En la complejidad de la existencia, donde los destinos parecen tejidos con hilos invisibles, Arturo se encontraba ante un inesperado giro en los eventos de su vida: ¡Sus hilos se habían enredado!. Según sus planes originales, en estos momentos debería estar inmerso en la investigación de su nuevo empleo, conociendo a sus compañeros de trabajo y lidiando con las idiosincrasias de un jefe no tan agradable. Sin embargo, el curso de su vida había dado un giro brusco y, en lugar de todo eso, se hallaba en el tranquilo santuario, compartiendo una charla con el sacerdote, en un esfuerzo por comprender cuál sería la siguiente gran parada de su incierto viaje.
El sacerdote, manteniendo su semblante sabio y tranquilo, lo miró con curiosidad y formuló la pregunta que había estado rondando en su mente:
—Entonces, ¿me estás diciendo que debido a tus mascotas, todos los novatos de este año fueron sacrificados?
Arturo suspiró, sabiendo que esta historia sonaba tan inverosímil como una de las leyendas que había leído en el libro de rumores. Pero era la verdad, o al menos su versión de ella.
—Sí, te lo dije exactamente cinco veces ya. Yo no tuve la culpa, fueron Anteojitos y Copitos—Respondió Arturo, señalando al puffin que saltaba alegremente por el santuario y al ojo que observaba con curiosidad el entorno.
El sacerdote desvió la mirada hacia las mascotas de Arturo, que parecían estar tan perdidas en el santuario como cualquier otra persona que lo visitaba por primera vez.
—Me resulta muy difícil creerte, Arturo. ¿Por qué tus mascotas tomarían decisiones por ti?—Preguntó el sacerdote con escepticismo.
La pregunta del sacerdote era válida, y Arturo sabía que su historia sonaba absurda. Sin embargo, el jorobado había presenciado cosas que no podía explicar, y su vida había tomado un rumbo imprevisto debido a las acciones de sus mascotas. Arturo dudó por un momento antes de responder con cierta tristeza irónica en su voz:
—Porque como todo fiel discípulo de Félix, me preocupé demasiado poco...
El recuerdo de haberse quedado dormido apenas dos horas antes de uno de los eventos más importantes en su vida continuaba atormentando el alma del jorobado; había sido una decisión imprudente que había tenido consecuencias devastadoras, por no decir exageradamente devastadoras.
El sacerdote observó a las mascotas de Arturo, quienes continuaban con su juego aparentemente ajeno a la conversación. Sus ojos aparentaban revelar una mezcla de asombro y escepticismo mientras reflexionaba en voz alta:
—Tal vez fueran los dioses los que así lo quisieron, o quizás personas muy inteligentes con grandes planes en mente. ¿Estás seguro de que los conejitos que te dieron a esa mascota no lo hicieron a propósito? Podría ser que tú solo seas un peón en un gran plan elaborado por otros, Arturo.
La idea de ser un peón en un juego que no entendía del todo hizo que Arturo se sintiera aún más perdido en medio de esta extraña situación. Sin embargo, su convicción sobre la culpabilidad de sus mascotas era firme:
—No tengo duda de que fue el plan de mis mascotas. Claro que fui un peón...
El sacerdote asintió lentamente, como si entendiera las complejidades de la situación mucho mejor de lo que Arturo podía imaginar. Sus ojos se desviaron de nuevo hacia las mascotas, que seguían jugando despreocupadas. Había algo en la escena que le hacía pensar en algo más, algo más profundo y misterioso.
—Bueno, de todas formas, has seguido las enseñanzas de Félix, Arturo, y es por eso que no fuiste sacrificado, a diferencia de tus compañeros. Félix está contento con tu decisión de dejar que tus mascotas elijan el camino a seguir. Estoy seguro de ello…—Dijo el sacerdote con una voz tranquila mientras observaba cómo las mascotas continuaban su juego en el santuario.
Arturo sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. No podía evitar sentir que su vida estaba siendo guiada por fuerzas más allá de su comprensión, y la figura de Félix parecía ser el hilo conductor en medio de esta extraña trama:
—¿Y si fueron los planes de Félix? Tal vez fueron los dioses los que querían esto...
El sacerdote, sin perder su mirada serena y sabia, respondió:
—No, los dioses ganan cuando hay gente útil, no cuando esa gente desaparece...
Recordando con dolor las cartas enviadas por sus dos compañeros en un intento desesperado de cambiar sus destinos, inmediatamente Arturo refutó al sacerdote con una pizca de frustración en su voz:
—¡Pero los estudiantes aprobados fueron sacrificados!
Ante lo cual, el sacerdote aclaró con calma:
—Sacrificados por la academia, no por las personas del santuario. ¿Acaso me ves sonriendo como un tonto? No, yo no gané nada por esos cerdos que fueron enviados al matadero. No obstante, los profesores, curadores y todas las personas con profesiones relacionadas con la academia deben estar celebrando con grandes tortas y descorchando los mejores vinos.
La respuesta del sacerdote sorprendió a Arturo, sintiendo que la idea de que los sacrificios de los estudiantes pudieran beneficiar a los profesores de la academia era perturbadora, por lo cual el joven pregunto:
—¿Los maestros de la escuela que ganan con esto?
El sacerdote reflexionó durante un momento antes de responder:
—Lo entenderás cuando tengas tu trabajo. Pero si deseas saberlo ahora y no quieres que la curiosidad te atormente durante mucho tiempo, puedo decirte con sinceridad que no lo sé, ya que no soy una criatura que pertenezca a la academia. Sin embargo, sé que cada mil años se realiza el sacrificio. Por lo tanto, cualquier sacrificio no pactado que ocurra en el medio suele ser una buena noticia para todos los trabajadores de la escuela, entre los cuales los profesores se incluyen. Aunque no conozco sus planes exactos, es probable que algunos lugares de la academia hayan mejorado, que nuevas criaturas aparezcan y que los estudiantes tengan una vida más cómoda y agradable. Quizás incluso los profesores y la comunidad en general se beneficien de alguna manera —concluyó el sacerdote con una respuesta enigmática, pero proporcionando suficientes pistas para que Arturo pudiera intuir que los sacrificios servían para mejorar las instalaciones de la escuela y sus misterios.
Tras responder a la pregunta, el sacerdote notó a Arturo perdido en sus pensamientos, por lo cual agregó:
—De todas formas, tienes un año entero para reflexionar sobre este problema. No deberías preocuparte tanto por ello ahora. Deberías centrarte en otras cosas más nutritivas y alegres. Como te mencioné antes, no hay razones para apresurarse ni correr de un lado a otro. Los que van despacio también llegan a buen puerto, tarde o temprano.
Arturo asintió, agradecido por las palabras de aliento del sacerdote. Pero había otra preocupación que no podía ignorar, y lo expresó con un dejo de inquietud:
—De hecho, la nutrición es un problema...
El sacerdote, con una actitud despreocupada que parecía transmitir una sensación de que los problemas siempre tienen solución, respondió:
—Otro problema insignificante, probablemente...
Su voz estaba cargada de tranquilidad, y una aparente sonrisa se dibujó en su rostro mientras se acomodaba perezosamente entre sus almohadones. Arturo, a pesar de su preocupación, halló un cierto consuelo en las palabras del sacerdote y la esperanza de que, de alguna manera, todo podría ser solucionarse con el paso del tiempo.
Después de una extensa conversación en busca de obtener información o pistas del sacerdote, Arturo logró encontrar un buen compañero de conversación, aunque prácticamente no obtuvo información útil. A pesar de esto, tener un buen compañero de charla era reconfortante en estos momentos en los que todas las personas que conocía habían desaparecido de su vida en menos de dos semanas.
Sintiéndose un poco más animado por su situación actual, Arturo regresó a su dormitorio para enfrentar el problema más urgente: ¡La falta de comida!
Una vez en su habitación, Arturo se dirigió hacia el espejo con determinación y dijo:
—¡Inventario!
Ante la orden del joven, su reflejo comenzó a volverse transparente hasta que una notificación apareció en su lugar.
Inventario Colchón 2 Túnica 3 Objetos y Paquetes recientemente adquiridos a nombrar 24
Arturo observó la pantalla de su inventario con orgullo, viendo los frutos de su arduo trabajo al comerciar su número de puesto. Como resultado, había obtenido 8 reliquias y 16 objetos misceláneos. Aunque lo más destacado eran las 8 reliquias adicionales que se sumaban a la que ya tenía, lo que le daba un total de 9 reliquias. Esto era una inmensa fortuna, especialmente considerando que a los estudiantes les regalaban solo 5 reliquias.
Además de las reliquias, Arturo había conseguido 16 objetos misceláneos, entre los cuales destacaban 10 objetos llamativos que habían captado su atención lo suficiente como para comprarlos. Mientras que los otros 6 objetos eran menos impresionantes, pero habían sido lo máximo que pudo obtener exprimiendo el valor de las últimas posiciones del número de puesto. Aunque el jorobado sabía que mucho de los objetos que había adquirido no tenían valor práctico, dado que su cuarto estaba abarrotado y no tenía espacio para decorarlo, aún apreciaba tenerlos.
Dejando a un lado los objetos misceláneos, que eran inútiles en ese momento, Arturo centró su atención en la verdadera fuente de poder que tenía para cambiar su situación actual: Las 9 reliquias.
Contemplando su valioso inventario lleno de objetos variados, Arturo no pudo evitar comentar a sus mascotas:
—Si en el mercado vendieran algo que generará comida, dudo mucho que existiera la leyenda de Colmillitos. Pero es posible que Colmillos y el retrasado no tuvieran una sola reliquia para lograr lo que nosotros sí podemos. ¿No creen?
En respuesta, Copito saltó animado, mientras que Anteojitos lo miró con una expresión que parecía decir: «Al menos debemos intentarlo».
—Sí, Anteojitos, tenemos que intentarlo. Debemos recordar que la historia de Colmillitos se remonta a los inicios de la academia y esta ha cambiado mucho a lo largo de los milenios. Es posible que hoy en día existan lugares remotos y secretos donde nuestros grandes problemas se conviertan en simples tonterías —Dijo Arturo con confianza.
Sin embargo, Anteojitos parecía un poco enojado, como si estuviera diciendo: «Estás perdiendo la cabeza, chico. Yo te dije que fuéramos a cazar algunos estudiantes inocentes, no a perder el tiempo malgastando nuestras reliquias».
—¡No nos rendiremos, Anteojitos, juntos saldremos de esta!—Contestó Arturo, malinterpretando el enojo de su mascota con una muestra de convicción.
El jorobado procedió a retirar las reliquias del inventario, que eran: un reloj de bolsillo antiguo, una caja de herramientas oxidada, un álbum de fotos desgastado, una brújula sin aguja, una lámpara de aceite agrietada, un abanico de plumas exóticas, una colección de sellos postales antiguos y un mapa de un lugar desconocido. Sumadas al botón roto, tenía un total de 9 reliquias. Lo interesante era que estas reliquias eran un poco más grandes que las que ya había recolectado, lo que le confirmaba a Arturo que la bolsa negra podía guardar reliquias infinitamente sin volverse más pesada, haciéndola bastante práctica y cómoda.
Una vez que guardó las nuevas reliquias en su bolsa mágica, Arturo cerró el inventario. Lleno de determinación, sacó su tarjeta de plata, la colocó frente al espejo y pronunció las siguientes palabras:
> “En una plaza bulliciosa y abierta, donde los secretos y bienes son la oferta. Buscas productos, frescos y variados, dime, buen viajero, ¿dónde has llegado?”
Inmediatamente, el reflejo en el espejo comenzó a cambiar de forma, revelando el mercado al que Arturo había ido para comprar a su puffin. Sin embargo, había una diferencia notable en comparación con la última vez: no se veía ni un solo estudiante paseando por allí.
—Supongo que este año será muy solitario, pero al menos nos tenemos a nosotros, chicos—Dijo Arturo, tratando de mantener un ánimo positivo mientras se adentraba en el espejo y desaparecía sin dejar rastro.
Cuando Arturo reapareció, se encontraba en la plaza que antes era un mercado floreciente. No obstante, el joven no tuvo que investigar mucho para descubrir la desoladora verdad: ¡La plaza estaba completamente vacía! No solo no había estudiantes, sino que los comerciantes que una vez llenaron de vida ese lugar con sus exóticas mercancías y coloridas mantas también habían desaparecido sin dejar rastro.
—Mierda, esto complica bastante las cosas…—Murmuró Arturo mientras observaba cómo sus mascotas comenzaban a explorar el entorno— Por las dudas, no se alejen mucho. Este lugar vacío da algo de miedo...
La sensación de soledad envolvía a Arturo mientras exploraba el ahora vacío mercado. Observaba las calles desiertas con una mezcla de preocupación y curiosidad. Mientras tanto, sus mascotas, Copito y Anteojitos, también parecían sentir la extrañeza del lugar. Copito se acurrucaba en el hombro de Arturo, mientras que Anteojitos flotaba a su alrededor, inspeccionando cada rincón del mercado en busca de respuestas.
Arturo decidió caminar hacia el centro de la plaza, donde solía haber una gran manta rodeada de estudiantes y comerciantes. Ahora, solo quedaba un espacio vacío y silencioso. Se subió al pedestal donde se colocaba la manta que alguna vez había sido el epicentro de la actividad del mercado, y miró a su alrededor en busca de algo que llamara su atención.
—Tiene que haber una explicación para todo esto. No puedo creer que los comerciantes hayan abandonado el mercado…—Murmuró el jorobado, más para sí mismo que para sus mascotas.
Anteojitos se posó frente a él, parpadeando con interés. Era evidente que la mascota estaba tan desconcertada como Arturo. Copito, por su parte, continuaba inquieto en su hombro, mirando a su alrededor con ojos curiosos y asustados.
Fue entonces cuando Arturo escuchó un débil susurro proveniente de su espalda:
—Si buscas respuestas, investiga en las paredes…
Arturo se dio la vuelta con temor, asustando a sus mascotas, solo para descubrir que no había nadie detrás de él más que la silenciosa plaza. Sin embargo, el joven no tenía dudas de que había escuchado una voz rasposa e inquietante, capaz de poner los pelos de punta con solo oírla.
Después de buscar en vano el origen de la misteriosa voz, el joven solo pudo notar que una de las farolas que iluminaban la plaza estaba parpadeando incómodamente, como si estuviera rota. Sin encontrar nada que le llamara la atención cerca de la farola en mal estado, Arturo decidió seguir el susurro que había escuchado y se acercó a las paredes de la plaza, donde se encontraba dibujado un pintoresco pueblo.
Haciendo memoria, Arturo recordó que en su anterior visita al mercado este encantador pueblo rebosaba de vida. Había numerosas personas viviendo en él, disfrutando de una vida alegre y apacible. Sin embargo, en estos momentos, las calles del pueblo de fantasía parecían aparentemente vacías, y no se veía a nadie trabajando en los patios de las casas. Pese a ello, tras una breve inspección, Arturo descubrió a un niño jugando con una pelota en una de las calles del patio.
El niño no tenía nada de llamativo. Sus ojos eran negros, su pelo marrón y lo más destacable era que el pantalón y la camisa de lino que vestía estaban manchados de barro, como si hubiera resbalado mientras jugaba a la pelota y se hubiera manchado de tal forma que seguramente, al regresar a su casa, su madre lo reprendería con severidad.
Arturo se acercó a la pared donde el niño estaba dibujado. El chico en la pintura parecía tan real como cualquier otro niño que Arturo hubiera visto antes, y sus ojos negros lo miraron con curiosidad. Una sonrisa traviesa se formó en su rostro infantil cuando sus miradas se encontraron.
—¡Hola! —Saludó el niño con entusiasmo—¿Tú eres nuevo por aquí?
Arturo asintió, sin dejar de observar al niño en la pintura:
—Sí, aunque soy un estudiante bastante viejo. Mi nombre es Arturo. ¿Y tú?
—Yo soy Leo. ¿Quieres jugar conmigo?—Respondió el niño con entusiasmo.
Arturo aceptó la invitación. No veía daño en jugar con un niño, incluso si ese niño estaba en una pintura. Leo comenzó a explicarle las reglas de un juego simple que involucraba atrapar una pelota que él lanzaba desde la pintura hacia Arturo. El juego era divertido y, a medida que avanzaba el tiempo, Arturo comenzó a olvidarse de la extrañeza de la situación.
Mientras jugaban, Arturo aprovechó la oportunidad para hacerle algunas preguntas a Leo, buscando entender mejor lo que estaba sucediendo en este lugar:
—Leo, ¿sabes por qué este pueblo parece tan vacío ahora? Antes, estaba lleno de gente.
Leo dejó de reír y su expresión se tornó un poco sombría:
—Sí, lo sé. La gente solía vivir aquí, pero desaparecieron. Algunos dicen que fueron a un lugar mejor, otros dicen que algo los asustó y se fueron corriendo. Yo no sé qué pasó realmente, solo que ahora estoy solo aquí.
Arturo sintió un escalofrío al escuchar las palabras de Leo. ¿Dónde habían ido todas esas personas? ¿Qué tipo de lugar era este? Por lo que inevitablemente preguntó:
—Y tú, ¿no tienes miedo de desaparecer también?
—Pero mira ese rostro asustado, jajaja—Rió el niño alegremente, mientras con un gesto burlón comentaba:
—Caíste completamente, lo cierto es que no desapareció nadie, es solo que cuando los comerciantes se van, la gente no suele salir mucho de sus casas y no los culpo, hace algo de frío….
—Ah, claro, por suerte la temperatura en mi dormitorio nunca cambia…—Comentó Arturo sintiendo algo de empatía—¿Sabes dónde fueron los comerciantes?, o ¿por qué se van?
—Porque no hay estudiantes a los cuales vender…—explicó el niño con algo de sarcasmo, como si la respuesta fuera obvia y en cierto sentido tenía razón.
Arturo no pudo evitar deprimirse un poco al descubrir que la corazonada que tenía en el pecho se había tornado en una realidad. Ante esto, Leo, tratando de comprender lo que pasaba, preguntó:
—¿Buscabas a un comerciante en particular? Me temo que tendrás que esperar un año si quieres volver a verlos.
—Buscaba algún vendedor que venda comida, al vendedor de mascotas y al vendedor de puffins…—Mencionó Arturo aún abatido por el descubrimiento.
—¿Al comerciante de puffins? ¿Buscabas que te regresara tus reliquias? Me temo que ese estafador nunca las devuelve…—Dijo el niño con empatía, viendo a la mascota peluda en el hombro de Arturo.
—¿Estafador?—Preguntó Arturo sin comprender.
—Jajaja, mira que vas a ser tan ingenuo de confiar en un comerciante, “el gran secreto de los puffins” es que no hay ningún secreto, es una trampa cazabobos en la que muchos estudiantes caen. Al parecer, hay rumores falsos con respecto a los puffins creados por los estudiantes para fastidiar a sus competidores ....—Dijo el niño mirando cómo Arturo se había quedado boquiabierto, sin saber si debía creerle o no.
—Copito es especial, no tengo dudas…—Murmuró Arturo sintiendo la caricia de su hermosa mascota, aunque sus palabras tenían muchas dudas, sobre todo después de ver el accionar de Anteojitos, que se había cargado a diez mil «competidores» a cambio de un poco más de tiempo en la academia.
—Si no me crees, ve a las alcantarillas, los rumores dicen que allí hay un viejo loco que regala puffins a cambio de favores…—Reveló Leo, provocando que Arturo sonriera alegremente.
—Qué rumor tan interesante… ¿Sabes si ese viejo loco vende cosas para puffins? Si no puedo comprar comida de forma directa, me interesaría ver si al menos puedo aumentar la comida que generan los amiguitos de mi mascota—Dijo Arturo, revelando el motivo por el cual quería encontrar al comerciante de puffins.
—No tengo idea…—Mencionó el niño sinceramente, mientras procedía a seguir jugando con Arturo.
—Entonces, Leo, ¿qué más me puedes contar sobre este lugar? ¿Hay algo interesante en esta pintura? —Preguntó Arturo, mientras se mantenía entretenido con el juego, intentando mantener la charla ligera y tratando de descubrir algún que otro rumor interesante.
El niño sonrió con entusiasmo, señalando diferentes partes de la pintura mientras comentaba:
—¡Claro! Este es un lugar fantástico. Todos disfrutamos de la vida en este hermoso pueblo. Aquella casa con flores en la ventana era de una dulce abuela que hacía los pasteles más deliciosos. Y esa, con el tejado rojo, solía ser el hogar de un inventor loco que creaba máquinas asombrosas. Aquella montaña al fondo esconde un tesoro legendario, o eso dicen. ¡Hay tantas historias interesantes!
Arturo miraba la pintura con asombro, tratando de imaginar las vidas y las historias detrás de cada casa y cada calle. Aunque sabía que era solo una ilustración, realmente parecía tener una vida propia.
—¿Y tú, Leo? ¿Cómo llegaste a vivir aquí?—Preguntó Arturo con curiosidad, sintiendo que quería conocer más sobre este niño peculiar.
Leo rió alegremente mientras daba unos saltitos y luego se acomodaba en una cerca:
—Oh, yo siempre he estado aquí, desde que tengo memoria. Soy parte de este lugar, como las casas y las calles. Cuando los comerciantes vienen, juego con ellos y les hago bromas. Y cuando no están, me divierto explorando la pintura y viendo las estrellas en el techo de la plaza que aparecen en ocasiones.
La charla continuó de esta manera, con Arturo y Leo compartiendo historias y risas. El niño mostraba un conocimiento sorprendente sobre la pintura y su mundo, y Arturo comenzó a sentir que había encontrado un amigo en este lugar inusual.
Sin embargo, mientras Arturo se dejaba llevar por la conversación, no se dio cuenta de que algo extraño estaba sucediendo en la plaza. Las farolas comenzaron a parpadear, como si estuvieran luchando por mantenerse encendidas. Los destellos de luz intermitente eran sutiles al principio, pero poco a poco se volvieron más evidentes. Pese a que Arturo seguía en su mundo, Anteojitos sí notó los cambios y con un fuerte golpe se lo notificó al jorobado, el cual sin investigar mucho también se dio cuenta de que algo raro estaba ocurriendo con las luces.
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Leo, notando que Arturo se distraía con las luces, intentó redoblar sus esfuerzos para mantener la atención del jorobado en la pintura.
—¿Viste ese puente allá? —Señaló Leo—Solía ser un lugar donde los niños se divertían mucho. Cruzaban el río y jugaban a las escondidas. ¡Era tan divertido!
Arturo asintió, tratando de concentrarse en lo que decía Leo, pero no pudo evitar que su mirada se desviara hacia las farolas parpadeantes:
—Sí, suena divertido. Pero, ¿por qué crees que las farolas están haciendo eso?
Leo miró hacia las farolas y dijo:
—¡Oh, eso es extraño! No sé, tal vez necesiten un cambio de bombillas. ¡O quizás los espíritus traviesos están jugando con ellas!
Arturo no estaba completamente convencido, pero no quería alarmar a Leo con sus sospechas. Continuaron hablando mientras las farolas seguían parpadeando cada vez con más intensidad.
El niño seguía esforzándose por tratar de explicarle su mundo a Arturo, pero el parpadeo de las farolas no pasó desapercibido para el jorobado. Las luces intermitentes comenzaban a crear una atmósfera incómoda en la plaza desierta, y Arturo comenzó a preguntarse si había algo más oscuro oculto detrás del fallo de las luces.
Mientras tanto, Copito y Anteojitos parecían inquietos. Sus sentidos agudos les permitían detectar algo extraño en el ambiente, aunque no podían entenderlo del todo. Estaban alerta, observando a su dueño y al niño con atención, como si sintieran que algo estaba a punto de suceder.
La oscuridad en la plaza se volvía cada vez más densa, y las farolas continuaban parpadeando de manera frenética. Arturo podía sentir cómo la tensión en el aire aumentaba, como si algo estuviera a punto de ocurrir. Miró a su alrededor, tratando de encontrar alguna pista de lo que estaba sucediendo, pero no logró hallar nada; sin embargo, se percató de que las luces en el techo que antes simulaban ser estrellas hace tiempo se habían apagado.
Copito y Anteojitos ya no podían ocultar su miedo. La peluda mascota temblaba en el hombro de Arturo, y el ojo flotante miraba con paranoia a su alrededor, como si estuviera siendo acechado por algo invisible.
—Leo, ¿qué está pasando aquí?—Preguntó Arturo con una voz temblorosa, mientras observaba como las sombras tomaban formas grotescas en las calles cuyas farolas habían dejado de parpadear para ceder ante la oscuridad.
El niño, aunque parecía preocupado, trató de mantener una sonrisa en su rostro, mientras comentaba:
—Es solo el juego de las sombras, Arturo. A veces, cuando las farolas parpadean y luego se apagan, las sombras se vuelven traviesas y hacen cosas extrañas. Pero no tienes que preocuparte, estamos a salvo aquí en la pintura.
Arturo sintió un escalofrío recorriendo su espalda al escuchar esas palabras. No entendía su significado, pero había algo siniestro en ellas.
—¡Pero yo no estoy dentro de la pintura, Leo!—Gritó Arturo desesperámente, si bien el jorobado deseaba creer en las palabras de Leo y confiar en que todo saldría bien, la atmósfera en la plaza se volvía cada vez más opresiva. Un frío intenso se apoderó del lugar, haciendo que el jorobado se abrazara a sí mismo en busca de calor.
Fue entonces, cuando de las sombras emergieron figuras espeluznantes: eran seres etéreos de niños y jóvenes, todos vestidos con túnicas desgarradas por el tiempo. Sus ojos sin vida miraban fijamente a Arturo, y sus bocas se movían incesantemente como si intentaran hablar, pero en lugar de palabras, solo emitían susurros incomprensibles que llenaban el aire de la plaza. Su piel pálida y translúcida contrastaba con la oscuridad que los envolvía, y sus manos, huesudas y espectrales, se extendían hacia el jorobado como si buscaran arrastrarlo hacia el mundo de las tinieblas.
Arturo retrocedió y chocó su espalda contra la pared, sintiendo un pánico creciente. Las figuras fantasmales comenzaron a acercarse, y su presencia parecía drenar la luz y la esperanza del lugar.
—¡Leo, ¿qué son estas cosas?! —Gritó Arturo, al borde de la desesperación.
Leo miraba a las figuras con tristeza en sus ojos oscuros.
—Son los estudiantes que se perdieron aquí, Arturo. No pudieron encontrar el camino de vuelta. Pero tú estás a salvo conmigo.
Las voces de los antiguos estudiantes se volvieron ensordecedoras, se alzaban al unísono como gritos de agonía que inundaban el ambiente. Arturo sintió que estaba perdiendo la cordura, que aquel lugar lo estaba devorando lentamente. Quería escapar, desesperadamente.
—¡Lo siento, Leo, pero debo irme! —Exclamó Arturo, sin dudarlo más, sabiendo que la situación se estaba saliendo de control.
—No, no te vayas, no me dejes solo, Arturo, ¡te lo suplico! —Gritó Leo, su voz temblando de ansiedad mientras sus mejillas se empapaban con lágrimas. Sus ojos suplicantes buscaron desesperadamente la mirada de Arturo, buscando una promesa de que no lo abandonaría.
En ese momento, todas las farolas se apagaron de golpe, sumiendo la plaza en una oscuridad total. Arturo sabía que era su última oportunidad para escapar, y sin pensarlo dos veces, pronunció las palabras mágicas que lo teletransportarían a su casa:
> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”
La última imagen que el jorobado vio antes de desaparecer en la oscuridad fue la mirada aterrada de Leo, parpadeando con luz fluorescente en la pintura. El terror y el misterio de esa extraña plaza quedaron atrás mientras Arturo se encontraba de nuevo en su dormitorio, respirando con alivio.
—¿Estamos todos? —Preguntó Arturo, comprobando que Anteojito se hallaba mirando hacia los lados, aparentemente aún no tan acostumbrado a ser teletransportado de un lugar a otro. Mientras tanto, Copito hacía tiempo que había salido corriendo a esconderse en el castillo.
—Qué bueno que estemos bien, aunque ahora tenemos que lidiar con un inmenso problema… —Dijo Arturo ignorando completamente el hecho de que por poco perdía la vida y comprendiendo que sin comerciantes, obtener una fuente de alimentos se había convertido en una tarea más complicada.
Aparentemente dándole ánimos, Anteojitos frotó de arriba a abajo al frente de Arturo con determinación, como diciendo: «¡No podemos rendirnos!»
—Sí, Anteojitos, esa es la actitud, siempre y cuando no bajemos los brazos, lograremos encontrar una forma de obtener comida para los tres —Dijo Arturo mientras procedía a buscar el libro de rumores en el espejo.
Anteojitos, aparentemente enojado por la mala interpretación de sus pensamientos, miró a Arturo de mala gana, como diciendo: «¡No, imbécil, te estoy diciendo que vayamos por un par de mocosos y dejemos de jugarnos el culo para obtener la comida!»
Arturo sintió los ánimos de su mascota y, más lleno de determinación que nunca, procedió a tratar de encontrar la información que buscaba en el libro de rumores. Sacando el dichoso libro de su escondite, lo tomó entre sus manos y, mientras lo acariciaba como a una mascota, murmuró:
—Librito, librito, ¿podrías contarme un secretito? Necesito saber cómo se entra en las alcantarillas.
Inmediatamente las páginas del libro comenzaron a pasar por si solas, hasta que finalmente se detuvo mostrando una pintoresca historia:
Las Profundidades de Alubia
En la remota ciudad de Alubia, enclavada en la tenebrosa y misteriosa Calle de los Lamentos, se esconde un oscuro acceso a las alcantarillas bajo una antigua casa de ladrillos rojos conocida como la Mansión del Silencio. Durante generaciones, los habitantes de Alubia han vivido sin sospechar la existencia de este siniestro pasaje, y aquellos que lo han descubierto han jurado mantenerlo en secreto, susurrando historias que hacen estremecer el alma.
Para hallar la entrada a este inframundo, debes aventurarte en la noche más oscura y buscar al anciano que deambula por la Calle de los Lamentos, siempre cubierto con su sombrero negro. Este anciano, conocido como el Guardián de los Abismos, atesora un mapa que revela la ubicación precisa de la Mansión del Silencio. Sin embargo, ten en cuenta que solo compartirá su secreto con aquellos que demuestren ser dignos de enfrentar los horrores que aguardan en las profundidades.
Para probar tu valía, deberás encontrar a Silvano, el hijo del Guardián de los Abismos, un joven enigmático conocido por su destreza en la creación de enigmas retorcidos y adivinanzas diabólicas. Deberás enfrentarte a una serie de desafíos mentales planteados por Silvano, desafíos que retorcerán tu mente y pondrán a prueba tu cordura. Solo los más astutos sobrevivirán y ganarán el derecho al mapa que desvela la ubicación precisa de la Mansión del Silencio.
Una vez en tu poder, dirígete a la Mansión del Silencio y busca una baldosa en el suelo de la sala principal, una baldosa que guarda el acceso a las alcantarillas de Alubia. Estas alcantarillas son un laberinto tenebroso lleno de secretos y peligros. Sin embargo, debes ser valiente y hábil para sobrevivir en este abismo
Comprendiendo que la historia inventada tenía prácticamente nulo valor, más que para hacerle perder el tiempo a quien la leyera, Arturo evito leer lo que decía y simplemente comentó:
”He desentrañado tres oscuros secretos que se ocultan en las sombras del mercado. Mi primer secreto es que los mercaderes del mercado solo hacen su aparición durante las siete lunas de reflexión, inmediatamente después de que los estudiantes aprobados adquieran sus reliquias.
Mi segundo secreto es la existencia de un niño llamado Leo, atrapado en el interior de las pinturas que adornan las paredes del mercado. Si decides entablar un juego con él y ganar su confianza, podrías obtener información valiosa sobre los comerciantes y sus oscuros secretos.
El tercer rumor es que permanecer demasiado tiempo en el mercado cuando no hay ningún comerciante presente puede volverse peligroso; la clave para evitar el peligro es retirarse antes de que todas las farolas se extingan, en mi experiencia paso más de media hora para que eso ocurra.”
Cuando Arturo dejó de susurrar sus secretos, una frase apareció tachando desprolijamente la respuesta inicial del libro:
> “Júrame que no me mientes, dime que tus secretos son tus verdades, prométeme que los rumores no son falsos y te contaré lo que mis amigos me han enseñado”
—Amigo, tú ya me conoces de sobra: ¿Cuándo te he mentido?, te juro que mis palabras son la única verdad que yo conozco y sin lugar a dudas te prometo que jamás inventaría rumores para sacarte provecho…— Susurró Arturo de memoria, mientras trataba de recordar acerca de que era lo que pasaba cuando el libro no indicaba cuanto tenía que contarte.
*Puff*... Inmediatamente, el libro se cerró de golpe de forma brusca, asustando al jorobado. Sin embargo, una página con los bordes rotos se deslizó entre sus hojas y cayó al suelo. Ante esta respuesta inesperada, Arturo se agachó rápidamente y tomó la hoja del suelo. Con impaciencia, comenzó a leer su contenido:
“¡Arturo, mi amigo! ¿Sabes qué es lo que siempre me ha fascinado? El mercado, oh, el bullicioso mercado. Es un lugar asombroso, ¿no crees?”
Con ciertas dudas, Arturo volvió a examinar el contenido de la hoja y, sin estar seguro de qué hacer, murmuró para en voz baja:
—¿Hola? ¿Dónde está mi secreto?
Sin embargo, no obtuvo respuesta alguna, lo que lo llenó de preocupación, tanto a él como a su inseparable mascota, Anteojitos, quien parecía estar espiando nuevamente las actividades de Arturo.
—¿Por qué no responde? —Se preguntó Arturo, pero al parecer, Anteojitos tenía una respuesta en mente. Con un esfuerzo considerable, hizo levitar una diminuta fruta desde uno de los árboles del bosque y luego se la tiró al rostro de Arturo.
—¡Oye, ¿por qué me lanzaste esto?! —Se quejó Arturo, pero de inmediato notó que el jugo de la fruta también había salpicado la hoja en su mano. Curiosamente, la gota parecía desvanecerse en la hoja, como si fuera absorbida por ella.
—¿Tengo que escribir? —Preguntó Arturo a su mascota, quien lo miró con una expresión que parecía decir: «¡Deberías intentarlo!»
Fue en ese momento cuando Arturo se dio cuenta de que tenía un problema: no tenía un lápiz. Sin embargo, por suerte, recordó la existencia de un aula poco frecuentada donde podría encontrar uno.
Arturo se paró frente al espejo de su cuarto y recito:
> “En este lugar de aprendizaje y luz, donde el conocimiento es una gran virtud. Donde se reúnen jóvenes en multitud, para explorar ideas con actitud. En bancos y sillas, todos toman asiento, escuchando al maestro con gran aliento. Libros y pizarras, herramientas de ocasión, para expandir mentes, esa es la misión. ¿Dónde Estoy?”
Inmediatamente el reflejo en la superficie del espejo comenzó a cambiar, mientras que Arturo observando intensamente el reflejo pensaba una y otra vez: “el aula abandonada, el aula abandonada, el aula abandonada…”
Fue entonces que una habitación comenzó aparecer en la superficie del espejo, dicha habitación era un aula aparentemente abandonada. Con un suelo lleno de baldosas gastadas que mostraban signos evidentes de desgaste, estando algunas de ellas rotas y desplazadas, creando un mosaico irregular. En el techo y las paredes, las manchas de humedad en los toscos tablones de madera se extendían como cicatrices, mostrando signos de filtraciones sin atender durante años. El piso estaba lleno de polvo, mientras que las ventanas en la habitación están empañadas y sus persianas enrollables están desgarradas y caídas, bloqueando cualquier intento de luz natural de entrar en la habitación.
Sin dudarlo, Arturo atravesó el espejo y apareció en el aula abandonada. Lo primero que notó el jorobado al recobrar la noción de su entorno fue que Anteojitos lo había acompañado; no obstante, esta vez Copito se había quedado en el castillo, aparentemente demasiado asustado para aventurarse fuera.
—Al parecer, la mayoría de estudiantes siguen evitando venir a este sitio... —Murmuró Arturo mientras comprobaba que él y su mascota eran los únicos seres vivos en esa habitación.
Lo cierto es que Arturo había visitado este lugar en numerosas ocasiones, ya que ofrecía muchas comodidades y no se consideraba peligroso. Sin embargo, lo que hacía que esta aula se mantuviera en el olvido y rara vez fuera visitada por los estudiantes era el persistente y desagradable olor que parecía haberse impregnado en las paredes del recinto. Era un olor rancio, como una mezcla de humedad, moho y algo indescifrable pero igualmente desagradable, o incluso mucho peor. A medida que uno se adentraba y permanecía en la habitación, el hedor se volvía más intenso y opresivo, hasta que finalmente el olor era prácticamente sofocante y uno terminaba por abandonar el lugar.
El motivo detrás de este olor nauseabundo era un misterio que nadie había logrado resolver. Algunos creían que podría haber sido causado por una inundación pasada que había dejado su huella en la madera podrida. Otros sugerían que podría haber sido el resultado de un experimento científico malogrado, con productos químicos que se filtraron en las paredes y el techo. Sea cual sea la causa, el olor se había vuelto tan penetrante y desagradable que muy pocos estudiantes se atrevían a entrar en esta aula abandonada.
Arturo, sin embargo, era uno de los pocos valientes que no se dejaban intimidar por el olor. Con Anteojitos a su lado, el jorobado comenzó a explorar la habitación. Los pupitres estaban cubiertos de polvo y telarañas, y los libros en los estantes parecían haber sido olvidados durante décadas, indicando que eran decoraciones más que libros útiles. El tiempo parecía haberse detenido en este lugar, como si fuera un rincón olvidado de la historia de la academia.
Después de realizar una breve investigación en la habitación, Arturo finalmente encontró un lápiz en el suelo, mientras su mascota curioseaba por el entorno. El jorobado decidió poner en práctica la sugerencia de su compañero y, tomando el extraño papel que había conseguido hace no mucho, se sentó en uno de los bancos cubiertos de polvo y comenzó a escribir:
—¿Hola? ¿Dónde está mi secreto?
Para la sorpresa de Arturo, la idea de su mascota resultó ser acertada, y sus palabras se hundieron en la hoja, tras lo cual comenzó a escribirse por sí sola:
—¡Pero qué impaciente, Arturo! ¿No te enseñaron algo de modales en la escuela? Oh, ¿a quién intento engañar? Sé muy bien que eso no lo enseñan. Por desgracia, yo también fui un estudiante hace mucho tiempo…
Las palabras escritas en el papel parecían adquirir vida propia, y Arturo las observaba con creciente asombro. Incapaz de contener su curiosidad, el joven no pudo evitar preguntar:
—¿Quién eres?
Las palabras en el papel respondieron con un tono enigmático:
—¿Mi nombre? ¡Una leyenda! ¿Mi sombra? ¡La de un dios! ¿Mi historia? ¡La de un vencedor!... ¿Dime, Arturo, quién soy?
Arturo reflexionó durante unos momentos, sintiendo la presión de descifrar este enigma. Cautelosamente, escribió:
—¿Felix?
La respuesta escrita en el papel fue negativa, y las palabras continuaron deslizándose con un aire misterioso:
—No, hay cinco dioses, y no soy ninguno de ellos. Sin embargo, mi nombre resuena más que los dioses, mi sombra es venerada más que la de los dioses, y mi historia es mucho más conocida que la de los dioses... ¿Dime, Arturo, quién soy?
Arturo se sintió intrigado y desafiado por el enigma. Era evidente que estaba tratando de descubrir la identidad de alguien o algo de gran importancia en la historia de la escuela. Tras unos momentos de reflexión, Arturo solo pudo pensar en una persona que encajaba en esa definición, aunque desde su perspectiva, esa persona había fallecido hace tanto tiempo que parecía irrelevante mencionarla. Sin embargo, sabía que todo lo que había dicho sería cierto si esa fuera la respuesta. Así que Arturo respondió al enigma:
—¿Eres Momo, el gran tramposo?
Las palabras escritas en el papel confirmaron la respuesta:
—Ni más ni menos, ¿y quién más podría ser? Fui el estudiante que creó el libro de donde proviene la hoja con la que estás debatiendo ahora mismo.
Arturo quedó sorprendido por la revelación. Momo había sido una figura legendaria en la historia de la escuela, un estudiante astuto y misterioso que dejó una marca imborrable: ¡Y esa marca no era otra que el gran libro de rumores secretos!.
—Pero tú moriste hace demasiado tiempo... —Respondió Arturo, aún asimilando la información.
Las palabras en el papel continuaron fluyendo con un toque de melancolía:
—Yo, claro, soy polvo, ¡y preferiría que así fuera! Pero mis rumores, secretos e historias son inmortales, ¿o me equivoco, Arturo?
Arturo asintió, comprendiendo que Momo era una figura cuya influencia trascendía el tiempo. Sin embargo, tenía una pregunta que le preocupaba:
—Claro que eres una leyenda, los estudiantes te debemos mucho. Pero, ¿por qué estamos hablando ahora? ¿No se supone que solo te limitas a responder en el libro?
Las palabras en el papel respondieron:
—Sí, ese es el caso. Siempre respondo usando el libro. Pero resulta que hay rumores muy interesantes circulando y necesito tu ayuda, Arturo. Va, no es que yo la necesite, después de todo, ya estoy muerto. ¡Pero son tus compañeros quienes te necesitan!
Arturo asintió solemnemente ante las palabras de Momo, el gran tramposo, quien incluso después de la muerte, parecía preocupado por el bienestar de los estudiantes de la academia. Por lo que el joven no dudó en responder:
—Entiendo, Momo. Estoy dispuesto a ayudar a mis compañeros estudiantes en lo que sea necesario. ¿Qué puedo hacer para ayudar?
—Los rumores indican que la luna de sangre se ha alzado nuevamente —Dijo Momo, escribiendo con letra muy prolija y llamativa—Ya son muchos los estudiantes que juran haberla visto, y muchos más lo que preguntan su significado. Es por eso que necesito tu ayuda, Arturo.
Arturo asintió, consciente de que el responsable de ese fenómeno estaba espiando la conversación a sus espaldas. Y por eso mismo, Arturo estaba más que dispuesto a escuchar sobre esta situación y cómo podría ayudar a esta figura legendaria cuyo libro había cambiado su vida para siempre.
—¿Qué significa la luna de sangre? ¿Por qué es tan importante?—Preguntó Arturo con sincera curiosidad.
Momo pareció meditar por un momento antes de responder escribiendo pausadamente:
—La luna de sangre indica que la academia acaba de recibir recursos considerables, recursos que servirán para mejorar la vida de los profesores, la comunidad o los alumnos. Presta atención en el «o»; es decir, los recursos son escasos y debes competir para adquirirlos. Por eso es que te necesito, Arturo. Tú eres el campeón que he seleccionado para competir por esos recursos y así mejorar la vida de los estudiantes.
Arturo quedó impactado por la revelación. Momo lo había elegido para una misión crucial, una que implicaba competir por recursos increíblemente valiosos. La idea de que él, entre todos los estudiantes, fuera la elección de Momo lo dejó atónito:
—¿Yo? ¿Me eliges a mí entre todos los estudiantes? ¿Te parece sensato confiarme una misión tan importante?
Momo respondió con una letra que denotaba cierta ironía:
—La misión es tan simple como apurarse. Mientras los demás debaten y dudan, necesitamos ser rápidos, y un idiota imprudente y despiadado es la persona más rápida del mundo para tomar decisiones.
Arturo asintió, comprendiendo que Momo tenía un propósito claro en mente. A pesar de sus dudas iniciales, estaba dispuesto a ayudar.
—Te ayudaré, Momo. Pero solo si la misión no es demasiado riesgosa... —Escribió Arturo, consciente de la mirada enojada de Anteojitos, la cual aparentemente decía:”No, Arturo, no te metas en problemas innecesarios: ¡No ayudes a este desconocido!”
Momo continuó con sus instrucciones:
—Necesito que realices una misión, Arturo, una que solo tú puedes llevar a cabo. Pero la misión no es para nada riesgosa, solo debes llegar al santuario de estudiantes.
El comentario de Momo dejó al jorobado desconcertado. Como adulto, no tenía acceso al santuario de estudiantes, por lo que expresó su preocupación a Momo:
—Lo siento, Momo, pero ya no soy estudiante. No puedo entrar en el santuario de estudiantes.
Momo le explicó con urgencia:
—Puedes hacerlo, Arturo. Aún no has firmado ningún contrato que te excluya, así que puedes ingresar. Solo tienes que pensar en el santuario, visualizarlo en tu mente y podrás acceder a él como si fueras un estudiante. Si completas con éxito esta misión, te proporcionaré información acerca de las alcantarillas
Arturo aprovechó la oportunidad para hacer una pregunta crucial, consciente de las dificultades que enfrentaría en la academia:
—Me es interesante esa información, pero lo que realmente quiero saber es: ¿Cómo puedo obtener alimentos en la academia siendo adulto sin poner en peligro mi vida? ¿Qué opciones tengo?
Momo respondió de manera escueta:
—Si vas a los comedores, los chefs intentarán asesinarte. Si consumes cualquier alimento no preparado y servido en un plato, te envenenarás. Tu mejor opción es cazar estudiantes o depender de alimentos para puffins, una vez que hayas ganado la confianza del viejo loco que vive en las alcantarillas podrás conseguirlos. Te recomiendo que sigas la opción de cazar estudiantes.
Arturo asintió, aunque maldijo en secreto que Momo aparentemente no quería explicar demasiado, en definitiva le contestó que efectivamente en las alcantarillas estaba lo que buscaba y no mucho más.
—Bueno, iré a completar la misión—Escribió Arturo con determinación.
Momo lo detuvo repentinamente, con una letra apresurada y ocupando toda la hoja:
—Espera, idiota. ¡No te dije qué hacer una vez que llegues al santuario!
Su respuesta reveló un pequeño detalle que Arturo había olvidado: no había lápices en el santuario, por lo que Momo no podía saber cuando llegaba o que hacía en el lugar.
—Ya sé, Momo. Estoy esperando tus instrucciones finales…—Escribió Arturo ocultando el pequeño problema, un poco avergonzado por su descuido.
Momo procedió a proporcionar las instrucciones finales, indicándole a Arturo qué pasos debía seguir en el santuario. Arturo leyó atentamente, asegurándose de comprender cada detalle.
Finalmente, con las instrucciones de Momo en su mente y la hoja llena de instrucciones en sus bolsillos, Arturo se preparó para embarcarse en la primera gran misión de su vida.
Con determinación, Arturo tomó la tarjeta de plata, pero antes de partir, observó cómo su leal mascota, Anteojitos, comenzaba a levitar una gran cantidad de lápices y objetos llamativos de la habitación, como si tratara de llevarlos al dormitorio para evitar cualquier inconveniente.
—Esa es la actitud, Anteojitos. Después de esta misión, seremos parte de las grandes leyendas de la academia —Dijo Arturo, transmitiendo su entusiasmo a su mascota. Luego, pronunció las ya conocidas palabras mágicas:
> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”
Inmediatamente, Arturo y su mascota se teletransportaron al dormitorio, pero lamentablemente, los objetos que Anteojitos había recolectado con tanto esfuerzo en el aula abandonada quedaron atrás, perdidos en ese lugar desolado que pocos se atrevían a visitar. Arturo observó cómo su fiel compañero buscaba los lápices con inquietud, y recordó la primera vez que le había pasado lo mismo con una sonrisa irónica
—Has aprendido una valiosa lección, Anteojitos. Si fuera tan fácil obtener cosas, mi habitación estaría llena de tesoros y nunca saldría de ella. Pero desafortunadamente, esos objetos pertenecen a la academia y no a nosotros... —Comentó Arturo mientras veía cómo su mascota miraba a su alrededor, buscando los lápices que habían quedado atrás. Luego, el jorobado miró hacia el castillo en busca de su otra mascota, quien no se había animado a acompañarlo al aula abandonada.
Tras escuchar sus palabras, Anteojitos lo miró con cierta molestia, como si quisiera decir: «¡Jorobado de mierda!, si sabías que esto iba a pasar, ¿por qué no me lo dijiste antes de que me pusiera a trabajar en ello?».
—Sí, Anteojitos, estoy emocionado por la misión que nos han encomendado—Dijo Arturo mientras buscaba a Copito en el castillo. La mascota peluda percibió la aproximación de Arturo y salió con cautela para asegurarse de que no se estaba equivocando.
Arturo acarició a Copito con ternura mientras hablaba:
—¿Por qué no me acompañaste en mi aventura anterior, Copito? Todos estamos en el mismo barco, y no podemos abandonarnos unos a otros por miedo a lo desconocido.
Copito temblaba de miedo, y los minihumanos a su alrededor también parecían inquietos. Sin embargo, Arturo estaba decidido a infundirle valor a su compañero:
—Puede que te hayas dejado llevar por lo que dijo el chico de la pintura, pero yo sé que eres especial, Copito. Por eso te necesito conmigo en mis aventuras. Quién sabe cuándo podrías salvarnos la vida a Anteojitos y a mí con tu superhabilidad secreta...
Copito, con sus ojos grandes y asustados, miró a Arturo con inseguridad mientras temblaba. Había sido herido emocionalmente en su experiencia anterior explorando la escuela, y confiar nuevamente en aventuras desconocidas era un desafío para él. Arturo comprendía la situación de su mascota y estaba algo preocupado por el poco brillo en los ojos de Copito, por lo que estaba más que dispuesto a ser paciente.
—Entiendo que tengas miedo, Copito. Lo que vivimos en la luna de sangre fue aterrador, y lo que ocurrió en el mercado por poco nos cuesta la vida, no quiero que te sientas presionado. Y de hecho yo estoy seguro de que si no fuera por mi extraña habilidad que me convierte en un tarado también estaría paralizado por el miedo…—Dijo Arturo, manteniendo una voz suave y tranquilizadora.
Copito se acurrucó en la mano de Arturo, como si estuviera tratando de comunicar sus temores. Arturo continuó acariciándolo y hablándole con ternura:
—Pero también sé que eres valiente, Copito. Has enfrentado desafíos antes y has demostrado ser un compañero leal. No te estoy pidiendo que hagas algo que esté más allá de tus capacidades. Solo te pido que confíes en nosotros y en esta misión. Juntos, podemos superar cualquier obstáculo y nos convertiremos en leyendas: ¡Los estudiantes en el futuro cantarán canciones que nos alaben por nuestros grandes y compasivos actos!
Copito pareció considerar las palabras de Arturo mientras seguía temblando. Miró a su alrededor, observando a Anteojitos, que aparentemente estaba desinteresado en la conversación y había comenzado a jugar con uno de los minuhumanos en la habitación.
Arturo continuó hablando, tratando de infundirle coraje a Copito:
—Recuerda, somos un equipo, y siempre nos cuidamos mutuamente. Si decides acompañarnos en esta misión, estaremos juntos en cada paso del camino. Y si en algún momento sientes que es demasiado, no dudes en decírmelo: ¡Tu seguridad es importante para mí!
Después de escuchar las palabras reconfortantes de Arturo y ver la determinación en sus ojos, Copito comenzó a recobrar algo de confianza. Sus temblores disminuyeron gradualmente, y lentamente comenzó a recobrar el brillo en sus ojos.
Arturo sonrió con cariño y le dio un beso en la cabeza a Copito.
—Así que, ¿qué dices, Copito? ¿Nos acompañarás en esta nueva aventura?
Copito con una dificultad abismal logró asentir balanceando su cuerpo, lo cual parecía ser su manera de decir «¡Sí, Arturo, juntos somos invencibles!».
—¡Juntos conquistaremos al mundo, Copito!—Dijo Arturo tras lo cual se acercó al espejo en su dormitorio y mencionó las siguientes palabras mágicas:
> “En un lugar secreto me encuentro, donde la piedad se eleva en lo alto. A los dioses tributo sincero guardo, y mi nombre es abrigo, divino y exacto, ¿Dónde estoy?”