era un símbolo de su desprendimiento, sin temores ni preocupaciones mundanas. La resistencia inquebrantable de Felix se manifestaba en su actitud relajada y sin preocupaciones.

El suelo del santuario estaba cubierto con suaves alfombras de colores cálidos que invitaban a Arturo a sentarse y relajarse. En el centro del santuario, una réplica de la estatua como la que se representaba a Felix en el exterior se erguía como un recordatorio de que el era el protagonista de este santuario.

Pequeñas lámparas flotantes, similares a las que Arturo había visto en el santuario principal, llenaban la habitación con una luz suave y dorada. Parecían danzar en el aire de forma aleatoria, como si fueran libres de ir a donde quisieran y no tuvieran ataduras algunas.

Mientras que dispersas por el santuario se encontraban fuentes de agua burbujeante y cristalina, añadiendo el sonido suave y relajante de agua corriente al ambiente. Por otro lado, almohadas cubiertas de seda, estaban estratégicamente ubicados para que los visitantes pudieran sentarse y meditar en la tranquilidad de este santuario.

El santuario de Felix era un lugar donde la paz y la relajación reinaban. Arturo se sintió imbuido de la sensación de unidad y fuerza que emanaba de este lugar, una lección de que la fortaleza verdadera radicaba en vivir sin miedo y en armonía con el mundo que te rodea.

Aunque el lugar le sorprendió, la atención de Arturo se centró en el elemento más llamativo del santuario, que curiosamente no era la estatua del dios, sino una extraña criatura. Esta criatura yacía profundamente dormida, descansando despreocupadamente sobre una especie de cama improvisada formada con las almohadas que había dispersas por todo el santuario.

La criatura que yacía dormida en el santuario tenía un aspecto inquietante, por no decir espeluznante. Su cuerpo estaba envuelto en una piel que parecía desgarrada y marchita, con venas y arterias visibles que se retorcían debajo de su superficie translúcida, como si estuviera atrapada en un estado perpetuo de descomposición.

Tenía unos ojos desproporcionadamente grandes que estaban sellados con párpados que parecían haber sido cosidos juntos en un intento macabro de mantenerlos cerrados. Entre los hilos que atravesaban sus párpados, se podían ver destellos de una extraña luminosidad que parecía brotar desde lo más profundo de sus cuencas vacías. En lugar de una nariz, solo había una hendidura oscura y sin forma, y su boca, casi inexistente, estaba cubierta por una fina capa de piel que apenas dejaba entrever unos dientes afilados y amarillentos.

Las extremidades de la criatura eran largas y retorcidas, como si estuvieran hechas de ramas enfermas y huesos rotos. Sus dedos terminaban en garras negras y afiladas que se clavaban en las alfombras en el suelo. Mientras dormía, su cuerpo se contorsionaba de manera antinatural, como si estuviera atrapada en una pesadilla eterna.

A pesar de aparentemente estar atrapada en un sueño, la criatura desprendía una aura de terror que helaba la sangre de cualquier espectador. Su mera presencia en el santuario era una aberración que manchaba en la majestuosidad del santuario de los dioses.

Lejos de asustarse, Arturo se acercó a la criatura y formuló su pregunta con una mezcla de curiosidad y respeto:

—¿Eres el sacerdote de este santuario?

La criatura reaccionó ante la pregunta y se despertó de su sueño, estirando su cuerpo con calma mientras miraba a Arturo de arriba a abajo. Su voz, aunque relajante, tenía un deje de indiferencia que dejaba claro que no estaba particularmente emocionado por la visita:

—¿Los exámenes ya han terminado? Eres el primer estudiante en visitarme este año, y espero que también el último...

Arturo asintió con serenidad, reconociendo la perspectiva de la criatura:

—Sí, supongo que vendrán más estudiantes a incomodarte en el futuro...

La atmósfera en el santuario parecía más relajada de lo que Arturo había anticipado, y la criatura, a pesar de su apariencia inquietante, parecía estar dispuesta a mantener una conversación.

—Me temo que estás en lo correcto, muchacho… —respondió la criatura mientras extendía sus largos miembros para tomar una almohada y la acomodaba cerca de su propia cama, invitando a Arturo a sentarse.

El joven aceptó la invitación y se acomodó en el cojín, mientras continuaba su conversación:

—Vine a comprar una vela para honrar a Felix, ¿tienes alguna disponible?

La criatura no respondió de inmediato, lo que provocó una incómoda pausa de unos veinte minutos en la conversación. Durante ese tiempo, parecía haberse perdido entre sus propios pensamientos mientras miraba fijamente las lámparas que flotaban en el techo. Finalmente, rompió el silencio con una respuesta peculiar:

—¿Por qué andas tan apurado? Tienes todo el tiempo del mundo. Habiéndote ganado el favor del hermano, no deberías preocuparte por las inquietudes de los demás. Deja que corran hacia su inevitable destino, mientras tú duermes y te relajas. Así serás mucho más alegre que ellos.

—El problema es que no tengo todo el tiempo del mundo, solo me quedan seis días antes de que ocurra la asignación de los trabajos, y tengo muchas cosas por hacer —Respondió Arturo con impaciencia.

Nuevamente, la criatura permaneció en silencio durante un buen rato, observando las lámparas en el techo como si esa actividad fuera la cosa más emocionante del mundo. Finalmente, tras otros largos 20 minutos, rompió el silencio con una respuesta reflexiva:

—Yo no me iré a ningún lado, así que tiempo tienes de sobra. Puedes venir cualquier día que quieras a honrar al hermano, así que tienes toda una vida y no solo seis días. Tal vez te estás dejando llevar por la impaciencia de los demás y estás viendo las cosas desde su perspectiva. Pero tú eres especial, Arturo. Félix me ha hablado de ti y dijo que te otorgó una hermosa habilidad. ¿Por qué tienes que preocuparte tanto teniendo a un dios cuidándote las espaldas?.

Prediciendo que la siguiente respuesta vendría luego de esperar casi media hora, Arturo no dijo nada y en su lugar fue a buscar almohadones por la habitación. Armó una cama cercana a la criatura y se acomodó en ella para estar más cómodo. Después de acomodarse, imitando a la criatura, se puso a mirar las lámparas en el techo y preguntó:

—¿Por casualidad, Félix te mencionó cuál era mi habilidad? Sé que me dio algo, pero no sé qué me otorgó.

El sacerdote del santuario demoró unos cuantos minutos y contestó con calma:

—Me dijo que no te dio mucho, más bien te dio lo que necesitabas. Así que no te preocupes, Arturo. Relájate y disfruta, tú ya tienes todo lo que te hace falta. Puedes tomarte toda una larga vida para descubrir exactamente lo que te regaló.

Arturo meditó la respuesta de la criatura, sabiendo que no era sensato perder demasiado tiempo en este santuario con preguntas innecesarias. Después de reflexionar un tiempo, respondió:

—A mí no me falta nada, y probablemente todos los trabajos me harán vivir bien porque Félix ya me dio lo que más necesitaba. Sin embargo, si sé qué cosas me dio, podré usar su regalo para honrarlo con el fruto de mi trabajo, y así podré expresar mi gratitud por todo el amor que me ha dado.

Siguiendo la costumbre, la criatura demoró unos minutos antes de responder, trayendo calma con su voz:

—Arturo, el amor no se compra, y tampoco tienes por qué devolverlo. Es un regalo que te fue dado, y ni siquiera le debes a nadie utilizarlo, tu única obligación es aceptarlo. Con que vivas despreocupadamente tu vida, Félix estará satisfecho. Así que ignora los rumores que tus compañeros te han comentado; a diferencia de los otros dioses, Félix trabaja pensando en tu bienestar y felicidad.

Dejándose llevar un poco por la conversación, Arturo meditó en silencio durante unos minutos mientras escuchaba el relajante sonido de las fuentes de agua en el santuario y se dejaba hipnotizar por el caprichoso movimiento de las lámparas en el techo. Finalmente, el joven compartió una preocupación que guardaba en su corazón:

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—¿Sabes cuál es mi problema?

Contradictoriamente a la tendencia, la criatura pareció interesada en la respuesta de Arturo y rápidamente preguntó:

—¿Cuál es tu problema, Arturo?

Arturo murmuró sinceramente, como si sus palabras brotaran desde lo más profundo de su alma:

—Mi problema es que no te creo... He vivido toda mi vida con miedo, con el temor que me transmitieron los rumores de los antiguos estudiantes, con el miedo que mis compañeros de clase tenían y con el horror con el que me educaron mis profesores. Es como si todos en este mundo tuvieran miedo, ¿por qué yo no lo tendría? Incluso con un dios dándome lo que necesito, temo que voy a terminar muriendo si no me apuro, y con una soga en el cuello, no puedo relajarme.

La criatura respondió rápidamente:

—¿Acaso tienes una soga en el cuello?

Arturo se apresuró en responder:

—No, desde que aprobé ya no la tengo, pero...

La criatura lo interrumpió:

—Entonces, no tienes por qué preocuparte. Ve y consigue el trabajo más cómodo del mundo, relájate y permite que los demás trabajen por ti. No le prestes atención a las tonterías que diga tu jefe y preocúpate por no preocuparte.

Arturo, preocupado, respondió:

—Pero mi jefe me mataría si hago eso, ¿verdad? Incluso si mi jefe no me mata, serán mis compañeros quienes me maten. ¿Quién querría tener un vago rascándose el ombligo todo el día como compañero de trabajo?

La criatura con dudas, murmuró:

—Posiblemente te matarían mientras duermas, pero no te preocupes, todo irá bien...

—No me parece que tenga que ser un genio para comprender que si me están por matar, las cosas no están yendo bien... —replicó Arturo, dejando de mirar al techo para ver que el sacerdote lo estaba observando fijamente.

Ante lo cual el sacerdote respondió con calma:

—Si te mueres es el final, no está bien ni mal, simplemente es un final. Lo importante es que vivas la vida bien hasta llegar a ese final, y preocupándote no lograrás eso.

Siguiendo la respuesta, Arturo la utilizo a su favor para guiar la conversación a donde quería:

—Lo único que temo es morir, y mi única preocupación es precisamente esa: que me muera. Así que si quieres que no me preocupe, dime cómo puedo evitar morir...

La criatura levantó una de sus manos y señaló hacia la estatua en el centro del santuario, luego misteriosamente dijo:

—Ve y prende una vela, pregunta lo que tu corazón teme, y el hermano te responderá. Pero escucha bien mis siguientes palabras, Arturo, solo obtendrás su respuesta si verdaderamente no te preocupa conocerla.

Arturo quedó atónito ante la respuesta y preguntó:

—¿Cómo puedo lograr que una respuesta de la cual depende todo mi futuro no me importe?

Nuevamente, la criatura se limitó a mirar el techo y, tras unos largos minutos, respondió toscamente:

—¿Estás seguro de que no sabes la respuesta a esa pregunta?

Arturo se iluminó repentinamente, recordando la experiencia que había vivido unos días atrás cuando había recibido las notas. Sin embargo, la respuesta que surgió de su iluminación no era necesariamente la mejor, por lo que preguntó con cierta duda:

—La única manera de que no me preocupe por esta respuesta es asumir que, haga lo que haga, mis cartas ya están jugadas y que voy a morir indiferentemente de la respuesta que obtenga.

La criatura permaneció relajada durante más de media hora, y finalmente respondió:

—Estás en lo correcto. Sin embargo, también se puede ver de otra forma. Si realmente no tienes ni la menor duda de que, indiferentemente de la respuesta que obtengas, saldrás vivo, entonces tampoco te preocuparía. Por lo tanto, la respuesta correcta en este caso se encuentra en cualquiera de esos dos extremos. Sabiendo esto, deberías preguntarte a ti mismo si realmente vale la pena o no conocer cuál es la habilidad que has obtenido. Si es vital para ti, entonces me temo que solo obtendrás la respuesta de Felix cuando ya sea demasiado tarde para cambiar las cosas.

Arturo se quedó pensando unos minutos antes de responder:

—Si es tan difícil conocer la habilidad con este método, por no decir imposible, ¿por qué tanta gente viene a visitarte? Quiero decir, cualquier persona lo suficientemente despreocupada para no interesarse por lo que el favor divino le ha dado nunca visitará este templo.

Pasaron los minutos y Arturo pacientemente esperó su respuesta, comprendiendo que si la pregunta era buena, entonces para obtener su respuesta valdría la pena la espera. Finalmente, los minutos aparentemente necesarios pasaron y el sacerdote respondió:

—Muchas veces, una respuesta vaga es más que suficiente y hace que valga la pena el costo. Pero cuanto menos te preocupes por la respuesta, más información lograrás recolectar. Recién te estás adentrando en el camino de nuestra fe, así que es lógico que todavía te cueste. Con el tiempo, notarás que es fácil no preocuparse tanto por las cosas que no son tan importantes.

Arturo reflexionó sobre las palabras del sacerdote y comprendiendo que la mejor forma de solucionar este problema era con información, preguntó:

—¿Tienes algún consejo para que la respuesta del hermano se vuelva menos vaga y más clara?

Pasó casi una hora para que la criatura contestara y para entonces, Arturo estaba absorto mirando las fuentes del santuario. Cuando la criatura se dignó a contestarle, dijo:

—Tengo muchos consejos, y hay varias formas de lograr lo que buscas. Pero para alguien en tu situación, te recomendaría que, como mínimo, te tomes todo lo que queda de este día para meditar sobre tus preocupaciones. Probablemente, al final del día, estarás un paso más cerca de descubrir que tus problemas actuales son meras banalidades.

Arturo observó cómo la criatura, tras responder esa pregunta, se acomodaba en su cama de almohadas y se ponía a dormir. Viendo tal escena, Arturo miró el santuario y se dio cuenta de que esta charla le había tomado casi medio día, por lo que a estas alturas, esperar lo que quedaba del día no parecía una mala idea.

Tomando una decisión, Arturo se puso a curiosear en el santuario mientras meditaba. Durante un rato, probó las diferentes almohadas, notando que cada una tenía una composición diferente, adaptándose a los gustos de cada persona. Luego, se entretuvo jugando con las alfombras, explorando sus diferentes texturas y analizando sus patrones. De esta manera, el jorobado fue pasando el tiempo hasta que finalmente el cansancio le ganó. Eligiendo la almohada más cómoda del santuario, se recostó y se echó a dormir.

Cuando el joven abrió los ojos, se encontró con la criatura mirándolo desde su cama. A su alrededor, había un mantel lleno de objetos variados que parecían tener un propósito especial en el santuario. Con curiosidad, Arturo se acercó y examinó detenidamente los objetos que rodeaban al sacerdote.

En el mantel había un conjunto de velas dispuestas en varios tamaños y colores. Algunas eran pequeñas y sencillas, mientras que otras eran más grandes y ostentosas. Las velas parecían tener grabados en ellas símbolos misteriosos y palabras en un idioma antiguo e irreconocible. Junto a las velas, había una selección de inciensos con aromas exóticos que llenaban el aire con fragancias embriagadoras. Cada uno estaba contenido en pequeñas cajas decorativas con diseños intrincados.

Algunas gemas y piedras preciosas estaban esparcidas sobre el mantel. Sus colores y brillos eran hipnóticos, y parecían tener una energía especial. Arturo notó que algunas estaban pulidas y otras en bruto. Cerca a las piedras había una cajita que contenía una colección de amuletos y talismanes, cada uno con un diseño único y significativo. Parecían hechos a mano y estaban dispuestos en filas ordenadas, listos para ser elegidos por aquellos que buscaran protección o buena fortuna.

Además de los talismanes, había algunos libros de aspecto antiguo y enigmático estaban apilados cuidadosamente. Rodeando a los libros se encontraban algunos pergaminos y rollos antiguos, los cuales estaban enrollados y atados con cintas de colores. También sobre los bordes del mantel había pequeñas figuras talladas en madera y piedra representaban a los dioses y criaturas míticas. Cada una tenía detalles intrincados que las hacían parecer casi vivas.

—Los libros, ¿de qué tratan, y cuánto valen las velas? —preguntó Arturo, examinando los objetos con interés.

El sacerdote, extrañamente sin demorarse, respondió:

—Todos los objetos son ofrendas y todas valen lo mismo: una reliquia.

Arturo se sintió intrigado y continuó cuestionando:

—¿Por qué son diferentes si valen lo mismo? ¿Representan cosas diferentes?

El sacerdote, extendiendo su larga mano para tomar una de las velas que Arturo sostenía y luego volviéndola a colocar en su lugar, tras lo cual explicó:

—Cuanto más ofrendas, mejor y más completa será la respuesta.

—Eso no me parece muy despreocupado, ni mucho menos desinteresado. ¿Por qué Felix cambiaría la respuesta por darle más ofrendas?—Arturo, manteniendo la calma, siguió indagando

La pequeña boca ovalada del sacerdote se curvó en lo que parecía ser una débil sonrisa y respondió con alegría:

—Oh, veo que estuviste atento y reflexionaste bien el otro día. Tienes razón, al hermano no le interesan tus ofrendas, pero generalmente no es él quien responde, sino alguna otra criatura con un gran conocimiento a la cual sí le importan tus ofrendas. Y dado que este es el santuario de Felix, también es importante la regla de no preocuparte si es que buscas obtener su ayuda. Sin embargo, con reliquias, puedes alterar las reglas; ese es el pequeño detalle que se me olvidó mencionar el otro día.

Arturo respondió irónicamente: —Qué detalle... —mientras esbozaba una leve sonrisa; dándose cuenta de que había pasado un día entero meditando, aparentemente en vano, solo para satisfacer las tonterías de este sacerdote. Sin embargo, esta idea de pagar por respuestas también había provocado que las piezas comenzarán a encajar en la mente del jorobado. Ya que según el rumor de los antiguos estudiantes, se indicaba que uno debía gastar una vela por favor para descubrir las habilidades otorgadas. Dado estas condiciones un joven recién aprobado solo podía preguntar por 5 de las 25 habilidades posibles.

—Entonces, ¿qué ofrendas vas a comprar y cuántas quieres?—Preguntó el sacerdote, extendiendo sus largas extremidades para mostrar su amplia colección de objetos.

—Solo una vela, ¿cuánto más voy a comprar?, esta es la fortuna de los desafortunados… —Murmuró el jorobado mientras sacaba la bolsa negra que contenía las reliquias de su bolsillo y le entregaba la llave oxidada al sacerdote.

Luego, Arturo tomó la vela de mejor aspecto del mantel y preguntó:

—¿Cómo se supone que realice la ofrenda?

A lo cual el sacerdote respondió con alegría, mientras jugueteaba con la llave oxidada:

—Simplemente coloca la vela en algún lugar del santuario. Si la vela se enciende por sí sola, habrás obtenido la respuesta que buscas. Para ver la respuesta, tendrás que regresar a tu habitación.

Arturo asintió y dijo:

—Bueno, gracias por las indicaciones…

Sin demorarse, Arturo se acercó con reverencia a la estatua de Felix en el centro del santuario, sintiendo como la vela que sostenía en sus manos parecía vibrar ligeramente, como si estuviera ansiosa por cumplir su propósito. Mientras se acercaba, una brisa suave, pero inusualmente cálida comenzó a acariciar el rostro del jorobado, y el suave murmullo del viento parecía llevar sus pensamientos hacia la paz más profunda. Continuando con su acercamiento, Arturo se percató de que esta suave brisa parecía emanar de la estatua, aunque no había ventanas ni corrientes de aire en el santuario. Mientras que, por otra parte, la luz de las lámparas flotantes pareció intensificarse momentáneamente, como si estuvieran respondiendo a la presencia de la vela.

Con movimientos lentos, Arturo colocó la vela cerca de los pies de la estatua de Felix. Al hacerlo, las alfombras bajo sus pies temblaron ligeramente, como si la voluntad de la tierra misma estuviera reconociendo su ofrenda. El joven observó con asombro cómo la vela, sin necesidad de una cerilla o encendedor, comenzó a arder con una llama brillante y dorada, que parecía bailar al ritmo de una música celestial que solo él podía escuchar.

Una sensación de tranquilidad y paz envolvió a Arturo mientras contemplaba la llama. No había palabras ni respuestas inmediatas, pero Arturo podía percibir una profunda conexión con el hermano divino, como si sus pensamientos y preocupaciones estuvieran siendo compartidos en ese instante.

Con reverencia, Arturo se inclinó ante la estatua y agradeció en silencio por el regalo que le había sido otorgado.

—Creo que logré comunicarme con Felix —exclamó Arturo emocionado, esperando una respuesta igualmente entusiasta del sacerdote. Pero este último estaba ocupado jugando con las ofrendas en el manto y no parecía haber prestado atención a lo que Arturo acababa de experimentar.

La criatura alzó la mirada unos pocos segundos y, con una débil sonrisa y un tono irónico, preguntó:

—Oh, vaya, ¿qué te dijo el hermano?

Arturo, aún emocionado, trató de describir su experiencia:

—Mmm... no recuerdo exactamente, fue más como una comunicación sin palabras.

El sacerdote continuó jugueteando con las ofrendas en su manto mientras respondía con sarcasmo:

—Claro, no recuerdas lo que te dijo por qué, de hecho, no te dijo nada, Arturo. Felix te ignoró completamente.

Arturo, confundido y un poco molesto, replicó —¿Cómo sabes eso? Fui yo quien hizo la ofrenda.

La criatura mantuvo su tono irónico y respondió —Quién sabe, Arturo, tal vez sea porque soy el sacerdote del santuario, pero quién sabe…

El rostro de Arturo pasó de la emoción a la confusión mientras intentaba procesar las palabras irónicas del sacerdote. Miró nuevamente la estatua de Felix, que seguía inmutable en su lugar, como si no hubiera ocurrido nada extraordinario.

—Entonces... ¿No logré nada? —preguntó Arturo, un poco desanimado por la respuesta sarcástica del sacerdote.

La criatura levantó una de sus largas extremidades y señaló hacia la vela que aún ardía junto a la estatua.

—No del todo, Arturo. Lograste encender la vela, y eso en sí mismo es un logro. Además, obtuviste una lección valiosa sobre la importancia de no preocuparte demasiado. En este santuario, las respuestas a menudo son esquivas, y debes aprender a aceptarlas con humildad. Así que, aunque Felix no te haya respondido directamente, has dado un paso en el camino de la fe…—Concluyó el sacerdote, esta vez con un tono más amigable.

Arturo asintió con más confusión de la que le gustaría admitir. Tras lo cual, Arturo no se despidió y se retiró del santuario, sabiendo que si la vela estaba prendida solo podía significar que la respuesta a su pregunta se revelaría cuando regresara a su habitación.

Tras salir del santuario, Arturo sacó la tarjeta de plata de su bolsillo y llevándola hasta su boca murmuró:

> "En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?"

Después de recitar el acertijo, Arturo comenzó a desvanecerse lentamente hasta que finalmente desapareció por completo. Lo siguiente que percibió fue que se encontraba de nuevo en su pequeña habitación.

Sin perder tiempo, Arturo se dirigió hacia el espejo y confirmó que, tal como le había dicho el sacerdote, una respuesta estaba emergiendo en la superficie del espejo, escrita con letras que parecían hechas de sangre:

> "Joven Arturo,

>

> Sinceramente, me es grata la ofrenda que me has entregado, y con mucho gusto, una respuesta te daré y tu habilidad revelaré. La misma tiene nombre y nunca lo perderá, se llama como inicia el mensaje, de eso muchas dudas no hay. Su utilidad es fugaz, sin embargo, no hay duda de que la necesitarás. Pese a ello, la habilidad solo hace lo que tú ya sabías hacer, incrementando su efecto y rozando la estupidez. Hace tiempo esta habilidad era tu característica innata, no obstante, fue el propio tiempo el que te hizo olvidarla, abandonada en algún lugar perdido en tu alma. Felix la encontró, te la regresó y ahora no podrás perderla nunca más. Esa es, en cuestión, tu gran habilidad.

>

> Desde ya me despido, tu grato amigo y el guardián del camino."

—Vaya, parece que me han tomado el pelo...—Susurró Arturo mientras leía la carta con una expresión de incredulidad en su rostro, sintiéndose un poco tonto por haber gastado una reliquia en un mensaje que no parecía revelar gran cosa.

Luego, tratando de consolarse, continuó: —En fin, los rumores son solo eso, rumores, no necesariamente verdades. ¿Cuánto tiempo tengo que esperar para la próxima gran fecha?

La respuesta apareció en el espejo de forma rápida y concisa:

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—Cinco días...supongo que tengo tiempo de sobra para recopilar algunos rumores y ver si encuentro información más útil—murmuró Arturo, comenzando a planificar sus próximos pasos para los días que vendrían.