Cuando Arturo regresó a su hogar, se encontró con la grata sorpresa de que Pompón ya había organizado la mayoría de los objetos recopilados, asignándoles lugares específicos en la habitación o renombrándolos para su almacenamiento en el inventario.
—Oh, Arturo, ¿ya terminaron de despojar al esclavo de todo? —Preguntó Pompón, su tono alegre contrastaba irónicamente con las palabras poco alegres que expresaba.
—Sí, por lo que veo, han estado trabajando arduamente por aquí... —Exclamó Arturo al observar los cuadros ahora dispersos en las paredes de la habitación.
—Si no lo hacía, sabía que tardaría más de un año en organizar estos objetos y renombrarlos. Aunque parezca increíble, las contrataciones están cada vez más cerca, y esta vez tendrás que aceptar un contrato sí o sí. No quería arruinarte tus «vacaciones» pensando en el laborioso trabajo de lidiar con esta basura —Explicó Pompón mientras continuaba organizando los objetos que quedaban por clasificar. Aparentemente, Shily aún se encontraba en la habitación de Juampi, realizando transacciones y metiendo objetos en el inventario, dado que las transacciones seguían llegando periódicamente.
—Me alegra que te encargues de lo complicado. ¿Ya acomodaron las dos extrañas máquinas que saqueamos? Todavía no tengo la menor idea de cuál es su función —Mencionó Arturo.
—Están en el subsuelo, aunque algo escondidas. Búscalas mientras termino de organizar los objetos —Respondió el conejo.
Arturo se dirigió al subsuelo, ansioso por descubrir las dos extrañas máquinas que Shily y él habían recuperado del antiguo dormitorio de Juampi. Al llegar, quedó perplejo al notar que la ventana rota había sido reemplazada por una nueva con los vidrios intactos, permitiendo la entrada de luz natural y ofreciendo una visión clara del exterior.
Tras mucho buscar, Arturo encontró que las dos misteriosas máquinas estaban colocadas justo debajo de la escalera de caracol que daba entrada a la habitación, en un rincón donde antes solo reinaba el polvo y el abandono. La primera máquina era una amalgama de engranajes y cristales. Emitía un suave resplandor, indicando una conexión posible con alguna forma de magia olvidada. Los engranajes se entrelazaban en patrones complejos, y los cristales parecían contener energía mística. La máquina tenía un aura de antigüedad y misterio, sugiriendo que su propósito trascendía lo convencional y estaba vinculado a conocimientos perdidos en el tiempo. En contraste, la segunda máquina era más robusta y no estaba tan adornada, presentándose como algo más pragmático que imponente. Aun así, sus superficies estaban grabadas con símbolos que parecían representar en intrusiones numeradas y sistemáticas las funciones de la máquina.
Arturo examinó detenidamente la máquina con engranajes y, para su alivio, encontró una serie de dibujos caricaturescos que explicaban sus funciones.
—¿Qué será esto? —Murmuró Arturo, observando los esquemáticos dibujos que adornaban la máquina.
La caricatura mostraba un botón grande y llamativo en la parte frontal de la máquina. Según las ilustraciones, al presionar este botón, una pantalla de cristal emergería, permitiendo la interacción directa con los dedos. Parecía como si uno pudiera dibujar directamente sobre la pantalla, y cada trazo quedaba registrado. Cuando el usuario terminaba su creación, la máquina expulsaba un cuadro desde la parte inferior, revelando el dibujo pintado en todo su esplendor.
—Interesante... parece una especie de máquina para hacer arte —Murmuró Arturo para sí mismo, examinando la máquina con una creciente curiosidad.
Decidió probarla y presionó el botón, asombrándose cuando la pantalla de cristal emergió frente a él. Siguiendo las indicaciones de los dibujos, comenzó a interactuar con sus dedos sobre la pantalla. Se dio cuenta de que podía elegir colores, modificar el grosor del trazo y realizar una variedad de movimientos para plasmar su creatividad.
Después de unos minutos, Arturo se encontró satisfecho con su creación. Era un dibujo sencillo pero rebosante de colores vibrantes. En la pantalla de cristal, una colina imaginaria cobró vida, representando a Arturo y sus excéntricas mascotas en un paisaje lleno de vida. La colina estaba adornada con flores representadas por pequeñas líneas y puntos esparcidos. Un sol sonriente, formado por un círculo con rayos alrededor, iluminaba el cielo de este peculiar mundo de palitos y ralladuras.
En el centro de la composición, Arturo, representado por un pequeño círculo y dos palitos, sonreía rodeado de sus extravagantes compañeros. A su lado, un cerdo era un óvalo con orejas puntiagudas, un gusano gigante se convertía en una línea ondulada y alargada, mientras que un ojo volador era simplemente un círculo con una pupila diminuta. Un tentáculo gigante se extendía desde el suelo, un esclavo sin brazos se componía de líneas verticales, un conejo era un óvalo con orejas largas, y, por último, se encontraba Copito, representado como una bola de pelo blanco que parecía una masa esponjosa.
A pesar de la falta de detalle y técnica, el dibujo emanaba un encanto peculiar y una sensación de alegría infantil. Con una sonrisa, Arturo contempló la obra impresa en sus manos, decidido a conservarla como un recuerdo de su singular aventura en el antiguo dormitorio de Juampi.
Cuando consideró que su obra estaba completa, esperó con anticipación a que la máquina expulsara el cuadro terminado. Con un zumbido suave, el cuadro apareció en la bandeja inferior, y Arturo lo tomó con asombro. Estaba sorprendido por la calidad del arte impreso y la facilidad con la que la máquina transformaba sus trazos en una obra tangible.
—¡Esto es increíble! ¿Les gustará a los demás? —Se preguntó Arturo, mirando su creación con satisfacción.
Tras haber descubierto la emocionante función de la máquina más compleja, Arturo se sintió intrigado por la segunda máquina y se acercó a ella con curiosidad. Al observar detenidamente, notó que tenía una pantalla similar a la primera, pero con una interfaz diferente. Esta máquina, al parecer, servía para satisfacer el deseo de descubrir tesoros ocultos bajo la tierra.
Al tocar la pantalla, esta se iluminó con una representación de una parcela de tierra. Arturo, emocionado, examinó la interfaz en busca de herramientas. Con esfuerzo, descubrió que podía seleccionar diversas herramientas y equipos de excavación mediante botones en el costado de la máquina.
Con una pala y un pico virtuales en mano, Arturo comenzó a cavar virtualmente en la pantalla dando numerosos clicks. La tierra se desplazaba con realismo, y el niño se sintió inmerso en la acción. Con cada golpe, una nube de polvo virtual se elevaba y un sonido realista se escuchaba, dándole una sensación emocionante a la experiencia.
Después de varios minutos de esfuerzo y diversión, Arturo notó un destello en la pantalla. Al seguir excavando en esa área específica, finalmente descubrió un pequeño tesoro enterrado: un simple y pequeño crayón de color amarillo. Con asombro, Arturo sostuvo el crayón con el icono de una mano virtual y lo examinó detenidamente.
Curiosamente, desde una abertura en la máquina por donde aparentaban salir los premios, emergió el mismo crayón amarillo. Arturo quedó perplejo ante la capacidad de la máquina para generar objetos reales. El niño sonrió mientras se respondía a la pregunta de por qué los muebles de Juampi estaban llenos de estos pequeños “tesoros”.
—¡Increíble! —Exclamó Arturo, maravillado por la capacidad de la máquina— Entonces, ¿todos estos objetos que encontramos en la habitación de Juampi eran generados por esta máquina? Aunque creo que si uso mucho este crayón con el tiempo desaparecerá…
La pantalla de la máquina ahora mostraba una lista de objetos que se habían obtenido en el pasado, entre ellos, más crayones de colores, juguetes pequeños y otros elementos sorprendentes, entre los que se encontraban las piedras coloridas que Juampi coleccionaba en su inventario.
Con la respuesta a su pregunta y la emoción de su nuevo hallazgo, Arturo decidió probar suerte nuevamente. Seleccionó una nueva herramienta de la máquina y comenzó a cavar en otra parte de la pantalla, ansioso por descubrir más tesoros escondidos en la tierra virtual. La habitación resonaba con el zumbido de la máquina y la risa del niño mientras continuaba su peculiar búsqueda de “tesoros”.
El tiempo transcurrió y, al girarse, Arturo notó la presencia curiosa de Pompón detrás de él.
—¿Sucede algo? —Inquirió el niño, ligeramente sorprendido por la aparición sigilosa del tierno conejo blanco.
—Sí, ya casi hemos finalizado de organizar todos los objetos —Contestó Pompón, rascándose la oreja con su patita de forma encantadora.
—Ah, me alegra. Bien, entonces, si me disculpas, continuaré con mi tarea de buscar tesoros escondidos… —Comentó Arturo, volviéndose para retomar su laboriosa excavación.
—En realidad, necesito tu ayuda. Hay un objeto peculiar que saqueamos de la habitación de Juampi y creo que deberías echarle un vistazo —Explicó Pompón, mostrando cierto descontento por sentirse ignorado.
—¿Tan especial como para interrumpir mi excavación? —Inquirió Arturo con seriedad.
—Lo comprenderás cuando lo veas... —Respondió el conejo con un aire de misterio— Te espero en la habitación de Copito.
Arturo dejó momentáneamente su labor de búsqueda de tesoros y siguió a Pompón hasta la habitación de Copito. Intrigado por la mención de un objeto peculiar, se preguntaba qué podría haber despertado el interés del conejo blanco. Al llegar, Pompón señaló con su patita hacia una pequeña mesita de luz donde reposaba un objeto cubierto con un paño; aparentemente el conejo se había tomado una molestia bastante grande al preparar la presentación de este objeto.
—Aquí está, el hallazgo de la jornada —Anunció Pompón con un tono de emoción apenas contenido. Con un gesto elegante salto arriba de la mesita de luz y retiró el paño, revelando un trozo de espejo, pulido y brillante a pesar de su tamaño reducido.
Arturo examinó el fragmento de espejo con interés. Aunque era solo una parte de lo que alguna vez fue un espejo más grande, el brillo y la calidad de la superficie reflejaban la artesanía que se había invertido en él. Cautivado por la luz que danzaba sobre su superficie, Arturo preguntó:
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—Supongo que no es un fragmento de nuestro espejo, y el de Juampi estaba completo, ¿de dónde sacaron este fragmento?
Pompón, con un brillo de melancolía en sus ojos, comenzó a contar la historia que rodeaba aquel pequeño fragmento. Le explicó que, en los días anteriores a la condena de Juampi, el espejo completo solía ser una ventana a un mundo mágico y encantado. La criatura que habitaba el espejo permitía a Juampi asomarse a lugares lejanos y soñar con mundos más allá de su celda.
—Sin embargo, un día, la maldición que se cernía sobre Juampi llevó a que lo forzaran a romper el espejo —Relató Pompón con una tristeza bastante mal fingida en su voz— Este fragmento es todo lo que queda de aquella ventana a la libertad que Juampi alguna vez tuvo.
Arturo sintió un nudo en la garganta al comprender la magnitud de la pérdida y se tragó por completo la asquerosamente obvia mentira de Pompón. Observó detenidamente el reflejo en el trozo de espejo, buscando alguna señal de la magia que alguna vez lo había imbuido. Aunque solo veía su propio rostro, imaginaba las historias y los sueños que Juampi había vivido a través de aquel espejo antes de que la condena lo privara de su libertad.
—Este objeto tiene un valor sentimental incalculable. Pienso que Juampi debería recuperar algo de lo que perdió, pero por desgracia no podemos revertir su condena —Comentó Pompón, mirando con ternura el fragmento de espejo— Ahora ese espejo nos pertenece, porque Juampi en un gesto muy amable nos lo regaló. Puedes devolver su regalo, aunque te recomendaría conservarlo, tiene un gran poder. Pero, por supuesto, la decisión es tuya.
Arturo asintió, sintiendo la importancia del objeto en sus manos. Se acercó a la mesa y recogió el trozo de espejo con cuidado, decidido a devolverle al esclavo una pequeña porción de su pasado. Con el fragmento en mano, salió de la habitación junto a Pompón, reflexionando sobre la intrincada red de historias que había descubierto en el antiguo dormitorio de Juampi.
Arturo regresó al dormitorio de Juampi con el fragmento de espejo en mano, preparado para realizar el gesto amable de devolverle al esclavo un pedazo de su pasado. Pompón lo siguió, curioso por ver cómo se desarrollaría la interacción. Cuando entraron, Juampi, que aún estaba en medio de una transacción frente a un espejo roto, levantó la mirada con una mezcla de desinterés y curiosidad al “ver” a Arturo.
—Hola, Juampi. Quería devolverte esto —Dijo Arturo, extendiendo el fragmento de espejo hacia el esclavo con una sonrisa infantil.
Juampi observó el trozo de espejo con indiferencia y luego levantó la vista hacia Arturo con una expresión que no dejaba ver sus verdaderos sentimientos. Antes de que pudiera decir algo, Pompón intervino, tejiendo la narrativa que convertiría el “robo” en un gesto de amabilidad por parte de Juampi.
—Este espejo nos pertenece ahora, porque Juampi, en un gesto muy amable, nos lo regaló. Puedes rechazar su regalo, pero ten en cuenta que tiene un gran poder. La decisión, por supuesto, es tuya —Repitió Pompón, manteniendo la farsa con una sonrisa disimulada.
Ante estas palabras, Juampi, como si estuviera cumpliendo con un papel predeterminado, asintió con gratitud aparente y respondió en un tono de falsa humildad:
—Aprecio el gesto, Arturo. Mi espejo es un pequeño regalo para el nuevo dueño de mis pertenencias. Que le dé buen uso.
Arturo, aunque sorprendido por la rapidez con la que Juampi aceptó la situación, agradeció con un gesto de la cabeza y guardó el fragmento de espejo en su túnica. Pompón, satisfecho con el éxito de la farsa, siguió con la historia de la generosidad de Juampi.
—Es realmente conmovedor ver cómo Juampi, a pesar de las circunstancias, puede ser tan generoso. Ahora tienes un objeto con un gran poder, Arturo. Será interesante ver qué cosas increíbles puedes lograr con él —Comentó Pompón, reforzando la narrativa que había tejido.
El espejo, ahora en posesión de Arturo, llevaba consigo la historia ficticia de un regalo desinteresado. Mientras Pompón y Shily continuaban sus transacciones en la habitación, Arturo reflexionó sobre la extraña dinámica que se desarrollaba en el antiguo dormitorio de Juampi, un lugar donde las historias reales y ficticias se entrelazaban en un tejido complicado y desconcertante para el niño.
Con las últimas transacciones concluidas, Pompón y Shily recogieron los fragmentos de espejo vinculados a sus respectivos dueños. El conejo, con su fragmento ahora ligado al espejo de Arturo, parecía satisfecho con el resultado de sus negociaciones, mientras que Shily, dueño del fragmento conectado al espejo roto de Juampi, se retiró con una sonrisa que denotaba un éxito oculto.
Arturo, con la habitación cuadrada ahora completamente vacía y desprovista de la agitación que había caracterizado su estadía allí, paseó por el espacio frío que aún conservaba cierto aire fantasmal. A pesar de la quietud del lugar, cada rincón le recordaba a los días de su iniciación en la academia, cuando todo era novedoso y desconocido. La peculiaridad de esos recuerdos inventados se mezclaba con la extraña trama de historias tejidas en este antiguo dormitorio.
Mientras deambulaba entre las paredes desnudas, Arturo no notó que Shily ya no hablaba de saqueos ni transacciones. Ahora, los objetos eran referidos como «regalos de Juampi». Este cambio en la narrativa añadió un toque inesperado a la situación, transformando los elementos de un saqueo en donaciones, como si Juampi, de alguna manera, estuviera ofreciendo sus posesiones de manera voluntaria.
Con el espacio ahora completamente despejado y los «regalos» distribuidos, Arturo se tomó un tiempo adicional para pasear por la habitación, como si quisiera capturar los últimos destellos de una experiencia que había sido al mismo tiempo desconcertante y reveladora. Finalmente, Arturo decidió regresar a su hogar. Dijo las respectivas palabras mágicas, dejando atrás la habitación cuadrada que, por un momento, le pareció un portal entre su presente y un pasado olvidado.
Al regresar a su hogar, Arturo se encontró con Sir Reginald, Shily y Pompón discutiendo en voz alta, lo que despertó su curiosidad. Sir Reginald, sin rodeos, preguntó descaradamente:
—Bien, Arturo, ¿te has tragado toda esa farsa sobre los “regalos” de Juampi?
La respuesta no se hizo esperar, y Shily, con su característico tono directo, respondió con un simple y tosco “Sí”. Pompón, visiblemente molesto, se quejó dando saltitos:
—¡Deberían dejar de hablar tonterías en voz alta frente al niño! ¿No se dan cuenta de que puede escucharnos?
—No importa, al final del día creerá la historia feliz, la más feliz de todas las mentiras será su nueva realidad, incluso si sabe que es una mentira —Explicó Sir Reginald con indiferencia, convencido de la sabiduría de sus palabras. Siendo el más pragmático y directo, no dudaba en expresar su opinión:
—Este niño está mal de la cabeza ¿Se dieron cuenta de que ni siquiera recuerda los latigazos que le dimos a Juampi mientras jugaba a unos pocos metros de distancia? Es inútil hacer toda esa farsa, él no es capaz de entender la realidad de lo que estamos haciendo, la ve de otra forma.
—¡Reginald, no tienes que ser tan brusco! Arturo es especial, solo necesita un enfoque diferente. No todos son tan rudos y crueles como tú —Intervino Pompón, visiblemente histérico.
—Deberías dejar de verlo como un juguete. Él también es un ser con sentimientos, y estoy harto de todas estas mentiras. No podemos seguir actuando como si todo estuviera bien —Comentó el cerdo, molesto por la falta de sinceridad en la situación.
Por su parte, Shily mantenía una actitud cruel y alejada de la discusión:
—Si bien la realidad es que este niño es nuestro dueño, no importa si entiende o no lo que hicimos o lo que haremos en un futuro. Lo único que importa es que estemos en su deposición cuando su vida peligre y evitemos problemas innecesarios productos a su falta de capacidad para entender el mundo.
—¡No permitiré que hablen así de Arturo! ¡Es mi conejito especial y merece mis cuidados especiales! —Gritó Pompón, defendiendo vehementemente al niño.
La discusión continuó mientras Pompón, por otro lado, buscaba desesperadamente evitar que la verdad saliera a la luz, defendiendo a Arturo como si fuera su posesión más preciada. La tensión en la habitación crecía con cada palabra pronunciada.
Arturo, desconcertado por la conversación que escuchaba, no entendía a qué se referían con “mentira”. La molestia de no comprender los detalles de la charla se reflejaba en su rostro, pero decidió no tragarse lo que percibía como una broma pesada. En lugar de confrontar a sus mascotas, optó por regresar al subsuelo y continuar desenterrando tesoros con la nueva máquina que le había “regalado” Juampi.
Mientras Arturo se alejaba, Sir Reginald y Shily continuaron discutiendo sobre la nula conveniencia de mantener esta farsa. Pompón, por su parte, seguía incómodo por la situación y se sumió en pensamientos sobre cómo lidiar con las complicaciones que surgían a raíz de las decisiones tomadas en el antiguo dormitorio de Juampi.
Arturo se sumergió en el juego durante lo que le parecieron unas cuantas horas, entregado a la tarea de desenterrar tesoros y descubrir los secretos del antiguo dormitorio de Juampi. La concentración en su labor se vio interrumpida por la persistente sensación de ser observado, y al girarse, se encontró con la mirada de Pompón fija en él.
—¿Sucedió algo? —Inquirió Arturo, ligeramente asustado por la acechante mirada del conejo.
—Terminamos de acomodar todos los objetos… —Informó el conejo.
—Ah, qué bueno... —Murmuró Arturo, volviendo su atención a sus ocupaciones virtuales.
Pompón, sin embargo, tenía más revelaciones para compartir.
—Además, descubrimos la función de las prendas que tenía Juampi —Dijo Pompón, observando la variada pila de objetos misceláneos que Arturo había acumulado— El anillo de plástico tiene la habilidad de invocar una mano que agarra las piernas de la persona seleccionada. Mientras que los guantes tienen la maldición de hacerte perder monedas de oro y objetos valiosos si los usas. Por último, el guardapelo tiene la habilidad de crear las imágenes que me contaste que viste; es decir, el portador del guardapelo guardará al amor de su vida en uno de los compartimientos junto a su propia imagen.
Arturo, intrigado por las capacidades de estos objetos, respondió con entusiasmo.
—Oh, bastante curioso. Después acomoda el anillo en el maniqui, así puedo ponérmelo —Dijo, revelando una sonrisa satisfecha— Y asegúrate de guardar bien ese guardapelo, además de los cuadros de Juampi, su diario y su colección de piedras. El resto, creo, no importa.
Pompón asintió, asegurando la preservación de los objetos “importantes”.
—Claro, no te preocupes. No tiraremos nada valioso por el cráter —Aseguró rápidamente—Ten en cuenta que las condiciones del anillo son muy exigentes, pero usaremos el título que anulaba esas condiciones para no tener problemas con él. Recuerda activar ese título antes de ponértelo, o podrías terminar sin un brazo.
—Lo recordaré… —Respondió Arturo mientras continuaba inmerso en su juego, con la promesa de nuevos descubrimientos a la vuelta de cada clic.
—Eso espero. Por lo demás, voy a irme un rato a hablar con Momo. Es hora de que descubra cómo castigar a las mascotas antes de que se les vaya la mano y comiencen a conspirar contra nosotros… —Respondió Pompón, revelando un toque de determinación en su tono.
—Mientras no las eches, por mí, haz lo que quieras, Pompón —Dijo Arturo, contento de ganar un espacio de tiempo sin interrupciones.
—Si nos son útiles, se quedan. Si no, tendrán que irse, Arturo... —Dijo Pompón con amargura— Recuerda no escaparte mientras yo no esté ¡O podría salir un monstruo de la ventana y comerte!
—Lo recordaré —Respondió Arturo despreocupadamente.
—Eso espero. También recuerda no hacerles tanto caso al cerdo y al parásito. Se divierten confundiéndote, son criaturas malvadas, pero tarde o temprano tendrán su merecido —Advirtió Pompón con una sonrisa maliciosa.
—Tranquilo, sé que son de inventar tonterías —Dijo Arturo, aunque su voz contenía cierto grado de dudas. La relación entre las mascotas de Arturo estaba llena de intrigas y, a veces, resultaba difícil discernir entre la realidad y las bromas retorcidas que tejían a su alrededor.
Después de la partida de Pompón, Arturo continuó su tarea de desenterrar tesoros en la nueva máquina. La pantalla brillante mostraba una parcela virtual de tierra, y con cada pulsación de botón, Arturo seleccionaba diferentes herramientas para explorar en busca de objetos enterrados. La emoción de descubrir cada pequeño tesoro aumentaba, y el niño se sumergió en su nueva ocupación, olvidando temporalmente las complejidades de la trama tejida por sus mascotas.
Finalmente, tras un rato de búsqueda, Arturo decidió dar por concluido su día de exploración. Al cerrar la máquina, se percató de la extraña combinación de acontecimientos que habían tenido lugar en el antiguo dormitorio de Juampi. La noche caía sobre la academia, dejando atrás un capítulo intrigante y misterioso en la vida de Arturo, quien se recostó pensativo, ansioso por el próximo giro de su peculiar aventura.