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12 - Mil Años

Después de comprobar que tres de los ocho puntos de ascenso disponibles se habían activado, una sonrisa algo incómoda se dibujó en el rostro de Arturo. Mientras tanto, Anteojitos se elevó y se acercó a la ventana para observar la luna de sangre que se alzaba en el horizonte con su resplandor macabro.

—Hagamos un análisis tranquilo de la situación...—Murmuró Arturo mientras sentía la incomodidad de su túnica que habían sido manchada por algo más que sus propias lágrimas debido al susto que había experimentado.

Copito, notando que las cosas se habían calmado, salió de la túnica de Arturo y miró a su alrededor con sospecha, mientras Arturo retomaba la conversación:

—Aunque condenamos a muchas personas a una muerte horrible, estas tres opciones activadas representan un avance de casi tres milenios en la lucha por mejorar la vida de los estudiantes. En total, logramos cuatro mejoras significativas en lo que debería ser una sola, es decir, hemos mejorado la vida de los estudiantes en casi cuatro mil años. Eso es un logro significativo, chicos…

Anteojitos miró a Arturo y pareció asentir con su mirada, como si comprendiera las razones detrás de la elección que habían hecho. Arturo continuó justificando su decisión:

—Sí, el costo fue relativamente bajo si consideramos lo que hemos obtenido. Estoy seguro de que la mayoría habría tomado la misma opción. Ahora solo debemos advertir a los otros estudiantes que la luna de sangre se elevará en las próximas contrataciones, y nadie más sufrirá a causa de nuestras decisiones.

Ante el comentario de Arturo, Anteojitos volvió a mirar por la ventana, como si quisiera señalar que la luna de sangre ya había aparecido en el horizonte.

—Tienes razón, Anteojitos, también veo que la luna de sangre ya ha salido, pero según lo que dice en la descripción de este punto de ascenso: «La luna de sangre volverá a elevarse en 14 días, ¡pero solo el heraldo conoce este rumor!» Por lo tanto, deberíamos tener 14 días para que suceda algo. Tal vez la luna de sangre que vemos por la ventana es una muestra de lo que ocurrirá en el futuro. Además, la carta del heraldo que está junto a la descripción del punto de asenso también hace referencia a que el Rey Negro los devorará en el futuro, no indica que ya los haya devorado, es una advertencia de lo que sucederá. Por lo tanto, tendría sentido que utilizando esta advertencia de manera astuta podamos informar a nuestros compañeros.

Anteojitos miro seriamente a Arturo como recordándole lo importante: «Antes de salvarle el culo a cualquier desconocido, deberíamos salvar nuestro propio culo.»

—Sí, Anteojitos, no te preocupes. Afortunadamente, conozco una forma bastante sencilla de sobrevivir a la luna de sangre. Tan pronto como salgamos de aquí, iremos a negociar nuestra supervivencia—Comentó Arturo, entendiendo la preocupación de su mascota. Era posible que esta vez no lo dejaran continuar en la escuela, dado que la leyenda de Colmillitos indicaba claramente que desapareció de un año al otro. Sin embargo, en su caso no sería en un año, sino que solo había 14 días hasta las próximas contrataciones, o al menos todo indicaba eso.

Anteojitos miró a Arturo con una expresión de preocupación que parecía preguntar: «Entonces, ¿crees que solo nos quedan 14 días más en la escuela? Quedan tantos secretos por descubrir, y todo mi gran plan no habría sido tan grande si solo extendemos nuestra estadía por dos semanas»

—No, Anteojitos, lamentablemente, una vez que negociemos nuestra supervivencia, todavía tendremos que quedarnos otro año en la escuela…—Respondió Arturo con pena—Me temo que durante la luna de sangre no se negocian contratos, y sin contratos, no podemos iniciar ningún trabajo. Por eso, el problema de la comida aún persiste, pero en principio, hemos ganado una torta y los comerciantes volverán a aparecer en el mercado. Así que no todo está perdido. Esta vez podremos prepararnos de mejor manera para los eventos que sabemos qué ocurrirán.

Mientras Arturo continuaba hablando, Copito recuperó gradualmente su confianza y no pasó mucho tiempo antes de que se recompusiera por completo, mirando con curiosidad todos los cambios en la habitación. Arturo prosiguió:

—De todas formas, todo esto se basa en la suposición de que tenemos 14 días, lo que incluye los dos períodos de reflexión que todos los estudiantes tienen. Puede parecer que las cosas se han vuelto un poco complicadas de nuevo, pero estoy seguro de que pagar ese coste por el regalo, la torta y el favor de Momo con la información de las alcantarillas valió la pena.

Ante estas palabras, Anteojitos miró a Arturo con expresión de desaprobación, como si quisiera decir: «¿No recuerdas que la bolita de pelo destruyó nuestra copia del libro de los rumores?»

Arturo sacó de entre sus túnicas el papel lleno de instrucciones. Las instrucciones no habían cambiado, y aparentemente, Momo no se había enterado de que habían completado la misión. O tal vez lo sabía, pero por precaución, no quería borrar las instrucciones. Con el papel en la mano, Arturo comentó:

—Con esto podremos comerciar rumores sin problemas, así que no necesitamos el libro, creo. Además, lo que se destruyó la decisión de Copito fue mi copia. Podría ir a buscar el libro que está en el santuario cuando se me ocurra y usarlo frente a todos. Sería incómodo, muy incómodo, pero aún podemos hacerlo de esa manera.

Tras hacer ese comentario, Arturo recibió una mirada extraña por parte de Anteojitos. Era una mirada tan peculiar que le costó trabajo entender su significado. Sin embargo, pronto notó que Copito también lo miraba con esos mismos ojos, como si estuvieran diciendo algo como: «¿Por qué te pusiste a llorar de esa manera si los estudiantes todavía pueden utilizar el libro de rumores del santuario? ¡Y para colmo, me regañaste de manera tan malvada!»

—Uh... sí, lo siento, Copito. Es que en estos momentos mis pensamientos están siendo bastante claros. Antes estaba consumido por la emoción del momento y me dejé llevar. Probablemente debería haberme preocupado menos por las consecuencias de tu decisión y habría visto que elegiste la mejor opción. Tu decisión fue la que más ayudó a los estudiantes…—Se disculpó Arturo, sintiéndose más culpable que nunca al ver a su tierna mascota mirándolo con ojos recriminatorios.

Arturo comprendió que su reacción inicial había sido exagerada, y que en realidad, Copito había tomado una decisión que beneficiaba a todos. Si bien el coste parecía muy alto, lo cierto es que también se podían usar las copias de los estudiantes más jóvenes, por lo que solo habría que negociar con ellos y eso era bastante fácil para los estudiantes que tenían más experiencia. Por lo que Copito había sido valiente y sabio al utilizar ese punto de ascenso, y era hora de reconocerlo.

Tras haber meditado el asunto con más calma, Arturo habló con determinación y creciente confianza mientras compartía su punto de vista:

—Además, todos elegimos un punto se acensó, lo que demuestra que somos un equipo. Si bien podemos tener diferentes enfoques para abordar una decisión, lo importante es que nos respetemos mutuamente. Tal vez Copito quiera ser más impulsivo y preocuparse menos por sus decisiones, y eso está bien. Por otro lado, yo puedo ser demasiado reflexivo y compasivo, y eso también está bien. Mientras que Anteojitos es despiadado y mandó al matadero a casi cien mil personas, y eso también está bien. Todos somos diferentes, pero debemos ayudarnos mutuamente, y así... ¡Conquistaremos el mundo!

Arturo ganó confianza y determinación a medida que expresaba su punto de vista. Mientras tanto, Copito recuperó sus ánimos con las palabras de aliento y las disculpas, y comenzó a saltar felizmente.

Por su parte, Anteojitos observó a Arturo con enojo, como si estuviera diciendo: «¡No! Lo importante es que nos deshicimos de la competencia y el próximo año seremos los únicos que podrán ser contratados, ¡gracias a mi grandiosa decisión! Ahora espero que realmente sea fácil evitar la luna de sangre, como mencionaste en múltiples ocasiones: ¡O si no estamos muertos, jorobado!.»

—Sí, Anteojitos, yo también te quiero, pero ahora hay cosas más importantes que hacer además de darnos frases de aliento. Tenemos que ir a negociar nuestra salvación urgentemente. Cuanto más tardemos, más complicada podría volverse la negociación —Dijo Arturo con entusiasmo, aparentemente no muy preocupado por la posibilidad de que las negociaciones salieran mal.

Acto seguido, Arturo miró a sus dos mascotas, como si confirmara que no tenían nada más que añadir, y pronunció las siguientes palabras con firmeza:

> “En mí encuentras refugio al final del día, donde descansan tus sueños, en calma y alegría. En mí, tus recuerdos y risas están, y cuando me cuidas, soy tu lugar especial, ¿Quién soy?”

Acto seguido, Arturo regresó al dormitorio, pero antes de que pudiera decir una palabra, notó cómo uno de los minihumanos en el suelo lo miraba con extrañeza. Luego, vio cómo otro minihumano cercano a este también lo miraba de manera extraña, y finalmente se dio cuenta de que todos los minihumanos lo observaban a él y, especialmente, a Copito, con cierto aturdimiento. Arturo también los miraba atónito, sintiendo que algo estaba muy fuera de lugar en su habitación, a pesar de que a simple vista no había ningún cambio evidente. Sin embargo, era claro que era de noche y que la luna que iluminaba el cielo era de un rojo sangre inquietante.

Ante el aturdimiento del jorobado, los minihumanos continuaron congregándose en su presencia, mientras sus diminutas voces se unían en un coro enloquecido de cantos jubilosos. Las palabras eran indistinguibles, pero la melodía era contagiosa y festiva. Los minihumanos comenzaron a agitar pequeñas antorchas improvisadas y lanzar fuegos artificiales que iluminaban el dormitorio de Arturo con destellos de colores brillantes y chispeantes. Los destellos parpadeantes se reflejaban en los ojos de Arturo mientras observaba el espectáculo deslumbrante.

Por su parte, Copito no pudo contener su alegría y se unió a la celebración. Saltaba y danzaba en el aire, moviéndose con gracia y ligereza, como si estuviera realmente en su elemento. Los minihumanos, viendo la euforia de Copito, le ofrecían pequeños bocados de comida con reverencia, como si estuvieran ofreciendo tributos a un ser divino.

Los minihumanos se acercaban a Arturo con asombro y admiración en sus ojos diminutos. Parecían maravillados por su presencia y no podían apartar la mirada de él y de sus mascotas. Cada uno de ellos llevaba pequeños objetos y ofrendas que colocaban a los pies de Arturo como muestra de su devoción.

Arturo se sintió abrumado por la situación. La gratitud y el respeto que emanaban de los minihumanos eran difícil de ignorar, y aunque no podía entender sus palabras, podía sentir la intensidad de sus emociones.

La música festiva continuaba llenando el aire, y los minihumanos se movían en patrones elaborados, como si estuvieran realizando una danza ritual en honor a Copito. A pesar de su tamaño diminuto, su coordinación y sincronización eran asombrosas.

A medida que la celebración continuaba, Arturo observó cómo los minihumanos traían más y más comida para Copito. Platos pequeños llenos de frutas, nueces y otros manjares se apilaban a los pies de la mascota, que devoraba todo con gusto. Los minihumanos lo miraban con admiración, como si su apetito voraz fuera una fuente de inspiración para ellos.

Paralizado por el recibimiento, el tiempo fue pasando y Arturo notó que algunos de los minihumanos comenzaban a realizar pequeñas representaciones teatrales, utilizando muñecos y escenarios improvisados. Parecían estar contando historias y leyendas, quizás como una forma de honrar a Copito.

Por su parte el gran protagonista de esta fiesta, Copito, que siempre había sido curioso y juguetón, se unió a la diversión. Saltaba entre los pequeños escenarios, interactuando con los minihumanos de una manera que parecía completamente natural. Era como si hubiera encontrado su lugar en este mundo mágico y estuviera disfrutando cada momento.

Sin embargo, Anteojitos fue el único que reaccionó de manera prudente ante la situación. Con un golpe fuerte, le recordó a Arturo que lo primero que debía hacer era asegurarse escapar del matadero al cual se estaban dirigiendo, de forma que esta bienvenida no fuera el preludio de un destino sombrío.

Comprendiendo las preocupaciones de su mascota, Arturo se apresuró a responder a Anteojitos:

—Ya vamos, Anteojitos, pero mira la recepción que los minihumanos han organizado. Parece que han estado coordinándose durante bastante tiempo para armar todo esto, y debemos apreciarlo. Cuando Copito se sienta satisfecho, nos iremos.

Sin embargo, el tiempo pasó rápidamente, y la fiesta no mostraba signos de querer terminar. Arturo comenzó a considerar un cambio de estrategia y se dirigió hacia el espejo. Pensó que sería sabio dejar a Copito jugando en la habitación mientras él y Anteojitos iban a negociar su futura salvación.

—Tú quédate aquí a jugar, Copito. Regresamos enseguida—Comentó Arturo, pero sus planes se vieron interrumpidos cuando su mano tocó el espejo y un mensaje inusual apareció ante él:

> "¡Dime quién eres!"

Arturo frunció el ceño con desconcierto, recordando vagamente haber visto este mensaje en el pasado. La pregunta era tan simple, pero intrigante que no pudo evitar responder:

—¿Arturo?

Sintiendo un recuerdo vibrar desde su cabeza hasta sus pies, una sacudida recorrió todo el cuerpo de Arturo. Recordó el momento en que había leído este mensaje y, lleno de urgencia, preguntó:

—¿Cuándo se entregan los resultados?

> “A mi querido retrasado,¿Arturo?

>

> Lo siento no recordaba tener un bufón con ese nombre entre la clase de bufones, pero tengo que darte la noticia de que estás atrapado en un trámite de mierda que te va a llevar siete largos días de espera. ¿Por qué? ¡Porque así lo exigen las reglas!

>

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>

> Ahora, no esperes que te trate con guantes de seda. No me importa un carajo si te sientes frustrado o no. Tienes que esperar y punto. Y ni se te ocurra mandarme una carta de queja o molestarme con preguntas estúpidas, porque eso solo hará que me caigas peor.

>

> Espero que tengas suficiente paciencia, porque sinceramente, no me importa un pito si te aburres o te desesperas. La espera es una mierda, pero así son las cosas aquí.

>

> Así que prepárate para una semana de completo aburrimiento y desesperación. No me molestes, no me escribas, y definitivamente, no te atrevas a malgastar mi tiempo. Te veré en una semana, si es que logras sobrevivir a esta espera.

>

> Con desprecio, tu profesor Mario.”

Abajo de la carta, un claro y contundente cronometro apareció marcando la fecha importante:

Resultados 7 días

—Bueno, esto está empezando a ponerse un poco extraño... —Arturo expresó con cierta molestia mientras leía la carta. Parecía que este tal Mario lo había confundido con uno de los estudiantes que recién había aprobado el examen, aunque eso lógicamente nunca había sucedido—De todas formas, lo importante es que nuestras ideas iniciales eran correctas: Tenemos 14 días para salvar el culo de todos los que condenamos. Pero ahora, centrémonos en salvar el nuestro...

Con determinación, Arturo cerro la carta y mirando el espejo dijo las siguientes palabras magicas:

> “En la oscuridad profunda, sin luna ni estrellas brillantes, donde el dinero fluye como un río, sin cesar ni un instante. Entre luces parpadeantes y risas que son un engaño constante, me hallas en un sitio donde la suerte es siempre la amante. Las cartas se barajan, los dados giran sin pudor, pues en este reino de apuestas es donde el riesgo es el gran señor. El sonido de las máquinas es un canto que despierta temor, pues es en este lugar misterioso es donde reina la emoción y dolor. Las mesas abarrotadas de jugadores en trance, buscan sueños fugaces en un frenesí en constante avance. En el aire, la adrenalina es un dulce y ardiente romance, mas también un peligro, de un sutil y engañoso percance. ¿Dónde estoy?”

Inmediatamente el reflejo en el espejo comenzó a distorsionarse, hasta formar lo que parecería ser un casino que se erguía en el medio del olvido, como un monumento a la decadencia y el abandono. Las paredes del casino abandonado estaban revestidas de paneles de madera oscurecida por el tiempo y la humedad. La madera se había desgastado y algunas partes se habían desprendido, dejando expuestos los gruesos trozos de piedra que sostenían la estructura.

El piso de lozas del casino estaba cubierto de un espeso polvo que crujía bajo tus pies al caminar. Era evidente que nadie lo había limpiado ni barrido en décadas. Las baldosas de cerámica que alguna vez habían sido de un blanco brillante estaban ahora manchadas y descoloridas. Mientras que el techo del casino, que alguna vez había sido una majestuosa cúpula de cristal, ahora estaba en ruinas. La cúpula estaba cubierta de grietas y roturas, permitiendo que los insectos y el barro se acumularan en su superficie. Solo unas pocas motas de polvo se filtraban a través de las rendijas, lo que creaba un efecto de luz tenue en el centro de la sala. La iluminación en el casino era escasa y sombría. Las arañas tejían sus telarañas en las esquinas del techo, y las escasas bombillas colgantes estaban rotas o fundidas, dejando solo penumbras en los rincones más alejados.

—Vamos, Anteojitos, si los rumores son ciertos, esto no debería demorar mucho… —Murmuró Arturo mientras atravesaba el espejo y desaparecía en el aire.

Cuando el jorobado volvió a aparecer, se encontraba en el centro del casino abandonado. Aparentemente, los estudiantes no frecuentaban este lugar, o al menos no había nadie presente en ese momento, por lo que el amplio salón que constituía el casino estaba completamente desolado.

Sin nadie interrumpiendo su visión, el casino abandonado se extendía ante Arturo. Pese ello no había nada bonito, ni llamativo que observar, puesto que los muebles y objetos que ocupaban este sitio tenían un aire de abandono que se reflejaba en cada detalle.

Las mesas de juego estaban cubiertas de polvo y mugre. Los tapetes verdes que se suponían que eran un escenario de apuestas y victorias, estaban desgarrados y descoloridos, revelando las cicatrices de innumerables noches de juego. Las sillas que rodeaban las mesas estaban desvencijadas, como si hubieran sido testigos mudos de incontables tragedias.

Arturo avanzó cautelosamente por el casino, sintiendo cómo el suelo crujía bajo sus pies con cada paso que daba. El ruido resonaba en el silencio del lugar, como si el casino mismo estuviera susurrando las penas de quienes habían perdido sus apuestas. A su lado, Anteojitos, miraba con curiosidad y un toque de desconfianza el entorno, moviéndose en el aire con agilidad.

El jorobado se acercó a una de las mesas de juego, donde un juego de cartas aún estaba dispuesto como si los jugadores hubieran abandonado la partida repentinamente. Las cartas estaban esparcidas sobre la mesa, algunas boca arriba y otras boca abajo, también se encontraban las fichas y unos vasos con líquido de mal aspecto.

Arturo tomó una de las cartas y la examinó con cuidado, como si esperara que ocurriera algo extraño tras tomarla. La carta estaba en excelente estado a pesar de los años de abandono, como si hubiera sido preservada intencionadamente, tenía un diseño elaborado y misterioso, con símbolos y números que parecían carecer de sentido alguno.

Por su parte, Anteojitos flotó alrededor de la mesa, observando las cartas desde diferentes ángulos como si intentara descifrar que es lo que Arturo buscaba en este lugar.

Sintiendo que nada ocurría tras agarrar la carta, Arturo vio más allá de la mesa de juego, notando una serie de máquinas tragamonedas alineadas contra una de las paredes. A diferencia de las cartas, estas máquinas mostraban signos evidentes de deterioro. Sus pantallas estaban agrietadas y rotas, y las palancas para activarlas colgaban inútiles. Aun así, algunas monedas antiguas se apilaban en la bandeja de una de las máquinas, como si alguien hubiera estado intentando suerte antes de que el lugar quedara en el olvido.

Arturo decidió intentarlo y tomó una de las monedas. La introdujo en una de las máquinas y tiró de la palanca con un chirrido metálico. Las ruedas giraron con lentitud y agonía, deteniéndose finalmente en una combinación de símbolos que Arturo no pudo descifrar. Pese a ello, no hubo campanas que sonaran ni luces parpadeantes que indicaran una victoria.

—Maquinitas, maquinitas, qué divertidas son las maquinitas, ¿no crees, joven?—Preguntó alguien con una voz avejentada y bastante amigable, provocando que Arturo y su mascota dejaran de mirar las máquinas para ver quién les había hablado.

La criatura que había hablado era de baja estatura, siendo esta similar a la de un niño de 8 años, pero tenía una presencia que llenaba la habitación. Su piel arrugada y cenicienta estaba cubierta de manchas oscuras, como si el tiempo mismo hubiera dejado su huella sobre ella. Su cabello enmarañado y desaliñado colgaba en mechones grasientos alrededor de su cabeza. Su rostro era la parte más aterradora de su apariencia; estaba cubierto por una máscara antigua y astillada que parecía tenía rasgos humanos tallados de manera grotesca. Los ojos, hundidos y vacíos, se perdían en la oscuridad detrás de las cuencas, y la boca estaba retorcida en una sonrisa siniestra que dejaba ver filas de dientes puntiagudos y amarillentos.

El traje que llevaba puesto la criatura parecía un uniforme de sirviente de la alta sociedad, pero estaba desgarrado y descolorido, como si hubiera sido testigo de innumerables años de deterioro. Colgando de su cuello, llevaba una corbata que parecía estar hecha de finas cadenas oxidadas, y sus zapatos eran unos elegantes mocasines que habían perdido su brillo y ahora estaban cubiertos de polvo y suciedad.

A pesar de su apariencia espeluznante, la criatura tenía una especie de encanto inquietante. Sus palabras habían sido amigables, pero su tono tenía un matiz desconcertante que dejaba claro que no era del todo de confiar.

—Maquinitas, maquinitas... ¿No querrías probar tu suerte, joven? —Repitió la criatura con alegría. Su voz, aunque amigable, tenía un matiz de amenaza que hizo que Arturo se sintiera incómodo.

Lejos de sentirse intimidado, Arturo le siguio el juego a la criatura. Tomó otra de las monedas que había encontrado en el suelo y la introdujo en una de las máquinas tragamonedas. Tiró de la palanca con un chirrido metálico y las ruedas comenzaron a girar lentamente, como si estuvieran luchando contra la resistencia del tiempo mismo. Finalmente, se detuvieron en una combinación de símbolos que Arturo no pudo descifrar.

Sin embargo, una alegre campanita comenzó a sonar desde el interior de la máquina, y unas cuantas monedas antiguas cayeron como premio en un pequeño receptáculo. La criatura emitió una especie de risa que resonó en todo el casino, un sonido desgarrador que hizo que el cuerpo de Arturo comenzará a sudar nerviosamente.

—¡Oh, bien hecho, joven! Parece que la suerte te sonríe …—Dijo la criatura mientras observaba las monedas—Pero es un poco aburrido ganar un juego solo para recibir unas pocas monedas sin utilidad alguna, ¿no crees?

La voz de la criatura tenía un tono melódico y seductor que envolvía a Arturo como una siniestra melodía. Sus palabras eran como anzuelos que atrapaban la atención del joven, quien inconscientemente se encontraba asintiendo ante la pregunta.

—En definitiva, las apuestas son interesantes cuando se apuesta algo de valor, ¿no crees, joven?—Continuó la criatura, provocando que Arturo volviera a asentir—¿Qué me dices, joven? ¿Te atreverías a probar tu suerte de nuevo, pero esta vez apostando algo de verdad?

—Claro, me parece que sería divertido… —Respondió Arturo con cierta incomodidad. Había oído hablar de este casino de uno de sus compañeros de clase, y aunque le resultaba inusual y perturbador, tenía una cierta confianza en que funcionaría.

La criatura emitió una risa profunda que hizo eco en el vacío del casino. Sus ojos oscuros brillaron con malicia mientras observaba a Arturo.

—¡Excelente elección, joven! —Exclamó la criatura—Pero antes de que podamos comenzar, debes decidir qué estás dispuesto a apostar. En este lugar, no se aceptan monedas sin valor ni trucos baratos. ¿Qué ofreces como garantía de que tomarás en serio este juego?

—Mi vida, ya aprobé el gran examen, así que soy dueño de mi destino. Si ganas la apuesta, puedes quedártelo—Respondió Arturo con determinación.

La criatura quedó momentáneamente sorprendida por la audacia de Arturo al apostar algo tan preciado como su propia vida. Su máscara tembló débilmente mientras sopesaba la propuesta.

—¿Tu vida?...—Preguntó la criatura, aún asombrada—¿Y qué buscas obtener a cambio?

Arturo miró a la criatura con determinación en sus ojos y continuó:

—Tu ayuda, quiero que me salves de la luna de sangre, de que me sacrifiquen a cambio de la satisfacción de otro. En ese momento de desesperación, debes ser el primero en extenderme la mano para salvarme. Busco el dado de Momo, el dado cargado, el del tramposo. Cuando mi destino ya no dependa de mí, entonces quiero poder engañar a quien lo tenga con ese dado. Pero si quieres jugar, promete, júrame y dime que nuestra apuesta será verdadera, digna y justa.

La criatura asintió solemnemente ante la petición de Arturo y extendió una mano deformada en un gesto de acuerdo.

—Hecho, joven, juro que te daré lo que quieres si ganas. Prometo que esta apuesta será verdadera y justa. Si ganas, tendrás el dado de Momo. Si pierdes, bien, entonces seré dueño de tu vida. Ahora, acompáñame. El juego aguarda.

Arturo se mantuvo firme en su posición y respondió con determinación:

—No, yo soy el que propone el juego, mi vida me pertenece y tú no puedes obligarme a jugar ningún juego.

A pesar de que Arturo extendió su mano mientras hablaba, no aceptó las condiciones de la criatura. En cambio, esperó a ver si la criatura cambiaría su oferta o presentaría condiciones más favorables mientras mantenía su mano extendida, demostrando que estaba dispuesto a aceptar de inmediato si su punto era aceptado.

La criatura, con una sonrisa maliciosa escondida bajo su máscara, finalmente aceptó la oferta de Arturo estrechando su mano y preguntó con entusiasmo:

—Muy bien, joven, has sido astuto. Acepto tu propuesta. Ahora, hablemos del juego. ¿Qué juego sugieres para esta apuesta?

—Es un reto, no un juego—Propuso Arturo con firmeza—Te reto a que en el próximo evento de contrataciones que ocurra seré sacrificado, debido a que durante el mismo volverá a ocurrir el alzamiento de la luna de sangre.

La criatura, con una voz llena de dudas, respondió: —La luna de sangre ha estado alzada durante más de mil años, joven... ¿joven?

Lleno de pánico Arturo se apresuró a defender su trato, preocupado por la incertidumbre que notaba en la criatura:

—Mi reto es que ocurrirá el gran sacrificio que sucede una vez cada mil años, es decir, mis posibilidades son una entre mil. Estás más que obligado a aceptar mi reto, tienes más de mil oportunidades, y yo tengo solo una pequeña posibilidad. Conoces tus propias reglas, estoy parado sobre los hombros de mis compañeros que murieron en este lugar: ¡No puedes engañarme!

Una oleada de determinación llenó el espíritu de Arturo, y una sonrisa de confianza apareció en su rostro mientras decía esas palabras; pasando del miedo absoluto de que la criatura no aceptara el trato, a la seguridad de los ingenuos.

La criatura finalmente cedió y dijo:

—Sí, sí, estoy obligado, siempre y cuando mis posibilidades sean mayores. En definitiva, represento al casino, y las reglas así lo dictan. Acepto tu reto. ¿Veamos que ocurre?

La criatura extrajo un dado de entre sus bolsillos y lo observó con un cariño casi enfermizo. Acto seguido, lo arrojó sobre una de las mesas cercanas, y el dado comenzó a girar con un zumbido suave y misterioso. Arturo siguió su trayectoria con los ojos mientras daba vueltas sobre sí mismo.

—Bueno, ves, Anteojitos, esto fue fácil... —Arturo dijo con una sonrisa triunfante. Notó que, por primera vez desde que tenía a Anteojitos, su mascota lo miraba con una expresión de satisfacción y aprobación, como si estuviera pensando: «Vaya, esta vez sí que me sorprendiste, Arturo. Has engañado inteligentemente a esta criatura idiota».

Ante lo cual, la criatura respondió con calma:

—Eso lo sabremos al final...

—No, ya gané, soy el heraldo. ¡Yo soy el único que conoce la verdad! —Arturo afirmó con confianza mientras miraba directamente a la criatura sin prestar atención al resultado del lanzamiento del dado.

La criatura, intrigada, preguntó: —¿Heraldo?

Arturo mantuvo su mirada firme y repitió con determinación: —Sí, gané. Dame mi dado.

La criatura, sin siquiera mirar el resultado del dado, asintió y respondió:

—Parece que de verdad eres un heraldo, mira esa actitud... Je, je, ganaste. Te felicito. Apostar a una probabilidad de una entre mil no es algo que se gane fácilmente. Y como aposté a una probabilidad de más de cien a uno, también estoy obligado a darte un pequeño regalo sorpresa. ¿Sabías eso, joven heraldo?

La criatura sacó de su bolsillo el mismo dado que había lanzado segundos atrás y se lo entregó a Arturo.

El jorobado recibió el dado con gratitud y una sensación de victoria. Ahora tenía una herramienta que podría usar en el próximo evento de contrataciones para cambiar su destino y el de sus mascotas.

—Gracias, de verdad. Esto significa mucho para mí. Ahora, en cuanto a ese regalo misterioso... —Dijo Arturo con sinceridad mientras guardaba el dado en su túnica y esperaba con expectación el regalo prometido.

—Búscalo en tu inventario. Aparentemente, fueron más de un regalo, no lo recordaba. Eres el primero que gana esta apuesta en más de un siglo... —Respondió la criatura mientras se rascaba la máscara, como si se preguntara a sí misma el motivo. Ciertamente, había quedado impactada por la astucia de este joven.

—Qué mala noticia. Aparentemente tendré que decirle a más gente que venga a salvarse contigo... —Respondió Arturo con calma.

—Puedes hacerlo, otra cosa es que los demás confíen en tu palabra. Además, solo hay un dado, y sin ese dado, no puedo salvar a nadie más hasta que me lo devuelvas…—Dijo la criatura manteniendo su tono particularmente amigable, pero al mismo tiempo siniestro.

—¿Solo hay un dado?, bueno, de todos modos los otros estudiantes pueden explorar otras maneras, aunque sean más engorrosas y complicadas. Todavía podré salvar a mis compañeros—Respondió Arturo con determinación.

—Lo dudo. Eres el heraldo, nadie escucha al heraldo... Lo había olvidado, jeje. Pero finalmente recuerdo quién es el rey negro. Jeje, esto se va a poner muy interesante, joven heraldo—Dijo la criatura con una voz misteriosa mientras comenzaba lentamente a desvanecerse, dejando el casino nuevamente envuelto en sombras.

Con sus asuntos resueltos en el casino, Arturo y Anteojitos exploraron el lugar durante unos minutos más, pero pronto el aburrimiento los alcanzó y decidieron regresar a su dormitorio.

A pesar de que habían pasado casi dos horas desde que se marcharon del dormitorio, los minihumanos continuaban con sus celebraciones en pleno apogeo, y Copito seguía deleitándose con la fiesta que le habían preparado.

Arturo, consciente de que el tiempo era valioso, no perdió un segundo y se encaminó hacia el espejo. Mientras se mentalizaba para ver que le habían regalado, comentó para sí mismo:

—Inventario