Inventario Colchón 2 Túnicas 3 Torta de Cumpleaños 1 Regalo 1 Objetos y Paquetes recientemente adquiridos a nombrar 30
—Tenemos la torta, el regalo y 14 objetos no identificados nuevos—Exclamó Arturo emocionado, mientras revisaba su inventario que se llenaba cada vez más con misteriosos tesoros— ¡14 objetos! ¡Es una cantidad impresionante de regalos! Parece que obtener el dado de Momo fue realmente una rareza.
Anteojitos asintió con satisfacción, como si dijera: «Por supuesto, cada alma que sacrificamos valió la pena por estos catorce objetos misteriosos».
Arturo continuó pensando en voz alta:
—Sí, Anteojitos, también noto que mi dormitorio se ha vuelto demasiado pequeño para examinar estos objetos ahora mismo. Pero eso lo resolveremos en unos días cuando el mercado vuelva a abrir, probablemente en exactamente 7 días.
Arturo se apresuró a matar su propio entusiasmo, consciente de que no sería inteligente revisar los objetos en ese momento. Replanteándose sus prioridades el jorobado añadió:
—Ahora tenemos que planear cuidadosamente cuándo sacar esta torta. Debemos aguantar 7 días con la tentación de comerla. Será complicado, y aún más si sacamos la torta antes de tiempo, ya que se estropeará una vez que la saquemos del inventario y no podremos guardar las sobras.
Anteojitos miró a Arturo con una expresión de molestia, como si le estuviera diciendo: «El problema nunca fue la comida, sino tu moralidad, que amenaza con matarnos del hambre»
Arturo no entendió el punto de vista de su mascota y respondió:
—¡Sí, yo también sé que lo logremos!, pero solo de ánimos no comeremos, tenemos que ser realistas, Anteojitos. Mejorar la cantidad de comida que obtenemos de los minihumanos es crucial. Pero ya tenemos un plan en nuestras manos para lograrlo.
Con confianza, Arturo sacó el papel con las instrucciones de Momo, recordando que ya había cumplido su parte del trato y que ahora era el momento de que Momo compartiera su conocimiento sobre las alcantarillas.
Sin tener ganas de interrumpir la diversión de Copito, Arturo se acercó al espejo y menciono las siguientes palabras mágicas:
> “En este lugar de aprendizaje y luz, donde el conocimiento es una gran virtud. Donde se reúnen jóvenes en multitud, para explorar ideas con actitud. En bancos y sillas, todos toman asiento, escuchando al maestro con gran aliento. Libros y pizarras, herramientas de ocasión, para expandir mentes, esa es la misión. ¿Dónde Estoy?”
Inmediatamente el reflejo en la superficie del espejo comenzó a cambiar, mientras que Arturo observando intensamente el reflejo pensaba una y otra vez: “el aula abandonada, el aula abandonada, el aula abandonada…”
Cuando Arturo finalmente vio el aula que buscaba y cruzó el espejo, pareció ignorar la mirada de Anteojitos, que decía algo como: «El jorobado no será tan idiota de olvidar que fuimos nosotros mismos quienes modificamos esta aula hace apenas unas horas, ¿verdad?»
Una vez dentro del aula abandonada, Arturo comenzó a buscar un lápiz en los escritorios. Sin embargo, su atención se desvió por unos momentos al notar que Anteojitos lo empujaba activamente hacia una de las esquinas de la habitación. A regañadientes, Arturo siguió a su mascota y se dirigió hacia la esquina de la habitación, preguntándose por qué Anteojitos estaba actuando de esta manera. Sin embargo, cuando llegó a la esquina, Arturo comprendió de inmediato lo que había llamado la atención del ojo flotante.
—¿Qué hacen estas velas rojas aquí? Parece un altar un tanto macabro, ¿no crees? Oh, no me digas que estas velas son la "Llamada de las Profundidades"… —Preguntó Arturo mientras miraba el pequeño altar con bastante curiosidad.
El altar que se encontraba en la esquina del aula tenía un aspecto improvisado, como si hubiera sido hecho por uno de los estudiantes. Estaba ubicado sobre la parte superior de una tabla de madera que parecía haber sido arrancada de uno de los pupitres en el aula y reutilizada para este propósito. La madera estaba desgastada y tenía marcas de arañazos, lo que sugería que había sido manipulada varias veces en el pasado.
En el centro de la tabla de madera, había un pequeño pentagrama dibujado en tiza blanca, rodeado de extraños símbolos y runas inscritas en el polvo. El pentagrama estaba desgastado y parecía haber sido trazado apresuradamente, lo que le daba un poco cuidado.
En el interior del pentagrama, había cinco velas dispuestas en forma de estrella de cinco puntas. Dos de ellas eran de un color rojo intenso y ardían con una llama inquietante y danzante. Las otras tres velas eran de color negro, y pese a estar apagada, su cera goteaba lentamente por los lados, formando extrañas formas retorcidas en la superficie de la madera.
—¿Dos velas prendidas? ¿Tan rápido sacrificaron a dos jóvenes aquí o es un regalo de cortesía por esta extraña entidad...? —Se preguntó Arturo, claramente lleno de dudas. En definitiva, solo habían pasado unas miserables horas desde que él y Anteojitos habían hecho las modificaciones en esta aula. Incluso si el rumor se hubiera esparcido de alguna forma misteriosa, aún sería bastante macabro que dos jóvenes hubieran sido sacrificados en tan poco tiempo.
Anteojitos observó a Arturo con entusiasmo, como si estuviera diciendo: «¡Tenemos que aprovechar esta oportunidad, Arturo! Solo necesitamos engañar a tres tontos más y tendremos otro aliado que se una a nuestra causa.»
—Tienes razón, Anteojitos. Esto es demasiado extraño, y no podemos permitirnos perder el tiempo. Necesitamos hablar con Momo lo antes posible y largarnos de aquí—Respondió Arturo mientras continuaba buscando un lápiz en la habitación.
Sin embargo, algo extraño estaba ocurriendo con los lápices. Por más que el jorobado los buscaba, parecían moverse misteriosamente, como si tuvieran vida propia y estuvieran tratando de escapar de su alcance. Era como si levitaran y se escondieran en diferentes rincones del aula, evitando ser encontrados. La casualidad de esta situación era cada vez más sospechosa, y Arturo no podía evitar sentir que había algo mucho más profundo y oscuro detrás de todo esto.
Arturo comenzó a sentir una creciente frustración mientras continuaba buscando los lápices en la habitación. La búsqueda ya llevaba casi una hora, y no había señales de los lápices por ningún lado. Era como si hubieran desaparecido por completo, lo cual era completamente incomprensible.
Para colmo, la habitación estaba llena de un olor desagradable que se volvía cada vez más insoportable con el paso del tiempo. Arturo estaba convencido de que los lápices debían estar en algún lugar de la habitación, pero simplemente no podía encontrarlos.
—¿Dónde están los lápices? ¿Realmente desaparecieron? ¡Llevamos casi una hora buscando y no aparecen por ningún lado! —Arturo gritó con frustración mientras continuaba buscando en la habitación. El olor en el lugar se volvía cada vez más insoportable, y estaba empezando a preguntarse si los lápices que había usado en el pasado habían sido simplemente una ilusión.
Finalmente, Arturo dirigió una mirada de frustración hacia su fiel mascota, Anteojitos, en busca de alguna respuesta. Sin embargo, se sorprendió al ver que el ojo volador también parecía igual de aturdido, como si no entendiera lo que estaba sucediendo. Lo que Arturo no notó de inmediato fue que justo detrás de Anteojitos, una gran pila de lápices estaba levitando en el aire, flotando en una especie de suspensión inexplicable.
Arturo, a pesar de sentirse cada vez más mareado por el desagradable olor que inundaba la habitación, se negó a darse por vencido en la búsqueda de los lápices, ante lo cual afirmó con determinación:
—Busquemos un rato más. Si no aparecen los lápices en una hora, nos iremos a otra aula.
Pasaron unos minutos que se transformaron gradualmente en media hora y, finalmente, en una hora completa, la cual se transformó en varias horas más. A estas alturas, el olor insoportable era abrumador y Arturo se veía obligado a cubrirse la nariz con sus túnicas para poder soportarlo. A pesar de la frustración y el malestar, Arturo se había empecinado en encontrar los malditos lápices y no se iría hasta dar con ellos.
Fue en ese momento, después de tanta búsqueda y en medio del mareo por el olor, que algo inesperado ocurrió en la habitación. Dos personas comenzaron a materializarse y debido al reducido tamaño del aula, no podía pasar desapercibido que alguien estaba apareciendo en ese espacio. Arturo se quedó paralizado ante la sorpresa y la confusión de la situación.
Los dos jóvenes que se estaban materializando en la habitación vestían túnicas negras que parecían haber sido destrozadas por el tiempo y el abandono, estaban sucias y desgarradas, al igual que las de Arturo. Sus rostros estaban demacrados y mostraban signos de fatiga y desesperación. Sus ojos reflejaban un miedo profundo y algo angustia, al punto que parecería que acababan de enterarse de que habían desaprobado el gran examen. Mientras que sus cabellos estaban desaliñados y cubiertos de polvo, como si hubieran estado explorando lugares poco agradables por demasiado tiempo.
Los rasgos de sus rostros eran pálidos y carentes de vida, como si hubieran vivido en la oscuridad durante demasiado tiempo. Sus manos temblaban ligeramente, como si estuvieran exhaustos y agotados por la experiencia, o como si los nervios de lo que estaba por venir los consumieran por adentro.
Pese a que Arturo permanencia sin moverse, Anteojitos reaccionó de inmediato ante la presencia de los extraños. Una inmensa pila de lápices comenzó a caer desde la espalda del ojo volador, dejando a Arturo atónito ante la inesperada escena. La pila de lápices se acumuló rápidamente en el suelo mientras el ojo volador flotaba en medio de ella.
La sorpresa de Arturo no duró mucho tiempo. Anteojitos, con una astucia que parecía propia de su esencia como ser mágico, hizo levitar uno de los pupitres de la habitación hasta la altura del techo. Arturo observó con desconcierto cómo el pupitre se elevaba en el aire, sin comprender del todo lo que estaba sucediendo. Unos segundos pasaron y finalmente sus pensamientos se aclararon, Arturo pudo comprender el plan de su mascota antes de que fuera demasiado tarde. Aunque solo le dio tiempo a gritar:
—¡Detente, Anteojitos, no les hagas daño!
Sin embargo, como si ese grito fuera la orden de ejecutar la sentencia, el gran pupitre en el techo comenzó a caer sobre los estudiantes.
—Mira lo perdido que está el bufón de aquí… —Dijo uno de los estudiantes cuando recobro el sentido del lugar, mientras sacaba un cuchillo improvisado con un trozo de espejo de sus túnicas.
—Parece que te metiste en problemas, bufón. ¿No quieres que te ayudemos? —Preguntó el otro estudiante mientras sacaba otro afilado trozo de espejo y miraba a Arturo con malicia.
—¡Córranse, idiotas!—Gritó Arturo, sin darle tiempo para que comprendiera las amenazas de los dos estudiantes.
—En un lugar oscuro y sin claridad, te encuentras atrapado, sin libertad. Buscas una salida, pero no hay posibilidad, estás atrapado aquí, sin escapatoria en realidad. ¿Quién soy?—Murmuró uno de los jóvenes con una velocidad estrepitosamente rápida, viendo los movimientos de la boca Arturo con atención.
Este último, bastante aturdido, observó cómo justo cuando el estudiante terminó de pronunciar las palabras mágicas, el mueble estaba a punto de partirle el cráneo.
*Puff*...El pupitre de madera se estrelló contra la cabeza de los estudiantes, provocando que cayeran desmayados al suelo.
—Ese malnacido me bloqueó… —Dijo Arturo en voz baja como si le costara procesar sus palabras, incapaz de reaccionar. Sin embargo, notó cómo Anteojitos lo ignoraba por completo y, en su lugar, voló con apuro hacia el altar en la esquina de la habitación, como si buscara comprobar algo.
Dándose cuenta del motivo del apuro de su mascota, Arturo no dudó más y, saliendo del trance, corrió hacia los estudiantes en el suelo. Con prisa, agarró el trozo de espejo rojo que uno de los estudiantes tenía en su mano y lo lanzó lejos. Luego con apuro, Arturo tomo el trozo de espejo de otro estudiante.
—¡Querían matarme! ¡Querían sacrificarme, manga de hijos de puta!—Gritó Arturo con odio, sus manos temblando mientras sostenía el afilado trozo de espejo con fuerza. Sin embargo, a pesar de la ira, Arturo no tenía la voluntad o el valor para hacerles daño a los estudiantes desmayados.
Con el trozo de espejo en mano y el grito de Arturo resonando en la habitación, los estudiantes desmayados yacían indefensos en el suelo. La rabia y el miedo se reflejaban en el rostro de Arturo, pero la compasión le impedía hacerles daño a pesar de sus intenciones homicidas.
Sin embargo, la valentía que faltaba en Arturo sobraba en su mascota, Anteojitos, quien ya había revisado en el altar que las velas apagadas aún no estaban prendidas. Sin vacilar, el ojo flotante hizo levitar uno de los trozos de espejo y, como si fuera una bala, lo lanzó hacia uno de los estudiantes desmayados. El proyectil de vidrio afilado se precipitó hacia el cuello su objetivo, haciendo que el estudiante se retorciera de dolor en el suelo. La sangre comenzó a salpicar la habitación mientras Anteojitos, con determinación, retiró el trozo de espejo del primer estudiante y, una vez más, lo hizo levitar para lanzarlo hacia el otro estudiante con una fuerza implacable. El segundo proyectil de vidrio afilado encontró contra la nuca de su objetivo, y el estudiante restante también se retorció en el suelo, víctima del dolor y la sangre que fluía de su herida.
Una sonrisa vengativa se alzó en el rostro de Arturo manchado con la sangre de estos estudiantes. La adrenalina corría por sus venas mientras sus pies golpeaban con violencia las cabezas de los dos estudiantes. La sangre salpicaba en todas direcciones, creando un macabro charco rojo en la habitación. Sus movimientos eran frenéticos, impulsados por la ira y la necesidad de sobrevivir. Cada patada era una liberación de la tensión que estos bastardos y la larga búsqueda de un maldito lápiz le había provocado.
Sus pensamientos se nublaban por la rabia y el miedo que había experimentado durante los últimos momentos. Había estado al borde de ser sacrificado, y esa amenaza había desatado su instinto de supervivencia. Aunque no era un luchador experimentado, la desesperación del jorobado lo impulsaba a golpear con furia a sus agresores. Por su parte, Anteojitos observaba la escena con su gran ojo, había una mezcla de preocupación y satisfacción en su mirada.
Después de varios minutos desfigurando a sus agresores, Arturo finalmente se detuvo, exhausto y cubierto de sangre. Los dos estudiantes yacían inmóviles en el suelo, sus cuerpos deformados y ensangrentados. La habitación estaba ahora impregnada de un olor a hierro y muerte, que se mezclaba con el horripilante olor que ya azotaba este lugar.
—¿Qué... qué hemos hecho, Anteojitos? —Murmuró Arturo con voz temblorosa, mirando los cuerpos inertes en el suelo. Finalmente logrando tomar dimensión de sus actos.
Su mascota flotante se acercó a él y lo miró con enojo ante la pregunta, como diciendo: «Venimos a hacer lo que todo el mundo hace en esta habitación desde que la cambiamos, emboscarse los unos a los otros en busca de un mejor futuro. Falta prender una vela y nos quedaremos hasta que otro idiota piense que un jorobado es una presa fácil.»
Ante la antena mirada de su mascota, Arturo se limpió la sangre de las manos en su túnica y trató de recuperar la compostura. Pese a ello la escena que ocurrió ante sus ojos no lo ayudo a tranquilizarse.
De repente y sin previo aviso, algo extraño comenzó a ocurrir en el aula abandonada. Una tinta negra como la noche comenzó a emerger lentamente de las grietas en el suelo de la habitación. La tinta se movía con suavidad y gracia, como serpientes acechantes. Se deslizaba hacia los cadáveres, como si tuviera una mente propia.
Arturo retrocedió instintivamente, observando con horror cómo la tinta negra rodeaba los cadáveres en el suelo. Sus túnicas rotas que una vez los habían protegido se vieron envueltas por la sustancia oscura. Fue entonces que los ojos sin vida de los estudiantes parecían cobrar vida por un instante, brillando con una malicia siniestra mientras la tinta los rodeaba.
Entonces, algo aún más aterrador comenzó a ocurrir. Tentáculos negros, retorcidos y cubiertos de una sustancia viscosa emergieron de la tinta. Eran como apéndices de una criatura abominable, ondulantes y temibles. Los tentáculos se acercaron a los cadáveres, sujetándolos con una fuerza sobrenatural.
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Arturo estaba paralizado por el miedo. Observando como los jóvenes que había asesinado hace apenas unos segundos parecían recobrar vida y lo miraban con sus rostros completamente desfigurados llenos de odio, pero por mucho que lo intentaran, no podían salir del abrazo de esta misteriosa criatura. Fue entonces, cuando los tentáculos comenzaron a arrastrar lentamente a los cadáveres hacia las profundidades de la tinta negra que cubría el suelo.
Los estudiantes emitieron gritos de agonía y llantos desgarradores, como si estuvieran sufriendo un tormento indescriptible a medida que sus cuerpos se perdían entre la oscuridad de la tinta. Sus extremidades rotas por los tentáculos se contorsionaban en una danza macabra mientras luchaban desesperadamente por escapar. Finalmente, el brillo de los ojos de los estudiantes comenzaron a extinguirse lentamente a medida que se hundían, dejando solo una oscuridad que helaría el alma del más valiente.
Arturo quería huir de esa escena horripilante, pero su cuerpo parecía estar pegado al suelo. Observaba impotente cómo los estudiantes eran engullidos por la tinta negra y arrastrados hacia las profundidades desconocidas que se escondían debajo de la habitación.
Cuando los estudiantes finalmente desaparecieron por completo en la tinta negra, el suelo volvió a la normalidad, como si nada hubiera ocurrido. La habitación quedó en silencio, solo interrumpida por la respiración agitada de Arturo.
Anteojitos flotaba a su lado, su gran ojo aún parpadeando con inquietud. Pasaron unos minutos, pero finalmente recobró la noción del lugar y se dirigió hacia el altar en la esquina de la habitación. Arturo, por su parte, trató de recuperar la compostura después de lo que había ocurrido y se acercó lentamente al altar en la habitación. Notó que dos de las tres velas negras habían sido transformadas en velas rojas y estaban encendidas, dejando una sola vela sin prender en el pentagrama.
Tras examinar el altar, Anteojitos miró a Arturo con seriedad, como si le estuviera comunicando algo importante. Podría haber sido un mensaje implícito que decía algo como: «No podemos desperdiciar esta oportunidad, falta tan poco para completar el ritual. Debemos ser cautelosos y estar preparados. No podemos permitir que alguien más se interponga en nuestro camino y nos robe esta oportunidad.»
—Sí, Anteojitos, yo también quiero irme, pero no puedo, estoy bloqueado. ¡Ese hijo de puta me bloqueo!—Arturo compartió su frustración con su mascota, expresando su enojo ante la situación actual. Anteojitos parpadeó lentamente, como si estuviera tratando de entender la situación, pero Arturo sabía que no podía contar con la ayuda de su mascota para resolver este problema.
—Significa que no podemos irnos, si alguien te dicen esas palabras mirándote a los ojos impide que puedas escaparte—Continuó Arturo, su tono denotando una mezcla de enojo y desesperación—Estamos atrapados en esta habitación hasta que pase un día entero y el bloqueo se desactive. Tenemos que estar preparados para lo que pueda venir. Yo iré a hablar con Momo para ver si conoce alguna forma de desbloquearme. Tú, Anteojitos, vigila mis espaldas. Si alguien se atreve a entrar en esta habitación, no preguntes y atácalo. Prepárate para defendernos antes de que nos ataque a nosotros.
Con estas palabras, Arturo procedió a buscar uno de los lápices en la pila que se encontraba en el suelo. A pesar de la situación tensa, no podía culpar a Anteojitos por la broma pesada de esconder los lápices. Ahora, la prioridad era encontrar una solución a su encierro en esta trampa mortal y evitar que cualquiera quisiera continuar el ritual en curso.
Con prisa y ansiedad, Arturo se dejó caer en uno de los bancos que ocupaban las esquinas de la habitación. Mientras miraba a su leal mascota, que mantenía una atenta vigilancia sobre el resto de la habitación, comenzó a redactar un mensaje urgente a Momo:
— ¡Momo, necesito tu ayuda!
Las palabras de Arturo apenas habían tomado forma en el papel cuando fueron tachadas de manera abrupta, y en su lugar apareció una respuesta concisa y directa:
— ¿Cómo conseguiste una de mis hojas? ¿Quién eres? ¿Qué necesitas? ¿Y por qué debería ayudarte de forma gratuita? —Respondió Momo con brusquedad.
Arturo sintió una mezcla de frustración y desesperación. No podía creer la actitud de Momo y cómo se había convertido en un interrogatorio en lugar de una ayuda inmediata.
— ¡Pero me estás jodiendo, manga de ingrato!—Escribió Arturo como su respuesta, sin contener su ira—¡Te activé cuatro puntos de ascenso sacrificando a todo el mundo, la reconcha de la lora! ¿No te das cuenta de que no estoy jodiendo? ¡Necesito escapar ahora mismo de esta habitación! ¡Me bloquearon! Un estudiante malnacido me bloqueó en la habitación de "Llamada a las Profundidades". Recién ahora me doy cuenta de que todos los estudiantes que desaprobaron el gran examen deben estar buscando desesperadamente formas de ganar poder, ¡y esta habitación de mierda es una de ellas! ¡Comprendes la situación en la que me encuentro! ¡Entré en este lugar como un imbécil en la peor fecha de todas! ¡Sálvame el orto, Momo! ¡Me lo debes!
Arturo escribió con apuro, sin restricciones ni filtros, dejando que sus emociones y la urgencia del momento fluyeran libremente. Sus palabras eran un reflejo de su desesperación y nerviosismo extremos mientras buscaba la ayuda de Momo.
Momo, con un aire de escepticismo, respondió, dejando a Arturo completamente perplejo:
— Creo saber quién eres... creo... pero al mismo tiempo no te creo.
Esta respuesta dejó a Arturo petrificado, incapaz de comprender la ambigüedad de la situación. Sus emociones fluctuaban entre la esperanza y la frustración, mientras luchaba por entender la actitud de Momo.
—¿Me estás tomando el pelo? —Cuestionó Arturo con indignación—Después de todo lo que hice por ti, ¿vas a dejarme tirado sin siquiera molestarte en decirme cómo escapar? ¿De verdad me vas a pedir un rumor a cambio de esa información?
Arturo criticó a Momo mientras sus manos se movían frenéticamente, escribiendo con letras desordenadas que reflejaban su enojo creciente.
Momo, sin embargo, parecía mantener su postura firme:
— Sí, te voy a pedir un rumor: dime quién eres y cómo se llama tu hada de compañía.
La respuesta de Momo era directa y sin concesiones, lo que aumentó aún más la irritación de Arturo:
— ¿Te volviste loco? —Exclamó—¡No tengo ningún hada! ¿Cómo se supone que gane un hada si ya estoy aprobado?, para colmo, destruí mi propia copia del libro de rumores para ayudarte, ingrato.
La tensión en la habitación aumentaba a medida que el diálogo se tornaba más agrio. Momo, sin inmutarse, insistió:
— Muy astuto, pero sigues sin mencionar quién eres...
Arturo finalmente reveló su identidad, con un tono de frustración en su escritura:
— Arturo, soy Arturo. ¿Ahora me vas a dar lo que busco?
Sin embargo, Momo continuó con su interrogatorio, aparentemente sin satisfacerse con la respuesta:
— ¿Cómo te enteraste de su nombre? ¿Quién te lo dijo?
Arturo, al borde de la desesperación, insistió en la urgencia de su situación:
— Te estoy diciendo que no tengo tiempo. ¡Me vas a terminar matando si alargas esto para siempre! Ayúdame a escapar de aquí. Es más que lógico que voy a saber mi nombre. ¿Acaso después de cada punto de ascenso te vuelves más tarado?
Momo, persistente, continuó su búsqueda de confirmación:
— Arturo..., chico, si respondes esto, te creeré. Dime quiénes son nuestros dioses.
Arturo, agotado y enfurecido, respondió con resignación:
— Aldor, "El abuelo". Felix, "El hermano". Kaira, "La hermana". Lysor, "El padre". Selva, "La madre". ¿Ya está? ¿Estás contento ahora?
Sin embargo, Momo parecía no estar satisfecho con la respuesta de Arturo:
— Falta uno...
Arturo, casi al borde de la desesperación, respondió con impaciencia:
— Momo, "El gran tramposo". ¿Comprendes que me voy a morir si sigo escribiendo?
Pero Momo continuó su búsqueda con una calma inquebrantable:
— Falta uno, vamos...
Finalmente, Arturo, con una sonrisa que reflejaba su incredulidad ante la situación, respondió con una respuesta que parecía abrumadoramente obvia:
— Arturo, "El estafado".
Momo, sin embargo, no parecía estar del todo convencido:
— Me refería al rey negro, pero al parecer podría ser que seas Arturo. No es que te esté estafando, es que pasó más de un milenio desde que Arturo murió y esta hoja se perdió, por lo que me cuesta creer que seas Arturo.
Los minutos pasaron y la tensión aumentaba, la impaciencia de Arturo llegaba a su límite:
— Pasaron unas horas. Si quieres estafar a un niño con semejante cuento, ve a divertirte a otro lado, Momo. Sé responsable y paga la deuda que me debes—Criticó Arturo, expresando su creciente frustración y su urgente necesidad de ayuda.
Momo finalmente pareció relajarse un poco, como si hubiera obtenido lo que quería. Tomó un momento antes de responder:
— Muy bien, Arturo. Te creeré por ahora. Cuéntame un poco mejor tu situación y veremos que podemos hacer.
Después de recibir la afirmación de Momo, Arturo finalmente logró encontrar un respiro y se dispuso a explicar su situación en detalle. El proceso llevó alrededor de media hora, pero al final de esa extensa conversación, Momo había conseguido comprender de manera más profunda la difícil situación en la que se encontraba Arturo. Por otro lado, Momo también había logrado transmitir de manera bastante clara de dónde provenían sus dudas y preocupaciones. La larga charla resultó en un entendimiento más sólido entre ambos, lo que les permitió avanzar con un enfoque más claro hacia la solución de los problemas que enfrentaban.
— Entonces, ¿realmente no hay forma de desbloquearme además de esperar el día entero? —Preguntó Arturo, lleno de dudas y frustración.
Momo se tomó su tiempo antes de responder con serenidad:
— Me temo que no, Arturo. Pero como te mencioné, ya estoy trabajando en la resolución de este problema. Al menos puedo garantizarte que recibirás alguna ayuda en caso de encontrarte con otros estudiantes que busquen atacarte.
Arturo asintió, sintiendo que al menos había una pequeña esperanza de sobrevivir a esta situación. Sin embargo, no podía evitar preguntarse cuándo llegaría esa ayuda tan necesaria:
— ¿Cuándo llegará esa ayuda?
Momo respondió con un toque de ironía, dejando en claro que su concepto de tiempo era muy diferente al de Arturo:
— En el peor de los casos, tendrás que esperar un milenio...
Arturo se quedó pasmado ante la respuesta. Sin embargo, antes de que los nervios pudieran consumirlo por completo, una figura comenzó a materializarse en la habitación, lo que hizo que Anteojitos lanzara un lápiz hacia Arturo como una señal de alerta.
El lápiz chocó contra el pupitre, provocando que Arturo, con la letra temblorosa y desordenada, no pudiera ocultar su histeria al preguntar:
— ¿Mandaste a una persona?
Momo, con urgencia en su respuesta, trató de calmar a Arturo mientras explicaba la llegada de la misteriosa persona:
— Sí, Arturo, él te ayudará. Lo reconocerás fácilmente: le falta una pierna.
Arturo, a pesar de su agitación, entendió que esta persona podía ser su única oportunidad de escapar de la habitación. Rápidamente, se comunicó con Anteojitos, para evitar cualquier malentendido:
— No lo ataques, Anteojitos. Parece que esta persona viene a ayudarnos.
Anteojitos dejó caer el pupitre que estaba levantando en el suelo como muestra de que había comprendido las instrucciones de Arturo. Sin embargo, los trozos de espejo se dirigieron hacia su espalda, y el ojo se ocultó en una de las esquinas, cerca del techo. Tras ocultar su presencia, el ojo pasó desapercibido, lo que garantizaba que nadie notara que había alguien más protegiendo al jorobado.
El joven que empezaba a materializarse en la habitación tenía una apariencia desgastada y un semblante que reflejaba una profunda tristeza. Su cabello desaliñado caía sobre una piel pálida y sin vida, con ojos empañados por el pesar y ojeras profundas que sugerían noches de insomnio. Sus facciones estaban tensas, con líneas de preocupación talladas profundamente, y sus labios curvados hacia abajo en una expresión perpetua de desánimo. Vestía una túnica desgarrada y polvorienta, y lo más notable, es que le faltaba una pierna; una prótesis mecánica se encontraba reemplazando su extremidad perdida. A pesar de su apariencia sombría, Arturo no se preocupó demasiado, dado que era normal que el estrés del gran examen arruinara el físico de hasta el más optimista de los estudiantes.
Cuando el joven finalmente reaccionó y comenzó a explorar la habitación, Arturo tomó la iniciativa de presentarse:
— Hola, mucho gusto, soy Arturo.
El joven, en un tono de resignación profunda, respondió de inmediato sin mirar a los ojos de Arturo, como si quisiera evitar que el jorobado pudiera ver su rostro abatido:
— Hola, Arturo, yo ya no tengo nombre, tampoco quiero hacerte las cosas más complicadas de lo que ya son. Solo vine para que me sacrifiques y me liberes de mi sufrimiento.
Arturo quedó atónito por la declaración. La desesperación en las palabras del joven le dejó perplejo, y no pudo evitar preguntar con incredulidad:
— ¿Cómo?...
Sin embargo, el joven no respondió a la pregunta de Arturo. En cambio, se sentó en el suelo, mirando fijamente hacia abajo, en silencio, como si estuviera haciendo todo lo posible para no complicar aún más la situación.
Arturo, incómodo y tratando de entender la difícil posición del joven, decidió hacer otra pregunta:
— ¿Desaprobaste el gran examen?
El joven permaneció en silencio, llenando la habitación con un pesado y sepulcral mutismo. Arturo, a pesar de no poder ver el rostro del joven, comprendía que debía estar pasando por un tormento interno. Sin saber qué más decir, Arturo dio una orden a Anteojitos que estaba observando la escena en silencio:
— Haz que se prenda la última vela, Anteojitos…
Con la orden dada, los dos fragmentos de espejo se desplazaron como flechas hacia el joven que permanecía sentado en el suelo, sin embargo, Arturo había vuelto a centrarse en el papel que sostenía en su mano, con ambas manos tapándose los oídos en un intento por bloquear el sonido de lo que estaba por suceder. El tiempo pareció estirarse interminablemente mientras los nervios consumieron a Arturo. Hasta que finalmente Anteojitos lanzó un lápiz a Arturo como señal de que el sacrificio había concluido.
—Si te soy sincero, creo que debería haber presenciado el sacrificio para activar la habilidad mágica y simplificar las cosas, pero bueno, de los errores se aprende… —Respondió Arturo mientras comentaba sus preocupaciones. El ojo volador asintió en señal de comprensión.
Arturo se levantó y se acercó al altar en la esquina de la habitación. Inspeccionó cuidadosamente los objetos que se encontraban allí y trató de discernir cualquier pista sobre el próximo paso a seguir. La quinta vela acababa de ser encendida y arrojaba una luz parpadeante sobre la escena uniéndose a las otras cuatro velas, pese a ello nada aparentemente ocurría.
—Es extraño que no esté sucediendo nada. La descripción del punto de ascenso solo mencionaba que debíamos...—Arturo intentó decir, pero sus palabras se detuvieron abruptamente, como si hubiera sido interrumpido por una fuerza invisible.
Sin previo aviso, una corriente de aire frío y penetrante recorrió la habitación, causando que las llamas de las velas rojas titilaran violentamente antes de recuperar su intensidad. El pentagrama trazado en la tabla de madera parecía cobrar vida, emitiendo destellos intermitentes de luz carmesí que iluminaban las extrañas runas y símbolos circundantes, haciéndolos resaltar de manera sobrenatural en la penumbra del aula.
El ambiente se llenó de un susurro inquietante, un murmullo indescifrable que resonaba en los oídos de Arturo y Anteojitos. Las sombras en la habitación parecían cobrar vida propia, danzando y retorciéndose de maneras rebuscadas. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Arturo mientras observaba con temor lo que estaba sucediendo a su alrededor.
Fue entonces cuando en el centro del pentagrama una figura comenzó a tomar forma lentamente. Surgió de las sombras, elevándose desde el suelo como si emergiera de las profundidades mismas del infierno. La figura era alta y esbelta, con una presencia imponente que llenaba la habitación. Estaba envuelta en una oscuridad densa y misteriosa, como si estuviera hecha de sombras y humo.
La silueta de la figura era indistinguible, sin embargo, su mera presencia exudaba un aura de poder insondable. La habitación estaba cargada de tensión mientras Arturo y Anteojitos observaban a este ser espectral que había sido convocado por el ritual.
—Ho-hola, ¿eres mi nueva ma-mascota?—Arturo preguntó tartamudeando con un tono de voz que reflejaba una mezcla de amistad y una gran cantidad de incertidumbre.
No había movimiento, ni palabras pronunciadas por parte de la entidad. Solo los susurros inquietantes de las sombras en las paredes y el resplandor de las velas rojas llenaban la habitación.
El tiempo parecía haberse detenido mientras Arturo y Anteojitos permanecían inmóviles, atrapados en la tensa espera de lo que podría suceder a continuación. La figura en el pentagrama emitía una presión inquietante, como si estuviera evaluando a los presentes, sopesando sus intenciones y su destino. El olor a putrefacción que impregnaba la habitación se intensificaba, pero Arturo trataba de ignorarlo para no incomodar a lo que parecía ser su futura mascota.
Y entonces, sin previo aviso, la figura en el pentagrama comenzó a desvanecerse lentamente. Sus contornos se volvieron más difusos, y su presencia se disipó en la oscuridad como un sueño fugaz. Las velas rojas que habían estado ardiendo con una intensidad inusual comenzaron a extinguirse una a una, dejando atrás solo el humo y la cera derretida. Mientras la cera caía y resbalaba por la superficie de la vela se tornaba de color negro, y pronto todas las velas volvieron a adquirir su apariencia original.
La habitación volvió al silencio, los susurros desaparecieron, y las sombras volvieron a la normalidad mientras la tensión que había llenado el aire comenzó a disiparse. Arturo y Anteojitos se quedaron atónitos, tratando de procesar lo que acababan de presenciar. La entidad oscura se había desvanecido sin dejar rastro, como si nunca hubiera estado allí.
La habitación quedó en penumbras, iluminada solo por las últimas brasas de las velas rojas que se extinguían y la poca luz de la luna roja que se filtraba desde el exterior. El olor a putrefacción se desvaneció gradualmente, dejando solo una sensación residual de inquietud en el aire. Arturo y Anteojitos se encontraban solos nuevamente en el aula abandonada, con más preguntas que respuestas sobre lo que acababan de presenciar.
—¡Mierda! Parece que no obtendremos una mano extra, y es posible que más gente venga a atacarnos —Gritó Arturo mientras pateaba con fuerza una de las paredes del aula abandonada.
Anteojitos, lleno de dudas, observó a Arturo como si estuviera preguntando: «¿Por qué nuestro nuevo aliado no ha aparecido para ayudarnos? ¡Hicimos el sacrificio!»
—Sí, obtuvimos la mascota, pero está en mi inventario, en un objeto para llamarla. Hasta que no utilice ese objeto, puedo decidir si la comercio o la invoco, vinculándola a mi alma, como ocurre con todas las mascotas, en principio... —Arturo compartió algo de su conocimiento con Anteojitos—Pero para eso, necesito regresar a la habitación para acceder a mi espejo. Sin embargo, como estoy bloqueado, no puedo hacerlo...
Comprendiendo el problema, Anteojitos hizo levitar uno de los trozos de espejo roto que estaba completamente manchado de sangre y lo colocó frente a Arturo, como si estuviera esperando que accediera a su inventario.
—No puedo usar este espejo, ya que no es el mío. Y definitivamente no voy a romper mi espejo para llevarlo a donde quiera, dado que eso atraería mala suerte y la atención de criaturas que debemos evitar. Estos dos incautos fueron teletransportados a su muerte; considera esto una advertencia: mi espejo no debe romperse—Respondió Arturo con calma, preocupado de que su mascota pudiera tener ideas extrañas después de esta experiencia.
Anteojitos asintió en comprensión, aunque no podía evitar sentirse algo frustrado por la limitación de no poder ayudar más en este aspecto.
—Además, no puedo llevarme estos espejos, ya que desaparecerán en el olvido cuando ya no quede un solo estudiante en esta habitación. De la misma manera, si destruimos toda esta habitación o incluso la incendiamos, nuestras acciones quedarán en el olvido y todo volverá a su estado original. Salvo por el ritual, pero como recordarás, este ritual es especial y no fue improvisado; lo adquirimos pagando un punto de ascenso, por lo que pertenece a todos los estudiantes futuros y presentes —Explicó Arturo, tratando de abordar la situación con lógica y racionalidad.
Anteojitos, aunque todavía inquieto por la situación, asintió en señal de comprensión.
—Bien, dado que la ayuda no sirvió para nada y no hay forma de escapar, tenemos que prepararnos para lo peor. No puedo esconderme en un rincón, sería como gritarle al mundo que estoy bloqueado. Por lo tanto, debemos actuar con normalidad. Iré a tratar de obtener información de las alcantarillas de Momo, y tú vigila para asegurarte de que nadie se teletransporte aquí. Si alguien lo hace, ataca sin dudar —Dijo Arturo con determinación.
Anteojitos asintió una vez más, esta vez con una expresión más decidida. Estaba claro que debían enfrentar la situación con valentía y astucia, ya que no tenían otra opción.