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14 - Titulo Honorifico

El tiempo avanzó, y cuando Arturo se dio cuenta, todo un día había transcurrido. Afortunadamente, no hubo más ataques, lo que sugería que pocas personas conocían el rumor sobre este ritual. Además, teniendo al principal distribuidor de rumores de su lado, era relativamente fácil mantenerlo en secreto al menos por un día.

Cuando finalmente llegó el momento, Arturo no dudó ni por un segundo y pronunció las siguientes palabras mágicas:

> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”

El cuerpo de Arturo comenzó a desvanecerse y regresó a su habitación. Ante lo cual el jorobado descubrió que increíblemente los minihumanos seguían celebrando. Sin embargo, este hecho no sorprendió tanto a Arturo, ya que había descubierto muchas cosas durante su extensa charla con Momo durante el largo día que estuvo encerrado en el aula abandonada.

Aunque parezca sorprendente, todo indicaba que más de un milenio había transcurrido a lo largo de estos días; es decir, estos días de Arturo habían durado más milenio para el resto del mundo. El jorobado no comprendía por qué había ocurrido esto, y aparentemente, Momo tampoco lo entendía, o al menos no parecía tener ganas de hablar al respecto, lo que creó un ambiente incómodo. A pesar de ello, Arturo logró descubrir el motivo por el cual los minihumanos estaban tan contentos, al fin a cabo un milenio era una larga espera para ver a sus “dios” regresar.

Por lo demás y aunque fuera difícil de digerir, un milenio más o menos le resultaba completamente indiferente a Arturo, ya que desde la muerte de sus compañeros de clase, no había tenido a nadie más en su vida además de sus mascotas, y estas estaban a salvo. Por otro lado, los minihumanos aparentemente habían vivido en tranquilidad y armonía durante un milenio, lo cual no resultaba extraño dado que su ecosistema era perfecto.

Lo verdaderamente extraño era que estas peculiares criaturas no mostraban iniciativa para construir cosas por su cuenta ni para modificar su mundo más allá de lo necesario. La habitación de Arturo era prácticamente la misma en líneas generales. Aunque los rostros de los minihumanos eran distintos y algunos de los lugares que utilizaban tenían ligeras variaciones, pero desde la perspectiva de Arturo, todo parecía idéntico.

Durante estos mil años, muchas cosas habían ocurrido, pero deliberadamente, Momo no había hablado mucho sobre el tema, o parecía haber olvidado muchas de las cosas que eran importantes hace mil años. Desde la perspectiva de Arturo, el único cambio evidente por el momento era que parecía que la luna de sangre no había descendido del cielo en más de un milenio. Lo cual era llamativo y un poco perturbador; sin embargo, Arturo no parecía haber comprendido el motivo y por desgracia el inteligente del grupo, Anteojitos, no había podido espiar en la conversación dado que estaba más preocupado por la invasión de posibles intrusos en la habitación que en la charla ente Momo y Arturo.

Durante su conversación con Momo, Arturo compartió el rumor de que en catorce días se llevaría a cabo el gran sacrificio, con la esperanza de que algún estudiante astuto pudiera verificarlo y usar ese rumor a su favor. Sin embargo, Momo reveló que no muchos estudiantes utilizaban su libro de rumores en estos tiempos, por lo que incluso compartiendo activamente el rumor, es probable que no llegara a muchos oídos en catorce días. Arturo luchó por creer que los estudiantes no estuvieran utilizando el libro de rumores, y Momo aparentemente no sabía la respuesta del motivo por el cual usaban su libro tan poco, o tal vez la sabía y no podía decirla.

La realidad era que sin la ayuda de Momo los planes de Arturo para salvar a sus compañeros se desvanecieron en el aire, y ahora todo dependía de la suerte de cada uno de ellos. La incertidumbre y el misterio que rodeaban a este extraño mundo seguían sin resolverse, y Arturo se dio cuenta de que tendría que enfrentar cualquier desafío que se presentara sin contar con una noción de los acontecimientos más recientes en este milenio.

Volviendo a la actualidad, Arturo había pasado todo un día luchando por no quedarse dormido. Lógicamente, estaba extremadamente cansado, pero también experimentaba un hambre voraz, ya que no había comido adecuadamente en varios días. Por lo tanto, el joven decidió que finalmente había llegado el momento de sacar la torta de cumpleaños de su inventario. Afortunadamente, sin importar cuánto tiempo hubiera transcurrido, la torta no podía pudrirse en el inventario, por lo que esta antigua delicia debería estar en perfectas condiciones.

Acercándose al espejo, Arturo convocó su inventario y extrajo la torta. La cual no era exactamente una torta en el sentido convencional; en su lugar, era una canica negra, algo con lo que Arturo ya estaba familiarizado. Tras buscar un poco, el jorobado dejó la canica en un lugar relativamente espacioso en el suelo de su habitación, a pesar de que en realidad no había espacio debido a que en esta parte del suelo le pertenecía a un campo de los minihumanos. Sin embargo, el plan de Arturo era hacer que Anteojitos hiciera levitar la torta, al menos hasta que pudiera cortarla en pedazos y guardarla de manera más conveniente en la habitación; confiando en que los minihumanos no tocarían las porciones, ya que Copito podría indicarles que no lo hicieran.

Cuando la canica negra tocó el suelo, esta comenzó a hundirse y del techo de su cuarto, que actualmente simulaba ser un hermoso cielo, descendió un gran plato de plata con una inmensa torta de tres pisos sostenida por unos globos de fiesta.

La majestuosa torta de tres pisos que descendió del techo de la habitación de Arturo era una verdadera obra maestra. Estaba decorada con una atención meticulosa a los detalles, donde cada piso de la torta estaba cuidadosamente diseñado y presentaba una apariencia única.

El primer piso de la torta era de un vibrante color rojo, decorado con intrincados remolinos dorados que se retorcían alrededor de su superficie. En la parte superior de este piso, se encontraban trece velas que arrojaban una luz dorada brillante que iluminaba la habitación. Las velas estaban rodeadas de pequeñas flores de azúcar en tonos amarillos y naranjas que añadían un toque de color y frescura.

El segundo piso de la torta era de un azul profundo y estaba adornado con detalles de encaje blanco que le daban un aspecto elegante y delicado. Aquí, se encontraban otras cuatro velas, dos a cada lado, que emitían una luz suave y azulada, creando una atmósfera calmada en la habitación. Pequeñas mariposas de azúcar decoraban este piso, añadiendo un toque de encanto.

El tercer y último piso de la torta era de un blanco puro. En la parte superior, se encontraba una vela especial, más grande y majestuosa que las anteriores, que brillaba intensamente en un tono dorado. Esta vela central representaba el momento de la celebración y estaba rodeada de detalles en relieve que mostraban pequeños personajes disfrutando de una fiesta.

En total, había dieciocho velas en la torta, cada una representando un año de celebración. A pesar de la antigüedad de la torta, se veía impecable y deliciosa. El aroma a vainilla y frutas frescas llenaba la habitación, haciendo que el hambre de Arturo se intensificara aún más. La visión de esta magnífica torta era un verdadero regalo para los ojos y un recordatorio de que siempre era un buen momento para celebrar con un buen postre.

—Agradezco a los dioses que me hayan concedido este peculiar gusto por las tortas grandes —Comentó Arturo mientras procedía a cortar la torta con lo que tenía a mano, es decir, sus manos.

Arturo se tomó más de una hora entera en cortar la torta y disfrutar de cada bocado. Mientras tanto, Anteojitos también se unió a la festividad gastronómica de una manera peculiar; su forma de comer era algo extraña. Observaba fijamente un objeto hasta que este era succionado por su gran ojo y desaparecía en su interior, como si se tratara de un agujero negro de apetito insaciable.

Por su parte, Copito también se sumó a la celebración y devoró su porción de torta, aunque Arturo no tenía ni idea de cómo lo hacía. La comida parecía entrar en su peludo cuerpo y desvanecerse, a pesar de que la criatura no parecía ser más que una bola de pelos con ojos.

Después de haber saciado su apetito y disfrutado de la torta, todavía quedaba una generosa porción. Arturo decidió guardarla para más tarde y se dirigió hacia el santuario con el objetivo de obtener un merecido descanso.

Una vez llegó al santuario, Arturo observó a su alrededor, notando que aparentemente nada había cambiado en este lugar. El tiempo parecía no haber transcurrido en este rincón sagrado. Las magníficas estatuas de los dioses imponían su presencia, y la soledad del lugar era abrumadora.

Utilizando el poder del azúcar que le había otorgado la deliciosa torta, Arturo logró no desmayarse a mitad del camino y finalmente llegó al santuario de Felix. Allí, encontró al sacerdote durmiendo cómodamente, como si el tiempo no hubiera pasado en absoluto. La ofrenda a Felix que él había hecho seguía ardiendo bajo los pies de la estatua, y la cama improvisada con almohadas no había sido desacomodada.

—Cuesta creer que Momo no me esté gastando una broma… —Dijo Arturo, considerando que era imposible que todo en este santuario hubiera permanecido intacto durante mil años. Sin embargo, era consciente de que era el único que podía visitar este santuario y testificar su estado inalterado a lo largo del tiempo.

Sin perder tiempo, Arturo caminó hacia su cama de almohadones y se desplomó en ella. Cuando finalmente abrió los ojos, el sacerdote lo miraba con una curiosidad innegable.

—Arturo, así que finalmente has vuelto a dormir en esta cama. Quién lo hubiera dicho, durante estos largos años en que no nos vemos, estás exactamente igual que la última vez que hablamos... —Dijo el sacerdote con mucha calma, aparentemente contento por la visita de Arturo.

—¿Pasó realmente un milenio? Me cuesta creerlo... —Respondió Arturo, aunque parecía que era realmente el caso, dado que ni el sacerdote ni Momo parecían ser capaces de llevar a cabo una broma tan elaborada.

—Al parecer, tu despreocupación te ha llevado por caminos desconocidos y exóticos. ¿No estás contento por ello?—Preguntó el sacerdote con calma.

—La verdad es que me es indiferente el paso del tiempo, como a casi todos. Después de haber aprobado el gran examen y sin haber firmado un contrato, soy bastante libre... —Reflexionó Arturo mientras meditaba seriamente sobre estas palabras— Aunque aún corro con apuro hacia una fuente de comida.

—Como te había dicho: ¡Tienes toda una vida por delante! Aparentemente, estos mil años de reflexión te han dado un poco más de sabiduría—Respondió el sacerdote, inconsciente del hecho de que esos mil años habían sido apenas un par de días para Arturo—Pero si has venido hasta este santuario luego de tanto tiempo, debe ser porque Felix así lo quiere. Y de hecho, tengo una misión para que realices, Arturo.

Arturo se sintió emocionado al escuchar la palabra “misión”. Sin embargo, su emoción también estaba acompañada de una curiosidad natural sobre las posibles recompensas que podrían estar en juego:

—Una misión, ¿de verdad? Estoy entusiasmado por la oportunidad, pero también tengo que preguntar, ¿qué tipo de recompensas podrían estar involucradas en esto?

El sacerdote de Felix sonrió con calma y comenzó a hablar con una voz suave y reflexiva:

—Arturo, has pasado un milenio en meditación y reflexión, y eso es un logro en sí mismo. Pero debes entender que las recompensas materiales no son lo que realmente importa en la vida. La sabiduría que has adquirido a lo largo de estos años es una recompensa en sí misma. La búsqueda constante de posesiones y riquezas puede llevar a la avaricia y la insatisfacción.

El sacerdote continuó: —La verdadera riqueza se encuentra en el conocimiento, la comprensión y la búsqueda de la verdad. Las posesiones materiales son efímeras y pueden perderse en un instante. Pero lo que aprendes, lo que experimentas y cómo creces como persona, eso es lo que realmente perdura. No debes medir tu éxito por lo que tienes en términos de bienes materiales, sino por quién eres como individuo y cómo has tocado la vida de los demás.

Arturo escuchó atentamente las palabras del sacerdote y, aunque entendía el mensaje sobre la importancia de la sabiduría y la búsqueda del conocimiento, no pudo evitar sentir una cierta decepción:

—Entiendo lo que dices, y aprecio la sabiduría detrás de esas palabras. Pero, ¿no hay alguna recompensa tangible que pueda obtener? Algo que pueda usar para ayudar a los demás o para hacer una diferencia en este mundo. Durante mi tiempo aquí, he aprendido que a veces las posesiones materiales pueden ser herramientas poderosas para lograr cambios positivos.

El sacerdote asintió con comprensión y luego respondió: —Arturo, entiendo tus preocupaciones, pero debes entender que las recompensas de nuestras misiones no son de naturaleza material. En lugar de buscar riquezas tangibles, te animo a buscar la riqueza del alma y el conocimiento. Las misiones que realizamos están destinadas a promover la moralidad, la justicia y el bienestar de todos. Al final del día, la verdadera recompensa es el impacto que tienes en la vida de los demás y la contribución que haces al bien común.

Arturo reflexionó sobre las palabras del sacerdote y comenzó a comprender la perspectiva detrás de ellas. Durante su tiempo en este mundo, había aprendido que las prioridades y valores de cada persona podían ser muy diferentes de lo que había experimentado durante su educación en la escuela. Pero… También había aprendido que le gustaba recolectar paquetes misteriosos en su inventario, por lo cual respondió:

—Tienes razón, sacerdote. Tal vez estaba enfocando mis prioridades de manera incorrecta. Aprecio la oportunidad de recibir una misión y ayudar en lo que pueda, independientemente de las recompensas materiales—Arturo expresó su aceptación con sinceridad y gratitud, no obstante luego dio un giro brusco y comentó—Sin embargo, lo cierto es que tengo otras cosas para hacer y si no hay nada que ganar puedes buscarte a alguien más despreocupado. Me imagino que entre los miles de jóvenes como yo, debe haber alguien que no le interesan las recompensas de una misión.

—Oh, me temo que nos hemos quedado sin muchos seguidores en estos tiempos oscuros …—Respondió el sacerdote con algo de incomodidad al ser consciente de la disminución de seguidores de Felix.

—¿Felix se ha desinteresado tanto que ya no otorga sus favores?—Preguntó Arturo con una mirada preocupada.

El sacerdote explicó: —Felix nunca otorga sus favores de manera directa; son otras criaturas las que actúan como intermediarios, de lo contrario, nuestra fe no funcionaría como debería, y como seguidor de esta religión, supongo que comprenderás el motivo. Sin embargo, el problema radica en el Rey Negro. Él otorga sus favores de forma directa y desafortunadamente, son irresistibles.

—¿Tan poderosos son sus favores?—Preguntó Arturo con creciente incomodidad, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda mientras consideraba las implicaciones de esa información.

El sacerdote respondió con seriedad: —El favor de Felix se mide en una escala de 1 a 5, mientras que el del Rey Negro varía de 25 a 100. No es casualidad que estos números sean una burla a los otros dioses. El Rey Negro otorga la perfección como puntuación mínima y hasta cinco veces la puntuación perfecta de los otros cinco dioses como máxima.

Arturo quedó atónito:

—¿100 favores? ¿Es realmente tan poderoso?

El sacerdote asintió:

—Es un dios, no una simple criatura, Arturo. Para él, otorgar tal poder es trivial, y además, no sigue las normas ni respeta a los otros dioses. Es una de las razones por las que muchos lo idolatran y lo buscan a pesar de los riesgos. Sin embargo, también es cierto que cada vez menos personas aprueban los exámenes de los otros cinco dioses. Por lo que en lugar de eso, optan por la guerra, donde pueden obtener los favores del Rey Negro con mayor facilidad, ya que no es fácil matar a alguien de raza.

Arturo procesó la información y se dio cuenta de la gravedad de la situación en la que se encontraban. Sus pensamientos se agolparon en su mente mientras intentaba comprender el aparente amor de las personas hacia el Rey Negro.

—Me imagino que si luchara contra criaturas, ellas no podrían bloquearme. Además, con cien favores en mi cuerpo, sería una máquina de matar… —Comentó Arturo, reconociendo el inmenso poder de seducción que tenía el Rey Negro—Pero, ¿por qué nadie le teme al Rey Negro? Es un dios que apareció de la nada y concede favores exóticos. Es lógico que no sea de fiar. El Rey Negro los sacrificará a todos.

El sacerdote respondió con calma y algo de ironía:

—Mírate, hablando como un heraldo, pero no. El Rey Negro ha estado otorgando sus favores durante más de un milenio y nunca ha sacrificado a nadie. ¿Por qué lo haría en los próximos cien años? Esa mentalidad ha llevado a que solo los bufones, los astutos e incapaces elijan opciones más seguras. Aparentemente, los descartables de tu época, también conocidos como bufones en estos tiempos, no pueden ser convocados a la guerra. Los astutos son salvados por Lysor, el único dios que se opone activamente al Rey Negro. Mientras que los incapaces son guiados por los conejos, quienes nunca olvidaron quién era el Rey Negro. No obstante, para las personas de tu raza los 5 dioses que tú seguías firmemente son dioses olvidados, antiguos y de poca utilidad. Por eso mismo los actuales seguidores de nuestra fe son una mezcla de retrasados y personas discapacitadas.

La explicación del sacerdote dejó a Arturo con la piel de gallina. La magnitud del problema era asombrosa. En catorce días, todos estarían en peligro, y Arturo comprendió que lo que se avecinaba era mucho más grande que un simple sacrificio en la plaza donde se realizaban las famosas “Contrataciones”. Si lo que decía el sacerdote era cierto, el Rey Negro estaba en condiciones de sacrificar a casi toda su raza, y esto parecía ser el verdadero armagedón que el heraldo había profetizado en su carta.

—Pero en menos de 14 días, ¡todos morirán! ¡El Rey Negro no es de fiar! —Gritó Arturo desesperadamente, consciente de que se enfrentaba a una catástrofe inminente.

El sacerdote, sorprendentemente tranquilo, le preguntó: —Arturo, mírame y dime, ¿eso te preocupa?

Arturo se sintió desconcertado por la pregunta del sacerdote. No podía comprender cómo alguien podría ser tan imperturbable ante la amenaza que se cernía sobre todos ellos. Finalmente, el sacerdote continuó:

—Con Félix de tu lado y sin haber aceptado nunca el abrazo del Rey Negro, ¿por qué tendrías que preocuparte tanto? Todo saldrá bien para ti.

Las palabras del sacerdote sumieron a Arturo en un estado aún mayor de desconcierto, y no pudo evitar expresar su preocupación:

—¿Acaso no te importa que nuestra raza muera? Sin ella, estos santuarios estarán vacíos.

El sacerdote respondió con calma y sabiduría:

—Arturo, estás sobredimensionando el problema. Estas personas serán sacrificadas, no asesinadas. Siempre, el sacrificio deja algo a las personas de tu raza. Así que cuando estos tiempos oscuros terminen, otros tiempos más dorados llegarán, y la historia se repetirá hasta el final de los tiempos. Mientras tanto, nosotros no debemos preocuparnos por estas cuestiones ajenas a nuestra realidad y viviremos felices, como lo es Félix.

El sacerdote pausó por un momento, antes de continuar:

—No obstante, incluso en estos tiempos oscuros, no estaría de más que devolvieras un poco del favor que Félix te ha dado y completes su misión.

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Arturo sintió una profunda reflexión en las palabras del sacerdote. Aunque todavía estaba preocupado por el destino de su raza, comenzó a comprender la perspectiva del sacerdote y la forma en que veían el mundo en estos tiempos.

—Entiendo lo que dices, y aprecio tu sabiduría, pero no puedo evitar preocuparme por aquellos que enfrentarán el sacrificio—Arturo respondió con sinceridad.

El sacerdote asintió con comprensión y respeto por los sentimientos de Arturo:

—Esa preocupación demuestra tu nobleza de espíritu, Arturo. No obstante, debes recordar que cada uno de nosotros tiene su papel en este mundo, y a veces, esos roles no están en nuestras manos. Si Félix te ha encomendado una misión, es importante que la cumplas. ¿Estás dispuesto a hacerlo?

Arturo reflexionó sobre las palabras del sacerdote y finalmente asintió con determinación:

—Sí, estoy dispuesto a cumplir la misión que Félix me ha dado, y haré todo lo posible para asegurarme de que sea exitosa.

El sacerdote sonrió con aprobación y respondió:

—Eso es lo que esperaba escuchar, Arturo. Ahora, déjame contarte los detalles de tu misión y cómo puedes llevarla a cabo. Si la completas, recibirás una ofrenda como regalo y serás galardonado con un título honorífico.

Arturo, enojado y feliz por esta nueva información, preguntó con incomodidad:

—¿Un título honorífico? ¿Por qué no mencionaste esto antes? Hubiera aceptado la misión de inmediato. No tengo ningún título honorífico, así que incluso si es un título insignificante, sigue siendo valioso para mí.

El sacerdote respondió con calma y un toque de burla:

—Quería charlar contigo un poco, Arturo. Si te hubiera revelado la recompensa de inmediato, habrías aceptado la misión de forma precipitada y habrías salido corriendo del santuario para completarla. Después de años entregando misiones, me he vuelto bastante hábil en este asunto.

Arturo entendió la estrategia del sacerdote y asintió con una sonrisa:

—Lo entiendo, sacerdote. Aprecio que hayas tomado el tiempo para hablar conmigo y explicarme todo. Estoy listo para escuchar los detalles de la misión y hacer lo que sea necesario para completarla.

El sacerdote asintió con satisfacción y comenzó a compartir los detalles de la misión que Arturo debía llevar a cabo en nombre de Félix. Tras escuchar un poco a misión, Arturo comprendió que la misión no le demoraría demasiado tiempo, por lo que con entusiasmo dijo las siguientes palabras mágicas y volvió a su dormitorio:

> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”

Tras desaparecer y reaparecer, Arturo se encontró de nuevo con sus mascotas. Con inteligencia, el jorobado aún no había invocado a la mascota que había ganado en el ritual, ya que eso significaba una boca más que alimentar y la comida era escasa en estos momentos. Por lo tanto, ese asunto tendría que esperar. Aun así, tenía dos fieles compañeros que podrían ayudarlo en la próxima misión.

—Anteojitos, Copito, prepárense, tenemos que llevar a cabo una gran misión—Dijo Arturo con determinación.

Anteojitos, que estaba curioseando el mundo de los minihumanos, volvió su atención a Arturo y asintió afirmativamente. Mientras que por su parte, Copito salió del castillo y se posó en el hombro de Arturo, mostrando sus ganas de cooperar en la siguiente misión. Con sus fieles mascotas listas, Arturo miró el espejo en su habitación y pronunció las siguientes palabras mágicas:

> “En un lugar secreto me encuentro, donde la piedad se eleva en lo alto. A los dioses tributo sincero guardo, y mi nombre es abrigo, divino y exacto, ¿Dónde estoy?”

Mientras las palabras mágicas salían de su boca, Arturo, comenzó a concentrarse mentalmente en el santuario que había visitado durante toda su infancia, mientras repetía incesantemente en su mente: «El santuario para estudiantes, el santuario para estudiantes, el santuario para estudiantes...»

La superficie del espejo comenzó a distorsionarse lentamente, mostrando sobre su reflejo el modesto santuario de estudiantes. Sin embargo, el santuario estaba notoriamente vacío, con solo unos pocos estudiantes que se veían discutiendo en pequeños grupos. La mayoría de ellos eran muy jóvenes o niños. Sin dudarlo, Arturo atravesó el espejo y desapareció en el aire.

Cuando recobró la noción del lugar, se encontró en el santuario una vez más. Sin embargo, notó que el sitio había experimentado cambios significativos desde su última visita. En primer lugar, las estatuas de los cinco dioses habían sido desplazadas hacia las paredes de la habitación, creando más espacio en el centro. Además, ya no había ofrendas bajo las estatuas de los dioses, y estas habían sido vandalizadas.

Cada una de las estatuas de madera había sido objeto de un desprecio descarado por parte de aquellos que las profanaron. Los detalles cuidadosamente tallados de las estatuas habían sido desfigurados con garabatos grotescos y obscenos. Los trazos de tinta y los arañazos marcaban la superficie de la madera, como si alguien hubiera querido borrar la antigua reverencia que se les tenía a los dioses.

Mientras que las expresiones serenas y sagradas de las estatuas que una vez Arturo había idolatrado habían sido reemplazadas por muecas burlonas y grotescas. Los ojos de los dioses ahora parecían mirar con enojo y desprecio, en lugar de la paz y la benevolencia que solían transmitir. Los labios tallados en un suave gesto de serenidad se habían convertido en muecas maliciosas y retorcidas.

Los estudiantes que habían cometido esta profanación parecían haberse tomado su tiempo para asegurarse de que las estatuas quedaran irreconocibles, casi como si estuvieran ganando algo por realizar estos despreciables actos. Grafitis y palabras obscenas cubrían la superficie de la madera, formando un contraste impactante con la antigua solemnidad de los dioses que Arturo conocía.

A pesar de las profanaciones a las estatuas de los dioses, lo más llamativo en el lugar era una gigantesca e imponente estatua de oro que se encontraba en el centro de la habitación. Todo indicaba que esta estatua representaba al Rey Negro. Arturo no pudo evitar sentirse atraído por esta estatua y lo cierto es que cualquiera que la viera sentiría lo mismo.

La imponente estatua del Rey Negro se alzaba en el centro del santuario, dominando la habitación con su presencia majestuosa. Sentado en un trono de ébano oscuro y pulido, el Rey Negro emanaba una aura de poder indomable. Su figura estaba perfectamente esculpida en oro macizo, lo que le confería un brillo dorado y una impresionante sensación de riqueza y opulencia.

El Rey Negro estaba vestido con una armadura ornamentada que resplandecía con detalles intrincados. La armadura cubría todo su cuerpo, desde los hombros hasta los pies, y estaba decorada con patrones de rosas rojas y celestes. Cada placa de la armadura parecía haber sido meticulosamente diseñada para proteger al Rey Negro en la batalla, y no permitía que ninguna parte de su cuerpo quedara expuesta. Un casco elaborado cubría la cabeza del Rey Negro, ocultando su rostro por completo, excepto por dos ojos penetrantes hechos de rubíes deslumbrantes. Los ojos de rubíes parecían mirar fijamente a todos los que entraban en el santuario, como si esperara recibir una adulación de su parte.

Sus manos estaban apoyadas en una espada inmensa y llamativa que se encontraba clavada en el suelo. La espada tenía una hoja larga y afilada, con grabados rúnicos que brillaban en la luz tenue del santuario. El pomo de la espada estaba adornado con una flor exótica, y su empuñadura estaba envuelta en lo que parecía ser las espinas de una roza, haciendo imposible sostenerla sin guantes. La espada llamativa parecía ser el principal símbolo de su inmenso poder.

—Y de donde vendrá el “negro” de su nombre...—Murmuró Arturo mientras observaba la gigantesca estatua de oro. El dios, lejos de infundir miedo, imponía respeto y justicia a primera vista, lo que sugería que no parecía alguien que engañaría a todos sus fieles en catorce días.

—Es porque es el rey del vacío en donde viven el padre y el abuelo…—Respondió uno de los niños que se encontraban en el santuario, y andaba curioseando las mascotas de Arturo.

—¿En serio? ¿Y también pertenece a la sagrada familia?—Preguntó Arturo con curiosidad, dirigiendo su atención al niño de cabello negro y ojos verdes que le hablaba. Sin embargo, lo más llamativo de él era que tenía una pequeña criatura en su hombro, la cual parecía ser el hada de los libros.

El “hada de los libros” no era realmente un hada en el sentido tradicional, sino más bien una pequeña esfera de luz resplandeciente. Emitía destellos brillantes y cambiaba de colores como un arco iris en constante movimiento. Su diminuto tamaño no le restaba presencia, ya que irradiaba una sensación de sabiduría y conocimiento.

—Sí, representa al bisabuelo en la sagrada familia, pese a que su nombre cayó en el olvido hace muchos años y ahora solo se le conoce como el Rey Negro. ¿Podría preguntarte cómo conseguiste esa mascota?—Inquirió el niño mientras señalaba a Anteojitos.

—Claro, aunque no sé si siempre te dan la misma. Solo tienes que aprobar el gran examen y elegir todas las opciones negativas en el examen de moralidad hasta que te la den—Respondió Arturo con calma antes de despedirse del niño, quien afortunadamente era demasiado joven para ser sacrificado en catorce días.

Arturo se dirigió hacia la estatua de Felix, pero notó que el niño con el que había hablado lo seguía curiosamente, como si quisiera saber qué estaba haciendo.

—¿También vas a profanar la estatua? Dicen que da buena suerte —Comentó el niño con alegría.

—No, no deberías hacer eso. Aunque, si te soy sincero, dudo mucho que a los dioses les importen tanto estas estatuas. Pero aparentemente, el sacerdote del santuario sí se preocupa por ellas, por lo que me mandó a limpiarlas, o al menos me mandó a limpiar esta estatua en particular—Respondió Arturo mientras llegaba hasta la estatua de madera de Felix y pronunciaba las siguientes palabras mágicas:

> “En las sombras me deslizó sin ruido, en el abismo oscuro, soy tu gemido. Siempre oculto, al acecho en la negrura, sirvo a los oscuros, soy tu servidura. Mis ojos no ven, pero siempre observo, en tu pecho mi frío es lo que descubro. A tu lado, en silencio, soy presencia pura, sirvo al más oscuro, soy tu servidura. No puedes escapar de mi abrazo frío, en la noche eterna, soy tu desvarío. Cerca estoy siempre, en la oscuridad segura, sirvo a lo siniestro, soy tu servidura. En tus pesadillas, soy tu compañía, en tu alma, en tu mente, soy tu agonía. No puedes librarte de mi trampa oscura, sirvo a lo infernal, soy tu servidura. En las sombras acecho, sin compasión, soy el eco siniestro de tu perdición. En la penumbra eterna, soy tu envoltura, sirvo al lado negro, soy tu servidura. ¿Quién soy?”

—¿Para qué invocaste al sirviente? —Preguntó el niño mientras observaba cómo una extraña criatura comenzaba a materializarse frente a ellos.

—Para que limpie la estatua. Lógicamente, yo no voy a hacerlo—Dijo Arturo, consciente de que no tenía la menor idea de cómo limpiar esta estatua.

—Pero el sirviente no da nada gratis. ¿No te parece exagerado pagar una parte de tu cuerpo por limpiar una estatua?—Respondió el niño con preocupación.

—Ya aprobé el examen. Mi cuerpo vale más que el de los estudiantes, así que solo me pedirá una reliquia, o al menos eso me dijo el sacerdote...—Respondió Arturo, también preocupado. Este sirviente se podía invocar en el aula de clases para ayudarte a hacer diversas tareas, y en esa aula, los servicios eran gratuitos. Pero fuera del aula, había que pagar un costo que casi nadie asumía, por lo que nadie lo usaba realmente.

El sirviente se materializó frente a Arturo y el niño. Está criatura tenía aproximadamente el tamaño de un niño humano. Su piel era de un color grisáceo pálido, como si estuviera cubierto de ceniza, y tenía una textura rugosa y áspera. Sus ojos eran grandes y brillantes, de un intenso color verde esmeralda, y se destacaban notablemente en contraste con su piel.

La cabeza del sirviente era desproporcionadamente grande en relación con su cuerpo, lo que le daba un aspecto ligeramente grotesco. Tenía orejas puntiagudas que sobresalían de su cabeza y se movían de manera inquietante cuando prestaba atención a algo. Su boca era pequeña y estaba constantemente curvada en una sonrisa que parecía más bien una mueca. Una regordeta nariz reposaba en el medio de su rostro, la cual era tan grande que uno dudaría si era un tumor maligno.

El cuerpo del sirviente estaba cubierto por una especie de túnica harapienta y andrajosa que le llegaba hasta los tobillos. Sus extremidades eran delgadas, pero ágiles, con largos dedos que parecían adecuados para manipular objetos pequeños. Mientras que lo más llamativo del sirviente era el collar que portaba, el cual estaba constituido por dedos disecados, los cuales aparentaban ser los trofeos que había recolectado a lo largo de sus años de servicio.

—Ey, ¿estás buscando trabajo, amigo?—Preguntó Arturo con curiosidad, observando a la extraña criatura frente a él mientras sacaba la bolsa negra de entre su túnica.

—Sí, claro. Pero antes de seguir, ¿estás dispuesto a pagar por mis servicios? —Respondió el sirviente con una mirada suspicaz, evaluando a Arturo.

—Tengo algunas reliquias. He oído que también las aceptas como forma de pago. Te daré una reliquia si restauras todas las estatuas del santuario... —Respondió Arturo, aumentando un poco el precio, tratando de ver si su oferta podría tentar al sirviente.

El sirviente, con codicia en los ojos, exclamó:

—¡Oh, reliquias! Por supuesto que acepto. Solo necesito una belleza de esas y prometo restaurar todas las estatuas.

Mientras un niño curioso observaba la escena con atención, Arturo sacó el botón roto de la bolsa negra y lo entregó al sirviente. Este último lo inspeccionó con cuidado, tratándolo como si fuera un tesoro, y luego lo guardó entre sus prendas. Con agilidad, se dirigió hacia la estatua de Felix. Sus dedos largos y delgados se deslizaron sobre la superficie de madera, y los garabatos comenzaron a desaparecer como si se desvanecieran en el aire. Era un proceso fascinante de presenciar. La estatua de madera recuperó su antiguo esplendor a medida que el sirviente la limpiaba meticulosamente.

—Supongo que cumplirás tu trato, por mi parte iré a buscar mi pago por haber completado esta misión—Respondió Arturo con satisfacción, sintiéndose un poco contento de completar esta tarea.

Arturo se despidió del niño y permitió que el sirviente continuara con su labor. Mientras lo hacía, pronunció las palabras mágicas que lo llevarían de vuelta a su dormitorio. En breve tiempo, se topó en su habitación y se trasladó al santuario, donde emprendió una travesía que parecía interminable hasta arribar a la estatua de Felix. Ingresó al santuario, y allí se encontró con el sacerdote, que dormitaba pacíficamente entre sus almohadas.

Con un tono impaciente, Arturo exclamó:

—¡Disculpe, Sacerdote! ¡He completado mi misión y quiero mi recompensa!

El sacerdote, despertando sobresaltado por el grito de Arturo, respondió con calma:

—Oh, qué impaciencia tienes, Arturo. De todas formas, pude sentir cómo lo profanado se purifica durante mi sueño. Has hecho un excelente trabajo. Como recompensa, has ganado una ofrenda que supongo encontrarás en tu inventario. También se te ha otorgado un título honorífico, aunque no estoy seguro de cómo se te confiere, pero puedo asegurarte que lo has obtenido. Buena suerte en tu siguiente aventura.

Tras decir eso el sacerdote nuevamente se acomodó entre las almudadas y se quedó durmiendo. Por su parte, nuestro gran héroe se sintió un poco incómodo por la brevedad de la respuesta y la aparente falta de entusiasmo del sacerdote; en definitiva un título honorífico era bastante importante para Arturo y si bien la misión había sido principalmente ir de un punto a otro y quemar una reliquia, aun el jorobado reclamaba un recibimiento digno de la recompensa que se le daría.

Sin poder hacer nada para cambiar la cuestión, Arturo se teletransportó de nuevo a su cuarto y se acercó al espejo. Ordenó con determinación: —Inventario.

Inventario Colchón 2 Túnica 3 Regalo 1 Objetos y Paquetes recientemente adquiridos a nombrar 31

—¡Cada vez más grande y hermoso! —Exclamó Arturo con satisfacción, sintiendo que la decepción de hace unos minutos se evaporaba en el aire por arte de magia.

Tras comprobar que efectivamente había obtenido un paquete sin nombrar nuevo, dado que regordete 30 se había transformado en un imperfecto 31, el jorobado cerró la notificación del inventario y dio la siguiente orden con determinación:

—Salón de trofeos.

El reflejo en el espejo fue cambiando hasta revelar un lugar que, lejos de ostentar grandiosidad, emanaba una modestia lamentable. Era el “salón de trofeos”, una ironía evidente, ya que en realidad se trataba de un espacio tan pequeño como el propio espejo que lo reflejaba.

Las paredes de este “salón de trofeos” eran una amalgama de madera y piedras gruesas, que mostraban signos de envejecimiento y desgaste a lo largo del tiempo. La madera presentaba vetas y grietas que marcaban su paso por los años. Mientras que las piedras habían perdido su brillo, y algunas estaban parcialmente cubiertas de musgo, como si la naturaleza misma intentara reclamar este espacio olvidado.

Estanterías de madera desgastada se alineaban contra las paredes, proporcionando el soporte para los inexistentes trofeos. Cada estante estaba cubierto de una capa gruesa de polvo, testigo silencioso del abandono que este espacio había experimentado a lo largo del tiempo. Mientras que unas telarañas se extendían desde las esquinas del salón de trofeos.

Arturo miró con cierta extrañeza como lamentablemente no había trofeos reales que exhibir, solo el eco de lo que alguna vez pudo haber sido un lugar de honor y reconocimiento.

—¿Dónde está mi título honorífico? —Murmuró Arturo con un tono de incomodidad, recorriendo el espacio vacío en busca de respuestas. Al no encontrar rastro alguno de su ansiado reconocimiento, Arturo se aventuró a meter la mano en el espejo y tocó con sus dedos las telarañas que colgaban de las desgastadas estanterías. Su toque hizo que las hebras vibraran, y como resultado, una araña salió sigilosamente de detrás de los tablones que formaban las paredes del pequeño espacio.

La araña que se asomó desde las profundidades de su refugio era una criatura bastante peculiar: Su cuerpo estaba revestido de un tono terroso y marrón, camuflándola perfectamente en su entorno. Sus múltiples ojos, pequeños y relucientes, formaban un conjunto enigmático que observaba el mundo con una mirada curiosa. Sus patas, delgadas y ágiles, se extendían desde su cuerpo con precisión, cada una terminando en diminutas garras que sostenían su delicada red de vida. El tamaño de la araña era moderado, ni diminuto ni imponente, lo que le permitía moverse con agilidad en su diminuto reino de telarañas y polvo.

—¡Hola, Arturo! Soy Wincy, la gran tesorera, y en mis tejidos residen tus grandiosos logros—Respondió la araña con una voz particularmente aguda y ligeramente infantil.

Arturo, con un dejo de impaciencia en su mirada, replicó:

—Sí, ya hemos hablado antes. Estoy en busca de mi título honorífico, supuestamente he ganado uno...

Wincy, la araña tesorera, descendió con gracia desde su red, aterrizando con suavidad en el suelo del “salón de trofeos”. Sus patas delicadas tocaban la superficie polvorienta mientras se acercaba a Arturo, moviéndose con una agilidad sorprendente. Sus ojos brillantes destellaban de curiosidad mientras observaba al joven con atención.

—¿Mi título donde está?—Repitió Arturo notando que Wincy lo miraba con curiosidad, como si no recordara que acababa de decir hace apenas unos segundos y buscará hacer memoria.

—Ah, sí, el título honorífico…—Murmuró Wincy, su voz aún conservando su singular tono infantil. Luego de pronunciar esas palabras, la araña se movió con agilidad hacia una de las paredes del reducido espacio y, con sus delicadas patitas, comenzó a golpear rítmicamente la superficie de madera. Su acción hizo que apareciera un minúsculo escudo de madera en la pared. En el centro del escudo estaba tallado una cama, un símbolo que aparentemente simbolizaba algo que Arturo desconocía.

—¡Taran! ¿Te gusta el escudo de tu primer título? —Exclamó Wincy mientras presentaba el escudo con entusiasmo, agitando frenéticamente sus patitas en un gesto de emoción.

Arturo, contagiado por la alegría de la araña, respondió emocionado: —¡Por supuesto! ¿Qué título me han otorgado?

—«Restaurador de estatuas», por lo que ahora estás habilitado a presentarte como Arturo, el restaurador de estatuas—Respondió Wincy con emoción—Pero recuerda que solo puedes tener un título honorífico a la vez y cada título otorga una gran habilidad.

—¿Cuál es mi habilidad?—Preguntó Arturo con emoción; ya que esta habilidad había sido la razón principal por la que aceptó pagar una reliquia para completar la misión del sacerdote del templo de Felix.

Wincy exhaló con entusiasmo antes de responder:

—Para obtener este título honorífico, debiste completar una misión dada por el sacerdote del templo de Felix, y como recompensa, obtuviste un escudo con una imagen de una cama en su centro. La gran habilidad de este escudo es la capacidad de invocar un objeto de gran poder.

—¡Qué cosa! ¿Qué objeto puedo invocar?—Preguntó Arturo, sintiendo su curiosidad aumentando a medida que la emoción se apoderaba de él.

Wincy no pudo contener su emoción y gritó con alegría:

—¡Una almohada, similar a las del templo de Felix! Pero esta almohada tiene la capacidad de cambiar de tamaño a tu voluntad, por lo que también puede funcionar como una cama.

La emoción de Arturo se vio ligeramente empañada por la simpleza de la habilidad, aunque era consciente de que adquirir este título honorífico había sido relativamente sencillo, por lo que no podía quejarse demasiado.

—Vaya... —Comentó Arturo, algo decepcionado.

Wincy continuó con su entusiasmo: —¿Qué dices, Arturo? ¿Quieres activar este título honorífico?

—Sí, mejor tenerlo que no tenerlo. Además, «Arturo, el restaurador de estatuas», suena bastante bien, ¿no crees?—Arturo asintió con determinación.

Wincy asintió complacida ante la decisión de Arturo. Extendió una de sus patitas, tocando suavemente el pequeño escudo de madera que había aparecido, provocando que el escudo comenzara a brillar suavemente, y seguido de un destello de luz, el título se activó.

Arturo sintió una extraña sensación de poder emanando de la insignia tallada en la madera. Se dio cuenta instintivamente de que ahora tenía la capacidad de invocar la almohada y que podía cambiar su tamaño a voluntad.

—¡Sorprendente, gracias Wincy! —Exclamó Arturo, rebosante de gratitud. Inmediatamente, se dirigió hacia el castillo en la habitación y llamó a su fiel compañero, Copito:

—¡Ven, Copito! ¡Prueba esta almohada!

Con el pensar del jorobado, una cómoda almohada de seda roja apareció en el aire entre sus manos. Era una almohada exquisitamente diseñada, con una cubierta de seda suave al tacto que brillaba con un tono carmesí. El relleno de la almohada era esponjoso y acogedor, prometiendo un confort excepcional.

Copito salió del castillo y se acercó con curiosidad, sus ojos brillando con intriga mientras inspeccionaba la almohada. Después de un momento de exploración, Copito saltó ágilmente sobre la almohada, acomodándose en ella con evidente comodidad.

—Nunca hay que subestimar el poder de una buena cama. Estoy seguro de que, con este nuevo poder, lograremos grandes cosas—Afirmó Arturo con un optimismo que podría parecer desproporcionado para lo que la habilidad mágica ameritaba. Pese a ello, con una gran sonrisa el jorobado miró a Copito, quien se había acomodado en la almohada de seda roja con una expresión de total satisfacción, y supo que una simple reliquia había sido un costo bastante razonable para obtener tal beneficio.