A la mañana siguiente, Arturo despertó con un fuerte dolor de cabeza, experimentando la horrible sensación de tener un mal descanso, lo cual era la primera vez que le ocurría desde que usaba su súper cápsula para dormir. Con pereza, el niño se estiró y salió de su cama, preparándose para ponerse sus túnicas harapientas y comenzar un nuevo día. Sin embargo, algo inusual sucedió esta vez, ya que apenas abrió los ojos, notó a Pompón observándolo intensamente desde las escaleras.
—¿Pasó algo? —Preguntó Arturo, algo aturdido por la penetrante mirada del conejo.
—Sí, tenemos un muerto —Respondió el conejo de manera brusca.
—¿Qué? —Preguntó Arturo, incapaz de procesar semejante información al comienzo del día.
—Hay un cadáver en el santuario…—Explicó Pompón con más detalle.
—Pero se supone que ustedes no pueden morir… —Respondió Arturo mientras luchaba por comprender lo que había ocurrido la noche anterior y cómo no se había enterado del asunto.
—No sabemos qué pasó, nadie lo sabe, pero será mejor que subas las escaleras para verlo tú mismo —Dijo el conejo, dándose la vuelta e invitando a Arturo a que lo siguiera para subir las escaleras de caracol y llegar al santuario.
Mientras subía las escaleras de caracol, el niño detectó un aroma penetrante y asqueroso que se hacía más fuerte con cada peldaño que subía, el olor se asemejaba a una mezcla de agua marina estancada y pescado podrido.
Al llegar al santuario, se encontró con una escena desconcertante. A los pies de la estatua del Kraken yacía una criatura moluscosa, agarrando con uno de sus tentáculos la estatua mientras se apoyaba débilmente sobre la columna que la sostenía. Sus mascotas rodeaban la misteriosa entidad, observándola con una mezcla de aturdimiento y curiosidad.
El ambiente estaba cargado de un aura inusual, como si la criatura hubiera traído consigo un misterio que afectaba a todos en la habitación. La criatura estaba claramente muerta, pero no había indicios evidentes de que hubiera sido asesinada. Su postura sugería más bien que, en su último aliento, había decidido postrarse ante la estatua del Kraken.
La criatura, de piel color violeta y tentáculos retorcidos, presentaba una figura intrigante incluso en la muerte. Arturo se aproximó con cautela, intentando discernir más detalles sobre esta extraña visita al santuario. La textura resbaladiza de la criatura se veía acentuada por el brillo de su piel, aunque ahora sin vida. Observó cómo su tentáculo se aferraba a la estatua, como si hubiera llegado hasta allí impulsado por una última voluntad.
—¿Qué demonios pasó aquí? —Murmuró Arturo para sí mismo, aún incapaz de comprender completamente la situación.
Sus mascotas, por su parte, observaban en silencio, como si estuvieran tratando de encontrar alguna explicación en la escena. Shily, Anteojitos, Sir Reginald y los demás compartían miradas entre ellos, buscando respuestas que ninguno parecía tener.
Pompón, siempre directo y sin rodeos, se acercó a Arturo con una expresión seria.
—No sabemos cómo llegó, ni por qué está así, pero algo me dice que esta criatura tenía una conexión con el Kraken. De lo contrario, no estaría postrada ante su estatua.
—Investiguemos esto más a fondo. Quizás podamos encontrar alguna pista sobre su origen o su propósito —Propuso Arturo, y con determinación, se sumergió en la tarea de descifrar el misterio detrás de la visita inesperada al santuario.
Arturo se acercó a la criatura con cautela, observándola detenidamente. La extraña entidad yacía a los pies de la estatua del Kraken, una amalgama de ser humano y pulpo, con gran parte de su cuerpo invadido por crustáceos. Desnuda y aparentemente hinchada, su piel moluscosa y violeta estaba reseca y algo podrida, como si hubiera pasado demasiado tiempo fuera del agua, a pesar de que su cadáver tenía apenas una noche en el santuario.
La escena era grotesca y perturbadora, pero Arturo sabía que necesitaba examinar cada detalle para desentrañar el misterio que rodeaba la muerte de esta extraña criatura. Con un escalofrío recorriendo su espalda, decidió darle la vuelta al cuerpo para obtener más información.
Al girar el cadáver, Arturo se topó con la herida que debería haber sido la causa de su muerte. Un agujero de considerable tamaño perforaba la zona de las costillas, revelando una entrada violenta y brutal. Las tripas de la criatura se desparramaban por la habitación, esparciendo un olor penetrante que envolvía el santuario en una atmósfera opresiva.
—Dios mío —Murmuró Arturo, asimilando la brutalidad de la escena frente a él. La realidad de la situación le golpeó como una marea de horror.
La herida indicaba una muerte violenta y despiadada, pero el desconcierto se intensificó al darse cuenta de que la criatura llevaba poco tiempo en el santuario. La contradicción entre la putrefacción avanzada y la reciente llegada planteaba más interrogantes que respuestas.
—¿Cómo puede tener una herida tan atroz y estar en tan mal estado si apenas lleva una noche aquí? —Se preguntó Arturo en voz alta, buscando las respuestas que se le escapaban.
Las mascotas observaban en silencio, compartiendo la incomodidad y la perplejidad del niño pelirrojo. Pompón, acercándose para obtener una vista más cercana, expresó su disgusto.
—Esto no tiene sentido. Nadie puede entrar en nuestro hogar sin ser notado, y menos aún causar tal estrago. Además, ¿quién o qué podría hacerle algo así?
Arturo, con la mente inquieta y los ojos fijos en la escena macabra, se embarcó en la tarea de descifrar el enigma detrás de este misterioso visitante. La criatura muerta en el santuario llevaba consigo secretos que necesitaban ser desenterrados, y Arturo estaba decidido a descubrir la verdad que se ocultaba tras esta inexplicable tragedia.
Arturo, con la mente llena de incertidumbre, decidió indagar más entre sus mascotas para obtener algún indicio sobre lo que había sucedido en el santuario durante la noche. Se acercó a cada una de ellas y les hizo la misma pregunta:
—¿Escucharon algo inusual durante la noche? ¿Algún ruido de pelea o algo fuera de lo común?
Shily negó con la cabeza:
—No, Arturo. Estuve profundamente dormido toda la noche. No escuché nada, y los atronadores ruidos de los ronquidos del cerdo y el gusano gigante tampoco ayudan a escuchar lo que ocurre durante la noche.
Juampi murmuró entre bostezos:
—Ni un susurro. Estaba demasiado ocupado soñando con tesoros enterrados.
Sir Reginald parecía visiblemente incómodo. Movía nerviosamente su hocico y sus ojos evitaban encontrarse con los de Arturo —No escuché nada... demasiado ocupado con mis sueños de aventuras —Respondió de manera evasiva.
Arturo notó la incomodidad de Sir Reginald, pero no insistió de inmediato. Se volvió hacia Pompón:
—¿Tú escuchaste algo, Pompón?
El conejo levantó sus orejas en señal de atención antes de negar con la cabeza:
—Nada de nada. Estaba roncando plácidamente. No me molestaría con esta tontería.
A pesar de las respuestas, Arturo podía sentir que algo no cuadraba. La tensión en el aire y la extraña actitud de Sir Reginald despertaron sus sospechas. Decidió cambiar de enfoque y preguntar sobre las rutinas de cada mascota.
—Bien, hablemos de sus rutinas nocturnas. ¿Qué estaban haciendo cada uno de ustedes antes de irse a dormir?
Shily se tambaleó suavemente mientras relataba:
—Estuve dentro del cuerpo de Juampi, como siempre. No soy de moverme mucho…
Juampi, bostezando de nuevo, dijo:
—Me pasé buena parte de la noche jugando en las máquinas del subsuelo. No escuché nada extraño, pero puede ser porque estaba demasiado concentrado en el juego.
Sir Reginald, titubeante, murmuró:
—Yo... ordenaba mis pensamientos y me planeaba mi próxima gran aventura.
Pompón, frunciendo el ceño, añadió:
—Yo solo dormía, ¿no es obvio? No tengo tiempo para estar vigilando el lugar las 24 horas del día.
Aunque todas las mascotas parecían tener coartadas para explicar su desconocimiento de los eventos nocturnos, Arturo continuaba sintiendo que algo no encajaba. Decidió tomar un enfoque más directo y confrontó a Sir Reginald.
—¿Estás seguro de que no escuchaste nada, Reginald? Pareces nervioso.
El cerdo tartamudeó antes de responder:
—¡No, no escuché nada! Solo… solo no me gusta el olor a pescado podrido.
Arturo frunció el ceño, la reacción del cerdo delataba que estaba ocultando algo y su respuesta eran inconclusa, sabía que debía profundizar más para desentrañar el misterio que envolvía el extraño asesinato que había ocurrido la anterior noche.
Ante la mirada acusadora de Arturo, Sir Reginald comenzó a titubear nerviosamente. Sus ojos se movían de un lado a otro, evitando el contacto directo con el pelirrojo. Arturo, percibiendo la incomodidad del cerdo, decidió aprovechar la oportunidad para intensificar su interrogatorio:
—Reginald, hay algo que no estás diciendo ¿Por qué estás tan nervioso?
—Yo... Yo... —Balbuceaba el cerdo, visiblemente afectado.
Arturo, sin dar tregua, insistió:
—Algo ocurrió, lo sé ¿Por qué no me lo estás contando?
Finalmente, Sir Reginald cedió bajo la presión de la mirada acusadora y confesó en un susurro avergonzado:
—Está bien, te lo diré. Anoche, cuando todos dormían, subí al santuario. No podía resistir la tentación de esos deliciosos libros de chocolate. Planeaba llevármelos a escondidas.
La confesión dejó a Arturo perplejo. No esperaba que la historia tuviera un giro tan inesperado. El cerdo continuó con su relato, con la mirada baja y la vergüenza marcada en su expresión.
—Cuando entré al santuario, vi ese... cadáver. No sé cómo murió ni quién es, pero me asusté y corrí de vuelta al subsuelo. Acababa de librarme del injusto castigo que me habían impuesto y no quería que me acusaran de algo que no hice.
Arturo, aunque molesto por la intrusión de Sir Reginald y su intento de robo, se encontraba más preocupado por el extraño muerto en su hogar. La confesión del cerdo planteó más preguntas que respuestas, y la sensación de misterio persistía.
—Reginald, esto es serio. Necesitamos descubrir qué pasó ¿Viste algo más en el santuario? ¿Algún indicio de quién pudo haber sido?
Sir Reginald, temblando ligeramente, respondió:
—No vi nada más. Solo el cadáver y el olor a pescado podrido. Juro que no sé nada más.
La confesión de Sir Reginald dejó a Arturo sorprendido y con una mezcla de indignación y confusión. El cerdo, entre tartamudeos y miradas evasivas, admitió que había descubierto el cadáver cuando subía a hurtadillas al santuario para satisfacer su apetito nocturno de libros de chocolates. Arturo lo miró acusadoramente, sintiendo una oleada de incredulidad y molestia:
—¿Cómo pudiste hacer algo así, Reginald? Los libros son limitados y si los roban mientras duermo no aguantaran hasta terminar el año escolar.
El cerdo, visiblemente avergonzado, murmuró una disculpa entre dientes:
—Lo siento, Arturo. No pensé que terminaría así. Solo quería un par de libros para la noche.
Aunque Arturo estaba molesto con Sir Reginald, sabía que debía continuar buscando respuestas. El misterio de quién o qué había causado la muerte de la extraña criatura aún persistía. Con un suspiro, decidió cambiar su enfoque y dirigió su atención hacia Pompón y Juampi.
—Y ustedes dos, Pompón y Juampi, ¿tienen algo que agregar? ¿Algo fuera de lo común en sus rutinas?
Pompón, respondió:
—Yo solo dormía, como dije antes. No tengo tiempo para andar espiando lo que sucede en el santuario todo el tiempo.
Arturo observó a Juampi, quien parecía incómodo con la mirada inquisitiva del niño.
—Bueno, estaba jugando con las máquinas, como siempre. No escuché nada sospechoso.
Arturo se quedó pensativo por un momento, evaluando las respuestas y buscando inconsistencias. No estaba convencido de que Sir Reginald fuera el único incómodo con la charla que estaba teniendo en este momento y de hecho todas sus mascotas parecían algo nerviosas, como si le ocultaran sus secretos y se sintieran amenazas de tener que revelarlos.
—¿Estás seguro de que no viste a nadie más en el santuario, Sir Reginald? —Preguntó Arturo, queriendo asegurarse de que la confesión del cerdo no fuera una cortina de humo.
Sir Reginald negó con la cabeza.
—No vi a nadie más. Solo fui por los libros y me encontré con eso.
Arturo suspiró, frustrado por la falta de respuestas claras. Decidió explorar más a fondo las rutinas de Pompón y Juampi, con la esperanza de encontrar alguna pista que lo llevará al culpable.
—Bien, sigamos con esto. Pompón, ¿alguna actividad nocturna que no nos hayas contado?
El conejo rodó los ojos y bufó:
—Solo dormí, ¿acaso no lo entiendes?
Arturo, aún desconfiado, se volvió hacia Juampi.
—¿Y tú, Juampi? ¿Algo fuera de lo normal anoche?
Juampi, mirando al suelo, respondió tímidamente:
—N-no, solo jugaba. Pero... vi algo extraño en una de las máquinas, por eso estoy algo nervioso.
Arturo se sintió intrigado. ¿Qué habría visto Juampi en las máquinas? La trama del misterio parecía complicarse aún más, y Arturo sabía que necesitaba seguir explorando para descubrir la verdad detrás de la muerte en su santuario.
La confesión de Juampi se desenvolvió entre titubeos y nerviosismo. Arturo percibió algo extraño en sus palabras y decidió profundizar.
—Juampi, algo no cuadra en tu historia ¿Seguro que solo estabas jugando?
El esclavo, visiblemente incómodo, miró al piso con una expresión de preocupación. Parecía estar sopesando las consecuencias de contar la verdad. Arturo, notando la tensión, insistió:
—Vamos, Juampi. Sé honesto ¿Qué estaba pasando realmente anoche?
Juampi, finalmente, cedió ante la presión de Arturo y soltó un suspiro:
—Está bien, está bien. No solo estaba jugando. Nadie lo sabe, pero en mitad de la noche, Shily suele usar el espejo de la habitación para ir a diferentes lugares de la academia. El malvado parásito quería “cazar” a algún estudiante desprevenido, pero yo... yo no quería formar parte de eso.
Arturo, sorprendido por la revelación, frunció el ceño:
—¿Qué? ¿Shily hizo qué?
Juampi asintió, visiblemente preocupado:
—Sí, Arturo. Es algo extraño. Me pidió que guardara silencio, y yo no quería involucrarme en sus cosas…. No recuerdo qué pasa cuando toma completo control de mi cuerpo… pero estoy seguro de que no tenía nada que ver con el asesinato. Lo juro.
Arturo, aunque intrigado por la confesión de Juampi, decidió dejar ese asunto de lado temporalmente. Había cosas más urgentes en las que concentrarse, cómo descubrir quién había asesinado a la extraña criatura moluscosa en su santuario.
—Está bien, Juampi. Volveremos sobre eso después. Ahora necesitamos averiguar quién hizo esto.
El niño se acercó al cuerpo sin vida de la criatura moluscosa y examinó la herida en su torso. La escena era macabra, con las tripas desparramadas y un hedor nauseabundo que impregnaba el santuario.
—Esto no fue accidental. Fue un acto intencional ¿Alguna idea de quién podría haber hecho algo así?
Las mascotas se miraron entre ellas, desconcertadas. Sir Reginald, que durante la confesión de Juampi había estado callado, finalmente volvió a hablar:
—No me gusta acusar sin pruebas, pero la verdad es que anoche, después de que me encontrara el cadáver, vi de reojo a algo que parecía una bola de pelo salir furtivamente del santuario.
Arturo frunció el ceño. Copito, la adorable bola de pelo, estaba involucrado en algo oscuro. La atmósfera en el santuario se volvía más densa con cada revelación, y Arturo sabía que se adentraba en un misterio más complicado de lo que había imaginado.
Arturo, sintiendo la urgencia de resolver este misterio, llamó a las mascotas que aún no se habían presenciado a la escena del crimen, los cuales eran Tentaculin y Copito.
Copito, al acercarse al cadáver, mostró una expresión de asombro y confusión al observar detenidamente. Mientras que Tentaculin permaneció oculto en su sombra, revelando poco sobre sus sentimientos al respecto.
Tras comprobar la llegada de todas sus mascotas, Arturo prestó atención a las otras dos mascotas que habían permanecido poco participativas por el momento.
Anteojitos miró el cadáver con curiosidad, moviendo su gran pupila de manera inquisitiva. Parecía preguntarse cómo una criatura tan misteriosa había terminado muerta en su hogar de una noche para la otra. En cuanto al gusano gigante, este ignoró por completo las preguntas de Arturo, mostrando un desprecio evidente en su actitud.
Arturo intentó comunicarse con gestos y miradas, tratando de obtener alguna señal de culpabilidad o conocimiento por parte de las mascotas que no podían hablar. La atmósfera en el santuario se volvía más tensa con cada segundo que pasaba.
—Chicos, necesito que me digan si saben algo sobre lo que pasó anoche. ¿Alguna señal de qué pudo haber sucedido?
Copito, aún mirando el cadáver, parecía demasiado asustado para ser capaz de articular una respuesta clara. Tentaculin permanecía en las sombras, sin dar ninguna indicación de sus pensamientos. Anteojitos seguía observando con su mirada inquisitiva, pero no emitía sonidos ni señales claras. El gusano gigante, en su actitud despectiva, se negaba a prestar atención a Arturo.
Arturo, enfrentando un misterio cada vez más oscuro, se dio cuenta de que la clave para resolver este enigma estaba oculta en el silencio y los gestos de sus mascotas. Debía desentrañar el significado detrás de sus miradas y comportamientos para descubrir la verdad detrás del asesinato en su propio hogar.
En un chispazo de sabiduría, Arturo decidió buscar la ayuda del ser que estuvo más cerca del cadáver durante toda la noche: el Capitán Marinoso, quien descansaba entre sus corales como si nada hubiera cambiado en el santuario. Arturo se acercó a la figura somnolienta del capitán y lo despertó de un grito:
—¡Capitán!
El Capitán Marinoso, al ser despertado por Arturo, lo saludó con entusiasmo, como si nada hubiera cambiado en el santuario. Sin embargo, al dirigir su mirada hacia la criatura marina muerta apoyada sobre la estatua del kraken, sus ojos se abrieron con asombro y preocupación.
—¡Oh, mares tormentosos! ¿Qué ha sucedido aquí? —Exclamó el Capitán Marinoso, cuya expresión cambió de alegría a consternación al reconocer al cadáver.
—Capitán, necesito que me cuente todo lo que sabe sobre esta criatura ¿Quién era y por qué estaba aquí? —Preguntó Arturo, con la esperanza de obtener información valiosa para resolver el misterio.
El Capitán Marinoso suspiró, acomodándose entre los moluscos y corales antes de hablar:
—Esa criatura marina era un sacerdote del dios de las profundidades. Vinieron a visitar nuestro santuario en busca de adoración y respeto ¿Cómo ha terminado así? —Se lamentó el Capitán Marinoso, mirando con tristeza al cadáver.
Arturo, intrigado, continuó indagando:
—¿Recuerdas algo inusual durante la noche? ¿Algún sonido o movimiento extraño que pudiera arrojar luz sobre lo que pasó?
El Capitán Marinoso frunció el ceño, reflexionando sobre la pregunta de Arturo.
—No, grumete. La noche transcurrió con la calma habitual del santuario. No escuché nada fuera de lo común —Respondió, con sinceridad.
Arturo, frustrado por la falta de pistas concretas, decidió explorar más el santuario y revisar si encontraba algún detalle que pudiera arrojar luz sobre el misterio. Mientras examinaba el lugar, se percató de que Copito y las otras mascotas lo seguían con la mirada, observando en silencio.
—Algo no encaja aquí, y necesito averiguarlo. No puedo permitir que la paz de este santuario se vea amenazada —Declaró Arturo, determinado a resolver el enigma que se cernía sobre su hogar.
Arturo, inmerso en la frustración de no tener respuestas sobre la misteriosa muerte del sacerdote del dios de las profundidades, escudriñaba las miradas de sus mascotas en busca de algún indicio de culpabilidad. Fue entonces cuando su atención se centró en el tierno Copito, quien lo miraba con urgencia, como si quisiera comunicarle algo esencial.
Agachándose y acercándose a la pequeña bola de pelo, Arturo recordó que Copito había estado despierto durante la noche, entreteniéndose con los seres en miniatura en su habitación. Con la esperanza de obtener alguna pista crucial, Arturo le preguntó a Copito si tenía alguna información sobre lo ocurrido anoche. La criatura asintió con dificultad, transmitiendo que tenía algo importante que compartir.
—¿Sabes qué pasó, Copito? ¿Tienes alguna pista? —Preguntó Arturo, ansioso por descubrir la verdad.
Con movimientos nerviosos y miradas acusadoras, Copito señaló al gusano gigante, quien desde el principio había estado ignorando el tema del cadáver en su habitación. Arturo, intrigado y decidido a seguir cualquier pista que pudiera llevarlo a la resolución del misterio, se dirigió hacia el gusano gigante.
—¿Tienes algo que decir? ¿Sabes algo sobre lo que ocurrió anoche? —Inquirió Arturo, observando al gigantesco gusano con ojos inquisidores.
El gusano gigante, en su habitual silencio, no emitió ninguna respuesta, pero su actitud indiferente y despectiva hacia la situación comenzaba a levantar sospechas. Arturo, decidido a obtener respuestas, se dirigió a las otras mascotas en busca de más información.
—Todos ustedes, necesito la verdad. Algo sucedió anoche, y necesitamos resolverlo para mantener la paz en nuestro santuario —Declaró Arturo, exagerando bastante la situación.
No obstante, ninguna de las mascotas respondió, salvo Copito, probablemente porque la bola de pelo era la única criatura en el hogar que pudiera asustarse lo suficiente como para seguirle la corriente a Arturo.
Al observar la insistencia de Copito y la aparente indiferencia del gusano gigante, el niño comenzó a considerar la posibilidad de que este último fuera el responsable de la extraña muerte del sacerdote.
—Copito, ¿estás seguro de que el gusano gigante fue el responsable? —Preguntó Arturo, tratando de entender los gestos del conejo.
Copito asintió con firmeza, señalaba hacia el gusano con sus gigantescos ojos. Parecía insistir en la idea de que el gusano era el culpable. Mientras que el enorme invertebrado simplemente permanecía en su montículo, sin mostrar reacción aparente.
Arturo, sintiéndose presionado y sin tener evidencia clara, decidió acercarse al gusano gigante con cautela. Este, al sentir la presencia del niño, giró lentamente su cabeza hacia él, revelando sus ojos oscuros y brillantes.
—¿Tú sabes lo que ocurrió anoche? —Preguntó Arturo, aunque sabía que el gusano gigante no podía responder con palabras.
El gusano gigante simplemente permaneció inmóvil, con una expresión que resultaba difícil de interpretar. Copito seguía señalando con insistencia.
—Necesito respuestas, y parece que tú eres la única pista que tengo en este momento —Arturo miró al gusano gigante con determinación, buscando algún indicio en sus gestos.
Con las miradas acusadoras de Copito y la aparente indiferencia del gusano gigante, Arturo, ante la falta de oposición, llegó a la conclusión de que el asesino de la noche anterior era el imponente gusano. Apuntándole con su dedo como si hubiera hecho un gran descubrimiento, declaró en voz alta:
—¡El culpable es el gusano gigante!
Las demás mascotas, aparentemente sorprendidas por la revelación, comenzaron a felicitar efusivamente a Arturo por su “brillante” descubrimiento. Sin embargo, la expresión del Capitán Marinoso permaneció en un silencio funerario mientras observaba el cuerpo del sacerdote en el suelo.
—¡Increíble, Arturo! ¡Nunca hubiera pensado que el gusano gigante fuera capaz de algo así! —Exclamó Sir Reginald, aparentemente con una pizca de ironía en sus palabras.
—¡Te has ganado el título de detective, chico! ¡Bien hecho! —Agregó Shily, aplaudiendo con los muñones de Juampi con entusiasmo.
El gusano gigante, ante las acusaciones, permaneció en silencio, como si aceptara su destino sin emitir ninguna defensa. Solo el Capitán Marinoso, con su mirada fija en el cadáver del sacerdote, no participó en las celebraciones, dejando un aire de pesadez en la habitación.
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Arturo, desconcertado por la situación y las supuestas insinuaciones de Copito, se dirigió al Capitán Marinoso en busca de algún tipo de explicación. El Capitán, entre sus corales, expresó su extrañeza por el asesinato del pacífico sacerdote.
—No puedo entender por qué alguien querría hacerle daño a un sacerdote. No tiene enemigos en este hogar, no hay nada que ganar al matarlo y su propósito siempre fue buscar algo de paz en este oscuro mundo —Comentó el Capitán Marinoso con un tono reflexivo.
—¿También crees que el gusano gigante podría ser el responsable, Capitan? —Preguntó Arturo.
El Capitán Marinoso observó al gusano gigante y luego volvió su mirada hacia Arturo:
—Es difícil de decir, grumete. El gusano gigante siempre ha sido un misterio, pero parece improbable que quisiera dañar al sacerdote ¿Cuál sería su motivo? —Se cuestionó el Capitán.
Copito, sin embargo, continuaba con sus gestos acusatorios, insistiendo en la culpabilidad del gusano gigante. Sir Reginald, que hasta ahora había observado en silencio, finalmente decidió intervenir.
—Quizás el gusano gigante solo quería demostrar que puede asesinar a quien desee sin ser detectado. Pero sus malvados planes se vieron frustrados, y ahora tendrá que enfrentar las consecuencias de este acto macabro —Expresó Sir Reginald con su peculiar tono de cerdo sabelotodo.
Decidido a tomar medidas, Arturo se dirigió hacia el gusano gigante con una mirada seria. Sin pronunciar palabra, señaló el montículo del gusano y, con gestos enérgicos, le indicó que no podía abandonar su lugar durante la hora feliz.
El gusano gigante, con su expresión inmutable, observó a Arturo como si no pudiera comprender la lógica detrás de esa decisión. Sir Reginald, por otro lado, asintió con aprobación, dando a entender que era una medida justa.
—Te has pasado, Arturo ¿Cómo puedes creer que el gusano gigante, que siempre ha sido pacífico, podría haber cometido semejante atrocidad? —Comentó Pompón con incredulidad, tratando de defender al gigante invertebrado.
Arturo, sin embargo, se mantenía firme en su decisión. Con gestos decididos, indicó que el gusano gigante debía quedarse en su lugar como castigo. La mirada del gusano pasó de la confusión a una especie de desprecio, como si considerara la situación completamente absurda.
Mientras tanto, Copito parecía satisfecho con la resolución, como si la condena al gusano gigante le brindará alguna sensación de justicia. Sir Reginald, por su parte, continuaba observando la escena con su expresión imperturbable.
—Si crees que es la decisión correcta, así sea —Dijo Sir Reginald, mostrando un atisbo de respeto por la firmeza del niño.
Arturo se encontraba bajando nuevamente al subsuelo, decidido a dedicar la mañana a la excavación de “tesoros” misteriosos tras resolver el enigma del misterioso asesinato. Descendió por la escalera de caracol, pero en el medio del descenso, detuvo sus pasos bruscamente al recordar algo más importante: ¡Los trofeos!
La idea de explorar el rincón polvoriento donde guardaba sus logros le resultaba más atractiva en ese momento.
Ignorando completamente a Tentaculin, que devoraba el cadáver del sacerdote muerto, Arturo llegó a la habitación de Copito. Con saltos cuidadosos para evitar pisar a las diminutas criaturas que habitaban la estancia, se acercó al espejo de la habitación y, con determinación, ordenó:
—¡Muéstrame el salón de trofeos!
El reflejo en el espejo comenzó a distorsionarse, revelando el polvoriento salón de trofeos donde las telas de arañas parecían haberse adueñado del lugar. Arturo, sin preocuparse por el estado de abandono del lugar, tocó una de las numerosas telarañas, provocando que la araña tesorera saliera de su escondite para recibirlo.
—¡Ah, Arturo! Cuánto tiempo habrá pasado, tanto que ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que nos vimos ¿Estás listo para reencontrarte con tus trofeos y grandes logros? —Dijo Wincy, su voz resonando en la habitación como un susurro inquietante.
—A lo mucho fueron unos meses…—Murmuró Arturo para sí mismo, dejando que la araña atontada y se volviera a esconder entre sus redes, tras lo cual Pompón, quien hace tiempo se encontraba observado la escena, tocia con no mucha delicadeza, recordando a Wincy que el niño la necesitaba.
—¡Arturo! ¿A qué se debe la visita? —Preguntó Wincy con visible perplejidad.
Arturo, con una sonrisa aturdida, respondió:
—Wincy, amiga mía, he decidido que es hora de revisar y recordar las hazañas que he logrado a lo largo del tiempo. Además, necesito encontrar algo especial para celebrar la resolución del misterioso asesinato que aconteció hace unas horas, por lo que espero encontrarme con que los trofeos que gane sean de gran utilidad.
Wincy, con un gesto de asentimiento, guió a Arturo por el polvoriento salón de trofeos. Mientras avanzaban, las telas de arañas se desplazaban a su alrededor, revelando los trofeos que el niño había obtenido en el pasado. Arturo observaba cada detalle con fascinación, recordando las historias detrás de cada logro.
Finalmente, la araña alcanzó la pared donde se exhibían los escudos que simbolizaban los títulos honoríficos que Arturo había recolectado a lo largo de su vida. Con destreza, trepó por la pared hasta llegar a un espacio vacío, donde comenzó a tocar suavemente la madera del armario. Este gesto provocó que un tercer escudo apareciera ante los ojos de Arturo. A diferencia de los otros dos escudos de madera, este estaba hecho de plata, y sobre su superficie se encontraba el emblema de un símbolo que se asemejaba a un hombre de palo levantando sus dos manos o una estrella de tres puntas.
—¿Oh, sabes qué es esto, Arturo? —Preguntó Wincy mientras sus peludas patas frotaban el escudo con sumo cuidado.
—No, nunca me lo explicaste —Recordó Arturo, mirando con curiosidad el pequeño emblema en la pared. Podía jurar que no había ganado ningún título honorífico recientemente, y el que le habían robado a Juampi no era de plata.
—Este es un título honorífico muy especial, se llama el símbolo “y”, es un conector muy poderoso que se otorga a los cazadores de trofeos después de alcanzar la increíble suma de diez trofeos recolectados —Explicó Wincy mientras sus brillantes ojos admiraban la delicada pieza de artesanía.
—¿Es muy poderoso? —Repitió Arturo, dejándose seducir por las palabras de su pequeña tesorera.
—Sí, Arturo, el símbolo “y” te permite usar tres títulos honoríficos a la vez —Respondió Wincy con un toque de fascinación y respeto en su voz—Si quieres, puedo activarlos. Después de hacerlo, serás conocido como Arturo, el restaurador de estatuas y manos de mantequilla.
—¿Podré usar las dos habilidades a la vez? —Preguntó Arturo emocionado— Si es así, no sé qué esperas, activa los títulos.
—Exactamente, ese es el poder del conector “y” —Respondió Wincy. Luego, tocó con sus patitas los tres emblemas, los cuales comenzaron a brillar suavemente, indicando que estaban siendo utilizados actualmente.
—Tal como dijo la araña, tu nombre ha cambiado, Arturo. Ahora pareces alguien más importante y respetable —Dijo Sir Reginald mientras inspeccionaba con su monóculo el cuerpo del niño.
Wincy, con un temblor en sus peludas patas, continuó revelando los títulos honoríficos que adornaban el salón de trofeos de Arturo. Tras la activación del símbolo “y”, un nuevo escudo emergió, pero este no era como los demás. Estaba hecho de carne viva, constantemente chorreaba sangre y latía como si fuera un corazón palpitante. El título en cuestión era el que Juampi aparentemente les había “regalado”, llevaba por nombre «el condenado».
—Arturo, este título es... perturbador —Dijo Wincy con una expresión de horror en sus brillantes ojos —No puedo evitar sentir que hay algo siniestro en él. Te recomendaría encarecidamente que no lo uses.
Arturo, intrigado por la naturaleza macabra del nuevo título, se acercó para observar de cerca el escudo hecho de carne viva. La sangre fresca se escurría por sus bordes, creando un espectáculo grotesco. Aunque tentador por su singularidad, Arturo podía percibir la inquietud en la mirada de Wincy y decidía confiar en su consejo.
—¿Qué significado tiene este título? —Preguntó Arturo, manteniendo cierta precaución.
—Arturo, este título no es para cualquiera. Aquellos que lo llevan parecen cargar con una maldición, una presencia ominosa que los sigue a todas partes —Advirtió Wincy, susurrando con un tono de temor en su voz.
Intrigado por la mención de una maldición constante, Arturo no pudo contener su curiosidad y preguntó:
—¿A qué te refieres con ser maldecido constantemente?
Sin embargo, la araña no ofreció ninguna explicación. En cambio, desvió la mirada y comenzó a buscar un estante vacío en el salón de trofeos. Mientras lo hacía, continuó hablando:
—Como tal, el título es de uso obligatorio para aquellos que no tienen favores divinos, mientras que si has aprobado el gran examen, el título es de uso opcional. Pese a ello, no sé por qué querrías usarlo, dado que aparentemente el título no hace nada, además de maldecirte constantemente.
Aunque quedó intrigado por la respuesta evasiva de Wincy, Arturo prefirió no insistir en el tema. Agradeció a su pequeña consejera y, siguiendo su consejo, decidió dejar el título «El condenado» en el olvido en un rincón oscuro del salón de trofeos. La atmósfera en la habitación se volvió más tensa, y Wincy, con precaución, buscó un lugar adecuado para colocar uno de los trofeos que Arturo había ganado recientemente.
La conversación continuó, desviándose hacia otros títulos y hazañas pasadas. Wincy, a pesar de sus intentos por disimular el temor, no podía evitar lanzar miradas nerviosas hacia el oscuro rincón donde descansaba «El condenado».
Finalmente, la araña subió hasta un estante que se encontraba vacío. Tras dar numerosas vueltas en círculos con indecisión, se decidió por una de las esquinas y comenzó a tocar con sus patitas la superficie de madera polvorienta. Un susurro etéreo acompañó sus movimientos, y de repente, un trofeo comenzó a emerger del suelo.
El trofeo estaba hecho de ectoplasma transparente, y su apariencia era similar a la de un fantasma de aspecto inquietante. Tenía la forma de un niño vestido con la túnica negra característica de los estudiantes, pero su rostro estaba oculto tras una capa negra que le confería un aire de misterio. La figura en miniatura parecía flotar en el aire, emanando una luminiscencia espectral que iluminaba tenuemente el espacio circundante.
Cuando el fantasma en miniatura finalmente emergió completamente, salió de su estado de parálisis y cobró vida. Comenzó a desplazarse por el salón de trofeos con una gracia etérea, inspeccionando el lugar con curiosidad. Su movimiento era silencioso, pero la atmósfera que creaba estaba cargada de una presencia misteriosa y sobrenatural.
—¿Qué es esa cosa? —Preguntó Arturo, observando con asombro la figura fantasmal que se deslizaba por su salón de trofeos.
Wincy, emocionada, se acercó a Arturo para revelarle el misterio detrás de este trofeo especial:
—Arturo, este es un trofeo muy especial. Es un espectro conmemorativo, creado a partir de la esencia misma de tus logros y hazañas. Este pequeño fantasma representa tus triunfos en el mundo de lo desconocido, y siempre estará en tu salón de trofeos como un recordatorio de tus victorias —Explicó Wincy, con chispeantes ojos llenos de admiración
El espectro en miniatura continuaba su danza fantasmal, flotando alrededor de los trofeos de Arturo con una especie de reverencia como si reconociera al cazador de trofeos. El ectoplasma transparente se retorcía y se curvaba, creando la ilusión de risas silenciosas y alegres.
—Lo ganaste tras completar la misión de un fantasma. Aunque no puedes hablar con él, este fantasma siempre será un testigo silencioso de tus futuras hazañas —Añadió Wincy, mirando con afecto al pequeño fantasma.
Arturo, sorprendido y encantado, extendió su mano hacia el espectro, que respondió de manera juguetona moviéndose alrededor de sus dedos.
—¿Tiene alguna habilidad este trofeo? —Preguntó Arturo, intrigado por las posibles capacidades del espectro.
—Sí, aunque no se activa al tocarlo. Te recomendaría no andar tocando los trofeos de esa forma o terminarás muy mal —Dijo Wincy algo molesta— El fantasma permite tomar posesión del dormitorio de un difunto. Siempre y cuando brille, podrás usar su habilidad, pero como notas, el fantasma se encuentra brillando, por lo que puedes usar su habilidad cuando te apetezca.
—Interesante. ¿Y cómo selecciono al difunto del cual quiero apoderarme de su dormitorio? Además, ¿cómo recargo la habilidad del fantasma? —Preguntó Arturo, deseoso de comprender los detalles del proceso.
—Es complejo... —Respondió Wincy mientras meditaba la respuesta— Lo primero que debes considerar es que la primera selección ya fue hecha, y se trata de un dormitorio muy especial, por lo que no puedes elegir en dicha ocasión. De todas formas, tras usar ese uso tendrás que hacer un ritual para recargar al fantasma. En primer lugar, tendrás que encontrar a la persona a la cual quieras apoderarte de su dormitorio. Luego viene la parte complicada: tienes que cometer un crimen perfecto.
—¿Qué significa cometer un crimen perfecto? —Preguntó Arturo, con curiosidad y cierto desconcierto.
—Debes seleccionar a una persona con la cual tengas un vínculo en común. Luego, debes asesinarla sin que la persona se dé cuenta de que tú la mataste y sin que nadie sospeche que tú la has asesinado. Acto seguido, tendrás que ocultar el cadáver en la habitación donde mataste a la persona, la cual debe ser necesariamente la habitación en donde se da el vínculo entre ambas partes. El cadáver no desaparecerá hasta que sea descubierto, y solo cuando el fantasma del difunto aparezca en esa habitación será que serás premiado con la recarga de este trofeo conocido como “El crimen perfecto”.
—Comprendo casi todo, pero ¿qué significa tener un vínculo con una persona? Por ejemplo, ¿deberían ser mis compañeros de clase, los que están asignados a mi misma aula? Además, ¿cuándo es que el fantasma aparece? ¿Hay que hacer otro ritual para invocar ese fantasma? —Preguntó Arturo, buscando claridad en los detalles del procedimiento.
—No, el fantasma aparecerá si nadie descubre el cadáver y el mismo permanece escondido durante cinco años completos; ese es el tiempo que tarda en aparecer —Explicó Wincy— Por lo demás, estás en lo correcto. Puedes usar a un compañero de clase para hacer el ritual, pero dado el paso del tiempo, estimo que tendrás que usar un compañero de trabajo. Ten en cuenta que necesariamente deberás matarlo en el lugar donde se comparte el vínculo, es decir, el aula donde estudias o en la habitación donde trabajes.
—Parece que es casi imposible recargar este trofeo… —Respondió Pompón con amargura— Por lo demás, ¿cuál es la historia de este trofeo y de quién es el dormitorio especial que mencionas?
Wincy, asumiendo una expresión seria, comenzó a relatar la historia detrás del trofeo del «Crimen Perfecto». Hizo un gesto hacia el espectro que aún jugueteaba en el aire, como si estuviera ansioso por escuchar su propia historia:
> “La historia comienza con un estudiante llamado Tom, quien era conocido por ser bastante hábil en adquirir objetos valiosos entre sus compañeros de clase. Un día, tras conseguir un objeto especialmente raro, misteriosamente desapareció sin dejar rastro. Nadie pudo encontrarlo, ni siquiera sus mejores amigos. Fue como si se hubiera esfumado en el aire.
>
> Resultó que uno de sus compañeros de clase, en un acto de celos y codicia, lo había asesinado para robarle el objeto valioso. El asesino, calculador y astuto, escondió el cuerpo en el aula donde todos los días asistía para tener clases, de forma de tener vigilado que nadie nunca encontrara el cuerpo de Tom.
>
> Todo comenzó con este objeto único y de considerable valor. Lamentablemente, Tom pavoneo este objeto frente a todos sus compañeros y la noticia se extendió rápidamente entre los estudiantes, despertando envidia en el corazón de su asesino y dándole una gran coartada, dado que prácticamente toda la academia se había enterado de que Tom cargaba un tesoro. No obstante, el asesino fue malvadamente paciente y esperó al momento indicado para actuar: cuando ya toda la escuela se había llenado de rumores y murmullos sobre la preciada posesión de Tom, y las miradas de deseo y resentimiento se posaban constantemente sobre él.
>
> El día del asesinato, en medio de la algarabía de la escuela, el asesino embosco a Tom en el aula de estudiantes, de forma tal que ni siquiera Tom logro comprender quién lo había matado.
>
> Toda esta historia sería el relato de un asesinato normal como tantos otros que ocurren todos los dias en la academia, si no fuera porque la habilidad del asesino para borrar cualquier evidencia de su crimen y su destreza para ocultar el cuerpo fueron extraordinarias. Nadie sospechó de él, y el cadáver permaneció oculto durante cinco años completos sin ser descubierto. En ese momento, el espectro de la víctima del “Crimen Perfecto” apareció en el aula, marcando la culminación del ritual y la creación del trofeo”
—Tom fue el primer desafortunado que cayó bajo el poder del “El Crimen Perfecto”, y su dormitorio se convirtió en la primera carga de este trofeo —Concluyó Wincy con solemnidad.
Pompón y Arturo escucharon la historia con asombro y reflexión. La tragedia que rodeaba al trofeo del “Crimen Perfecto” les hizo comprender la gravedad de las acciones necesarias para recargar el trofeo. La sala se sumió en un silencio momentáneo, roto solo por el sutil movimiento del espectro en el salón de trofeos.
—Entonces, ¿el dormitorio que ganaremos es el de Tom? —Preguntó Pompón, comprendiendo el valor de la historia contada por la araña.
—Qué mierda, su hogar debe estar más que vacío… —Respondió Arturo, comprendiendo el problema de que todos ganaran el mismo dormitorio.
—No, es un dormitorio muy especial. Lo encontrarán como el asesino de Tom lo quería encontrar; seguramente aún guarda el objeto valioso que llevó al joven a su muerte —Dijo Wincy, alegrando el ambiente— Ya con tener el trofeo se te considera dueño de su dormitorio. No obstante, la contraseña cambia con el dueño del trofeo, y en esta ocasión es: “Salta, Salta, pequeño Copito”.
—¡Esa es nuestra contraseña! —Exclamó Pompón.
—Es la misma. Mientras digas las palabras mágicas para ir a tu hogar, tienes que pensar en algo que no sea tu hogar y en esta contraseña, tras lo cual podrás acceder al dormitorio de Tom, como su legítimo propietario —Aclaró Wincy.
—Cuando terminemos con los trofeos iremos, pero sería mejor terminar con este asunto antes de empezar a “saquear” ese dormitorio —Dijo Pompón, sintiendo la incomodidad de ver cómo las tareas siempre llegaban en el momento inoportuno, como una molesta bola de nieve que no paraba de crecer.
—Como ustedes quieran…—Dijo la tesorera, mientras comenzaba a dar vueltas en círculos nuevamente para elegir el siguiente lugar en donde colocar un nuevo trofeo.
A medida que Wincy buscaba el lugar perfecto para el próximo trofeo, la sala se llenó de un murmullo de expectativas y planes para los desafíos que aún les esperaban. Wincy, después de dar vueltas en círculos, encontró un lugar agradable en la sala para invocar el próximo trofeo. Se detuvo y comenzó a tejer con sus patitas un intrincado patrón en el aire, recitando palabras misteriosas. En medio de la danza arácnida, una figura etérea comenzó a emerger, tomando forma lentamente.
Lo que se materializó ante ellos era una hamburguesa caliente y suculenta, que constantemente chorreaba queso cheddar fundido. Un irresistible aroma a carne a la parrilla y queso impregnó la habitación, despertando los sentidos de Pompón, Arturo y hasta la propia Wincy.
—¡Oh, dioses! ¡Eso huele delicioso! —Exclamó Pompón, inhalando profundamente el tentador aroma.
—Es una hamburguesa de verdad… ¿Ese es el trofeo? —Preguntó Arturo, asombrado ante la sorprendente creación.
—Así es, queridos amigos. Este es el trofeo llamado “Hambruna”. No tiene ninguna habilidad especial, pero es conocido por otorgar una habitación especial a aquel que lo posea. ¡Disfruten de la deliciosa visión y aroma! —Anunció Wincy con entusiasmo.
La hamburguesa seguía caliente y fresca, emanando un olor que activaba instantáneamente el apetito. El queso cheddar derretido goteaba tentadoramente sobre la carne jugosa, y cada uno de los presentes no podía resistirse a la atracción de semejante manjar.
La araña, con el aroma de la hamburguesa suspendido en el aire, inició la narración de la historia del trofeo, sumergiéndose en el relato de las hazañas de un estudiante olvidado por muchos, pero cuya historia se tejía en el trofeo que tenían ante ellos:
> “En un oscuro rincón del tiempo, en una era donde la supervivencia navegaba con el barco de traición y desesperación, emergió la leyenda de Glossip, el que no descansa, cuyo nombre resonaría a través de las generaciones. En aquellos días sombríos, los comedores eran una quimera lejana, y los estudiantes luchaban por obtener sustento en medio de fuentes peligrosas y traidoras.
>
> Glossip no solo se enfrentaba a las penurias de la hambruna, sino también a la oscura realidad de un mundo donde la confianza era un lujo demasiado costoso. Sus compañeros, en busca de su propia supervivencia, se convertían en enemigos en la batalla diaria por un bocado de alimento. Era un escenario desolador donde la camaradería se desvanecía ante la urgencia de satisfacer necesidades básicas.
>
> En el corazón de este tumulto, Glossip forjó una conexión efímera, pero significativa con un muchacho, su mejor amigo, un lazo que parecía resistir los embates de la desesperación. Sin embargo, la brutalidad del entorno pronto les obligó a enfrentarse cara a cara con la crudeza del instinto de supervivencia. En un giro trágico, Glossip se vio obligado a arrebatar la vida de su compañero más cercano, una acción que dejó cicatrices indelebles en su alma y marcó el inicio de su descenso a la locura.
>
> Traiciones y alianzas efímeras eran el pan de cada día en el mundo despiadado, en donde la única riqueza de los hombres se medía en la panza que tenían. Incluso la conexión sentimental con su novia se desgarró en pedazos cuando la confianza se volvió un lujo que ninguno podía permitirse. El amor se convirtió en un sacrificio necesario en medio del hambre que engullía a todos.
>
> El peso de las acciones de Glossip se manifestó en las sombras de su mente, convirtiéndolo en un espectro de su antiguo yo. Cada traición, cada acto desesperado para asegurar su próxima comida, talló su cordura hasta alcanzar un punto de no retorno. Las noches eran testigos de sus pesadillas, donde las voces de los caídos resonaban como un eco constante en sus oídos.
>
> Glossip se transformó en una figura atormentada, sus ojos reflejando la pérdida de inocencia y la fractura de su espíritu, mientras que su cuerpo desnutrido y marchito apenas lograba darle las energías necesarias para buscar la comida de cada día.
>
> En sus noches inquietas, la visión de una habitación perdida entre las historias de cuento de hadas que le habían narrado sus antiguos amigos se convirtió en la única chispa que mantenía viva su esperanza. La leyenda hablaba de un lugar mágico donde todo era comestible, donde los manjares más deliciosos esperaban ser devorados y criaturas fantásticas hechas de comida convivían en armonía.
>
> Nadie creía en la existencia de tal paraíso. Sin embargo, su obsesión se volvió su razón de ser, su faro en medio de la oscuridad que lo rodeaba. Cada día, con determinación férrea, exploraba los rincones más remotos y peligrosos en busca de la entrada secreta a ese reino de delicias.
>
> En su odisea, Glossip enfrentó peligros inimaginables, desafió la lógica y enfrentó a los dioses más oscuros, hasta que, al final de sus días, encontró lo que muchos consideraban un mito. Oculta en el lugar menos esperado, en su propio hogar, descubrió la entrada a la tan anhelada habitación de fantasía.
>
> El instante en que la habitación mágica apareció, reveló un espectáculo de ensueño. El suelo era de verduras, las paredes de carne ahumada, y en el aire flotaba el aroma embriagador de frutas exóticas. Seres de fantasía, coloridos y risueños, hechos de todo lo que uno se pudiera imaginar, le dieron la bienvenida con sonrisas cálidas y lo invitaron a deleitarse con los manjares que se extendían hasta donde alcanzaba la vista.
>
> Glossip, en medio de lágrimas de alegría, se sumergió en un festín que parecía no tener fin. Cada bocado era una explosión de sabores, y la risa de las criaturas de fantasía llenaba el aire. El hombre, que había conocido la amargura y el dolor, se vio envuelto en una dicha que superaba cualquier imaginación.
>
> A medida que Glossip se sumergía en este paraíso, la realidad se desdibujaba, y la línea entre lo tangible y lo mágico se volvía tenue. Su descubrimiento, tan inverosímil como extraordinario, se convirtió en la leyenda que perduraría a través de las eras. Pero Glossip murió el mismo día que descubrió este cuarto maravilloso, ya estaba demasiado viejo y su marchito cuerpo había encontrado la paz que necesitaba para despedirse de este mundo.
>
> En su honor, un trofeo fue creado, una recompensa que trascendía el tiempo. A lo largo de las eras, la forma de obtener el trofeo fue cambiando, pero su esencia permaneció inmutable: “La llave a habitación de fantasía a la cual Glossip dedicó su vida en encontrar”. Curiosamente, este trofeo siempre adquiere la misma forma, la hamburguesa con la que Glossip celebró su última cena entre los vivos.”
La historia de Glossip, narrada por la araña tesorera, dejó una atmósfera reflexiva en la sala. Pompón, después de procesar la historia del estudiante valiente y su lucha por la supervivencia, comentó con solemnidad:
—Al menos murió sabiendo que la habitación existía.
Mientras tanto, Wincy se sumió en una frenética búsqueda del próximo lugar donde colocar un trofeo. Con histeria y dudas que reflejaban su intranquilidad, se movía de un lado a otro, inspeccionando cada rincón de la sala en busca del lugar perfecto.
Arturo, por otro lado, intentó despejar la pesadez del momento, señalando con optimismo:
—Siempre viene bien tener más espacio. Cada mascota necesita una habitación, y recientemente se nos han unido dos nuevos miembros a la familia.
Pompón asintió, y ambos amigos compartieron una sonrisa antes de que la araña tesorera irrumpiera en la conversación con un tono de histeria y muchas dudas:
—¡Chicos, chicos! ¡Tengo un problema! No sé dónde colocar el próximo trofeo. La sala se está llenando y no quiero que se sientan apretados. Además, ¿qué pasa si los trofeos se sienten celosos entre ellos? ¡Oh, dioses, esto es un dilema existencial! —Exclamó Wincy, moviéndose de un lado a otro con agitación.
Pompón y Arturo intercambiaron miradas divertidas antes de acercarse a Wincy para calmarla.
—Tranquila, Wincy. Seguro encontraremos un lugar adecuado ¿Qué tal si lo pones por allá? —Sugirió Pompón, tratando de distraer a la araña de sus preocupaciones.
Wincy, aunque aún nerviosa, asintió y se unió a la conversación.
—¡Sí! Digo, ¡no! ¡Quizás en la esquina noroeste, o tal vez un poco más lejos de las paredes! ¡Ah, las decisiones, las decisiones! —Murmuraba Wincy consigo misma mientras buscaba el lugar perfecto.
Arturo, entre risas, comentó: —No te preocupes, Wincy.
Wincy se sumió en una frenética búsqueda del próximo sitio donde colocar un trofeo. Con histeria y dudas que reflejaban su intranquilidad, se movía de un lado a otro, inspeccionando cada rincón de la sala en busca del lugar perfecto.
Después de un tiempo de búsqueda infructuosa, Wincy, visiblemente agitada, regresó cerca de la hamburguesa. Con una mezcla de alivio y determinación, comenzó a tejer su intrincado patrón en el aire, invocando el siguiente trofeo. La hamburguesa caliente continuaba emitiendo su delicioso aroma, como un testigo silencioso de las historias que se estaban desarrollando en el salón de trofeos.
Al finalizar su invocación, emergió un nuevo trofeo, y esta vez se presentó una manzana roja medio comida. Sobre la mordedura de la manzana, asomaba un alegre gusanito que se deslizaba hacia afuera de vez en cuando, como si estuviera disfrutando de su singular refugio. Wincy, con entusiasmo, anunció sus características especiales:
—¡Aquí está el trofeo «Estudiante Ejemplar»! Observen su magnificencia —Anunció Wincy, señalando la manzana roja con el gusanito juguetón.
Pompón y Arturo se acercaron con curiosidad a la nueva aparición. La manzana, aunque medio comida, seguía siendo tentadora con su color vibrante y su aspecto fresco. El gusanito, con ojos brillantes, parecía saludar a los presentes con alegría cada vez que se asomaba.
—¿Y qué hace este trofeo? —Preguntó Arturo, examinando la manzana con intriga.
Wincy, con una chispa en sus ojos, respondió:
—Su habilidad es otorgar un “Aprobado” en alguna de las asignaturas impartidas en la academia.
Arturo frunció el ceño, sin terminar de procesar completamente el significado de obtener un “Aprobado” en una asignatura gracias a un trofeo. Miró a Wincy en busca de explicaciones.
—¿A qué te refieres con dar un “Aprobado”? ¿Es lo que creo que es? —Preguntó Arturo con curiosidad.
Wincy, con emoción contenida, respondió:
—Oh, Arturo, esto es emocionante. Cuando digo “Aprobado”, me refiero a los legendarios favores divinos. Mientras que las asignaturas son representaciones de cada uno de los cinco dioses principales. Obtener un “Aprobado” significa que has capturado la atención de uno de ellos
—¿Y hace algo especial o es como la anterior ocasión? —Preguntó Arturo, intrigado por la idea de recibir nuevamente el favor de los dioses.
—Esa es la parte maravillosa ¡No hacen absolutamente nada! Siempre que obtengas un “Aprobado” es una habilidad pasiva sin efecto alguno —Respondió Wincy con entusiasmo— Pero, aquí está el truco. Te permiten aprobar el gran examen sin siquiera hacerlo. Es como si los dioses reconocieran tu esfuerzo y te otorgaran el pase directo a una vida llena de aventuras y diversión.
Con regocijo, Pompón recibió la tarjeta que danzaba en lo alto del cielo, y al descubrir que, una vez más, la bendición provenía de Aldor, el abuelo, se encontró ahora con dos favores divinos dotados de la misma habilidad aparentemente inútil, aunque seguían sumando en sus registros.
—Ya son cuatro favores, Arturo. Estás a las puertas del redondo y poderoso número cinco —Exclamó Pompón con una expresión de felicidad.
Arturo, sin embargo, respondió con una mezcla de resignación y molestia:
—Antes, todo esto me emocionaba un poco más, pero desde que el cerdo se comió cien monedas, siento que mi camino en la vida consiste en descubrir misterios y aprovecharme de ellos. No sé cuántas monedas ganaré por un trabajo, pero dudo que sean tantas como las que se comió nuestra querida mascota...
Mientras Pompón y Arturo continuaban su conversación sobre los favores divinos y el incidente del cerdo, Wincy se embarcó en una búsqueda frenética en el salón de trofeos. Después de unos minutos de exploración meticulosa, finalmente, con una mezcla de determinación y excitación, encontró el lugar perfecto para revelar el próximo gran trofeo.
—¡Chicos, vengan aquí! ¡He encontrado el lugar ideal para el próximo gran trofeo! —Anunció Wincy, llamando la atención de Pompón y Arturo.
Ambos se acercaron con curiosidad, dejando de lado su discusión anterior para centrarse en el nuevo trofeo que la araña estaba a punto de revelar. La sala vibraba con una energía única mientras esperaban la presentación del siguiente tesoro.
Wincy, con sus patitas temblorosas de anticipación, invocó con cuidado el nuevo trofeo en un rincón especial del salón. Este trofeo, a diferencia de los anteriores, evocaba una sensación de misterio y secreto. Se trataba de un intrincado aparato de metal, con múltiples tubos y válvulas que se entrelazaban en una compleja red. En el centro del dispositivo, una esfera de cristal transparente revelaba un intrincado laboratorio en miniatura. Dentro, diminutas personitas vestidas con batas de laboratorio trabajaban diligentemente, manejando frascos y equipos mientras llevaban a cabo experimentos no muy saludables.
—¡Aquí está el siguiente gran trofeo! Se llama, «El renacimiento de Adam» —Anunció Wincy con entusiasmo.
Ambos, Pompón y Arturo, observaron con intriga el artefacto recién revelado. La araña continuó explicando:
—Su utilidad es única y poderosa. Este artefacto puede cambiar la alineación de una persona en dos sentidos, transformándola ya sea en alguien bueno y virtuoso o, por el contrario, en alguien malvado y corrupto.
Pompón, captando la magnitud de la capacidad del artefacto, expresó su asombro:
—¡Es impresionante! ¿Cómo funciona exactamente? ¿Realmente corrompe la cabeza de quien lo usa o solo cambia tu alineación?
Wincy, con una chispa de emoción, respondió:
—No te afecta mentalmente, solo cambia tu alineación. Este artefacto viene cargado con un uso, tras lo cual todos los científicos en el laboratorio morirán y deberás reponerlos. Para ello, deberás sacrificar una parte de tu cuerpo, la que elijas entre las posibles.
Arturo, contemplando el artefacto con una mezcla de fascinación y precaución, preguntó:
—¿No es peligroso?
Wincy, con una mirada más seria, respondió:
—Sí, Arturo, es extremadamente poderoso y potencialmente peligroso. Por eso, debemos ser cautelosos con su uso. Este artefacto tiene el poder de cambiar vidas y destinos, y su manipulación debería ser considerada con extrema responsabilidad. Ya sabes, es un camino de ida, y la vuelta es muy cara. Las partes de tu cuerpo a sacrificar nunca son simples dedos.
Ante la advertencia de Wincy, Arturo asintió con seriedad, comprendiendo la magnitud de la responsabilidad que conllevaba el uso del trofeo. La idea de sacrificar una parte de su propio cuerpo para reponer a los científicos fallecidos agregaba un elemento de peligro y peso moral a la ecuación.
—Lo tendré en cuenta. Por ahora, creo que es mejor no utilizarlo. No estoy seguro de estar listo para enfrentar las consecuencias que conlleva —Declaró Arturo, dándole un último vistazo al trofeo.
Mientras tanto, Wincy, decidida a encontrar un lugar apartado y sombrío para invocar los trofeos que habían sido “regalados” por Juampi, guió a Arturo y Pompón a un rincón apartado del salón de trofeos. La araña tesorera comenzó el proceso de invocación, tejiendo sus patrones mágicos en el aire con una destreza arácnida única.
De repente, en un parpadeo oscuro y ominoso, los cuatro trofeos surgieron ante ellos, cada uno más perturbador que el anterior. Una atmósfera de inquietud se apoderó del lugar, mientras Wincy presentaba los grotescos trofeos.
Primero, un par de ojos flotaban inquietantemente en un frasco de líquido aceitoso. Los iris seguían moviéndose erráticamente, como si aún estuvieran conscientes del entorno, generando una sensación de malestar en quienes los observaban.
A continuación, un par de piernas en miniatura, amputadas y apuñaladas por dos agujas, pendían del siguiente trofeo. Las extremidades mutiladas parecían querer avanzar, aunque estuvieran despojadas de su cuerpo original.
El tercer trofeo presentaba dos brazos amputados, cosidos por ambos extremos en una amalgama grotesca que simulaba un gusano. La costura era precisa y meticulosa, como si alguien hubiera intentado formar un objeto extraño uniendo estas partes del cuerpo de manera siniestra.
El último trofeo, quizás el más perturbador, era un frasco lleno de tierra repleto de gusanos retorcidos y viscosos. La tierra se movía con actividad repulsiva mientras los gusanos se retorcían en una danza macabra.
Ante la visión de estos trofeos aberrantes, Arturo y Pompón se quedaron en silencio, asimilando la repulsión que emanaba de estas creaciones. La araña, con cierta satisfacción, explicó:
—Estos son los regalos de Juampi. No son los trofeos más convencionales, pero cada uno tiene su propio significado. Son representaciones de las partes del cuerpo humano que le fueron arrebatadas a tu esclavo, un recordatorio de la fragilidad y la morbosidad que Juampi quiso compartir con nosotros. Las piernas y brazos son las extremidades que Juampi intercambió para acortar su condena, los ojos le fueron arrebatados en su cumpleaños número 18. Mientras que el frasco de tierra representa el pacto que firmó con la entidad parasitaria, que ahora es tu mascota, el mismo funciona como un multiplicador a la hora de pagar su condena.
Wincy, con su voz tranquila, pero cargada de misterio, continuó:
—Estos trofeos no otorgan habilidades específicas a un aprobado, pero su valor radica en la representación de la oscura realidad y en que, al igual que el resto de trofeos, son coleccionables. Son una expresión única de una visión del mundo que nunca llegan a apreciar los aprobados, y ahora son parte de nuestro salón de trofeos ¿Qué opinan sobre estos curiosos objetos?
Arturo, observando los trofeos grotescos que ahora adornaban el salón, planteó una pregunta que flotaba en el aire:
—Están muy bien, pero ahora que Juampi nos regaló estos trofeos, ¿su pacto no fue roto?
Wincy, la araña tesorera, respondió con seguridad:
—No creo. Pongas donde pongas el trofeo, el pacto debería mantenerse en pie. Además, los trofeos de los desaprobados son comercializables, y puedes deshacerte de ellos si así lo deseas, pero no lo recomiendo —Aclaró, mirando con orgullo la gran cantidad de trofeos que habían aparecido en el salón.
Arturo asintió, aceptando la explicación de Wincy. Aunque los trofeos de Juampi añadieron un toque sombrío al salón, también fortalecieron la diversidad y singularidad de la colección.
—Entonces, ¿qué sigue? —Preguntó Pompón, ansioso por explorar más el intrigante mundo y sus misterios.
Wincy, con su habitual entusiasmo, respondió:
—Ahora, podemos seguir explorando y buscando nuevos trofeos. Hay un mundo de posibilidades esperando ser descubierto. Además, siempre hay historias detrás de cada trofeo, y cada historia agrega capas de significado a nuestro salón.
El capítulo llegaba a su fin, pero el viaje de Arturo y Pompón, junto con su peculiar araña tesorera, apenas comenzaba. En la penumbra del salón de trofeos, la próxima historia aguardaba su turno para ser revelada.